El permanente debate en torno a la fiscalidad y su impacto en la competitividad empresarial viene cobrando especial interés en el último escenario de crisis en el que nos encontramos. El esfuerzo inversor y/o inyecciones de recursos extraordinarios de las administraciones públicas exige el adecuado acompañamiento de las políticas fiscales y presupuestarias.Así las cosas, como no podría ser de otra forma, el debate está servido y ,desgraciadamente, son pocos los gobiernos que han abordado la cuestión con un planteamiento sitémico y de largo plazo que trascienda de impulsos puntuales bien para cubrir un déficit coyuntural, para financiar de manera simple y urgente un programa concreto ó para responder a la demagogia o posicionamientos mediáticos y de presión.
Estas acciones impulsivas suelen llevar a graves errores con un impacto negativo más gravoso que el beneficio inmediato buscado.Así, la percepción de retribuciones exageradas de determinados directivos, las retribuciones variables asociadas a la gestión, y la «necesidad» de incrementar impuestos a las «grandes fortunas» abonan un extraordinario espacio favorable a acciones que muchas veces no son debidamente analizadas en sus consecuencias ,no ya para el segmento de población directamente afectado si no para la competitividada final de las empresas y las regiones en las que estas desempeñan su actividad, con el consecuente perjuicio,en el largo plazo, al bienestar de los ciudadanos.
Estos comentarios vienen a cuento con ocasión de la mediática medida anunciada por el gobierno español en relación con el llamado «impuesto Becham» asociado a la tributación especial a la que están sometidos determinados profesionales extranjeros en el Estado español,siendo la mayoría de ellos deportistas.De inmediato,los dirigentes de la Liga de Futbol Profesional han encendido las alarmas anunciando la «pérdida de competitividad de la llamada por ellos «liga de las estrellas».De esta forma, el gran público descubre la existencia de tipos y trato diferenciado para según que tramos de renta, especialidad profesional y residencia.Y ,obviamente, en plena crisis,la primera impresión generalizada es que se trata de una medida razonable y justa por la que se eviten consideraciones de privilegio a unos deportistas millonarios con la percepción de que «ganan muy por encima de lo que aportan a la sociedad».Adicionalmente, otra figura impositiva pasa a ocupar las primeras páginas: las SICAV cuyo tipo impositivo es del 1%,anunciándose una rápida carrera de modificación de tipos ( pasando desde su supresión hasta el 30% según la Hacienda de que se trate).Como en el caso anterior, una primera lectura llevaría a posicionarse en la postura razonable de evitar el trato privilegiado del inversor-ahorrador que utiliza este vehículo legal de inversión colectiva institucionalizada.Ahora bien, la pregunta clave es si esta acción favorece o perjudica la competitividad y el bienestar en el largo plazo.
Conviene llamar la atención respecto de este último caso.Precisamente ayer, en la prensa diaria ( DEIA.»Sicav:la desaparición de Bilbao como centro financiero«),el subdirector de la Bolsa de Bilbao analizaba la cuestión y llamaba la atención respecto de la función de este instrumento ,los diferentes impuestos-más allá del tipo impositivo señalado-a que están sometidas, el impacto que tiene sobre los diferentes jugadores de una plaza financiera ( agentes, depositaría, sistemas de contratación y liquidación, asesores financieros, gestoras institucionales…etc.) ,el impacto real en la fuerza de una Plaza Financiera y su rol relevante en el funcionamiento de la economía real,la competencia con otras plazas financieras sometidas a regímenes diferenciados ( no paraísos fiscales sino espacios fiscales ordinarios a lo largo del mundo)…concluyendo con el pesimismo desolador de la «desaparición de una plaza financiera».
En definitiva, no es este el lugar para agotar un debate sino para estimularlo.Necesitamos políticas fiscales coherenetes con una estrategia concreta y al servicio de esta última. No se trata de tocar aquí y allá según el estado de opinión. Se trata de orientar la salida de la crisis hacia un futuro predecible y deseado.Solamente sabiendo a que escenariio pretendemos llegar podremos definir que instrumentos necesitamos emplear. De lo contrario,continuaremos un improvisado periplo hacia ninguna parte.Es tiempo de soluciones comprometidas. Las Instituciones ( no solamente los Gobiernos) tienen la obligación de explicar y razonar sus recetas y propuestas de futuro.Trasladarlas a la Sociedad, a las Autoridades, a los jugadores que han de articular las decisiones que la situación exige.En este caso, se agradecería que «se personaran» en las inevitables conversaciones estratégicas que nuestra Sociedad requiere. No se trata de hablar a través de la prensa sino en los foros de trabajo y decisión. Si en verdad una Plaza Financiera está en peligro de desaparecer,deberíamos hacer mucho más que aceptar un impuesto de apariencia razonable, justo y progresista.