(Artículo publicado el 16 de Junio)
En plena celebración del 75 Aniversario de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), cobra relevancia el nombramiento de su Secretario Ejecutivo, José Manuel Salazar-Xirinachs, como titular de la Cátedra Ricardo Torres Gaitán 2024, en la Facultad de Economía de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México), en un momento en el que México elige a su presidenta (primera mujer en su historia) y son muchos los ojos que se vuelven hacia América Latina, interesados en explorar potenciales escenarios de futuro, a partir de su incierta y compleja (como siempre) situación actual de partida. Siempre pletórica de oportunidades, disfrutando de un bono cualitativo y cuantitativo demográfico, cautivadora, llena de contrastes y riquezas diversas, vibrante, multicultural, en constante atracción-reparo de la inversión internacional. Hoy con importantes signos alentadores para un potencial crecimiento, capacidades empresariales y talento de alto valor y polo atractor de proyectos, nuevos impulsos a su imprescindible diversificación económica, demandante de una transformación estratégica, alineable con los nuevos movimientos mundiales en torno al pensamiento económico, nuevas formas de desarrollo, descentralización-federalización optimizadora de igualdad y oportunidades de futuro y en opciones varias ante la nueva regionalización mundial e inversión extranjera.
Salazar-Xirinachs, ha elegido para su mensaje de aceptación de la Cátedra, uno de los asuntos cruciales, siempre de actualidad, del que ya nos ha acostumbrado en sus publicaciones rigurosas e interesantes trabajos a lo largo de su prolífica labor en favor del desarrollo económico (especialmente productivo) y social, preguntándose por el cómo (además del qué) conseguir un ambicioso objetivo: “No más décadas perdidas para América Latina y el Caribe”.
El título de ambos documentos (Cátedra-Revista conmemorativa del 75 aniversario) es por sí mismo elocuente y viene seguido de una respuesta bajo “las grandes transformaciones en los modelos de desarrollo de América Latina”, que habrán de impactar su desarrollo socioeconómico y calidad de vida de sus poblaciones. Un largo e intenso proceso para el que no basta con señalar deseos, sino que resulta indispensable predefinir el cómo habrán de lograrse y los tiempos en los que son realizables, siempre condicionados, además, a la solución previa de asignaturas pendientes, de gran calado, desde el diálogo y coparticipación de los múltiples actores implicables en el proceso.
En su detallado documento investigador, aporta un extraordinario repaso al papel, década a década, encomendado y jugado por la CEPAL (y con ella por todos sus países miembro), desde que, en 1.948, la Organización de Naciones Unidas lo creara con la doble misión de investigar el estado de su economía y desarrollo social, así como ofrecer cooperación y asistencia técnica a los distintos gobiernos, con independencia del signo y orientación económica o ideológica que tuvieran.
Así el recorrido minucioso nos hace revivir una cambiante historia que resalta los principales problemas y prioridades socio-económicos, tramo a tramo, en este largo periodo, ha evolución de los mismos, las idas y venidas de su respuesta en los diferentes contextos geoeconómicos y geopolíticos mundiales y, por supuesto, una triste percepción excesivamente generalizada, de sobresaltos constantes entre acelerones de optimismo en términos de crecimiento equilibrado, camino a la estabilidad, minoración de pobrezas (extremas) y desigualdad, generando optimismo en torno a las extraordinarias oportunidades que ofrecen (sobre todo a sus habitantes), contra una siempre desesperante y frustrante marcha atrás hacia las noveladas llamadas “décadas perdidas” que parecieran condenar, de forma cíclica, su alternancia entre esperanza y conformismo inevitables.
América Latina no es un espacio “aislado”, al margen de los sucesivos movimientos observables a lo largo del mundo. Sufre, como todos, la complejidad e incertidumbre que un buen número de indicadores objetivos determinan, obstaculizan en su desarrollo y que muchos de ellos se agravan o superan por factores externos, como sucede en todo escenario económico y social a lo largo del mundo. Sin embargo, siendo esto así, ahonda su realidad en una grave encrucijada que muy bien retroalimenta un movimiento sinérgico, de tintes destructivos o desmotivadores, interdependientes, causa-efecto de los factores que el referido autor (y amigo) nos propone como hilo conductor de lo que enmarca en un decálogo de brechas o desafíos estructurales en los modelos de desarrollo, tratando de unirlos a las líneas generales que conservan lo que llama “el pensamiento cepalino” que instruyó a los gobiernos miembro y sus economías y década a década, en estos 75 años de historia del instrumento que hoy dirige.
Observamos, así, unas “directrices internas para realidades distintas”, (peligroso mal que, desgraciadamente, infecta a la casi totalidad e Organismos internacionales con recetas de pensamiento único escasamente contextualizadas), con un capital humano e institucional no homogéneo, sin una adecuada articulación de gobernanza (ni país a país, ni a niveles regionales o globales), desde tejidos económicos diferentes y con capacidades financieras y espacios fiscales sumamente distintos y distantes. Si en los 50 se promovieron prácticas industriales (que no políticas industriales, ni mucho menos estrategias país centradas en la industria), siempre bajo decisión unilateral de los gobiernos centrales con escaso papel a jugar por otros actores (en especial privados), o las prioridades reformistas institucionales que fueron muy limitadas y, una vez más, alejadas de su propia periferia descentralizadable, o las progresivas incursiones a “temas clave” que se sucedían con el tiempo: ingreso y su distribución, deuda pública, costes sociales del ajuste cíclico, o el “consenso de Washington” con externalidades de impacto desigual, o la propia “bienvenida globalización” con escasos matices correctores, para volver el foco a la macroeconomía del 2.000, corregida parcialmente, años más tarde, por la llegada de la Agenda 2020, la sostenibilidad e intentos de un nuevo desarrollo y pactos sociales. Así, hasta “el rosario” de crisis sucesivas y convergentes post COVID, con la llegada de nuevas prioridades aún por redefinir en torno al diálogo multi lateral, desacoples geopolíticos y geoeconómicos, cambio climático, resiliencia, procesos migratorios masivos, revolución tecnológica y del trabajo-empleo, las sociedades de los cuidados, igualdad de género, “nearshoring” o regionalización resiliente, y las nuevas culturas y comportamientos de la Sociedad y nuevas generaciones respecto del futuro (del suyo de manera individual y colectivo en función de su rol y o compromiso comunitario), conviviendo con excesivos conflictos políticos, sociales, económicos, a lo largo del mundo.
En definitiva nos acompaña en todo un viaje alumbrando “brechas” o desafíos estructurales para un crecimiento siempre débil, bajo, volátil, excluyente, no sostenible con baja creación de empleo formal; una elevada desigualdad acentuada por baja movilidad y cohesión social; escasa y desigual protección social; debilidad en sistemas educativos (en especial en formación profesional); alta aún desigualdad de género; débil respuesta al desarrollo ambiental hipotecado por las inevitables transiciones de mayor recorrido; la brecha digital; el coste (humano, social, económico) de la migración y su compleja ordenación, insuficiente integración regional; espacios fiscales limitados; débil e insuficiente capital institucional… Todo ello, concluye, con una compleja y bajas capacidades de gobernanza y articulación institucional. Una enorme loza a cuestas, con la que hemos de transitar hacia un escenario de esperanza ilusionada.
Problemas o limitantes esenciales que el autor señala como potenciales determinantes de una nueva “década perdida”. Se rebela ante ella y se atreve a denunciarla y sugerir una hoja de ruta con 11 ejes sobre los que actuar para impedirlo y propiciar reconducir el mundo hacia un futuro de progreso, riqueza y bienestar. De esta forma, a cada una de las 10 brechas antepone actuar en su solución y añade un último eje: “Macroeconomía para el desarrollo y fiscalidad sana y fuerte”, haciendo hincapié en la necesidad de su respuesta integrada e integral, a la vez. Llama la atención sobre el que considera elemento transversal y esencial: Capacidades del Estado fortalecidas, instituciones, gobernanza y diálogo social y participación de todos los actores, públicos, privados, de iniciativa social, con el concurso externo mundializado. Como él muy bien señala, no basta con hacer listas enumerando problemas, buenas voluntades o reivindicaciones excluyentes, sino que el CÓMO, el CUÁNDO y con QUIÉN resulta imprescindible. Las prioridades requieren no solamente del talento líder esperable, sino de la humilde comprensión de la realidad de partida, de las fortalezas existentes, de las debilidades superables (con sus costos y financiación posible) y la correcta aplicación de los tiempos.
¿Es esta Agenda posible?
Lo primero que hemos de preguntarnos es si supone un acierto (o, por lo contrario, un impedimento de base) hablar de una América Latina (parafraseando un dicho popular muy extendido: “se trata de muchos países separados por un mismo idioma”) o muchas América Latinas. No obstante, diferencias, matices y tiempos distintos, conservan, desgraciadamente, un buen número de “males” (en este caso) comunes o compartidos, que con mayor o menor intensidad están presentes a lo largo de todo el territorio. ¿Solamente en América Latina?
De una u otra forma, todas y cada una de estas brechas, con mayor o menor incidencia relativa, están presentes a lo largo del mundo. Observar y relatar los problemas en y de terceros nos ofrece la oportunidad de una mayor distancia objetiva, en la medida que comprometamos particulares viajes de solución y tan solo repasemos de forma momentánea las brechas que obstaculizan el logro de un verdadero proceso innovador, transformador y de desarrollo humano sostenible. Enseguida, hemos de volver hacia otros mundos para empeñarnos y comprometernos en evitar vivir, también, décadas perdidas. No hay maldiciones definitivas. Está en nuestras manos evitarlas y abrazar un futuro deseable.