(Artículo publicado en Deia el 4 de Mayo)
La celebración del día del Trabajo el pasado 1 de Mayo no es una fiesta cualquiera. Se trata de mucho más que un festivo que posibilite su prolongación en «puentes vacacionales» o una excusa reivindicativa de determinados derechos de los trabajadores o de un homenaje sindical. No es, tampoco, un momento exclusivo y excluyente para proclamar una separación de clase (proletariado versus burguesía) o de confrontación empresario-trabajador o trabajador-desempleado o sindicado-no sindicado. Más aún, no debería traducirse en una simplista descalificación del «contrario», sea el Gobierno de turno, el empresario, el trabajador directivo o terceros que aparecerían como responsables directos y únicos de todos nuestros males. La merecida y bien ganada festividad del trabajador ha de abarcar a todos, y habría de convertirse en un buen reclamo para la reflexión que, desde la necesaria eliminación de silos separadores, posibilite espacios de encuentro para acometer los desafíos de un mundo complejo en una Sociedad cada vez más demandante de nuevas soluciones y, en consecuencia, de nuevas maneras de hacer las cosas, nuevos modelos de participación y representación y nuevos roles a desempeñar, en el mundo de la economía, por todos y cada uno de los agentes económicos, sociales e institucionales. Así, en este contexto, resulta necesario trascender de los discursos parciales escuchados estos días y, lejos de enredarnos en críticas, descalificaciones y reproches con pseudo defensas parciales y/o auto complacencia de parte, empeñarnos en la búsqueda de soluciones compartidas. No es, sin duda, una justificada oportunidad para exabruptos culpabilizando al desempleado de su situación, ni el momento de llamar a la confrontación como objetivo y razón de ser, lejos de animar a la búsqueda de espacios de encuentro, compromisos y soluciones compartibles al servicio del conjunto de la Sociedad.
En esta línea, el pasado 1 de Mayo tuve la oportunidad de compartir estas reflexiones en el corazón del Banco Mundial en su sede central de Washington. Sin duda, una de las Instituciones internacionales controvertidas, percibidas como causante de la crisis actual o, al menos, responsable de una más que criticable gestión de la salida de la misma, asociándose a una impositiva orientación de políticas generalizadas a lo largo del mundo, limitantes de una determinada apuesta por determinadas políticas sociales. (Sí. El primero de Mayo es festivo en casi todo el mundo, si bien en algunas excepciones como Estados Unidos, su celebración no conlleva la «fiesta laboral», por lo que en Washington se trabaja celebrando la oportunidad de disfrutar de los beneficios del trabajo y el empleo). Contra lo que algunos puedan imaginar, no se trataba de una reunión financiera o recaudatoria a la búsqueda de recursos y/o ayuda al servicio de un proyecto subvencionable. El motivo era una iniciativa en el mundo de la salud dirigida a la población más desfavorecida en diferentes regiones del mundo. Iniciativa que emprendemos desde la empresa bajo los principios orientadores del llamado «Shared Value», (Valor Compartido Empresa-Sociedad) a partir de las necesidades sociales en este amplio mundo de la «Base de la pirámide» (la población menos favorecida y desprotegida en términos de renta, protección, oportunidades de progreso social y acceso a la educación y a la salud), identificando retos y oportunidades como fuente de definición de un nuevo «modelo de negocio y empresa» para ofertar soluciones de máxima calidad, mejor ratio coste-eficiencia en términos de bienestar y en condiciones abordables por la población beneficiaria. Proceso abierto, complejo, más allá de planteamientos propios de la filantropía o de la responsabilidad social corporativa. Proyecto empresarial que pretende explorar una oportunidad de resolver una legítima demanda social.
Así, mientras en nuestras calles podían oírse los gritos acusadores al mundo de la empresa, en muchos lugares, esa empresa estigmatizada se empeña en reconsiderar las verdaderas necesidades, reinventar productos y servicios, redefinir sus cadenas de valor y facilitar el desarrollo y generación de riqueza y empleo. Lo hace en un esfuerzo innovador, permanente, co-creando valor para la Sociedad, en compañía de múltiples agentes (otras empresas, diversos gobiernos a lo largo del mundo, diferentes comunidades y personas con las que trabaja, instituciones académicas y de investigación y desarrollo tecnológico, entidades sin ánimo de lucro…) consciente de que las soluciones del mañana no pueden darse de forma aislada. Tal y como ha sido la esencia de la empresa a lo largo de su historia, sus resultados dependen de los beneficios sociales (también económicos) que genera, y como unidad socio-económica (capital y trabajo en sentido amplio, abierto y compartido), requiere del compromiso (cada uno según su aportación, responsabilidades y compensaciones) de todos. Y, por supuesto, más allá de la empresa, la Sociedad en su conjunto ha de formar parte imprescindible (activa) de sus propias soluciones. También, por supuesto, los gobiernos y sus empleados públicos, los sindicatos y sus afiliados y no afiliados, los trabajadores y los desempleados. Un momento crítico en el que nuevos paradigmas se abren paso en un escenario de búsqueda de «un pensamiento lateral» que nos permita ver las cosas de otra manera y trascender de soluciones clásicas que no parecen responder a los desafíos reales del momento.
Vivimos un nuevo espacio de oportunidades y desafíos. El nuevo camino por recorrer es demasiado exigente y necesita de todos nosotros. Nuevas soluciones, nuevos modos de acometerlos, nuevos roles de los diferentes agentes implicados, nuevas estructuras empresariales (también institucionales, de gobernanza y de representación de quienes tienen trabajo y de quienes no lo tienen) y nuevos roles y competencias (además de compromisos) de las personas. Cualquier propuesta que no venga precedida de un filtro «sistémico» que incluya todos estos elementos estaría condenada al fracaso.
Si el 1 de Mayo de 1886, las generalizadas huelgas de Chicago y Detroit extendieron un amplio movimiento de protestas y rebelión proclamando un nuevo marco (no solamente de relaciones laborales) social y económico, más allá de la reivindicación de una jornada de 8 horas con un salario justo y digno en un contexto determinado, y pasó a convertirse en el «día simbólico del trabajo». Retomemos hoy su fuerza icónica para acometer un nuevo desafío. Trabajo, empresa, gobiernos, Sociedad formaron parte irremplazable de un sumatorio capaz de ofrecer una respuesta compartida. Es la manera de honrar a «los mártires de Chicago» y, por supuesto, a los mártires de aquí y de todos los días. Celebremos un primero de Mayo, contextualizado, pensando en el futuro. Repensemos, todos, nuestros roles y compromisos.