Aspiraciones de futuro para superar tiempos inciertos

(Artículo publicado el 24 de Abril)

La vuelta a casa tras las vacaciones (o recogimiento) de Semana Santa y Pascua, coincidente con la supresión oficial del uso obligatorio de mascarillas salvo ciertas excepciones de riesgo (en caso de que la comunicación mediática del gobierno español coincida con la letra de lo que publique en el Boletín Oficial del Estado, rara vez coincidente), parecería habernos devuelto a una relativa normalidad pre-pandémica, constatada por los indicadores comparativos que las cifras y comportamientos turístico-recreativos ofrecen. Sin embargo, esta ansiada percepción más que irreal, se ve lejos de cualquier atisbo de veracidad dominante si vamos un poco más allá y observamos cuatro mensajes persistentes, graves en sí mismos cada uno de ellos, extremadamente preocupantes en su conjunto interrelacionado y determinantes de nuestras vidas ordinarias: Ucrania, inflación, energía y cadenas globales de suministro. Cuatro ejes influidos, además, por un sin número de dispares comportamientos en términos de derechos de igualdad, de altruismo o negocio y eficiencia diferencial en su impacto no homogéneo a lo largo del mundo, desde decisiones tomadas en su momento en la propia gestión de la pandemia como en el suministro de equipos de protección individual, posicionamientos ante la prioridad o no de la disponibilidad de gas soviético, o del resurgir “público” de las insuperadas cloacas de Estado tras un espionaje del que nadie parece saber nada, que ensombrecen cualquier sensación de “vuelta a un pasado confortable o normal”, o ya sea un escenario algo más certero y conocido que el proceloso mar en el que habremos de navegar en los próximos meses (esperemos) o años.

Sin duda, detrás de estos cuatro ejes explicativos (o acompañantes) de nuestro tiempo, se sintetizan profundas transformaciones que, en definitiva, alumbran nuevas mentalidades, gobiernos para nuevos tiempos, nuevas prioridades, soluciones y modalidades de solidaridad diferenciales y selectivas, así como impredecibles consecuentes aspiraciones de futuro. Como siempre, impacto dependiente de la manera de afrontarlos según la balanza y óptica en términos de oportunidades y/o barreras-dificultades, conflictos o parálisis anímica, capacidad y voluntad decisoria, o disposición colaborativa/reivindicativa en confrontación per se. Adicionalmente, siempre sujetos a un imprescindible proceso continuo de alternancia política en los diferentes gobiernos por decisión democrática de sus electores.

El primer eje en cuestión es, sin duda, Ucrania. Mucho más que una invasión injusta, ilegítima, salvaje y trágica en plena Europa (dentro o fuera de la selecta Unión Europea  sujeta a sus mecanismos, normativas y tiempos de gestión-asociación). Mucho más que una invasión que sugiere un nuevo orden geopolítico, una nación que durante siglos ha pretendido elegir de forma libre su futuro, su modelo de convivencia y sentido de pertenencia. La tragedia provoca una nueva evacuación colectiva, búsqueda de nuevos proyectos de vida, nuevas vivencias y comportamientos ante procesos migratorios (¿de ida y vuelta?) para millones de personas que, en todo caso, conllevan un cambio de flujos demográficos, nuevos repartos de beneficios y pérdidas (sobre todo en términos de vidas, proyectos personales y familiares) y todo un conjunto de proyectos de reconstrucción y, esperemos que así sea, de reimaginación y reinvención tanto del país, como de sus relaciones con terceros, que supongan nuevos modelos de desarrollo y de flujos económicos, sociales y culturales. Observamos, con voluntad positiva y creativa, además de dolor, su nuevo futuro más allá de un triunfo sentimental, un reconocimiento universal y una voluntad solidaria y colaborativa de terceros. Una visión por encima del “coste bélico” que parecería presente en el condicionamiento de la vida fuera de Ucrania. Alimentación, energía, materias primas esenciales, se ven negativamente afectadas, también, por lo que sucede en este país y se convierten, para muchos, en la causa-explicación del resto de males que nos aquejan, haciendo olvidar que, si bien todo guarda una cierta relación, el resto de los ejes-acompañantes citados, tiene causa y vida propia, antes y después de Ucrania. Cada uno de ellos con espacio propio en el marco inicialmente señalado. Así, sin duda, la siempre temida inflación surge como abanderada de las consecuencias negativas, generalizables a lo largo del mundo. Bancos centrales, gobiernos, mercados financieros vuelven su mirada y preocupación principal hacia ella y parecen haber olvidado, en sus escenarios finales, un incierto punto final (más bien y seguido) de esta grave agresión bélica, minimizando su efecto devastador, confiando en “imaginarias posibilidades” de reconstrucción física, rediseño de fronteras y territorios y un paulatino movimiento hacia “espacios de tolerancia multilateral” con relativo acomodo de las partes (sobre todo de quienes no padecen o padecerán directamente sus consecuencias y decisiones). Desgraciadamente, asistimos impotentes a la gobernanza “global” que nos hemos dado, esperando, muerto a muerto, un final imprevisto. Parecería asumirse como una causa y no como una tragedia singular. Constatamos que es y será la lucha contra la inflación la que ocupará el esfuerzo de los próximos meses y, sin duda, condicionará las políticas públicas, su fiscalidad, ayudas y acompañamiento o no de las inversiones transformadoras (inevitables) y de la sustitución de la disminuida confianza ciudadana, en su ahorro y consumo, y en su desafiante actitud ante el futuro.

Desgraciadamente, esta compleja visita de una inflación que ya estaba entre nosotros antes de convertir a Ucrania en el foco del tablero, provocará un parón en el crecimiento inicialmente previsto, y se ve acentuada por el continuado deterioro de las cadenas globales de suministro, la distorsionada logística y seguridad manufacturera y alimentaria, pendiente de su recomposición bajo nuevos criterios geográficos, políticos y de su propia competitividad y, por supuesto, del propio orden que resulte del escenario final post Ucrania-Rusia.. Un parón “sinérgico” más allá del cuestionamiento, ya al parecer ampliamente comprendido, de una globalización ilimitada. Dos ejes críticos que guardan enorme relación con lo que, en positivo, tras el “chaparrón” será lo que algunos consideran una nueva revolución energética que habrá de hacer repensar (al menos en términos de plazos y de expresiones maximalista) la transición verde abanderada, hasta hace escasos meses, por un “salvar al planeta” como guía conductor de toda lucha contra el cambio climático. Petróleo, gas -sobre todo- y plazos para la llegada real de las nuevas fuentes de energía, la redistribución de roles geoestratégicos de productores, consumidores y jugadores intervinientes en las múltiples iniciativas exigibles para el cumplimiento de estrategias, pactos y compromisos están al caer. Así, la ya anunciada por algunos como una “nueva era energética” es mucho más que un juego de “islas energéticas peninsulares”.

Y, por supuesto, la redefinición de las cadenas globales (no solo de suministro, sino de valor), íntimamente ligadas a la geolocalización, la competitividad, el rol de los gobiernos en su relación con empresas líderes internacionalizadas y el conjunto de los espacios de desarrollo e innovación, no está sino en sus albores y confiere al resultado final un relevante peso e influencia. Impacto decisivo en este corto plazo, mucho mayor en escenarios futuros de largo plazo.

Cuatro “contratiempos” que, sin duda, han de condicionar el actuar de los gobiernos. Hoy, en consecuencia, los buenos gobiernos, creíbles, fiables, generadores de afección democrática, imbuidos de potentes liderazgos, resultarán más necesarios que nunca. Mitigar (eliminar es lo que desearía nuestro inconsciente) la desigualdad, afrontar las oportunidades (ilimitadas) que el mundo ofrece al servicio del bienestar, la riqueza que el nuevo mundo del trabajo y empleo permiten aportar, canalizar los recursos y “mercados financieros” para su logro, ordenar y gestionar la tecnología disponible (y la que está aún por venir) con una orientación humanista al servicio del bien común, está a su alcance.

Son sin duda, tiempos de crisis. Nuevos tiempos y prioridades para acelerar decisiones, al servicio de verdaderas aspiraciones de futuro. Nos pilla con un largo recorrido andado. Es mucho lo aprendido y suficientemente conocido lo que sería deseable (al igual que lo que no ha funcionado, ni ha satisfecho las demandas y necesidades sociales). Un buen momento para abrazar el optimismo, asumir el compromiso exigible y acelerar ritmos y decisiones para avanzar en la construcción de un mundo deseable. Eso sí, como siempre, “los gobiernos no vienen de Marte”, sino que responden a las decisiones y opciones individuales y colectivas de las sociedades que representan. Son nuestras prioridades personales y colectivas las que determinan la orientación de quienes gobiernan. Es, por tanto, nuestro compromiso, nuestro comportamiento y responsabilidad, también y de manera esencial, lo que alumbra un camino a seguir. No miremos a otra parte. No es tarea de “ellos”, sino de todos nosotros. Cada uno desde nuestra responsabilidad específica, activa y pasiva.

Este sería el verdadero viaje hacia la nueva normalidad. Este viaje sí que nos ayudaría a todos a “desconectar” de la mano de un cambio que decíamos buscar hace un par de semanas al “salir de casa y viajar como antes”, para “volver a la normalidad”, a conectar con un nuevo sentimiento, con nuevas actitudes y un nuevo espíritu y compromiso para un futuro distinto.

Efectivamente, una nueva etapa a transitar. Cuatro ejes esenciales (sobre todo parar la guerra, salvar a una población destrozada, reconstruir una nación y facilitar su derecho a elegir su camino en libertad…), aprender de su gravedad e impacto para acometer cambios radicales en la gobernanza mundial y afrontar la cadena de desafíos por venir. Confiando en nuestras fortalezas, convencidos de la necesidad de nuevas actitudes, de las muchas oportunidades que aparecen en el horizonte y la disposición al compromiso transformador que tenemos por delante. Un viaje sí, hacia una nueva (distinta) normalidad.

¿Buenas decisiones – buenos resultados? ¿Malos resultados – malas decisiones?

(Artículo publicado el 10 de Abril)

Hace unos días tuve la oportunidad de reunirme con dos dirigentes del país y acudían a la cita con una sensación de preocupación y urgencia, presionados por un par de cuestiones de relevancia que les ocupaban. Dos asuntos distintos, de diferente magnitud e impacto, pero con un denominador común: el resultado que a lo largo de los años habrían convertido en “erróneas” las decisiones que, tomadas en su día, no habrían respondido a lo inicialmente esperado. Consecuencia que hoy, situaban a quienes participaron de los respectivos procesos de toma de decisiones (sin mancha alguna de ilegalidad, favoritismo o búsqueda de beneficios personales o individuales) en el escaparate señalable de “actores de malas decisiones”.

Este hecho sucede todos los días. Vivimos rodeados de todo tipo de decisiones que, obviamente, generan resultados (positivos o negativos) y que, desgraciadamente, nos llevan a asumir como inseparables las decisiones y sus resultados, entendiendo que una buena decisión ofrece solamente beneficios y un mal resultado es, siempre, consecuencia de una decisión equivocada.

Fenómeno especialmente relevante en grandes proyectos, provistos de riesgo superior a los asuntos habituales, que implican complejos procesos y múltiples actores y que habrán de repercutir en la sociedad a lo largo del tiempo.

Releyendo a Annie Duke, en su exitoso libro “Thinking in Bets. Making smarter decisions when you don’t have all the factors” (Pensando en apuestas. Tomando decisiones más sabias cuando no tienes ni toda la información, ni conoces todos los hechos que lo rodean), con evidencias y ejemplos cotidianos, nos facilita la comprensión de dos cuestiones clave que determinan nuestras vidas (o simplemente nuestras opciones a lo lago de la vida): la calidad de los procesos de toma de decisiones y la suerte o el contexto ajeno a nuestro control. Entender esta diferencia a la vez que coexistencia de ambos elementos clave, es la esencia de los procesos de toma de decisiones.

Duke, destacada profesora de liderazgo y toma de decisiones, es una exitosa jugadora de póker, profesional en su momento, ganando una relevante fortuna en las mesas de juego. Son múltiples los casos que ella ha explicado en su larga trayectoria en el mundo de la teoría de juegos, los procesos para la toma de decisiones y el pensamiento que junto con otros relevantes académicos, constituyen referencia indispensable en la calidad de la toma decisiones ante problemas complejos, multi factoriales, en todo tipo de temáticas económicas, políticas y sociales. Como ella misma destaca, en un juego como el póker, decenas de decisiones, en entornos desconocidos e inciertos, sin conocer hechos reales de tus contrincantes, han de tomarse en poco segundos “mano tras mano”. Así con o sin la recurrencia del juego, en el libro ya comentado, alude a un ejemplo deportivo que generó, hace ahora más de siete años, gran polémica, no solo en el entorno deportivo en el que se produjo, sino un debate instalado en el mundo extradeportivo, académico, del management y profesional. En la Super Bowl de 2015 (final de la Liga Nacional del Fútbol Americano en los Estados Unidos), en una jugada crítica del partido, cuando todo llevaba a suponer que el equipo que iba por debajo en el marcador decidiera hacer una jugada concreta y ganar el partido, optó por una alternativa inesperada para la mayoría, siendo derrotado dada su mala ejecución (o el acierto del contrario impidiendo su logro). Los medios de comunicación masacraron al entrenador del equipo perdedor proclamando su jugada-decisión como la mayor estupidez, el mayor error cometido en la historia del fútbol americano. Tuvieron que pasar semanas para encontrar defensores de que la decisión tomada pudo ser la más indicada atendiendo a la experiencia, sistema de juego del equipo que la tomó y la estadística de fallos del contrario. Si con esta información el resultado hubiera sido otro, hoy hablaríamos de la decisión más inteligente y brillante en la historia del fútbol americano. El entrenador de entonces de los Seahawks de Seattle sería alabado por la historia de las “estrategias del fútbol” y sus contrincantes de entonces, “Los Patriots de Nueva Inglaterra” tendrían un palmarés menos en su exitosa trayectoria.

Volviendo al principio, con esta lógica, podíamos preguntarnos qué pasaría si repasamos un largo listado de resultados exitosos de proyectos complejos en situaciones de enorme incertidumbre y que sujetos a procesos de calidad en su toma de decisiones, hoy valorados, habrán fallado. El verdadero elemento diferencial no está en la asociación indiscutible determinista entre decisión-resultado, sino en la capacidad y oportunidad de “hacer buna una decisión tomada”.

Nuestras vidas y situaciones personales y profesionales están llenas de procesos de decisión. Las más de ellas se corresponden con situaciones no del todo racionales o con metodologías, información, procesos explícitos o conscientes. Pero, sin duda alguna, la inmensa mayoría de ellas, han dependido de la experiencia, la mejor de las informaciones disponibles, sabiendo, de antemano, que no existe la información perfecta en el momento de tomar una decisión que, al final, por muy colegiado y participativo que sea el proceso, corresponde a la “soledad última” de alguien, responsable de tomarla y al empeño en su ejecución -hacerla buena- y, por supuesto, a una cadena de circunstancias externas controlables o no controlables, e incluso “suerte” (generalmente aquello que no racionalicemos y que afecta a la opción elegida).

Toda esta “noma habitual” en la toma de decisiones, que se da en continuas y miles de opciones que la “alta dirección” (profesional, empresarial, de gobierno) obliga a interiorizar la responsabilidad de la calidad de los procesos y análisis a observar, a la importancia de entender los “marcos multi factoriales e interacciones” en el que han de encuadrarse las “pequeñas e importantes” decisiones a tomar, la evaluación de su impacto (del momento y, sobre todo, en el medio y largo plazo), la calidad del proceso seguido (en gran medida basado en la experiencia acumulada de quien a e decidir), de la confianza de las parte en los intervinientes asumiendo la “buena fe” y compromiso en la búsqueda del beneficio compartido de los implicados y, de manera muy especial, del esfuerzo sostenido en un propósito (el para qué de lo que hemos de elegir), la responsabilidad en la decisión-resultados entendiendo su diferenciación y el nivel o grado de los roles y ámbitos en que se decide. Estos ingredientes básicos, complejos, a la vez que comunes, son los que caracterizan la exigencia a las llamadas “Altas Direcciones o máximas autoridades”. Una publicación reciente, “CEO Exellence” (Seis pensamientos y directrices que distinguen a los mejores líderes del resto), editado por McKinsey, recoge, entre otros muchos casos, una sucesión de encuestas y entrevistas estructuradas del autor con los primeros ejecutivos de empresas relevantes o de instituciones y gobiernos. Básicamente les trasladaba su inquietud o sensación de que, dado su puesto y responsabilidad, “tendrían demasiadas cosas que atender y hacer”. La inmensa mayoría le confirmaban dicha impresión. Pero, aquella minoría que consideraba de mayor competencia e impacto en sus organizaciones le transmitieron lo siguiente: “En realidad, solamente tengo que ocuparme de una cosa: aquella que no puedan hacer el resto de la organización y sobre la que solamente ha de decidir el primer ejecutivo en el marco de la estrategia y propósito de la entidad”. Así de sencillo. La decisión buena o mala es algo cuyo resultado final será fruto de cómo hacerla posible, ejecución en la que intervienen muchos, en la que concurren muchos elementos externos y, las más de las veces, desconocidos e inciertos.

Juzgar a posteriori, sin la debida contextualización, sin entender que los actores de la toma de decisiones son múltiples, con diferentes cuotas de corresponsabilidad y, también, la influencia de la suerte, para valorar una relación decisión-resultado, no solo es un error, sino trasladar la causa del escenario final a un determinismo guiado por el azar. Aprendizaje, experiencia, responsabilidad, compromiso y apuesta son elementos esenciales del resultado, del proceso de toma de decisiones (más o menos explícito) y consustancial al rico a la vez que complejo día a día. Esta larga cadena de decisiones sí ofrecerá, en el tiempo, la calidad traducida en resultados.

Un mundo incierto y complejo no es la excepción, sino el campo de juego en el que han de darse los procesos de toma de decisiones. La calidad de los mismos, su propósito, el compromiso compartido en su ejecución, suponen la sabia indispensable para su logro conforme a lo previsto. Sin embargo, insuficientes, para garantizar un resultado concreto. Sin un proceso de calidad con dichos ingredientes no cabe esperar “buenos resultados”, pero aún con todo ello, desgraciadamente, sí caben malos resultados. En todo caso, la esencia diferencial consiste en “hacer buena la decisión tomada”.

El horizonte a largo plazo, las estrategias para conseguir superar los desafíos que enfrentamos, obligan a la toma de decisiones, de calidad, y a las apuestas clave, siempre basadas en una inevitable información imperfecta. Alta responsabilidad, no siempre reconocida.