(Artículo publicado el 31 de Julio)
¿Cómo podemos prosperar? Es la pregunta clave que lleva al profesor Tim Jackson a enfrentarse a una futurible economía sostenible en un planeta finito y considerar qué significado ha de tener el vivir bien y disfrutar de bienestar y cómo lograrlo “sin-without” crecimiento. Su libro “Prosperidad sin crecimiento” nos anima a tan controvertido planteamiento: ¿Es posible un estado de bienestar inclusivo y sostenible previo o ausente al logro del tan generalizado objetivo del crecimiento? ¿Cómo pensar en un reparto continuo, justo y equitativo de “la tarta” generada, sin aumentar su tamaño? ¿Cabe pensar en la redistribución permanente de una riqueza limitada y finita en un mundo y poblaciones crecientes?
Es verdad que el propio autor, más adelante y en el marco de sus reflexiones se cuestiona si no debería sustituir el término “without” (sin) por el de “beyond” (más allá de…). Expresar el progreso y desarrollo sin crecer o más allá del objetivo “crecer”, es mucho más que un mero problema semántico o de expresión.
Hace unos días, en una siempre agradable y enriquecedora conversación con dos amigos, académicos e investigadores de reconocido prestigio, surgía la evolutiva posición en torno al crecimiento económico, al desarrollo inclusivo, regionalizado a la vez que des globalizado, la cohesión (social y territorial) … no solamente como una revisión académico-intelectual, sino en cuanto a sus aplicaciones prácticas en las políticas y decisiones a tomar. Ejemplos muy recientes como la sorprendente sentencia de un tribunal impidiendo el Plan Loiola y Ribera Baja para el desarrollo en Donostia, con miles de viviendas en una operación urbanística, de desarrollo económico, estrategia de ciudad, políticas de vivienda, reordenación territorial y oportunidades de integración migratoria por no citar la opción de residencia para jóvenes donostiarras “obligados” a trasladarse a otros municipios, cobraba especial relevancia. (Más allá del rol que corresponde al citado Tribunal, interfiriendo planes urbanísticos y culturales, aprobado por la unanimidad de los grupos políticos responsables del urbanismo municipal, por no mencionar aquellas posiciones ideológicas ocultas de “defensa” y presencia del “Estado” en Euskadi, que terminará dictaminando la propia Administración de Justicia). Operación concreta al margen, limitar el crecimiento y contener el uso del suelo es un elemento crítico, a lo largo del tiempo y supone una clara decisión, de enormes consecuencias, en el bienestar y desarrollo a lo largo del mundo. Todavía hoy, no son mayoría aquellos gobiernos que, con carácter general, anteponen, con claridad el NO crecimiento en su planificación y estrategia de largo plazo.
Esta controversia abierta no tiene respuesta fácil (ni por supuesto única).
Si bien no cabe duda cómo el crecimiento ha posibilitado el binomio expansión económica-propulsión y renovación, inequívoco de la prosperidad y el sentimiento colectivo que lo percibe como incremento de rentas y salarios y mayor calidad de vida, parece evidente preocuparse por su continua contribución ante crecientes limitaciones de un planeta cuyos recursos consumimos y deterioramos a marchas forzadas. Cabe preguntarse si el nuevo mundo es en verdad finito, o seremos capaces, gracias a la imaginación de la humanidad, al perfeccionamiento de estrategias integrales para el largo plazo, a las tecnologías exponenciales en curso, a nuestra capacidad solidaria, colectiva de generar nuevas soluciones a problemas y décadas reales, cambiantes, con una mejora y optimización en el uso de recursos (su transformación y reciclaje), abrazando una apuesta colectiva por vivir una economía de la abundancia y no de la escasez, seríamos capaces de lograr el objetivo último que no es el crecimiento o no crecimiento, sino la prosperidad y bienestar inclusivos.
¿Estamos preparados como sociedad para comprometernos y responsabilizarnos con la complejidad, restricciones, obligaciones y solidaridad exigibles?
Estos días asistimos a unas cuantas pruebas que nos retan para pasar del discurso a la realidad. Prueba exigente de nuestra propia coherencia, de la diferenciada posición de partida y de “qué lado de la ecuación nos encontramos”. Nos hemos posicionado sin aparentes matices a una transición verde cuyo objetivo es salvar el planeta y enfrentar el cambio climático. Olas de elevadísimas temperaturas, incendios, etc. parecerían reforzar nuestra convicción (alguno ha dicho con solemnidad que el clima mata, cosa que hemos sabido desde siempre, ya sea por calor, frío, vivir a la intemperie, condiciones sociales y económicas de la salud, etc.). Sin embargo, asistimos, a la vez, a limitaciones energéticas (gas, precio, Rusia…) y sus consecuencias en nuestros bolsillos y calidad de vida. Rápidamente, al hablar de alternativas y posibles soluciones, algunos miran al carbón y reapertura de explotaciones consideradas altamente contaminantes y de elevado riesgo para la salud, otros recuerdan el impacto local positivo de centrales térmicas abandonadas, otros evitan demostrar su oposición al Shale Gas (en casa) para aplaudir su importación desde Estados Unidos y obvian la cadena “anti- ecológica” (tantas veces denunciadas como inaceptables por esas mismas voces, desde su origen hasta nuestro destino). Sin duda, salvar el planeta no es “sin-without” empleo y prosperidad actual, sino, sobre todo, “Beyond-más allá de…” aquel progreso deseado, también, para las generaciones actuales de las que formamos parte.
Esta misma semana, en la siempre recomendable lectura a los documentos de Mckinsey, encontramos un trabajo colaborativo muy ilustrativo: “Choosing to grow: the leader’s blueprint” (Eligiendo crecer. El plan de los líderes).
En él se recuerda cómo todo líder y/o máximo responsable de la empresa (gobiernos), aspira a crecer, de forma constante y permanente. No obstante, señalan que la cuarta parte de estas compañías no crecen en absoluto y en el periodo 2010-2019, tan solo el 8% de los que deciden proponérselo, lo hacían a un 10% anual. El crecimiento sostenido (no digamos sostenible) parecería imposible. La realidad, sostienen los autores, es que no solamente es posible o deseable, sino imprescindible. Eso sí, ha de ser una verdadera elección, contar con planes y decisiones explícitas para su logro, enmarcadas en una verdadera estrategia compartida. Como siempre, renunciar a esperar el futuro que nos venga y asumir el riesgo de elegir y comprometernos con aquel que quisiéramos alcanzar (y disfrutar). Para ellos, “el crecimiento representa el oxígeno de las organizaciones, el aliento de sus culturas, la savia motivadora e impulsora de ambiciones honestas, la máxima inspiración del propósito y sentido de aquello que hacemos”. Crecer es apostar por la retención y atracción de talento, es una ventana de oportunidades y fuente de la innovación, la generación de empleo, y entonces, cómo es posible se preguntan, que, en los últimos 30 años, solamente una de cada 10, de las 500 empresas del Índice Bursátil (S & P), haya registrado crecimiento. Aquellos que han destacado, presentan una serie de elementos comunes, sin distinción de las industrias en las que actúan: eligieron crecer, explicitaron sus planes, los comunican de forma permanente, los comparten, le confieren máximo valor e impulso estratégico, “evangelizan a propios y extraños”. Sobre sus decisiones aspiracionales, cuidan su coherencia y afrontan retos, riesgos enmarcados en su coherencia aspiracional.
Por otra parte, más allá de estos mensajes “empresariales”, el mundo que afrontamos exige una enorme convergencia de acciones, políticas y compromisos que condicionarán el ansiado “renovado estado de bienestar”. Nuestra prosperidad futura, nos lleva a ir más allá del crecimiento (que también) y de la nueva redistribución de rentas y producción. Parecería un galimatías o puzle no encajable de múltiples piezas dinámicas y cambiantes, pero todas ellas han de ser revisadas e incorporadas, de forma coherente, sinérgica, en ese verdadero espacio público-privado que hemos de seguir construyendo con verdadera intención y decisión. Hoy, quizás con mayor intensidad que en otros tiempos, vivimos un momento crucial caracterizado por una compleja sucesión de demandas y problemas que confieren un espacio caracterizado por exigencias sistémicas, demandantes de soluciones alternativas, disruptivas, que incidan no solamente sobre los resultados observables, sino sobre sus causas, revisando y reinventando (renovando) marcos estructurales, sistemas regulatorios, roles de los diferentes actores o jugadores, transformaciones profundas, integrales e integradas, cohesionadas.
La extraordinaria apuesta de Bismarck a finales del siglo XIX apuntando los incipientes sistemas de seguridad social con su hasta hoy sucesivas transformaciones innovadoras, los sistemas de salud (marco de “n” modelos de salud diferenciados), al igual que el permanente sistema de pensiones en continua adecuación (equitativa y sostenible, garante de un futuro posible), la inclusión en ellos de la cada vez mayor demanda de servicios sociales, influidas por las olas migratorias (voluntarias u obligadas), el futuro del trabajo y su potencial desacoplamiento con la educación-formación y la internacionalización diferenciadora, nos llevan a un apasionante “nuevo modelo de crecimiento y desarrollo”… no como objetivo en sí mismo, como pilar relevante, motor, de mucho más: la prosperidad, el bienestar anhelados. Un mundo que converge en una demanda individual y colectiva en torno a la equidad (espacial a la vez que temporal: en nuestro entorno próximo y mundial, para esta y futuras generaciones).
Muchos actores implicados, empezando por el esencial: nosotros mismos. ¿Responsabilidad, compromiso, opción personal e individual para acometer las transformaciones requeridas?
Beyond or without growth (…más allá del crecimiento o sin crecimiento). Nuevas ideas, nuevos caminos. Parafraseando a Michael Spence: “El futuro de la economía del crecimiento será la nueva convergencia para un mundo que se mueve a múltiples y variadas velocidades”.