La Europa que quise y quiero…

(Artí­culo publicado en Deia el 18 de Mayo)

La iniciativa básica para la configuración de un mercado compartible entre varios jugadores diferentes, en torno a una Comunidad de Intereses en las industrias de «guerra» del acero y el carbón de la mano de la CECA, posibilitó un primer compromiso operativo del sueño, que contemplaron los primeros equipos europeos demo-cristianos, unos años antes (1947), para facilitar un proceso de construcción de una Europa de los pueblos, como proyecto de paz, libertad y solidaridad desde una base de recuperación de una economí­a de post guerra, necesitada de su propia reinvención como pilar sobre el que construir un espacio de bienestar. La economí­a y el mercado caminaban de la mano buscando su interacción en torno a un nuevo proyecto ilusionante para las personas dando lugar a los principios de la economí­a social de mercado que, años más tarde, nos traerí­a a escenarios de crecimiento, competitividad y empleo, desde una práctica polí­tica que personalidades de gobierno hicieron posible en décadas de compromiso, riesgo y objetivos articulados en torno a progresivos modelos de gobernanza adecuados para el nuevo reto. Así­, gobiernos de Santer, Lubbers, la CDU, EAJ-PNV trascendieron del terreno de las ideas a nuevos modelos de competitividad, bienestar social y prosperidad afrontando no solamente perí­odos de crisis económica y social sino procesos complejos de reconfiguración de sus propios estados, y de una nueva Europa pasando de un mercado del carbón y del acero a una Europa regionalizada, a un Mercado Interior, a un supuesto Mercado único y, sobre todo, a un incipiente estadio de una potencial Europa de la diversidad de sus pueblos y sociedades a la cabeza mundial de la protección social y la prosperidad. El proyecto polí­tico, pese a apariencias instrumentales y operativas, lideró el proceso: ampliación desde los seis fundadores hasta la mayorí­a del núcleo central europeo con la compleja incorporación del Reino Unido, la integración alemana en un único acto como si las diferentes Alemanias no hubieran padecido años de separación y culturas antagónicas, la superación de una gélida y paralizante guerra frí­a, la apertura hacia nuevos espacios de la otrora Europa del Este, la propia aceptación y democratización de una España dictatorial, autárquica y post franquista en transición hacia una democracia civilizada y homologable…Todo un proyecto polí­tico pretendiendo generar un espacio europeo superador de guerras centenarias. Hasta entonces, el proceso de configuración de una determinada Europa geo-polí­tica, de los Estados nacionales del pasado, se habí­a ido configurando bien por la fuerza de las armas, bien por «intereses matrimoniales» de casas reinantes que ejercí­an herencias ajenas a principios democráticos, por imposición de la fuerza o por tratados de conveniencia, dibujando fronteras artificiales propias de «gabinetes militares, topográficos o de delineantes» al margen de la historia, culturas, voluntades y, por supuesto, apuestas de un futuro propio de los pueblos afectados.

Hoy, la UE de los 28 concurre a las urnas con la invitación a reforzar su apoyo y apuesta a un complejo proceso pací­fico (no exento del ya tan extendido y conocido «déficit democrático»), hipotecado por sus tambaleantes polí­ticas institucionales, económicas y sociales, un alto grado de escepticismo, elevada desafección ciudadana, anómala e ineficiente gobernanza y escasas propuestas de futuro. Un reclamo electoral  carente de propuestas alternativas a una fracasada estrategia de salida de la crisis en la que estamos inmersos. Los ciudadanos europeos acudiremos  a las urnas huérfanos de proyectos ilusionantes, ausentes de soluciones y carentes de referencias de futuro. En nuestro caso, en Euskadi, condicionados por el bipartidismo estatal (con sus grandes y aplastantes «familias» integradas en los grupos del Partido Popular Europeo y de la alianza social demócrata socialista a nivel europeo) que, más allá de falsos discursos de izquierda o derecha y mutuos reproches respecto de las polí­ticas vigentes de cuya paternidad parecen excluirse ambos, nos ofrecen el triste espectáculo de hablar poco de Europa (la mayorí­a de sus protagonistas electorales ofrecen escaso bagaje europeo y europeí­sta) por lo que tememos más de lo mismo que han venido haciendo, año tras año, elección tras elección, pactando -como siempre- repartos de cuotas (tiempo en las Presidencias de las Instituciones, Comisarios, altos cargos, presupuestos «por Cofradí­as», repartos financieros, cuotas estado compensatorias de polí­tica y marketing local) más allá de compromisos europeos de integración y desarrollo cooperativo, como único objetivo garante del mantenimiento de un status quo que, discursos aparte, mantenga las cosas como  están, sin proyecto alternativo alguno, más allá del acomodo temporal de sus representantes alejados, expatriados o compensados por sus aportaciones y servicios previos. Hipoteca agravada por la impuesta «Circunscripción electoral única» que pretende dificultar la representación de las minorí­as, aunque sean claras mayorí­as en sus naciones y/o regiones sin Estado. Las alternativas reales, pero escasas, ya sean de la Alianza Libre Demócrata -ALDE- (58 partidos europeos entre los que concurren PNV y CiU) con su candidato a presidir la Comisión (Guy Verhofstadt) o la de la Alianza Verde Europea con una compleja y dispersa representación Ecologista y de amplio espectro, con Ska Keller al frente, aportan la esperanza de un cierto contra-poder de las voces minoritarias. Esta primera ocasión en que la elección del Presidente parece compartible con los ciudadanos y sus votos y no por el pago de servicios prestados por una guerra (IRAK-Durao Barroso, por ejemplo) es un pequeñí­simo paso positivo si bien mediatizado por los repartos previos de las grandes familias mencionadas.

Llegados a las urnas pareciera que «la gran Coalición» en versión española de Felipe Gonzalez y el  establishment no han querido proponer alternativas sobre una Europa  paralizada, observada como espacio referente del pasado y de mitigado compromiso con unos valores y lí­neas originales en pos del bienestar y el progreso social, entregada hoy, en exclusiva, a las directrices obligatorias de los mercados de capitales y su anunciada «Unión bancaria y monetaria», de su vehí­culo instrumental de «gobernanza económica de control del déficit público» y la cultura dominante del «igualitarismo burocrático centralizado». Polí­ticas escasamente europeas, profundamente estatalizadas escondiendo tras el consenso la medianí­a y mediocridad horizontal de un relativo «café para todos» que ya conocemos a nivel de Estado español, evitando el riesgo inevitable de las decisiones estratégicas diferenciales que se requieren desde la «diversidad cooperativa» que los padres fundadores preconizaron. Europa -sus dirigentes- parecen haber olvidado que la Europa económica originaria era parte de un proyecto polí­tico y no la esencia del mismo.

Sin embargo, en un panorama como el observado, los europeí­stas convencidos (que no necesariamente entendemos Europa como sinónimo de la actual Unión Europea) queremos y necesitamos más y mejor Europa. Una Europa con alma que dirí­a el Lehendakari Urkullu. Una nueva y rejuvenecida Europa que supere el miedo a transformar su composición, representatividad y gobernanza. Una Europa que entienda que no se puede justificar ni la inacción ni el deficiente proceso de toma de decisiones en el hecho de contar con 27-28 estados miembro según el caso y que entienda que su gobernanza ha de adecuarse a la presencia real de voces, pueblos y espacios diferenciados. Una Europa diversa, compuesta por una rica y variada interacción de múltiples culturas, voluntades de futuro, modelos de gobernanza, tejidos económicos y en diferentes momentos de su propio desarrollo. Una Europa con vocación de convergencia pero no de integración forzada tras cuatro o cinco indicadores, supuestamente objetivos, que dicen muy poco para el inmediato futuro de una o dos generaciones condenadas -con los modelos en curso- a su auto marginación. Una Europa que comprenda que son demasiadas las velocidades distintas que exigen diferentes tejidos económicos de los pueblos. Una Europa que arriesgue decisiones al servicio de las personas y facilite un desarrollo inclusivo y sostenible económico y social, a la vez, y que no se ocupe de expedientes, registros, inspecciones y sanciones de fácil administración burocrática y limitado liderazgo, responsabilidad y compromiso, como razón de ser para entretenimiento de su fuerza burocrática desde una casta polí­tico-administrativa complaciente, alejada del pueblo que se supone representa.

Así­, el próximo 26 de mayo, sea cual sea el resultado electoral, (muy condicionado por la participación real que se dé -Paí­s a Paí­s, Estado a Estado- y el peso de partidos minoritarios -incluidos los euro escépticos-) el nuevo Parlamento y la Comisión -y el establishment de/en los Estados- habrá de ser permeable a los nuevos desafí­os: una Sociedad cansada de recetas austeras sin éxito, demandante de empleo e igualdad, necesitada de un desarrollo acompañado de progreso social y de estrategias al servicio de las personas, de los diferentes territorios y comunidades en los que vivimos, (Personas-Territorios-Sociedad), que permitan SI una Europa Competitiva pero claramente creadora de prosperidad. Una Sociedad demandante de una Europa que entienda que sus miembros históricos (Escocia, Catalunya, Flandes, Euskadi…) no pueden excluirse de la noche a la mañana por formalismos «constitucionales» de estructuras estatales inmovilizadoras apelando a la unilateralidad de su voluntad de un nuevo espacio propio, cuando esa Europa ha roto o interpretado a su antojo sus propias reglas cuando le ha interesado. Una nueva Europa que no puede proponer a Ucrania, por ejemplo, un proyecto conjunto considerado «como la única opción posible» y dos dí­as después olvidarse de su «importancia esencial», dejándola sola bajo el cobijo transitorio de un lí­der impuesto (como lo ha venido haciendo durante la crisis de los últimos cinco años en Italia, Grecia… por encima de la voluntad popular), o que no puede dejar en el limbo, en manos de burócratas, por años, a una Turquí­a cuyo giro euro-asiático pudiera confirmarse en cualquier momento, harta de una espera reglamentista sin ofertas de futuro. Ni que decir de esa Europa que parece vivir de espaldas a sus ciudadanos y sus problemas de hoy bajo la promesa de que algún dí­a, quizás a partir del 2020 ó el 2030 atendiendo a la prospectiva y escenarios macroeconómicos al uso, según el Estado Miembro del que se trate, quien haya sobrevivido encontrará un empleo.

Sin proyecto y compromiso polí­tico, sin alma, sin personas como objetivo inicial y último, no es posible (ni deseable) construir una Europa desde la desafección creciente. Hoy que, son ya demasiadas las voces que claman por la necesidad de un nuevo espacio ideológico, de un rearme de ideas y valores, de compromisos y liderazgos compartidos y nuevas estructuras y modelos socio económicos (desde el humanismo, desde el crecimiento inclusivo, desde la prosperidad y el progreso social, desde la mitigación de la pobreza, desigualdad y desprotección, de la creación y/o distribución del empleo, desde la co-creación de valor empresa-sociedad), el llamado a la redefinición del rol de todos los actores de la economí­a, los  gobiernos y la propia Sociedad ha de repensar, también, el verdadero papel que Europa puede y debe jugar en el contexto internacional. Demasiado importante para aparecer como «el viejo y experimentado referente del pasado, de cuyo futuro se espera muy poco». El nuevo mundo emergente, los nuevos mercados, los nuevos espacios de innovación, el nuevo modelo de desarrollo tiene mucho que incorporar de la historia, principios (y esperemos que futuro, también) de nuestra Europa.

En nuestro caso, en Euskadi, hoy, nos jugamos mucho. Aunque parezca lo contrario dado el clima electoral por el que al parecer se pretende pasar de puntillas, enredados en discusiones domésticas de confrontación. Nuestra apuesta-necesidad europea es clara. Nuestro trabajo a lo largo de los años requiere muchos esfuerzos para seguir, desde una clara minorí­a, trabajando para que se entienda el nuevo mundo de la economí­a, la polí­tica y la sociedad que la «nueva Europa» ha de liderar. En todo caso, tras las elecciones, seguiremos trabajando. Buscaremos una nueva Europa que se dote  de un proyecto humano y viable. Como decí­a el poeta: «Amo a Europa pero no me gusta. Hagamos que se parezca a aquella que quise y quiero».

En definitiva, Más y mejor Euskadi. Más y mejor Europa. Otra Europa.

La Responsabilidad democrática de los medios: Hartazgo e Impotencia

Precisamente ayer leí­a el borrador del discurso de mi buen amigo, Javier Cremades, Presidente de la Eisenhower Foundation, en su «capí­tulo» del Estado español, que leerá en la ceremonia de entrega del Premio «First Amendment» («Primera Enmienda»). El galardonado será un destacado Presidente-Director de un prestigioso medio de comunicación, en reconocimiento al impulso responsable y democrático de una prensa objetiva y libre. El evento se celebrará en los próximos dí­as en Washington. La lectura de este borrador me ha dado la oportunidad de, repasar el origen de esta primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de América y su desarrollo en aras de resaltar el valor de la garantí­a de las libertades de conciencia, expresión e información, como base de sistema libre. Una aportación a la defensa de este, instrumento de contra poder y, sobre todo, del ejercicio democrático de la crí­tica y control desde la ética, imparcialidad y objetividad de los medios y los profesionales del periodismo. Un alegato a favor de la prensa libre y, comprometida con la necesidad de buscar la verdad desde la obligación, -como decí­a Einstein- «de no ocultar ninguna parte de lo que se ha reconocido que es verdad».

Desgraciadamente, una vez más, la realidad suele empañar la grandeza de los principios. Lamentablemente, cada dí­a nos encontramos con una versión muy distinta y distante a esta prensa necesaria, con independencia de medios y profesionales dignos de todo respeto y admiración por su trabajo. Me refiero a la «pseudo-prensa» cada vez más manipuladora, ideologizada e interesada, volcada sin escrúpulos al servicio de sus propios intereses particulares, tanto de periodistas, como de los medios en los que escriben y publican, de sus accionistas y propietarios, de sus Consejos de Administración, de redacción y de dirección. Una pseudo-prensa que, instrumentaliza el mercado de compra venta de noticias, infundios y engaños al servicio de sus propias polí­ticas, compensaciones personales y contra partidas publicitarias.

Desgraciadamente esta «pseudo-prensa» también existe y se extiende en demasí­a a lo largo del mundo. En esta ocasión, como viene siendo habitual al menos desde que soy consciente de su comportamiento y de las noticias que fabrica, el CORREO ESPAí‘OL-EL PUEBLO VASCO, del Grupo VOCENTO, irrumpí­a en mi actividad ordinaria para enviar un mail a mi oficina adelantándome su intención de publicar, hoy, un artí­culo en relación con la adjudicación de un proyecto de consultorí­a desde una empresa pública a una empresa en concreto. Una empresa de la que no formo parte y que está dirigida por un profesional de la consultorí­a con una experiencia de más de 35 años en la materia objeto del proyecto, además de otros profesionales de trayectoria impecable. Me decí­a el periodista que «existí­a malestar y preocupación en la compañí­a contratante, dado que una persona con antecedentes en la vida polí­tica es uno de sus gestores». Obviamente, se estaba refiriendo a mí­, a pesar de saber fehacientemente (ya que yo mismo le he manifestado así­ en numerosas ocasiones) que no tengo participación alguna ni en la empresa en cuestión ni en el proyecto «noticiable». De poco, de nada, sirvió mi respuesta a su mail en la que le reiteraba, una serie de precisiones:

  1. Que no tengo nada que ver con las empresas en cuestión, ni mucho menos con el proyecto del que se habla.
  2. Que no he contratado, nunca, desde mi empresa con la empresa y/o Grupo Público al que hace referencia.
  3. Que no realizo este tipo de consultorí­a, alejada de mi especialización profesional.
  4. Que desde la constitución de mi empresa (2003) no he facturado un solo euro a las Administraciones Públicas vascas, salvo un proyecto de asesoramiento estratégico, en  colaboración con una empresa tercera, a la Diputación Foral de Gipuzkoa, en el año 2008, en condiciones absolutamente legales y públicas y, a petición expresa de la mencionada Institución.
  5. Que desde 1995 (¡nada menos que 19 años!) no he desempeñado cargo polí­tico alguno (ni institucional, ni de Partido), que no he sido fruto de ninguna «mal llamada puerta giratoria» y que no he tenido vinculación profesional remunerada alguna al entramado público empresarial vasco.
  6. Que el 100% de mis ingresos proviene de actividades privadas.

En fin.

Todo parece indicar que el «pecado original» consiste en: haber asumido una responsabilidad pública del máximo nivel (y también de satisfacción y orgullo personal) en el gobierno de tu Paí­s y salir de ésta, por voluntad propia.

Veinte años después, parecerí­a necesario volver a proclamar obviedades:

  • No es delito ejercer una actividad profesional tras dejar un gobierno. Parece mentira que sea necesario decir esto, pero quienes pretenden confundir a sus lectores con estas pseudo-noticias prefieren olvidarlo, aunque para ello tengan que insultar la inteligencia de las personas a las que dicen servir con su labor.
  • No es delito que terceras personas vinculadas de forma estrictamente personal con un ex cargo público se ganen la vida gracias a sus conocimientos, en este caso estrictamente profesional y contrastables. Resulta cuando menos sorprendente el interés por la filiación personal que ciertas personas demuestran en los medios en los que escriben, habida cuenta que otras filiaciones también personales que ellos mismos ostentan no merecen la más mí­nima reflexión, cuando no reprobación, por su parte ni por la de las y los directivos de sus medios.

No todo vale. Los escandalosos casos de corrupción que estamos conociendo casi diariamente han generado un caldo de cultivo muy saludable para una necesaria regeneración democrática: la ciudadaní­a sabe y manifiesta su hartazgo ante el uso ilegí­timo de los recursos que unas pocas personas hacen desde sus responsabilidades públicas. Pues bien, aprovechar de forma torticera la indignación de las y los lectores, y construir sobre este estado de opinión infundios y mentiras es una práctica que conlleva la máxima gravedad. Serí­a bueno que este periódico, sus periodistas y el Grupo, ocuparan sus esfuerzos en mirar hacia dentro y explorar el comportamiento de sus afines y propietarios (hechos públicos objeto de sentencias firmes y conocidas) y que diesen luz a una necesaria recuperación de la confianza general en el servidor público. No todos los servidores públicos, ni todas las Administraciones, ni todos los territorios son iguales. Seguro que en Vocento también lo saben.

Yo personalmente, agradecerí­a, dado el rol esencial atribuible a la prensa libre, una información veraz sobre hechos relevantes, comportamientos maquiavélicos de presión de la interacción entre gabinetes de comunicación-periodistas propietarios, el medio en el que escriben y las facturas publicitarias y de asesoramiento a empresas e Instituciones, así­ como sobre las modalidades de contratación empleadas. Serí­a una sana contribución a la democracia perseguida.

Pero, por lo contrario, dejando de lado todas las explicaciones, el mencionado periodista-periódico se las vuelve a ingeniar para destacar una supuesta relación que no estropee su novelado relato previamente diseñado. Hace tiempo me hablaron de una máxima que supuestamente circula por algunas redacciones: «No dejes que la realidad te estropee un titular», pero yo no quise creer que fuese cierta. Son ya demasiadas las ocasiones en las que utiliza el mismo juego en lo que parece una obsesiva persecución personal con el total apoyo y beneplácito del medio para el que trabaja. Eso sí­, continuarán presumiendo de imparciales, objetivos y profesionales.

Y, así­ las cosas, una vez más, dentro de unas horas, coincidiré en la calle o en cualquier acto social o institucional con Presidentes, Consejeros Delegados, directores, consejeros, ex directivos y accionistas, periodistas y colaboradores  de dicho Grupo. Me saludarán con gran simpatí­a y educación. Me dirán cuánto lo sienten y lamentarán que puedan ser malinterpretados artí­culos como el mencionado y, como siempre,  defenderán la independencia de sus colaboraciones. Me jurarán que no existen directrices ni ideológicas, ni polí­ticas, más allá de la estricta prioridad informativa.

Y mientras escucho esta letaní­a, recordaré las palabras de uno de sus conocidos exdirectores cuando, hace ya muchos años, quise pedir una verdadera rectificación sobre lo publicado:

«A los periodistas nos gusta ser el contacto elegido, que alguien se deje olvidado sobre la mesa un dossier confidencial, o filtre un documento, o nos dé una exclusiva, que nos compre publicidad. Y sabemos corresponder…». Además, recuerda: «escribimos todos los dí­as del año, tenemos un alto espí­ritu corporativo y siempre hay alguien dispuesto a filtrar cualquier cosa y provocar un daño anónimo…». Recuerdo que la charla se cerró con un: «rectificar es orear la porquerí­a…»

Pues eso. Libertad de expresión en manos irresponsables, que lejos de ejercer un contra poder democrático, practican su juego de intereses, a cualquier precio.

¡HARTAZGO E IMPOTENCIA!

Es el cí­rculo perverso de la bondad de una prensa libre. Pobre primera enmienda.

Un compromiso con el Primero de Mayo

(Artí­culo publicado en Deia el 4 de Mayo)

La celebración del dí­a del Trabajo el pasado 1 de Mayo no es una fiesta cualquiera. Se trata de mucho más que un festivo que posibilite su prolongación en «puentes vacacionales» o una excusa reivindicativa de determinados derechos de los trabajadores o de un homenaje sindical. No es, tampoco, un momento exclusivo y excluyente para proclamar una separación de clase (proletariado versus burguesí­a) o de confrontación empresario-trabajador o trabajador-desempleado o sindicado-no sindicado. Más aún, no deberí­a traducirse en una simplista descalificación del «contrario», sea el Gobierno de turno, el empresario, el trabajador directivo o terceros que aparecerí­an como responsables directos y únicos de todos nuestros males. La merecida y bien ganada festividad del trabajador ha de abarcar a todos, y habrí­a de convertirse en un buen reclamo para la reflexión que, desde la necesaria eliminación de silos separadores, posibilite espacios de encuentro para acometer los desafí­os de un mundo complejo en una Sociedad cada vez más demandante de nuevas soluciones y, en consecuencia, de nuevas maneras de hacer las cosas, nuevos modelos de participación y representación y nuevos roles a desempeñar, en el mundo de la economí­a, por todos y cada uno de los agentes económicos, sociales e institucionales. Así­, en este contexto, resulta necesario trascender de los discursos parciales escuchados estos dí­as y, lejos de enredarnos en crí­ticas, descalificaciones y reproches con pseudo defensas parciales y/o auto complacencia de parte, empeñarnos en la búsqueda de soluciones compartidas. No es, sin duda, una justificada oportunidad para exabruptos culpabilizando al desempleado de su situación, ni el momento de llamar a la confrontación como objetivo y razón de ser, lejos de animar a la búsqueda de espacios de encuentro, compromisos y soluciones compartibles al servicio del conjunto de la Sociedad.

En esta lí­nea, el pasado 1 de Mayo tuve la oportunidad de compartir estas reflexiones en el corazón del Banco Mundial en su sede central de Washington. Sin duda, una de las Instituciones internacionales controvertidas, percibidas como causante de la crisis  actual o, al menos, responsable de una más que criticable gestión de la salida de la misma, asociándose a una impositiva orientación de polí­ticas generalizadas a lo largo del mundo, limitantes de una determinada apuesta por determinadas polí­ticas sociales. (Sí­. El primero de Mayo es festivo en casi todo el mundo, si bien en algunas excepciones como Estados Unidos, su celebración no conlleva la «fiesta laboral», por lo que en Washington se trabaja celebrando la oportunidad de disfrutar de los beneficios del trabajo y el empleo). Contra lo que algunos puedan imaginar, no se trataba de una reunión financiera o recaudatoria a la búsqueda de recursos y/o ayuda  al servicio de un proyecto subvencionable. El motivo era una iniciativa en el mundo de la salud dirigida a la población más desfavorecida en diferentes regiones del mundo. Iniciativa que emprendemos desde la empresa bajo los principios orientadores del llamado «Shared Value», (Valor Compartido Empresa-Sociedad) a partir de las necesidades sociales en este amplio mundo de la «Base de la pirámide» (la población menos favorecida y desprotegida en términos de renta, protección, oportunidades de progreso social y acceso a la educación y a la salud), identificando retos y oportunidades como fuente de definición de un nuevo «modelo de negocio y empresa» para ofertar soluciones de máxima calidad, mejor ratio coste-eficiencia en términos de bienestar y en condiciones abordables por la población beneficiaria. Proceso abierto, complejo, más allá de planteamientos propios de la filantropí­a o de la responsabilidad social corporativa. Proyecto empresarial que pretende explorar una oportunidad de resolver una legí­tima demanda social.

Así­, mientras en nuestras calles podí­an oí­rse los gritos acusadores al mundo de la empresa, en muchos lugares, esa empresa estigmatizada se empeña en reconsiderar las verdaderas necesidades, reinventar productos y servicios, redefinir sus cadenas de valor y facilitar el desarrollo y generación de riqueza y empleo. Lo hace en un esfuerzo innovador, permanente, co-creando valor para la Sociedad, en compañí­a de múltiples agentes (otras empresas, diversos gobiernos a lo largo del mundo, diferentes comunidades y personas con las que trabaja, instituciones académicas y de investigación y desarrollo tecnológico, entidades sin ánimo de lucro…) consciente de que las soluciones del mañana no pueden darse de forma aislada. Tal y como ha sido la esencia de la empresa a lo largo de su historia, sus resultados dependen de los beneficios sociales (también económicos) que genera, y como unidad socio-económica (capital y trabajo en sentido amplio, abierto y compartido), requiere del compromiso (cada uno según su aportación, responsabilidades y compensaciones) de todos. Y, por supuesto, más allá de la empresa, la Sociedad en su conjunto ha de formar parte imprescindible (activa) de sus propias soluciones. También, por supuesto, los gobiernos y sus empleados públicos, los sindicatos y sus afiliados y no afiliados, los trabajadores y los desempleados. Un momento crí­tico en el que nuevos paradigmas se abren paso en un escenario de búsqueda de «un pensamiento lateral» que nos permita ver las cosas de otra manera y trascender de soluciones clásicas que no parecen responder a los desafí­os reales del momento.

Vivimos un nuevo espacio de oportunidades y desafí­os. El nuevo camino por recorrer es demasiado exigente y necesita de todos nosotros. Nuevas soluciones, nuevos modos de acometerlos, nuevos roles de los diferentes agentes implicados, nuevas estructuras empresariales (también institucionales, de gobernanza y de representación de quienes tienen trabajo y de quienes no lo tienen) y nuevos roles y competencias (además de compromisos) de las personas. Cualquier propuesta que no venga precedida de un filtro «sistémico» que incluya todos estos elementos estarí­a condenada al fracaso.

Si el 1 de Mayo de 1886, las generalizadas huelgas de Chicago y Detroit extendieron un amplio movimiento de protestas y rebelión proclamando un nuevo marco (no solamente de relaciones laborales) social y económico, más allá de la reivindicación de una jornada de 8 horas con un salario justo y digno en un contexto determinado, y pasó a convertirse en el «dí­a simbólico del trabajo». Retomemos hoy su fuerza icónica para acometer un nuevo desafí­o. Trabajo, empresa, gobiernos, Sociedad formaron parte irremplazable de un sumatorio capaz de ofrecer una respuesta compartida. Es la manera de honrar a «los mártires de Chicago» y, por supuesto, a los mártires de aquí­ y de todos los dí­as. Celebremos un primero de Mayo, contextualizado, pensando en el futuro. Repensemos, todos, nuestros roles y compromisos.