(Artículo publicado el 18 de Agosto)
Mientras avanza nuestro descanso veraniego, lleno de incidencias relevantes que no entienden de períodos vacacionales, continuamos inmersos en un “tiempo muerto” decidido, en exclusiva, por el candidato a la presidencia del gobierno español, dejando transcurrir más de 100 días de las últimas elecciones que le dieron un triunfo minoritario con la inevitable consecuencia que supone responder al encargo de formar gobierno con el apoyo de terceros.
Hasta hace unos días, entre bromas y algunas observaciones supuestamente firmes y serias, de muchos, se instalaba el mensaje de lo bien que pueden ir las cosas sin Congreso, ni Gobierno, alimentando la desafección hacia la política, gobernanza, liderazgo institucional y funcionamiento de instituciones y agentes democráticos. Nada más lejos de la realidad. Los gobiernos y la política (la de verdad y con mayúsculas) resultan imprescindibles para el buen ordenamiento y desarrollo de la sociedad y de la economía. En estas semanas, los vaivenes de la guerra comercial declarada y suspendida o mitigada según el humor del gobernante de turno (Trump) entre Estados Unidos de América y China, con su consecuente cadena de efectos como la devaluación del yuan, la caída de las bolsas en un nuevo parón ya casi constante, las percepciones de los mercados ante los resultados de las primarias en Argentina, adelantando un posible nuevo gobierno a partir del próximo diciembre arrastrando el valor del peso argentino con las graves implicaciones sobrevenidas para las clases medias y bajas del país y sus consecuencias en algunas empresas relevantes del mundo (en nuestro caso BBVA, la banca y el IBEX35 en general), o la abandonada solución al complejo y dramático escenario inmigratorio con dolorosas y confusas acciones en el Mediterráneo, o las sucesivas configuraciones de gobiernos autonómicos (Nafarroa y Madrid, en especial), han hecho volver la mirada hacia el mundo de la política y el reclamo a diferentes niveles institucionales de gobierno para intervenir en uno u otro sentido a tenor del demandante.
Demasiados asuntos importantes como para frivolizar poniendo el acento en las largas vacaciones retribuidas de ministros y altos cargos del gobierno “en funciones”, senadores y diputados a la espera de una llamada “a Pleno” para apoyar un gobierno X o disolver las Cámaras. Paralización absoluta en tiempos de tormenta. Tan solo, por aquello de llenar de contenido los espacios mediáticos, algunos portavoces “de guardia” se turnan para dar la sensación de estar informados, trasladar una relativa actividad no publicable, interpretar lo que el señor candidato tiene en su cabeza o contestar a cualquier frase ingeniosa de “sus contrarios”.
En este marco, no cabe duda que el único que sabe lo que espera de su ya “crónica resistencia”, no es otro que el candidato Sánchez, confinado en Doñana, al parecer a la espera de un acontecimiento fortuito o milagroso que ya sea por el desgaste que provoque en Unidas-Podemos y, a partir de allí, en el resto de partidos que habrían de votarle porqué sí, o bien, por un determinado “espíritu de compromiso” de todos los demás, la siempre llamada y no explicada “razón de Estado”, le lleve a su presidencia “evitando la alternativa del caos” que él sugiere. Recordemos que el actual candidato, hoy es presidente en funciones no por haber ganado elección alguna, sino por una operación entre partidos, con sede parlamentaria, con el objetivo de suprimir la presidencia de Rajoy y su gobierno del Partido Popular condenado por corrupción. El Sr. Sánchez no era miembro del Congreso y se le encargó, convocar elecciones lo antes posible, gobernar por vía urgente de la mano del decreto ley, sobre determinados compromisos, así como reconducir un catastrófico error histórico en el Procés catalán. Así, llegado a la presidencia, pareció entusiasmarse con su nuevo puesto, olvidar sus compromisos y confundir el legado recibido con un cheque en blanco que le permitía recomponer su decaído partido y débil liderazgo, ganar imagen y afrontar unas nuevas elecciones tras un nuevo fracaso, la no aprobación de su proyecto de presupuesto, empeñado en que los demás le aprobaran cualquier cosa sin consulta o negociación previos (ni plazos, ni contenidos), creyendo que su aval no era otro que el mensaje terminal “o yo, o el caos”. No cabe, por tanto, sorpresa alguna ante la exigencia de garantías o contrapoderes de quienes son llamados a investirle. Confiemos que su posición personal esté lo suficientemente fundada y razonada, en un contexto complejo, y no que haya incurrido en la “intoxicación del poder” que describiría Bertrand Russell, o, peor aún, en el comportamiento hubrístico que Lord David Owen pormenoriza en su libro “In sickness and in power” (En la enfermedad y el poder), relatando un amplísimo número de casos que han afectado a gobernantes y líderes mundiales en gobiernos, empresas y academia, responsables de trascendentes decisiones tomadas en su momento, sin el conocimiento o reconocimiento de sus “enfermedades” condicionantes o generadas por el poder.
Sea cual sea la razón, la percepción pre-vacacional no es otra que el abandono irresponsable de un proceso y decisión que no puede esperar a la caída del fruto maduro. La sesión de investidura representó el desencuentro, la desconfianza mutua, la improvisación de un proceso conversador o negociador de escasa calidad, esfuerzo y dedicación y una confrontación personal, ausente de compromisos o proyectos y programas compartibles. Ha maltratado y descalificado a su potencial aliado, le ha vetado y pretendido movilizar a sus militantes contra su líder, pretende jugar en el espectro nacionalista a la menos mala de las cartas posibles a la vez que transmite -en privado- miedos a la sentencia del Procés que sugiere ya redactada con reacciones impredecibles tanto en Catalunya, como fuera de ella y espera ganar tiempo a la espera de una Diada que pudiera resultarle incontrolable. Parecería reclamar un apoyo incondicional: ¿por qué? y, sobre todo, ¿para hacer qué?
Estos días, entre otras lecturas con motivos lejanos a lo comentado hasta aquí, he tenido la oportunidad de repasar la ya conocida trilogía de Adam Kahane que ha inspirado no solo el relevante trabajo de la Universidad de Berkeley en su departamento de economía, de importante orientación matemático-macroeconómica aportando algoritmos y modelos para predecir el comportamiento humano en la toma de decisiones sociales, políticas y económicas y que tanto soporte han dado a innumerables procesos de resolución de conflictos, a lo largo del mundo, incluido el espectro empresarial, identificando nuevos escenarios en la complejidad del mundo que habitamos. Kahane (y con él Peter Senge en diferentes trabajos conjuntos), nos recuerda cómo el ejercicio erróneo del poder tiende a sustentarse en la fuerza (bien sea en términos de más dinero, más armas, mejor posición jerárquica, control aparente o real de la decisión final…) para imponer una determinada respuesta a los problemas difíciles o complejos que se plantean. Esta práctica generalizada no es consciente de que la complejidad de las cosas hace que las partes las veamos de manera distinta, hablamos y lo verbalizamos de forma diferente, lo interpretamos de manera singular y actuamos de distinta forma, lo que en muchas ocasiones nos lleva a soluciones irreconciliables alejándonos de soluciones productivas y eficientes. Así las cosas, la verdadera cuestión estriba en responder al ¿cómo avanzar juntos en situaciones en que los conflictos, interpersonales o no, nos impiden construir una visión compartida de futuro?
Sánchez-Iglesias, PSOE-PODEMOS, parecerían haber roto desde la desconfianza y su consideración mutua de enemigos cara a formular proyectos país. Situación que, unida a la poca calidad del proceso negociador emprendido, aconsejaría recomendar la lectura de la primera pieza de la trilogía mencionada: “Colaborando con el enemigo. Cómo trabajar con gente que no está de acuerdo contigo, que no te gusta y en la que no crees”, que bien puede complementarse con la segunda pieza: “Poder y amor”, con una amplia aportación sobre los diferentes tipos de líderes y liderazgos para diferentes situaciones de discrepancia ante la construcción de escenarios desconocidos e impredecibles, y, finalmente, la tercera pieza: “Resolviendo asuntos complejos. Un camino abierto para escuchar, hablar, dialogar creando nuevas realidades”, abriendo no solamente nuestras mentes, sino nuestros corazones y voluntades.
Hoy, merecería la pena afrontar un “pequeño asunto complejo” pendiente de solución: investidura y gobierno. Mañana, en un mundo tan complejo, incierto y dinámico como el que vivimos, todo tipo de conflicto político, económico, social y empresarial. Y si los interlocutores no son capaces de modificar su línea argumental con posiciones únicas, o no están predispuestos a abrir sus emociones, mentes y sueños compartibles, siempre quedará un espacio para “el relator” que aporte calidad y rigor al proceso, claridad de ideas y objetivos, compromisos soñadores que pregunten el por qué y el para qué de los nuevos caminos por recorrer, de forma conjunta o, simplemente, acompañados.