(Artículo publicado el 14 de Marzo)
Uno de los debates de mayor intensidad en el mundo económico pasa por la transición desde el poder del accionista o propietario de las empresas hacia “la sintonía de interés y poder distribuido” entre el conjunto de los “stakeholders” (o grupos de interés: accionistas, gobiernos y todos los agentes implicados en la actividad económica, así como las diferentes representaciones autorizadas de las comunidades y/o sociedades en las que operan). La corriente generalizada apunta a las bondades que parecerían desprenderse de la participación de todos en la fijación de objetivos, en la generación de valor y en su distribución entre todas las partes. Se sobre entiende que quienes contribuyen a generar valor empresarial (económico y social) desean participar en la toma de decisiones, tienen voluntad real en asumir la necesaria aportación del capital requerido, se comprometen con el riesgo que conlleva la sostenibilidad empresarial en cuestión, entienden y hacen suya su responsabilidad con la sociedad en general y próxima en la localidad o localidades en que desarrollan su actividad y reconocen el rol relevante de los gobiernos e instituciones de distintos niveles cuya interacción (activa o pasiva) explica parcialmente la cuenta de resultados finales. Se asumiría, también, que dicha disposición y preferencia por asumir dicho rol se extiende en tiempos de bonanza, de crisis, declive y, en su caso, ante proyectos fallidos. Esta visión subyace en la apuesta por el llamado “stakeholderismo” (todos los implicados y sus diferenciados intereses al servicio de un objetivo compartido) con cualquiera de sus adjetivos complementarios: capitalismo, cooperativismo, emprendimiento…
Se trata de todo un modelo colaborativo, una filosofía enriquecedora de las partes y del todo, solidaria, responsable e inclusiva. Sus diferentes versiones se visten de las llamadas empresas del ESG (resultados económicos, sociales, gobernanza sostenibles) que según encuestas a lo largo del mundo, serían las deseadas por las generaciones de los millennials, por los principales inversores liderando el “nuevo mundo” de los mercados de capitales y emprendedores de éxito, o la creciente movilización en torno a modelos de “valor compartido empresa-sociedad” que penetran en el núcleo empresarial líder destacando en “las mejores empresas del futuro” y las preferidas por los trabajadores de alta cualificación para desarrollar su carrera profesional, así como el mundo cooperativo y de la economía social. Estaríamos, así, en la esencia transformadora de la empresa, en un nuevo marco de progreso superador de la individualidad, en una corriente colectiva mitigadora de la desigualdad, apostando por una base suficientemente sólida sobre la que afrontar una inmensa mayoría de los desafíos globales de primer orden. El futuro del trabajo, la empleabilidad de la gente (joven y no tan joven), la capacidad recaudatoria demandada por los gobiernos, países y ciudadanos demandantes de soluciones a necesidades sociales, la pervivencia requerida de un Estado social de bienestar financiable de forma permanente, estarían próximos a un logro compartido gracias al esfuerzo responsable de todos, a nuestra capacidad “negociadora” para fijar objetivos comunes y a un reparto equitativo de responsabilidades, esfuerzo, compromiso y, por supuesto, sana participación en resultados.
Sin embargo, la realidad dista mucho de estas aproximaciones idílicas. Según el rol que en cada momento jugamos en sociedad, asumimos un “interés” distinto y exigimos la cuota correspondiente (siempre a costa de los demás), haciendo que la confrontación presida no ya un contraste dialogado a la búsqueda de un equilibrado reparto entre compromiso y esfuerzo generador de valor y participación-riesgo-resultados finales debidamente distribuidos.
Hoy, cuando nos preguntamos si el mundo por venir responderá a las, en apariencia, inevitables rupturas de dinámicas existentes, para comprometernos en transformaciones radicales para transitar hacia un futuro diferente, no parece que estemos dispuestos al esfuerzo exigido.
Klaus Schwab, director ejecutivo del World Economic Forum desde su fundación, en su reciente libro: “Stakeholder Capitalism: A Global Economy that Works for Progress, People and Planet” (Una economía global que trabaja por el progreso, las personas y el planeta), dando por sentada la naturalidad de una respuesta inevitable hacia la “reinvención de empresas, gobiernos y sociedad” bajo el común denominador de la “colaboración enriquecedora”, hace un llamamiento al esfuerzo colectivo. Manifiestos empresariales, “cantos a los accionistas e inversores en general”, llamamientos ciudadanos, demandas de nuevos modelos de relaciones laborales y de contratos sociales, “comisiones y arquitectura fiscal” y objetivos prioritarios encaminados a mitigar las desigualdades, proliferan en todo foro o mensaje en curso. La cuestión clave es si estas ideas y elementos transformadores calarán en nuestra forma de vida. ¿Alumbrarán nuevos caminos a seguir?
La gran duda no está solamente en el marco de las empresas (de todo tipo) como unidad básica de creación de valor y desarrollo económico-social. ¿Es o será una práctica compartida en el seno de la industria de la política y sindicalismo o asociacionismo intermedio colaborador entre agentes diferenciados, de los gobiernos y la función pública? ¿Será dominante en las actitudes y mentalidades individuales?
Esta semana, al recordar el primer año de la convivencia con la pandemia del COVID-19 declarada el ya, en apariencia lejano 11 de marzo del 2020, por la OMS, la literatura económica, social y médica (o socio-sanitaria para ser más exactos), así como los medios de comunicación/redes sociales, invaden, entre otras muchas cosas, el debate y reflexión en torno al valor “protector” que las políticas públicas, los gobiernos, los funcionarios y sus trabajos esenciales han jugado en esta grave crisis. Su trabajo ha resultado esencial y refuerzan un amplio debate en torno al sector público, al ámbito de las administraciones públicas y, en letra pequeña y voz no demasiado audible, la interacción público-privada. En este reclamo y debate resulta imprescindible introducir, con fuerza, el verdadero papel diferencial, productivo, eficiente y solidario (además de subsidiario) que ha de jugar cada mundo, interconectado y en colaboración, desde su propio espacio y responsabilidad pero, sobre todo, con un verdadero compromiso de cocreación de valor económico-social sostenible, alejado del creciente “dualismo” entre sociedades que parecen avanzar separadas, cada vez más, por una brecha que profundiza en un abismo motor de confrontaciones, percepciones discriminatorias y peligrosas franjas de marginación.
Volviendo al planteamiento base de Klaus Schwab, merece la pena referirse a su planteamiento como una línea alternativa (más bien integradora) de lo que él considera dos modelos contrapuestos que parecerían imperar en la generación de riqueza y su distribución y que ya sea juntos y/o complementarios han permitido, a lo largo del tiempo, generar crecimiento económico, progreso social y enormes beneficios a lo largo del mundo pese a que el escenario final resultante muestra espacios de desigualdad en términos de renta, riqueza, bienestar y oportunidades. Un escenario que parece profundizar en una preocupante desafección respecto de gobiernos, instituciones y movimientos de soluciones colectivas y compartidas, y un consecuente deterioro democrático. Los dos extremos visibles reflejados en la economía occidental avanzando desde el Shareholder (control y poder de decisiones desde la propiedad privada) o en el Stateholder (control y poder estatal y/o del sector público) hacia un nuevo espacio intercomunicado, subsidiario, solidario y cocreador de valor empresa-sociedad, personas-planeta, parecería sugerir la adecuada respuesta compartida desde las bondades y compromisos de todos los agentes implicados. Balance entre compromisos, responsabilidades, esfuerzo y resultados.
Un mundo cambiante con suficientes señales que anuncian el camino hacia un espacio colaborativo y compartido. ¿Utopía o posibilismo complejo?