(Artículo publicado el 21 de Mayo)
Michael Sandel vuelve esta semana al escaparate editorial con la actualización de su prestigioso y exitoso libro “El descontento de la democracia”, retomando su intensa y larga trayectoria como pensador y profesor desde sus clásicos “Justicia: ¿Hacemos lo que debemos?”, “La tiranía del mérito” o “La Filosofía Pública”, que nos han acompañado en el tiempo, con relevantes diagnósticos y aportaciones al debate político, económico y social. Reflexiones inspiradoras de anhelos de futuro. Siempre de actualidad. Esta vez, incide en el deterioro percibido en la calidad de nuestras democracias, en las carencias del respeto al uso institucional minando el marco general de convivencia dado, y repasa lo que entiende como las dos claves esenciales a cuidar para un nuevo espacio capaz de fortalecer las democracias: poner la economía bajo control democrático y potenciar una renovada conceptualización del patriotismo identidad y Comunidad cohesionador del sentido y propósito a dar a las políticas, soluciones y objetivos a perseguir para el logro del bien común.
Subraya, entre otras causas del descontento observable, el sucesivo abandono de la política con mayúsculas en favor de una falsa eficiencia tecnócrata que parecería unificar todo tipo de políticas e ideologías, un relativo pensamiento único (especialmente extendido en las últimas décadas en una simplista y mal entendida globalización) que ha desnaturalizado el concepto identidad-Comunidad y ha dado por bueno un fin último que supuestamente generaría valor para todos en todas partes, dirigido por un promovido “patriotismo estatal trasnochado y excluyente, envuelto en un falso lenguaje mundializado y de aparente vanguardia”. Adicionalmente, resalta la poca importancia dada a la calidad del proceso democrático, a su gobierno y control, a la apropiación de etiquetas auto otorgadas “como progresistas”, por quienes parecían poseer el don de que todo aquello que proponían era incuestionable, apropiándose de los verdaderos avances sociales para todos y de su implementación como derechos universales, justicia social, libertad sin límites, excluyendo de su logro a quienes consideran y señalan, más que adversarios, supuestos culpables de los grandes males e insatisfacciones de la gente. Apoderarse del patriotismo de Estado, instalándose en una auto concedida modernidad y exclusividad rectora de la prosperidad colectiva, prescindiendo de la conexión humanista con estrategias e instrumentos probados que pudieran aportar quienes no formen parte de su grupo, sería uno de los déficits que hoy limitan el valor de las democracias. Condicionantes, en definitiva, de un desencuentro con las dificultades y necesidades complejas por resolver, confundiendo el simplismo “de lo público”, el rol verdadero y eficaz de los diferentes gobiernos, despreciando la capacidad generadora y complementaria de iniciativas sociales y privadas. Romper o despreciar décadas de convivencia que hicieron desaparecer, hace ya mucho tiempo, barreras-silos entre conceptos de exclusivo beneplácito con el mercado como asignador óptimo de riqueza y bienestar, o de intervencionismo gubernativo confundiendo que la responsabilidad pública no excluye compartir tareas, ni proyectos, funciones, papeles, compromisos, o generación de valor. La realidad es que dichas barreras cayeron hace demasiado tiempo y el humanismo económico y los compromisos en torno a los derechos universales, al bienestar y prosperidad inclusivos, a la lucha permanente contra la desigualdad, la economía social de mercado y el desarrollo humano sostenible, han roto barreras excluyentes para dominar todo tipo de políticas y estrategias en las simbiosis colaborativa público privada, en la gobernanza inter e intrainstitucional, y la cosoberanía y nuevos espacios geoestratégicos. Conceptos y modelos a la búsqueda de nuevas denominaciones y de la concreción de múltiples esquemas y modelos que, compartiendo bases esenciales, se traducen en instrumentos, programas, tiempos y velocidades diferenciados, dependiente, sobre todo, de lo que se viene en llamar el nuevo patriotismo cohesionador que lleva a los individuos a trascender en beneficio de la comunidad íntima a la que se desea pertenecer, co participando en la construcción aspiracional de un futuro deseado en términos del doble proyecto vital y profesional que se busque.
Este contenido reflexivo irrumpe en plena campaña electoral en el Estado español. Aunque no lo parezca, a juzgar por el espacio mediático y los mensajes de los líderes que copan las audiencias, se trata de unas elecciones municipales, regionales o nacionales en algunas de las comunidades que habrán de elegir diferentes parlamentos y gobiernos, con un variado y muy distinto nivel competencial, voluntad y grado de autonomía o dependencia y desarrollo institucional. Este carácter “local” (con todo tipo de matices y conectado con el mundo otrora global), es lo que da sentido máximo a la clave del nuevo patriotismo-identidad mencionado, en contraposición a ese otro de quienes prefieren mantenerse en su patrimonio patriótico estatal, y que no se reconocen en la diferencia y pretenden dirigir sus mensajes por encima de sus propios representantes o candidatos “locales”, aumentando la distorsión, confusión y desencanto. A mayor distancia del sentimiento de pertenencia, mayor resulta el individualismo y la distante implicación real y directa por afrontar los grandes desafíos políticos, sociales y comunitarios.
Adicionalmente, la falta de calidad en los procesos de gobernanza, en la toma de decisiones, lleva a confundir los consejos de ministros y sus funciones institucionales con pregones mitineros, de parte, que profundizan en la confusión y deterioran la calidad democrática. Propuestas y políticas impulsivas, inconexas, de dudosa credibilidad, carentes de un marco o estrategia general, ocurrentes (o incluso algunas valiosas en caso de ser gestionadas en el ámbito institucional correspondiente), que suplantan el rol del gobierno, agravado por una permanente intromisión en los diferentes ámbitos competenciales de quienes han de implementarlas (en caso de que así lo decidan) generan o aumentan una perversa manera de no ir a ninguna parte.
De esta forma, la riqueza de un Estado, como éste, con formato descentralizado y con supuesta potencialidad de un auto gobierno a disposición de la voluntad de los ciudadanos y de sus capacidades y apuestas de futuro, compuesto por múltiples poblaciones y comunidades heterogéneas y singulares, con lenguas propias diferenciadas, deseosos de amplios espacios de libre decisión en algunos de ellos (tanto por su historia, como sobre todo por su vocación futura, amparados en el marco legal que propicia su actualización permanente según de sus deseos democráticos de avance y transformación), con capital humano no monolítico, retos, desafíos y capacidades distintos (al margen de su recomendable y potencial compartible y sinérgico), con tejidos económicos variados, modelos de desarrollo diferenciados, además de Instituciones sensiblemente distintas (aunque el papel pareciera etiquetarlas de forma similar), parecerían diluirse en un ejercicio centralista y centralizado desde ese error limitante que acuña Sandel del llamado patriotismo de Estado. Todo un desperdicio del valor de la cogobernanza, de la plurinacionalidad y pluralidad sociológica, de diferentes legítimas aspiraciones, de autoorganización institucional, ambiciones, aspiraciones y deseos de futuro.
Llama la atención el empeño en no contar con múltiples jugadores con enorme capacidad (y deseo) de contribuir y participar en procesos, de alta calidad democrática, cocreando valor en, para, desde su comunidad. Cabría esperar un esfuerzo impulsor y director de primer orden. No son tiempos para jugar a la ocurrencia o a regalar el oído a todo el mundo. Es tiempo de elegir atendiendo a las capacidades diferenciales necesarias para garantizar el éxito y compromiso requerido, es tiempo de política y gobiernos con mayúscula, de procesos y decisiones que obedezcan a un propósito, a una apuesta de futuro. Quizás de esta forma se genere la confianza necesaria, la credibilidad y confortabilidad con las democracias y no el descontento con ellas. Cuidar aspectos esenciales del rol esperable en quienes han de asumir papeles de liderazgo hacia una nueva sociedad deseada, entusiasmándola y comprometiéndola (derechos y obligaciones) sabiendo hacia dónde se va y por qué merece la pena esforzarse en su camino.
Reescribir un nuevo encanto de la democracia.