(Artículo publicado el 30 de Enero)
Un querido y “viejo” amigo y colega me compartía un documento que prepara para impartir en un reconocido Seminario de Política Industrial en la prestigiosa Gertulio Vargas, insistiendo en la importancia de la industria y manufactura avanzada como elemento tractor del desarrollo inclusivo.
Generalmente, se suelen fragmentar diferentes temáticas que parecerían asignar el impacto o interacción directa de determinadas políticas en los grandes objetivos buscados. Así, se pensaría en un desarrollo inclusivo fruto de políticas económicas, sociales, financiero-fiscales o de prestaciones y seguridad social, cuando se trata de preguntarse por los factores generadores de una sociedad próspera e inclusiva. Parecería que el diseño y aplicación de dichas políticas e instrumentos facilitadores, empiezan y terminan en labores propias de gabinetes de estudio, servicios asesores y profesionales y centros gubernativos o parlamentarios fruto de debates, análisis y elecciones de carácter político y, en consecuencia, serían obra de personas y entidades vinculadas a la política pública con escasa referencia a la una implicación determinante del mundo empresarial, actores del cambio innovador en la economía productiva.
Estos días, en el marco de la Agenda de Davos (de momento, en reuniones virtuales de “precalentamiento”, hasta su aplazada reunión presencial en el próximo trimestre), se anticipan documentos de reflexión sobre los principales elementos que habrían de condicionar nuestro futuro y que conformarán las materias a debate de la comunidad empresarial, público-política y social en los próximos años. Entre estos elementos clave, como no podía se de otra manera, ocupa un espacio relevante la Manufactura Avanzada y la Producción, así como la Cuarta Revolución Industrial. Resalta, sobre todo, la especial vinculación con la Prosperidad, Inclusividad y Derechos Humanos.
Obviamente, su íntima interacción con la digitalización, la adopción de tecnologías exponenciales y cuánticas aplicadas, su rol como eje conductor de la “viabilidad” de las transiciones hacia la sostenibilidad acelerada, su efecto disruptivo en las cadenas globales de valor, su capacidad innovadora y su impacto en la transformación del mundo del trabajo, constituyen pilares esenciales de la misma y su interacción con la prosperidad e inclusividad.
Adicionalmente, cuando recurrimos a parámetros cuantitativos, como por ejemplo, la industria manufacturera en los Estados Unidos y observamos su “déficit” de igualdad y progreso social en relación con su riqueza y PIB global (Estados Unidos es el miembro con mayor desigualdad del G7 compuesto por las mayores economías del planeta), además de su elevada presencia en el ranking mundial de las principales empresas multinacionales de tecnología o valor bursátil de grandes conglomerados financieros, retail o servicios, constatamos que si bien el peso de la industria en su PIB tan solo alcanza el 11% y el 8% de la fuerza laboral del país, su contribución a la economía estadounidense es del 20% del capital fijo, el 55% de las patentes generales, el 60% de sus exportaciones y el 70% del gasto país en investigación y desarrollo. Si añadimos su capacidad tractora hacia todo tipo de proveedores, consumidores, servicios asociados, a lo largo de las diferentes cadenas de valor relacionadas, su peso y relevancia resultan de máximo valor. Finalmente, el nada despreciable efecto de localización que le sitúa en todas las regiones del país, motor irremplazable de la microempresa y la pyme. Detrás de este impacto reside la mayor formalidad en el empleo, el mayor salario en la mediana del trabajador por sector o rama de actividad, su efecto movilizador y acelerador del desarrollo tecnológico, la “democratización” de sus relaciones laborales, la capacitación y cualificación permanente de sus trabajadores en todos los niveles profesionales, la estabilidad y permanencia de las expectativas e inversiones en el medio y largo plazo, y ,por supuesto, su inigualable aportación a la configuración de significativos contratos sociales aportando dignidad en el empleo, estabilidad y proyectos personales de vida, aspiraciones de futuro y permanencia o pertenencia al espacio próximo en que suelen desarrollar su empleo y vida.
Este conjunto de factores críticos se ven fortalecidos por su rol esencial para las apuestas estratégicas de futuro que se plantea el mundo: digitalización de la economía y de la sociedad, las transiciones verde y azul hacia una economía sostenible y su carácter determinante en la respuesta ante el cambio climático, más allá de su irremplazable contribución a la generación de valor en la transversalidad de todo tipo de industrias o áreas de actividad económica y social.
Las sucesivas crisis y el análisis comparado de diferentes economías, regiones y niveles de vida de sus poblaciones, a largo del mundo, demuestran que son aquellas regiones o poblaciones industrializadas las que cuentan con las mayores capacidades de resiliencia y potencial respuesta a los cambios, transformaciones y desafíos a los que habremos de enfrentarnos.
Los debates recientes a lo largo del mundo, a la búsqueda de estrategias transformadoras de largo plazo, en términos de inclusividad, prosperidad y progreso social, reclaman un paso esencial: políticas industriales como vector de apalancamiento del desarrollo exigible. En palabras de muchos expertos en el Informe del World Economic Forum señalado, “si quieres un modelo inclusivo, empieza por dotarte de una buena base manufacturera, digitalízala y oriéntala hacia los inputs clave en pos de un mundo verde”.
Hoy, entre estos múltiples espacios de referencia, es destacable nuestro país. Euskadi es un referente mundial, objeto de estudio y modelo de apuesta a lo largo del tiempo. Desde su base, avanza apalancando su futuro, sus sistemas de prevención y protección social y su compromiso con la competitividad, el bienestar y progreso social para lograr una sociedad inclusiva. A su disposición, los múltiples instrumentos que se ofrecen a lo largo del mundo y el esfuerzo de todos los grupos de interés implicados. Desde esa base, sólida y cambiante, cabe esperar redoblados esfuerzos, públicos y privados, para avanzar en beneficio compartido, plenamente integrados con una red de bienestar y protección social. Ha formado parte de nuestro ADN y, en consecuencia, de nuestras Instituciones, empresas y Comunidad.
El mundo enfrenta muchos desafíos. Parecería que exista una cierta convergencia de apuestas y caminos a recorrer. Las “nuevas políticas industriales” no pasan por elegir unos pocos “campeones” aislados, sino sobre múltiples empresas e iniciativas tractoras, debidamente acompañadas por esa constelación de redes de valor, clústers y ecosistemas que configuran el insuperable espacio de innovación y construcción de un futuro cambiante, satisfaciendo las necesidades demandadas en cada momento, por el complejo mundo interrelacionado en el que nos movemos. Convergencia de capacidades y papeles, compromisos, diferenciados, sobre los que construir el nuevo escenario, mediante estrategias país-industria que generen valor desde soluciones a las necesidades sociales. En este camino, siempre estará la manufactura avanzada. Un reclamo para provocar el debate de los próximos meses al que nos invita el World Economic Forum, “Unlocking Business model innovation through advanced manufacturing” (Desbloquea el modelo de innovación empresarial a través de la industria), uniendo-recogiendo múltiples voces cualificadas que se oyen en los principales foros internacionales, llevándonos a pensar, más allá de las operaciones concretas a las que debe responder con eficiencia y eficacia la industria y sus actores, uno a uno, los nuevos modelos de negocio, innovación y empresa, el rediseño de estrategias y políticas industriales, la participación e implicación de todos los “stakeholders”, controlando, gestionado y atemperando la disponibilidad y uso positivo de la tecnología al servicio del bien común más allá de su oportunismos comercial, fijando los marcos y tiempos adecuados para abordar el viaje permanente hacia un escenario trasformador. Al final del camino: regiones prósperas e inclusivas.