¿Hacia dónde y cómo encaminamos nuestros sueños del mañana?

(Artículo publicado el 24 de septiembre)

En el marco general de la Asamblea Anual de Naciones Unidas que concentra a dirigentes y altos representantes de la inmensa mayoría de países y Estados del mundo, en la Ciudad de Nueva York, septiembre a septiembre, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, ha inaugurado las jornadas destinadas al análisis e impulso de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible), en base al Informe Anual de Progreso.

El compromiso adquirido en 2015 (Agenda 2030), tras antecedentes de avances previos iniciados en 1992 con la conocida Agenda 21, suscrita por 178 países, establece una ambiciosa guía en torno a 17 objetivos, que, más allá de algo más que declaraciones voluntaristas, recomendaciones de buenas intenciones y miles de medidas a implementar, pretende poner fin a la pobreza, alcanzar “Hambre cero” y reducir las desigualdades. Según su intervención oficial, los resultados no solo quedan muy lejos de los logros previstos (menos del 15% de lo estimado), sino que califica la estrategia global de fracaso, si bien destaca que se ha visto condicionada por el parón provocado por los casi cuatro años de COVID, la guerra de Ucrania, múltiples conflictos bélicos y un importante deterioro de la economía mundial y sus nefastas consecuencias en todas las órdenes (salud, calidad de vida, servicios y sistemas  sociales, económicos, políticos…), apela a la reinvención, en profundidad, no ya de los desafíos, sino de las Agendas establecidas, llama al compromiso y esfuerzo colectivo y sobre todo realiza un “ruego-grito de advertencia”: “No esperen que, desde aquí, en Nueva York, resolvamos sus problemas. Actúen con firmeza en todas y cada una de sus pequeñas comunidades. Es allí y en su conjunto donde se logrará el éxito deseado”. Añade una autocrítica más que destacable: “se han convertido en un cuestionario de check-point que parecería uniformizar las políticas de todos, prescindiendo de estrategias propias y decisiones de verdadera transformación”.

Mientras este clamor se propaga por el mundo, en nuestro microentorno, el largo e intenso “proceso mediático” respecto a una en apariencia congelada y más que posible fracasada investidura del futuro presidente del gobierno español, ha puesto de manifiesto mensajes de dirigentes de los partidos políticos que habrían de hacer posible la elección de uno de los candidatos, que ni se habla, ni se negocia en serio, ni se propone proyecto alguno de futuro. Al parecer discursos y mensajes ponen el acento en un simplista “vótame a mí que viene el diablo”. Ni una sola palabra de futuro, ningún proyecto (si lo hay más allá del personal no se conoce) y ninguna explicación de lo que cabría esperar a lo largo de su deseado mandato en los próximos cuatro años.

Un tercer elemento, presente en esta semana incierta, aparece de la mano de la adquisición de un significativo paquete accionarial (hasta el 9,9%) de las acciones de telefónica por parte del fondo soberano saudí a través de su empresa pública de telecomunicaciones. La otrora monopolística y palanca empresarial pública del Estado español, veía trastocada su estrategia asociable a la supuesta estrategia (desconocida) de defensa del gobierno español. Operación Corporativa que enfrenta a los socios de gobierno y provoca (como no puede ser de otra manera) un importante debate en relación con la inversión extranjera en activos “estratégicos” y el control y gobernanza por países más o menos aliados y el rol que el propio gobierno español ha de jugar en la economía.

En los tres casos, distintos y a primera vista distantes, podemos resaltar la importancia de focalizar la atención en las apuestas estratégicas, en los proyectos y propuestas de largo plazo, en la imprescindible necesidad de pensar en el futuro, en fijar el camino a recorrer y sus tiempos, los instrumentos y activos para lograrlo, los compañeros de viaje necesarios y su comunicación a todos aquellos que han de contribuir a hacerlo posible.

Al hilo de estos acontecimientos, siempre de máxima actualidad, más interrelacionados de lo que pudiera parecer a primera vista, encontramos otra noticia que parece pequeña y ajena a esto. En un “rutinario informe de avance de resultados del Fondo Global de Pensiones del gobierno de Noruega (Norges Bank Investment), adscrito al Banco Central de Noruega, se comunica su extraordinario ejercicio en el primer semestre de 2023 con un beneficio de 131.000 millones de euros. El Banco invierte en el exterior los ingresos generados por el gas y el petróleo noruego, por un valor de 15.000 billones de coronas (1,3 billones de euros) y, como pequeña curiosidad, baste recordar que tiene más de 10.000 millones en participaciones en las principales empresas del IBEX.

Este dato no solo es muy relevante a efectos de la Bolsa y sus empresas, de la inversión extranjera y, por supuesto, del papel de los Fondos Soberanos (de extraordinario valor en su función), sino en las estrategias de transformación de los países. Noruega, líder en los principales indicadores de bienestar, innovación y desarrollo social y económico en el mundo, rico en energía, decidió ya hace muchos años repensar su futuro, entender, aceptar y asumir la apuesta global para la descarbonización, el abandono de su fuente principal de ingresos y acometer todo un ingente proceso innovador para “ganar su futuro”.

Precisamente, en estos días, se cumplen nueve años de un significativo discurso de la entonces presidenta de la agencia noruega de innovación, Anita Krohn Traaseth, presentando un informe de transformación del país (Dreaming Norway – Soñando Noruega) que tras un intenso proceso diagnóstico y prospectivo apostó por repensar un nuevo futuro, exigente, posible, con capacidad de ilusionar a la población a la vez que comprometerles en un largo e intenso camino de trabajo, disciplina, esfuerzo, prioridades y transición hacia una exitosa sociedad inteligente, de bienestar e inclusiva. Y están en ello. Desde entonces, se recuerdan las palabras del presidente noruego, en el lanzamiento de este proyecto, que movilizó a su país hacia un nuevo rumbo, “soñando un futuro” de prosperidad, tras un previo compromiso y esfuerzo reorientador.

Así, cuando Gunn Ovesen introducía la apuesta innovadora que se proponía, no inventaba un sueño “optimista” exento de la realidad exigente que les esperaba. Dedicó una parte relevante de su intervención a describir la realidad de partida, incómoda para muchísima gente que disfrutaba, ya entonces, de un elevado nivel de bienestar y suficiente confortabilidad. Destacó cómo el país tenía que abordar el tránsito de una situación suficientemente satisfactoria en términos comparables con terceros, hacia una profunda y “costosa reestructuración”. “Necesitamos ser mejores creando un nuevo futuro”. Estamos ante una extraordinaria oportunidad pero que nos obliga a entrar en un nuevo escenario de cambio de velocidad. Nuestra comodidad financiera se verá deteriorada por el cambio climático, las decisiones globales para lograr salvar el planeta a la vez que cada una de nuestras industrias y empleos, nos llevará a ser una sociedad más verde y limpia, más saludable, pero hemos de ser capaces de liderar la generación de soluciones a los nuevos y viejos problemas y sus nuevos desafíos”. Insistía, “hemos de saber que somos muy vulnerables a esos cambios y que necesitamos combinar la coexistencia con aquello que hemos hecho bien, hasta hoy, y aquello nuevo que debemos explorar, descubrir y dominar para ese nuevo futuro. Hemos recorrido décadas de prosperidad y debemos mantenerlo y superarlo en los nuevos escenarios. Necesitamos más pilares sobre los que fortalecer nuestro desarrollo, hemos de reformar nuestros esquemas y coste de bienestar y sostenibilidad, necesitamos reinventar nuestros servicios públicos, la productividad y diversificación de nuestras empresas, las tecnologías y sus aplicaciones a nuestra forma de vida, nuestra empleabilidad y educación-formación, nuestra función pública y gobernanza. Si lo asumimos y actuamos en consecuencia, el resultado será la suma exitosa del esfuerzo individual y colectivo, habremos aprendido a priorizar y a elegir a qué y cómo asignamos recursos. Somos un país pequeño con limitadas cabezas y mercado. Hemos pensado que somos los mejores de la clase, y que somos capaces de competir en todo el mundo y creemos que los demás nos necesitan. Sabemos que tenemos capacidades, talento, fortalezas para ir a cualquier parte, pero necesitamos convencer a los demás que lo somos, de verdad, que podemos hacerlo, y que nos beneficia a todos (también a los demás) cocrear ese nuevo futuro compartible y deseable…” Así, año tras año, el sueño se evalúa, constata su avance, los permanentes nuevos desafíos y su claro liderazgo mundial, cooperando con socios y nuevos compañeros de viaje, generando riqueza individual y colectiva, transformando sus sistemas e industrias  (público-privada), sus esquemas de financiación, sus políticas industriales y de innovación (sus clústers prioritarios), redefiniendo sus cadenas regionales y globales de valor, sus apuestas energéticas de futuro y su internacionalización creciente, reformulando sus espacios y roles públicos, sus administraciones públicas y su organización municipal-comunitaria.

De la misma forma que el llamamiento a su gente para conquistar un sueño deseable, si los demás entendemos nuestras verdaderas realidades y exigencias, podremos elegir los principales elementos a incorporar a nuestro sueño y viaje hacia el futuro, innovando hacia una nueva sociedad inteligente e inclusiva al servicio de su comunidad.

Sin duda, no hay lugar para la improvisación. Son tiempos de elegir y tomar decisiones. Tiempos de reformular y recuperar la confianza y motivar recorridos comprometidos tras sueños creíbles y posibles. Ya sea para invertir en una empresa, para crear un fondo de inversión, diseñar una política pública, gobernar o, “exigir una determinada plataforma reivindicativa”. Como dijera Antonio Guterres en la ONU: “No vengáis a Nueva York, a la ONU, a por la solución a vuestras necesidades y sueños, hacerlos posibles en vuestras propias comunidades”.

Cocreación de Valor transformando industrias del futuro

(Artículo publicado el 10 de Septiembre)

Acercarnos a la apuesta asumida de salvar el planeta, a la vez que se genera una economía verde sostenible, soportada en energías renovables, nuevos “materiales”, baterías singulares, vehículos eléctricos… suele acompañarse del olvido o menor atención a una importantísima serie de eslabones que, a lo largo de una larga y compleja cadena de valor, nos lleva, por lo general, a lugares remotos, zonas aisladas (en gran medida infra desarrolladas y muchas de ellas en países sumidos en situaciones de conflicto o guerras), desconocidos para la inmensa mayoría de quienes planifican las transiciones “verdes, tecnológicas, sociales” que resultarán necesarias, y se viaja en el tiempo, sin estaciones  intermedias, hacia el final del trayecto.

Una  reciente publicación del IFC (International Finance Corporation) del Banco Mundial, ofreciendo sus servicios de asesoramiento al desarrollo de la industria minera y los gobiernos implicables para un desarrollo sostenible, destaca, como no podía ser de otra forma, la enorme interacción que el mundo de los minerales y metales juegan y jugarán en equipos, vehículos, infraestructuras que habrán de conectar el mundo, facilitar el tránsito digital, permitir la descarbonización y, sobre todo (añado yo), mitigar la inequidad, promover el desarrollo inclusivo, impulsar el crecimiento sostenible de regiones desfavorecidas y aisladas, la creación de empleo (digno, formal y de calidad).  Su necesidad y geolocalización supone la oportunidad única, a largo plazo, de transformar gobiernos, democratizar instituciones y mejorar las condiciones de vida de la gente. Un vistazo rápido a un Mapa de la Industria Minera mundial permite una inmediata aproximación a los países de ese “gran sur” llamado a jugar un rol muy relevante en el próximo futuro. Las minas, las fuentes de esa potencial solución a la que habrá que inyectar talento, I+D, capital, niveles de bienestar, democratización y gobernanza homologables, financiación especial, desarrollar tejidos productivos asociados y mucha diplomacia económica inteligente, además del compromiso, ética y transparencia imprescindibles, requieren muchísimo más que una vieja interrelación cliente-proveedor, desde posiciones de poder y mando tradicional. Sin duda, las transformaciones geoeconómicas, geopolíticas y de la propia industria o ecosistema minero-energético-territorial, habrán de jugar un nuevo y claramente diferenciado papel de futuro.

La industria minera no es lo que era, ni mucho menos lo que será.

Hace ya mucho tiempo, cuando iniciaba mis estudios de ingeniería, visité por primera vez una mina de plata. No era una mina cualquiera, sino la de Fresnillo en el estado mexicano de Zacatecas, situado a 650 kilómetros de la Ciudad de México. Mina subterránea en explotación desde el siglo XVI (en diferentes estadios, obviamente), una de las mayores y más rentables del mundo, situada en una población y economía esencialmente minera, rodeada por un desierto pleno de ausencias. La experiencia de entonces combinaba una triple impresión complementaria y/o contradictoria. Desde el paraje y paisaje de la zona, aislada, en desarrollo, alejada de los niveles medios esperables de bienestar, escaso desarrollo comunitario y confort, con un choque considerable al bajar a la mina, escuchando todo tipo de sirenas y alertas de seguridad industrial para adentrarnos en los montacargas y elevadores que nos bajarían a la profundidad de la mina (700 metros) leyendo todo tipo de carteles que contaban, en horas, la distancia temporal con el último accidente en la explotación. Recorrido con la deshidratación correspondiente, según bajabas, aquel invisible mundo industrial de subsuelo en el que ibas descubriendo todo un distrito industrial complejo a la vez que maravilloso, repleto de enormes grúas, camiones, ferrocarriles, etc., con un elevado número, también, de mineros, con sus cascos y lámparas, en condiciones laborales duras, entonces exigentes y de tremendo esfuerzo físico. El camino de salida, para el regreso, rehidratándote, a medida que subías marcaba lo observado. Hoy, la mina lidera la producción y afino de plata en el mundo, y se inserta en un extenso y rico Parque Ecológico (lagos, centenares de especies mamíferas, pájaros, reptiles), senderos, juegos, espacios de ocio, tren turístico reutilizando antiguos trazados de trabajo, túneles y galerías mineras, con fuentes de energías renovables (al servicio de la comunidad), ocupando aquellos espacios desérticos que rodeaban la boca de la mina y las instalaciones fabriles básicas. Paraje con Centros Comunitarios alineados con prestación de servicios de salud y educativos imprescindibles para la atención y desarrollo tanto de los trabajadores y sus familias, como de la población próxima. Hoy Zacatecas, es una de las ciudades Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Hace unos días, se publicaban una serie de informes relativos a la industria minera y se aludía al resultado de una encuesta en la que se recogía la “escasa capacidad de atracción de talento” de esta industria. Se comparaba el grado de rechazo que, entre estudiantes de grado en último curso, se daba ante diferentes industrias (el 70% rechazaría un empleo en esta industria situada como la menos apetecible, contra “tan solo” el 33% en salud, ocupando el puesto mejor situado). A la vez, se destaca, de una u otra forma, el enorme “mercado esperable” de esta industria, la relevante importancia de su contribución a ese futuro que parece presente en toda estrategia de gobierno o empresa, identifica las enormes inversiones que se vienen realizando en el mundo, el acceso acelerado e intensivo de gobiernos en el capital y control de las empresas líderes, apetito imparable de los fondos soberanos y fondos de inversión, para jugar un papel cada vez más relevante en esta industria que invierte y se transforma a pasos acelerados. Nuevos materiales y minerales, nuevas tecnologías, nuevos modelos de negocio, exploración y explotación inteligente, nuevas infraestructuras y modelos organizativos “invaden” una industria en plena transformación que, además, interacciona a enorme velocidad con otras industrias generando auténticos ecosistemas industriales, territoriales, energético-sociales. Panorama, en principio prometedor, pero para el que la propia industria advierte como una de sus principales barreras la falta de competencias locales para la adopción de la tecnología requerida.

Todo un mundo en el que países (regiones, sobre todo), gobiernos y poblaciones desfavorecidas contemplan una extraordinaria esperanza de futuro. Países fundamentalmente explotadores o extractores, con menor o reducida capacidad manufacturera, comercial, investigadora y generadora de valor añadido, que se saben en el centro del protagonismo, aspiran a potenciar capacidades de liderazgo y sueñan en mejorar el bienestar de sus poblaciones y territorios. Toda una oportunidad para ellos… y, también, para todo ese mundo desarrollado que hasta hoy los ha visto con cierta o enorme distancia. En el fondo, nuevo signo de esperanza para mitigar la inequidad.

Quizás sea momento de repensar una relación, basada en una diplomacia democrática, económica e inteligente que posibilite la interacción entre diferentes modos y actores, capaces de arbitrar la financiación requerida (y seguramente quita compensada de la deuda externa que se les traslada, a cambio de desarrollo social, comunitario y bienestar), financiando empleo formal y de calidad, capacidades de desarrollo personal y profesional, ordenar/evitar una emigración masiva no deseada, y apoyar la institucionalización democrática real en estos países origen de una preciada materia prima que el planeta necesita.

En un reciente debate preparatorio de un curso ejecutivo, sobre la base del Caso de Beers (Harvard. ISC), inicialmente previsto para centrar el análisis en la coopetencia público-privada, en la “desconcentración geográfica” de las diferentes tareas de la cadena de valor y en la intervención del progreso social y la competitividad regional, se derivó una relativa “actualización” en torno a la industria minera, planteando opciones para abordar una solución integrada. Surgía, como base de referencia, el mundo complejo del Shared Value o Valor Compartido: la cocreación de valor empresa-sociedad. Generar riqueza a partir de demandas sociales, repensando modelos de negocio, reconociendo las cadenas de valor asociables y generando el valor compartido en todos los actores y eslabones de la cadena. De una u otra forma, los actores de la industria (aquellos que mejor lo han hecho) transmiten estos campos del pensamiento práctico más allá de la minería y responsabilidad social corporativa tradicionales. Sin duda, parecería razonable repensar una apuesta estratégica de futuro: al servicio de las comunidades y sociedades en que habrá de desarrollarse, generando riqueza para todos los implicados y logrando alcanzar ese futuro que conlleve, también, salvar el planeta, ganar el futuro, evitando hipotecar el presente, atendiendo a las poblaciones de hoy y mañana, democratizando un mundo inclusivo.

¡Nadie dijo que esto era sencillo! Sin duda es mucho lo que se ha hecho, enorme lo que está en marcha, pero mayor aun lo que está por hacerse.

Numerosas oportunidades para empresas que han de continuar su permanente reinvención, para gobiernos que pueden y deben redefinir sus políticas públicas favorecedoras de esta transformación para las regiones y poblaciones en las que operan, en nuevos espacios de innovación, tecnología y desarrollo social.

Hoy la industria minera. Ilimitado camino no exento de múltiples riesgos. Sin duda, se trata de ganar el futuro.