Infraestructuras inteligentes, conectividad y prosperidad

(Artículo publicado el 9 de Febrero)

En pocos momentos como estos tiempos que corren, se había popularizado tanto la consideración y debate en torno a los conceptos e impacto de la geopolítica y la geoeconomía, como elementos esenciales de la actividad económica y el estado de prosperidad y bienestar de empresas, ciudadanos y comunidades.

Hoy en día, ya sea por la visibilidad próxima de las guerras de las que, de forma activa o pasiva, formamos parte, por la fragmentación y desacople entre “bloques históricos dominantes”, por la fragilidad de la seguridad en las cadenas de suministro, por la movilidad abierta entre países y regiones detrás de sus propias apuestas estratégicas (generalmente atribuible a un determinado renacimiento de políticas industriales que de manera simplista e incompleta se consideran sinónimo de localismo y proteccionismo), o por la cantidad de provocadores mensajes que en ocasiones parecerían ser verdaderos planes e intenciones para convertirse en realidad y que generan elevada preocupación tanto local, como mundial, diferentes encuesta a responsable de primer nivel de las empresas, destacan las inciertas implicaciones geo políticas y geo económicas como los principales riesgos a gestionar. Una mezcla confusa entre la apelación a la colaboración e interrelación de diferentes para un bien compartible, o, por otra parte, la más que aparente concentración en el “yoismo” individualizado a la búsqueda de intereses, preocupaciones/comparaciones y objetivos individuales, parecerían determinar el camino a recorrer.

En este marco complejo, enfrentamos una enorme cantidad de desafíos demandantes de agendas colaborativas que obligan a una cada vez mayor relación con terceros de modo que las respuestas (de empresas, de gobiernos, de todo tipo de organización, talentos y voluntades/necesidades mundiales) solamente pueden alcanzarse optimizando la convergencia colaborativa de múltiples implicados. La necesidad de compartir recursos, personas, conocimiento, financiación, infraestructuras, diferentes especialidades y, sobre todo, búsqueda de estrategias coherentes y cohesionadas al servicio de objetivos con propósito final convergente, supone recorrer nuevos espacios.

Así, pasamos de las conocidas colaboraciones, uniones temporales para iniciativas específicas, alianzas (coopetitivas y/o estratégicas), espacios comunes, infraestructuras compartibles-colaborativas, clústers, ecosistemas… en un sinnúmero de modalidades que requieren una progresiva reconceptualización, formalización e institucionalización, gobernanza, rediseño estratégico (su para qué, en cada caso y los compromisos de las partes) y la verdadera identificación del valor añadido que aportan.

En este nuevo espacio, resurgen con fuerza las renovadas “infraestructuras inteligentes para la competitividad compartiendo conocimiento” que incorporen a la totalidad de los “stakeholders” implicables, en una cada vez más potente, real y eficiente coopetencia público-privada, que se extiendo a todo tipo de verdaderos agentes con capacidad transformadora. Relación siempre coopetitiva (colaborativa a la vez que diferenciada y colaborativa) de modo que cada parte tiene una triple estrategia (por definición única y diferenciada): su propia estrategia individual, la estrategia del “ente asociado y común” y la estrategia alineada país-región en que se desarrolla. Este proceso convergente es el verdadero motor del instrumento “generado”.

Bajo estos principios, proliferan en el mundo nuevos espacios o infraestructuras, “corredores” con diferentes objetivos, si bien con un buen número de elementos más o menos similares. “Corredores internacionales” para favorecer el comercio, la inversión, la integración económica, el transporte-movilidad, el flujo de talento y, de una forma u otra, el fin último de la competitividad y prosperidad de todos los posibles agentes interrelacionados, favoreciendo, generando, compartiendo, “CONECTIVIDAD” como instrumento facilitador del desarrollo de todas las partes.

Por lo general, el eje visible y objeto de análisis corresponde a una “infraestructura concreta”, de una u otra manera física que une espacios o territorios, si bien su verdadero propósito y esencia transciende de la propia infraestructura. En muchas ocasiones (mis antiguos alumnos del M.O.C.-Curso de microeconomía de la competitividad, recordarán el caso ORESUND), más allá de un puente, carretera, canal y túnel, que resultaba inviable desde un punto de vista estrictamente ingenieril y físico, pero cuyo valor reside en el CONOCIMIENTO, riqueza y prosperidad creada y compartida en su entorno. Unió el Norte de Copenhague con Malmö (Dinamarca-Suecia), lo que no solamente resolvía una vía para la comunicación, la movilidad y el transporte entre dos regiones dispares, con historia y cultura enfrentadas, con muy distintos niveles de desarrollo económico entre dos Estados distintos, sino la oportunidad de generar un distrito compartible (clusterizar economías diversas, un espacio laboral y universitario conjunto, romper barreras y zonas transfronterizas aisladas, flujo permanente de mercancías, inversión y talento), fortaleciendo la capacidad competitiva de todas sus piezas al servicio de un mayor nivel de prosperidad para todos.

Hoy, asistimos no solamente al interés (y gran debate) de nuevas rutas, corredores y canales a lo largo del mundo. El más conocido por su enorme impacto y largo plazo es el BRI chino (Cinturón y Ruta de Iniciativa desde CHINA) como gran corredor para comunicar regiones alejadas de China con las principales rutas de Euro Asia, Asia central, con ramificaciones hacia Oriente Medio y África, hasta el Atlántico, o el  renovado despliegue de la llamada “Ruta de la Seda” actualizando espacios de intercambio con especial relevancia para la comunicación e integración del Báltico, o los canales alternativos o complementarios al de Panamá para, entre otras cosas, minimizar los días y costes de navegación entre el Atlántico y el Pacífico. Corredores Interoceánicos, canales secos, o similares en Honduras, Nicaragua, o en el sureste de México. O bien, otros corredores “naturales”, fruto del desarrollo económico a lo largo de múltiples espacios como el “Corredor México-USA-Canadá” que posibilita la mayor concentración de intercambio económico en Norte América conectando los principales Estados e industrias exportadoras de México, su entrada vía Texas a Estados Unidos y su continuidad a través de la periferia de los grandes lagos a Canadá. Por no hablar de nuevos espacios económicos-sociales transfronterizos en la zona Tijuana-San Diego incluyendo su aeropuerto internacional en espacio compartido.

Pero más allá de estos corredores visibles y entendibles como “naturales”, asistimos a otros nuevos espacios de conectividad que suponen enormes desafíos de futuro y que exigen, además, una más que profunda comprensión y “negociación, ordenación, gobernanza” coopetitiva, por diseñar e implementar en este nuevo escenario geopolítico y geoeconómico. Así, si observamos el denominado “Mapa del Tesoro y las tierras Raras” en la llamada “Ruta transpolar” (Investigación geológica de Noruega. The Arctic Institute) comprendemos el multi espacio “compartible” por Canadá, Alaska, Islandia, Noruega, Suecia, Finlandia, Rusia, que no solamente supone nuevas rutas futuras de comunicación e intercambio económico, sino el acceso, gestión, incluso propiedad y dominio, de una enorme reserva de metales preciosos, energía, campos hidrotérmicos, minerales “raros”. Desafía y propicia, innovaciones relevantes en su extracción, transformación, canalización y uso en diversas cadenas globales de valor para las demandas futuras, base de una “nueva ingeniería minera y energética” que, hacia las economías verde, azul y nuevas tecnologías, irrumpe en un nuevo vector tractor del valor compartido. O, por ejemplo, el disruptivo mundo de los “Nodos interconectados” de los “Centros de Energía/Datos” que posibiliten el acceso real a las tecnologías del dato, la inteligencia artificial y la nueva revolución industrial-tecnológico-energética. Una gran carrera en marcha, a la búsqueda del espacio, de la generación de hinterland adecuados y, por supuesto, de la conectividad (entre redes, conocimiento, empresas, academia, comunidades…). Y, no aislado de lo anterior, aunque sí con espacio propio, la “revolución de la electricidad”, con la inevitable búsqueda de redes interconectadas entre regiones, países y continentes. Una complejidad, imprescindible, limitada por razones, sobre todo, de seguridad.

En definitiva, tiempos retadores para nuevos espacios de convergencia, demandantes de visiones disruptivas, de ampliación de conceptos, hacia el CONOCIMIENTO-CONECTIVIDAD, en nuevos marcos de valor compartido, al servicio de las comunidades en juego, al servicio de su prosperidad.

Geopolítica y geoeconomía más próximos en nuestras economías locales y domésticas, en nuestro bienestar y en las enormes oportunidades de acceso al conocimiento, conectados, desde casa, con el mundo.