En mi reciente visita a la Universidad de Harvard, cumpliendo con mis entusiastas compromisos con la red MOC del Instituto de Estrategia y Competitividad de la mencionada Universidad, he tenido la ocasión de mantener una interesante reunión de trabajo con Jan V. Rifkin (Rauner Prfofessor of Business Administration), co-Director -junto con Michael E.Porter- del extraordinario proyecto «Iniciativa para la Competitividad de América» realizado en los dos últimos años por la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard.
La Universidad decidió aprovechar su extraordinaria y cualificada red de ex alumnos, ocupando posiciones relevantes en las principales empresas, multinacionales y organizaciones relevantes en el mundo de la economía y los negocios para preguntarles directamente por sus preocupaciones reales sobre los determinantes de la competitividad, los mayores riesgos y tendencias a los que habrán de enfrentarse en el futuro, las razones por las que deciden invertir en terceros páises, los potenciales beneficios que les llevarían a «llevar sus activos y empresas» a América conforme al reclamo del Presidente Obama, su concepción de la nueva ola de la llamada Advanced manufacturing y el rol que tanto ellos como dirigentes empresariales, como sus empresas han de jugar en el futuro en sus compromisos con la Sociedad, el empleo y el bienestar de las Sociedades en que desarrollan sus actividades multi localizadas. Para facilitarles el camino de las respuestas, previamente, una treintena de los más prestigiados y reconocidos miembros de la Facultad, elaboraron un debate académico para establecer las que en su opinión son las claves de esa competitividad bien perdida o en vías de ralentización o desaparición de la economía norteamericana al hilo de los tiempos. Y, por supuesto, analizadas las más de 20.000 respuestas, contrastados sus resultados, se encargaron de explorar las dificultades de implantación de la posible línea de actuación en la «América real y profunda».
Si bien no terminan de extrañar muchas de las respuestas (una gran mayoría de decisiones de localización e inversión están muy lejos de tomarse tras sesudos y rigurosos estudios coste-beneficio, o de estrategia de negocio o de compromiso de coherencia largo placista con sus empresas y países sino más bien dan respuesta a impulsos, emociones, oportunidades temporales y situaciones aprticulares corto placistas si bien no a l seguidismo mediático de sus competidores o industria, o la mal comprendida competitividad lleva al cortoplacismo del coste laboral unitario…) resulatn de gran interés e impacto la constatación de un problema base de lenguaje (empezando por la confusión sobre el propio concepto de competitividad, la mala interpretación de la globalización y su interacción con el mundo y efecto local, la excesiva proliferación de rankings e indicadores que se manejan como si de la Biblia infalible se tratara ocultando la realidad económica necesaria para tomar decisiones en las regiones concretas en que han de desarrollarse diferentes actividades de la compleja «cadena de valor extendida» que explica el resultado final de una empresa…). Y, por supuesto, la educación brilla como uno de los elementos esenciales y determianantes de la competitividad a largo plazo. Y no en especial la educación superior y de postgrado -que también- sino la educación vocacional o formación profesional además de la famosa K-12 americana (educación obligatoria elemental y de bachillerato).
Con estas pequeñas pinceladas, adentrase en la nueva ola del «advanced manufacturing» continúa siendo más un discurso y elemento de interés académico-periodístico que una realidad. Iniciativas concretas, proyectos piloto, etc. son objeto de apuesta de diferentes programas públicos y determinados grupos empresariales, si bien no es la ocupación real de las propias escuelas de negocios que siguen explicando las bondades de la «servitización» aferradas a las estadísticas «nacionales», tan alejadas de la realidad microeconómica que exolica el empleo, la creación de riqueza y el bienestar. Lejos adeás, de las decisiones de lso gobiernos centrales, alejados del impacto real sobre la economía. Son los estados, tan distintos y distantes, en los Estados Unidos, los que generarán la diferencia, y no la legislación general que la negociación/confrontación permanente del Congreso y el mundo del lobby de Washington promuevan.
Un gran esfuerzo, estupenda iniciativa, un paso más para conocer los verdaderos determinantes de la competitividad, una constatación más del abismo entre la realidad y la percepción de la transformación en curso. Un largo camino por recorrer, una gran oportunidad para seguir aprendiendo a lo largo del mundo.