Cuando la competitividad es mucho más que economí­a de factores…

(Artí­culo publicado el 19 de Octubre)

En un reciente encuentro con empresarios en México, en donde me encuentro estos dí­as, un alto representante de la patronal y Presidente de una importante multinacional me preguntaba: «…al margen de las razones y argumentos sociales que usted ha expuesto, ¿puede resumirme por qué deberí­amos participar los empresarios de forma directa en un proyecto de salud más allá de lo que realiza el Gobierno desde su responsabilidad?». Mi respuesta fue muy precisa: «Según los informes del Ministerio de Salud, las empresas mexicanas operan con trabajadores poco saludables: el 50% tiene sobre peso o es obeso, el 33% tiene colesterol alto, el 25%-30% está deprimido, el 20% padece tensión alta y el 12% diabetes. Se calcula que el coste indirecto por la pérdida de productividad atribuible a estas patologí­as es del 13,5%».

Sirva este episodio algo más que anecdótico para explicar la importancia de la interacción de las polí­ticas económicas y sociales cuando hablamos de la competitividad de las empresas, las economí­as y los territorios. Hoy, analizada esta cuestión desde Euskadi, pudiera parecer una obviedad vista la estrategia de desarrollo humano sostenible que se ha venido impulsando, en los últimos 35 años, desde los diferentes gobiernos vascos -aunque algunos se empeñen en calificarlos de «neoliberales»-, pretendiendo convertir su repetitivo eslogan en «verdad del pregonero». Sin embargo, en el escenario de crisis en el que nos venimos moviendo en los ya largos 7 años, son cada vez más las tentaciones y voces de quienes vuelven a enarbolar «banderas en favor» de silos separadores entre lo económico («necesario, imprescindible y prioritario») y lo social («inasumible, costoso y de alto riesgo para las futuras generaciones«) dejando, al parecer, en manos de los «Ministros de Hacienda», los recortes presupuestarios, la «ortodoxia» del déficit «mágico» que a alguien se le ha ocurrido situar en un inamovible porcentaje de obligado cumplimiento y, peor aún, a quienes asustados por el endeudamiento, el crecimiento de las necesidades sociales y el incremento del gasto social (y sanitario), los movimientos migratorios y la contundencia de las estadí­sticas demográficas, lleva a criminalizar a la enfermedad, la desigualdad, la pobreza y la necesidad social. En este contexto, resulta llamativa la afirmación del ex Consejero de Sanidad del Gobierno Vasco, Rafa Bengoa, en el contexto de la pésima y preocupante gestión de la epidemia del í‰bola: «La Ministra Mato no es responsable de la sanidad española. El responsable es el Ministro Montoro».

Y, en esta lí­nea, volviendo al punto de partida de este artí­culo, no podemos sino recordar que la salud no es solamente ausencia de enfermedad sino, sobre todo, mitigación de los riesgos de enfermedad de las personas a lo largo de su vida, y exige -como hemos visto en el caso del í‰bola- de la interacción clusterizada de múltiples áreas de actividad y de gobierno (Salud, Hacienda, Interior, Defensa, Infraestructuras, Tecnologí­as de la Información, Acción Exterior…) y de múltiples agentes que interactúan en favor del bienestar pleno. De la misma manera, la Competitividad no es cuestión de costes salariales, o de industrias y tecnologí­a, o de presupuesto en exclusiva. Si de forma reiterada hemos insistido que «en Competitividad todo importa», hoy más que nunca, hemos de reforzar la pedagogí­a socio-económica para evitar el confusionismo de muchas voces instaladas en el error. En este sentido, a lo largo de esta semana, entre otros muchos eventos, han tenido lugar un par de encuentros que vienen a cuento y merece la pena destacar: Un Workshop de la Social Progress Initiative bajo el apoyo de Orkestra y la Cumbre Europea de la Red «Shared Value Initiative» en Suiza. En ambos, destaca el eje conductor de esta nueva ola de pensamiento económico con el acento en la cada vez más relevante contribución de las ideas en torno al progreso social y al valor compartido empresa-sociedad trascendiendo del PIB, redefiniendo el rol de la empresa y los empresarios y reconfigurando sus roles en la cadena de valor y clústeres socio-económicos, orientando los «nuevos espacios y etapas» de la Competitividad, incitando a hacer de las demandas y necesidades sociales, el vector relevante de los nuevos modelos de negocio empresariales. Un nuevo paso adelante en el complejo mundo de la bien entendida Competitividad, si bien, desgraciadamente, aún escaso en el panorama polí­tico y empresarial -por supuesto sindical- necesitados de ideas refrescantes y compromisos renovados.

Ahora que los diferentes gobiernos (en especial los de las diferentes instituciones vascas por el interés inmediato que nos ocupa) afrontan la elaboración de sus proyectos de presupuesto, merecerí­a la pena tener en cuenta la importancia de la apuesta conceptual de las estrategias (completas) para un crecimiento y desarrollo inclusivo sostenible como el que nos ha traí­do hasta aquí­, a lo largo de los años, de la mano de un sueño, también europeo, de solidaridad y bienestar. El cada vez más generalizado y difundido «modelo vasco» no es una etiqueta, sino una estrategia diseñada a contra-corriente al servicio de las personas, del Paí­s y, también, de las empresas y nuestra economí­a. Esto y no otra cosa, es la apuesta por la Competitividad en Solidaridad. Absolutamente vigente -e imprescindible- para los tiempo que corren.

Así­, volviendo en este caso al punto de reflexión en materia de salud, no vendrí­a mal repensar sistemas, interacciones y factores crí­ticos esenciales y determinantes de la salud. Volver la mirada a su organización, procesos y actividades -extra Sanidad- ayudarí­an, sin duda, a devolver el protagonismo a los agentes de salud, más allá de bondades o restricciones financieras.

Una vez más, en este caso desde el ámbito de la salud, recordemos que la mal entendida COMPETITIVIDAD es mucho más que palabras, competencia y etiquetas economicistas. Es, sobre todo, estrategia convergente entre empresas, gobiernos y territorios al servicio de las personas .Toda una semana empeñados en romper silos y paradigmas del pasado. Tendencias deseables e imprescindibles que permitan afrontar nuevos espacios de solución compartida a necesidades y demandas sociales -y económicas-, más allá de simplificadas y excluyentes asignaciones de responsabilidades parciales.

Europa: ¿Una agenda al margen de los comisarios?

(Artí­culo publicado el 5 de Octubre)

Mientras una Comisión del Parlamento Europeo somete a los candidatos propuestos a Comisarios del futuro gobierno de la Unión Europea al democrático control de idoneidad, el nuevo Presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, no exento, a su vez, de contestación, inicia su mandato de la mano de su declaración de Polí­tica General: «Mi agenda para el empleo, el crecimiento y el cambio democrático en la justicia social».

Si el examen de estos dí­as parecerí­a enredarnos en la fortaleza de una buena práctica para la optimización de candidatos a gobernarnos, la realidad es que el sistema de pactos por el consenso instalado como «regla de oro» del funcionamiento europeo, nos llevará al resultado final de la aceptación de las propuestas de los partidos gobernantes en cada uno de los Estados Miembro con el beneplácito real de su correspondiente oposición «nacional». Desgraciadamente, un buen ejercicio de idoneidad queda desvirtuado en origen y Juncker gobernará con un equipo designado en el exterior que ha de asumir como suyo al margen de su voluntad y adecuación individual a «su agenda».

Con esta hipoteca de partida, el Presidente Juncker ha hecho un notable intento por superar las dificultades y tratar de ordenar las agendas individuales, dirigiéndolas hacia un programa común en torno a su propia agenda personal ya declarada y la reorganización del gabinete con la creación de Vicepresidencias, coordinadas bajo un tí­mido esfuerzo de «clusterizar» áreas interrelacionadas en la terminologí­a de la propuesta de Guy Verhofstadt en su programa electoral.

Así­, a la espera de conocer su equipo (pudiera producirse alguna renuncia previa como Arias Cañete o Pierre Moscovi), Juncker ha marcado su agenda y ha remitido una circular individual a cada uno de los Comisarios para «darles instrucciones y fijar los aspectos clave que cada uno de ellos ha de cumplir», utilizando el ya viejo método que el Primer Ministro francés, Rocard, incorporara en los años 80 a la gobernabilidad. La entonces «Circular Rocard» establecí­a objetivos generales y particulares y marcaba el campo y reglas de juego a cada uno de sus Ministros, Secretarios de Estado y responsables de Agencias Públicas. Pretendí­a, como lo hace hoy Juncker, evitar un gobierno de «silos», una sucesión de «Planes y Programas Departamentales» y, en cambio, disponer de «un Plan de Gobierno».

Hoy, con este esquema de trabajo, el Presidente Juncker reconoce el mal momento por el que pasa Europa y su lejaní­a de la afección ciudadana, la «injusticia social» de las polí­ticas de estos años de crisis y la prioridad de su mandato en «el estí­mulo y fortalecimiento de la competitividad y creación de empleo», comprometiendo la presentación, antes de 3 meses, de un paquete integral de programa y medidas que, si bien en el contexto de la Visión Europa 2020, reconduzca objetivos y programas. Adelanta que su Europa será «mayor y más ambiciosa en los grandes temas en los que habrá de concentrarse» y «modesta y menor en pequeños asuntos». Bajo este reclamo, pide a su equipo (en especial a su Vicepresidente «para la Regulación») revisar, reinventar y ordenar los mecanismos de ayudas, financiación y apoyo, en especial, a la PYME así­ como utilizar de una manera eficaz el BEI para movilizar, de inmediato, 300 billones de euros hacia las nuevas inversiones en los próximos 3 años. Las inversiones han de focalizarse en infraestructuras de transporte y energí­a, centros manufactureros, digitalización y banda ancha, con especial interacción con el renovado programa y fondo de «garantí­a juvenil» al servicio de los nuevos empleos. Recuerda que al servicio de estas lí­neas de inversión, habrán de optimizarse las iniciativas conjuntas de educación, investigación e innovación. Además, Juncker señala áreas vectoras de esa apuesta inversora: hacer de Europa el Número 1 en energí­a renovable, llevar la industria europea hacia un peso único del 20% del PIB con especial incidencia en los clusters de automoción, aeronáutica, ingenierí­a aeroespacial, quí­mica y farmacéutica de la mano de las «Fábricas Sofisticadas» y, finalmente, «resolver de una vez por todas el desajuste de la banca y su comportamiento».

Más allá de estas propuestas (dejemos para otro momento sus recomendaciones en materia de migración, acuerdos con Estados Unidos, o el «parón por el próximo lustro de ampliaciones a nuevos paí­ses candidatos»…) parecerí­a de interés considerarlas como una hoja de ruta que pueda llevarnos a preguntarnos qué tan alineados estamos con ellos en casa, si esas polí­ticas «mayores para grandes cosas» lo son o no, y si nosotros podemos o no aprender y aplicarnos «el cuento». Pero, a la vez, hemos de observar si el intento Juncker es suficiente y sus «mandatos epistolares» pueden surtir efecto. Por ejemplo, si tomamos en consideración una de las 26 cartas particulares remitidas y repasamos los puntos clave de «la misión que encarga» a la nueva Comisaria para la PYME (en realidad Comisaria para el Mercado Interior, Industria, Emprendimiento y PYMES), El?bieta Bienkowska, vemos que le pide «contribuir en los proyectos que han de coordinar el VP para empleo, crecimiento, inversión y competitividad; el VP para el Diálogo Social; el VP del Mercado único digital y el VP para la Unión Energética», focalizándose en la redefinición de un heredado e incompleto mercado interior, facilitar el acceso a la financiación de las empresas y proyectos dirigidos a desarrollar nuevas fuentes de empleo, promover las aplicaciones de las KET (Tecnologí­as facilitadoras), promover una mejor regulación de determinados sectores (telecomunicaciones y energí­a) y favorecer una nueva polí­tica de compras públicas (en especial en Defensa) al servicio de la empresa. Eso sí­, también le indica que se procederá a una nueva estructura en su departamento fusionando las Direcciones Generales de Mercado Interior y Energí­a y, por supuesto, la acompaña de un amplio anexo con los recursos con que ha de contar (cargos responsables incluidos). Este es el modelo europeo. No es de extrañar la selva burocrática en la que debemos entendernos una vez nos adentramos en la distante Bruselas.

Que duda cabe que en Europa, hoy, más allá del reto o no a un determinado Comisario, el gobierno de la Unión Europea, sigue un rumbo que, sin duda, marcará de forma relevante nuestras polí­ticas públicas y consecuente futuro. Pero, a juzgar por su propia gobernanza, cabe pensar que durante los próximos 3 años de mandato y agenda, más vale que desde los «pequeños miembros» de este sueño inconcluso, nos esforcemos en definir y aplicar una estrategia propia. Bienvenidas las buenas intenciones y la estrategia global tras la visión rectora de los planes y programas de ayudas públicas, pero, por encima de todo, no olvidemos definir nuestro propio camino y nuestra mejor gobernanza. Eso sí­, agradezcamos a Juncker su intento en liderar un gobierno y no en representar a 27 gobiernos o gobernantes distintos inspirados en sus propias buenas intenciones.