Elecciones vascas: El reto de elegir ganar el futuro (El Economista)

(Artículo publicado el 11 de Abril)

¿Qué mejor oportunidad para afrontar los enormes desafíos por venir, confrontar y superar las barreras que cuestionan o mitigan nuestras capacidades y potencial para soñar con un escenario de prosperidad, bienestar, empleo y desarrollo, en una sociedad inclusiva en la que nos encontramos confortables, y que responda lo más posible a nuestros sueños, que el poder elegir el futuro deseable y a quienes representen la mejor manera de liderar su logro?

Ganar nuestro futuro no es algo que nos llueva del cielo, ni mucho menos que nos venga dado sin exigir de nuestro esfuerzo, compromiso, solidaridad, liderazgo. Elementos esenciales en un binomio convergente: raíces (identidad, cultura y pertenencia) y alas (voluntad, aspiración y actitud mental para navegar la incertidumbre hacia nuevos horizontes).

Euskadi, como toda nación, región o ciudad-región  del mundo, ha de recorrer múltiples transiciones en las que nos encontramos inmersos (nuevas políticas industriales rediseñables según diferentes ecosistemas multi actividad y disciplinas integrables, adopción y uso de tecnologías disruptivas impactando todas nuestras vidas, reconfigurar  nuestra gobernanza -empresarial y de gobierno- y su administración pública superando el dualismo existente entre quienes tienen un empleo de por vida y quienes han de generar el suyo día a día en nuevos espacios de eficiencia, equidad, y contrapartidas de conciliación familiar, ocio y flexibilidad para el tiempo libre, hacia nuevas sociedades y comunidades inclusivas, garantizando educación para todos con el foco en sus contenidos, valores y calidad y no solamente atendiendo a sus estructuras existentes, en un marco de aprendizaje permanente para su empleabilidad, repensando y promoviendo nuevos movimientos hacia una economía al servicio del bien común, en una imparable carrera hacia la configuración de territorios más allá de fronteras administrativas y geo-colindantes, asumiendo la naturalidad inseparable de la simbiosis energética-medio ambiental y de progreso económico, y reinventando los aparatos, organizaciones y actuaciones político-sindicales. Transiciones que viabilicen las imprescindibles transformaciones que hemos de acometer, asumiendo compromisos realistas que posibiliten las adecuaciones (distintas) de todos, entre el hoy y el mañana, haciéndolos viables y sostenibles). A la vez, el “gran reto” ha de asumir, de manera activa, el desafío individual y colectivo para “apagar las luces rojas” que obstaculizan o dificulten el logro del sueño deseable al que aspire una sociedad libre y democrática, en cada momento. Tarea compleja, ni improvisable, ni dejada al azar, capaz de fortalecer sus apuestas para aprovechar la abundancia de oportunidades que ofrece el nuevo mundo que recorremos.  Euskadi ya ha hecho un largo recorrido que nos ha traído hasta aquí, alcanzando un extraordinario nivel de bienestar y desarrollo, unos índices de progreso e integración en la vanguardia europea y mundial, más que evidenciables por terceros, destacando en términos de igualdad, bienestar, riqueza y empleo, que nos posiciona, con todas las insatisfacciones y problemas que hemos de superar, en un más que privilegiado espacio de prosperidad en términos relativos con terceros y respecto de nuestro entorno inmediato. Las fortalezas acumuladas, la posición lograda, el capital humano, social e institucional del que disfrutamos han necesitado del esfuerzo y sacrificio de muchos. También hemos tenido que superar los enormes obstáculos de quienes se autoproclamaron representantes de nuestro pueblo y destruyeron todo lo que pudieron sin el mínimo respeto a la vida y dignidad de quienes no compartían “sus ideas o prácticas violentas” o se creyeron legitimados por la imposición y la fuerza antidemocrática, para dictar los tiempos, “ciclos” o momentos para participar, a su modo, del proyecto de país.

Hoy, el voto en las próximas elecciones tiene un valor especial (siempre lo tiene en una auténtica democracia), ante una complejidad desafiante que parecería, a priori, y según demoscopia mediática, sugerir la elección entre dos alternativas mucho más distantes y opuestas de lo aparente. Se trata de elegir una filosofía y moral determinante de un comportamiento social y ético, con muestras probadas históricamente de un ejercicio comprometido con la sociedad a la que ha servido y representado, absolutamente democrático, que ha construido país, ha asumido riesgos y ha diseñado y preparado las plataformas y olas navegables a futuro, o bien optar por quien aparece, supuestamente de nuevo cuño, pretendiendo hacernos olvidar su historia contraria a los retos que otros hemos venido sorteando para construir una nación, en la que los ciudadanos se encuentren confortables y puedan desarrollar su experiencia vital y profesional. La confrontación de modelos y opciones a elegir debería provocar una seria reflexión en quienes hemos de elegir el camino a seguir, recordando que el país que tenemos no ha salido de la nada, ni se fortalece con “buenísimo propagandístico prometiendo un paraíso ilimitado sin contrapartidas, ni compromiso exigente de toda una sociedad, empezando por todos y cada uno de quienes aspiramos a disfrutar de dicho sueño”.

No es ni tiempo de reinventar la rueda, ni de partir de cero, ni de “iniciar un nuevo ciclo hacia un espacio absolutamente incierto, desde la inexperiencia o pretendida solución mágica que llegaría de algún lugar y medios desconocidos”.

El futuro es exigente y ha de lograrse de forma colectiva, inclusiva y solidaria. Para tan largo recorrido resulta esencial contar con liderazgos políticos, económicos y sociales capacitados, comprometidos, con un bagaje experto y un compromiso real, debidamente validado.

El próximo 21 de abril, elegiremos ganar el futuro. Está en nuestras manos decidir el tipo de futuro que queremos, si estamos dispuestos a apropiarnos y ser parte activa de su diseño y construcción, o si preferimos vivir un futuro que nos venga dado, o, peor aún, que con nuestra complicidad (activa o pasiva) “nos traigan” escenarios que no compartimos y en los que no nos sentimos reflejados. Sin duda, es un largo viaje, con muchas incertidumbres, múltiples cambios y demandante de enorme coraje innovador. Confianza, credibilidad, realidades e historial demostrados, al servicio del modelo de sociedad, pensamiento económico, compromiso social, responsabilidad y estrategia- país que deseamos. No es momento de obviar compromisos personales e individuales ni dejar a otros que decidan por nosotros.

Solamente invirtiendo en las claves y retos esperables, compartiendo valores y compromisos, desde liderazgos reconocidos, ganaremos el futuro.

Lehendakari Ohia José Antonio Ardanza: testimonio de compromiso y servicio

(Artículo publicado 10 de Abril)

El privilegio de haber colaborado en tres gabinetes de gobierno del Lehendakari Ardanza, entre 1.985 y 1.995, me ha dado la extraordinaria oportunidad de conocerle, de admirar su entrega y templanza, su dedicación y compromiso para con Euskadi y poner en valor su profunda y distinguida contribución al estado actual de nuestro país. Trayectoria que, por encima de todo, merece mi máximo agradecimiento a su confianza y apoyo, más allá de su permanente entrega al país, a lo largo de toda su vida.

Sin duda, su largo y fructífero ejercicio durante estos años, precedidos por puestos de responsabilidad institucional como la Alcaldía de Arrasaste y el de Diputado General de Gipuzkoa, en su momento de transformación desde un Gobierno Provincial a un Gobierno Foral, bastaría para destacar su trabajo y servicio al país y recibir el reconocimiento de la sociedad vasca. Sin embargo, vivimos tiempos en los que, al parecer, hay demasiada gente que desconoce el origen, desarrollo y logros que han hecho posible el que hoy disfrutemos de un país como el que tenemos. Muchos que no parecen reparar en la complejidad del camino recorrido, en la dureza de una virulencia violenta que asoló el país destruyendo o entorpeciendo nuestras ilusiones y proyectos colectivos de futuro, los múltiples obstáculos que hubieron de superarse para conseguir y mantener la democracia y garantizar los derechos que hoy disfrutamos, han de recibir la información necesaria para comprender el valor de lo realizado bajo su mandato.

Recordar hoy a nuestro Lehendakari Ohia, José Antonio Ardanza, es sinónimo de señalar y explicar su protagonismo clave en todo esto, en cuyo desarrollo nos ha dejado su huella personal.

José Antonio Ardanza, fiel a su compromiso vital con Euskadi y con el Partido Nacionalista Vasco, supo hacer de la Institución no solamente un símbolo de máxima representación, sino el instrumento esencial para la convocatoria de pensamientos e ideologías diversas, orientables hacia la solución de los complejos problemas, situaciones críticas y pilares esenciales sobre los que construir un futuro mejor, una nación mejor, una sociedad más próspera.

Vivió desde el rigor y la fortaleza, la confrontación y superación de crisis de gran magnitud: la parálisis con que se había condenado al Parlamento Vasco tras la LOAPA consecuencia de los sucesivos golpes de Estado y el no desarrollo del anhelado Estatuto, estrangulando  el  primer Gobierno Vasco del año 80; la compleja y dedicada crisis en el seno del EAJ-PNV y sustitución del Lehendakari Garaikoetxea, la violencia (política, económica y social) padecida, la intensidad de una crisis económica intermitente. El Lehendakari Ardanza construyó puentes con quienes entendió resultaban imprescindibles desde la diferencia, tejió un Acuerdo de Legislatura con el PSOE y Gobierno Español, y más tarde, promovió y presidió el primer Gobierno de Coalición en el Estado (PNV-PSOE), propició el Acuerdo para la pacificación y nacionalización del país (Acuerdo de Ajuria Enea), lideró el tripartito nacionalista (PNV, EA, Euskadiko Ezkerra)… y una larga sucesión de elementos clave que han fortalecido nuestro desarrollo. En dichos marcos, no resulta fácil encontrar proyectos, considerados hoy, de éxito, que no se hayan producido, asentado o reforzado en ese largo período, 1.985-1.995.

Hombre serio, riguroso, disciplinado, trabajador, con un elevadísimo sentido del deber y el compromiso, transcendiendo a terceros, siempre al servicio de una Euskadi, cada día mejor. Un Lehendakari que ha seguido, hasta el final, pendiente del acontecer diario, transmitiendo su ponderado consejo y opinión, cultivando el encuentro y comunidad de todos aquellos que hemos tenido la suerte de trabajar conjuntamente, a lo largo de tantos años. Convivimos con él y le recordaremos, agradecidos, permanentemente.

Un hombre entregado a sus dos grandes amores: Euskadi y su familia. Mari Glori, Nagore, Aitor, besarkada berezi bat.

Eskerrik asko, Lehendakari.

Goian Bego.

Celebrando a Porter

(Artículo publicado el 7 de Abril)

El pasado 27 de marzo, nos reunimos en Boston, un centenar largo de amigos, alumnos, colegas, profesores, compañeros, aprendices y admiradores a la vez, del profesor Michael E. Porter, en su querido “laboratorio de ideas, exploración de áreas de oportunidad y retos de futuro”, además-sobre todo- de escuela de formadores y generadores de impacto, en la Universidad de Harvard. Su larga vida profesional se recogía en un Caso de Estudio de la Harvard Business School (como no podría ser de otra manera, como los cientos que él ha escrito y/o dirigido): “Intellectual Ambition at Harvard Business School: Professor Michael E. Porter” (Ambición intelectual…). Base de nuestro trabajo reflexivo para celebrar y agradecer su enorme contribución, rendir tributo a su legado, además de dar testimonio sincero, por su intensa vida de trabajo, liderazgo generoso y activo, y generación de impacto en diferentes generaciones, organizaciones, países. Una larga vida profesional recogida en un Caso, redactado a varias manos por profesores universitarios, líderes empresariales y sociales. Jefes de gobierno, líderes de las diferentes áreas de actividad y conocimiento que han constituido los principales nodos de actuación de la aportación de Michael E. Porter: Estrategia, competitividad, clusterización, progreso social, valor en salud y redefinición de los sistemas de salud, cocreación de valor, escuela de liderazgo, ciudades (en especial sus espacios y barrios marginales o abandonados). Todo un mosaico de iniciativas, modelos, conceptos y marcos de trabajo y solución a problemas y demandas complejas, anticipando espacios de futuro y poniendo a su disposición, los elementos clave para hacer posible las estrategias únicas y diferenciadas para su logro. Porter aportó valor, fue pionero en facilitar diseño de conceptos, modelos, aproximaciones y herramientas originales que siempre puso a disposición de todos, desde su compromiso esencial: “Formar formadores generadores de impacto en sus propias Comunidades”.

Mike nos ha aportado no solamente modelos y herramientas extremadamente útiles que, durante décadas, hemos incorporado en nuestro trabajo decenas de miles de profesionales, sobre las que hemos actualizado, revisado, añadido múltiples “adaptaciones” de todo tipo, generando una corriente de pensamiento innovador, de amplísima extensión mundial. Sin sus libros, notas técnicas, casos, clases, publicaciones de todo tipo, hablar y, sobre todo, hacer estrategia en cualquier tipo de organización no sería igual.  Así, la estrategia empresarial, corporativa o de las naciones se han venido abordando desde sus marcos conceptuales y un sin número de elementos de trabajo y apoyo. Estrategia, clusterización, competitividad, análisis de las diferentes industrias, la proposición única de valor, la diferenciación más allá del precio de la redefinición de modelos de negocio, la cadena de valor y sus múltiples acepciones, locales y glokales, la relevancia de las Inner Cities, el progreso social más allá del PIB, la incorporación del Diamante de Competitividad para entender los territorios, la clusterización, localización de las actividades económicas, la cocreación de valor y los nuevos roles de las empresas en su compromiso con la sociedad, mucho más allá de la filantropía, el valor de los gobiernos y las entidades facilitadoras de las interacciones entre los diferentes actores de la economía, la agenda estratégica para la redefinición de los sistemas de salud desde la concepción de la salud basada en valor, los verdaderos determinantes del bienestar y prosperidad de un país, la correcta interpretación de la productividad, y las claves para una transformación socio-económica interpretando las bondades de generación de riqueza y empleo locales desde la innovación, la tecnología y la internacionalización, aplicando políticas económicas y sociales, a la vez, desde una perspectiva esencialmente microeconómica para la auténtica diferenciación. Siempre demostrando una privilegiada capacidad visionaria (trabajada con rigor) anticipando los diferentes espacios de futuro, claramente reflejada en una de sus últimas aportaciones mediante el análisis, desde sus marcos conceptuales, reglas de industrias-diamante de competitividad a la “industria de la política” en los Estados Unidos, anticipando su deterioro y descomposición democrática, provocando sociedades duales, entre quienes forman parte y viven de esa burbuja con sus propias reglas del juego y el reto de las poblaciones afectadas, o bien, la significativa convicción de cómo las empresas que hagan de las demandas y necesidades sociales sus modelos de negocio, liderarán el mundo de mañana.

No es de extrañar que sea el profesor y académico más citado (más de 550.000 en papeles y libros de referencia), ha publicado 39 libros en más de 20 lenguas distintas, reconocido con más de 20 doctorados honoris causa y lo que él ha considerado su principal recompensa, una extensa y única red de afiliados y colaboradores generando impacto local a lo largo del mundo, enriqueciendo el conocimiento compartido.

Tal y como se expresó en alguna de las intervenciones destacadas durante la “discusión” del mencionado caso, “la experiencia vital de la inmensa mayoría de los presentes   suponía una especie de biografía compartida, ya que su influencia en los muy distintos trabajos y responsabilidades expuestos enriquecían mutuamente, de manera extraordinaria, lo realizado”. Personalmente, he tenido el privilegio de conocerle, aprender de él y con él, compartir todas sus líneas de actuación y guía de sus diferentes proyectos y contribución a la academia, la sociedad y el ámbito profesional. Más allá de ser su alumno (siempre), de estudiar sus informes y enseñanzas iniciales de los años 80, me adentré en el mundo de la clusterización de la economía y su, entonces incipiente teoría de la ventaja competitiva de las naciones, publicada tiempo después (La ventaja competitiva de Euskadi fue la primera aplicación completa de una estrategia de competitividad, siguiendo lo que más tarde recogía su prestigiosa y conocida obra: The Competitive Advantage of Nations). Así, en el primer gobierno vasco del Lehendakari Ardanza, nos propusimos redefinir una estrategia país, comprehensiva orientadora de “una nueva economía y sociedad” y buscamos, por el mundo, compañeros de viaje, de primer nivel, verdaderamente innovadores y transformadores, lejos de las “políticas de planificación al uso” que no satisfacían nuestras ambiciones. Desde la osadía de proponerle trabajar en la formulación de su trabajo para una estrategia de competitividad para el País Vasco, sumido entonces en una profunda crisis (industrial, económica, política, social, psicológica, de autoestima, azotado, además, por el terrorismo y la consecuente carga de imagen negativa en el exterior, además de la destrucción de vidas y economías). Desde entonces, Euskadi ha estado acompañado, de una u otra forma, por Mike, por sus consejos, opiniones, con una valoración positiva, una fuente de comunicación referente al exterior, poniéndonos en valor como referente de éxito, destacando nuestra capacidad y buen hacer como país, destacando nuestro compromiso permanente para apropiarnos de nuestro futuro construyendo una sociedad inclusiva, próspera y competitiva, pionera e innovadora, alineada con las ideas de vanguardia, estableciendo nodos colaborativos con los principales espacios clave del desarrollo a lo largo del mundo. Porter ha valorado siempre el trabajo realizado aquí, nuestro capital humano e institucional y ha reconocido, también, el aprendizaje compartido logrado.

En este largo proceso, hemos hecho un largo recorrido encontrándonos en piezas e iniciativas clave: fuimos una de las escuelas universitarias pioneras en el germen de lo que más tarde (hasta hoy) sería la Red de Microeconomía de la Competitividad (la entonces ESTE-Universidad de Deusto, hoy Deusto Business School, fue una de sus primeras escuelas pioneras en ofrecer el curso que hoy imparten 132 universidades del mundo), base, más tarde, del Instituto Vasco de Competitividad-ORKESTRA, hoy uno de los referentes internacionales en la materia (y que Porter preside como Presidente de Honor), comprometidos en la formación, investigación y generación de impacto. Desde aquí, interconectando diferentes nodos, nuestro país ha venido transitando desde las diferentes especialidades que han influido en las siempre relevantes transformaciones promovidas a lo largo del mundo del conocimiento aplicado, internando en el visionario esfuerzo por redefinir los sistemas y modelos de salud y el concepto y estrategias acuñados en su aportación académica y práctica en torno al Valor Basado en Salud, a la estandarización de los tratamientos y condiciones clínicas y médicas, los centros de salud especializados e integrales y las necesarias unidades de práctica integradas, la competitividad de regiones y ciudades, la cocreación de valor y shared value, los índices de progreso social, los nuevos roles de las empresas en sociedad, el factor local como elemento esencial y diferenciador de la competitividad, fuente de bienestar de las sociedades inclusivas o la recuperación focalizada de los distritos y ciudades en declive. Todo un proceso que ha contribuido a reforzar la apuesta de un modelo propio de desarrollo humano solidario e inclusivo, que hoy supone el claro distintivo de este país.

Por eso, celebrar a Michael E. Porter no es solamente reconocer su legado. Es nuestro compromiso individual el que ha de ponerlo en valor, en beneficio de futuras generaciones, más allá de la formalidad o institucionalización de las redes y escuelas que le sucedan. Las enseñanzas de Porter, su espíritu, superan sus muchas aportaciones concretas realizadas. Con ese legado, seguiremos cada uno “nuestro inacabable viaje hacia la competitividad y el desarrollo inclusivo”, afrontando los desafíos que alumbran desigualdad, sostenibilidad, crecimiento, desarrollo, riqueza y bienestar. Sabemos y sabremos que no habrá otro Michael E. Porter. Se configurarán nuevos Institutos, se generarán nuevos marcos y modelos conceptuales, surgirán extraordinarios profesores e investigadores, florecerán nuevos comunicadores y nuevas teorías y relevantes líderes a lo largo del mundo, generando impacto positivo en los diferentes paises. Serán, en todo caso, distintos. Aportarán nuevos caminos a recorrer y nuevos beneficios y resultados al servicio de los demás. Pero, desgraciadamente… no será igual.

Gracias Mike por habernos dado la oportunidad, generosa, de disfrutar de tu amistad y de tu grandeza. Procuraremos, con suma modestia, continuar tu propósito, formando formadores y creando impacto para nuestras Comunidades, intentando construir, día a día, un mundo mejor.

Las naciones no se construyen por individualidades exitosas, ni copian modelos de terceros, ni son fruto de iniciativas varias e inconexas en el corto plazo. Son fruto de largos recorridos, décadas al menos, y del esfuerzo compartido de sociedades comprometidas, que aspiran a un mundo mejor, día a día, al servicio de un bien común. Las personas y sus aportaciones individuales son relevantes y aportan valor diferencial, pero requieren campos de cultivo, capital humano e institucional ad hoc y, desde luego, trabajo, solidario, constante. Ayer, como hoy y mañana, hemos vivido y viviremos grandes transformaciones, enormes retos, singulares dificultades y disfrutaremos de innumerables oportunidades que habremos de afrontar y, sin duda, seremos capaces de superar. Pero eso sí, los hombres y mujeres que trabajan todos los días de su vida para construir ese mundo mejor, esta nación, son imprescindibles.

Sociedades y Economías inclusivas

(Artículo publicado el 24 de Marzo)

El 70% de los ciudadanos vascos encuestados para diferentes estudios demoscópicos, de una u otra fuente, orientación o ideología que los dirigen y programan, manifiesta sentirse suficientemente o muy satisfecho con su estado y calidad de vida, muestra su confianza en el futuro y engrosa los indicadores que permiten calificar a nuestro país en el ranking superior de las ciudades región y naciones occidentales (espacio privilegiado en el contexto mundial) en términos de bienestar y prosperidad. En torno al 94% de la población económicamente activa tiene trabajo, la media salarial es la más elevada del Estado, así como su ahorro y renta disponible, destaca el índice de formalidad de su empleo. El índice GINI (el indicador más aceptado mundialmente para identificar la desigualdad y la pobreza) nos sitúa en primerísimos puestos de igualdad, constatación  del acierto, bondad y eficiencia persistente de las políticas sociales que nos han permitido generar y mantener una extraordinaria y persistente acción preventiva, protectora y garante de la salud, el bienestar, la Seguridad Social del país y de sus ciudadanos, atendiendo de manera especial a las poblaciones más desfavorecidas o vulnerables, con políticas y prácticas de equidad, solidaridad y equilibrio fiscal presupuestario. Red de bienestar, esencial, sobre la que se ha podido construir una extraordinaria política industrial y generadora de empleo, de calidad, formalidad, seguridad, confianza en el largo plazo y capacidad de innovación y conectividad a lo largo del mundo, lo que permite su sostenibilidad y desarrollo. Apuesta por una estrategia de modernización e internacionalización de una economía en innovación constante, soporte esencial de este resultado en términos de desarrollo humano sostenible. Situación determinante para afrontar nuevos desafíos, desde su destacado capital humano e institucional, facilitando un sistema educativo para todos y una destaca Formación Profesional, potenciadora de una distinguida red de ciencia y tecnología. Políticas capaces de generar riqueza y ahorro, una creativa infraestructura y actividad cultural más que homologable a lo largo del mundo, así como una amplísima infraestructura y oferta creativa-cultural homologable con los principales nodos de referencia internacional. (Situación similar a la de otros jugadores de primer nivel, algunos claramente mejores que nosotros y a los que debemos señalar como referentes para el camino por recorrer).

Euskadi, es, de esta forma, “miembro” de ese grupo de países en los que la confianza en su futuro es muy coincidente y sus apuestas estratégicas contienen espacios similares y compartibles. No obstante, desgraciadamente, también destacamos en una serie de “farolillos rojos”, que lastran el potencial de respuesta a los nuevos desafíos que hemos de afrontar. Así otros indicadores preocupantes nos sitúan liderando el absentismo laboral, el descenso de nuestra productividad económica, el número de huelgas o paros y movimientos asimilables, el número de días de paralización y bloqueo de acceso a las ciudades y centros de trabajo o servicio, manifestaciones violentas y ocupación ilegal del espacio público. Si adicionalmente nos vemos inmersos en la escasamente edificante imagen que transmite una degradada política estatal, con un gobierno que parece dirigir el país a través de twitter (o X), un Congreso sumido en el insulto y una confrontación absoluta, tema a tema, al margen de su potencial efecto real, y el cada vez mayor desencuentro y desafección por la verdadera y necesaria política y gobernanza de largo plazo que afronte el futuro con rigor y firmeza, no debe extrañarnos el alejamiento de la objetividad de indicadores, elevando a categoría los  fallos, ausencias o ineficiencias, cuestionando el no logro de expectativas o demandas sociales. Quienes no disfrutan de empleo digno, de los derechos plenos que les corresponden, de los bienes del Estado de bienestar, de las diferentes atenciones que como ciudadano merecen, caen en la desafección y viven las desigualdades no inclusivas deseadas.

Así las cosas, vivimos cada día, con mayor intensidad, el camino hacia sociedades duales lejos del objetivo de lograr sociedades inclusivas (más allá de los porcentajes de unas y otras y, por supuesto, de sus geografías y posicionamientos de partida, tanto en sus economías y niveles de desarrollo, como de sistemas sociales plenos que les garanticen una vida en condiciones). Si persistimos en que una parte de la población acceda a empleos asegurados de por vida, aunque la sociedad y sus necesidades cambien y requieran una inaplazable redefinición de sus estructuras, gobernanza, sistemas de acceso y provisión de perfiles innovadores con condiciones laborales y profesionales distintas, incorporando cualificaciones profesionales en continua transformación armonizable con las sucesivas transformaciones que los nuevos desafíos exigen, en un marco de incertidumbre y complejidad inevitables, mientras otra gran parte, mayoritaria, ha de vivir a la búsqueda permanente de empleo y seguridad, día a día, iremos generando una brecha de insatisfacción. Por no añadir las enormes diferencias geoeconómicas a lo largo del mundo, además de la inminente revolución por venir en el futuro del trabajo, tanto en su concepto esencial, confiriendo acceso al espacio de oportunidad que las sociedades y economías ofrecen (o deben ofrecer), como en su propio contenido, sus nuevas fuentes y condiciones de empleabilidad y los nuevos roles condicionados por el impacto de las tecnologías en curso, su regulación y los ritmos de incorporación a la sociedad. No es de extrañar, así, que la primera preocupación de la población (pese al altísimo nivel de empleabilidad en nuestro país), sea precisamente el empleo hoy, y, sobre todo, mañana.

El “futuro del trabajo” es una de las mayores preocupaciones de la prospectiva mundial. Todo un proceso que habrá de provocar nuevos conceptos y estrategias transformadoras. Luces rojas y/o fuentes de oportunidad que, además, ponen en juego la recuperación e interpretación de la productividad de la economía, que deba servir a los objetivos buscados. En un momento, en el que el concepto aparecería denostado por asociarse a un enfoque negativo, discriminador y visto por algunos como un “castigo divino” o demonio del “capitalismo”, y no como motor determinante de la generación de riqueza, ahorro, inversión, empleo y bienestar social, fuente de crecimiento (también inclusivo y sostenible), retando a combatir y mitigar la brecha separadora. La heterogeneidad laboral, además, afecta de manera muy diferente a grupos etarios, industrias, empresas, profesionales con o sin cualificación y/o acreditación de sus capacidades, conocimientos y desempeños, por no mencionar geografías, sexo… determinando diferentes grados de inserción laboral y brechas claras para la consecución de cualquier sociedad inclusiva.

A su vez, si bien parece compartible el entendimiento de una imprescindible apuesta por la economía inclusiva, su alcance, grado, lugar, nivel y tiempo de logro, no resulta evidente. Ni es fácil de definir con exactitud, ni mucho menos su logro. En estos días, vuelve un permanente debate en los círculos de pensamiento económico, foros de economía social y gobiernos, preguntándose por el verdadero significado de una economía inclusiva, más allá de la clásica definición de Naciones Unidas, cifrándola en una cantidad referente, monetizable, en términos de ingresos por encima de un teórico umbral de pobreza, proponiendo términos que garanticen la capacidad de superar un mínimo de subsistencia relativa con desigual distribución geográfica y estratificación poblacional, avanzando hacia una ansiada capacidad de acceso a las oportunidades, de construir una forma de vida  autónoma, generar el ahorro y capacidades que posibilitan no volver a caer en el umbral anterior. Avanzar en este recorrido supondría contemplar nuevos elementos clave equivalentes en gran medida a los llamados determinantes socioeconómicos de la salud (agua potable, transporte y movilidad, accesibilidad a los centros esenciales de oportunidad, vivienda, alimentación y nutrición suficiente y saludable, psico higiene y salud mental, empoderamiento en la comunidad en que se desenvuelva la gente). Sin duda, nadie cuestiona los determinantes socioeconómicos que inciden en toda política y objetivo integral exigible por toda sociedad con aspiraciones de bienestar y prosperidad. ¿Es alcanzable?

Este movimiento natural, con diferentes reclamos, nombres, alcances, a lo largo de los tiempos, con avances claros en las últimas décadas, pero distante en sus objetivos finales, en su cobertura universal, y en las capacidades reales de toda sociedad y gobierno conocido, exige, por encima de todo, estrategias completas comprehensivas de largo plazo, integradas o integrales, capaces de movilizar a toda la sociedad sin exclusiones. Se requieren compromisos reales, concertar actores, planes, recursos, tiempos, partenariados público-privados, público-público, locales y globales, con interacción en todos los niveles de gobierno y administración, con apuestas estratégicas realistas, orientadas a movilizar y coordinar las imprescindibles transiciones que hemos de recorrer desde muy diferentes y distantes puntos de salida. Objetivos incluyentes, convergentes, posibilistas. Son tiempos de grandes sueños, por supuesto, pero seguidos de esfuerzo y compromiso colaborativo para hacerlos posible. Liderazgos comprometidos, asumiendo riesgos, motivando y movilizando equipos compartiendo sueños, haciéndolos posible. No es cuestión de opciones o posiciones ideológicas enfrentadas, sino de realismo objetivo que obliga al cruce de disciplinas, conocimientos, capacidades, perfiles absolutamente diferenciados que posibiliten su convergencia alineada con multi objetivos complejos y cambiantes en el tiempo, tanto por acciones propias como por factores exógenos, que ni decidimos, ni las más de las veces corresponden a nuestros ámbitos de decisión directa.

Hoy queremos (o manifestamos quererlo) exigir de los demás y de nosotros mismos, construir nuestros proyectos de vida, futuro profesional, nuestros deseos personales, los grupales o colectivos de los que nos sentimos parte activa, a la vez que “salvar el planeta” para el disfrute de nuevas generaciones. Por supuesto, “todo a la vez”.  Pero… prioridades, compromisos y esfuerzo sostenidos y sostenibles en el largo plazo resultan imprescindibles y demandan sensibilidad también, intergeneracional. Recientemente, el CIFS (Centro de Investigación de futuros y estrategia danés), introducía un informe sobre el barómetro de escenarios y deseos de futuro en Dinamarca recordando una serie de elementos intrínsecos a toda estrategia y prospectiva: “Navegar la complejidad y la incertidumbre, combatir la ansiedad sobre el futuro, generar una mentalidad positiva para el cambio, es la mejor manera de ayudar a la gente y a los organismos para imaginar trabajar con y para cambiar su futuro”, y nos recuerda que “el futuro no le pertenece a nadie y, a la vez, a todos”. El futuro será de quien se comprometa y esfuerce en hacerlo suyo.

En definitiva, el gran desafío pasa por apropiarnos de nuestro futuro. Ganarlo.

Si queremos una sociedad inclusiva, hemos de desarrollar una economía inclusiva a su servicio, y eso requiere una auténtica agenda y estrategia para la inclusividad más allá de buenas intenciones y mejores palabras. El tiempo apremia. Nuestro futuro no vendrá algún día. Ya está en marcha, está entre nosotros y solamente depende de nosotros mismos.

Competitividad más allá de la competencia

(Artículo publicado el 10 de Marzo)

Ya en muchas ocasiones he insistido en el uso erróneo de los conceptos y el lenguaje, que tantas confusiones, equivocadas interpretaciones y peores estrategias y políticas, suelen asociarse al concepto de la tan extendida competitividad. La necesidad de añadirle un adjetivo (en solidaridad, económica y social, con rostro humano, por ejemplo) demuestra su mala comprensión y entendimiento del concepto, de su esencia y de la importancia que conlleva.

Ya el propio Instituto de Estrategia y Competitividad de la Universidad de Harvard, en su página web, inicia su apartado sobre “competitividad y desarrollo económico”, preguntándose qué es lo que explica que determinadas regiones o naciones sean más prósperas que otras y qué es lo que facilita que algunas empresas innoven y crezcan, para concluir que la competitividad es la única manera de alcanzar el crecimiento sostenible del empleo de calidad, de la mejora de los salarios y de elevar los estándares de vida de su población, si bien el concepto no está suficientemente entendido. El marco que lo define exige entender el entorno de la actividad económica, los modelos de negocio en el que operan las empresas e industrias, los clústers que lo posibilitan o potencian, los diferentes estadios de desarrollo en el que se encuentra el territorio-espacio-ecosistema requerido, el papel y políticas que desempeñan sus gobiernos, la calidad focalizada y debidamente articuladora de los diferentes jugadores desde entidades facilitadoras, el capital humano e institucional asociado y la estrategia económica país.  Sin embargo, la simplificadora confusión entre competitividad y competencia, refuerzan su mal uso que, desgraciadamente, termina extendiéndose a las positivas e imprescindibles estrategias y políticas al servicio del bienestar de las sociedades a lo largo del mundo.

La competitividad supone un verdadero esfuerzo y compromiso colectivo en el que “prácticamente todo lo que hacemos importa” y define el resultado final. Se trata de coopetir (competir y colaborar a la vez), de generar partenariados o alianzas cuya suma diferenciada da lugar a beneficios para todos y una adicional creación de valor al servicio de todos los intervinientes que, además, superan con creces a las partes directamente implicadas, abarcando a todos los jugadores intervinientes e interesados (stakeholders), en procesos de cocreación de valor, o de valor compartido, con un bien superior, imposible de conseguirse por separado.

Clarificar este concepto resulta de especial relevancia en estos momentos en los que, más que nunca, la complejidad de los grandes desafíos a los que se enfrenta la humanidad exige todo tipo de alianzas entre diferentes, que, de manera inevitable, necesita encontrar espacios de convergencia a la búsqueda de múltiples objetivos. Convergencia de intereses y objetivos que, por encima de todo, han de asumir que cada uno de los implicados debe mantener y procurar sus propuestas y proposiciones únicas de valor, claramente diferenciadas del resto. Sin una propuesta única y diferencial, no existe una estrategia real, generadora de bienestar, de riqueza y de empleo. No se trata de abordar partenariados desde la renuncia de nuestros proyectos individuales, ni mucho menos de logros totalitarios monopolísticos o de singular discriminación excluyente de una sana y necesaria competencia (esta vez sí), incentivación y motivación de logro, motor de esfuerzo, dedicación, compromiso y aspiración individual y colectiva.

Hoy en día, hemos de retomar el esfuerzo por clarificar el entendimiento del concepto competitividad si queremos, en verdad, poner al servicio de la sociedad, de sus empresas, gobiernos, instituciones y de la propia academia, el bienestar y el bien común.  Entendido el concepto y su verdadero valor, podremos adentrarnos en muchos de los elementos clave que la acompañan, descendiendo a muchos de sus factores que, de igual forma, terminan generando confusión y restando valor a su propia esencia. Hace unos días, por ejemplo, asistía con gran interés a la presentación de un extraordinario proyecto “innovador” del compromiso conjunto de una prestigiosa Facultad de Ingeniería y de una nada menos reconocida empresa líder de ingeniería e infraestructura, que patrocinaba “una iniciativa alejada de una donación filantrópica, con sentido impulsor de la necesaria innovación demandada por el país”. Anunciaban la dotación de una elevada inversión en un “clúster de innovación” de modo que la convivencia de diferentes laboratorios contiguos de hasta diez tecnologías disruptivas, permitiría a la Universidad y al país, contar con una herramienta única para afrontar los desafíos futuros. El proyecto presentado no había sido fruto de la improvisación, ni se habían escatimado recursos por parte de la empresa patrocinadora. Habían invertido grandes sumas para estudiar soluciones en varias Universidades y Centros de Investigación en el mundo (destacaban cuatro en cuatro países y geografías distintas), contratado potentes servicios de arquitectura y diseño, e invertido en equipamientos (sobre todo informáticos y de tecnologías de la información), hasta dar con el diseño óptimo y original para “generar un auténtico clúster de innovación”. Una vez más, el concepto clúster (binomio economía-territorio facilitador de la coopetencia, del conocimiento compartido tras objetivos específicos de competitividad conjunta entre todos los participantes y la totalidad del entramado económico, social e institucional, y su permeabilidad aguas abajo) se veía mal interpretado dando por hecho relevante el “espacio físico contiguo o más o menos compartido”, alojando proyectos disociados, escasamente relacionados y orientados hacia apuestas comunes. Sin duda, las instalaciones mejorarán los distintos espacios y prestaciones de cada uno de los laboratorios preexistentes, quizás puedan llegar a facilitar alguna conversación compartida e incluso algún proyecto más o menos colaborativo o un potencial trasvase de personas entre una empresa o laboratorio y otra vecina, pero no supondrá un clúster, ni podrá generar la fuerza de lo que este supone y su virtualidad creativa al servicio de un más que insospechado valor añadido, ni para el conjunto de los actores implicados, y desde luego, quedará muy lejos de articular un elemento esencial determinante de la competitividad buscada, integrador de todos los agentes implicados en el resultado final  perseguible.

Este ejemplo no es ni único, ni raro. Son demasiadas las iniciativas que nos rodean a lo largo del mundo con la etiqueta y paraguas clúster, como si todos debamos poner un “clúster” en nuestra vida, improvisando, bajo su denominación o traducción todo tipo de iniciativas, instrumentos o concentración de actividades y personas. Desgraciadamente, sea por desconocimiento, prisas, copias simples o incluso por reticencias personales a utilizar términos acuñados por otros, proliferan denominaciones que generan confusión con escasa aportación de valor diferencial. Esto que podría parecer una simple anécdota, tiene una vital importancia en los tiempos que corren. No ya por que se le quiera llamar de una manera u otra, sino por el peligro de quedarnos en la superficie sin profundizar en su esencia. Hoy, la literatura económica, académica, científica y política, vive con inusitada energía (afortunadamente) un nuevo viaje hacia la fuerza de la política industrial como elemento clave en el desarrollo socioeconómico de los países, regiones y naciones y las estrategias de competitividad ponen un especial acento en la recuperación del tan olvidado y descalificado factor local. El nearbording, la resiliencia territorial, la recomposición de las cadenas globales (cada vez menos globales, más regionales, locales o glokales) reclaman el peso y consideración del territorio y áreas base y promueven recomponer o desarrollar verdaderos tejidos económicos-sociales-institucionales completos, facilitando la interacción coopetitiva de sus principales actores, coopitiendo en estrategias diferenciadas, encontrando su nicho y nuevos roles en el amplio especto mundial en el que nuevas reglas de la geopolítica, nuevo pensamiento económico a la búsqueda de mejores comprensiones y respuestas a los desafíos mundiales, permitan fortalecer soluciones, cocreando valor. Así, generamos HUBS, corredores, ecosistemas…, llenos de sentido (necesidad irrenunciable, fortaleza absolutamente imprescindible), optimización de recursos, mejor asignación de ayudas públicas facilitando la identificación de empresa y actores tractores que posibiliten el acceso a los objetivos compartibles del  entramado pyme y micro pyme, y  que sin ellos tendría enormes dificultades de acceso a las oportunidades brindadas, pero dejamos al azar o para mejores tiempos, el difícil trabajo previo que los haría exitosos: las reglas de las alianzas y de los objetivos compartibles, el verdadero sentido y propuesta única de valor, su gobernanza, las reglas claras de su financiación y la distribución coste-beneficio que habrá de generar, su tiempo esperable de relación, los límites a su compromiso y, por supuesto, su continuidad en caso de fallos no esperables en su financiación pública o punto de ruptura para hipotéticos desencuentro no esperables. La búsqueda asociacionista de la integralidad imprescindible para superar el desafío de turno.

En definitiva, no es cuestión ni de palabras, ni de purismos. Es cuestión de construir verdaderas estrategias para la competitividad de un territorio, de sus empresas, mejorando sus niveles de bienestar, riqueza y empleo.

Solamente entendiendo conceptos y profundizando en ellos, podremos adentrarnos en la mejora y actualización permanente de modelos, marcos, contenidos al servicio de los verdaderos objetivos esenciales que este mundo cambiante nos demanda. Pocas veces en nuestra reciente historia hemos contado con un consenso tan amplio por la apuesta, reclamo y validación de las políticas industriales, “con mayúsculas”, cuyos resultados han demostrado la mejora diferencial de quienes han apostado, de verdad, por ellas, aprendiendo y construyendo, día a día, con la participación inclusiva de todos los que hacen posible su éxito. Más allá del instrumento, la formalidad en el empleo, la minoración de la desigualdad (personas, regiones, comarcas, naciones), la colaboración y competencia simultáneas y la interacción de todas las diferentes políticas públicas bajo el paraguas de estrategias industriales, innovadores y socialmente responsables, han florecido y fructificado.  Una buena base para el futuro.

Las decenas de miles de actores que han dedicado su esfuerzo a la construcción de verdaderas estrategias de competitividad, rigurosas y arriesgadas políticas industriales, a clusterizar la economía a lo largo del mundo, saben del largo plazo de intenso trabajo requerido para su logro, y las naciones y regiones que las han acogido de manera activa y no como un mero contenedor, contemplan su fortaleza e impacto diferenciado, traducido en mayores niveles de bienestar, productividad y desarrollo humano sostenible que sus apuestas han facilitado. Saben lo que es la competitividad, han cultivado el trabajo colaborativo y han experimentado el valor de cocrear riqueza junto con innumerables actores, trascendiendo de sus políticas e intereses particulares, legítimos, mucho más allá de competir, obteniendo beneficios colectivos, también.

¿Abordar los desafíos de una nueva era?

(Artículo publicado el 25 de Febrero)

La reciente convocatoria electoral al Parlamento Vasco a celebrarse el próximo 21 de abril, dando lugar a la configuración de un nuevo gobierno, se produce en un contexto de polarización mundial entre extremos caracterizados bien por quienes, ausentes y obstaculizadores de lo construido hasta el momento, proclaman la necesidad de nuevos ciclos que se supone resolverían todas las demandas exigibles por sociedades con sensación de insuficientes respuestas a todo lo demandado para hoy, a la vez, en todas partes, culpabilizando a los gobernantes en ejercicio de fallos o insuficiencia en sus políticas y soluciones esperables, mientras se autoproclaman como nuevos actores que pretenden pasar del no al todo, a la  promesa salvadora de un paraíso idílico que llegaría de sus manos, aparentando haber sido ajenos a lo sucedido hasta el momento. Su activa oposición a iniciativas constructivas se esconde tras la máscara de la novedad y la falsa ausencia de protagonismo destructivo. Confrontan su alternativa a quienes, desde la responsabilidad de afrontar las dificultades, se han responsabilizado de la construcción de la situación actual, liderando e impulsando el camino hacia un futuro mejor para las sociedades de las que forman parte, a la vez que sirven desde su vocación de servicio y aspiraciones de lograr un mundo mejor.

Coinciden los tiempos con el anticipo de un artículo a publicar la próxima semana en el número de marzo en la revista Finance and Development, “abordar los desafíos de una nueva era: contra la regla general de la economía”, del prestigioso economista Dani Rodrik (profesor de Política Económica Internacional en la Kennedy School of Government, de la Universidad de Harvard). Rodrik aborda el cómo “los problemas de mayor impacto en nuestro tiempo exigen remedios pragmáticos apegados a la realidad del contexto en que se desarrollan”, y recurre a dos elementos clave para exponer sus ideas y sugerencias: la etiqueta en boga del NEOLIBERALISMO como corriente simplista y descalificadora de todo lo realizado por quienes han participado de una corriente del pensamiento económico predominante, y lo que plantea como ¿“un nuevo entendimiento del futuro de la globalización”?, para orientar lo que cree debe ser un nuevo papel esperable del pensamiento económico más allá de posicionamientos simplistas y generalistas, además de únicos.

El mencionado artículo resulta pertinente y adecuado a mi referencia inicial. Una amplia ola de convocatorias electorales dominan el horizonte a lo largo de este 2024 y, como no puede ser de otra forma, supondrán el contraste y apelación a diferentes modelos: los aspirantes a gobernar hablarán de cambios de ciclo, se aludirá a diferentes y “nuevos” desafíos, escucharemos “alternativas mágicas” que vendrán de la mano de quienes no han contribuido con soluciones realistas o experiencias exitosas, y pretenderán descalificar a “sus oponentes” sobre la base de etiquetas que enmascaren la complejidad de la realidad que prometen transformar. Es en esta línea en la que cobra relevancia especial la apelación al neoliberalismo como pensamiento económico supuestamente responsable de todos los males que afectan al conjunto de sociedades, naciones y personas a lo largo del mundo, señalando sus fallos con una extensión generalizada dando por sentado que las políticas implantadas en diferentes países han sido las mismas y responden a guías, remedios e instrumentos idénticos, bajo el “pensamiento único” de gobiernos que optaron por ponerse en manos del mercado, por dotarse de una arquitectura fiscal y presupuestaria concreta, por renunciar a políticas de economía real, por propiciar una continua especulación financiera con un desmantelamiento de los servicios públicos, por una permanente inhibición de los gobiernos en sus roles y políticas públicas, por acceder al caramelo irresponsable de una desmedida privatización, a una maligna vocación de hundimiento de las clases medias y de una deseada ausencia de atención a las poblaciones más vulnerables, ajenos a los desafíos de una economía por llegar. Rodrik destaca cómo ha sido precisamente la etiqueta neoliberalista la que ha pretendido explicar los resultados que las diferentes políticas económicas que se han llevado a cabo a lo largo del mundo han terminado con unos resultados insatisfactorios destacando, cómo este mensaje y políticas extendidas han calado (debidamente instrumentalizadas desde quienes obtienen frutos acordes con sus intereses particulares) sin, peor aún, evaluar lo aplicado y comprobar si lo que dicen que se ha producido es una apuesta neoliberal o no lo es. Maligna etiqueta que penetra como la plaga mortífera del adversario. Con Rodrik, neoliberalismo supone la prioridad en la expansión de los mercados (en especial en términos de globalización) y el rol a desempeñar por los gobiernos poniendo restricciones específicas a su intervención, un desmantelamiento de sus administraciones y servicios públicos y una supeditación exclusiva a la rentabilidad y beneficios económicos, financieros y de capital. Movimiento de “pensamiento único” trasladado a foros internacionales de decisión global, huyendo de la diferenciación local, de sus contextos, de sus bases y fortalezas (y debilidades) de partida, y de las necesarias aspiraciones específicas para futuros diversos, atendiendo a las comunidades y naciones a las que han de servir. Pensamiento y proceso que ha generado ganadores y perdedores.

Dicho esto, se pregunta si son estas las políticas que han aplicado los países que sí han tenido éxito. Observa cómo el mundo de la economía ha sido testigo del récord de crecimiento de la economía mundial (sobre todo, en países en desarrollo y menos favorecidos) y una considerable mitigación de la pobreza extrema y la desigualdad. “Neoliberalismo” es la etiqueta descalificadora que el populismo reinante utiliza en su confrontación con el gobierno a sustituir y les posibilita la autoexclusión de su responsabilidad en los problemas generados.

Sin embargo, el autor reseña, cómo si observamos los países con mejores niveles de desarrollo, con menores niveles de desigualdad alcanzados, a lo largo de estas décadas, constatamos que son precisamente aquellos cuyas políticas no responden ni al esquema neoliberal, ni mucho menos al estatalismo de mando único totalitario o de bajos niveles democráticos. Estos países exitosos y referentes apostaron por estrategias y políticas industriales, por desarrollos económicos inclusivos aplicando políticas sociales y económicas a la vez, por inversión pública significativa, por potenciar sus instituciones, por intervenir en la economía desplegando todo tipo de instrumentos de promoción económica, generando múltiples empresas públicas, lideraron procesos coopetitivos con su tejido económico empresarial privado y social, fortalecieron su capital humano, potenciaron su interconexión con el mundo desde su propio coprotagonismo, se apropiaron de su propio futuro y trabajaron contra corriente para llevar adelante sus aspiraciones estratégicas en beneficio de sus ciudadanos, transitando hacia nuevos espacios de futuro, potenciando administraciones públicas de calidad y eficiencia de servicio, a la vez que velaron por su sostenibilidad, suficiencia presupuestaria y redes de bienestar para toda su población. Cualquier observador objetivo, no interesado en destruir lo construido, y entendedor de la realidad y de los verdaderos retos de futuro, encuentra en el País Vasco de hoy, por ejemplo, todo un ejemplo de estrategias anticíclicas y anti neoliberales. El modelo vasco de desarrollo humano sostenible ha dados sus frutos. Puso en valor la industria manufacturera como base cultural, económica y social de máximo potencial en torno a la cuál desplegar una intensa red de bienestar, facilitadora del reparto de beneficios y costes sociales y económicos, potenció el empleo de calidad, formal, de largo plazo, la generación de empleos de alta cualificación, empleabilidad y rentas dignas, la educación,  la salud y el bienestar social universal al servicio de la población con especial atención a las capas más vulnerables de la población con la máxima erradicación de la pobreza y la desigualdad, la preparación de las infraestructuras que evitarán su marginalidad en la periferia europea (aunque quienes se empeñaron en destruir y se proclaman, hoy, portavoces de nuevos tiempos, torpedearon, paralizaron, atacaron y convirtieron en demagógicos objetivos anti país) y hoy critican largos plazos en la ejecución de proyectos, supuesto déficit planificador o retraso en la apuesta por determinadas tecnologías o soluciones cuyo desarrollo impidieron desde su oposición ideológica.

Por contra, quienes siguieron al pie de la letra el mantra de la globalización y renunciaron a decisiones propias, ahondaron su distancia y son, precisamente, quienes hoy han de reconducir sus fallos aprendiendo de quienes han marcado una pauta distante y distinta y son objeto de aprendizaje, admiración y seguimiento. Si se quieren etiquetas, aplíquense con objetividad a decisiones y comportamientos reales.

En realidad, sabemos que la economía es, sobre todo, una manera de pensar y no un manual de inventario guía de políticas únicas y que no puede aplicarse (ni copiarse, ni extenderse) por igual a lo largo del mundo y en todo tiempo. Resulta esencial entender el contexto y adecuar la imaginación innovadora a las demandas y posibilidades de un país concreto. El mundo hoy sabe que las panaceas anunciantes de una distribución única de beneficios para todos no pasan por renunciar al compromiso, a la toma de decisiones con riesgo, esfuerzo y sacrificio y que, menos aún, no pueden dejarse en manos de quienes viven alejados del impacto que las mismas generen.

Son tiempos de grandes desafíos que exigen erradicar falsos mesías y peores promesas demagógicas que tras la descalificación del adversario político, etiquetado tras un mantra absolutamente falso, anuncien un teórico “Estado de Bienestar” que vendría  soportado, por generación espontánea, desde un espacio idílico configurado por un ecosistema público político-sindical-funcionarial que, además de profundizar en la creación de un dualismo social, entre quienes tengan un empleo de por vida al margen de su educación-formación adecuada a las cambiantes necesidades y roles que la sociedad demande de sus administraciones y del resto que habrá de afrontar un complejo proceso permanente de preparación para su empleabilidad y bienestar en un mundo lleno de transiciones, desafíos y nuevos jugadores.

El desafiante mundo de lo que algunos conciben como “nueva era”, se compone, entre otras cosas, de innumerables espacios soberanos, con puntos de salida muy distintos, con demandas sociales diversas y distintas, con actores y agentes socioeconómicos, políticos e institucionales muy diferentes, con aspiraciones y vocaciones variadas y diferenciales. Para este mundo, el pensamiento económico solamente servirá si nos ayuda a ampliar nuestra imaginación e innovación colectiva evitando la receta única. Necesitaremos, sí, nuevas políticas orientadas a generar respuestas a las sucesivas demandas sociales, cambiantes. Soluciones cada vez más interconectadas en el marco de los hoy tan en boga “ecosistemas”, desde capacidades de alianzas, credibilidad y confianza, entendiendo un mundo abierto, pero en el que todos y cada uno de los tan vilipendiados “espacios locales” tienen y tendrán cada vez más, un extraordinario valor diferencial, una mayor capacidad de resiliencia, una mejor y mayor adaptabilidad a los cambios por venir, y a la fuerza creadora y fortalecedora del capital humano. Construiremos un mundo más equilibrado, mitigaremos las desigualdades y ampliaremos la base de esfuerzo, compromiso y aportación colectiva, acreedora de los derechos y beneficios correspondientes. Crearemos nuevos espacios colaborativos, profundizaremos en la codecisión e innovaremos y articularemos nuevas políticas, nuevos instrumentos al servicio de un verdadero bien común por redefinir. Solamente, así como recuerda Rodrik en su mencionado artículo: “aceleraremos las transiciones para los desafíos globales desde la realidad de partida y posibilidades de cada uno, crearemos economías inclusivas, provocaremos el desarrollo económico y facilitaremos la empleabilidad de calidad productiva motivadora y digna”.

Eso sí, habremos huido de falsas promesas y confiado en recorrer tan largo, complejo y motivador trayecto con quienes sí sabemos construirán país-sociedad y no con quienes prometan reencarnarse en algo diferente a lo que han hecho y demostrado hasta ahora.

Elegir modelos… mucho más que un impulso mediático

(Artículo publicado el 11 de Febrero)

Prácticamente la totalidad de análisis publicados apuntan a que 2024 se enfrentará a múltiples desafíos y hechos relevantes entre los que se destaca, de una u otra manera, una significativa celebración de procesos electorales que supondrán la entrada y configuración de nuevos gobiernos a lo largo del mundo, dando por sentado que, más allá del impacto directo que generen en sus diferentes países, afectarán, en función de sus resultados, al ya de por sí complejo tablero geopolítico, a la vez que un potencial deterioro democrático o, al menos, la reconsideración de su ejercicio ante el aparente creciente reclamo de una participación más directa, comprometida y continua en la toma de decisiones, el control de los elegidos y las principales líneas estratégicas y políticas públicas de sus gobiernos.

Con este contexto de fondo, más allá de elecciones singulares de máximo interés, país a país, se destacan las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América, previstas para el próximo noviembre, que parecerían impactar de manera trascendente en nuestras vidas y proyectos personales, profesionales e incluso políticos. Hoy, no hay analista que no sitúe dichas elecciones como foco en el ya complejo tablero internacional, impregnado no ya de múltiples conflictos y mortales decisiones, sino de imprevisibles consecuencias de todo tipo, soluciones o no a una tensionada y potencial crisis económica y, por supuesto, al rol que como jugador de primer nivel pudiera o no desempeñar los Estados Unidos. Así, hoy más que nunca, el “chascarrillo popular” que sugiere que en dichas elecciones deberíamos votar todos, estadounidenses o no, con “mayor relevancia que lo que decidamos en casa”, parecería revestir cierta consideración. No es de extrañar que estemos pendientes y preocupados del proceso que apunta a elegir, en principio, entre dos candidatos y modelos distintos: el expresidente Donald Trump y el actual presidente Joe Biden. Panorama difícil de entender para un espectador externo a quien resulta imposible ver un expresidente con tal cantidad de procesos judiciales abiertos (sobre todo, con el “asalto e incitación al Congreso para impedir o alterar la nueva presidencia democráticamente elegida”). Con un Congreso y Senado totalmente enfrentados, el presidente Joe Biden, parecería situado en bajísimas cuotas de popularidad, transmitiendo escaso atractivo para las futuras generaciones de americanos que pudieran mostrar cansancio, hartazgo y desafección como si su futuro no estaría condicionado por diferentes decisiones y como si la relevancia de la política, los gobiernos y su presidencia no determinarán su futuro, el de su familia y su economía y país. En el exterior, no podemos evitar preguntarnos por la diferente manera en que uno u otro impulsarían o no  la recuperación del rol internacional que Estados Unidos, que como coprotagonista o líder indiscutible, venía jugando en los últimos  tiempos, y el que pudiera desempeñar a futuro, dejando huérfano un nuevo mundo multilateral necesitado de recomponer sus foros y centros de decisión “globales”, su interlocución con terceros dispares, diversos, enfrentados, pese a los esfuerzos de nuevos jugadores emergentes.

Sin duda, el ejemplo estadounidense no es cuestión, solamente, de una persona u otra, de un líder más o menos agraciado o simpático, o de una elección pasiva sin una reflexión profunda sobre el modelo y futuro que tras la misma habrá de ofrecerse a la sociedad, más allá de nuestras propias vísceras, intereses individuales o moda mediática.

Obviamente, no se trata de que “ellos” voten peor que nosotros o que deban elegir a quien desde fuera pudiera parecernos el más adecuado. El último número de “The Economist” titula un interesante y amplio artículo en el marco de un monográfico al respecto, que viene a titular: “La elección del futuro presidente la decidirán los inmigrantes”. Y, por supuesto, no se refiere a la papeleta que no pueden emitir y ni siquiera a aquellos acogidos regular y legalmente en los Estados Unidos (3,1 millones de personas en el último año), sino a aquellos cerca de, nada menos que, 160 millones de personas que, en los principales países de emigración hacia Estados Unidos, manifiestan su voluntad y esfuerzo en emigrar hacia Estados Unidos como su destino ideal para encontrar una vida mejor. “La bomba de la frontera”, principalmente al sur del Río Bravo, concentra masas migratorias, a la espera de arriesgar sus vidas para entrar en suelo americano. La espera impacta, tras un penoso recorrido, en sus poblaciones fronterizas, excediendo la capacidad de respuesta de todos los países origen-destino implicados. Así que, efectivamente, el futuro presidente puede ser elegido indirectamente por inmigrantes sin derecho a voto, a través de las presiones y consecuencias en el exterior, determinantes del impacto generable en el americano elector que, por lo general, muestra su malestar y preocupación por sus consecuencias en su propia realidad vital.

¡A la búsqueda de un mundo mejor! A la vez, a lo largo del mundo, con mayor o menor problema migratorio, las sociedades aspiramos a crecientes y mejores niveles de prosperidad y bienestar. Expresado de una forma u otra, partiendo de diferentes niveles alcanzados hoy, queremos, con total derecho, un mundo siempre mejor. Para ello, esperamos de nuestros líderes, dirigentes, terceros… trabajen, propongan, decidan e implementen todo tipo de políticas y soluciones que nos permitan disfrutar del objetivo esperable (muchas veces difuso o difícil de explicitar) y, se supone, que, en democracia, elegimos la mejor de las opciones y votamos. Elegimos no solamente personas, simpatías o empatías, sino, sobre todo, “modelos reales” que respondan a nuestros deseos e intereses. Es así como decimos querer vivir en una sociedad libre, democrática, igualitaria, inclusiva, próspera, con acceso pleno a la salud, generadora de riqueza y empleo permanente y de calidad, con los mejores servicios públicos posibles (se supone que los entendemos casi infinitos y por tanto gratuitos), con el menor esfuerzo fiscal individual (el nuestro) correspondiente, salarios y empleabilidad asociable a una creciente cualificación y experiencia, conciliación, mejor equilibrio trabajo-ocio… De una u otra forma, no solo queremos verlo en un “programa electoral”, sino que venga de la mano de quienes pensamos pueden hacerlo posible. En consecuencia, nos llevaría a elegir entre modelos y candidatos alternativos.

¿Quimera, brindis al sol, deseo comprometido?

Muy lejos de aquí (no solamente en distancia física, sino cultural, grado y nivel de desarrollo, dimensión, de país y de población), en el resumen ejecutivo del Informe que dirigió el profesor Michael E. Porter al primer Ministro Mori y a su gabinete para acometer “una estrategia transformadora para un futuro mejor en el 2047” (año en el que la India-Bharat celebrará el primer centenario de su independencia) para su ya 15% de la población mundial, transmitía las líneas directoras de lo que se proponía en el amplio, profundo y especializado trabajo realizado junto con la participación de los principales líderes del país y expertos internacionales en las diferentes áreas de actuación propuestas. Decía: “La productividad es el principal vector que lleva a la prosperidad en el largo plazo. Se entiende, por lo general, como la habilidad económica efectiva y eficiente para movilizar las capacidades y fuerzas laborales, así como otros activos para crear valor. Aquí la definimos como algo mucho más que crear valor por y para cada uno de los trabajadores. Supone, también, la habilidad de incorporar al máximo posible de la población implicable con la capacidad y cualificación necesaria para la generación del valor compartido que se requiere en actividades consideradas asociables a la productividad, el país y la sociedad, aplicando políticas económicas y sociales eficientes, integradas y complementarias, a la vez. Hoy tenemos el desafío de encontrar y alcanzar los puntos esenciales de una nueva economía aún por construir o descubrir. Es mucho más que simple eficiencia técnica o tecnológica. Hemos de adecuar la realidad de nuestra sociedad a las verdaderas necesidades y demandas de ese nuevo mundo en que habremos de movernos, aportando verdadero valor a nuestros ciudadanos y no solo consumidores (que también). Nuestro éxito no será a costa de los demás en un esquema de suma cero, sino de la contribución a generar nuevos valores y oportunidades para todos, actuando de manera convergente. Hoy, hemos de vivir abiertos a un mundo exterior con el que hemos de interconectarnos desde aquí, eligiendo aquello en lo que de verdad estemos en condiciones de cocrear y enriquecer nuestras propias fortalezas. Hemos de fortalecer el valor de nuestra localización base o territorio, generando nuevas fuerzas y ventajas diferenciales. Los paises han de tomar decisiones, definir prioridades y elegir. No se pueden hacer todas las cosas a la vez en paralelo. Es un marathón exigente que requiere “escuchar la evidencia” y alinear los ingredientes y pasos con el objetivo buscado, basado en una verdadera estrategia y propuesta única de valor. No valen ni atajos, ni quimeras inexpertas, ni falsas promesas de resultados, sin esfuerzo, caídos del cielo. Hemos de elegir algo consecuente con nuestro país y su sociedad. Y, por supuesto, requerimos un liderazgo probado, demostrado, guía del esfuerzo, el compromiso, la dedicación y la apuesta verdadera y decidida de querer un país mejor, porque será el suyo y de sus próximas generaciones”.

Efectivamente, se trata de optar. Un modelo u otro. Mucho más que un recurso mediático, eligiendo la tripulación con la que quisiéramos emprender una difícil y, las más de las veces, incierta navegación.

Las diferentes sociedades tenemos por delante extraordinarias oportunidades para lograr mayores y mejores niveles de prosperidad, si bien su logro es exigente y el camino está repleto de desafíos. Superarlos requiere compromiso, determinación, saber hacer y, sobre todo, saber a “donde queremos ir”. El “modelo” sí importa, salvo que, como Alicia en el País de las Maravillas, pensemos que tan solo “caminamos y estamos sin pretender ir a ninguna parte”. En ese caso, también estaremos eligiendo.

Viajando hacia nuestra prosperidad a través de la competitividad, el bienestar y la cocreación de valor

(Artículo publicado el 28 de Enero)

En un reciente encuentro de debate y reflexión en torno a los desafíos y perspectivas de actuación y nuevas políticas, para responder a los mismos desde un reposicionamiento europeo, he tenido la oportunidad de compartir (y, sobre todo, aprender con y de mis compañeros de viaje) significativos avances, movimientos y potenciales áreas de futuro, debidamente integradas en una complejidad creciente,  sugiriendo, a la vez, su consideración como fuente de extraordinarias oportunidades para nuestras sociedades.

No es ninguna novedad identificar la concurrencia de múltiples “eventos” o incidencias que están determinando múltiples decisiones y/o escenarios no previstos cuyas consecuencias vivimos y condicionan las diferentes propuestas, posiciones y estrategias de todos los agentes implicados (instituciones, gobiernos, empresas, la academia, la sociedad civil y personas-ciudadanos). El reto principal pasa por la capacidad de explicitar su convergencia, tanto de alcance conceptual, como de acción transformadora, generando un impacto real, positivo e inclusivo, para todos los implicados. Hoy, cualquier discurso político, programa, estrategia o iniciativa que se formula, comienza con una introducción somera y sintética de varios de estos eventos concurrentes; Post COVID, Guerra en Ucrania, Geopolítica y desacople entre potencias y mundos en apariencia cada vez más distantes, tecnologías (sobre todo la inteligencia artificial) en manos de unos pocos jugadores, movimientos migratorios voluntarios o forzados, información falsa y manipulada, fragilidad y erosión democrática… (En mi intervención, “20 Eventos Convergentes para una Nueva Europa”). Desgraciadamente, más allá del valor de su identificación y diagnóstico más o menos señalado y compartido con un amplio mosaico de matices, el paso decidido a la búsqueda de respuestas y soluciones ni es tarea sencilla, ni puede responder a un pensamiento único, ni es decisión individual, ni mucho menos soluble en la inmediatez que pretendemos, bajo el reclamo de “todo hoy, a la vez, con el esfuerzo exigible a terceros y escasa responsabilidad directa de cada uno de nosotros”.

En este marco base, la “Nueva Europa” que hemos de construir, parte de reforzar sus principios fundacionales de colaboración para la paz, la democracia, la libertad, el bienestar y prosperidad de todos sus ciudadanos, desde la esencia de la subsidiaridad y la generación de riqueza compartible en un espacio y mundo cambiantes. Proceso retador que, como sintetiza esta semana la revista The Economist recogiendo opiniones extendidas, “no parecen encontrarnos en el mejor de los momentos, preguntándose: ¿Quién está allí?, ¿A la búsqueda de un líder?, o bien, con mayor grado de escepticismo, ¿Existe la llamada Comunidad Internacional a la que apelamos como salvadora de todas nuestras demandas?”

En esta línea, la “Autonomía Estratégica”, paraguas propuesta de la Unión Europea y su Comisión rectora, parecería guiar el proceder común. Hacer de Europa un verdadero jugador de primera clase, aspirando a coliderar la vanguardia transformadora del mundo. Estrategia para una Europa que se abre a 36 o más miembros, muy probablemente no limitada a los Estados-Nación actuales, sino abierta a naciones y pueblos sin Estado, más orientada al este y mayor simbiosis euroasiática, euroafricana y euro-árabe, con nuevos jugadores, nuevas estructuras confederadas y asimétricas de relación, con inevitables nuevas gobernanzas y, sin duda, una cuestionada inmersión en roles hasta hoy cedidos (o no asumidos) a terceros (defensa y seguridad)…

Sin duda, un apasionante nuevo camino a recorrer en las próximas décadas.

Ahora bien. Esta apuesta estratégica exige, al menos, un “Cuádruple Viaje hacia la prosperidad a través de la competitividad, el bienestar social, la territorialidad y la gobernanza”. Viaje que necesariamente habrá de ser inclusivo, equitativo, corresponsable y co-creativo, con enormes dosis de innovación (económica, tecnológica, social, institucional, política).

Este que llamo “Cuádruple Viaje” no solamente no empieza de cero, sino a partir del largo recorrido que nos ha traído hasta aquí. Es un viaje en curso que obliga a incorporar nuevos itinerarios, adaptarse a experiencias desconocidas, abierto a nuevos acompañantes (y, desgraciadamente, al abandono de otros), con decisiones, atajos (muchas veces equivocados y con consecuencias peores de las ventajas que creíamos obtener), pero que no puede olvidar ni el puerto esperado de destino, ni el objetivo inicialmente previsto, ni, sobre todo, el propósito que nos ha llevado a emprenderlo.

Son muchos los agentes que, a lo largo de esta Europa en construcción han emprendido sus particulares viajes centrados en una de las líneas perseguidas centrada en premisas economicistas “sin alma” como hoy parecería aceptarse con relativa normalidad. Así, una mal entendida competitividad creyendo que se trataba de objetivos y políticas económicas en solitario, olvidando que hablar de “Competitividad” supone abordar, a la vez, los otros tres viajes para el propósito final: mejorar el bienestar y prosperidad de las personas y sociedades en las que vivimos y en las que desarrollamos nuestras actividades económicas. El viaje hacia el bienestar social no es un nuevo acompañante, sino esencia, motor y paraguas para cualquier logro “económico”. De igual forma, no se trata de viajar sin rumbo, a la aventura, hacia ninguna parte. El destino inicial está en un espacio y área base concreta (territorio no como contenedor físico, sino referente de pertenencia, identidad, realidad, conformador de nuestras vidas, determinante de nuestras necesidades, en el que hemos de alcanzar nuestras soluciones concretas, desde el que debemos tejer relaciones inmediatas y próximas, y un espacio “natural” desde el que nos conectamos con la vanguardia mundial). Tres viajes condicionantes/correlacionados de/por una gobernanza (con mayúsculas: facilitadora) garante de la formalización democrática de nuestros trayectos y decisiones en coherencia con el recorrido económico. Cuatro viajes hacia la competitividad, prosperidad y desarrollo social inclusivos.

Afortunadamente, con el paso del tiempo, hoy proliferan las voces y movimientos que ponen el acento en “el viaje hacia la construcción de redes de protección, promoción del bienestar y la seguridad social” como esencia tanto de equidad, como de su insustituible capacidad facilitadora e indispensable para un exitoso viaje hacia una economía competitiva generadora de riqueza y empleo. Además de su justicia y equidad indispensables e insustituibles son, también, fuente de empleo, riqueza y actividad económica en sí mismas. Supone un viaje compuesto por  los bloques básicos de una Economía Social generadora de empresas, actividad económica, riqueza y empleo, abriendo sus fronteras más allá de sus enfoques tradicionalmente concentrados y las más de las veces, relativamente aislados y con movimientos propios  (SALUD como nuevo concepto más allá de la enfermedad y de la asistencia sanitaria), incorporando al mundo socio-sanitario y el desarrollo y atención comunitario integrados en un alcance “ONE HEALTH” (misma calidad para todos en todas partes), transitando hacia su interacción con los nuevos sistemas de promoción, protección y seguridad social, paraguas del verdadero sistema de bienestar de las personas. Motor, también, de la reconsideración de los conceptos empleo-trabajo y del inevitable proceso de redefinición de la gobernanza, su estructura, políticas e instrumentos. Un renovado viaje adecuado a los movimientos y experiencias que hemos venido transitando y recreando: Estrategias de cocreación de valor empresa-sociedad, con una visión compartida y comprometida por todos los stakeholders (agentes e intereses implicados) y la “magia” de la inclusividad. Base imprescindible de nuevas estrategias, políticas e instrumentos.

Esta visualización de cuatro viajes hacia el bienestar y prosperidad, configura una aproximación coherente e integrada para acometer una apuesta estratégica capaz de responder a los desafíos e implicaciones de una amplia cartera de eventos que impactan sobre nuestras vidas, que cambian a enorme velocidad, que trastocan muchos espacios  que hemos venido creando y que nos han permitido y permiten disfrutar, con todas las ausencias y limitaciones aún existentes, un espacio privilegiado de bienestar. Estadio actual que no es garantía de permanencia eterna, Cuádruple Viaje demandante de esfuerzos permanentes en un horizonte de logros inacabables, siempre sujetos a nuevas demandas y exigencias de sociedades, a su vez, cambiantes.

Sin duda, hemos recorrido un larguísimo viaje sorteando todo tipo de desafíos. La sociedad ha sido capaz de construir soluciones, convertir problemas en oportunidades y responder con la solidaridad y compromisos colectivos demandados. Estos nuevos tiempos, una vez más, nos invitan a superarlos.

Tiempos de responder a eventos y desafíos interrelacionados, consecuencias críticas complejas, pero, sobre todo, también, con las herramientas y capacidades para ofrecer respuestas y soluciones convergentes.

Si hoy observamos con inusitado interés y aparente sencilla complacencia la efervescente ebullición de todo un mapa de “ecosistemas” que trascienden de espacio económico para favorecer todo tipo de necesarios partenariados, instrumentos y soluciones colaborativas, combinación de disciplinas, áreas de conocimiento e integración de elementos clave y diversos para transitar por la complejidad, incertidumbre y velocidad de cambio, parecería razonable acometer nuevos espacios interrelacionados de oportunidades a la búsqueda de un futuro deseable y posible, mejor.

El encuentro mencionado al principio de este artículo no concluye con recetas mágicas, ni con un punto final de llegada. Abre nuevas líneas de trabajo, muchas preguntas y un viaje cuádruple coherente que, sin duda, encontrará en su recorrido el liderazgo y guías que el Economist buscaba, ayudará a construir esa inexistente Comunidad Internacional facilitadora de las decisiones requeridas y la capacidad movilizadora de las personas y sociedades a cuyo servicio habrán de dirigirse nuestros viajes entre escenarios y eventos convergentes.

Afortunadamente, desde la experiencia de esta verdadera coherencia de la estrategia de competitividad integral e integrada traducible hoy en estos cuatro viajes complementarios, la apuesta estratégica de desarrollo humano solidario y sostenible practicada en nuestro país (Euskadi), permite hoy, ofrecer la confianza y base necesaria para manejar ese apasionante mundo que hemos de lograr.