(Artículo publicado en Deia el 23 de Marzo).
En un controvertido y sorprendente despliegue publicitario en la prensa de los 28 Estados Miembro de la Unión Europea, la Comisión Europea, a página completa con fotografía incluida de su Vicepresidente y Comisario responsable de Industria y emprendimiento, Antonio Tajani, ha insertado un publi-reportaje bajo el título «Un Renacimiento Industrial para el Crecimiento y el Empleo».
Sin duda, el período pre-electoral europeo y la próxima «Cumbre» en el marco del Consejo Europeo de marzo sobre industria, energía y clima habrán influido en que el despliegue publicitario intente difundir una «Comunicación de la Comisión al Consejo». Ahora bien, dicho esto, y más allá de «objetivos colaterales», merece la pena destacar algo relevante, que no es otra cosa que la puesta en valor de las políticas industriales tan denostadas en otros tiempos. La citada comunicación incluye un párrafo introductorio significativo y muy alentador si, en verdad, compromete políticas, instrumentos y presupuestos coherentes para su aplicación: «La recesión más larga de la historia de la Unión Europea ha puesto en relieve la importancia de contar con un potente sector industrial que contribuya a fortalecer la economía. Si hemos aprendido alguna lección de esta crisis es que los países con una sólida industria han sufrido menos…»
Al hilo de esta afirmación, desde la experiencia vasca, instalados en una estrategia focalizada en el fortalecimiento innovador de nuestra industria a lo largo de las últimas décadas, constatando el resultado positivo diferencial respecto de otras economías de nuestro entorno, podemos insistir en algunas lagunas, carencias y potenciales errores que la propuesta al Consejo Europeo en los próximos días conlleva. Si bien la propuesta recoge una «prosa agradable», sus contenidos reales e implementación país a país, programa a programa, pueden llevar a su fracasada aplicación.
La apuesta por el mencionado reconocimiento industrial sigue atrapado en la llamada «dependencia austera de la recesión» que sigue priorizando ajustes financieros, fiscales y presupuestarios impidiendo un esfuerzo extraordinario y comprometido con la economía real. Más allá de los muy necesarios programas de apoyo público, subvencionadores e incentivadores, el flujo de crédito sigue estancado, segmentado y administrado en un paralizante goteo que impulsa a los gobiernos a una «gestión funcionarial» rodeada de una asfixiante parálisis en la contratación y gestión pública, dañina a todas luces para cualquier estrategia relevante. Prima la «transparencia y competencia formal, alejada de un control real que además de validar procedimientos, fortalezca la propia competitividad de los proveedores de servicios y la eficiencia-resultados de la experiencia real deseable. Adicionalmente, la insistencia en un tejido PYME mal entendido lleva a una panoplia de instrumentos burocratizados, sin duda con buena voluntad, pero dotados con escasos recursos y mínimo impacto real en los objetivos diseñados (innovación, internacionalización, creación de empresas, transformación y restructuración, nuevas tecnologías y aplicaciones…). Si además, se insiste en un supuesto círculo mágico crecer-crear empleo-salida de la crisis-bienestar, parecería estar obviando el drama de la desigualdad creciente que el mundo globalizado, sin matices, está generando -también- a lo largo del espacio europeo. Elementos que no parecen reflejarse en las recomendaciones de la Comisión, que parecería simplificar su aproximación con el sugerente impulso a la «Especialización Inteligente» que pretende -como siempre en la programación centralizadora de Bruselas al servicio de su «simplicidad administrativa de fondos» y no en los objetivos de sus programas- incorporar un único modelo y su extensión a centenares de regiones y ciudades, lo que lejos de propiciar «Proposiciones íšnicas de Valor», habrá de conformar expedientes subvencionadores iguales para todo tipo de regiones con independencia de su punto de partida, de su marco institucional, sus fortalezas y ventajas competitivas y sus aspiraciones y compromisos de futuro.
Desgraciadamente, el Renacimiento Industrial desde una «nueva industria innovadora, sofisticada y avanzada, ecológica, competitiva y al servicio de la PYME como motor de crecimiento» puede quedarse en un reclamo teórico y las políticas que se proponen en torno a un doble vector, el Horizonte 2020 y los KET (Tecnologías clave facilitadoras…) puedan contener buenas líneas de especialización a futuro, pero seguirán siendo medidas horizontales no discriminatorias que difícilmente supondrán la necesaria diferenciación que cada territorio demanda. Veremos proliferar infraestructuras caras adecuadas a un estadio de la innovación de primerísimo nivel desplegada a lo largo de Europa en páramos industriales que aún conviven en un estadio de «factores» en el que la restructuración, la lucha por la calidad y la ausencia de tejido industrial suficiente, campe a sus anchas. Redundaremos gasto e inversión con escasa dimensión y eficiencia.
Y, finalmente, volvemos a asistir a una cadena de planes sectoriales paralelos con escasa articulación en una convergente estrategia europea, que integre múltiples acciones integradas en un proyecto de futuro. De poco servirán políticas renacentistas para la industria de no venir acompañadas de políticas sociales, de empleo, de infraestructura y de gobernanza al servicio de los ciudadan@s europeos.
En definitiva, bienvenido el reconocimiento de la importancia de la industria y un voto de apoyo a la necesidad de proclamar la buena nueva señalando un camino a recorrer. Pero, desgraciadamente, no basta con reconocer que la lección aprendida es apostar por la política industrial. Las lecciones aprendidas pasan por entender la esencia y contenidos de una verdadera estrategia industrial completa, vector de una estrategia de competitividad, bienestar y desarrollo económico. Por definición, estrategia única (sí, por supuesto, inteligente, pero propia y diferenciada), soportada en instrumentos ad hoc para su implantación, con presupuestos y financiación específica que les de sentido y las haga posibles, sostenible en el medio y largo plazo, en una complicidad constructiva público-privada. Una verdadera estrategia y políticas discriminatorias. Una estrategia no pensada en una Europa abstracta y unitaria, competidora contra bloques determinados, sino múltiple en que diferentes países, economías y regiones puedan lograr su propio futuro. Basta de comunicaciones y declaraciones complacientes en las que, sobre el papel, quepan todos y que cada gobierno pueda vender en casa las bondades de una supuesta política común alineada con «la Biblia europea». No queda más remedio que asumir el riesgo de elegir… y, posiblemente, equivocarse.
Ahora que desde Bruselas, también, nos animan a abrazar el «Renacimiento Industrial», no caigamos en la trampa de adecuar nuestra estrategia, en exclusiva, a sus programas y fuentes de subvención, entrando en un pelotón general renunciando a un necesario, legítimo y creciente liderazgo. Hagamos lo que creamos que debemos hacer y no lo que parecería subvencionable con independencia de nuestros objetivos reales. En el caso de Euskadi, no se trata de renacer sino de «re-innovar» nuestra propia estrategia desde el largo, intenso y exitoso camino recorrido.