(Artículo publicado el 22 de Diciembre)
El pasado 2017, haciéndome eco de un informe publicado por el profesor Michael E. Porter sobre la “Industria de la política en los Estados Unidos”, publiqué en esta columna una reflexión respecto del carácter local estadounidense del mismo o su potencial replica “adaptada” a lo largo del mundo. Entonces hacía referencia al funcionamiento observado en la política del Estado español, deteriorada por la falta de gobernanza efectiva y la no solución a la más que imperfecta articulación territorial, en la del Reino Unido en su particular tiempo de referendos (Escocia y el UK–, el Brexit y el UK?) y de la Unión Europea en su parálisis de gobernanza acordada por la política de un consenso de confort, que no de proyectos compartibles.
Hace unos días, tuve la oportunidad de reunirme con Porter en su despacho de la Universidad de Harvard. Acaba de terminar su último libro actualizando el estado de la “Competitividad para la prosperidad” en los Estados Unidos de América, en el que además de poner el acento en el propósito o el para qué de la competitividad del país, la de sus diferentes Estados federales y, sobre todo, de sus empresas y agentes económicos y sociales, focalizable en resolver las necesidades y demandas sociales como máximo orientador de los diferentes modelos de negocio empresariales y de las políticas de prosperidad, inclusión e igualdad requeridas. En esta ocasión dedica un amplio y relevante papel a esa “industria de la política” estadounidense que se aleja cada vez más de la sociedad que representa y del valor de la institucionalización garante de los compromisos en el largo plazo, minando la esencia de los determinantes de la competitividad que vienen distanciando a Estados Unidos del primer lugar que en el contexto mundial le otorgaron en el pasado los Índices de Competitividad (WEF, IMEDE, OCDE) empeorados, aún más, si se trata de medir su grado de progreso social. Esta “incursión” en el ámbito político no es sino un paso más, esencial, para avanzar en la comprensión de un marco completo de la competitividad a la búsqueda de respuestas a una pregunta clave: ¿Cómo generar prosperidad sostenible e inclusiva a lo largo del mundo, mejorando de forma permanente el nivel de calidad de vida de los ciudadanos, co creando valor compartido entre las empresas y la sociedad, atendiendo, a la vez, la búsqueda de beneficios económicos y sociales para la comunidad?
Pregunta que responde a los objetivos de la extensa red M.O.C. (Microeconomía de la Competitividad) que desde el año 2002 nos une a poco más de 300 investigadores y profesores de más de 130 Universidades e Institutos en los cinco continentes, en un compromiso colaborativo académico-empresarial a la búsqueda del mayor impacto positivo posible en nuestras sociedades. En el encuentro anual que hemos celebrado en Boston, ha resultado relevante la cantidad de iniciativas y proyectos debatidos desde diferentes ópticas geográficas, pero con una serie de elementos comunes, o al menos, asociables, que han puesto el foco en la calidad de las democracias, las razones de sus fallos, la debilitada credibilidad observada en un buen número de liderazgos esperables, la desconfianza en un futuro incierto y los escenarios que se proponen, así como la inevitable revitalización institucional y política, además del renovado y “reinventado” rol empresarial para la propuesta de soluciones motivadoras. Espacio que debe ocupar, también, una nueva universidad que devuelva al mundo académico su compromiso firme con la aplicabilidad de sus capacidades expertas a las necesidades reales de la sociedad en que se insertan y asumiendo un protagonismo cada vez mayor en la generación de impacto en la sociedad.
En un foro internacional como este, el debate del estado de las cosas no solo no podía evitarse, sino que enriquecía el trabajo. Analizar y comparar el escenario estadounidense con una visión dividida ante el impeachment presidencial en plena discusión, las “marchas” latinoamericanas desde Chile a México pasando por graves situaciones (casi endémicas y/o estructurales) que se dan en Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, o en la crisis argentina, encontraban su marco comparable con el análisis estadounidense comentado. A ellos se unían estrategias de “Federalismo Competitivo” en la India, en el marco de estrategias que trasladan el peso del progreso y bienestar futuro a los 22 Estados subnacionales que lo componen, reescribiendo una nueva historia de crecimiento y bienestar inclusivos para una India joven (la edad media de su población son 29 años) que tan solo supone un 34% poblacional en zonas urbanas, liderando el crecimiento mundial en los últimos 15 años, llevando la biométrica, inteligencia artificial y otras tecnologías exponenciales a 1.200 millones de ciudadanos afrontando un desafío de gobernanza e institucionalización por construir, en sustitución del viejo mapa unitario impuesto desde los despachos del antiguo imperio británico. Una India sorprendente por su fortaleza y expectativas a la vez que, por sus raíces, historia y desigualdad, conviviendo con un potencial tecnológico y de futuro aún incierto. A la vez, la oportunidad de observar la transformación radical a través de una estrategia de desarrollo que lleva a Jerusalén a potenciar la periferia como necesidad crítica no solo por el bien del futuro de la ciudad y su población multicultural, sino para evitar las migraciones y efectos demográficos que pudieran impactar de forma negativa su desarrollo. Potenciar y provocar la clusterización de diferentes actividades de valor en zonas rurales y periféricas favoreciendo su implantación, llevando la tecnología al desierto en espacios compartibles con Palestina y con una clara intencionalidad política que pudiera parecer oculta tras discursos y objetivos económicos y de empleo.
En todo caso, estrategias diferenciadas demandantes de las alianzas coopetitivas de ciudades y regiones, de empresas con gobiernos y territorios, necesitados de la política y sus gobiernos y capaces de lograr la adhesión creíble y confiable de la sociedad. Devolver a las instituciones, gobiernos y política el rol esencial que nunca debieron o han de perder y que constituyen determinantes de la competitividad y progreso social en la agenda transformadora. Mensaje en contraste con el panorama observable en el Estado español. ¿Habrá gobierno en los próximos meses?, ¿qué pasará con Catalunya?, ¿y ustedes, los vascos, van claramente a la independencia? Preguntas repetidas con insistencia por nuestros colegas, a las que se unía una interesante cuestión planteada: ¿Cómo se sostiene una situación de ausencia de gobierno de casi un año en aparente normalidad salvo en el caso “del conflicto catalán”?
Sin duda, la “distribución del poder político y las competencias reales de los diferentes niveles de gobierno” lo explican en gran medida. Las materias esenciales (salud, economía, bienestar social, empleo y el funcionamiento ordinario de la ciudadanía), están “en manos” de las Comunidades Autónomas y los Municipios, y la actividad económica en las empresas, lo que mitiga la ausencia del todo poderoso centralismo oficial desde Moncloa y sus ministerios. Los diferentes gobiernos tienen distintas responsabilidades, tiempos, credibilidad y adhesión. Por el contrario, la Administración Central ocupa a cientos de miles de funcionarios ocupados en sus tareas ordinarias y sus directivos están libres de control alguno. El día a día, sobre excepciones, sigue su curso. Grave espejismo. La ausencia de gobierno (y Parlamento que lo impulse y controle) impide afrontar los desafíos de futuro (enormes) y su aplazamiento no hace sino aumentar distancias respecto de un futuro deseable.
Sería bueno aprovechar la evidencia para encarar no ya una investidura presidencial coyuntural (que en ningún caso será operativa, sin presupuestos, antes de abril del 2020) para repensar un futuro distinto, abordando, de una vez por todas, la inevitable reconfiguración del Estado, afrontando no solamente el “conflicto” catalán, sino el verdadero encaje de un nuevo Estado, desde el reconocimiento de una pluralidad de naciones y de regiones de distinta vocación institucional, de autogobierno y/o de pertenencia. Solamente alineando las demandas reales de sociedades distintas con instituciones sentidas como propias, asumiendo el compromiso de construir tu propio futuro, desde tu estrategia única, se podrá afrontar un nuevo futuro.
Son tiempos de cambio y de transformación radical. El continuismo y confort pueden alargar algunos logros y tendencias del pasado, pero no responden a los desafíos del mañana. Los liderazgos exigibles no son los que produce una “industria de la política”, como oligopolio que se dota de sus propios jugadores y reglas del juego intrínsecas. Lo veremos en el nuevo escenario del ya antiguo Reino Unido (UK?). El triunfo electoral en las elecciones recientes no solo da lugar a la investidura de un gobierno o a la “deseada mayoritariamente” salida de la Unión Europea, sino a la reconfiguración de unas nuevas Irlanda y Escocia dentro de la Unión Europea, independientes, una Gales reforzada con sus competencias respecto del Gran Londres y una Inglaterra distinta. Seguramente, todas ellas, piezas interconectadas abiertas en nuevos espacios coopetitivos tejiendo diferentes alianzas entre sí y con la Unión Europea, así como con otros terceros a lo largo del mundo. Sus gobiernos, sus políticas habrán de trascender de su propio marco habitual para diseñar y acordar las estrategias transformadoras que demandan sus distintas sociedades. Solo así, las democracias no serán esquemas fallidos y la confianza y credibilidad en gobiernos, políticas y liderazgos, constituirán la savia necesaria para conseguir el desafiante futuro deseable.
Procesos de cambio, provocadores de verdaderos espacios de prosperidad y desarrollo inclusivos. Hoy más que nunca, empresas, gobiernos y comunidad constituyen alianzas coopetitivas, inseparables, para construir el futuro.
Resulta refrescante encontrar la configuración de un marco cada vez más completo e integrador de diferentes áreas de actuación, que permiten avanzar en las respuestas a demandas crecientes en las diferentes sociedades a lo largo del mundo. El reclamo continuo de nuevos horizontes, que exigen estrategias propias y únicas movidas por propósitos aspiracionales al servicio del bien común. La inclusividad, la lucha contra la desigualdad, la bandera del progreso social, la adherencia y afección a las propuestas compartibles, dan sentido pleno a una apuesta por la competitividad en solidaridad, indisociable de la política, sus gobiernos y la institucionalización eficiente y democrática que los haga sostenibles.