(Artículo publicado el 6 de junio)
La prensa económica ha despedido el mes de mayo con múltiples artículos y suplementos especiales centrados en la reactivación y el crecimiento económico, con una coincidencia generalizada en la industria como vector esencial sobre el que hacer girar cualquier apuesta de futuro para una transformación imprescindible para garantizar respuestas sostenibles a los desafíos de futuro, desde niveles crecientes de prosperidad, bienestar e inclusividad.
Son ya demasiadas décadas en las que una simplista clasificación de la economía y un cómodo discurso académico confronta la industria con los servicios, sin más, introduciendo un falso discurso de modernidad en favor de la eliminación de la manufactura, en una supuesta asignación de valores al nuevo mundo que apoyaban, aconsejando el abandono de “aquellas economías del pasado” a las que se les otorgaba el mal generalizado del “espacio negro” de las ciudades, la contaminación, escaso glamour y menor brillo y reconocimiento social, desanimando a jóvenes profesionales a apostar por “el pasado” lejos de focalizarse en el destello de los distritos financieros que reconstruían los centros de las mejores ciudades (otra novelada expresión de futuro), publicitaban “el gusto por la moqueta” y las oficinas de relativo lujo y confort y las bondades del camino a la llamada de una globalización sin matices. La modernidad y un futurible éxito profesional se ofrecía como la única opción sensata a perseguir y, si se desarrollaba en el exterior, mejor.
Este contexto se venía fortaleciendo por el uso de un concepto equivocado de la “Política Industrial” que se asociaba con una errónea toma de decisiones de los gobiernos. Adicionalmente, se le acusaba de un pernicioso intervencionismo distorsionador del mercado que se erigía como máximo juez objetivo de una mal entendida competitividad, que dejaba en los gobiernos una malévola y discrecional elección de unos pocos jugadores a los que “subvencionar”, o a la inhibición ante las presiones y demandas sindicales de grandes empresas calificadas de fallidas o a las consideradas empresas “zombis” que se entendía se perpetuarían a base de incumplimientos legales, desatención de sus compromisos con terceros y ausencia de futuro, siempre cargadas de legados históricos perversos, repletas de reivindicaciones basadas en el pasado y poco atentas a las dinámicas de cambio en el entorno en que se desenvuelven. La casi permanente desconfianza hacia quienes han de tomar decisiones desde los gobiernos, mientras se daban por buenas, siempre, las decisiones de otros, se unía a una larga serie de elementos que parecían incompatibles con el mundo de la manufactura, por muy inteligente, innovadora o generadora de riqueza y empleo que fuera. Urbanismo renovado, medio ambiente sin contraste alguno, funcionarización elevada, bancarización y “economía financiera” alejada de una economía real, nueva ola sindicalizada abanderada de la confrontación como motor de soluciones individuales, provocaban una “transición” hacia esos espacios que supondrían contraponer una futurible “sociedad de la información y del conocimiento”, paraísos verdes y batas blancas, contra paisajes industriales y grises, asociables a la “fabricación”. Adicionalmente, demasiadas regiones y países a lo largo del mundo, o partían de una debilidad estructural en su tejido productivo, o creían encontrar una mayor facilidad y velocidad para abrazar el nuevo mundo, saltando los 200 años de revolución industrial que no habían desarrollado e incorporado (o mantenido) en sus ámbitos de actuación y responsabilidad, un mapa completo de elementos esenciales para desarrollar un tejido industrial y productivo competitivo, cuya productividad no se improvisa, ni se compra sin más en el super mercado. Cultura industrial es un concepto demasiado importante y exigente y no se da por generación espontánea. Además, por si fuera poco, la estadística oficial, a lo largo del mundo, se volcaba en cuentas agregadas macroeconómicas y en su afán, también simplificador, optaba por presentar sus datos en términos excluyentes de industria versus servicios y su referencia única al PIB.
Sin embargo, hoy, cuando el mundo asiste a una nueva revolución en la que las llamadas tecnologías exponenciales nos anuncian un futuro absolutamente distinto, cuando la globalización única se ralentiza y da paso a nuevas concepciones no solo de internacionalización, de intercambio económico y de generación de nuevos ámbitos de cadenas de valor, la afortunada inevitabilidad de clusterizar la economía “mezclando” diferentes disciplinas, anteriores segmentos o sectores económicos otrora fragmentados, necesaria regulación y formalización del empleo, reglas y relaciones laborales, convergencia de múltiples agentes, intereses y propósitos, y su carácter de estabilidad y permanencia (cualificada) en el largo plazo, vuelve el protagonismo del Renacimiento Industrial, visualizado como pieza clave en las transformaciones determinantes de nuevos modelos de desarrollo y bienestar.
Si ya las últimas crisis financieras demostraron que aquellas regiones con un relevante peso de su economía real, fundamentalmente industrial, han sido las que mejor han reaccionado ante las dificultades, la última y aún peligrosamente viva pandemia que nos aqueja, lo ha reforzado con inusitado peso.
Hoy, además de Europa y sus Planes de Resiliencia y Recuperación, su anhelado UE Next Europe con sus fondos esperados como la savia que habrá de posibilitar toda una canasta de proyectos críticos, su Horizon Europe para promover la investigación y la tecnología, las áreas prioritarias de actuación (digitalización de la economía, economías verde y azul, con sus imprescindibles transiciones) y el futuro del trabajo (abanderando una imprescindible revolución educativa y recualificación profesional imprescindibles e inaplazables), toda estrategia o política que se precie pone su mirada en la industria. Ahora bien, los atajos posibles no resultan tan evidentes y las improvisaciones o esperanza en milagrosas soluciones inmediatas, por mucha financiación o propaganda pretendida no son suficientes. De esta forma, gobiernos como el español, más allá de discursos y declaraciones futuristas, topa con la falta de concreción real sobre posibilidades y bases existentes sobre las que construir la definición de un nuevo modelo productivo y la industrialización del país. El viejo discurso de siempre, ante todo viento adverso, reclamando una “política industrial para España”, se ve comprometido ante la emergencia de múltiples regiones que han construido su modelo de competitividad y bienestar, liderazgos mundiales, con un largo recorrido superador del punto de partida español, lo que hace temer un potencial derroche de recursos forzando capacidades inexistentes ante áreas e iniciativas, de orientación europea y mundial, que marcarían los espacios financiables en una verdadera reorientación de su economía. Pretender meter todo proyecto o toda demanda o impulso reestructurador en cajones financieros o ideales sin las bases suficientes, no parece una buena política.
En Euskadi, hemos entendido la industria como parte de nuestro ADN. Lo hemos heredado de nuestra cultura, en nuestra forma de vida, en nuestras capacidades y modos de relación y organización económica. Hemos avanzado contra corriente sabiendo identificar los vientos favorables y adaptarnos a ellos. Hemos sufrido (y sufriremos) todo tipo de crisis y hemos sabido reaccionar, encontrar los tiempos en que los “cambios de las reglas del juego y nuevos jugadores” nos han permitido arriesgar por nuevas actividades, alineadas en una “diversificación inteligente”, generando nuevas alianzas, emprendiendo nuevos caminos y nuevas maneras de hacer las cosas, desde nuestras competencias reales. Hemos sabido interiorizar, con los diferentes conceptos e ideas asociables, el rol esencial industria-tecnología-servitización y clusterización, que hoy, parecería que la moda lingüística refiere a ecosistemas. Tenemos un larguísimo camino y esfuerzo por transitar. Sin embargo, cuando la industria pide paso, somos un referente mundial. Titulares como “la industria sale del cajón”, “la industria se vuelve sexy”, “el renacimiento se llama industria”, “transformación industrial sinónimo de futuro”, “la inteligencia artificial es la principal fuente de crecimiento y desarrollo industrial” … apuntan señales de optimismo y futuro, nos sentimos reflejados y confiados. Las miradas parecen observarnos.
Es un buen momento para nuestros próximos saltos hacia adelante. Tenemos, también, enormes dificultades y rémoras que hemos de superar. La transformación -permanente- que se requiere no es confortable, sino muy exigente. Y, desgraciadamente, somos conscientes de la competencia exterior (todos aprenden y muchos ya lo hacen mejor que nosotros), así como, sobre todo, de nuestras debilidades internas. Retomar compromisos, actitudes pro industria, pro empresa-empresario (no solamente discursos favorables a start ups de emprendimiento juvenil, inicial, mientras no tengan éxito para pasar a ser criticados y descalificados cuando triunfan, crecen, se internacionalizan), recualificación profesional en todos los niveles hacia las “nuevas áreas de conocimiento”, múltiples fuentes de oportunidad, que demandarán, también, recomponer los verdaderos modelos de relación y compromiso público-privado, recuperar en las aulas y en los medios de comunicación la motivación por el valor de la industria, atraer y retener el talento (local e internacional) que necesitamos para construir un espacio de competitividad y prosperidad, reencontrar un dialogo social, reformular, también, las propias empresas y sus modelos de negocio sobre bases de valor compartido y profundizar en una pedagogía industrial para nuestros gobernantes en todos los niveles institucionales.
La industria nos ha traído hasta aquí a lo largo de 200 años, jugando un rol vector sobre el que desarrollar, el resto de piezas esenciales de un verdadero tejido económico competitivo, tractor de bienestar y prosperidad. Sin duda, es piedra angular para afrontar la nueva revolución que ya estamos viviendo. Disfrutamos de una base y ventajas competitivas que otros no tienen. Está en nuestras manos construir ese nuevo futuro deseable.
De nuestra actitud, compromiso y apuesta para el largo plazo, dependerá nuestro bienestar y prosperidad. Para nosotros no es cuestión de modas. Es trabajo, responsabilidad y compromiso desde la confianza en partir de unos mimbres sólidos. Construyamos desde nuestra diferencia. Un trinomio distintivo Euskadi, industria y prosperidad.