Ayer se despedía en su querida Arrasate a Don José María Ormaetxea, una de las grandes figuras empresariales y líder esencial del movimiento cooperativo de Mondragón.
Desde la distancia debido a asuntos profesionales, no puedo sino unirme a su recuerdo, condolencias a su familia, amigos y grupo cooperativo en su conjunto, desde mi cariño y reconocimiento a Don José María.
En el ya un tanto lejano 1991, desde mis responsabilidades como Vice lehendakari, Consejero de Industria y Presidente de SPRI (Agencia Vasca para el desarrollo industrial), a las puertas de una profunda crisis industrial, recurrí a José María Ormaetxea quien, en esos momentos, dejaba sus tareas ejecutivas y de dirección en el Grupo Mondragón del que él había sido fundador desde ese mundo mágico que constituyó ULGOR iniciando y haciendo posible el sueño del padre Arizmendiarrieta. Con el apoyo de su gran amigo y compañero de trabajo, el Lehendakari Ardanza, me atrevía a proponerle la presidencia de la SPRI como instrumento clave en lo que sería su transformación y el primer marco de actuación en política industrial 1991-1995.
La que para él era una insólita propuesta, tuvo en mí una mayor sorpresa en la respuesta. Desde su humildad y sencillez, entendía “no estar preparado para el cargo”, ya que no conocía las labores de gobierno, era ajeno a las administraciones públicas y se creía sin capital ni experiencia política para el cargo. Me puso tres condiciones para aceptar: mi continuidad como presidente para soportar la carga política, su nombramiento en una figura por definir en torno a una Vicepresidencia Ejecutiva y la incorporación de un Director General de su confianza con quien pudiera generar un trabajo cohesionado a la vez que eficaz: Javier Retegi, su gran colaborador y amigo en tantas aventuras empresariales en el grupo, quien ya había desempeñado las funciones de Vice Consejero de Educación en el primer Gobierno Vasco de 1980. Singular propuesta de magníficos resultados.
Tras mi salida (y la suya) del Gobierno Vasco, nos encontramos en muchas ocasiones. Varias veces le visité en su despacho de Otalora, vigía de sus valiosos archivos particulares, sus fichas personales manuscritas, recogiendo la riqueza de la historia del cooperativismo y humildísima sede del Museo Arizmendiarrieta. Siempre le trasladé la enorme tristeza (y en gran medida desilusión) al visitar dicho museo. Una obra de tanto valor, singularidad y trascendencia para la sociedad, el país y el mundo de la empresa y el cooperativismo, no podía, ni puede (en mi modesta opinión) pasar tan desapercibida y, al parecer, limitada a la buena voluntad en exclusiva de dos o tres amigos cooperativistas que, de manera desinteresada, evitando cualquier tipo de ruidos o interferencias en los órganos rectores del Grupo, casi de forma “clandestina”, permitían perpetuar una obra de vital magnitud.
Mi última visita fue especialmente triste. En una mañana gris y lluviosa, con Fagor paralizada y sus pabellones vacíos, en plena crisis de la empresa y de la estructura de pertenencia, gestión y valores, contemplábamos no solo el vacío de la actividad y la ausencia de movimiento en sus calles, sino, sobre todo, el dolor compartido observando el cuestionamiento de los valores y sentido cooperativo que, ante el dolor de la pérdida de empleo, hacía rebrotar posiciones excluyentes, identificados como trabajadores asalariados desmarcándose de su esencial rol emprendedor, cooperativista y “copropietario”, si se me permite, obviando su responsabilidad, compromiso, coparticipación en la toma y control de las decisiones que les habían llevado hasta allí (también en las épocas de éxito y crecimiento), por encima de todo el rol y valores cooperativos. José Mari (siempre me permití llamarle así) pretendía no caer en la crítica, ni a personas, ni decisiones que hubieran convergido en esta situación. Me recibió, eso sí, con varios ejemplares de las publicaciones del programa “SORTU” que desde Gobierno-SPRI habíamos concebido como sociedades mixtas (Ayuntamientos y Diputaciones implicados y Gobierno Vasco) en seis zonas específicas destrozadas por la inevitable reconversión de aquel momento. Sociedades promotoras de actividad sustitutoria al objeto de crear, exclusivamente, el mismo número de empleos alternativos a los que desaparecerían. Recordemos su gran contribución al país en aquella época, su papel al frente del Capital Riesgo y la instrumentación de las “Inversiones Estratégicas” acometidas en ese momento. Repasamos algunas de sus fichas y, como siempre sucedía, hicimos una breve visita a la “habitación museo” de Arizmendiarrieta visionando el video narrado por la voz, inconfundible, de Javier Retegi.
En esa última ocasión en que nos vimos, repasamos su prólogo al “Hombre Cooperativo”, que siempre he considerado una pieza maestra para la educación de nuevas generaciones. La clara y cruda realidad del contexto del Mondragón de posguerra, la ausencia de oportunidades de futuro en tantas familias destrozadas y enfrentadas, la historia formativa, laboral y emprendedora de quienes se forjaron en las escuelas de aprendices de la Cerrajera, de las de maestría industrial y los complejos procesos de convalidación que posibilitaron a estudiantes destacados acceder a estudios técnicos medios vía Zaragoza, o el incipiente esfuerzo emprendedor traduciendo, copiando, innovando sobre planos y licencias extranjeras, dando paso a los primeros casos de internacionalización del Grupo. Contexto e historia imprescindible para entender y valorar la creación, desarrollo y éxito del grupo cooperativo, ejemplo y referente mundial al cabo del tiempo. Su dolor al “confesarme” que un familiar suyo habría preferido estudiar en ingenieros en Bilbao y no en su querida ex Politécnica de Mondragón, cerraron aquella triste, a la vez que enriquecedora, visita.
Hoy despedimos a un gran “Hombre Cooperativo” que tanto testimonio y ejemplo nos ha dejado. Para mí que realicé mi primer trabajo tras terminar mi máster en dirección de empresas en la entonces aventura de lanzamiento de Sakana, S. Coop., en un hibrido entre el compromiso y trabajo del baserri con la apuesta por una industria de fundición, de la mano de cooperativistas y especialistas de Elorrio y Durango, creando empresa en esta querida zona de Nafarroa, resulta un día muy especial para rendir homenaje a quien tanto debemos. Nos queda la sencilla grandeza de su enorme compromiso y extraordinario legado.
Esker anitz José Mari.
Goian Bego.