27-S: El voto para la desconexión

(Artí­culo publicado el 4 de Octubre)

Tan solo una semana después de las elecciones catalanas del 27-S, una ola de incertidumbre parecerí­a ocultar o distorsionar lo sucedido. La comunicación o interpretación de los resultados en diferentes foros parecen abrir todo tipo de opiniones confusas haciendo olvidar lo que se preguntaba ese dí­a, la historia previa y el por qué y para qué de esa consulta democrática en las urnas, en el marco de la única legalidad permitida desde el espacio normativo aceptado por el Estado español conforme a la interpretación y voluntad del gobierno español.

Recordemos que, al margen de un intenso recorrido histórico cuyo hito mediático para la nueva etapa empezarí­a en 1.714, Catalunya ha venido, sujeto a la ley, intentando dotarse de nuevos instrumentos de gestión, de autogobierno, de determinación y de soberaní­a que han sido rechazados, una y otra vez, de manera unilateral, por un gobierno centralista e inmovilista cuyos viejos argumentos (Unidad nacional, establishment y status quo) niegan la consideración de sujeto polí­tico a una nación sin Estado que aspira a encontrar un nuevo camino para construir su futuro. En este camino, los últimos episodios con el intento de convocar una consulta fracasaron con el partidario apoyo de los poderes mediáticos, judiciales y del aparato del Estado, soportado en una intensa campaña orquestada desde la suficiente presión a directivos y ejecutivos de empresas reguladas y afines. Impedida una consulta, el gobierno de la Generalitat y las fuerzas polí­ticas y sociales mayoritarias en Catalunya apoyaron unas elecciones «autonómicas especiales», en el único marco legal que dejaba en sus manos una consulta indirecta y representativa. La anunciaron como plebiscitaria si bien se configuraba como una elección de representantes, indirectos, al Parlamento. Así­, las reglas del juego eran claras: la gente votarí­a escaños por circunscripción y los electos conformarí­an la mayorí­a requerida para gobernar. Bajo este esquema, una coalición  (Junts pel sí­) optó por pedir el voto para constituir un gobierno con una agenda especial y tasada para declarar la independencia, dotarse de estructuras de Estado y negociar las condiciones, tiempos y modos de la «desconexión» del actual Estado español, con su legí­tima aspiración de permanecer en la Unión Europea como lo han venido haciendo desde 1.986. Una ruta definida, un tiempo prefijado y un proceso para la creación de un espacio nacional diferenciado.

Por otra parte, los partidarios del NO, se empeñaron en negar el carácter «legal de un plebiscito» y recordaron que se trataba, tan solo, de unas elecciones autonómicas ordinarias y convirtiendo su campaña en una «primera vuelta» de las próximas generales españolas, rechazando cualquier opción al modelo preexistente.

El 27-S, Junts pel sí­ ganó las elecciones con absoluta rotundidad: en número de votos (sus 1.621.000 superaron la suma de los tres pro-españolistas claros: C´s, PSC y PP), ganaron con claridad en las cuatro circunscripciones electorales y en todas las comarcas catalanas así­ como en 910 de los 940 municipios, obteniendo el respaldo necesario para gobernar y liderar un proceso parlamentario de mayorí­as (aún pendiente tanto de la decisión final de la CUP, como de los representantes individuales de un Catalunya sí­ que es pot que ni es Podemos, ni IU, ni algo uniforme y homogéneo aún por descifrar en el voto concreto en el Parlamento) y que claramente -pese a los intentos mediáticos- no es sumable con los votos del NO o la abstención o los votos nulos o aquellos que se quedaron en el camino sin representación parlamentaria. Junts pel sí­ ha ganado la legitimidad para llevar adelante su compromiso electoral. En definitiva, quienes expusieron una ruta clara hacia la independencia y soberaní­a de Catalunya en un nuevo modelo, han ganado las elecciones y formarán el tipo de gobierno que ofrecieron.

Sin embargo, otros han visto otra cosa. Un partido «ganador» con 25 escaños de 135 se presenta como lí­der del cambio y pide la dimisión del President Mas; un partido perdedor (PSC) se proclama candidato a presidir un gobierno «transversal», el partido del gobierno español -minoritario, escasamente presente en Catalunya y con el peor resultado de los últimos 15 años-, se «alegra» del triunfo del NO y parecerí­a hacer suyos los votos de sus adversarios, y Podemos «culpa» a la escasa inteligencia del votante por no haberles entendido. Para ellos, el «demonio Mas» ha fracasado y deberí­a irse a casa (o a la cárcel), dando por terminada «la broma catalana». Adicionalmente, quienes quieren ver diferencias en la coalición del SI y la CUP, parecen obviar la confrontación radical entre los tres partidos del NO como si compartieran modelo, proyecto y vocación (suponiendo que los tuvieran más allá de la coyuntura electoral para llegar a la Moncloa).

A partir de aquí­, las mismas voces que no se han creí­do ni el trabajo, ni la desafección, ni las aspiraciones por un nuevo modo de relación y convivencia, vuelven a esgrimir la vuelta al «punto cero» para una negociación a partir de las próximas elecciones generales. Piden un «Punto Muerto« (en sintoní­a con el vergonzoso espectáculo mediático en torno al baloncesto español recientemente vivido con guinda en el Consejo de Ministros español) con miras a retomar el viejo Estatut que se encargaron de «cepillar». La Unidad de España, la estabilidad para el crecimiento y mantenimiento de mercados que destacados bancos, empresas y dirigentes decí­an imposible en caso de ganar la apuesta por la opción independentista, y el nacionalismo español (este tipo de nacionalismo sí­ les parece moderno y aceptable) bien valdrí­an un «Pacto de Estado» que hace unos años rechazaron.

¿Es posible afrontar la demanda soberana de Catalunya volviendo a ese punto de partida? ¿Catalunya se conforma con un nuevo modelo (o proceso) de financiación o con acoger la sede de un Senado obsoleto o de una mejorí­a en las desequilibradas balanzas fiscales como algunos sugieren? ¿Es hora de una promesa «federal» -cuyo alcance y contenido se desconoce- como oferta de un potencial y futurible nuevo inquilino en la Moncloa cuyo recorrido estatutario ya conocemos? En mi opinión NO. La «desconexión» sea o no formal ya está en marcha. La posible «Nueva España» está por reconstruirse y reconfigurarse repensando un Estado de las Autonomí­as que sus propios defensores de hoy (PP y PSOE, sobre todo) se han encargado de destrozar y desacreditar. Ni la parálisis tan propia del Presidente Rajoy, a la espera de que los acontecimientos terminen resolviendo lo que él es incapaz de solucionar o intentar, ni empeñarse en discursos falsos que pretenden negar la evidencia, ni discursos históricos apelando a esa España de cuyo seno han surgido ya más de 20 nuevos Estados independientes en los dos últimos siglos, ni las voluntades y aspiraciones de naciones como Catalunya (o Euskadi pese a la percepción contrapuesta y equivocada que algunos se empeñan en destacar como si la voluntad vasca se hubiera difuminado) se acabarán en un descafeinado acuerdo de continuidad.

Que estamos en un escenario complejo y exigente no lo cuestiona nadie; que resulta más cómodo y «estable» (según terminologí­a al uso cuando aparece el foco en el crecimiento y desarrollo económico de negocios) no intentar salir del «espacio de confort» que el status quo procura para un inmensa mayorí­a resulta evidente, pero que construir un nuevo futuro acorde con la voluntad de un pueblo comprometido con una nueva trayectoria es el camino elegido, también. No parece razonable que cuando la Sociedad en general, a lo largo del mundo, los diferentes gobiernos, dirigentes empresariales, polí­ticos y académicos se empeñan en transmitir al mundo la inevitabilidad de actitudes nuevas en favor de la innovación (tecnológica, social, empresarial, organizativa…) no sean capaces de trasladarla al ámbito de la gobernanza, de la estructura del Estado, de sus Administraciones Públicas. (Baste recordar el reclamo de una de las empresas referentes en el mundo del emprendimiento y la innovación en el mundo, Masschallenge, al presentar su visión: «Trabajamos para construir una sociedad inspirada y creativa en la que todos reconozcan su capacidad y voluntad de definir su futuro desde la fortaleza individual y colectiva de generar su impacto personal en el resultado deseado»). Esto es lo que han transmitido los votantes del SI en Catalunya: su voluntad en cambiar las cosas al servicio de un futuro diferente que, están convencidos, con su esfuerzo, será mejor que el actual. Así­ de sencillo.

El 27-S y el comportamiento normal, pací­fico y democrático de Catalunya ha dicho  claramente, que apoya la ruta hacia la soberaní­a que le fue propuesta ante las urnas. Más valdrí­a no equivocarse. No es un problema catalán o de Catalunya. Serí­a bueno  que España entendiera que tiene un asunto esencial por resolver, por su propio bien y oportunidad. La Nueva España sin Catalunya (y, antes que después, sin Euskadi, en caso de que así­ lo decida en su momento el pueblo vasco) ha de ser diferente a la actual y siempre será mejor diseñarla que no heredarla. La independencia de Catalunya es cuestión de tiempo. Convendrí­a trabajar en una desconexión acordada. No es un problema, sino una nueva estación alcanzable de forma activa y compartible.