(Artículo publicado el 16 de Agosto)
La incertidumbre generalizada en la que nos movemos con un especial efecto en la COVID y sus consecuencias, vienen a sumarse a la extensa complejidad multifactorial que acompaña cualquier análisis de riesgos, predicciones de futuro y toma de decisiones para encarar diferentes escenarios.
En este marco ya en sí mismo suficientemente complejo (la naturaleza del virus y su propagación, la existencia o no de medidas terapéuticas, farmacológicas y socio sanitarias en general que permitan una respuesta adecuada más allá del aislamiento, confinamiento social), obliga a repensar la manera de vivir en un tiempo indeterminado, asumiendo comportamientos sociales diferentes a los habituales. Convivir este espacio desconocido conlleva no solamente adecuar la actividad ordinaria, la reapertura progresiva de la economía, la reconsideración del ocio, la reorganización de la educación, la movilidad o los propios sistemas socio sanitarios de salud y servicios comunitarios, sino la gestión empresarial y de los servicios públicos. Todo indica que “CONVIVIR con el COVID” no será una cuestión pasajera de semanas o meses, sino, desgraciadamente, de largo plazo. Todo parece sugerir que hemos de pensar en la “gestión dual y ambidiestra” de nuestras vidas, no solo en términos de corto y medio/largo plazo, sino de “doble identidad”. De alguna forma, simplificando, nos vemos obligados a duplicar equipos, responsables, tiempos y tareas para gestionarlo: una parte volcada en el COVID y la respuesta a sus impactos, y otra, a la “vida ordinaria y de apuesta por el futuro”. Una especie de “task force COVID”, como unidad lo más autónoma o independiente posible del resto.
Al mismo tiempo, cuando hablamos de lo que la COVID está incorporando en la transformación de nuestras vidas, hemos de plantearnos con rigor y profundidad cuáles de las muchas medidas que se están implementando, de una u otra forma, deberían avanzar hacia su permanencia ( con su cuota de mejora) y no solamente concebidas como medida de emergencia, a desaparecer en el menor plazo posible: ¿Las restricciones al ocio, horarios, consumos, uso del espacio público, prohibición de fumar o consumir alcohol en la calle, por ejemplo, son favorecedores de un daño a la salud para el COVID, o lo son para la salud en general, hoy y mañana? ¿La arquitectura de la infraestructura escolar es la adecuada para la calidad y aprendizaje requerido? ¿Los planes y programas, evaluaciones de estudio pre COVID son los adecuados para una sociedad normalizada?,¿La supuesta demanda aritmética de 6000 nuevos maestros que exigen algunos para reabrir el próximo curso en Euskadi es una solución tanto inmediata como de futuro?,¿Qué cualificación y perfil se les exige pensando en la garantía de una educación real y de calidad? ¿La arquitectura de la infraestructura de salud (incluida la sociosanitaria) es la adecuada para un futuro diferente? No deja de ser curioso que las voces críticas, que incluso acusaban a nuestros empresarios y gobernantes de matar por impulsar modelos de reapertura progresiva de la educación y diferentes sectores económicos, cuando se trata de ocio, vacaciones y sectores asociados callan o exigen apertura plena. Parecería que el bien supremo de la salud desaparece en términos de prioridad cuando el trabajo o la educación han de tenerse en cuenta.Sin duda, como todo, se trata de decisiones complejas (e inciertas en sus consecuencias finales) llenas de matices y no de radicalismo blanco o negro.
De forma consciente e inconsciente, todos realizamos ejercicios permanentes de predicción ante cualquier decisión (por pequeña e irrelevante que parezca) en nuestro día a día. Se espera que en ámbitos de gobierno (del nivel institucional que sea), empresarial (micro pyme, starts up, multinacional, gran conglomerado), no gubernamental y/o sin ánimo de lucro, economía doméstica, organismos políticos o sindicales, afrontemos decisiones con un mayor o menor proceso de análisis de riesgos, “visiones o deseos de futuro”, análisis de escenarios (explícitos o relativamente imaginados) y pretendemos identificar sus potenciales impactos en nuestro ámbito de actuación y decisión. Philip E. Tetlock (profesor de Psicología y Ciencias Políticas, con amplísima experiencia en el mundo de la prospectiva), en su libro “Superforecasting: The art and science of prediction”, a través de sus sucesivas ediciones, nos ha venido ilustrando sobre este difícil arte y ciencia de la predicción desde una sentencia base: “reconocer los límites de la predictibilidad es una cosa; desechar todos los pronósticos es insensato”.
Hoy, su lectura resulta, en gran medida, de especial relevancia. No solamente la lucha y confrontación por el conocimiento y “acierto” del escenario futuro, sus tiempos de logro y, sobre todo, el mapa de riesgos, consecuencias y oportunidades que generará la mencionada pandemia, sino múltiples cuestiones “menores” o parciales que observamos en estos días y que cambiarán, de forma activa o pasiva, nuestras vidas. Preocupaciones, preguntas, obligaciones que convergen en el “dilema del líder” (en todos los ámbitos). ¿Qué escenario predice Joe Biden ante unas elecciones presidenciales en los Estados Unidos sobre el que decide incorporar a su “ticket electoral” como candidata a vicepresidenta a la senadora Kamala Harris? ¿Su predicción empieza y termina en la elección de noviembre y su triunfo por la contribución del voto afroamericano, latino, social demócrata, feminista, “no blanco”, y del “complementario” a las bondades de ambos? ¿Va más allá de ese “primer paso” y considera la puerta de entrada para la futura líder del partido demócrata y presidenta de Estados Unidos en la década 2024-2034? ¿Es una predicción de minimización de riesgo ante una incapacidad o ausencia que pudiera producirse en su mandato, de modo que ella asuma la presidencia? Pronósticos, predicciones, prospectiva para un futuro que se espera distinto al presente desde el que partimos.
Predecir el futuro no es ni futurología, ni espiritismo, ni ejercicios geniales de acierto infalible. Es mucha disciplina, análisis y, sobre todo, apuesta. Apuesta por espacios deseables en lo que podemos sentirnos confortables, confrontando los problemas asociables, prestando atención a los “seriales” que el mundo ofrece, considerando su potencial impacto en lo que hacemos o queremos hacer, con especial consideración de los matices que conlleva, contando con las posiciones previsibles del resto de los actores, asumiendo la responsabilidad de la decisión final, rara vez consensuable. Es un ejercicio permanente desde “ la sensatez de las confesiones de incertidumbre, el sesgo cognitivo en la exploración intelectual y la interacción de la primera impresión con la coherencia de un relato veraz”, siguiendo a David Kahneman ( “Pensar rápido, pensar despacio”)
No se trata de afirmar, con años de antelación, que en el verano de 2020, material explosivo abandonado en el puerto de Beirut haría saltar un gobierno, tras centenares de muertos, y provocaría un doble movimiento interno (la población exigiendo cambios inmediatos ante una situación no de catástrofe, emergencia, que también, sino de respuesta a una situación persistente por décadas) y externa (una comunidad internacional, en especial desde su antiguo “colonizador y aliado”, Francia, liderando un compromiso de cambio político y social más allá de la inevitable “reconstrucción” física del país), coincidiendo, en el tiempo con un inesperado acuerdo de paz y colaboración de los Emiratos Árabes con Israel añadiendo nuevas piezas al tablero regional. ¿Es predecible que la monarquía española sea dinamitada desde dentro de su propia Familia Real y que, antes o después, se produzca una verdadera reconfiguración del Estado español y sus instituciones, naciones y comunidades naturales? ¿Es predecible que la Unión Europea y el Reino Unido pacten, el nuevo escenario post Brexit dentro de este 2020, de modo que se construya un estatus preferente del Reino Unido en el espacio económico europeo? ¿Y que dicho acuerdo final suponga el camino de una reconfiguración del propio Reino Unido con una Escocia independiente como Estado Miembro de la Unión Europea, con una Irlanda unificada en Europa y un estatus especial para Gales? ¿Es predecible un latino presidiendo los Estados Unidos de América en 2030?
Cualquiera de estos escenarios pueden darse, o no. Serían explicables volviendo hacia atrás en su momento. Pero, en todo caso, lo relevante no es si se dan o no, sino qué hemos hecho y cómo, para llegar al punto deseable. ¿Biden-Harris ganarán las elecciones en Estados Unidos? ¿El nuevo gobierno en Beirut cambiará la vida de los libaneses y sus vecinos? ¿Felipe VI seguirá escondido tras el parapeto mediático y continuará con su “atareada agenda” en Baleares? ¿Westminster y Downing Street construirán un nuevo Reino Unido? ¿Controlaremos el efecto devastador de la COVID-19 con la protección de una vacuna que tarde o temprano llegará?
Hoy, como ayer, mañana y siempre, nuestras decisiones exigen el ejercicio de la predicción y, sobre todo, de la ejecución de lo que nuestra exploración decida. Gestionar sus consecuencias es la “magia” del complejo proceso que conlleva. Más allá de aciertos concretos, las “rutas estratégicas” definibles marcarán la diferencia. Como siempre, imaginar “nuestro futuro, próximo o lejano, forma parte de nuestro ejercicio y responsabilidad diarias, pero, sobre todo, comprometer aquello que hemos de hacer para lograrlo.