(Artículo publicado el 11 de Febrero)
Prácticamente la totalidad de análisis publicados apuntan a que 2024 se enfrentará a múltiples desafíos y hechos relevantes entre los que se destaca, de una u otra manera, una significativa celebración de procesos electorales que supondrán la entrada y configuración de nuevos gobiernos a lo largo del mundo, dando por sentado que, más allá del impacto directo que generen en sus diferentes países, afectarán, en función de sus resultados, al ya de por sí complejo tablero geopolítico, a la vez que un potencial deterioro democrático o, al menos, la reconsideración de su ejercicio ante el aparente creciente reclamo de una participación más directa, comprometida y continua en la toma de decisiones, el control de los elegidos y las principales líneas estratégicas y políticas públicas de sus gobiernos.
Con este contexto de fondo, más allá de elecciones singulares de máximo interés, país a país, se destacan las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América, previstas para el próximo noviembre, que parecerían impactar de manera trascendente en nuestras vidas y proyectos personales, profesionales e incluso políticos. Hoy, no hay analista que no sitúe dichas elecciones como foco en el ya complejo tablero internacional, impregnado no ya de múltiples conflictos y mortales decisiones, sino de imprevisibles consecuencias de todo tipo, soluciones o no a una tensionada y potencial crisis económica y, por supuesto, al rol que como jugador de primer nivel pudiera o no desempeñar los Estados Unidos. Así, hoy más que nunca, el “chascarrillo popular” que sugiere que en dichas elecciones deberíamos votar todos, estadounidenses o no, con “mayor relevancia que lo que decidamos en casa”, parecería revestir cierta consideración. No es de extrañar que estemos pendientes y preocupados del proceso que apunta a elegir, en principio, entre dos candidatos y modelos distintos: el expresidente Donald Trump y el actual presidente Joe Biden. Panorama difícil de entender para un espectador externo a quien resulta imposible ver un expresidente con tal cantidad de procesos judiciales abiertos (sobre todo, con el “asalto e incitación al Congreso para impedir o alterar la nueva presidencia democráticamente elegida”). Con un Congreso y Senado totalmente enfrentados, el presidente Joe Biden, parecería situado en bajísimas cuotas de popularidad, transmitiendo escaso atractivo para las futuras generaciones de americanos que pudieran mostrar cansancio, hartazgo y desafección como si su futuro no estaría condicionado por diferentes decisiones y como si la relevancia de la política, los gobiernos y su presidencia no determinarán su futuro, el de su familia y su economía y país. En el exterior, no podemos evitar preguntarnos por la diferente manera en que uno u otro impulsarían o no la recuperación del rol internacional que Estados Unidos, que como coprotagonista o líder indiscutible, venía jugando en los últimos tiempos, y el que pudiera desempeñar a futuro, dejando huérfano un nuevo mundo multilateral necesitado de recomponer sus foros y centros de decisión “globales”, su interlocución con terceros dispares, diversos, enfrentados, pese a los esfuerzos de nuevos jugadores emergentes.
Sin duda, el ejemplo estadounidense no es cuestión, solamente, de una persona u otra, de un líder más o menos agraciado o simpático, o de una elección pasiva sin una reflexión profunda sobre el modelo y futuro que tras la misma habrá de ofrecerse a la sociedad, más allá de nuestras propias vísceras, intereses individuales o moda mediática.
Obviamente, no se trata de que “ellos” voten peor que nosotros o que deban elegir a quien desde fuera pudiera parecernos el más adecuado. El último número de “The Economist” titula un interesante y amplio artículo en el marco de un monográfico al respecto, que viene a titular: “La elección del futuro presidente la decidirán los inmigrantes”. Y, por supuesto, no se refiere a la papeleta que no pueden emitir y ni siquiera a aquellos acogidos regular y legalmente en los Estados Unidos (3,1 millones de personas en el último año), sino a aquellos cerca de, nada menos que, 160 millones de personas que, en los principales países de emigración hacia Estados Unidos, manifiestan su voluntad y esfuerzo en emigrar hacia Estados Unidos como su destino ideal para encontrar una vida mejor. “La bomba de la frontera”, principalmente al sur del Río Bravo, concentra masas migratorias, a la espera de arriesgar sus vidas para entrar en suelo americano. La espera impacta, tras un penoso recorrido, en sus poblaciones fronterizas, excediendo la capacidad de respuesta de todos los países origen-destino implicados. Así que, efectivamente, el futuro presidente puede ser elegido indirectamente por inmigrantes sin derecho a voto, a través de las presiones y consecuencias en el exterior, determinantes del impacto generable en el americano elector que, por lo general, muestra su malestar y preocupación por sus consecuencias en su propia realidad vital.
¡A la búsqueda de un mundo mejor! A la vez, a lo largo del mundo, con mayor o menor problema migratorio, las sociedades aspiramos a crecientes y mejores niveles de prosperidad y bienestar. Expresado de una forma u otra, partiendo de diferentes niveles alcanzados hoy, queremos, con total derecho, un mundo siempre mejor. Para ello, esperamos de nuestros líderes, dirigentes, terceros… trabajen, propongan, decidan e implementen todo tipo de políticas y soluciones que nos permitan disfrutar del objetivo esperable (muchas veces difuso o difícil de explicitar) y, se supone, que, en democracia, elegimos la mejor de las opciones y votamos. Elegimos no solamente personas, simpatías o empatías, sino, sobre todo, “modelos reales” que respondan a nuestros deseos e intereses. Es así como decimos querer vivir en una sociedad libre, democrática, igualitaria, inclusiva, próspera, con acceso pleno a la salud, generadora de riqueza y empleo permanente y de calidad, con los mejores servicios públicos posibles (se supone que los entendemos casi infinitos y por tanto gratuitos), con el menor esfuerzo fiscal individual (el nuestro) correspondiente, salarios y empleabilidad asociable a una creciente cualificación y experiencia, conciliación, mejor equilibrio trabajo-ocio… De una u otra forma, no solo queremos verlo en un “programa electoral”, sino que venga de la mano de quienes pensamos pueden hacerlo posible. En consecuencia, nos llevaría a elegir entre modelos y candidatos alternativos.
¿Quimera, brindis al sol, deseo comprometido?
Muy lejos de aquí (no solamente en distancia física, sino cultural, grado y nivel de desarrollo, dimensión, de país y de población), en el resumen ejecutivo del Informe que dirigió el profesor Michael E. Porter al primer Ministro Mori y a su gabinete para acometer “una estrategia transformadora para un futuro mejor en el 2047” (año en el que la India-Bharat celebrará el primer centenario de su independencia) para su ya 15% de la población mundial, transmitía las líneas directoras de lo que se proponía en el amplio, profundo y especializado trabajo realizado junto con la participación de los principales líderes del país y expertos internacionales en las diferentes áreas de actuación propuestas. Decía: “La productividad es el principal vector que lleva a la prosperidad en el largo plazo. Se entiende, por lo general, como la habilidad económica efectiva y eficiente para movilizar las capacidades y fuerzas laborales, así como otros activos para crear valor. Aquí la definimos como algo mucho más que crear valor por y para cada uno de los trabajadores. Supone, también, la habilidad de incorporar al máximo posible de la población implicable con la capacidad y cualificación necesaria para la generación del valor compartido que se requiere en actividades consideradas asociables a la productividad, el país y la sociedad, aplicando políticas económicas y sociales eficientes, integradas y complementarias, a la vez. Hoy tenemos el desafío de encontrar y alcanzar los puntos esenciales de una nueva economía aún por construir o descubrir. Es mucho más que simple eficiencia técnica o tecnológica. Hemos de adecuar la realidad de nuestra sociedad a las verdaderas necesidades y demandas de ese nuevo mundo en que habremos de movernos, aportando verdadero valor a nuestros ciudadanos y no solo consumidores (que también). Nuestro éxito no será a costa de los demás en un esquema de suma cero, sino de la contribución a generar nuevos valores y oportunidades para todos, actuando de manera convergente. Hoy, hemos de vivir abiertos a un mundo exterior con el que hemos de interconectarnos desde aquí, eligiendo aquello en lo que de verdad estemos en condiciones de cocrear y enriquecer nuestras propias fortalezas. Hemos de fortalecer el valor de nuestra localización base o territorio, generando nuevas fuerzas y ventajas diferenciales. Los paises han de tomar decisiones, definir prioridades y elegir. No se pueden hacer todas las cosas a la vez en paralelo. Es un marathón exigente que requiere “escuchar la evidencia” y alinear los ingredientes y pasos con el objetivo buscado, basado en una verdadera estrategia y propuesta única de valor. No valen ni atajos, ni quimeras inexpertas, ni falsas promesas de resultados, sin esfuerzo, caídos del cielo. Hemos de elegir algo consecuente con nuestro país y su sociedad. Y, por supuesto, requerimos un liderazgo probado, demostrado, guía del esfuerzo, el compromiso, la dedicación y la apuesta verdadera y decidida de querer un país mejor, porque será el suyo y de sus próximas generaciones”.
Efectivamente, se trata de optar. Un modelo u otro. Mucho más que un recurso mediático, eligiendo la tripulación con la que quisiéramos emprender una difícil y, las más de las veces, incierta navegación.
Las diferentes sociedades tenemos por delante extraordinarias oportunidades para lograr mayores y mejores niveles de prosperidad, si bien su logro es exigente y el camino está repleto de desafíos. Superarlos requiere compromiso, determinación, saber hacer y, sobre todo, saber a “donde queremos ir”. El “modelo” sí importa, salvo que, como Alicia en el País de las Maravillas, pensemos que tan solo “caminamos y estamos sin pretender ir a ninguna parte”. En ese caso, también estaremos eligiendo.