(Artículo publicado el 4 de Febrero)
Mientras la prensa española se empañaba en destacar la presencia en Davos de una delegación española presidida por el «Rey global y español», Felipe VI, «en un insólito y exitoso ejemplo de la modernidad española» en el marco de una nueva campaña de marketing para poner en valor una monarquía distante y desafecta, la realidad de la cumbre económica mundial con más de 400 sesiones de elevado interés, se produjo en los términos habituales con un importante número de Informes, proyectos, debates y mensajes de máximo valor, llenando las agendas desafiantes de los principales líderes mundiales que se ocupan de repensar las cosas para modelar un futuro diferente al que la inercia parecería empeñarse en llevarnos. Desgraciadamente, para el marketing pro marca España-Rey, su presencia o intervenciones no merecieron ser destacadas en la web oficial del World Economic Forum, que sí ha dado cuenta de los principales contenidos, relatos e historias a resaltar en el mencionado encuentro.
Ya en un artículo anterior, resaltaba los riesgos y desafíos globales que se analizaron como base del evento (Global Risks 2018). Además, un buen número de informes especializados destacaban los principales elementos clave a considerar para transitar hacia el futuro. Informes a añadir al siempre referido índice de Competitividad Global que lleva décadas como libro de cabecera de todos los gobiernos y organismos internacionales, generador de guía y metodología en el proceso de diseño de políticas y estrategias a lo largo y ancho del mundo, el todavía joven nuevo índice del Desarrollo Inclusivo que ha cobrado especial interés y reclamo. Más allá del PIB, la imperiosa necesidad de comparar las diferentes economías desde su capacidad de generar oportunidades de desarrollo y de identificar los principales determinantes del bienestar, satisfacción y felicidad de las personas en Comunidad, relativizando los diferentes factores, también, en términos de su posición geo-política y carácter desarrollado, emergente o no desarrollado, proporciona una visión mucho más acertada y próxima a la realidad vital de la gente, facilita información valiosa para la definición y priorización de políticas mitigadoras de la desigualdad y, en consecuencia, favorece el camino hacia un nuevo «Contrato Social» indispensable para transitar, lo más cohesionados posible, hacia un nuevo espacio de bienestar. Un nuevo trabajo que viene marcando la orientación del Foro Económico en su conjunto hacia la integración e interacción de políticas económicas, sociales y medio ambientales que han de considerarse, a la vez, en la determinación de cualquier estrategia país.
Adicionalmente, la educación del futuro con o sin el impacto de las tecnologías de la información, la digitalización de la economía, su robotización y automatización y su impacto en el empleo, cobran cada vez más fuerza en todo tipo de debate y diseño, tanto empresarial, como público. Educación, salud y género multiplican su importancia condicionante de cualquier apuesta de futuro y, por supuesto, los movimientos migratorios y demográficos que no pueden minimizarse u obviarse en cualquier propuesta medianamente seria.
Así las cosas, en un contexto de interconectividad global en el que cada vez, con más fuerza, se cuestiona la simpleza de la otrora panacea única de la globalidad, la separación entre los espacios públicos y de mercado y en el que las finanzas y la macroeconomía ocupaban la guía casi única y excluyente de ese nuevo futuro limitado por bloques geo-políticos, «lo social» toma carta de naturaleza y conduce hacia la inevitable acción coordinada y colaborativa en un nuevo y redoblado llamamiento hacia la interconexión público-privada, una nueva gobernabilidad respetuosa de la identidad, el sentido de pertenencia, realidades únicas y deferenciales, y voluntades o vocaciones colectivas. Las palabras huecas de unidad histórica sin contenido real compartido, la permanencia estática heredada y no deseada por el simple hecho de una mera inercia o «historia» heredada y/o impuesta, han dejado su sentido no ya en otras generaciones, sino que la complejidad, los desafíos y los deseos del futuro claman por nuevas soluciones. Una población mayoritariamente urbana, provista de la movilidad y velocidad imparables para ensanchar nuestros espacios de relación, trabajo y confort, desde voluntades propias, reclaman nuevas formas de organización, gobernanza, participación y, por supuesto, modelos de liderazgo desde la autoridad otorgada y reconocida y no impuesta por jerarquía declarada o posicional. Un mundo diferente en el que lo menos importante es lo que parece evidente o aparente: la tecnología. La verdadera cuestión clave es el para qué de las cosas. El resto son instrumentos (facilitadores o inhibidores) de la voluntad y bienestar colectivos. Nuevas lentes para observar el mundo que nos rodea, emoción y empatía conduciendo los procesos de toma de decisiones.
No muy lejos de Davos, en la nevada, a la vez que pequeña Suiza, confederal, por decisión propia no miembro de la Unión Europea, neutral, en el corazón de una Europa que también existe y progresa sin guiarse por el mando unitario de Bruselas, a muchos siglos de distancia, el gobierno español, sus aparatos de Estado y sus voceros «constitucionalistas» se aferran a una sacro santa unidad ficticia heredada de una historia imperial en descomposición permanente. Lejos de pensar en los desafíos del futuro y de entender la inevitabilidad y complejidad de los cambios, se instalan en un pasado que no parece entender lo que está por venir. La semana no ha hecho sino reflejar la punta del iceberg de un Estado en descomposición cuyos aparatos se movilizan al servicio de la comodidad de algunos sin importar tergiversar, evitar o manipular los pilares básicos de una democracia, de la convivencia pactada o del simple sentido común que sugeriría una llamada alarmante a dialogar en busca de soluciones de futuro y no imposiciones unilaterales del pasado.
Si bien lo observado en Davos no tiene por qué reflejar la única verdad, ni muchos menos diseñar un único escenario, ni que lo observable sea lo deseable por todos, sí merece ser considerado a la hora de repensar lo que hemos dado por fijo y estable. Basten unas cuántas píldoras de la mano de dos prestigiosos profesores de Ciencia Política, especialistas en ejercicios de visión estratégica, quienes al frente de sus respeticos Institutos asiáticos observan el mundo desde una perspectiva muy diferente a la que nos hemos acostumbrado en nuestra querida Europa. Los profesores Robert Muggah (Igarapé Institute) e Yves Tiberghien (Asian Research UBC- Vision 20) nos transmiten «cinco hechos necesarios para entender el nuevo orden global» como resumen de lo que han presenciado en este encuentro del World Economic Forum, contrastando las visiones del presidente Donald Trump, del Presidente Chino, Xi Jinping, y el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, como representantes de tres modelos diferentes de aproximación. Trump con su America First, si bien en un nuevo orden de colaboración multipolar complementaria; Jinping desde el nuevo centro global que pretende ocupar China y Trudeau, en un reinventado liberalismo social (al que pretende asimilarse un Macron en Europa). Los autores sugieren no menospreciar los discursos de estos líderes y entender un contexto actual calificado de anormal en el que se entremezclan ideas, nuevos inputs y múltiples intentos de reconfigurar el espacio, los instrumentos de gobernanza e interacción, los organismos y modelos de relación que la posguerra europea alumbró y que posibilitó un, sin duda, beneficio general, introduciendo un nuevo espacio de paz, orden socio-económico hacia un creciente bienestar y una centralidad USA-Europa alineando Instituciones (Fondo Monetario, Bretton Woods, OTAN, G-20…), así como la propia CEE-Unión Europea que, sin embargo, no parecen responder, hoy, a los cambios y desafíos por venir. Repensemos con ellos cinco mensajes que no son sino estimación más que probable de realidades ya en curso:
- El crecimiento económico mundial se ha desplazado, está teniendo lugar y lo tendrá con más intensidad en el futuro, fuera de Europa y USA. La nueva era de la economía no blanca está a la vuelta de la esquina: Ya en 2019, el 35% del crecimiento mundial vendrá de China, 9% de la Indica y tan solo el 8% de Europa (con el 18% de USA). En 2050, las cinco mejores economías mundiales serán China, India, Indonesia, Brasil y Estados Unidos.
- China lidera la máxima urbanización y desarrollo de infraestructuras del mundo. Ejemplos son su magna obra «El Cinturón one Belt one Road» (Carreteras, líneas marítimas, infraestructuras) atravesando e interconectando 65 países. (Ya en su quinto año ha invertido 900 billones de dólares). El proyecto «reinventará» las rutas comerciales globales entre China, Oriente Medio, ífrica, Euro-Asia y Europa. Su financiación es prácticamente china en su totalidad.
- El cambio climático se ha convertido en un hecho y es una clara estrategia diferencial y prioritaria para China. (En 2025, todos los vehículos nuevos en el gigante asiático serán eléctricos). Ya hoy, el 60% del ferrocarril de alta velocidad mundial discurre por China y la «limpieza» del aire polucionado en Pekín y Shanghái es una auténtica realidad.
- La Sociedad Digital no solo es una apuesta, sino una realidad de la mano de su intensivo plan de construcción y nuevas Ciudades y Servicios a lo largo del país, por no hablar de sus gigantes empresariales con Alibaba (25 billones de dólares de venta por internet en u solo día).
- Formación. Las Universidades chinas se mueven en el ranking mundial y ya ocupan lugares destacados entre los 30 mejores del mundo. Cuentan con la mayor producción mundial de ingenieros y aspiran a eliminar «el éxodo chino hacia los posgrados estadounidenses» …
Cinco pilares para pensar. ¿Podemos seguir haciendo lo mismo? ¿Es momento de pensar en nuevos modelos y nuevos instrumentos o el acierto del pasado es suficiente para garantizar un futuro exitoso?
Sin duda, partimos de una posición positiva y el cambio no es sino una invitación a navegar en la complejidad. Pero no es sino el tiempo que nos toca vivir. En verdad, Davos es mucho más que un placentero paseo por la nieve y un poco de marketing. Supone, por el contrario, una invitación a convencernos que no somos ni especiales, ni los inamovibles protagonistas de un mundo superior. No solo tenemos la obligación de ocuparnos por nuevos horizontes, sino que, también, tenemos derecho a seguir buscando la utopía mejorando y dando valor a la vida que hemos recibido y/o construido.
El mundo se mueve y nosotros deberíamos hacerlo con él.