(Artículo publicado el 1 de Septiembre)
Los últimos días de este agosto vacacional han llegado acompañados de una serie de malas noticias o indicios de un tiempo complejo y convulso como bienvenida a nuestras tareas ordinarias.
Si empezábamos la semana con las conclusiones del último G7 celebrado en nuestra querida Biarritz, envueltos en la percepción generalizada transmitida por los medios de comunicación calificándolo como un encuentro irrelevante, costoso, perturbador de la tranquilidad y el uso del espacio público ordinario en contraposición a los “amables movimientos antisistema”, la terminamos inmersos en diferentes señales de preocupación con impacto más o menos mundializado. Indicios o acontecimientos que parecerían obligarnos a una doble mirada en ese doble plano entre lo mundial, global o multilateral y supranacional o supraestatal, según se entienda, con las preocupaciones y demandas inmediatas y próximas en cada uno de los espacios micro de nuestro mundo, según intereses, prioridades y apuestas de unos u otros. Así, asistimos a las sombras negras de una potencial recesión (alemana, europea y quizás mundial), la incierta continuidad de la guerra arancelaria con una China denunciada y visibilizada como el gran desafío a superar (hundida, además en su siempre vivo conflicto de integridad territorial, hoy con Hong Kong), las verdades o fake news ya conocidas en relación con Irán, la nula respuesta convincente a la migración y su cruda e inaceptable cara deshumanizada del Mediterráneo o de las fronteras de los ríos Bravo y Suchiate, o las catástrofes naturales (ya sean incendios o nada menos que la creación de una nueva ciudad que albergue en Borneo la capital alternativa a una Yakarta superpoblada, foco de marginalidad y desigualdad, en peligro de hundimiento y tsunamis permanentes), el doloroso y triste anuncio de la vuelta a las armas de las FARC II en Colombia, o, en otro orden menor a la vez que importante, del desgobierno italiano, español, además de un Brexit con o sin reinvención del Reino Unido y de la Unión Europea, en un horizonte más o menos largo.
Sin duda, contemplar la ocupación de Biarritz y su amplio hinterland (resulta más que desagradable contemplar Hondarribia atravesada por flotas y maniobras militares en espacios peatonales) nos ha generado malestar, incomodidad, rechazo, además de un impacto económico negativo para determinadas personas, colectivos y negocios. Otra cosa será el potencial beneficio general que pudiera ofrecer en el medio y largo plazo. El siempre delicado encuentro entre el uso del espacio público, el interés individual y general (en especial cuando éste lo eligen otros), el límite seguridad-libertad, han acompañado toda referencia a la citada Cumbre que, adicionalmente, ha sido presentada por los medios, en general, sin matiz alguno, como “la reunión del capitalismo global”, protegida de la nunca criticada o calificada “movilización alternativa”.
Sin embargo, este doble plano de la gobernanza mundial multi objetivo y el diferenciado micro espacio exigente y demandante de soluciones ad hoc para distintas necesidades, prioridades, proyectos de futuro y voluntad y compromiso colectivos para orientar nuestro futuro deseado, requieren de prolongados y permanentes compromisos y esfuerzos de diálogo creativo, coherencia, debate de desde posiciones y visiones contrapuestas, soportadas en acciones solidarias de largo plazo. Esto hace que, más allá de expectativas ilusorias o de descalificaciones derrotistas, se propicien todo tipo de foros de diagnóstico y encuentros, en gran medida informales, sabedores de que las decisiones y acuerdos no serán necesariamente aplicables directamente, ya que son otros los foros en los que habrán de decidirse e implementarse desde la libertad, soberanía y responsabilidad de cada una de las partes.
Conviene recordar que el G7 fue creado en 1973 a raíz de una de las mayores crisis económicas de postguerra (con referencia inicial a la crisis del petróleo y la energía), con el compromiso de los seis países fundadores (un año más tarde se uniría Canadá) que representaban el 75 % de la economía mundial (en términos de PIB), con el objetivo de realizar un diagnóstico común y fijar soluciones convergentes que posibilitaran políticas alineadas al servicio de lo que entendían sería un nuevo mercado libre abierto al mundo al servicio de lo que creían sería la base del crecimiento económico (entendido hasta hace dos días como única vía de generar y garantizar desarrollo y bienestar). El Grupo se inspiró en una serie de principios y valores de obligado cumplimiento (democracia, respeto a los derechos humanos y al derecho internacional y favorecer el libre intercambio de bienes y servicios), confiando en que esta puesta en común generaría largas cadenas de posicionamiento e influencia en los diferentes organismos internacionales y sus diferentes países, con independencia de quien gobernara en cada uno de ellos en cada momento. Tuvieron la visión, también, de estructura un modelo de trabajo estable, con coordinadores rotatorios encargados de fijar una agenda con los principales desafíos, establecer los equipos expertos necesarios para elaborar diagnósticos y propuestas, facilitar acuerdos y promover tomas de decisión (esta coordinación rotatoria es la que ha ejercido este año Macron, ni por su rol internacionalizador, ni por protagonismo reconocido alguno, ni por ideología, sino, simplemente por ser el presidente de turno). Francia ha propuesto la agenda, la ha trabajado en múltiples grupos, reuniones, informes, etc. y ha llegado a Biarritz con propuestas e invitados.
Hoy, con el paso del tiempo, el mundo ha cambiado y con estos cambios, el propio G7. Si en 1998 incorporó a Rusia pasando a ser el G8 e incorporando a los desafíos económico-financieros, los sociales, políticos, medio ambientales y de inclusividad siendo hoy sus principales espacios de preocupación. Fiel a sus principios, dejó en suspenso la participación de Rusia por su intervención en Crimea-Ucrania, contraria a los principios de auto determinación y derecho internacional acordados por el Grupo. Todos ellos, además, forman parte de otro Grupo, G20, que incorpora a otros estados miembro que hoy (y, sobre todo, mañana) son y serán de vital importancia en la generación y, esperemos que solución, de desafíos. Hoy son ya las 2/3 partes de la población mundial y suponen el 80% de su economía (socialista, de mercado, social de mercado…). Todos ellos se reparten en todo tipo de foros similares (G4, Mercosur, Asean, UE, G5, B-20, ALP, etc.), conocedores que son sus respectivos parlamentos y gobiernos quienes toman las decisiones y no el Grupo X de turno, si bien saben que, con su presencia en todo tipo de foro y organismo, marcan posiciones y pretenden facilitar soluciones convergentes y coherentes. Saben que, en el seno de sus diferentes grupos de trabajo, encuentro y debate existen enormes diferencias e intereses (legítimos o no) y que han de seguir un proceso de diálogo inacabable. De esta forma se ha llegado a Biarritz. Construyendo posiciones ante los desafíos mundiales (desigualdad, desarrollo inclusivo, sostenibilidad, cohesión territorial, nueva gobernanza, empelo-educación, la salud del futuro, la digitalización y los 17 objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas, el desarme nuclear o el arancelario, cambio climático…) y aquellos “asuntos coyunturales” que el tiempo y circunstancias han puesto en primea línea (Brexit-UE, China, Amazonía, Mediterráneo… desarrollo endógeno y cooperación en África y, un “pequeño” asunto administrativo y regional que puede ser un foco de reflexión y futuro mundializado: “demandas y preocupaciones de la Nueva Aquitania en el reordenamiento territorial y administrativo de Francia”).
Llegados a este punto, cabe preguntarse si no es un valor en sí mismo enfrentarse a estos desafíos, compartir información y reunir a líderes relevantes para su atención y debate.
¿Cabe esperar resultados concretos y tangibles de inmediato?
Sin duda, la llamada gobernanza mundial o global, para algunos, es una asignatura pendiente. Muchos pensamos que pretender un único gobierno con cesión previa de soberanía de un inmenso número de pueblos en torno a un grupo selecto, por importante que este sea, es un error condicionado por la falta de proximidad y legitimidad, además de control y seguimiento democrático directo, con el grave peligro de caer en manos del funcionariado y administración no electos. Parecería que el multilateralismo de corte confederal es un camino de mayor fiabilidad y combustible de legitimidad democrática, interacción con los desafíos específicos que se viven y con un mayor grado de compromiso y responsabilidad directa ante los mecanismos y sistemas de control. Una doble combinación de asociacionismo libre y configuración colaborativa de líneas estratégicas y políticas compartibles supone una aproximación más realista, creíble y asumida por una población demandante no solo de soluciones, sino de su protagonismo y capacidad de influencia, decisión y control, por complejo que parezca. La gobernanza de los desafíos a los que nos enfrentamos y la cantidad de jugadores que han de verse implicados, es necesariamente compleja. La innovación política y administrativa supone un auténtico reto. Es cuestión del futuro y no del pasado. No queremos soluciones mágicas desde un club de notables. Deseamos implicarnos en nuestro futuro y asumir el compromiso, obligaciones y responsabilidades que nos correspondan. Ahora bien, pasar de este deseo y compromiso a dar por inservible el esfuerzo común y el trabajo de representantes libremente elegidos por sus respectivos pueblos y proclamar las bondades acríticas de movimientos no electos, en procesos desconocidos y no transparentes, ni en sus contenidos, ni soporte, ni financiación, hay un largo trecho. Hoy no sabemos en qué se traducirán los trabajos y acuerdos de Biarritz. Si sabemos que anteriores Cumbres posibilitaron la reforma de la organización y control del espacio y políticas financieras que permitieron afrontar el desafió (político, social, económico y de empleo) de la crisis energética del 73, sabemos que Berlín posibilitó la creación del Banco europeo para la reconstrucción y el desarrollo que facilitó la expansión y entrada de la Europa del Este hacia un nuevo mundo tras la caída del muro de Berlín, o que Deauville permitió acordar los principios rectores de la llamada “primavera árabe”, o que el G7 facilitó, de la mano de la OMS, el Fondo Mundial de lucha contra el paludismo, el Sida y la tuberculosis, o el programa Muskoka que permitió mitigar la mortalidad materno-infantil a lo largo del mundo, o las bases para el Acuerdo de París contra el Cambio Climático.
Sin duda, los grandes desafíos de nuestra Sociedad no los resolverá una Cumbre del Grupo X. No esperemos soluciones mágicas. Nuestro futuro lo construiremos entre muchos (ojalá todos), en nuestro diario esfuerzo y múltiples foros y escenarios en el marco de procesos inacabables. Los países que hoy ocupan los asientos directivos no serán los que los ocupen mañana. Diferentes espacios, diferentes formas de gobernanza, nuevos jugadores, nuevas ideas y estrategias abordarán las nuevas soluciones. Es en este contexto en el que quienes hoy somos claras minorías reclamando voz propia, desde nuestras diminutas naciones sin Estado, nos esforzamos en soñar y construir nuestro propio futuro. Atentos a los diagnósticos de todos y a sus líneas de trabajo, intentando desempeñar un co-protagonismo indispensable para afrontar los verdaderos desafíos.
Atentos, también, a Biarritz.