Esperando al Gobierno…

(Artí­culo publicado el 24 de Enero)

Si la ausencia de mensajes claros en relación al por qué y para qué acordar algún tipo de gobierno alternativo al vivido en la ya concluida legislatura y/o la aparente complejidad negociadora esperable, lleva a la ciudadaní­a a creer que pudiera resultar irrelevante una u otra composición del mismo, bastarí­a echar un vistazo a una serie de cuestiones observables alrededor del mundo para reflexionar y darnos cuenta de lo mucho que nos jugamos según la orientación, sentido y uso de nuestros votos.

A lo largo de esta semana, una nutrida concentración de lí­deres empresariales, polí­ticos y académicos del mundo se reúnen en Davos, Suiza, en torno a una amplia agenda de preocupaciones, riesgos y oportunidades que afrontar cara a las imprescindibles actitudes y agendas de trasformación del mundo conforme a la convocatoria propuesta en el seno del Foro Económico Mundial. Más allá de discursos, imágenes y percepciones, se encuentran con un amplio dosier en el que más de 1.000 personas han venido trabajando a lo largo del año para focalizar su atención en el ya tradicional «Informe o Mapa de Riesgos» que, en esta ocasión, recoge 29 riesgos graves, con diferente grado de probabilidad de suceder de inmediato y su grado de intensidad e impacto en nuestras sociedades, economí­as y empresas. Riesgos que a juicio de 750 lí­deres entrevistados previamente habrí­an de ocupar nuestras preocupaciones, agendas y lí­neas de solución a futuro. Los diferentes riesgos (tecnológicos, polí­ticos, económicos, sociales y geo económicos o estratégicos…) exigen el trabajo convergente de diferentes grupos de interés, colaboración público-privada y soluciones locales y globales, indistintamente. Ninguna solución es mágica ni mucho menos unidireccional o asumida al 100% por todos. Toda posible solución, prioridad en la Agenda y grado de preocupación y ocupación dependerá, de la ideologí­a, la voluntad, la calidad del proceso de toma de decisiones y competencia de quien lidere las acciones del cambio, ya sea desde los gobiernos y las empresas, desde las organizaciones sociales, desde el mundo de la academia o desde el liderazgo religioso. Un Foro en el que se contrastan miles de opiniones, diferentes polí­ticas públicas, modos diferentes de dirigir y entender las empresas y diversas escuelas de pensamiento, desde las preocupaciones dispares a lo largo del mundo, región a región, paí­s a paí­s.

Es decir, que no basta constatar determinada información (ni siquiera compartible) sobre los diferentes grados de inequidad y desigualdad existente, o del acierto o desacierto en el impacto del cambio climático en el futuro económico y medio ambiental de nuestras sociedades, o de la intensidad de los conflictos armados, la economí­a ilí­cita, el caos y desgobierno en Estados fallidos, la presencia de la inmigración en un mundo de desmovilización, desplazados e inmigrantes, o en la capacidad de creación de empleo en diferentes economí­as según uno u otro modelo a seguir. Ni siquiera resultará indiferente la posición previa de unos y otros en su debate en el contexto de un nuevo escenario que centra la agenda citada en la «La 4ª Revolución Industrial» y su generalizado impacto transformador de todas las industrias, economí­as y sistemas de gobierno a lo largo del mundo. La información y el debate llevan a posiciones y decisiones diferentes según el observador, sus principios, actitudes e intereses.

En este sentido, parece evidente que un futuro gobierno español, en su parcela de responsabilidad, tiene una agenda compleja más allá del difí­cil trabajo de recuperar la confianza y credibilidad de la sociedad en la polí­tica, de recuperar o ganar respeto a las Instituciones, de favorecer la imprescindible consideración de un sistema judicial desprestigiado, alejado de la independencia requerida, de reconfigurar un Estado territorialmente inconexo bajo un modelo de insatisfacción y que reclama diferentes estadios de autogobierno, cosoberaní­a o, simplemente, una voz propia y participativa según diferentes grados de voluntad de un diverso mosaico de nacionalidades, regiones, percepciones, identidad y vocación de futuro. Un gobierno que ha de proponer y facilitar un nuevo tejido económico (necesariamente diferenciado región a región), establecer nuevos esquemas y una arquitectura financiera y fiscal alineada con los objetivos perseguibles y, sobre todo, aceptar el inevitable cambio radical de los sistemas de educación, formación, empleo y bienestar y reformularlos. Nueva agenda para un mundo en movimiento (mundo más rápido y cambiante, pleno de incertidumbre), sistémico e interdependiente, disruptivo, radicalmente novedoso en el que si bien cambia todo lo que nos rodea, quien más cambia somos nosotros mismos, las personas. Afrontar esta realidad no es cosa de manual. Dependerá de quien esté al frente (para entenderlo, para asumir el coraje y riesgo de fijar un camino, para conectar complicidades, para gestionar las decisiones, para llevarlas a cabo y para priorizar el reparto de sus beneficios y costes) y de su capacidad para liderar el cambio necesario.

Y, precisamente, en esta lí­nea, encontramos una serie de artí­culos y acontecimientos de  esta semana, que nos ayudan a entender cuan diferente puede ser la manera de actuar según quien lo vea y, en consecuencia, lo diferente que una decisión puede ser para nuestro futuro.

En un claro y valiente artí­culo de  Ian Goldin, profesor de Globalización y Desarrollo en la Universidad de Oxford, presentando en el ya citado Foro de Davos uno de los principales riesgos señalados (la migración involuntaria a larga escala), bajo el tí­tulo: «¿Cómo ha cambiado la inmigración el mundo… a mejor?», y tras preguntarse si la inmigración es «buena» o «mala» además de repasar los argumentos comunes que unos y otros esgrimen, de recurrir a cifras y análisis estadí­sticos, concluye con fuerza la clara evidencia de la significativa y beneficiosa aportación de la inmigración (y, en especial, en términos económicos), más allá de las dificultades y costes sociales y culturales que pudieran generar en el corto plazo. Con una estimación de 230 millones de personas migrantes a lo largo del mundo (un 3% de la población mundial), que supone un porcentaje más o menos estable a lo largo de los últimos 100 años en un mundo que ha cuatriplicado su población y que ha incrementado el número de paí­ses (de 50 a 200) con el considerable aumento de fronteras (con un consiguiente mayor número de desplazados y población inmigrante, por definición) y ante un cambio demográfico, sobre todo, caracterizado por el envejecimiento y que pese al impacto generado en Europa por el delicado incremento de refugiados a nuestras puertas, vive el drama añadido de concentrarse en paí­ses en desarrollo (o no desarrollados, en terminologí­a clásica). Así­, lejos del temor por la empleabilidad nativa provocable, parecerí­an deseables y recomendables polí­ticas activas pro-inmigración. Si el profesor Goldin sostiene que «la inmigración siempre ha sido uno de los mayores aceleradores del progreso y dinamismo humano» y, en consecuencia, apuesta por la promoción de polí­ticas favorables a su acogida y consideración positiva, no resulta extraño que otros enarbolen la bandera negativista y pongan el acento en su coste en el corto plazo, en la complejidad de gestión de los refugiados y desplazados que pasan una media de entre 3 y 20 años de sus paises de origen, en zonas de emergencia y acogida inicial por espacios medios de tres años en zonas temporales agravando su calidad y condiciones de vida, su capacidad de integración, su sentido de pertenencia, su identidad e integración. Unos y otros pueden recurrir a la misma información (como el ya mencionado Informe sobre Riesgos Globales) y, sin duda, unos actuarán de una forma y otros de otra. Recordemos a Donald Trump y su estrategia de «muros» anti inmigrantes y «aislamiento» islamista como proclama para su programa en Estados Unidos, por ejemplo, o la desunión europea ante la ya aceptada acogida de refugiados tras el conflicto en Siria. Una u otra lí­nea y sus consecuencias, dependen de la elección democrática.

Una segunda observación, en otro orden de cosas, nos llega de la mano del primer ministro irlandés, Enda Kenny. Para quienes se han creí­do en España las «recetas únicas» del hoy presidente en funciones, Mariano Rajoy, y su gobierno, clamando el apoyo a sus medidas argumentando que no existe ningún otro camino y que Europa teme cualquier alternativa, conviene tener la esperanza en un futuro diferente. Irlanda colapsó en 2010 y tuvo que recurrir al rescate de su banca y de su Gobierno de la mano de la Unión Europea y del Fondo Monetario Internacional. Hoy vuelve a crecer (6,2% en 2015), su desempleo ha vuelto a bajar (hasta el 9%) y su déficit público controlado por debajo de las exigencias de la Unión y con un significativo cambio en la composición de sus industrias clave dejando atrás la burbuja inmobiliaria. Kenny formula su renovado plan de futuro orientado a la creación de nuevas y más oportunidades de empleo hacia un desempleo en torno al 6%, con un plan extraordinario para «traer a casa» a los 70.000 irlandeses que debieron emigrar obligados por la recesión, así­ como un plan de vivienda y protección social para mitigar la situación de marginación de 200.000 desempleados más. Plan financiado por la venta de las participaciones del Rescate en la Banca «salvada» por la crisis, además de una polí­tica fiscal alineada con el potencial desarrollo de las empresas y sectores en los que quiere sentar su diversificación económica.

Será o no acertado el Plan de Kenny pero lo relevante, hoy y aquí­, es la existencia de propuestas alternativas. También en Europa, en la eurozona, hay espacios para otras opciones. Como el caso de Francia, con otra lí­nea y escuela de pensamiento, que, bajo la Presidencia de Hollande, ha presentado esta semana, bajo la declaración de «un estado de emergencia económica», un ambicioso Plan Extraordinario para la creación de empleo y erradicación del paro (la segunda lacra francesa tras el peligro y amenaza del terrorismo). Un Plan que pretende incorporar múltiples lí­neas de actuación bajo una y no «X» estrategias: el empleo. Formación  de los desempleados hacia nuevas habilidades y capacidades que la nueva revolución económica anuncia, contratación de mayores de 50 años y parados de larga duración, descentralización y reinvención de los sistemas públicos de empleo… reasignando el gasto presupuestario eliminando gastos «no esenciales». Hollande pretende trasladar a los franceses un doble mensaje: «Francia no puede permitirse cifras de desempleo estructural o duradero superior al 10% (3.600.000 desempleados) y la solución no puede llegar con medidas tí­midas o iguales a las que hemos aplicado hasta hoy». De esta forma, un contundente «ESTADO DE EMERGENCIA ECONí“MICA Y SOCIAL» ha de conducir la estrategia del Paí­s en los próximos años. Otros, el actual gobierno español, parece apostar por su «exitosa polí­tica» de su mandato monocolor y confí­a en el tiempo y en los factores exógenos para ir reduciendo, en el larguí­simo plazo, los niveles de desempleo.

 Así­ las cosas, cabe preguntarse si tendrán éxito en su empeño quienes sugieren nuevas lí­neas alternativas de actuación. No lo sabemos. Lo que sí­ conocemos son los resultados alcanzados hasta hoy.

Y esto es lo esperable de la polí­tica en su riqueza democrática. Afrontar el futuro, confrontar ideas y propuestas de solución y solicitar el apoyo de la sociedad para llevar a cabo determinadas polí­ticas y proyectos. No es lo mismo un simple juego de aritmética post electoral, que acordar proyectos de futuro compartibles. Los electores no hemos agotado nuestra responsabilidad y derecho con el voto del 20-D. El modelo de futuro que deseamos y por el que votamos sigue en juego. No hay recetas únicas. Cada uno ha de valorar el futuro al que aspira y el trayecto que está dispuesto a recorrer para lograrlo. Y en este recorrido, uno u otro gobierno resulta crí­tico.

Brecha y desigualdad, desafí­o 2016

(Artí­culo publicado el 10 de Enero)

Tras un generoso Olentzero, la ilusión en mantener una cierta tradición familiar celebrando los Reyes Magos con un cada vez más simbólico reparto de regalos, los «magos de Oriente» hicieron presencia en casa acompañados de un reparto de libros para todos y cada uno de los miembros de la familia. La lectura «sugerida» ha formado siempre una parte imprescindible de nuestra vida.

Así­, los comentarios de sobremesa con la apertura de libros permitieron un rápido recorrido desde la poesí­a de Neruda, el periodismo valiente de Oriana Fallaci, la novela de Kate Morton, los éxitos de la nobel de literatura Svetlana y la economí­a social. Piketty, Stiglitz, Ostry, Allen, nos acompañaron y, para sorpresa de algunos, acapararon el interés y debate de hijos y sobrinos, poniendo el acento en la desigualdad, la brecha social y la inclusión social.

Debo reconocer que, siendo un tema de mi máxima preocupación (y sobre el que los lectores de esta columna de opinión han tenido que soportar múltiples artí­culos), cada vez que pienso escribir sobre él, me pregunto si no soy demasiado insistente o repetitivo. Si bien, el interés observado el miércoles pasado y el repaso a las preocupaciones y propuestas de año nuevo, me llevan a volver sobre él.

Más allá de profundos estudios y análisis, basta recordar tres indicadores clave para situar la magnitud del asunto en cuestión:

1. Un reciente informe de Credit Swisse sobre la «Riqueza Global en 2015″ destaca el contraste entre la población mundial y la riqueza acumulada en su reparto según diferentes segmentos de población: el 71% de la población con una riqueza inferior a 10.000$ supone el 3% de la riqueza; el 35,1% de la misma en manos del 7,7% de la población con una cantidad entre 100.000 y 1 MM de $; y el 45% de la riqueza mundial se concentra a el 0,7% que tiene más de 1 MM de $.

2. ¿A dónde va el dinero (en USA) si los sueldos medios se han mantenido, en todos los niveles educativos y profesionales medios, en proporciones similares en los últimos 20 años? Los Presidentes Ejecutivos y Consejeros Delegados de las 500 grandes Corporaciones estadounidenses tienen una retribución equivalente a 275 veces el salario medio de sus trabajadores.

3. La riqueza acumulada y la desigualdad no son solo uno de los mayores problemas sociales, económicos y de valores existentes, sino que constituyen el centro de un debate esencial: si el capitalismo es esencialmente desigual y ésta se considera esencia inherente al sistema, un nuevo sistema es necesario. Las corrientes a debate entre polí­ticas redistributivas y de transferencia versus polí­ticas de provisión de servicios públicos para facilitar el crecimiento y la igualdad NO pueden estar confrontadas. Ambas deben conformar la base indivisible de cualquier polí­tica económica.

Estas relevantes observaciones vienen a cuento cuando en estos dí­as, como consecuencia natural de un cambio de año, se prodigan encuestas y pronósticos en relación con lo esperable en el año que empezamos. Así­, no deja de llamarme la atención, una vez más, el empeño del discurso mediático y empresarial de un supuesto desapego por el ejercicio de la polí­tica y el mensaje de irrelevancia e indiferencia con el que se pretende hablar de los gobiernos y la contradictoria evidencia en las respuestas de los ejecutivos y empresarios que se refieren casi en exclusiva a lo que deberí­an hacer los gobiernos, y muy pocas veces a transmitir lo que ellos mismos y sus empresas han de llevar a cabo. En este sentido, un diario económico de máxima circulación en España presentaba su macroencuesta a 100 lí­deres empresariales al objeto de conocer su opinión sobre la «consolidación de la recuperación y la creación de empleo» (el mismo dí­a que conocí­amos las cifras oficiales del desempleo por encima de los 4 Millones de personas, unidos a la constatación de un mí­nimo crecimiento de la productividad en el entorno al 0,5% en las últimas décadas y las previsiones de una elevada mutación en la empleabilidad de la industria y servicios de hoy ante la ya presente Industria 4.0); y las previsiones y acciones de futuro. Con honrosas y escasas excepciones, las respuestas se dirigí­an al gobierno (español): que garantice estabilidad, que reforme el mercado de trabajo y que facilite el acceso a una financiación barata y que liberalice mercados (en realidad, casi todos se referí­an a un Mercado y su famosa unidad -el español-, cuando curiosamente aquellas empresas globales son las más representativas de la internacionalización y globalización en curso, y cuyos mercados exteriores representan la mayorí­a de su actividad).

A la vez, en otro tipo de encuestas de mayor contenido y alcance, en su serie habitual y de prestigio en el mundo empresarial, Mckinsey publicaba las preocupaciones de 800 ejecutivos globales: la inestabilidad geo-polí­tica a lo largo del mundo (rebrote de altos puestos de conflicto, terrorismo internacional, comercio ilí­cito) y la compleja e inevitable innovación transformadora de sus productos-servicios adecuados a una nueva economí­a diferenciada, mercado a mercado.

Esta aproximación, señalando el enorme trabajo que le corresponde emprender  al mundo empresarial, nos permite entender un poco mejor la necesidad del esfuerzo, compromiso y desafí­o de todos.

Desafí­os que quedarí­an cojos de no contemplar las Sociedades y las Personas como esencia de los sistemas en que empresas y gobiernos operan. Es en este marco en el que cobran extraordinario interés dos trabajos que llegan a nuestras manos en estos dí­as, poniendo el acento, una vez más, en la Desigualdad. En primer lugar, la revista Foreign Affairs en su número Enero-Febrero, dedica una intensa serie de artí­culos al respecto, analizando sus causas, el por qué hemos de ocuparnos de ella y qué es lo que se puede hacer. Huyendo del debate sobre determinados elementos teóricos, cifras, algoritmos, etc. sobre estadí­sticas concretas y polémicas academicistas, aborda los puntos esenciales de una realidad creciente que, de una u otra manera, reclama nuevos modelos de crecimiento y desarrollo económico que apliquen de manera conjunta las diferentes polí­ticas de transferencia, redistribución y provisión de bienes y servicios públicos de calidad y con acceso real (tanto a los servicios como a la igualdad de oportunidades) y las polí­ticas de incentivo, apoyo y acompañamiento a las necesidades sociales. En el camino, gobernanza, renta básica, educación, salud y justicia, equidad, solidaridad y democratización de la polí­tica económica. En el segundo documento publicado y mencionado, el Foro Económico Mundial ha hecho públicas las conclusiones del trabajo realizado a lo largo de este último año en el seno de su «Meta Iniciativa» para el crecimiento inclusivo. El Informe ha tratado de llamar la atención sobre el rol e impacto de una larga serie de lí­neas de actuación e iniciativas que «están transformando el mundo», tratando de facilitar una nueva manera de afrontar un reto inevitable: generar riqueza de forma inclusiva distribuyéndola a lo largo del mundo. Así­, aborda el creciente movimiento del emprendimiento social, de la «profesionalización empresarial» en las comunidades religiosas y de iniciativa social en su trabajo solidario, las iniciativas empresariales en su transformación de modelos de negocio en torno a conceptos de valor compartido empresa-sociedad, en ejemplos de polí­ticas públicas de gran impacto en los menos favorecidos y garantes de cohesión social y pilar, también, de competitividad (como el caso de la Renta Básica implantada en Euskadi a mediados de los 80 o la Bolsa familia en Brasil, por citar dos ejemplos reales de éxito). Hoy en dí­a, el debate generalizado en el mundo de la economí­a pasa por la dotación de una renta «universal» que posibilite el desarrollo personal, mitigue las desigualdades y aporte la dignidad y autoestima necesarias, además de contribuir de manera directa a la cohesión social y a fortalecer, también, una base competitiva.

En definitiva, en este momento en que iniciamos un nuevo año rodeados de pronósticos, predicciones y buenas intenciones (personales), huyendo del catastrofismo de las predicciones mayas («Los lí­deres blancos guiarán al mundo a la oscuridad»), en el cien aniversario de la publicación de la Teorí­a de la Relatividad (Albert Einstein), alegrémonos de que la economí­a al servicio de la sociedad y de las personas no solo nos preocupe y ocupe, sino que la necesidad de comprometernos para construir un crecimiento inclusivo mitigador de la desigualdad, se convierta en una prioridad y llene las agendas de todos (de los gobiernos, de las empresas y de los ciudadanos). Pese a las dificultades y decepciones, la democracia tiene la suficiente y necesaria vitalidad para apostar por nuevas polí­ticas públicas que venzan las tendencias e incapacidad del mercado para resolver las demandas sociales. El nuevo año que comenzamos es una esperanza para revisar nuestra generación y distribución de riqueza.