(Artículo publicado en Deia el 1 de Junio)
Más allá del nerviosismo desatado tras las elecciones europeas del 25 de Mayo en los principales partidos y grupos del «establishment», reaccionando como si los resultados hubieran sorprendido y no evidenciado, simplemente, los errores cometidos a lo largo, al menos, de los últimos años, acumulando comportamientos endogámicos, alejados de la realidad social y territorial, fomentando su propio «bienestar de aparato», parecería razonable concentrar la reflexión en presupuestos de futuro capaces de reconducir políticas fracasadas hacia proyectos de ilusión y esperanza.
En paralelo, tres publicaciones recientes están concitando un gran interés en el actual debate en torno a los nuevos desafíos del desarrollo económico ante las graves carencias que el «modelo económico dominante» ofrece a una población cada vez más desigual, más desanimada y desafectada respecto a instituciones, gobiernos y empresas, que sufre con el galopante desempleo y la fragilidad e incertidumbre ante el empleo existente o potencialmente alcanzable. Interés obligado por la necesidad de encontrar alguna luz que nos permita pensar que una manera diferente de hacer las cosas es posible.
La ya prolongada y persistente última crisis que venimos padeciendo en los últimos siete u ocho años, en menor o mayor medida en según que zona y/o estrato económico a lo largo del mundo, cuestiona un buen número de líneas de pensamiento que parecían haber dado con la «varita mágica» en torno a una globalización generadora de crecimiento y prosperidad generalizados, la consiguiente creación de empleo «inteligente y modificado» para una población joven adecuada y preparada para la sociedad del conocimiento, afianzada en una acelerada diseminación de las tecnologías de la información facilitadoras de nuestras vidas, en un mundo de abundancia de bienes, servicios y capital guiado, todo ello, por un eficiente y milagroso mercado como foco de una supuesta igualdad de oportunidades guiada por la meritocracia, con una clara resultante de prosperidad.
La realidad, sin embargo, da paso a nuevos paradigmas que vienen a complicarnos un poco más la vida. El «proceso de éxito» descrito en el párrafo anterior, en caso de haber existido, ha quebrado y exige una nueva «redefinición» no ya de cada fase del mismo (globalización, mercado, crecimiento, financiación, educación-empleabilidad, sociedad y economía del conocimiento…) sino del papel que ha de desempeñar cada uno de los actores de un sistema y/o modelo socio-económico al servicio final de las personas, las empresas, los gobiernos y los territorios implicados.
Así, el premio nobel de economía y ex economista jefe del Banco Mundial (además de miembro del Consejo Económico del Presidente Clinton) y su compañero de Cátedra en la Universidad de Columbia, Bruce Greenwald, aportan una nueva aproximación al crecimiento, el desarrollo y el progreso social proponiendo «la creación de una Sociedad del aprendizaje» empezando por repensar algunos conceptos básicos, partiendo de los trabajos del profesor Kenneth Arrow (que a juicio de los autores ha sido el «mayor contribuyente al cambio del pensamiento en las últimas seis décadas») en su «Elección Individual y Valores Sociales». En su profundo trabajo, contrastando la academia con la experiencia de las políticas seguidas en los dos siglos de crecimiento y transformación económica vividos a partir de 1.800, resaltan, entre otros aspectos clave, una serie de hechos relevantes: a) la falsedad de la eficiencia del mercado; b) la importancia diferencial y enriquecedora de las ventajas comparativas dinámicas que obligan a diseñar e implantar políticas económicas (sobre todo industriales) diferentes, región a región, con el propósito esencial del «desarrollo endógeno» desde los fundamentos microeconómicos que conlleva; c) el «aprendizaje» haciendo y no la acumulación de tecnología o capital como motor del cambio; d) la inevitable interacción público-privada/gobierno-empresa no como opción entre uno y otro, sino como alianza inseparable; e) la convergencia permanente entre políticas económicas y sociales; f) la supeditación de los mercados de capitales y políticas fiscales a la estrategia económica de desarrollo endógeno…
Estas «conclusiones» (recogidas de forma excesivamente simplificadas en este artículo) se asemejan a la línea argumental que Michael Porter, M. Kramer y M. Green sugieren en sus múltiples trabajos que concentran sus últimas publicaciones en torno a la «Convergencia Estratégica Empresa-Sociedad» y su «Imperativa de Progreso Social» para llevar sus ideas a la práctica, articulando la concurrencia de la Estrategia «clusterizada» para la competitividad, orientada hacia el progreso social y la prosperidad, a través del «valor compartido» en un proceso permanente de co-creación de valor que exige de las empresas la redefinición de su estrategia y modelo de negocio a partir de las «necesidades sociales» como oportunidad de negocio, la cadena de valor de la que forma parte con un claro peso a la potencialidad de su desarrollo en un entorno propio (endógeno) y clusterizando la actividad económica «rompiendo» las fronteras de la empresa y de los sectores, en un compromiso empresa-gobierno-sociedad en el largo plazo, trascendiendo del PIB como indicador dominante del desarrollo.
Adicionalmente, Thomas Piketty, a través de su «Capital en el Siglo XXI» ha «revolucionado» el contexto ideológico abanderando el gran debate de la dinámica de la renta y el bienestar, poniendo el acento en el círculo perverso de la acumulación del capital, y su herencia como fuente imparable de la desigualdad creciente. Desigualdad que en pleno debate entre crecimiento y desarrollo inclusivo, agravado en la Europa del desempleo, provoca un intenso cuestionamiento de los modelos vigentes y las políticas en curso que, además, parecerían inmutables en los programas de los gobiernos europeos y de su futura Comisión. Confiemos que no incidan en su error y entiendan que no será posible construir el sueño europeo acompañados de una escasa participación y una denuncia cuyas voces se extienden a lo largo y ancho del espacio que pretenden gobernar.
Con estas reflexiones, ahora que Europa ha podido constatar en las urnas lo que ya sabía (que su modelo de desarrollo económico ha fracasado, que sus políticas y gestión de la crisis no resuelven los problemas y demandas de empresas, gobiernos y personas, que dejar la economía en manos del mercado resulta caótico, que centrar su atención en el liberalismo financiero ni lo hace más competitivo ni lo acerca a la economía real, que responder a las «señales del mercado de capitales» como único signo de éxito o fracaso no lleva a ningún sitio, que practicar la máxima de que la «mejor política industrial es la que no existe» y que las ayudas de Estado y desarrollo local «son anticompetitivas» es un verdadero error que deja a Europa y sus pueblos desprotegidos y en manos de no se sabe quien ni para qué, que diseñar políticas horizontales iguales para todos impide la innovación, el aprendizaje y el logro de la competitividad y prosperidad deseadas…). Europa debe comprender que, una vez más, el mensaje recibido, traducido de mil maneras, es, sobre todo, un clamor de su aumentada desafección, sobre todo, a su falta de proyecto de futuro para generaciones que no pueden esperar 15 o 20 años a que «el sacrificio de hoy se traduzca en el empleo de pasado mañana». No vendría mal, por tanto, que sus dirigentes aprovecharan sus largas estancias en Bruselas-Estrasburgo-Luxemburgo en repasar, al menos, estas publicaciones e ideas y se ocuparan en repensar el nuevo rumbo que Europa necesita. Europa y nuestros males no son solamente una cuestión de economía, pero sin afrontar un modelo de desarrollo económico inclusivo, en poco ayudarán parches menores o discursos, necesarios pero insuficientes. Se puede ser revolucionario y amar las flores, pero no basta amar las flores sin cuidar e intervenir en el jardín.
Afortunadamente, en casa, conocemos estas recetas que parecen concluirse del pensamiento recogido en las publicaciones mencionadas, desde la autoridad de quien las sugiere y que vienen a acompañar otras muchas alineadas con estas ideas y prácticas. Con el esfuerzo experto y la confianza en el camino emprendido, apostemos por nuestro propio destino. Estamos en un momento crítico en el que tenemos, también, una extraordinaria oportunidad para redoblar esfuerzos en la dirección deseada. Construyendo Euskadi, construyendo Europa. Como decíamos una semana antes de las pasadas elecciones: Más Europa, Otra Europa.