Vuelta a la realidad

(Artí­culo publicado el 24 de Agosto)

Coincidiendo con el inicio de la crisis económica en Occidente en el ya pasado 2008, la excepción del crecimiento chino conviví­a con una significativa euforia de «prosperidad» en el seno de su sociedad que dio lugar al éxito de la novela de Chan Koonchun, «Años de Prosperidad». La novela utiliza un atractivo y misterioso reclamo argumental, «Un mes perdido«. Un mes de tensiones, conflictos, despotismo y desprecio a las normas democráticas básicas, sectarismo gobernante y un oficialismo maquiavélico actuante desde una estrategia de manipulación y propaganda al servicio de intereses concretos de un determinado establishment. Un mes «suprimido del calendario» de modo que la complaciente y desinformada sociedad china pudiera disfrutar de ese paraí­so de la felicidad y prosperidad, ajeno al desarrollo real del mundo y, por supuesto, de su propia sociedad, más allá de determinados indicadores económicos. Un mes perdido, oculto, manipulado capaz de reinventar un cierto «mundo feliz», hurtando la realidad de la conciencia colectiva vendiendo una falsa prosperidad interna, única, alejada de la crisis exterior ejemplo y causa de todos los males.

Este entretenido hilo argumental novelado parecerí­a reproducirse con relativa intensidad en el tradicional veraneo del que disfrutamos. Así­, Agosto, dominado por un merecido descanso vacacional, por el «cierre ocupacional pactado», y por las fiestas que se extienden a lo largo de toda la geografí­a en beneficio de una sociedad necesitada de compensaciones y alegrí­as, en el que relajamos nuestras preocupaciones y aplazamos para el nuevo curso los problemas y retos que hemos de afrontar, se habrí­a convertido  en un mes perdido («robado, «eliminado»), bajo el ya previo paraguas de una legislatura de mayorí­a absoluta, decreto-ley semanal precedido de burbujas informativas, propaganda interesada, manipulación de la realidad trasladando el origen de todos los males «al exterior» pese al buen hacer del gobierno y su partido. Mes vacacional al que habrí­amos llegado tras los mensajes optimistas de un presidente Rajoy que anunciaba no ya la salida y final de la larga crisis sino la exitosa manera de hacerlo, como ejemplo de la economí­a mundial, nueva locomotora europea, referente académico futuro del que aprenderán las nuevas generaciones y, por supuesto, todo debido al buen gobierno, a sus polí­ticas internas y sin la necesidad de recurrir a rescate exterior alguno. Mes de descanso para el que dejábamos aparcados «pequeños problemas«, todos exteriores, como el desempleo estructural, la desigualdad, el empobrecimiento generalizado de el quinquenio de crisis, el desorden organizativo y de modelo de Estado, la confrontación polí­tica y la extensa mancha de corrupción invadiendo al propio Presidente y su partido, a la Casa Real, Baleares y sus arreglos inmobiliarios, Andalucí­a y sus ERES, Pujolitics, etc. Por supuesto, mientras la economí­a española funcionaba y el mundo feliz se personaba en el «interior», la ciudadaní­a «exterior» deberí­a ocuparse de una serie de problemas que les aquejaban: el desenlace del conflicto ruso-ucranio-europeo-mundial; la nueva invasión de Irak tras el desastre agravado con una primera invasión apoyada y promovida por cuatro ex lí­deres mundiales hoy fuera de sus responsabilidades públicas; una pléyade de refugiados y desplazados con los inacabados conflictos bélicos en Siria, Libia y Afganistán; el permanente conflicto y masacre de Gaza; la masiva llegada de una desesperada inmigración subsahariana a Europa… y, por supuesto, un sustancial parón en el crecimiento y desarrollo económico en otras economí­as.

Así­ las cosas, cuando el «mes perdido» parecí­a llegar a su fin y se anunciaba un éxito sin parangón de la nueva «locomotora europea», envidia, de nuestro entorno, próxima a acometer una profunda regeneración democrática, ha sido el propio gobierno desde su Ministerio de Economí­a quien, de la mano de la «mala influencia exterior» se ha apresurado a adelantar los peligros a los que hemos de enfrentarnos en el próximo otoño. Al parecer, el mes perdido vuelve al calendario. Efectivamente, tras unos dí­as de descanso, en un breve corte radiofónico, el gobierno español explicaba las causas «externas» que provocaban el parón exportador de la economí­a española (motor de la recuperación y de la supervivencia durante todos estos años de crisis en los que el mercado español desapareció), de modo que ya no eran las polí­ticas propias de Rajoy las que llevaban al éxito sino que era el comportamiento de las economí­as europeas (sobre todo Alemania y Francia), la ralentización del crecimiento en los paí­ses emergentes, el valor del euro en relación con el dólar, la crisis ruso-ucrania, la incertidumbre en Irak y su influencia en la energí­a, lo que explicaba el comportamiento de la economí­a española (para bien y para mal, dirí­a yo). El Secretario de Estado no tuvo oportunidad de incluir, aún, entre las causas citadas, el impacto del ébola o el cuestionamiento polí­tico (interno y externo) del Presidente Obama tras sus decisiones respecto a Irak y Missouri. Ha bastado un estornudo (un indicador trimestral que muy seguramente se verá mejorado en su próxima publicación y un verano de baja actividad ministerial y periodí­stica precipitan la reacción. Hoy mismo el euro-dólar varí­an sus posiciones de forma significativa, el ingreso turí­stico del verano favorecerá la balanza comercial…) para acercarnos a una realidad objetiva: la interdependencia compleja entre hechos, causas y percepciones que explican el estado de bienestar y prosperidad de una economí­a.

La trampa de «lo nuestro va bien y lo de fuera no funciona» termina atrapando a quien la manipula. Valoraciones aparte, cobra especial relevancia el entender la interacción entre los diferentes impactos (la inmensa mayorí­a de ellos fuera de nuestro control directo) que para bien o para mal terminan condicionando nuestra vida y determinando los escenarios en los que nos movemos. Así­, si bien resulta imprescindible comprender los potenciales impactos externos en un contexto en el que nos movemos y que han de incorporarse a nuestras propias estrategias (estados, paí­ses, empresas, personas), serán precisamente estas decisiones propias las que habrán de establecer nuestras propias decisiones orientadoras de ese deseado y soñado espacio de prosperidad del que hablamos y no podemos renunciar a nuestro propio protagonismo y evitar ese «mes robado» de la metafórica y novelada referencia china. La realidad es nuestro verdadero reto. Así­, aunque el merecido descanso temporal nos haya permitido relajarnos, recordemos una serie de hitos que el calendario otoñal nos tiene preparados para la vuelta. El «mes perdido» y las próximas hojas del calendario no podrán borrarse por decreto-ley.

No nos despistemos. La burbuja propagandí­stica ha empezado a calentar motores y a proclamar una nueva regeneración democrática con su reforma electoral (cambiar las reglas del juego a mitad del partido) extendiendo una serpiente de verano que anuncia una baterí­a mediática intensa ante los acontecimientos reales por venir. Escocia y Catalunya son mucho más que dos citas (diferentes y con recorrido propio) que habrán de impactar en la economí­a y polí­tica del Estado de manera relevante, condicionarán -con independencia- del resultado del referendum en el primer caso y de la celebración o no de la consulta en el segundo, el futuro modelo de Estado, su financiación, la gobernanza, las reformas inevitables de la Constitución, las polí­ticas públicas y modelos de participación ciudadana y, en verdad, los elementos clave de una regeneración democrática. Adicionalmente, y con imprevisibles interacciones, no podemos olvidar que la extensa mancha de corrupción ha inundado los tribunales y está en un punto álgido, excediendo el ámbito concreto y privado de los implicados con serias connotaciones y consecuencias polí­ticas y de Estado que habrán de condicionar esa tan mencionada regeneración, renovaciones de cúpulas y maneras de ejercer el servicio público y gobierno. Tenemos un contexto pre electoral inmediato y… siendo «asuntos internos» (que en palabras del Ex Presidente de gobierno español, Felipe González, «eran cuestiones de Directores Generales…») exigirán de una gran dedicación y responsabilidad de todos.

El estado de prosperidad y felicidad que deseamos no será fruto ni de la propaganda ni del pasotismo ni de una actitud indolente de «dejarlo pasar» a la espera de que las cosas sucedan. Cualquier intento por dejarse llevar por la maní­a de los «cortes radiofónicos de 30 segundos», ó por las señales parciales e indicadores macro y temporales no llevan a ninguna parte. Se trata de no olvidar que los grandes problemas sobre los que si se puede y se debe actuar desde dentro, están sobre la mesa y es, precisamente ahora, cuando exigen nuestra respuesta: bienestar, progreso social, gobernanza, nuevo modelo de Estado y su autogobierno, normalización democrática (y no olvidar la pacificación aun pendiente), no son etiquetas polí­ticas «que hoy no preocupan al ciudadano que lo que demanda es empleo«. Es precisamente el empleo, la capacidad de generarlo, la capacidad de crear riqueza sostenible y de administrarla en un modo concreto lo que obliga a considerar todos estos elementos trascendentes en cualquier modelo económico. No es por tanto, el í­ndice inconexo de una proclama polí­tico-electoral, sino el espacio esencial de la tan anunciada regeneración democrática que permita dotarnos de un futuro deseado. No es momento de discursos huecos ni de perpetuarse en el engaño.

Hace diez años, en el verano de 2004, el entonces joven senador de Illinois, Barack Obama, despertaba una ola de ilusión en su discurso inicial para su candidatura demócrata a la Presidencia de los Estados Unidos de América. Su discurso,» Audacity of Hope» («La audacia de la Esperanza»), anticipo del que más tarde fuera su libro conductor de su polí­tica de gobierno a lo largo de esta década, pretendí­a poner en valor la polí­tica y los servidores públicos a la vez que provocar un rencuentro entre los mundos público y privado al servicio de la Sociedad. En un contexto de claro distanciamiento, de confrontación partidaria, de descrédito y desapego y de búsqueda de soluciones unipersonales. Proponí­a una nueva manera de afrontar los retos y demandas sociales, una nueva forma de gobernanza, una nueva consideración de los demás y un nuevo rol e interrelación de su Paí­s con el exterior y los demás. Su discurso de regeneración democrática, en contraposición a la práctica observada en sus antecesores le llevó a la Casa Blanca y, de inmediato, con más discursos y promesas que hechos, le concedieron el premio nobel de la paz. Hoy, más allá de logros y fracasos que el tiempo y los electores  definirán, con solemne fortaleza y tranquilidad comparece ante los medios dirigiendo nuevas intervenciones en Irak (guerra que criticó y de la que prometió salir), navega en procelosas y turbulentas aguas de Gaza y Ucrania y «observa con preocupación y desolación» el rebrote histórico de la no integración racial en Missouri y sus amplias secuelas de marginación y exclusión del sueño americano. Sin duda, la complejidad de la gobernanza y de los retos de nuestras sociedades así­ como los sueños honestos de quienes asumen el liderazgo (público o privado) no son fácilmente traducibles en los resultados esperados por todos. Si son exigibles, sobre todo, compromisos, responsabilidad y coherencia en la esperanza de un mundo mejor y en la audacia necesaria para afrontar retos y problemas. La prosperidad esperable no puede dejarse en manos dela venta y propaganda ni, tampoco, en los demás. Como Obama, ni él ni ningún gobierno o lí­der es responsable de todos los males que nos quejan ni de todos los logros de una Sociedad. Son demasiados los factores que intervienen en el escenario y resultado final y la interdependencia sistémica exige una complejidad participativa máxima con el compromiso de todos los agentes económicos y sociales de las diferentes sociedades implicadas.

Solamente de esta forma, desde el compromiso personal y colectivo, activaremos una verdadera manera de afrontar nuestra propia prosperidad. El camino no es el cómo vender felicidad ocultando la realidad sino responder al cómo nos hemos dejado atrapar en un sistema y momento como éste y, sobre todo, el cómo reinventarlo al servicio de una sociedad próspera y feliz.

No dejemos, en ningún caso, que más allá del verano, los largos años de crisis y la dura realidad que vivimos, se «borren del calendario» como si nada hubiera pasado y cambiado. Hemos aprendido mucho. Pongámoslo en valor y construyamos -esta vez no de forma novelada sino real- nuestros años de prosperidad.

Cuando los estados y sus territorios se mueven

(Artí­culo publicado el 10 de Agosto)

Si bien a lo largo de la historia las ciudades (o, de forma más precisa, las ciudades-región) han sido los principales motores de crecimiento, riqueza y productividad, todo parece señalarlas, con renovada intensidad, como las verdaderas protagonistas de la competitividad y prosperidad del futuro más allá de la actual configuración y posición dominante de los Estados. Hoy, la urbanización creciente (por primera vez en la historia es mayorí­a la población urbana) y la concentración y «globalización» económica vuelven su referente hacia la Ciudad, lo que hace que este fenómeno, se vea reforzado. Atendiendo a un reciente informe, próximo a publicarse por el World Economic Forum de la mano de su Consejo de Competitividad, en el que se analizan una serie de megatendencias, parecerí­an adelantarse nuevos escenarios dadas una serie de megatendencias destacables como: 1) Los procesos demográficos y migratorios y su creciente concentración urbana integradora de la clase media emergente, 2) Una creciente desigualdad en geografí­as próximas y, en especial, en las grandes urbes, 3) La cada vez mayor demanda de un nuevo espacio de sostenibilidad, 4) Radicales y disruptivos cambios tecnológicos y sus aplicaciones a los mundos del trabajo y de la provisión de servicios y soluciones a los desafí­os de la sociedad, 5) Una progresiva e imparable clusterización de las actividades económicas cada vez mas entrelazadas generando amplias cadenas de valor en un contexto de interdependencia entre ámbitos local y global, 6) Una nueva gobernanza -pese a las resistencias del sistema establecido- demandante de nuevos conocimientos, una mayor participación y democracia real.

Y es precisamente en este contexto esperable, en donde las ciudades-región definen su competitividad y propósito de progreso social, en donde habrán de reconfigurar su propio marco institucional y fijar su compromiso-desafí­o en materia económica, social y polí­tica, organizando su propio espacio «único y diferenciado», estableciendo sus mecanismos de interrelación con terceros. Nuevos espacios que demandarán instituciones, polí­ticas, estrategias y procesos determinantes de un cierto nivel de productividad y bienestar, diferente en cada caso, sostenible en el tiempo en respuesta a los grandes desafí­os, cambiantes, a lo largo de su propia historia y propósito de futuro. Así­, el citado Informe («The Competitiveness of Cities»), propone una «taxonomí­a de las ciudades exitosas del mañana» que contrasta  con el estudio del desarrollo de 33 ciudades (Bilbao-Euskadi entre ellas), a lo largo del mundo, analizando sus distintas instituciones, marcos y procesos en la toma de decisiones (¿cómo reformar?); el como generar, regular e impulsar un entorno propicio para el desarrollo incluyente y próspero (¿qué reformar?); sobre que pilares e infraestructuras basar y acelerar su transformación, (que de una u otra forma y en algún momento del proceso exigirá dotaciones fí­sicas y recursos adecuados (¿Conectividad hard o fí­sica?); y como potenciar su capital humano y social (¿Conectividad soft?). Cuatro ejes sobre los que profundizar en el análisis de cuyas conclusiones observada y lecciones aprendidas podemos destacar, entre otras cosas, el hecho de que cada región o ciudad es única, que su futuro y desarrollo ha de ser flexible y progresivo, coherente con la voluntad y compromiso de sus ciudadanos y agentes económicos y sociales, ha de contar con instituciones sólidas, creí­bles, transparentes, facilitadoras de movimientos y acciones largo placistas, actuando sobre la totalidad de los factores crí­ticos de forma simultánea, priorizando acciones y recursos y dotándose de los medios especí­ficos para su logro, siempre sometidos a un conocido sistema de control («accountability»). Todo este proceso exige un claro sentido de pertenencia (fuente de compromiso y solidaridad) y una voluntad polí­tico-social con un claro deseo de apropiarse de su propio destino.

Sin duda, un buen número de factores que habrí­an de configurar un nuevo futuro para cualquier ciudad-región que aspire a ser mucho más que un mero «contenedor fí­sico» en el que se alojen acontecimientos, hechos, obras, bienes fortuitos, heredados o depositados por terceros al amparo de otros intereses o servicios externos. Por encima de todo, el futuro de las ciudades será cuestión de propósito y proyectos compartibles y no de decisiones impuestas o uniformes, iguales para todos.

El citado informe, viene a coincidir con una nueva ley de ordenación del Territorio y de la distribución competencial entre los distintos poderes públicos en Francia. El pasado 23 de Julio, se aprobaba «la Nouvelle Carte de France» (si bien pendiente de su revisión y sanción por el Senado en el próximo otoño) lo que supone un último paso (de gran calado) en el proceloso y complejo empeño transformador de la Ordenación territorial de Francia en pasados treinta años, en una apuesta «descentralizadora», siempre supeditada a la, al parecer, inevitable «grandeur»  centralizadora del gobierno vecino. Una nueva reforma que según su propia exposición de motivos «pretende construir el futuro desde la eficiencia y la modernidad, racionalizando el gasto de sus administraciones públicas, favoreciendo la concentración económica en metrópolis competitivas en el concierto global, a partir de una administración única.» «Un nuevo mapa que reconfigure la relación regional sobre las bases de la homogeneidad y tamaño económico eficiente y no sobre la cultura, identidad e historia que, en ocasiones, provoca duplicidades, dificulta la gestión y demanda infraestructuras costosas».

Bajo estos principios, el gobierno francés (socialista) cuyos votos han posibilitado este primer paso, perfila una reorganización -una más- de sus 101 departamentos, 36.700 ayuntamientos, 22 regiones y 2,600 agrupaciones intermunicipales, unificando y distribuyendo competencias únicas y exclusivas en una nueva Administración íšnica. Reforma que, tras su secuencia de leyes y elecciones en desarrollo, en un dilatado calendario, lleve a un nuevo escenario en el 2020, sobre la base de una serie de premisas que parecen contradecir el verdadero ritmo de los tiempos.

Así­, Francia descubre la Metrópoli para concentrar sus polí­ticas, recursos y motores de desarrollo en 13 mega ciudades foco de sus regiones de nueva planta, reformulando su mapa, volviendo a dibujar cuál tarea de delineantes y «traza- fronteras», los nuevos espacios de futuro, precisamente, cuando la economí­a pretende cada dí­a tener más alma y ojos que recetas conductistas, cuando el tamaño mí­nimo se ve desplazado por la interdependencia entre las diferentes unidades económicas, cuando el capital social y su compleja interrelación aporta más valor que la sumatoria productivista medible en economí­as de escala del pasado y las cuentas de resultados de empresas aisladas, cuando la llamada globalización reclama una importante «vuelta a casa» poniendo en valor el factor local, cuando el progreso y bienestar demandan soluciones diferenciadas y cuando son precisamente las grandes aglomeraciones metropolitanas las que ofrecen peores í­ndices de habitabilidad y confort, mayores brechas de desigualdad y marginación, mayor demanda de recursos e infraestructuras, menor grado de participación democrática y mayores problemas de gestión, contra poder y control.

De esta forma, como primer paso, Francia reorganiza sus 22 regiones en trece, suprime Consejos Regionales, elimina miles de cargos electos, fija una nueva dimensión mí­nima obligatoria para disponer de un ayuntamiento y gobierno municipal (20.000 habitantes) e incluso promueve una reforma constitucional supresora de la llamada  «competencia  general» que facilita a toda Administración, del nivel que sea, intervenir en aquellas áreas de interés y demanda de su Sociedad. En definitiva, un largo camino por recorrer, en contraposición a muchos de los elementos crí­ticos que comentábamos en el primer Informe sobre la Competitividad de las Ciudades.  Estamos, por tanto, ante una reforma que si bien ofrece la bondad de afrontar la inevitable transformación de los espacios regionales, parece primar principios del pasado, soportados en la ideologí­a centralizadora de quienes creen que por el hecho de gobernar desde el centro de los Estados vigentes y el establishment, poseen el don de la eficiencia, del mejor conocimiento de las cosas y de una mayor capacidad tutelar sobre el resto a quienes siguen considerando de «provincias» cualquiera que sea su estatus administrativo (y ya no digamos polí­tico). Esta herencia que parecerí­a conceder, por derecho divino, la supremací­a perpetua. Todo en/desde el centro serí­a mejor… Sin embargo, no podemos olvidar la maldad del planteamiento.

Toda una reforma para «descentralizar» que no para «desconcentrar» o devolver poder y competencias a las personas, las ciudades y las regiones, huyendo de cualquier compromiso de empoderamiento, compromiso, propósito y libre decisión. Una reforma que desprecia la historia, la identidad, la cultura y la diferencia, ó la organización pre existente, el grado de desarrollo institucional o la voluntad de construirse su propio espacio, o de las interacciones de vecindad regional, como elementos crí­ticos a la hora de construir su futuro. Un reparto que provoca la integración de «vecinos distantes» bajo el criterio de la proximidad y el tamaño, sin atender a relaciones culturales, sociales o tejidos económicos y lazos históricos. Principios y proceso que no hacen sino recordar fracasos históricos como los ya conocidos repartos de fronteras casi siempre de la mano de compromisos nupciales, guerras a favor de los vencedores, o imposiciones conquistadas. La(s) Metrópoli(s)  termina dictando las reglas de juego obviando la realidad de las personas y pueblos. El tiempo, como la naturaleza, recupera sus cauces, desgraciadamente, con demasiadas pérdidas en el camino.

Este nuevo escenario, en lo que se refiere a Euskadi (y, en concreto, a su larga reivindicación de un Departamento propio en el Pays Basque) parece complicarnos las cosas. Si bien la propia Ley permite el potencial intercambio entre regiones a la búsqueda de un mejor «re acomodo», resulta evidente que los criterios seguidos en este caso en la integración de los espacios Aquitania-Limousin-Poitou-Charentes, no solamente priorizan tamaños escasamente relacionados sino que difieren de la «singularidad» respetada en los casos de Bretaña y Córcega (historia, cultura, lengua y activismo) con escasa referencia a la atractividad y desarrollo económico que se suponí­a moví­a la reforma. Eso sí­, en todo caso, la Metrópoli elegida es Bordeaux lo que permite acotar una ciudad hermanada, con algunos intereses y proyectos compartibles lo que posibilita explorar nuevas ví­as colaborativas, confiando en que Parí­s quede un poco más alejada de determinadas decisiones del dí­a a dí­a (veremos en que quedan las competencias generales y los recursos financieros asignables con la descentralizadora reforma). Recordemos que las Ciudades son mucho más que sus propios lí­mites geográficos y que su propio sentido viene dado por u interacción con el hinterland del que forma parte. Recordemos que lo que haga Francia y sus nuevas regiones no será una experiencia asilada respecto a una Europa regional que se supone está en desarrollo y redefinición. Recordemos que el estado español no puede aplazar la revisión de su modelo territorial…

En todo caso, compartiendo o no los criterios del modelo francés, resulta de interés comprobar que el mundo se mueve. También en lo que se refiere a la ordenación del territorio y configuración del Mapa de los Estados. Comprobar que pese a lo que algunos afirman, proclamando la imposibilidad de «modificar» el mandato de los Estados y su gente a redefinir sus lí­mites, su organización polí­tico-administrativa, sus modelos de relación, su gobernanza, el esquema de dotación de recursos, etc., éstos resultan inevitables y no han de esperar a la fuerza de las armas o la herencia monárquica para decidir un nuevo estatus. Ni que decir que procesos de reconfiguración democráticos, se extienden a lo largo del mundo y son una realidad creciente y no una simple anécdota. Las constituciones contemplan sus propias modificaciones, la complejidad del mundo que vivimos y viviremos no puede quedar encorsetada en modelos asumidos hace siglos, estáticos, sin el análisis profundo de la Sociedad que «contienen». El proceso es cambiante y dinámico y no homogéneo. Francia ha elegido un camino y unos criterios tras su propio análisis. Otros planteamos otros modelos y principios. La única respuesta no válida es el inmovilismo porqué sí­. Este nuevo mapa francés es una buena excusa para repensar nuevos modelos de Estado en coherencia con nuevas demandas, desafí­os y aspiraciones de la Sociedad.

A lo largo y ancho del mundo, nuevas realidades surgen dí­a a dí­a. El territorio ha pasado a jugar un nuevo rol. Nuevos jugadores, nuevos criterios, nuevos desafí­os y nuevas soluciones.

Sin duda, hoy, Francia también se mueve. ¿Otros lo harán mañana?