(Artículo publicado el 10 de Septiembre)
Acercarnos a la apuesta asumida de salvar el planeta, a la vez que se genera una economía verde sostenible, soportada en energías renovables, nuevos “materiales”, baterías singulares, vehículos eléctricos… suele acompañarse del olvido o menor atención a una importantísima serie de eslabones que, a lo largo de una larga y compleja cadena de valor, nos lleva, por lo general, a lugares remotos, zonas aisladas (en gran medida infra desarrolladas y muchas de ellas en países sumidos en situaciones de conflicto o guerras), desconocidos para la inmensa mayoría de quienes planifican las transiciones “verdes, tecnológicas, sociales” que resultarán necesarias, y se viaja en el tiempo, sin estaciones intermedias, hacia el final del trayecto.
Una reciente publicación del IFC (International Finance Corporation) del Banco Mundial, ofreciendo sus servicios de asesoramiento al desarrollo de la industria minera y los gobiernos implicables para un desarrollo sostenible, destaca, como no podía ser de otra forma, la enorme interacción que el mundo de los minerales y metales juegan y jugarán en equipos, vehículos, infraestructuras que habrán de conectar el mundo, facilitar el tránsito digital, permitir la descarbonización y, sobre todo (añado yo), mitigar la inequidad, promover el desarrollo inclusivo, impulsar el crecimiento sostenible de regiones desfavorecidas y aisladas, la creación de empleo (digno, formal y de calidad). Su necesidad y geolocalización supone la oportunidad única, a largo plazo, de transformar gobiernos, democratizar instituciones y mejorar las condiciones de vida de la gente. Un vistazo rápido a un Mapa de la Industria Minera mundial permite una inmediata aproximación a los países de ese “gran sur” llamado a jugar un rol muy relevante en el próximo futuro. Las minas, las fuentes de esa potencial solución a la que habrá que inyectar talento, I+D, capital, niveles de bienestar, democratización y gobernanza homologables, financiación especial, desarrollar tejidos productivos asociados y mucha diplomacia económica inteligente, además del compromiso, ética y transparencia imprescindibles, requieren muchísimo más que una vieja interrelación cliente-proveedor, desde posiciones de poder y mando tradicional. Sin duda, las transformaciones geoeconómicas, geopolíticas y de la propia industria o ecosistema minero-energético-territorial, habrán de jugar un nuevo y claramente diferenciado papel de futuro.
La industria minera no es lo que era, ni mucho menos lo que será.
Hace ya mucho tiempo, cuando iniciaba mis estudios de ingeniería, visité por primera vez una mina de plata. No era una mina cualquiera, sino la de Fresnillo en el estado mexicano de Zacatecas, situado a 650 kilómetros de la Ciudad de México. Mina subterránea en explotación desde el siglo XVI (en diferentes estadios, obviamente), una de las mayores y más rentables del mundo, situada en una población y economía esencialmente minera, rodeada por un desierto pleno de ausencias. La experiencia de entonces combinaba una triple impresión complementaria y/o contradictoria. Desde el paraje y paisaje de la zona, aislada, en desarrollo, alejada de los niveles medios esperables de bienestar, escaso desarrollo comunitario y confort, con un choque considerable al bajar a la mina, escuchando todo tipo de sirenas y alertas de seguridad industrial para adentrarnos en los montacargas y elevadores que nos bajarían a la profundidad de la mina (700 metros) leyendo todo tipo de carteles que contaban, en horas, la distancia temporal con el último accidente en la explotación. Recorrido con la deshidratación correspondiente, según bajabas, aquel invisible mundo industrial de subsuelo en el que ibas descubriendo todo un distrito industrial complejo a la vez que maravilloso, repleto de enormes grúas, camiones, ferrocarriles, etc., con un elevado número, también, de mineros, con sus cascos y lámparas, en condiciones laborales duras, entonces exigentes y de tremendo esfuerzo físico. El camino de salida, para el regreso, rehidratándote, a medida que subías marcaba lo observado. Hoy, la mina lidera la producción y afino de plata en el mundo, y se inserta en un extenso y rico Parque Ecológico (lagos, centenares de especies mamíferas, pájaros, reptiles), senderos, juegos, espacios de ocio, tren turístico reutilizando antiguos trazados de trabajo, túneles y galerías mineras, con fuentes de energías renovables (al servicio de la comunidad), ocupando aquellos espacios desérticos que rodeaban la boca de la mina y las instalaciones fabriles básicas. Paraje con Centros Comunitarios alineados con prestación de servicios de salud y educativos imprescindibles para la atención y desarrollo tanto de los trabajadores y sus familias, como de la población próxima. Hoy Zacatecas, es una de las ciudades Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Hace unos días, se publicaban una serie de informes relativos a la industria minera y se aludía al resultado de una encuesta en la que se recogía la “escasa capacidad de atracción de talento” de esta industria. Se comparaba el grado de rechazo que, entre estudiantes de grado en último curso, se daba ante diferentes industrias (el 70% rechazaría un empleo en esta industria situada como la menos apetecible, contra “tan solo” el 33% en salud, ocupando el puesto mejor situado). A la vez, se destaca, de una u otra forma, el enorme “mercado esperable” de esta industria, la relevante importancia de su contribución a ese futuro que parece presente en toda estrategia de gobierno o empresa, identifica las enormes inversiones que se vienen realizando en el mundo, el acceso acelerado e intensivo de gobiernos en el capital y control de las empresas líderes, apetito imparable de los fondos soberanos y fondos de inversión, para jugar un papel cada vez más relevante en esta industria que invierte y se transforma a pasos acelerados. Nuevos materiales y minerales, nuevas tecnologías, nuevos modelos de negocio, exploración y explotación inteligente, nuevas infraestructuras y modelos organizativos “invaden” una industria en plena transformación que, además, interacciona a enorme velocidad con otras industrias generando auténticos ecosistemas industriales, territoriales, energético-sociales. Panorama, en principio prometedor, pero para el que la propia industria advierte como una de sus principales barreras la falta de competencias locales para la adopción de la tecnología requerida.
Todo un mundo en el que países (regiones, sobre todo), gobiernos y poblaciones desfavorecidas contemplan una extraordinaria esperanza de futuro. Países fundamentalmente explotadores o extractores, con menor o reducida capacidad manufacturera, comercial, investigadora y generadora de valor añadido, que se saben en el centro del protagonismo, aspiran a potenciar capacidades de liderazgo y sueñan en mejorar el bienestar de sus poblaciones y territorios. Toda una oportunidad para ellos… y, también, para todo ese mundo desarrollado que hasta hoy los ha visto con cierta o enorme distancia. En el fondo, nuevo signo de esperanza para mitigar la inequidad.
Quizás sea momento de repensar una relación, basada en una diplomacia democrática, económica e inteligente que posibilite la interacción entre diferentes modos y actores, capaces de arbitrar la financiación requerida (y seguramente quita compensada de la deuda externa que se les traslada, a cambio de desarrollo social, comunitario y bienestar), financiando empleo formal y de calidad, capacidades de desarrollo personal y profesional, ordenar/evitar una emigración masiva no deseada, y apoyar la institucionalización democrática real en estos países origen de una preciada materia prima que el planeta necesita.
En un reciente debate preparatorio de un curso ejecutivo, sobre la base del Caso de Beers (Harvard. ISC), inicialmente previsto para centrar el análisis en la coopetencia público-privada, en la “desconcentración geográfica” de las diferentes tareas de la cadena de valor y en la intervención del progreso social y la competitividad regional, se derivó una relativa “actualización” en torno a la industria minera, planteando opciones para abordar una solución integrada. Surgía, como base de referencia, el mundo complejo del Shared Value o Valor Compartido: la cocreación de valor empresa-sociedad. Generar riqueza a partir de demandas sociales, repensando modelos de negocio, reconociendo las cadenas de valor asociables y generando el valor compartido en todos los actores y eslabones de la cadena. De una u otra forma, los actores de la industria (aquellos que mejor lo han hecho) transmiten estos campos del pensamiento práctico más allá de la minería y responsabilidad social corporativa tradicionales. Sin duda, parecería razonable repensar una apuesta estratégica de futuro: al servicio de las comunidades y sociedades en que habrá de desarrollarse, generando riqueza para todos los implicados y logrando alcanzar ese futuro que conlleve, también, salvar el planeta, ganar el futuro, evitando hipotecar el presente, atendiendo a las poblaciones de hoy y mañana, democratizando un mundo inclusivo.
¡Nadie dijo que esto era sencillo! Sin duda es mucho lo que se ha hecho, enorme lo que está en marcha, pero mayor aun lo que está por hacerse.
Numerosas oportunidades para empresas que han de continuar su permanente reinvención, para gobiernos que pueden y deben redefinir sus políticas públicas favorecedoras de esta transformación para las regiones y poblaciones en las que operan, en nuevos espacios de innovación, tecnología y desarrollo social.
Hoy la industria minera. Ilimitado camino no exento de múltiples riesgos. Sin duda, se trata de ganar el futuro.