(Artículo publicado el 7 de Mayo)
A mayor complejidad y mayores desafíos sociales a lo largo del mundo, la búsqueda de respuestas y soluciones nos suele llevar bien a una vía rápida que parecería dar solución inmediata a la máxima demanda exigida, o, por el contrario, entrar en un más que relativo pesimismo considerando se trata de una tarea inalcanzable. Una u otra posición suele dar paso a posiciones dispares que se traducen en pensar que todo es nuevo o que se trata de algo que “ha estado allí siempre” con otro nombre, con diferente voluntad o disposición de aumentarlo o el temor paralizante que inhabilita la posibilidad de los cambios necesarios.
Una forma muy habitual en el mundo empresarial suele reducirse a “culpar” al mundo de la consultoría, académico o “gurús pensantes” por atribuirles dar vueltas, con etiquetas y marketing actualizado, a viejos conceptos, términos, metodologías o pensamientos “innovadores” a la búsqueda de notoriedad disruptiva. Similar actitud se observa en gobiernos y administraciones públicas que, en gran medida, caen en la trampa, de la “imposibilidad de combatir el funcionariado y la burocracia”, así como el carácter permanente de mantener lo realizado y sus instrumentos. Y una y otra situación se ve adicionalmente complicada por la tendencia excluyente entre empresas-gobiernos, lo público-privado y el desmedido recurso al trabajo por “silos”.
La realidad es que ya sea que afrontemos una Nueva Economía y sociedad con nuevas reglas del juego, o la misma vieja economía y sociedad en contextos cambiantes.
En todo caso, día a día, nos encontramos con conceptos que parecerían nuevos o aplicables fuera de aquel medio natural en el que los aplicábamos y aprendíamos. Tal es el caso de una de las palabras que parecen estar de moda, ECOSISTEMAS, apareciendo en todo discurso, proyecto, plan, aproximación al futuro con referencia mimética al mundo natural, biológico, conocido. Como suele pasar, se acuña un término que puede aproximarse a la realidad, pero sobre el que se profundiza poco, dándose por hecho y bueno, aquello que cada uno quiere entender o aplicar. Como suele pasar, rara vez se implementa de manera completa, descuidándose demasiadas piezas esenciales que contienen y que exigirían una rigurosa reflexión y aprendizaje para extraer el importantísimo valor que ofrece.
Debo adelantar que soy un auténtico convencido del valor de lo que hoy parecerían querer expresar como ecosistemas muchos de los espacios referidos. Defiendo desde sus primeras apariciones su sentido y objetivo si bien les otorgo escasa novedad en la teoría y práctica del mundo socio económico. Sostengo que son ya décadas las que venimos profundizando y aplicando, a lo largo del mundo, la clusterización de la actividad económica como esencia del desarrollo y bienestar, base motor de la política industrial y visión alineada con la complejidad desafiante. Llevamos mucho tiempo entendiendo y propagando la coopetencia (colaborar y competir a la vez), el binomio actividad económica-territorio (región/área base), el hecho imprescindible de buscar objetivos económicos, sociales y comunitarios a la vez, en beneficio del bienestar de la sociedad, su creación de valor inclusivo, la inevitabilidad de interacción asociativa público-privada desde el rol diferenciado, relevante y específico de cada uno, según su legitimidad, sus capacidades, sus competencias y roles, sus obligaciones y sus legítimos objetivos diversos. Clusterizar, además, excede la cadena de valor, obliga a la interoperabilidad de organizaciones extendidas de valor, obliga a superar y romper fronteras entre sectores e industrias tradicionales, supone contemplar todo tipo de geografías, regiones naturales o áreas base en que se desarrolla una actividad específica, más allá de espacios político-administrativos y conlleva ponerse al servicio de proposiciones únicas (diferenciadas) de valor. Actuar, en definitiva, sobre todo aquello que explique los resultados logrados.
Hoy, y de una manera muy significativa en la Europa de la Next Generation y el maná de financiación que habrían de facilitar la reinvención, transformación de nuestras economías, recorre el mundo la intensa generación de ECOSISTEMAS (consorcios de todo tipo, alianzas temporales, agrupaciones compartiendo proyectos de financiación o ayuda pública…) y muchos de ellos sin cumplir los deberes previos (las capacidades reales de los miembros que se asocian, la tipología de sus partenariados, la concreción de sus propósitos y aspiraciones, la cuota parte en la financiación y, en su caso, beneficios esperables, su management, las condiciones y compromisos de salida -tanto si tienen éxito, como si no-, el liderazgo real de cada uno de ellos). Hoy, el mundo en general (Europa en particular) es un auténtico hervidero de iniciativas. Iniciativas y proyectos que obligan, si en verdad se pretende abordar una auténtica transformación económica, política social, a concebir partenariados amplios, diversificados a la vez que coherentes, integrados y cohesionados, trascendiendo de intereses y espacios particulares, restrictivos. Así observamos (y habremos de convivir y promover nuevos a futuro) una multitud de nuevos espacios colaborativos).
El pasado diciembre, en la Universidad de Harvard, con ocasión del XX Aniversario del programa M.O.C. (Microeconomía de la Competitividad), soporte teórico-conceptual de la clusterización y del progresivo avance acompañante de estas ideas, programas y estrategias a lo largo del mundo, relanzándose una iniciativa a la búsqueda de la potencial transformación (esencia, forma y redefinición o nombre de ideas, conceptos y proyectos), nos preguntábamos si el Marco Conceptual era el adecuado para esta “nueva era de los Ecosistemas, de una nueva economía, de nuevos cambios exponenciales…” y qué habría de cambiar; ¿Quiénes serán los nuevos jugadores?, ¿Cuáles las nuevas reglas del juego?, ¿Cuáles las estrategias a proponer?, ¿Cuáles los instrumentos, en su caso, facilitadores del cambio aspiracional? El avance y el cambio experimentado a lo largo del tiempo con la aportación de miles e investigadores, profesores, líderes empresariales y públicos en miles de iniciativas de clusterización (unas de éxito, otras muchas no), ha sabido incorporar plenamente la fuerza de objetivos y políticas sociales, la orientación hacia la co-creación de valor empresa-sociedad, la fortaleza de roles públicos y privados compartidos, su extensión a todo tipo de actividad económica-social (industria, educación, salud, servicios sociales, etc.) y la formación de formadores en todas partes en las que se pretenda mejorar el nivel de bienestar de la sociedad.
Esta semana, leía un extraordinario trabajo publicado por Strategy & Business, bajo el título de “Juntos Mejor” (“El gran potencial de los ecosistemas respondiendo a los desafíos sociales”). Orientado al potencial de mercado y a la generación de riqueza pone el acento en una serie de elementos críticos para su éxito, desde un nuevo pensamiento humanizador de sus objetivos y desarrollo, la voluntad aspiracional de “cambiar el mundo” desde nuevos jugadores que modifican mentalidades y reglas del juego, entendiendo que, si bien las crisis convergentes que vivimos son de carácter exponencial, las tecnologías y sus avances facilitadores también lo son, a la vez que asistimos a una capacidad exponencial de rediseñar, orientar y ofrecer nuevos modelos (de negocio y de soluciones sociales). Destaca la fuerza de la colaboración y la imprescindible introspección inicial para, con sinceridad, analizarnos uno a uno, auditar nuestras empresas y organizaciones, para detectar nuestras verdaderas capacidades, analizar a terceros con los que habríamos de asociarnos (empezando por nuestros competidores que previsiblemente hacen y tienen lo que nosotros no), y apela a la necesidad de generar confianza. Hoy mismo, en pleno despliegue activista de diferentes gobiernos con el acento en la política industrial y la productividad, ante el desafío tanto de mitigar desigualdad, como de propiciar la necesaria productividad del conocimiento y el capital humano e institucional que lo posibilite, el profesor Richard Hausmann (Economía de la complejidad), en un debate sobre el crecimiento del World Economic Forum (Crecer y empleo del futuro), recordaba la esencia de esta nueva productividad especializada de un conocimiento fragmentado que exige capacidades organizativas, de dirección, de empresas y gobiernos para reintegrar y acumularlo con un uso y propósito determinado. Proceso que marca diferentes trayectorias y camino de la prosperidad de diferentes ciudades, regiones y países, al servicio de su población. El intento de desprestigiar o despreciar el valor añadido, esencial, de la dirección en las organizaciones y sociedad, pasa factura.
De una u otra forma, desde una escuela de pensamiento u otra, pero siempre entendiendo la fuerza real de marcos, estrategias completas, al servicio de un propósito, una aspiración y una visión trascedente que resuelva retos y desafíos sociales (en especial aquellos complejos), el hoy llamado mundo de Ecosistemas es toda una herramienta para afrontar las cambiantes demandas sociales. Superemos las fronteras sectoriales paralizantes, esforcemos la inevitabilidad coopetitiva, rompamos los silos público-privados y abordemos los grandes desafíos que tenemos por delante.
Y ya puestos, ¿qué tal si optamos por trascender del espacio industrial para adentrarnos, también, con la óptica de ecosistemas a los mundos de la salud, de la educación y de las administraciones públicas y gobiernos, acelerando las transformaciones disruptivas inaplazables?
Sin duda, aproximarnos a las demandas sociales, co-creando valor ante la complejidad, generando ecosistemas reales, poniendo en valor el rol de los diferentes “trabajadores del conocimiento”, de las instituciones y empresas que lo posibilitan, focalizaría y movilizaría recursos en torno a propósitos cohesionadores. Mucho más que nuevas palabras para conceptos esenciales.