Co-Creando futuro: realismo y voluntad transformadora ante riesgos y desafí­os

(Artí­culo publicado el 21 de Enero)

Dentro de las citas anuales de referencia mundial destaca, sin duda, el encuentro del World Economic Forum en la pequeña localidad suiza de Davos, a celebrar en esta ocasión del 23 al 26 de enero. El encuentro de lí­deres empresariales, de gobierno y de destacados organismos sin ánimo de lucro, culturales y entes multilaterales, además del mundo académico, facilita el intercambio de visiones y perspectivas en torno a los retos y desafí­os globales y un determinado posicionamiento en torno «al estado del arte» del mundo en que vivimos. El encuentro anual supone, a la vez, la presentación de diferentes Informes que son elaborados a lo largo del año por los múltiples Consejos Asesores y Grupos de trabajo conforme a la Agenda del Foro en un intenso y amplio proceso colaborativo multi grupos de interés y diverso en lo profesional, cultural, ideológico y geográfico.

En esta ocasión, bajo el reclamo de la Agenda prevista «Creating a Shared Future in a Fractured World» (Creando un futuro compartido en un mundo fracturado), Davos, destaca la propuesta de un documento base para la reflexión: «Global Risks 2018″, en su ya decimotercera edición, soportado en la metodologí­a de «encuestas tuteladas» a más de 1.000 lí­deres mundiales, identificando los principales riesgos globales que no solamente parecerí­a deban preocuparnos, sino su grado de impacto (previsible) y la probabilidad estimada de que ocurran. En este caso, no solo se trata de predecir el futuro, ni de señalar megatendencias, sino de compartir percepciones formales de los principales riesgos a los que hemos de enfrentarnos y, sobre todo, avanzar un conjunto de polí­ticas y decisiones a tomar para mitigar sus consecuencias negativas. Informe y contenido al servicio no de una determinada corriente de pensamiento económico, sino la provocada oferta de todo un mundo de ideas en pleno debate y contraste. Todo un proceso a la búsqueda de nuevos caminos y soluciones para un mundo necesitado de orientación y certezas.

 En este ejercicio 2018, el Informe añade a los resultados de la encuesta, tres apartados complementarios de gran interés: los principales shocks del futuro, aquellos riesgos ya identificados en el pasado revisando las polí­ticas y medidas que se recomendaron en su dí­a para evaluar su eficacia en el objetivo de solución perseguida y la calidad de los procesos de gestión y toma de decisiones ante los riesgos observables.

De esta forma, diez riesgos globales en función del grado de impacto previsible y clasificados por categorí­as (económicos, medio ambientales, geopolí­ticos, sociales o tecnológicos), sugieren una cierta «Agenda Base» que deberí­a preocupar y ocupar a los responsables en el proceso de toma de decisiones en todo tipo de organizaciones a lo largo del mundo.

Desde luego, no resulta nada sorprendente observar el listado de riesgos y su posición en la matriz impacto-probabilidad, en la que la categorí­a medio ambiental destaca de forma considerable, no ya por las demandas o movimientos ecologistas tradicionales del pasado ya superados, sino por la envergadura de sus consecuencias negativas cuando los riesgos se convierten en realidad: eventos meteorológicos extremos (huracanes, inundaciones), desastres y catástrofes naturales, aceleración de las fallas fruto de la no mitigación de efectos del cambio climático, o los desastres medio ambientales provocados por el «error del hombre», por inacción o inadecuada gestión de recursos o gobernanza aplicados en su generación o evidencia que se ven reflejadas o asociadas a un efecto (cambio climático) con mayores evidencias dí­a a dí­a.

Obviamente, si bien no se ve muy probable que suceda, la utilización de armas de destrucción masiva, es el riesgo de mayor impacto negativo que, pese a  no pasar al grupo de máximo riesgo-probabilidad de ocurrencia en sí­ mismo y pese a inestables liderazgos de «fuego y furia», tan de moda, desgraciadamente en estos dí­a, en cambio, se ve interrelacionado con una serie de riesgos asociados que sí­ cobran peso en su impacto y percepción de posibilidades con consecuencias nefastas para la humanidad: ataques terroristas y conflictos regionales violentos y/o armados. Ciberataques y uso fraudulento de los datos, la información y la comunicación, cobran especial relevancia y, por supuesto, toda una baterí­a de riesgos sociales que, como no podrí­a ser de otra forma, además de ser interdependientes de todas y cada una de las categorí­as de riesgo mencionadas, suponen algunas relevantes consecuencias propias, como es el caso en torno a la migración involuntaria, las crisis alimentarias y del agua, la propagación de las enfermedades infecciosas, el desempleo y la marginación.

En este Mapa de Riesgos, llama la atención el limitado impacto que generarí­an los riesgos o fallos en materia económica. Citados con frecuencia y a los que, sin embargo, no se otorga una probabilidad muy elevada de producirse, cuestiones crí­ticas de enorme importancia relativizadas para la gran mayorí­a de lí­deres encuestados. El desempleo y empleo informal, así­ como un previsible desplazamiento tanto de puestos y modalidades de trabajo, su localización y perfiles profesionales, motivados por las nuevas tecnologí­as esperadas sustitutivas, crisis fiscales y financieras (en especial bancarias) que ocupan los medios de comunicación diarios, con una generalizada sensación de peligro inminente, nuevas burbujas de activos en las mayores economí­as, déficits infraestructurales, ausencia de mecanismos financieros adecuados, acceso y disponibilidad energética, deflación-inflación por bloques y economí­as, fraude y economí­a negra o ilí­cita… parecen diluirse cuando se cruzan ambos ejes: su impacto (en caso de producirse) y su probabilidad de ocurrencia. Al parecer, la sensación de haber superado la década de la crisis global (hipotecaria, financiera, económica), lleva a un más que relativo optimismo y confianza en que el conjunto de la economí­a (hoy todo el espacio OCDE crece) conforma un escenario lo suficientemente estable y capaz de abordar sus problemas en una «nueva normalidad». Percepción unida a una última categorí­a: geopolí­tica, calificada de enorme impacto, pero, una vez más, entendible como superable, fruto tanto del aprendizaje compartido, como de la sensación de inevitable tránsito hacia nuevos modelos de gobernanza y reconfiguración del proceso de participación y toma de decisiones que son exigibles. Una lectura optimista llevarí­a a la aceptación de una importante confianza en la humanidad, en las Instituciones y en el bien común que terminarí­an encontrando la mejor manera de superar las dificultades que la complejidad creciente ofrece.

Ya en la referencia inicial, tanto a las estimaciones de los nuevos «shocks del futuro», como al tí­tulo del encuentro de Davos, se pone de manifiesto el rol relevante de los estilos de dirección, perfiles de los lí­deres que han de transformar o crear una nueva sociedad futura, superadora de un mundo fracturado en el que parecemos situarnos, para lo que resulta imprescindible una nueva gobernanza, nuevas estructuras geopolí­ticas, nuevos sistemas y procesos de toma de decisiones que contemplen nuevas realidades. Escenario y prospectiva influidos, a la vez, por el carácter sistémico e interconectado que hace que cada riesgo individual, más allá de su pequeño o gran impacto propio, se verá condicionado por su intersección con otros que desencadenan efectos impredecibles, a la vez que de enorme impacto conjunto.

Como veí­amos, un singular mapa de riesgos como el descrito, minimiza de manera aislada el enorme impacto de la economí­a (o algunas de sus manifestaciones) en nuestras vidas. Sin embargo, en su acción permanente sobre los aspectos sociales, nuestra forma y sistema de vida, nuestra empleabilidad y/o la capacidad de acceso a los elementos clave de una economí­a inclusiva y de progreso, a la educación, el trabajo y la tecnologí­a, a la transformada sociedad digital de la que ya formamos parte sustancial y, en definitiva, a sociedades diferentes en un mundo interconectado, obliga a abordar procesos permanentes de trabajo, relación, compartibles tanto en objetivos, como en resultados.

Así­, uno de las mayores oportunidades del Informe mencionado no está en el total acierto o no de cada una de las partes, riesgos y/o probabilidades de que sucedan, ni de la suerte o desgracia en acertar en un escenario final de llegada, sino en la propia «magia del proceso», integradora de todas aquellas áreas de conocimiento e interdependencia de las categorí­as socio-económicas, medio ambientales, tecnológicas y geopolí­ticas, en sistemas y disciplinas interconectadas, con la participación multi-agente. Y, entre estos últimos, el protagonismo irrenunciable de las personas en sociedad y de sus gobiernos que siguen siendo pieza esencial en el resultado. Su capacidad y competencia reguladora, emprendedora, generadora de protección y provisión del bien común, le otorga una máxima responsabilidad. Será, precisamente, fruto de este trabajo el resultado en la mitigación y superación de riesgos y la posibilidad de construir un nuevo futuro compartido.

De esta forma, la lectura analí­tica y crí­tica de cada uno de los riesgos/impactos/probabilidades aisladas, se ve gravemente afectada cuando se observa desde la lente sistémica e integradora, tanto de la interconexión creciente de los elementos observables, como del cuestionamiento de las reglas e instrumentos bajo los que desarrollan, como de las polí­ticas que rigen su funcionamiento y gestión, no ya para el caso de producirse, sino para su prevención evitando su colapso generador.

Si, por ejemplo, la observancia de una economí­a cuyos titulares pudieran llevar a la satisfacción superadora de una gran crisis, la conciencia de no haber hecho los suficientes cambios anunciados (e imprescindibles) en los albores hace una década, la falta de instrumentos de control y la ausencia de alternativas al modelo preexistente, posibilitarí­an la irrupción de nuevas crisis con efectos negativos a una cada vez más interrelacionada economí­a. De igual forma, el mencionado documento nos lleva a cuestionarnos sobre el comportamiento potencial perverso que pudieran tener graves riesgos sistémicos en torno a «avances» dados por, en principio, positivos para la globalidad de la humanidad, desde el propio comercio exterior y libre intercambio que darí­a paso al gran mercado global, la tecnologí­a (automatización, robotización e inteligencia artificial) que facilitarí­a el trabajo y suprimirí­a la rutina «obsoleta», la información masiva y la indigestión de sus toneladas de datos y mensajes acumulados (ni contrastada, ni veraz), no gestionada para uso especí­fico e inteligente, o la confortabilidad de poderes (gobiernos y organismos) de espí­ritu centralista y excluyente de «nuevos fenómenos» crecientes a lo largo del mundo que hacen del «trinomio autodeterminación nacional, identidad cultural y diálogo creativo» su bandera, clamando por el uso de herramientas y conceptos disruptivos (económicos, sociales, tecnológicos) la base de una exigible innovación constitucional con nuevas formas y comunidades multilaterales, una nueva gobernanza como guí­a de la administración y polí­ticas que dirijan los riesgos y su perversa utilización en soluciones al servicio de ese futuro compartido que se desea construir, mitigando uno de los grandes y principales nubarrones de nuestro tiempo: la desconfianza ciudadana ante el Estado clásico y sus instrumentos de poder enrocados en un status quo escasamente adecuado para transitar las innovadoras respuestas que el Mapa de Riesgos sugiere.

La nueva complejidad en la que hemos de vivir, dificulta el acierto en escenarios finales y aconseja el esfuerzo y logros permanentes a lo largo del proceso hacia un nuevo futuro deseable afrontando riesgos y desafí­os. Su recompensa, sin duda, nos ofrecerá superar obstáculos, mitigar los impactos negativos de los diferentes riesgos y aproximarnos a escenarios deseables más allá de situaciones heredadas no buscadas.

Sociedad digital, talento y empleo más allá de las responsabilidades de los Gobiernos

(Artí­culo publicado el 7 de Enero)

Singapur, Nueva Zelanda, Emiratos írabes Unidos y en un escalón muy próximo, Reino Unido, Estonia e Israel lideran el índice Global de Evolución y Logro en la Sociedad Digital (Digital Evolution Index). Valor hacia el que, al parecer, todo paí­s ha de aspirar como garantí­a de éxito y servicio a sus ciudadanos y en un momento en el que no hay gobierno, empresa o ciudadano que no trabaje (o diga hacerlo) en una estrategia, bien para la digitalización de su economí­a, su capacitación y/o aplicación generalizada a sus actividades de hoy y de mañana.

Sin embargo, siendo relevante aparecer bien situados en esta foto, cabe preguntarse no solamente lo qué significa la Sociedad Digital para los ciudadanos y sus paí­ses, qué mide en realidad este í­ndice (y otros muchos más allá de una referencia estadí­stica) sino, sobre todo, cuál es la base esencial sobre la que un paí­s, sus gobiernos, agentes, instituciones y personas hemos de construir nuestro futuro.

Revisando uno de los artí­culos más leí­dos en el año 2017 de entre los publicados de la mano del World Economic Forum en el marco de sus trabajos en el proceso de «trasformación del mundo superando los desafí­os globales», Anne-Marie Slaughter, presidenta ejecutiva de New America (movimiento civil para la mejora y «reinvención» de Estados Unidos y sus gobiernos), se preguntaba acerca de la justificación de la existencia de los gobiernos para simplificar su respuesta en tres grandes responsabilidades: proteger a sus ciudadanos, proveerles de aquellos bienes y servicios públicos necesarios e invertir en aquello a lo que no accederí­an los ciudadanos por sí­ solos. Así­, partiendo del viejo y simple argumento, como proteger contra la violencia que supone afrontar y mitigar todo riesgo de inseguridad (sea por ataque de terceros, ausencia o mal uso de la ley, fragilidad ante el «desgobierno», caos en diferentes modalidades, la economí­a ilegal, negra o corrupta, la ausencia de controles democráticos), sugerí­a repensar el rol protector y juzgarlo ante el contexto mundial observable, así­ como los instrumentos utilizados por los propios gobiernos para ejercitar dicha protección y juzgarlos desde un punto de vista democrático, justo, equitativo y absolutamente respetuoso de los derechos humanos a cuyo servicio ha de supeditarse tan ansiada protección.

Protector y proveedor parecerí­an retroalimentarse, según su argumentación, si bien el lí­mite de dicha provisión lo sitúa en aquellos bienes y servicios a los que no se puede acceder de forma individual, lo que, más allá de la acción colectiva o cooperativa, de la aplicación extrema del principio de subsidiaridad, o de las infraestructuras para todo tipo de conectividad y soporte del desarrollo endógeno, supondrí­a entrar en todo el espacio del estado social de bienestar, con demandas (y necesidades) crecientes en el ámbito de la provisión y protección social, de equidad, la inclusión, cohesión y la garantí­a de acceso a todo tipo de oportunidades en la máxima igualdad posible. Y es esta nueva interpretación de su doble papel protector y proveedor lo que le obliga a transitar hacia una tercera responsabilidad, el espacio y rol inversor. Los gobiernos se justificarí­an, también, por su visión inversora que ha de cimentarse en una desarrollada cultura emprendedora (innovación, compromiso, riesgo, continuidad y soluciones a las necesidades y demandas a futuro). Para ello, este último apartado supone dotar a los ciudadanos, paí­s a paí­s, región a región, ciudad a ciudad, de plataformas en las que las personas dispongan de aquellos elementos que permiten el desarrollo pleno de sus capacidades para el logro de sus fines, lo que les llevarí­a, en el tiempo, a requerir «menor gobierno» o como me permito sugerir «diferentes gobiernos» probadores, proveedores e inversores en menos necesidades y demandas cambiantes (deseos y voluntades) a lo largo del tiempo.

Es precisamente este último papel a jugar el que, sin abandonar ni menospreciar los anteriores, ofrece todo un mundo novedoso tanto de interrogantes, como de ilusión creativa en la potencial revitalización de los gobiernos, de los modelos socio-polí­ticos que impulsan o dirigen, de las nuevas instituciones y herramientas por diseñar e implementar y, por supuesto, del nuevo rol que junto a los diferentes niveles de gobierno, habrí­an de jugar el resto de los agentes económicos, polí­ticos, sociales, además de las personas, una a una.

De esta forma, la primera cuestión a incorporar con claridad en estas responsabilidades pasa por dar por bueno el servicio regulatorio y administrativo de todo gobierno, si bien la mayor exigencia diferenciada radicarí­a en su capacidad y voluntad (y, por supuesto, resultados), en su rol emprendedor, creativo, innovador e inversor, lo que supone apuestas, asumir riesgos, proposiciones únicas de valor diferentes a las de sus «gobiernos/paí­ses competidores» anticipándose a las tendencias y «decisiones del mercado», adecuando y alineando recursos a estrategias propias para futuros deseados y no de mantenimiento del estatus quo. Es decir, si cualquier aproximación al mundo que nos viene concluye con llamamientos a la empresa y a la sociedad a prepararse para afrontar el impacto que innovación, tecnologí­a, digitalización, emprendimiento y revolución 4.0, así­ como movilidad, flexibilidad, internacionalización, etc. como herramientas imprescindibles para ganar el futuro, no parece razonable que no se apliquen, de manera exigente, a los gobiernos, a sus administraciones y función pública, jugadores y agentes representativos e institucionales y, por supuesto, a sus propias estructuras y aparatos de Estado.

Es precisamente en este triángulo Polí­tica-Economí­a-Sociedad en el que las diferentes responsabilidades de unos y otros se funden en una interdependencia multidireccional que posibilite generar, potencias y facilitar plataformas favorecedoras del talento necesario para provocar los cambios y transformaciones indispensables por transitar hacia las Sociedades Digitales (por definir, mucho más allá de la tecnologí­a).

Hoy, como en todo momento de nuestra historia en la que aparece una tecnologí­a, conocimiento o hecho disruptivo, resultan inevitables «trade offs» o intercambios positivos y negativos, «ganadores y perdedores» que, por la dureza de sus consecuencias, en la actualidad, se traducen en el debate del empleo/puesto de trabajo asociado o cuestionando a y por nuevas tecnologí­as y mano de obra, automatización, robótica, inteligencia artificial… versus humanización y ocupación. La tendencia, difí­cil de medir y concretar, apunta a un resultado positivo y beneficioso en el largo plazo (cuando esto sea…) acompañado de efectos negativos inmediatos fruto de una más que supuesta sustitución de tareas rutinarias, penosas, de «escasa cualificación», automatizables por definición, generadoras de valor (por definir) e impulsoras de nuevos y mejores cambios en el cí­rculo virtuoso de la innovación y mejora en la calidad de vida de las sociedades a las que deben servir los gobiernos, también ya mencionados. Resolver esta paradoja del beneficio disruptivo es papel asignado al talento que hemos de saber potenciar, cuidar y desarrollar en nuestras sociedades. En esta lí­nea, la autora de la obra «El negocio de la empatí­a» (Belinda Palmer), firme defensora de la fortaleza de «nuestra humanidad» ante la carrera innovadora-tecnológica, advierte sobre las carencias de nuestros sistemas educativos necesitados, en su opinión, de una adecuada combinación de alfabetización y dominio tecnológico con la inteligencia emocional y la necesidad de introducir «innovación real» en el contenido educativo de nuestra sociedad. Educación y valores, de compleja concreción, pero sobre los que no se puede pasar de puntillas, con costosas ausencias de debate real y soluciones incompletas o confortables desde el dejar estar.

Hace unos dí­as, asistí­amos a una más de las muchas jornadas de huelga anunciadas en el mundo educativo en Euskadi (similar al de la inmensa mayorí­a de las reclamaciones a lo largo del mundo y, en especial, en nuestro entorno) y llama la atención que las protestas y razones de la movilización se referí­an, en exclusiva, a las condiciones materiales de los agentes y estructura del sistema y salvo ratios de número de alumnos por aula o número de horas lectivas, nula apelación a contenidos curriculares, exigencia académica y formativa del profesorado, demanda de su actualización y puesta al dí­a en aquellas «nuevas capacidades y competencias» que el talento y empatí­a que queremos para el futuro, tanto en los enseñantes, como en los métodos y modelos, servicios, infraestructura, gestión y gobernanza necesarios para un nuevo espacio de futuro. Oí­mos con frecuencia, a lo largo del mundo, el reclamo por contenidos que sustituyan a aquellos del pasado que nos han sido de gran valor para llegar hasta aquí­, pero que no creemos sean los que han de llevarnos a nuevos estadios. Como ejemplo, el British National Curriculum (recordemos que lo hemos señalado como uno de los paí­ses a la cabeza del índice Global para la Sociedad Digital), exige superar la formación basada en la lectura, escritura y aritmética por nuevas capacidades que califica en un Decálogo Obligatorio (Solución de problemas complejos, pensamiento crí­tico, creatividad, gestión de personas, interacción y coordinación con terceros, inteligencia emocional, juicio y toma de decisiones, orientación al servicio a los demás, negociación y flexibilidad cognitiva).

Obviamente, ni dicho decálogo tienen por qué ser la panacea, ni es cuestión de copiarlo. Sin embargo, parecerí­a razonable repensar el conjunto.

Y si los gobiernos tienen una serie de responsabilidades como las descritas, no podemos olvidar que el resto también somos parte de su logro o fracaso. Con Slaughter, comentaba el rol proveedor e inversor de TALENTO y CAPITAL HUMANO, esenciales en un futuro deseado y demandado por la sociedad, en un momento en el que la desigualdad y las fracturas existentes cobran protagonismo. Recibí­amos el año con un interesante artí­culo de Minouche Shafik, director de la London School of Economics and Political Science en el que, precisamente, apuntaba al efecto e impacto dual de la tecnologí­a en la transformación del estado social de bienestar y el empleo/igualdad/desigualdad previsibles. Shafik avanza una ya reiterada lí­nea de acción a considerar: generar nuevos contratos sociales que asuman los problemas apuntados, ajustando la automatización a polí­ticas positivas de empleo (con óptica local y real, medible), asociar la esperanza de vida a la edad laboral y de jubilación, establecer sistemas de flexi-seguridad, reordenar y formalizar empleo-trabajo parcial, temporal, con sistemas de formación permanente a lo largo de la vida, invirtiendo en salud y educación, pero no guiados por la cantidad o el PIB, sino por el contenido, calidad y valor (de la educación y de la salud) y llevar al debate social el nosotros en lugar del ellos. Construir el talento, la provisión y protección innovadoras que esperamos de los gobiernos es para y desde todos.

Esta propuesta, o el decálogo antes mencionado, o cualquier responsabilidad atribuible al gobierno o a terceros, tiene un alto coste. No lo pueden ni deben pagar o asumir algunos. Como ciudadanos estamos legitimados para exigir responsabilidades, pero, a la vez, obligados a cumplir con las nuestras y a ejercer nuestro juicio crí­tico respecto a las diferentes demandas y acciones de unos y otros.

Esto va de tecnologí­a, sí­, pero, sobre todo, de educación, de digitalizar la economí­a, de riqueza y bienestar social. Repensemos y ejercitemos la búsqueda, creación y retención del talento mencionado. Será la forma de ganar el futuro desde las cambiantes responsabilidades de cada momento y de cada agente.