(Artículo publicado el 17 de Julio)
Tiempos inciertos, sucesión de impactos que cuestionan el mundo conocido y en el que nos habíamos situado con mayor o menor satisfacción, costumbre o tolerancia, una coyuntura compleja y la necesaria e inevitable actitud reflexión para afrontar lo que parece un largo y complejo proceso de cambio y transformación. Llamamiento permanente -al menos en el discurso- a una intensa innovación colectiva, compromisos con una doble actitud, resiliente y disruptiva, acompañada de términos como repensar, reconstruir, reinventar hacia un deseado nuevo espacio de futuro, de oportunidades, de refuerzo democrático y de un bien común, consecuencia-objetivo de un mundo mejor.
Este es, de alguna manera, el cuadro más o menos generalizado que nos acompaña estos días en cualquier encuentro, debate o trabajo de análisis del presente y, sobre todo, de ánimo prospectivo para abordar cualquier proyecto o iniciativa de futuro.
Así, apuestas estratégicas (queridas u obligadas) que afrontamos personalmente, desde nuestras empresas, organizaciones o paises y sociedades, han de transitar por este cuadro base. Ya sea para repensar una “nueva” economía (¿de crecimiento?, ¿de desarrollo?), un “renovado” y “reformulado Estado de Bienestar”, una democracia real más allá de su formulación y práctica más o menos orgánica, de una empresa socialmente responsable atendiendo y compartiendo demandas, obligaciones, compromisos y resultados con todos sus stakeholders, una sociedad (y sus diferentes instituciones y gobiernos) consciente de su obligado compromiso con el dualismo derechos-obligaciones, beneficios-contribución, dar-recibir. Todo un tiempo apasionante, a la vez que exigente y demandante de redoblado esfuerzo individual y colectivo, de responsabilidad y solidaridad.
Abordar la búsqueda de “nuevas soluciones”, para hoy y para el futuro, para nosotros y para los demás, para esta y futuras generaciones, no es tarea fácil.
En esta línea, preparando un seminario veraniego, un colega me preguntaba sobre un inacabado papel que veníamos discutiendo sobre lo que yo titulaba (provisionalmente) “La perversidad de los Círculos Virtuosos”, animándome a “provocar” un debate sobre algunos de ellos, directamente señalados en la crisis post pandémica, como inflacionista y de guerra, convergentes en nuestra coyuntura actual.
Bajo esta referencia a dicha “perversidad de círculos virtuosos” me he preguntado sobre aquellas decisiones tomadas como acertadas en un momento concreto, que merecían nuestra valoración positiva y que tanto el tiempo, los cambios (muchas veces caprichosos), incontrolables o sus consecuencias imprevistas, han convertido en un punto negro, erróneos para la situación y demanda actual y que, en muchas ocasiones, han pasado de solución imaginativa a problema heredado, invirtiendo el proceso inicial deseado: “Hacer de los problemas una oportunidad o solución”.
Hoy, hemos de preguntarnos y proponernos un planteamiento sugerente: ¿Y si abandonamos aquello que hicimos bien como paso previo a construir nuevos caminos de solución?
Sin duda, son muchos los ejemplos que hoy se esgrimen, por todas partes, para explicar la situación que vivimos. Por lo general, se mencionan para culpabilizar o reprochar a quienes tomaron (o apoyaron e hicieron posible, por activa o pasiva) dichas “banderas, caminos o decisiones”. Muchos ejemplos, variados, en todo sentido y con impactos diferenciados. Por citar algunos, podemos empezar por la invasión rusa en Ucrania, cuyas graves consecuencias (recordemos que los primeros y máximos perjudicados son los ucranianos) afectan, de forma directa o indirecta a todos y que acompañan hoy a todo discurso que pretende explicar (o justificar) la gravedad económica, la inflación, la crisis energética, la fragilidad geopolítica… La apuesta europea, en especial con decisiones lideradas por la ex-canciller alemana Angela Merkel, (gaseoducto y dependencia del gas ruso, cierre de fuentes alternativas de energía, ausencia de seguridad energética propia, velocidad de políticas por una economía verde), que llevaron a una especial consideración (muy alentada por Estados Unidos) de Vladimir Putin-Rusia como “amigo preferente” e invitado singular al G-8, G-20, OTAN, etc., y una Unión Europea lenta y escasamente comprometida con una rápida integración, cobertura mucho más que moral de Ucrania, por ejemplo. En su momento fue considerada (quizás lo fuera) una decisión acertada para favorecer la buena vecindad y normalidad diplomática-relacional de la Rusia post URSS con Occidente. Una interacción gasista se suponía podría suponer un Acuerdo “ganar-ganar”, fortalecedor de esa “nueva relación”. Hoy, constatada la falta de seguridad energética propia, de infraestructuras y tecnologías sustitutivas, de fuentes alternativas, parecería horrorizar al mundo sobre dicha opción. Decisiones que hoy nos encuentran escasamente preparados.
Seguridad, suministros, cadenas de producción y de valor que se han extendido a todo tipo de bienes y servicios. Abrazamos el “Just in time” como panacea de eficiencia, productividad, modelos de provisión y logística, abaratamiento de costes y reducción de inventarios, especialización productiva y externalización optimizadora, base de una rápida globalización. La ruptura observable, especialmente con el COVID, la relevancia del factor local, la “sorpresiva” conciencia de una extraordinaria capacidad manufactura y tecnológica excesivamente especializada, cuestiona las buenas decisiones tomadas. Asociados a positivas apuestas por la excelencia formativa en altos perfiles profesionales con titulación universitaria como máximo objetivo, se ha visto trastocada por la importantísima e imprescindible necesidad de profesiones esenciales, con muy diferentes perfiles académicos, cuya falta y escasez, paraliza el mundo, impide la aplicación de políticas socio-sanitarias vitales… y, de esta forma, podemos seguir aportando todo un cumulo de espacios cuyas consecuencias posteriores llevan a reconsiderar los caminos emprendidos.
¿Hemos de “desacoplarnos” respecto de China y desprendernos de lo aprendido, de “haberla” convertido en la fábrica del mundo (o al menos de las multinacionales estadounidenses)?, ¿Debemos hacer “volver a América” (o a Europa o a diferentes países para “producir en casa”?, ¿Hemos de profundizar en políticas-ayudas para el logro de “ganadores globales” que una vez conseguido su objetivo, requieran, cada vez menos del país-región del que surgen y de las “bondades” que ofrece su hinterland original?, ¿Es tiempo de desconcentrar lo concentrado e integrar procesos, unidades y espacios de la cadena total?, ¿Y la especialización inteligente excesivamente limitada? o, por supuesto, la avanzada algoritmia financiera y concentración de decisiones (en base productiva global) perturbadoras de comportamientos esperables, o las llamadas “políticas de consenso” más limitantes que aspiracionales y transformadoras, convirtiéndose más en un veto paralizante que un motor acelerador del objetivo o propósito buscado… Así, cientos de elementos concatenados, con denominadores comunes, base de acierto inicial en momentos y decisiones básicas y que, con el tiempo, se vuelven perversas coadyuvantes de los problemas y consecuencias negativas.
Resulta importante recordar “el momento” de las tomas de decisiones. Responden a la mejor interpretación y gestión de la “llamada información perfecta” que es aquella de la que se dispone cuando ha de tomarse. Implica riesgo y si bien contempla consecuencias permisibles o posibles, no puede evitar la mayoría de las dinámicas incontrolables que habrían de darse con el paso del tiempo.
Sin duda, hemos de convencernos de la necesidad de vivir en un aprendizaje permanente. Proceso que convive, también, con un “desaprender” ante mundos nuevos. Huir de “pensamientos únicos dominantes”, rechazar mesiánicas profecías de “la única alternativa razonable, sensata y de sentido común es la que os presento” que escuchamos con demasiada frecuencia. Perversidad de decisiones acertadas.
Una vez visto… Muchas veces, reconducir el camino emprendido, facilita la búsqueda de aquello que deseamos.