(Artículo publicado el 26 de Septiembre)
La Asamblea anual de la Organización de Naciones Unidas (O.N.U.) se celebra estos días en su sede en Nueva York, bajo la presidencia rotatoria del ministro de relaciones exteriores de la República de Maldivas, Abdulla Shahid. El tema elegido para orientar los debates y presentaciones de este 76º periodo de sesiones es: “Crear resiliencia a través de la esperanza para recuperarse de la COVID-19, reconstruir la sostenibilidad, responder a las necesidades del planeta, respetar los derechos de las personas y revitalizar las Naciones Unidas”.
Con más de 4,5 millones de fallecidos por la pandemia de la COVID-19 (que ya supera con creces a las pérdidas humanas de la pandemia de la fiebre española de 1918), y con una cuestionada actuación y autoridad de la OMS, en pleno debate sobre la solidaridad entre naciones con una desigual distribución de vacunas disponibles (3/4 partes distribuidas entre diez países), agravado por las condiciones socio-económicas preexistentes condicionantes de la salud ,y a las puertas de una más que aparente salida y recuperación económica (generalizada pero, a la vez desigual) que promete acelerar la recuperación inicialmente cuestionada tras el gran declive y shock sufrido, además de los recientes acontecimientos de Afganistán, con la fracasada intervención de la coalición de estados occidentales seguidistas de las decisiones (no explícitas en su momento) de los Estados Unidos y la OTAN, el conflicto reciente tras el acuerdo de defensa y comercio entre Australia, Estados Unidos y Reino Unido, dejando a China y Francia fuera de posiciones anteriores y un multimillonario contrato con Francia, la Asamblea General afronta una agenda variada y compleja, en la confianza de facilitar acuerdos (o líneas de entendimiento general) entre sus miembros. Sin duda, mucho contenido y retos tras un título aglutinador.
Como aperitivo, hace tan solo unos días, su secretario general, el portugués António Guterres, presentaba un informe solicitado por los Estados Miembro en su sesión previa, el año pasado, con ocasión del 75 aniversario de su creación: “Declaración y propuestas de actuación movilizando recursos para anticipar el futuro”. A este informe-debate se acompañan documentos parciales que centran el análisis del momento actual de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, posicionamiento ante racismo, discriminación y el reposicionamiento de la igualdad y la equidad en el centro de las agendas mundiales y nacionales, una Cumbre sobre Sistemas Alimentarios, Clima y Seguridad y mitigación de riesgos y conflictos, transformación energética sostenible (y su principal impacto, cambio climático y pobreza), sobre el que Boris Johnson ya ha anticipado las líneas maestras de la futura Cumbre a celebrar en los próximos meses. Adicionalmente, todo tipo de encuentros paralelos, reuniones bilaterales entre diferentes mandatarios y representantes (y, por supuesto, entre evento y evento, el caos del tráfico en el centro de Manhattan, ruido de sirenas y corte de calles abarrotadas de la especial e intensa seguridad que se concentra año tras año, entre abarrotados comercios, hoteles y restaurantes saturados por las amplias delegaciones internacionales).
Más allá de los avances que puedan darse tanto en la propia Asamblea, como en el permanente trabajo asociado, el informe citado supone una interesante visión y recomendaciones a tener en cuenta. No cabe duda de que si se pretende aprender de la COVID-19, revitalizar la propia ONU y recuperar la necesaria confianza y adhesión de los ciudadanos (y de sus representantes y gobiernos) en instituciones mundiales como la ONU, resulta imprescindible un nuevo y largo camino de transformación, incómodo y complejo, comprometido con los problemas de hoy, las necesidades y desafíos futuros, asumiendo compromisos extraordinarios.
En esta línea, cabe llamar la atención sobre algunas prioridades en las que el informe centra su diagnóstico y recomendaciones, conscientes de las barreras a una verdadera resiliencia o acomodo del establishment, que pudieran llevar a muchos a desalentar el trabajo necesario en la transformación del modelo al uso. Las Naciones Unidas, habrían de jugar un verdadero papel de liderazgo activo, para lo que se reclama su aprobación por los Estados Miembro. Un informe de reflexión y recomendaciones para afrontar el futuro, movilizando recursos y compromisos para los próximos 25 años, desde un proyecto y complicidad compartidos, conscientes de la grave situación del momento.
El citado informe asegura que ha llegado el momento en el que, “pese a quienes creen que la pandemia de la COVID ha sido un invento de ciencia ficción y que el mundo seguirá igual tras el shock inmediato”, en el diagnóstico de Naciones Unidas y sus más de 1,5 millones de entrevistas y encuestas al respecto, observan, preocupados, lo que está por venir y entienden imprescindible un serio golpe de timón. A la excesiva penalización que la COVID-19 ha infringido en nuestras sociedades, al número de fallecimientos provocados, al empobrecimiento generalizado sobrevenido y a los inevitables cambios que se avecinan en el mundo de la salud, de la coopetencia, de la manufactura y sus diferentes cadenas de valor, a la co y multi gobernanza, a la financiación de Estados y a la necesidad inaplazable de repensar los verdaderos servicios públicos en los que habríamos de focalizarnos, el rol colaborativo del mundo empresarial, la esencial renovación educativa, la reconsideración del empleo y las tecnologías y el, ya definitivamente instalado cambio climático y voluntad de “salvar el planeta”, añade también, la necesidad de repensar la propia ONU, y los diferentes instrumentos de gobierno requeridos para transitar a un mundo diferente, inclusivo. Propone ir más allá de los genéricos ODS (Objetivos de desarrollo sostenible), si bien entiende que mantienen su fuerza conductora omnicomprensiva pese a su escaso compromiso real de ejecución, preocuparse por su creación país a país, región a región y entender las diferencias entre países y Estados según su tamaño y peso real en la toma de decisiones y, por supuesto, abordar el sacro santo mantra del PIB como indicador, objetivo, motor y explicación de todo, para dar paso a nuevos indicadores de desarrollo y progreso social e inclusividad. Las muchas líneas rojas (y las líneas de esperanza y solución que bosqueja), han de aportarnos fuentes de apoyo en nuestros diversos caminos de cambio por recorrer.
El Informe-Propuesta del secretario general, resume las propuestas clave para cumplir los compromisos que entiende deberían ser asumidos por los Estados Miembro. Merece la pena repasar sus principales cambios significativos respecto de la situación actual ya que, si bien, pudieran no ser aprobados finalmente, o bien su carácter global, no necesariamente ha de causar un impacto directo en cada uno de nosotros o nuestra capacidad de actuación al respecto, pudiera no ser de especial relevancia, de una u otra forma, habrá de condicionarnos. En todo caso, se trata de elementos clave a considerar. Entre ellos destacan:
- Una nueva era de la protección social universal (atención sanitaria, servicios sociales básicos, vivienda accesible, alfabetización y acceso digital, internet como derecho humano, empleo digno) que habría de redirigir posiciones y políticas en todos los niveles institucionales, en los agentes económicos, sociales, en la actitud de las personas y sociedades, en el marco de un auténtico proceso colaborativo.
- Un “nuevo contrato social”, a partir de la garantía de un ingreso básico para todas las personas desprotegidas. (Hoy, 4.000 millones de personas en el mundo) Con una clara carta de obligaciones y derechos en el marco de una corresponsabilidad solidaria.
- Proteger el Planeta, exigiendo los compromisos de París (temperatura, descarbonización, incorporar criterios medio ambientales en modelos económicos y medidas anti-catástrofes), con calendarios realistas de logro, identificación de sus consecuencias temporales, distribución de costes y beneficios en su tránsito (ya previsto, pero escasamente explicado o asumido).
- Reducción de riesgos estratégicos para la paz y seguridad, previniendo conflictos y generando sistemas de resolución, pacífica, de los mismos.
- Identidad jurídica universal, impedir y castigar la corrupción del Estado de Derecho y promover la aplicación generalizada del derecho internacional.
- Derogar toda legislación que entrañe discriminación, de género y de cualquier tipo.
- Promover actividades inclusivas para “jerarquías futuras”, fomentando la orientación y confianza en autoridades e instituciones, favoreciendo estructuras de integridad financiera y lucha contra flujos ilícitos. Asegurar pensamientos y proyectos a largo plazo, su financiación, compromiso y continuidad hasta el logro final de sus objetivos.
- Favorecer nuevos modelos de negocio, de empresas y Estados, y un verdadero sistema multilateral del comercio, subsanando las diferencias de la arquitectura de la deuda.
- Impulsar alianzas público-privadas, así como la interacción sistémica con/entre Parlamentos y Gobiernos estatales, subnacionales y locales, e incorporarlos a renovadas instituciones, procesos internacionales en la toma de decisiones y su verdadera capacidad de decisión y ejecución.
- Plataformas de emergencias preventivas y de actuación para responder a riesgos globales, “mutualizando” riesgos y medidas de actuación.
- Transformación radical del sistema interno de gobernanza de la propia ONU y la totalidad de organismos que la componen, aprovechando los tiempos actuales, y actuando en la propia OMS.
- Impulso de alianzas, modelos y procesos colaborativos.
- Llamar, de inmediato, a Cumbres del Futuro, de la Educación, de la Digitalización y de los movimientos migratorios, integrando la totalidad de líneas de cambio contempladas en el análisis-diagnóstico previo.
En definitiva, parecería una nueva Agenda a tener en cuenta para promover un inevitable proceso de adecuación del, hasta hoy, máximo espacio de encuentro entre jugadores mundiales, a los nuevos tiempos, demandas económicas, sociales, políticas, institucionales y de gobernanza dominantes. (Y para quienes podamos no estar afectos a la ONU y sus decisiones, no nos vendrá mal revisarlas y tenerlas en cuenta en la modesta medida en que nos impactan.)
Un paso sí, hacia la resiliencia esperanzados en la recuperación sostenible e inclusiva al servicio de personas y pueblos.