(Artículo publicado el 21 de Noviembre)
Concluida la Conferencia COP26 de Glasgow, la sensación mediática trasladada a la gente pasa por la decepción, frustración o fracaso según la intensidad con la que el medio o emisor del mensaje se pronuncie. Eslóganes acertados para el marketing pretendido como el Bla-Bla-Bla facilitan un posicionamiento descalificador. En apariencia, la transición energética, la economía verde y la apuesta por la descarbonización habrían quedado en el olvido y el hervidero creciente de iniciativas y proyectos en curso a lo largo del mundo, desaparecerán en la papelera más próxima.
La realidad, sin embargo, es muy distinta. Glasgow refleja la complejidad que ofrece una ambiciosa apuesta, el ingente esfuerzo por transitar hacia el objetivo final de manera convergente, evitando abandonos en el largo recorrido. ¿Fracaso?, ¿Éxito?
Doscientos países han comprometido sus acciones reforzadas para acelerar sus planes y objetivos para una más que extraordinaria y extenuante transición energética hacia una economía verde en el escaso horizonte del 2030, tras un objetivo “mágico” medible en términos de incremento global de la temperatura de la tierra. Y tras este enunciado, todo tipo de estrategias económicas, sociales, energéticas, industriales, de empleo, educativas, tecnológicas se ponen en marcha a máxima velocidad. Y, al parecer, todos estamos dispuestos a afrontar el complejo recorrido que nos espera, a asumir sus consecuencias y a situarnos a disposición del Bien Común. Más allá de valoraciones sobre si los Acuerdos y Declaración final habrán de conectar, comprometer a tan dispares jugadores, países, industrias, empresas, organizaciones y ciudadanos, la Cumbre despeja cualquier duda sobre un mensaje y compromiso global que nos interpela a todos: 1,5°C. Se trata de un dato, un objetivo, un compromiso, un camino sin marcha atrás, que resume con fuerza y claridad, el horizonte hacia el que nos hemos de dirigir todos. Un verdadero banderín de salida que obliga a un cambio sistémico. ¿Imposible llegar al punto deseado con las apuestas en curso?
Pocas veces un objetivo generalizado y compartido contiene compromisos, aceptados, tan específicos y movilizadores de infinidad de iniciativas, planes, compromisos y presupuestos transformadores como con los que hoy contamos. Más allá de una declaración oficial (¿Hubiese resultado más alentador un consenso falso desde la ignorancia de las dificultades reales para su logro en el tiempo demandado?), conviene atender a los contenidos esenciales comprometido, en curso y viables. Principios a los que se adhieren, también, sucesivos acuerdos multilaterales entre países renuentes a firmar plazos concretos, desde el máximo esfuerzo que, también por interés propio, intentarán acortar.
Es el momento, inexcusable, para interiorizar lo que supone y significa “para mí y para ti”, (como personas, como empresas, industrias y países, sociedades), desde diferentes posiciones de partida, con diversas capacidades y debilidades. Exige preguntarnos cómo hemos de conseguirlo, con quienes hemos de recorrer el camino necesario, en qué tiempos, a qué ritmos (elegir o asumir compañeros de viaje, tiempos-recursos) y todo un reto al CONOCIMIENTO APLICADO (¿Con qué tecnología, en qué cadenas de suministro o de valor, desde qué nuevas ideas o modos de hacerlo…?). ¿En qué medida me impacta?
Contar con un Dato-Objetivo ofrece la garantía de identificar el Norte hacia el que dirigirnos. A la vez, supone que nuestra ventaja diferencial ya no es el qué, sino el cómo hacerlo, cuando lograr diferentes etapas, con quien aliarnos para su logro. Es tiempo de nuevos planes específicos y operativos para llevarlo a cabo. Es tiempo de aprender a trabajar con terceros si aún no hemos aprendido, de buscar y confiar en nuevos compañeros de viaje. Es tiempo de rediseñar nuestros ritmos de avance. Planes y esquemas específicos de nuevos capitales e inversiones, nuevos espacios de financiación y fiscalidad para abordar nuevas necesidades. Asistiremos a nuevas cadenas de suministro y de valor, a nuevos riesgos que obligarán a organizaciones más resilientes preparadas para responder a catástrofes y efectos desconocidos. Empresas, industrias, gobiernos, países, comunidades… todos estamos implicados y cada uno ha de revisar, desde su cuota de participación, su camino a recorrer.
No es tiempo de ruido, de culpabilizar a otros, de proclamar grandes logros sin asumir contrapartidas.
Hoy, 1,5°C es mucho más que la simplificación de un mensaje equivalente al reclamo Net Zero o descarbonización plena. Su impacto es de extrema trascendencia: reinventaremos cadenas de valor y de suministro y asistiremos, paso a paso, a turbulentas consecuencias y cuellos de botella que obliguen a reconsiderar nuestras innovaciones en el mundo de la gestión de cadenas, procesos, inventarios, logística y transporte. Supone nuevas estructuras de mercados locales, regionales y globales con una continua sucesión de deslocalizaciones a lo largo de la geografía mundial; necesitaremos dotarnos de nuevos esquemas e instrumentos financieros, sistemas y modelos públicos de presupuestación y arquitectura fiscal. Provocar entender, programar y resituar “la línea del tiempo” fijando, fase a fase, las diferentes iniciativas, planes y proyectos, que vayan construyendo un lego hasta el destino final, acompasados en la inclusividad progresiva de muy diversas comunidades, cualificaciones, necesidades de sociedades distintas y distantes. Es momento inaplazable para reinventar modelos de negocio y, sobre todo, modelos compartidos empresa-sociedad. Asistiremos a todo un nuevo mapa de alianzas y partenariados (público-público, público-privado, privado-privado), en un amplio “cruce de industrias” generando nuevos espacios de desarrollo. Habremos de comprometernos con una dinámica de evaluación, apuestas estratégicas, elección, “trade off” entre diferentes tecnologías hacia “la más verde y eficiente”, acompasada de nuevas condiciones de empleo y trabajo…
Si el Acuerdo de París provocó una profunda concienciación de la acción climática global y generó un más que significativo compromiso en torno a lo que se supone es el límite alcanzable por la temperatura global para “salvar la tierra” y minimizar catástrofes naturales, con, entonces, notables ausencias de los principales emisores del impacto negativo, así como de quienes están llamados a realizar los máximos esfuerzos transformadores de sus economías y estatus quo dominante , desde compromisos largo placistas, hoy en Glasgow y mañana en sucesivas mesas de decisión, se traduce, en significativos pactos movilizadores (como el Pacto Verde europeo, base mayoritario de la obligatoria reformulación de políticas de todos los gobiernos de la Unión Europea bajo el caramelo-castigo del acceso a los Fondos europeos, de resiliencia, transformación, renacimiento industrial y cohesión territorial y social). De esta forma, Estado a Estado, región a región, industria a industria, empresa a empresa, se dotan de sus propias estrategias, necesariamente alineadas con el “reclamo general”, y, pese a simplificaciones unificadoras, diferenciadas, atendiendo a sus propias restricciones, a sus vocaciones estratégicas y, por supuesto, a las demandas de las sociedades implicadas. No es cuestión de “políticos que no quieren asumir compromisos por miedo a las urnas o temerosos de decisiones”, sino, sobre todo, respuestas a lo que la Sociedad, en verdad, demanda, pueda y esté dispuesta a asumir en cada momento.
Sin duda, “salvaremos el planeta”. La cuestión no es si la India puede llegar a la meta en 2060 o 2050, o si China lo hará diez años más tarde que un pequeño pueblo de la “España vaciada”, por decirlo de alguna forma. Lo que en verdad marcará la diferencia será la suma de actividades comprometidas y transformadoras. La medida en la que asumamos (todos) compromisos con el cambio exigible (seguramente reconsiderando empleos de hoy para acometer potenciales actividades y cualificaciones para el mañana, por ejemplo), y en que pensemos más en “el mejor futuro” a transmitir a futuras generaciones que, en nuestro presente, en la medida que creamos conveniente renunciar a parte del nivel de bienestar de hoy, para construir “otro”, distinto y mejor poniendo el foco principal en los demás. ¿Prosperidad, inclusividad… para todos?, ¿Hoy y mañana?, ¿En qué medida primará mi o tú nivel de compromiso y de bienestar, de empleo, de renta, de país, modo de vida, compromiso… respecto al objetivo previsto, que se supone, abrazamos sin aparente matiz o discusión, lo que al parecer ya es una decisión de todos?: ¿Salvar el planeta?, ¿Lo haremos convencidos de su implicación para nosotros o pensamos y exigimos que solamente sea responsabilidad o renuncias de terceros?, ¿Puede todo mundo apuntarse a un futuro determinado desde su situación y expectativas presentes?
Sin duda alguna, la apuesta mundial no solamente es oportuna y necesaria, sino posible y, en principio, acompasable (a la vez que aceleradora) con los cambios que, de una u otra forma, demanda una potencial nueva política industrial, una nueva política energética y sus consecuentes políticas de empleo, presupuestarias, fiscales y sociales. Políticas y opciones en una nueva vía hacia la competitividad y prosperidad inclusivas. Ahora bien, el desafío y compromiso ha de entenderse (y explicarse) con transparencia y claridad: es un largo y complejo recorrido, exigente, demandante de compromisos, obligaciones y cambios de mentalidad de todos. Ni bastan reclamos a terceros como si solamente son otros quienes han de asumir la responsabilidad del objetivo perseguible, ni mucho menos el reclamo fácil y demagógico tras etiquetas simplistas y descalificadoras. Creer en verdades únicas, concediendo a falsos e improvisados profetas el monopolio de la solución, de sus verdades y respuestas de apariencia “desprendida y objetiva”, caer en el “buenísimo” de la propaganda fácil de quienes se saben no tienen que asumir ni responsabilidades, ni elección alguna en las decisiones a tomar, resulta excesivamente simple y aleja del verdadero esfuerzo requerible.
Ante todo, Glasgow nos ofrece una buena noticia interpelándonos a todos para trabajar por un bien deseable. Ahora bien, siempre que no triunfe el confortable “que lo arreglen los demás”. El objetivo parece claro y atractivo, sus resultados “globales” también, a la vez que nos retan a su distribución equitativa (obligaciones, esfuerzos y recompensas). Eso sí, bajo el compromiso exigente de un largo y complejo recorrido, de una transición no lineal, llena de distorsiones y cambios, no siempre bondadosos o gratificantes para todos. Exige el contar con una hoja de ruta equitativa, compartida, acompasada a la realidad. Fortalezas, capacidades, puntos de partida distintos y distantes. En el horizonte, un punto de llegada convergente e incluyente. Hagamos que Glasgow haya sido mucho más que una declaración de voluntades.