(Artículo publicado el 3 de Febrero)
La no solución al conflicto del taxi y sus complementos o alternativas de transporte con conductor al servicio del ciudadano sitúan, de nuevo, el viejo debate en torno a los cambios y transformaciones sociales, económicas, políticas y tecnológicas en el punto de mira.
El inevitable inconformismo que la entrada de nuevos jugadores, las variantes y realidades o condiciones del empleo, las difíciles circunstancias y tiempos de adaptación de industrias hasta en su momento tradicionales, la disrupción generalizada que nos afecta a todos en mayor o menor medida, la diferente capacidad de presión de determinadas empresas, trabajadores, grupo políticos o de interés, influyen necesariamente en la percepción y toma de decisiones, no necesariamente acertadas u óptimas. El posibilismo, el momento, las alternativas, sus tiempos e impacto en terceros determinan opciones que pueden no ser las más adecuadas y/o coherentes para proyectos futuros.
Esta semana, observamos tres casos diferentes bajo el denominador común del impacto de las tecnologías, la innovación en el trabajo y en los modelos de negocio y el inevitable tránsito de una determinada industria o servicio hacia nuevos escenarios. Nuevos jugadores y competidores, nuevas maneras de hacer las cosas y ofrecer soluciones chocan con la base de partida. El conflicto, legítimo, está servido. Las posiciones y decisiones tomadas en uno y otro caso difieren y parecerían ir en caminos contrarios.
Así, con independencia del “tamaño” y peso relativo (empleos, implicación en la sociedad, riqueza generada, servicio ofrecido, costes en adaptación, interacción con el resto de la economía local) de cada caso, aporta un buen ejemplo para la reflexión.
Mientras el conflicto del taxi parece dejar, de momento, un ganador, llevando a los gobiernos competentes que han intervenido con decisiones concretas (caso Barcelona) a facilitar la permanencia de modelos tradicionales con el consecuente abandono de las empresas “innovadoras” (Uber, Cabify, etc.), que de la mano de la llamada “economía colaborativa” y la base tecnológica soporte de nuevos modelos de negocio, prestaban servicios y soluciones alternativas, en un sentido en apariencia inverso al que las llamadas “nuevas empresas emergentes” ganan adeptos y posiciones en las principales urbes del mundo. En Barcelona se ha optado por restringir su actividad con un ataque directo a la esencia del modelo de negocio propuesto, lo que, a juicio de las empresas afectadas, los lleva al cierre y abandono de la Ciudad iniciando, eso sí, pleitos en torno a indemnizaciones millonarias. Madrid, por su parte, desea mantener la “nueva competencia” pero negocia “limar al mínimo” el efecto Barcelona. La industria tradicional parece defendida por discursos y proclamas periodísticas de los responsables políticos, advirtiendo que no hay espacio en su ciudad o país para estos nuevos modelos transgresores. Y, en medio, un grave debate ante la confusión competencial entre diferentes niveles institucionales que, desgraciadamente, han llegado tarde al mundo de una nueva economía abanderada, sobre todo, por nuevos modelos de negocio. Hoy es el taxi, mañana la totalidad de las industrias y empresas ante un desafío digital que provoca nuevos espacios, empresas, modelos de negocio e industrias reinventadas. En este caso, el mundo del taxi tiene un camino, incierto, cuya ruta de transformación parece más que señalada.
En paralelo, la industria española del cine se prepara para su cita anual en su siempre controvertida “fiesta de los Goya” para premiar a sus protagonistas. El presidente de su Academia repasa la situación de la industria y se centra en el impacto de las “nuevas plataformas” (Netflix, Amazon Prime, Apple TV…) que han generado una gran polémica y que fueron consideradas como “intrusos indeseables” en una industria diferente (creativa pero tradicional). En pocos días, una película (Roma), hecha por y para una plataforma, en formato para móvil, tableta y televisión, compite como favorita por el OSCAR tras años de enfrentamiento y prohibición no considerándose “ni cine, ni película”. El Señor Barroso, presidente de la Academia española de cine explica que su industria ha tenido que adaptarse a la nueva realidad, que hoy la inmensa mayoría de directores, guionistas, artistas, trabajan en ambos contextos, cine y plataformas, películas y series, salas y “espacios personales” libremente elegibles por el espectador. Su industria se adapta a nuevas estructuras de coste y medios de producción, diferentes canales de distribución y nuevos mercados. Destaca la ruptura de barreras geográficas que permiten que series españolas lideren audiencias en Corea y Alemania, por ejemplo.
En las calles de Bilbao, un centenar de trabajadores de la Naval, afectados por un E.R.E., se manifiestan tras la liquidación concursal de la histórica compañía. El debate, más allá de la capacidad legal o no, permisible o no por la Unión Europea, para las ayudas públicas, “de Estado”, a una empresa y/o sector en crisis, pasa por cuestiones sobre su viabilidad ante una competencia internacional. ¿En dónde residen las ventajas o desventajas diferenciales?, ¿En los costes laborales unitarios o en su tecnología, o en el diseño e ingeniería, red de proveedores, ecosistema competitivo, modelo de negocio, capacidad gerencial, composición accionarial, tipología de buques?, ¿Cuáles son las claves de una industria naval competitiva y sostenible en un contexto de economía internacionalizable?
Sin duda, no hay respuestas ni únicas, ni ciertas en sí mismas. “Navegaremos en un mundo de disrupción”, publica el Mckinsey Global Institute al hilo del desafío global que la digitalización y materialización de la economía conlleva, además de la incierta recomposición de la geografía política y económica. La velocidad, intensidad, profundidad de los cambios observables y los que están por venir, obligan a repensar nuestros conceptos, mentalidades y actitudes. En especial, hemos de movernos hacia la exploración de la creación de valor existente tras las oportunidades de cambio (y no en las desgracias de sus amenazas), a la vez que la esencial naturaleza del trabajo ya no es lo que era, por lo que resulta indispensable recrear un “nuevo contrato social” o, lo que es lo mismo, unos nuevos sistemas de protección y seguridad social no estrictamente ligados a la empleabilidad formal de la gente. Acompañados en todo caso, de una necesaria apuesta por la recualificación y formación laboral de los trabajadores, actuales y futuros, en torno a las nuevas competencias demandables para el futuro esperable. Todo un esfuerzo que hemos de hacer todos: personas, empresas y gobiernos. Nuevas estrategias disruptivas resultan imprescindibles.
En esta línea, Trooper Sanders del Rockefeller Foundation Fellowship abordaba hace unos días el rol que la sociedad (de forma individual, personal, además de nuestros representantes políticos) hemos de jugar ante los cambios tecnológicos que nos vienen encima. En sí mismo positivos y llenos de oportunidades para una vida mejor, siempre que los veamos como herramientas al servicio de los principios y objetivos sociales que queremos y no como cualquier solución, gestionada de cualquier manera y en manos de unos pocos o de cualquiera. Centrado en la Inteligencia Artificial, se preguntaba si nos habríamos hecho las preguntas adecuadas, si colocábamos el bien común, el servicio público en el centro de las decisiones, regulaciones de uso, apuestas estratégicas o simplemente los dejábamos estar o promovíamos la generación de negocio y riqueza en unas pocas empresas de éxito. “Resolvamos la desigualdad sistémica”, decía, y pongamos la tecnología al servicio de un reclamo general “Cero GAP”: en el acceso universal a la salud, en la movilidad y el transporte (en especial de quienes vienen o trabajan en zonas marginales) en la educación de calidad, en institucionalización democrática…
En definitiva, si gobiernos, líderes empresariales y personas concentrábamos, durante décadas, nuestros esfuerzos en complejos asuntos que impactaban un determinado mundo, hoy no solamente éstos han cambiado profundizando en su impacto, sino que este nuevo invitado, la digitalización y desmaterialización de la economía, irrumpe con fuerza desencadenando nuevos escenarios, inciertos, claramente disruptivos. Su inevitabilidad obliga a nuestro reposicionamiento. No cabe duda, nuestras aspiraciones futuras pasan por nuevas actitudes, estrategias y acciones/decisiones disruptivas.