(Artículo publicado el 10 de Noviembre)
En su informe periódico sobre el análisis de la coyuntura internacional, Ian Bremmer (politólogo y consultor especializado en riesgos globales), destaca un posible punto compartido en las múltiples movilizaciones que se vienen sucediendo a lo largo del mundo, desde Hong Kong a Washington o Beirut pasando por las principales capitales latinoamericanas, París o Barcelona: la desigualdad percibida.
A una estimación genérica de la desigualdad, al margen de su intensidad objetiva medible, se añade la relatividad de la percepción entre diferentes personas o grupos sociales en contextos diferenciados. Así, sean causa o efecto, la desafección política, (aparente o real), la distante observancia de políticas resolutivas sobre demandas sociales de todo tipo y la inevitabilidad de una creciente ausencia de respuestas personalizadas a cada uno en contextos y momentos específicos, genera, en la población no atendida, alejamiento de sus respectivos gobiernos y de las consecuentes expectativas de solución, provocando, paso a paso, grandes déficits de credibilidad y liderazgo en los dirigentes. La percepción de estas demandas insatisfechas se propaga y mezcla con todo tipo de malestar y reivindicaciones, de estruendo generalizado retroalimentándose entre sí, reforzada por los medios de comunicación y, sobre todo, por la explosión de las redes sociales (de perfil, propiedad y responsable último desconocido). En este caldo de cultivo, la excesiva concentración de los beneficios esperables de la globalización y concentración de poder en determinadas empresas y mercados termina por facilitar la identificación de culpables, la externalización de responsabilidades y, por supuesto, la aceleración de frustraciones y malestar. Caldo de cultivo para cualquier queja, crítica, protesta o descalificación, justificables o no, a la búsqueda de alternativas (ya sea para el precio de un billete de metro, la modificación de tasas y matrículas universitarias, recordatorio del abandono en que secularmente se ha tenido a minorías indígenas, el cierre de una empresa en crisis, el traslado de todo problema al gobierno de turno, o la reivindicación de un derecho a decidir nuevas formas de gobierno o pertenencia a un Estado predefinido y dominante desde un estatus heredado). Este conjunto de factores configura un crudo escenario que, de una u otra forma, encuentra su aparente explicación homogeneizable en la desigualdad. Sin embargo, siendo esta realidad un ingrediente esencial en la ecuación para lo que un cada vez más potente movimiento hacia nuevas estrategias de desarrollo inclusivo cobre carta de naturaleza, parecería aconsejable una aproximación, también, singularizada a cada uno de los síntomas y problemas existentes, demandando soluciones específicas y distintas.
Así, en torno a lo que cada vez con mayor fuerza da lugar a los movimientos pro crecimiento y desarrollo inclusivo comentados, con unos u otros matices, mayor o menor intensidad y convicción, subyace una clara apuesta por retomar el rol esencial de la ideología, la democracia, el compromiso participativo y la cohesión social por encima de un rumbo o recetas atribuidas a la economía desde una visión reduccionista que pareciera interpretar el mercado y determinadas supuestas reglas exactas e inamovibles, cada vez menos aceptadas, que se habían instalado entre nosotros con escasa crítica, concebida otrora como sacrosanta panacea del pensamiento único al servicio de la proclamada globalización que se suponía imparable y generadora de grandes beneficios para todos, cuyos resultados no parecen avalados por el desarrollo e intensidad de las sucesivas crisis vividas. La rueda parece detenerse. El comercio mundial ha cambiado y ya son, nuevamente, mayores los intercambios y transacciones “domésticas” o intra regionales que las globales, los beneficios para todos muestran un reparto distorsionado y no homogéneo, desigualmente distribuidos. El “mercado” reclama su alma y de la actuación dirigente (y diligente) de los gobiernos, desde decisiones y controles democráticos. Son tiempos de cambio para transitar, con determinación y compromiso, desde la frustración y desilusión colectiva de partida hacia renovadas apuestas por liderar nuestras ilusiones y aspiraciones. Superar esta desilusión colectiva sería nuestra retadora respuesta a esta paralizante situación a la que sugerentes lecturas y pensadores parecen arrastrarnos, como las de Piketty, que prevé centrar su causalidad en un “Hipercapitalismo” dominante en los grandes déficits de igualdad e ideología propias del siglo XX reflejado, sobre todo, en la creciente capacidad económica y financiera que, dice, caracteriza el nuevo siglo XXI y, en su opinión, demandaría transformaciones radicales en los sistemas políticos y sociales imperantes (“Capital et Idéologie”).
Una vez más, sin duda alguna, es tiempo de la política y los gobiernos, de los liderazgos y compromisos empresariales, de las responsabilidades sociales e individuales, de la ideología y de supeditar los modelos económicos a los objetivos de prosperidad y bienestar. Estrategias de desarrollo inclusivo exigen precisamente la conjunción de políticas sociales y económicas convergentes, a la vez.
En este sentido, en los próximos días o semanas, habríamos de contar con nuevos gobiernos tanto en Madrid como en Bruselas. Visto lo visto, en los años perdidos del inexistente gobierno en funciones en la Moncloa y las escasas expectativas de mejora según reflejo de la campaña electoral que hoy se traduce en nuestro voto en el estado español, nuestras esperanzas de acompañamiento a las instituciones vascas, mira a Europa. Sin embargo, estas ilusiones responden más a sueños del pasado que a realidades observables hoy, ante una frágil y anómala estructura de gobierno europeo, que ante la falta de sintonía entre el Parlamento europeo y la Comisión, ésta sigue sin completar su renovación, pendiente, además, de incorporar Comisarios designados-negociados por cuota país, sin contar con el anómalo caso británico que ha de incluir un Comisario temporal hasta la salida del Reino Unido de la Unión Europea cuya fecha es desconocida (¿31 de enero de 2021?). Todo parece enturbiar la prometedora presidencia transformadora de Von der Leyen y “su gobierno pensado en soluciones de futuro y no mantenimiento del pasado”. (Por cierto, con un Comisario español –Borrell– sin agenda en Bruselas, como tampoco la tiene en el gobierno fantasma de Sánchez desde su entrada en funciones más allá de entrevistas y miniviajes y manifestaciones anti-Catalunya). Entre tanto, quien fuera rechazado por el Parlamento europeo para presidir la Comisión, es hoy de hecho, su presidente en funciones ante la baja quirúrgica del presidente saliente (Juncker). Europa profundiza en su propia crisis crónica de desgobierno y prácticas no democráticas, haciendo que el proyecto europeo viva la enorme paradoja de ser el espacio con mayor democracia y compromiso con el estado social y de bienestar del mundo, tener una máxima desafección ciudadana con sus políticas y prácticas de dirección y el mayor desprecio a una gobernanza acorde con los objetivos que pregona, administrada por un gran déficit democrático y de eficiencia, entregada a una burocracia ni elegida, ni controlada. Un trueque de intereses y cuotas de Estado perpetúa un paralizante y cada vez más distante desgobierno. Así las cosas, nuestras esperanzas en que alguien lo hará mejor que en Zarzuela-Moncloa, se traduce en un ilusorio optimismo desinformado.
En este marco, tensionado por una largamente anunciada desaceleración camino de recesión, la toma de posesión de la nueva presidenta del Banco Central Europeo (Christine Lagarde), coincide esta semana con la presencia de uno de sus vicepresidentes (Luis de Guindos) en la Universidad de Deusto impartiendo una conferencia en el Paraninfo de la Universidad (“Sede Sapientiae”, “trono de la sabiduría” reza su mensaje principal presidiendo tan significativa aula). De Guindos explicó la visión del BCE en el contexto económico internacional (desaceleración y bajo crecimiento económico en un horizonte de larguísima duración, impacto negativo inmediato por la guerra arancelaria, la novedosa, desconocida y generalizada situación de tasas negativas de interés sobre lo que no hay experiencia gestora en la política monetaria al uso, agravadas en el caso europeo por el Brexit -si bien suavizada por una salida con acuerdo-). Con estas premisas, De Guindos destacaba que tan solo el 5% de las recomendaciones de la Comisión y Consejo Europeos sobre reformas y políticas estructurales son implantadas por los gobiernos de los Estados Miembro, lo que hace absolutamente imposible el logro de los objetivos previstos en la Unión Europea y sus miembros. Bajo este ineficaz paraguas, aceptaba como insuficiente el encargo-objetivo que el Tratado de la Unión asigna al BCE, garante de la estabilidad de precios, controlando la inflación bajo el objetivo del 2% anual, para el conjunto de su ámbito competencial (recordemos que dicho mandato, lo es, en realidad para el sistema europeo de Bancos Centrales y del BCE y no solo para la eurozona, lo que supone, de entrada, un claro divorcio entre lo que se pretende y lo que pueden hacer). A partir de aquí, afirmaba que la política monetaria se ha demostrado insuficiente y es momento (una década después de la crisis) de apelar a los gobiernos para el uso inteligente y responsable de la política fiscal favoreciendo grandes proyectos de inversión, programas y políticas estructurales con el endeudamiento adecuado y, eso sí, “el apoyo a los mercados de bienes y servicios públicos”. Hoy, quien fuera secretario de Estado y ministro español de los gobiernos de Aznar y Rajoy, los más negacionistas del cambio climático, se ha reconvertido y además de proclamar la evidencia de la cuestión, anuncia la fijación de criterios obligatorios de economía e inversión verde en las políticas de apoyo del BCE. Cambio climático, empleo y cohesión social serían las claves de la financiación y políticas europeas. Adicionalmente, pone el acento en dos líneas de actuación estratégica: crear un mercado de capitales europeo que sustituya a la City Londinense post Brexit, si bien en una “plaza europea” desconcentrada en diferentes ciudades europeas, especializadas producto/servicio a producto/servicio y el impulso a la concentración y funciones bancarias cuyo modelo de negocio es insostenible (Lagarde ya anuncia que no apoyarán el traslado del pago de tasas negativas a los clientes por sus depósitos), la creación del ya tantas veces reclamado Fondo de Depósitos Unitario para toda la Unión Europea y la vigilancia de los bancos y entidades financieras. Nuevas “políticas e instrumentos”, además de objetivos para el mismo banco, financiación y mandatos de un banco creado para otra cosa, dejando la política económica, fiscal, social, presupuestaria… para el gobierno de la Europa en construcción y los Estados Miembro, cambiantes a lo largo del tiempo. Nos preguntamos, ¿por qué hoy sigue siendo una panacea el logro del 2% de inflación global?, ¿por qué ya no es adecuada la exigencia de un 3% en la convergencia económica de pertenencia a la Unión?, ¿por qué el nivel de endeudamiento exigido a los gobiernos era el adecuado para la salida de la crisis desde la mal llamada austeridad?, ¿por qué los 27 ministros de finanzas suponen la mejor idea global para un nuevo espacio de crecimiento y desarrollo inclusivo?, ¿por qué las mejores políticas y estrategias son las unitarias bajo decisión centralizada y no las adecuadas a diferentes espacios nacionales, regionales, locales y controlables desde ámbitos próximos?, ¿por qué es el BC y no un gobierno de dirección política no ha de ser quien diseñe y marque las prioridades y transformaciones necesarias para una Europa necesitada de un cambio radical acorde con la demanda de los europeos?
Bienvenidos, sin duda, nuevos instrumentos asociables a demandas y necesidades reales y diferenciales, y bienvenido un auténtico cambio en la política económica y presupuestaria europea, pero no basta con cambiar el discurso y la dirección desde los mismos responsables y capacidades. Nuevas estrategias, nuevos instrumentos, por lo general, aconsejan nuevas competencias, nuevos jugadores y nuevas actitudes.
Las sociedades demandantes de una mayor cohesión e inclusión, de nuevos resultados percibibles, de nuevos liderazgos compartibles y del suficiente gobierno y control participativos, requieren nuevos combustibles (credibilidad, confianza, resultados) para una afección democrática real. (Esta mañana, Ana Botín, desde el corazón financiero, decía: “reconozcamos que hemos perdido la confianza de la gente, necesitamos dar un vuelco a la ortodoxia reinante en los últimos años”).
Una nueva Comisión Europea, un nuevo BCE, un nuevo marco de relaciones entre el Reino Unido y la Unión europea, un nuevo Reino Unido desde el rol diferenciado de quienes hoy lo componen, un verdadero gobierno en la Moncloa, capaz de entender las demandas reales de un Estado plurinacional que se mueve hacia otros modelos y generador de confianza y no de protagonismo personal propagandístico… y una nueva savia enriquecedora y rejuvenecedora de la antigua Europa originaria y deseada. Una larguísima senda a recorrer desde el imprescindible optimismo para construir ese espacio en el que la ideología, la igualdad, la economía sean una verdadera realidad y práctica democrática, al servicio de las demandas y necesidades de la sociedad.