(Artículo publicado el 13 de Octubre)
A unos días de la cita periódica con la presentación del Informe de Competitividad de Orkestra, convertido en un clásico para tomar la temperatura a nuestra economía y sociedad y adentrarnos en desafíos de futuro, irrumpe el “Índice europeo de Competitividad” que la Unión Europea elabora para comparar el comportamiento de las diferentes regiones europeas.
El citado Índice europeo sitúa a Euskadi en la posición 125 de las 268 regiones que analiza, otorgando una puntuación mejor que la de hace tres años, si bien nos coloca ligeramente por debajo en términos relativos, con aparente mejoría de algunos “competidores”. Al margen de otras consideraciones, la comparativa por grupos de regiones “homologables”, provoca una primera distorsión al mezclar tamaños, capitalidad central o geo-periférica, modelo de tejido económico, capacidades reales de autogobierno y decisión/aplicación de políticas públicas, etc. Agravada, adicionalmente, por las estadísticas empleadas (las más de las veces limitadas a ámbitos globales por Estado), las encuestas valorativas y la selección de los opinadores y evaluadores, con la excesiva recurrencia a información macro de igual o muy similar aplicación a todas las regiones, generando una asimilación al Estado (y sus políticas) del que se forma parte y a la Ciudad-Región que contiene la capitalidad. Finalmente, el propio objetivo de este Índice, orientado al soporte del ejercicio presupuestario de la Comisión Europea buscando referencias en torno a su modelo de cohesión territorial, adecuado a sus propias políticas y estrategias con clara base subvencionadora, no permite grandes mecanismos de articulación de estrategias para la Competitividad (diferenciada y única, por definición).
Como hemos comentado en otras ocasiones, la sucesión de Índices (la mayoría sin la historia suficiente para el rigor exigible en los procesos de decisión), puede provocar reacciones inerciales y coyunturales que no resulten claves reales de evaluación, aprendizaje y motivación reorientada de caminos a seguir, llevando, en ocasiones, a la confortabilidad o al desánimo inhibidor. La competitividad no es un asunto limitado a un frio éxito económico de algunos contra el resto como suele mal entenderse, sino un motor generador de riqueza, empleo y bienestar sostenibles para la sociedad y todos sus miembros y agentes interrelacionados, en un espacio determinado. De allí su compleja a la vez que enorme importancia.
Ahora bien, con todas las limitaciones que se expliciten, conforme al mencionado Índice regional europeo, Euskadi ocupa la cabeza en el Estado español a escasa distancia de Madrid (tan solo superado por la variable “tamaño del mercado”), destacándose la salud (Sanidad, Servicios Sociales y otras políticas y determinantes socioeconómicos de la salud). A la vez, destaca tres apartados negativos al situarlos por debajo de la media europea, penalizando la calificación final: estabilidad macroeconómica, eficiencia del mercado laboral y sofisticación de negocios.
Así, acercarnos a estos tres apartados negativos podría “tranquilizarnos” al comprobar que el primer factor señalado, “estabilidad macroeconómica” nos penaliza en extremo dada nuestra asociación con el estado y sus estrategias (de planificación, inversión y gasto) arrastrándonos a la situación española (soportando una deuda de 1,2 billones de euros con una carga financiera anual de 40.000 millones, sin presupuestos, con un desempleo estructural que “lidera” el pelotón negro de la Unión Europea y una cuestionable gestión macro a las que se unen las “Leyes Básicas” de aplicación generalizada y obligada, impidiendo decisiones críticas diferenciadas), mientras que, uno a uno, dichos elementos son claramente mejores en el caso vasco: la menor tasa de desempleo del estado, mínima deuda con el mejor ratio del Estado, eficiencia de la Administración pública, etc.. En lo que se refiere al mercado laboral, de igual forma, la crítica y cuestionamiento general de las ineficientes reformas y pésimo comportamiento del mercado laboral español, denunciada de manera permanente, nos arrastrará a las peores posiciones del Índice. Ahora bien, más allá de dicha confortabilidad momentánea, hemos de profundizar y asumir algunos importantes “problemas y desafíos” propios.
Nuestro modelo de relaciones laborales ha sido valorado a lo largo del tiempo como un modelo diferenciado del Estado considerando que contamos con un espacio sociolaboral propio. Sin embargo, las vicisitudes parciales que dicho modelo contempla (organizaciones sindicales y empresariales o patronales singulares y distintas, la propia fuerza representativa de cada unos de ellos, el entramado económico-laboral y sus diferentes formas de negociación colectiva, la inclusión de cláusulas de previsión social complementaria en los acuerdos, la calidad y fortaleza de los beneficios en la Administración Pública al servicio de los trabajadores y los instrumentos de encuentro, como el Consejo de Relaciones Laborales, pionero en su momento, y la Red de Protección y Seguridad Social disponible…), no pueden ocultar indicadores negativos como el propio cuestionamiento o paralización de alguno de los instrumentos de encuentro, hoy desechados o despreciados, el elevadísimo absentismo permanente, a la cabeza del Estado, demasiadas jornadas perdidas fruto de la “conflictividad” como llave de soluciones, o incluso, pese a estar a la cabeza del desempleo, el para nosotros aún considerado paro crónico excesivo, en especial, en el mundo juvenil y en el de larga duración para mayores de 45 años.
De igual forma y tan o más preocupante, aún, el apartado de la “sofisticación de los negocios”. Tras este epígrafe encontramos la innovación, el emprendimiento, la tipología y la internacionalización de la empresa, así como el valor añadido generado y, sobre todo, el siempre denunciado espacio de menor relevancia en ámbitos de alta tecnología.
Si bien es verdad que siempre hemos cuestionado la calidad y validez de muchos indicadores utilizados, más allá de poner el acento en lo mejor o peor concebidos, sería responsable acercarnos a cada uno de ellos no solo para entenderlos o desecharlos, sino, sobre todo, para trabajar a fondo los puntos que incluyen. Euskadi destaca (desde luego en el marco del Estado español) y es referente en competitividad, innovación, bienestar en el seno, también, de la Unión Europea. Ahora bien, a partir de allí, se suele resaltar nuestra débil situación en las tecnologías avanzadas (casi siempre condicionadas por las patentes y propiedad intelectual), empezando por atribuir a nuestra Red de Centros Tecnológicos y empresas una escasa presencia y mínima generación de ingresos en estos apartados, lo que sugeriría una limitación a nuestro desarrollo en este espacio de innovación tecnológica. Innovación de la que se destaca la enorme labor realizada en Euskadi (empresas y gobiernos), si bien se entiende limitada a pocos “jugadores ganadores” y un uso excesivo de recursos en micro pymes con escasa “capacidad innovadora”, centrando, desgraciadamente, los indicadores en su asociación con la innovación productiva, de procesos, de gestión, societaria o social, las más de las veces, no solo de mayor valor, sino asociables al tejido empresarial y cultura socio-económica de nuestro país. En esta línea, el apartado “emprendimiento” resulta penalizado. Euskadi cuenta, sin duda, con uno de los más completos marcos emprendedores, políticas de apoyo público en todos los niveles, iniciativas público-privadas ad hoc, emprendedores “sociales” y algunas significativas empresas que promueven “el intraemprendimiento”. Ahora bien, los resultados obtenidos no vienen acompasados, en el plazo inmediato, a los éxitos empresariales deseables. La tasa de mortalidad de las nuevas aventuras emprendedoras es muy elevada, el grado y tiempo de crecimiento medio de las nuevas iniciativas es escaso para lo necesario y la confusión entre emprender y auto empleo está demasiado extendida.
Así mismo, siendo Euskadi una economía claramente abierta e internacionalizada, situada a la cabeza de su entorno en este capítulo, los evaluadores penalizan nuestra economía por la concentración de mercados, la inversión “productiva o con base permanente” en el exterior y la limitada “presencia tractora” en las “grandes cadenas globales de valor”. Aquí también, el Estado y sus decisiones tienen su carga negativa y penalizadora: la nefasta gestión castigo a la conectividad (Y vasca, aeropuertos, red de acción exterior, misiones parlamentarias, puestos en organizaciones internacionales, presencia en foros exteriores…)
Así, tal y como he comentado con anterioridad, no se trata de “enredarnos” en los diferentes índices que se generalizan a lo largo del mundo, ni de cuestionar los conceptos subyacentes, pero son, en todo caso, una excelente excusa y oportunidad para adentrarnos en los diferentes elementos que mantienen, de modo que nos preguntemos el qué y cómo actuamos en cada uno de ellos, cuál es nuestro estado real, qué resultados estamos logrando, a qué desafíos nos enfrentamos y, sobre todo, qué podríamos hacer para mejorar en todos y cada uno de ellos. La comparación es una buena primera aproximación, su contraste con nuestro propósito y futuro facilita una buena base para ir retocando, reorientando o construyendo una dinámica hoja de ruta.
El Índice aquí comentado, nos sitúa en un lugar cabecera del Estado y en un relativo tercio líder entre las regiones europeas supuestamente homologables. Esta misma semana, Bilbao ocupa uno de los “TOP 10” de las ciudades inteligentes, hace unos días, el Índice de Progreso Social nos volvía a destacar en una posición privilegiada y, de igual forma, podemos constatar significativos avances, liderazgos y referencias mundiales. Es, de esta forma, como podemos abordar, desde la satisfacción por lo logrado, los retos y desafíos del mañana y preguntarnos por aquellos espacios y retos a los que hemos de enfrentarnos.
En unos días, tendremos nuevas fotos del estado de nuestra competitividad. Por encima de la rigurosa información y acceso abierto y transparente a todo tipo de indicadores que su Observatorio de Competitividad aporta (y actualiza de forma permanente), Orkestra nos acercará a otros puntos de la realidad vasca, así como de los desafíos a los que hemos de enfrentarnos. A su Informe de Competitividad 2019, incorporará uno de los aspectos clave para transitar hacia el futuro esperable: “Las tendencias del empleo” y nuestro desafiante viaje más allá de las competencias y la formación asociables. Sin duda, “vitaminas esenciales” para un largo e inacabable viaje.
Euskadi, desde una posición destacada, afronta, día a día, nuevos desafíos. Más allá de Índices concretos, necesarios para medir nuestro grado de avance, sigamos una estrategia propia al servicio de nuestra Sociedad y bienestar.