(Artículo publicado en Deia el 9 de Febrero)
El reciente congreso del Partido Popular no parece haber transmitido solución alguna a las demandas de la sociedad (española) a la que se supone debería atender dado su rol de gobierno. Lejos de responder a preguntas clave que pudieran orientar a una sociedad necesitada de luz y dirección, se ha realizado un ejercicio de irresponsable autocomplacencia, carente de credibilidad.
El presidente del gobierno español ha proclamado, «sacando pecho», que «algunos agoreros anunciaban que una profunda crisis podría arruinar el modelo español y, por lo contrario, se ha demostrado como «España ha acabado con la crisis». Semejante despropósito no haría sino descalificar a una persona cuya palabra dejó de tener valor alguno hace mucho tiempo por lo que sería irrelevante si no fuera porque, desgraciadamente, viene a demostrar en que manos está algo tan serio como el gobierno de un Estado y se espera de un Presidente de gobierno mucho más que un discurso partidario que falta a la verdad.
No sé cómo se puede presumir de éxito con seis millones de parados, sin modelo económico, institucional o de gobernanza para afrontar el futuro, con un país que se ha empobrecido en más de un 30% coincidiendo con su mandato de mayoría absoluta. No parece seria su proclama que ha venido unida, además, a una reafirmación del viejo y superado estado unitario dulcificado con una cierta descentralización administrativa que haga de algunas de sus autonomías descafeinadas su columna vertebral, obviando la profunda crisis de organización institucional y creciente demanda de un nuevo modelo de relación (Catalunya y EUSKADI al menos). Proclamas de futuro, según él, en contraposición a quienes quieren volver a la Edad Media. Mensajes propagandísticos para vender un futuro sin base alguna, con una credibilidad perdida en un mar de mentiras e incumplimiento de programas en un ambiente de descrédito y corrupción, desgobierno y mediocridad observable, desacreditando a quien lo sugiere. Además, cuando resulta innegable la intervención y rescate europeo que permitió a «su mejor sistema financiero del mundo» salvar los muebles llevándose por delante los ahorros e inversión de la sociedad y que en sus propias palabras ha obligado a hacer lo que no quería, paralizar el crecimiento, y promover la inhibición del presupuesto público en plena recesión, y recortar espacios de libertad y bienestar, afirma sin reserva alguna que España se ha rescatado a sí misma sin el apoyo externo. Que el presidente del gobierno español y sus ministros crean en una enfermiza auto complacencia, pretendan vender motos averiadas con la «roja» desplegada y su desprestigiada marca España no hace sino ahondar la crisis.
Que España no haya «desaparecido»(son sus palabras), que el euro no haya caído arrastrando a monedas y países a una crisis mayor constatando que, finalmente, ningún estado ha salido del euro, que el parón de gasto-inversión pública haya paralizado la economía y retrotraído los indicadores a la situación pre-crisis de hace cinco años, que la banca y cajas de ahorros se hayan exprimido a cambio de recursos exteriores, desapareciendo para «suprimir su control político» en un grave maquillaje que ha vuelto a devolver al gobierno sus riendas (eso sí, de unos entes descafeinados de dudosa viabilidad y escasa capacidad tractora en regiones que se han quedado desasistidas a merced de instrumentos financieros que no terminan de fluir hacia la economía real), no parecerían suficientes muestras del rescate exterior. Sacar pecho de una recuperación obviando que sus tablas de salvación vienen de fuera, tanto en forma de rescate, como de políticas definidas e impuestas lejos de su esfera de decisión y de la mano de la supervivencia y éxito localizable en determinadas empresas presentes en el exterior que han hecho de su internacionalización su base de supervivencia y futuro, cada vez menos dependientes de lo que se haga o deje de hacer en el estado ideal del presidente y su gobierno, supone una falta de rigor y de comprensión de la realidad. No parece, por tanto, que la incipiente recuperación -que no superación de la crisis- se deba a la claridad de mando y liderazgo, a rápidas y profundas políticas transformadoras o a un brillante programa electoral y de gobierno felizmente aplicado. Más bien parecería que en este periodo crítico, ningún país abandonó el euro, el abismo o riesgo fiscal norteamericano que amenazaba con hundir la economía norteamericana y arrastrar al resto del mundo produjo el efecto temido, China redujo su crecimiento pero siguió engrasando al mundo sin hacerlo desaparecer y la solidaridad intrafamiliar y social evitó una catástrofe mayor. Esta «tormenta perfecta» explica la «airosa» salida del mundo del Sr. Rajoy. Parece que obviar estos factores externos a la labor del gobierno español han pasado desapercibidos en Moncloa y no explicarían lo que en realidad ha sucedido en esta crisis «que arrastraría a España pero no la sacaría de sus problemas fundamentales».
Así, en estos momentos en que la recuperación económica (sobre todo europea) alumbra nuevos horizontes, podemos volver la mirada hacia la España del cuento del presidente y encontramos varios años perdidos. Años en los que ni se ha trabajado en perfilar el nuevo modelo económico que se pregonaba sustituiría al ladrillo y la hostelería de baja calidad condicionante de un turismo (creciente en número y decreciente en calidad y contribución), ni en reformular un nuevo sistema educativo garante de la formación exigida por la empleabilidad y adecuada a la nueva era del conocimiento enredados en la imposibilidad de aplicar una ley que nadie quiere y que toda la oposición se ha comprometido a derogar ante el primer cambio de gobierno, ni la nueva arquitectura fiscal que vendría a modernizar una economía de progreso que sólo da pasos confusos y que sigue esperando el reclamo electoral para publicitar algo que no llegará, ni la creación de empleo ofrece expectativas anteriores al 2018 o para el 2035 si se trata de reducir de forma considerable el desempleo, cuando las infraestructuras críticas se anuncian y guardan en el cajón a falta de recursos, ó la modernización de la administración se retrasa, anuncio tras anuncio, limitada a tocar lo accesorio sin profundizar en el rol que ha de jugar y el estatuto real de sus empleados y servicios, ni las Comunidades Autónomas parecen redefinir el modelo feudal o esquema medieval que el Presidente dice temer de una potencial reivindicación catalana o vasca…. Por no mencionar nada relacionado con las cuentas internas de su partido de las que tampoco parece saber nada.
En realidad, cuando asistimos a tan decepcionante espectáculo, resulta difícil dar paso a la esperanza. Confiemos en que, aunque se nos acuse de volver a la Edad Media y desconocer el mundo del futuro que está por venir, seamos capaces de apropiarnos de nuestro propio futuro, de asumir el riesgo de gobernar y diseñar-aplicar estrategias y políticas propias y distintas y aprender de lo que nos rodea para evitar la contaminación de una marca, un gobierno y un estilo de hacer política que no nos lleva a ninguna parte. Quienes no disfrutan de las bondades de ese gran éxito anti crisis de una España triunfante e imperial lo agradecerán. Así, mientras en Valladolid se presumía de estas cosas, en Euskadi padecíamos las graves consecuencias de otra «tormenta perfecta» (esta vez no provocada por el buen hacer del Sr. presidente), contemplamos la salida de la crisis desde nuestro propio compromiso y nos hemos de empeñar en la solución de nuestras demandas y aspiraciones reales. La necesaria recuperación de los destrozos naturales puede ser un acelerador de actuaciones inaplazables que, sin duda, obligarían a reconsiderar algunas políticas, tiempos y prioridades presupuestarias y de déficit, por ejemplo, que nos obliguen a dejar a un lado las políticas ideales del endeudamiento cero y el aplazamiento de gasto público real para poder hacer frente a las necesidades de ciudades, pueblos, infraestructuras y personas. Una nueva oportunidad para resolver necesidades aportando soluciones, también, de relanzamiento de la actividad económica y del empleo. La realidad no está para discursos triunfalistas de fin de semana como el del presidente español.
Desgraciadamente, la crisis y sus consecuencias, no ha concluido.