(Artículo publicado el 25 de Noviembre)
Un buen número de lecturas acumuladas en los últimos días parecen converger, de manera más o menos fortuita, en el análisis de una tensa y preocupante realidad observable a nuestro alrededor.
A publicaciones como “La muerte de las democracias”, “Cuando los gobiernos y Estados fracasan”, “La política como industria propia”, se unen los artículos del World Economic Forum: “When Government fails, the Skates are much higher” (“Cuando los gobiernos fallan, los resultados son mucho peores para todos”) o el reclamo editorial de The Economist preguntándose por aquello más que nos espera tras el cada vez más confuso comportamiento del presidente Donald Trump, su gabinete en la Casa Blanca y sus relaciones/declaraciones relativas a China, Corea, Maduro o los “terroristas hondureños” en caravana semiparalizada en Tijuana. Ni qué decir de un desenlace abrupto de las negociaciones preacuerdo sobre el Brexit en un intenso y complejo debate “interior” en Reino Unido con una España que parece haber leído tarde los preacuerdos y “saca pecho soberano en Gibraltar”, o los pactos ocultos España-Kósovo enmascarados en una sutil disquisición en torno al COI y la presencia soberana de un Estado que España se niega a reconocer por temor a contagio en Catalunya y Euskadi, o la “luz propagandística” ante los conceptos de cosoberanía cuando se va más allá del Peñón. Ni qué decir de la incierta entrada de López Obrador en el gobierno de México, con consultas y referendos sin control democrático ni censos previos, de los que parecen aprender múltiples procesos en curso (incluido, desgraciadamente, nuestro Gure Esku Dago, tan necesitado de su reorientación). En definitiva, una larga sucesión de situaciones enrarecidas que provocan un desencanto democrático.
Pero, todo lo anterior no dejaría de ser un determinado anecdotario temporal bajo la esperanza de soluciones positivas una vez superado el temporal y con la distancia de una tranquila lectura hogareña, si no fuera por la observación permanente del microclima que nos rodea. El escenario español es, desgraciadamente, un auténtico caos esperpéntico. Lo malo no es el espectáculo, sino el no atisbar la salida del túnel.
Si elegimos un eje rector, al solo efecto de acercarnos a ordenar una línea de observación, en torno a la justicia en España, el análisis resulta demoledor. Una larguísima historia desde el posfranquismo y la transición (recordemos que, salvo excepciones, jueces, fiscales, magistrados, abogados del Estado…, mayores de 60 años, accedieron a sus puestos jurando los principios del movimiento, comprometiéndose a defender un régimen anti-democrático, siendo difícil abandonar los tics y principios de su entusiasmo profesional inicial) y como, en los últimos años, se ha agravado consolidando una mala (torpe, desigual, lenta, parcial) justicia, en un marco de nula separación de poderes, supeditada al ejecutivo y adaptada a la voluntad política del gobierno, medios de comunicación y poder económico dominantes. Cualquier duda al respecto ha quedado más que despejada esta semana, no ya por la asfixiante presencia de “fake news”, o por filtraciones de Villarejo y el uso intencionado y teledirigido de las cloacas del Estado o del uso inadecuado de los fondos renovados o la intervención amoral del Ministerio de Interior o la “construcción parcial y tergiversada” de un falso relato para justificar el encarcelamiento o expulsión de los dirigentes del Proceso catalán, la falsa interpretación de una supuesta malversación de un gobierno legítimo gestionando un presupuesto aprobado por su Parlamento, o el uso “especial” de Hacienda, policía y medios, además de empresas para modificar sus domicilios sociales o impedirles trabajar para la Generalitat. Situaciones extremas de altísima gravedad que se han visto desbordados por la insoportable negociación interesada del PSOE, PP y PODEMOS con ocasión de la renovación del Consejo del Poder Judicial. Vergonzosa descripción del Senador Ignacio Cosido y/o sus dirigentes, explicando a sus compañeros de partido los beneficios pactados, controlando los procesos en marcha, manipulando resultados y cambiando las reglas del juego democrático según sea necesario (para ellos). Bochorno generalizado que va más allá de errores, de personalismos o de acción tolerada de la política y los gobiernos (al menos en un sistema democrático). Sin duda, tanta gente que se ha quejado de Donald Trump y su manera de gobernar, de “dictaduras duras o blandas” en Venezuela, la Turquía de Erdogan, y de los “países en desarrollo o fallidos” etc.; debería, con un poco de vergüenza, aplicarse el caso en su casa. Un gravísimo y nuevo aviso para una España que ha perdido el norte. Empecinada en despreciar a quienes le rodean o son diferentes (incluidos Catalunya y Euskadi), pretende ignorar las señales de cambio y renuncia a salir de una posición de confort para dar el salto inevitable, transformándose como Estado plurinacional confederado, apostando por una realidad diferenciada.
Gobierno, PP, Ciudadanos, PSOE (e incluso Podemos llevando al límite su posición) no están dispuestos a constatar la realidad y carecen de la valentía y visión necesarias para transitar hacia nuevos modelos (de pertenencia, de convivencia, de práctica política, de sistema, de gobernanza… de democracia). Mantener sus privilegios, mantenerse en “un poder financiador y empleador de sus allegados” y conservador de sus políticas y beneficio, se convierte en el único objetivo, hoy del PSOE, ayer del PP y, seguramente, mañana de Ciudadanos o quien sea. Nada nuevo que esperar.
En este grave y deteriorado escenario, coincide la semana con un espectáculo grotesco en torno al marco mediático parlamentario jugando, de forma peligrosa, con los términos fascismo y golpismo como si de un juego de niños se tratara, para muchos irrelevante e intranscendente, viene a cuento remitirse al libro de Madeleine Albright, -hija de campos de concentración nazis y ex-Secretaria de Estado de los Estados Unidos- “Fascim: A Warning” (Fascismo. Una advertencia)- en el que nos recuerda y ,desde las palabras de Primo Levi, “cada época tiene su propio fascismo”, los peligros de nuevos fascismos “silenciosos”, la “dictadura de las democracias”, las “presidencias permanentes y sus estructuras perversas del Estado”, “sueños peligrosos”, “liderazgos artificiales” y los “fracasos institucionales y político-democráticos ante sociedades débiles y complacientes volcadas en sus intereses particulares, sin compromiso colectivo”, como antesala de aquel “fascismo” de turno.
En este escenario, la semana económica, vuelve a poner de manifiesto los déficits político-económicos de una España que no termina de aprender sus carencias, sus errores y sus graves consecuencias. A la desautorización por Bruselas de un trucado pseudo presupuesto que empieza y termina en reclamos demagógicos de un presidente (Pedro Sánchez) cuyo único objetivo es ganar tiempo para ganar, por primera vez, unas elecciones “manteniéndose” todo lo que pueda como dijera la portavoz de su gobierno, se une una clara advertencia del F.M.I. sobre sus expectativas de crecimiento y una OCDE que, al margen de sus recomendaciones y propuestas claramente discutibles -entre las que destaca su simplista alusión a la centralización, unidad de mercado y no “fragmentación” provocada por las Comunidades Autónomas, aporta datos significativos y preocupantes sobre la desigualdad, el desempleo, la deuda, el fracaso escolar y el desorden en las políticas de gasto social y ausencia de políticas generadoras de actividad económica, riqueza y empleo.
Así No. Sin una reinvención y reconducción de la política, dirección y liderazgo, sin una clara revolución de la Administración y su gobernanza, sin liderazgos reales y un verdadero control democrático, sin que la justicia emprenda su “transición” y sin asumir la necesidad de confrontar los problemas irresolutos y enquistados, vamos de anécdota en anécdota, de sobresalto en sobresalto, desde la desafección creciente hacia un dualismo irreconocible: una realidad social y otra político-mediática. Cada una, con sus propias reglas, sus propios espacios incomunicados, sus propios jugadores.
Ni son tiempos para la demagogia, ni para “mantenerse en el poder”, ni para entretener audiencias radiofónicas y televisivas con paneles de tertulianos profesionales centrados en la estridencia y el espectáculo, ni, sobre todo, de Instituciones y gobiernos débiles, dependientes y desacreditados.
El rol de la política, el de los gobiernos y la institucionalización positiva, real, transparente en todos los ámbitos mejora, sin duda, la calidad democrática y la vida de las sociedades a las que sirven. Recuperar y ganar la credibilidad perdida es una inmediata necesidad sobre la que abordar nuevas realidades y construir un futuro exigente.