(Artículo publicado el 24 de Noviembre)
Un reciente ejercicio realizado en el seno del World Economic Forum, reunió a diferentes miembros de sus Consejos Globales sobre el Futuro, proponiendo “imaginar un mundo mejor para el 2030”. La idea sugiere que la única forma de plantear medidas y políticas adecuadas para lograr un objetivo como este, es pensar lo que nos gustaría encontrar en la fecha señalada.
Ejercicios como éste son comunes a cualquier proceso de prospectiva, nuevos escenarios o pensamiento estratégico, ya sea en el mundo de la empresa, de los gobiernos o de las personas en nuestra propia apuesta de futuro. Desgraciadamente, no son muchos quienes, en verdad, practican este tipo de esfuerzos comprometiendo sus aspiraciones en agendas específicas, les dotan de las estructuras y recursos necesarios para lograrlo y se empeñan en “construir su propia visión”. El ejercicio mencionado en el caso del World Economic Forum, ofrece 20 visiones concretas que pasan por la utópica conquista de vencer los impactos negativos del cambio climático, reducir la criminalidad y economía ilícita global a la mitad actual, generar soluciones tecnológicas de tele psiquiatría en la lucha contra enfermedades mentales, organizar y dinamizar un foro permanente de resolución de conflictos en el Oriente Medio con la participación activa de todos los líderes de los agentes implicados, un escenario de economía verde y circular, un pasaporte universal de salud con acceso global en un nuevo sistema de prevención, protección y seguridad social a cuyo servicio todas las tecnologías exponenciales (robótica, realidad virtual, inteligencia artificial, genómica…) convergen con un objetivo compartido, o una “nueva economía” alternativa a los extremos del pasado (capitalismo-comunismo), más allá de políticas a la búsqueda de objetivos e indicadores en torno a riqueza tradicional (para algunos) y producto interior bruto, o una reconversión plena de las estructuras de administración pública funcionarial hacia nuevos modos y ofertas de servicios para la sociedad. Diferentes escenarios y visiones simuladas tras las que han de formularse, a continuación, planes de acción concretos para su logro, identificando y superando barreras, minorando las brechas existentes entre el hoy y el mañana deseado, y “negociando” las correspondientes hojas de ruta que movilicen a todos los implicados en su logro.
Cuando ejercicios como este se realizan por los responsables directos de llevarlos a cabo, superan todo tipo de “juegos o aproximaciones soñadoras” para traducirse en verdaderas visiones y estrategias. En este caso, empresas y gobiernos se implicarían y, sin duda, los resultados no serían los estrictamente definidos a priori, sino respuestas mejoradas, la mayoría de las veces, por la multiplicidad de ideas e iniciativas que los diferentes participantes aportan, la evolución sistémica de dinámicas globales y el proceso de aprendizaje en sí mismo. Como en todo proceso estratégico, más allá del punto final de llegada, la enorme riqueza preparatoria para nuevas iniciativas reside en la propia “magia del proceso”, explorando y descubriendo nuevos horizontes, proponiendo nuevas preguntas y actores y provocando actitudes mentales diferentes.
Con este marco de fondo, en un reciente encuentro en Barcelona, comentábamos a pocos metros de la acampada universitaria, un potencial escenario de la Catalunya que hoy se encuentra en la encrucijada entre el “camino imaginario a ninguna parte”, que diría el expresidente Rodríguez Zapatero, la República Independiente de la mayoría legítima expresada en el Parlament, la reconducción hacia la convivencia del estatus quo del Madrid desde su inamovible poder de Estado y definición “constitucional” de la unidad de España, o hacia caminos inexplorados que puedan llevar a otros puntos de llegada. ¿Y si nos proponemos una visión para 2030 conforme a la voluntad democráticamente mayoritaria de Catalunya? ¿Y si en verdad el nuevo Congreso y posible gobierno español repensaran una nueva visión de Estado, incluyente de las realidades plurinacionales existentes, lejos de instalarse en el escenario fijo y unilateral de un tracto histórico que no parece hablar de futuro? ¿Y si cabría una nueva configuración de Estado en una, a su vez, reinventable Europa en un mundo cambiante con demandas sociales, económicas e institucionales diferentes a las actuales? ¿Qué mundo deseamos para el 2030? Sin duda un escenario y visiones muy distantes y diferentes al conflicto actual (con señales externas en Catalunya, si bien existentes en todo el Estado. El llamado “conflicto o cuestión territorial” que parece sorprender y molestar a quienes, legítimamente, no sienten o tienen aspiraciones de cambio, ni voluntad de nuevos instrumentos de autogobierno, ni se plantean otras formas de gobernanza o de Estado, tan legítimas como las de quienes sienten la necesidad de explorar nuevos caminos y redefinir un modelo de relación con terceros desde su propia apuesta de futuro y voluntad de libre decisión, ni empieza, ni termina en las deliberaciones o decisiones del Parlament).
¿Y si, además, aprovechamos el caótico y confuso estado de la política española, el desmedido rechazo mediático coyuntural a cualquier combinación de gobierno que pudiera orquestarse, ya sea populista, neoliberal, derechista o “Frankenstein” a juicio de algunos, para visionar otro 2030 en lo económico, social, judicial e institucional? Si lejos de limitar la apuesta a un decálogo generalista que valga para todo, nos preguntáramos por un estadio mejor dentro de 10 o 20 años, seguramente abordaríamos asuntos cruciales que exigen transformaciones radicales (un sistema educativo para el siglo XXI y no el continuismo estructural heredado, modelos socioeconómicos de desarrollo inclusivo, integrados, junto con estrategias territoriales clave, afrontando una digitalización imparable) superadores de viejos clichés extremos. Estos días leía a Niall Ferguson comentando una reciente conferencia con el incitante título: “La nueva ilustración: redefiniendo el capitalismo y el orden global neomercantilista en el mundo”, invitándonos (a personas, empresas y gobiernos) a “no ser el villano del momento”, recordando que el descontento de hoy, la búsqueda incómoda de nuevas soluciones y la inequidad o desigualdad -real o percibida- extendida por todo tipo de medios y redes sociales, con o sin control, “hace de toda persona, empresa o institución prominente un objetivo atacable”. A la vez, la literatura política y socioeconómica del momento refleja los cambios inevitables en curso, ya sea desde quienes piensan que el nuevo orden saldrá de una reinvención del capitalismo, a quienes concentran sus fuerzas en la nueva social democracia de la clase media del siglo XXI o la reafirmación de una economía social de mercado desde el refuerzo de sus raíces humanistas, solidarias y progresistas. En medio de todo tipo de aproximaciones con el objetivo económico y social, indivisible, hacia la prosperidad e inclusión. Más allá de filantropía, responsabilidad social corporativa, valor compartido empresa-sociedad, participación y auto gestión, mayor o menor implicación y peso del sector público… observamos todo un movimiento, imparable, hacia nuevas soluciones, ni dogmáticas, ni de receta y pensamiento único. ¿Y si imaginásemos un nuevo futuro, mejor, en el que podamos sentirnos confortables (que no acomodados)?
Ojalá nos demos la oportunidad de soñar un futuro distinto y nos empeñemos en hacerlo posible. Hace 44 años, en el Estado español, moría en la cama un dictador que no la dictadura. Entonces soñamos un futuro imperfecto que, pese a todo, propició un enorme cambio y transformación inacabados. Hoy, necesitamos volver a soñar desde lo aprendido y a partir de nuevas realidades, múltiples expectativas y desafíos por venir, conscientes de nuevas demandas y diferentes voluntades deseosas de asumir un protagonismo diferenciado. A la espera de la posible formación de un nuevo gobierno que parece tan solo soportado en el temor a que vengan los otros y desmonten lo conseguido, exigiendo adhesión incondicional a la nada, parecería razonable provocar sueños y apuestas de futuro para una sociedad demandante de un futuro mejor.
¿Y si hacemos algo distinto y mejor para el 2030? “Tengo un plan” como diría la precandidata demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Elizabeth Warren. ¿Y tú?