Isla del saber, envejecimiento inteligente y bienestar

(Artículo publicado el 3 de Marzo)

Esta semana, el Diputado General de Bizkaia y el alcalde de Bilbao junto con el Rector de la Universidad de Mondragón y el presidente de MCC (Mondragón Corporación Cooperativa), han dado un paso más para la ya varias veces anunciada doble apuesta: crear un centro de referencia sobre el envejecimiento activo y hacer de Bilbao “una ciudad universitaria”.

El primero de los objetivos tiene ya raíces históricas entre nosotros, consecuencia de las prospecciones demográficas que no hacen sino constatar una realidad: el envejecimiento de la población (desde luego a nivel global, pero de especial relevancia en Euskadi). Ya en 2017, Euskadi llegó a un máximo histórico de envejecimiento, con 145 personas mayores de 64 años por cada 100 menores de 16 años, por encima de la media del Estado español y próxima a países como Japón, donde ya el 25% de su población supera esa edad, situado en los niveles máximos a nivel mundial. Estos datos (Eustat) llevan a señalar entre sus principales recomendaciones el implementar mecanismos de participación en el empleo -empresarial y funcionarial- a personas mayores, fomentando cambios de actitud, cultura y normativas, hacia una población “senior”, de la que habría que esperar una positiva contribución, también, a la generación de riqueza para el país, en este tramo de su vida. La necesidad de aproximarse a un dato como éste desde una óptica no de problema, sino positivista en torno a las oportunidades de generación de riqueza, empleo y bienestar, apostando por políticas públicas agresivas e intensas en esta dirección y no la contemplación de un hecho inevitable asociable con la edad, las enfermedades crónicas, discapacidades y dependencia, además de la no renovación generacional. Digamos como, en sentido opuesto, ya hace años, los estudiosos del fenómeno acuñaron el término “silver economy” (economía plateada) con una visión inicial restringida, limitada al potencial negocio relacionado con el nivel de gasto, turismo y capacidad de compra de segmentos poblacionales de alto nivel de renta, en edades y estadios de jubilación o retiro. El paso del tiempo ha venido entendiendo dicho concepto contemplando la ruptura de fronteras “turísticas” hacia preguntarnos de qué manera se puede y debe atender a las poblaciones “mayores”, orientándolas al servicio de la sociedad, utilizando experiencias, capacidades, conocimiento, formación y capacidad de generación de riqueza, a la vez que se enriquece su propia longevidad esperable y deseable. Así, el envejecimiento “activo” habrá de concebirse como un elemento positivo, tractor de nuevos modelos de desarrollo y el “pasivo”, no ya como una carga o gasto a medida que avanza en ese esquema de no retorno hacia la mayor dependencia, menor autonomía y máxima demanda de servicios socio sanitarios, sino como fuente generadora de nuevos espacios de empleo, solución a la creciente demanda de cada vez nuevas pretensiones, adecuación de las tecnologías emergentes para resolver dichas necesidades sociales, y, en definitiva, generación de empleo y, por supuesto, garantizar la sostenibilidad de un sistema de protección y seguridad social en el marco de un pleno y cambiante, estado de bienestar.

En Euskadi, ya en los primeros años 90, surgieron múltiples iniciativas en torno a este envejecimiento activo o inteligente. Incipientes procesos de “clusterización en torno al envejecimiento” movilizaron múltiples proyecto e iniciativas que, de forma irremediable, superaban los perímetros de los servicios socio sanitarios, de nuevos hábitats y viviendas apropiadas, avances hacia una movilidad y transporte ad hoc, fiscalidad y arquitectura financiera para toda una larga esperanza de vida, tecnologías adecuadas a las nuevas necesidades y, por supuesto, formación y educación especializada para preparar nuevas generaciones al servicio del concepto y proceso, en entornos urbanos y territoriales apropiados.

En esta línea, la “Estrategia Vasca para el envejecimiento activo 2015-2020” del gobierno vasco, establece tres áreas temáticas sobre las que influir: adaptación de la sociedad y nuevos modelos de gobernanza, anticipación y prevención para envejecer mejor y amigabilidad y participación en la construcción de la sociedad de bienestar.

Japón, por su parte, y siendo un referente de vital importancia no ya por ser el primer país con la mayor población envejecida del mundo, aporta un salto significativo en su enfoque: “la revolución robótica” orientada a facilitar la vida longeva a la vez que cubrir la demanda de trabajadores en las actividades actuales. Sus previsiones estiman la ausencia o pérdida de  cerca de 18 millones de empleos en su economía del 2040, sobre una base tradicional y sin añadir transformaciones disruptivas, lo que les llevaría a una oferta global para una inmigración superior a los 20 millones de personas (en torno al 40% de su población), a la vez que incrementar su productividad, por lo que han diseñado una estrategia basada en la clusterización de la industria robótica y de tecnologías exponenciales emergentes para “reinventar nuevos espacios y oportunidades desde el envejecimiento inteligente”. Así, desde sus principales empresas tractoras (tres de ellas ocupan el 50% del mercado global de robótica) se proponen hacer de las demandas y necesidades sociales, sus fuentes de empleo, salud y bienestar.

Adicionalmente y en este marco, la segunda y doble apuesta mencionada, en este artículo, consiste en hacer de Bilbao, también, una ciudad universitaria, en línea con uno de los principales vectores que reorientan su nuevo Plan General de Ordenación, cuyos principios básicos han sido aprobados esta misma semana. Bilbao, inmersa en un ya largo y constatado reconocimiento internacional por sus estrategias revitalizadoras, hace de la recuperación de espacios de oportunidad, áreas integradas de desarrollo, vitalidad y fortalecimiento competitivo para un futuro cambiante en el que las ciudades y países han de ganarse, día a día, su anhelado éxito y atractividad, sobre todo, de las personas.  Es en esta línea, precisamente, en la que se inscribe, físicamente, el proyecto presentado, tratando de convertir Zorrotzaurre -Isla del Saber o del Conocimiento- en el gran espacio nuclear en el que interactúen nuevas viviendas, centros universitarios y tecnológicos, servicios conexos y transporte, un renovado urbanismo limpio, ensanchando sus límites geográficos con los próximos de Olabeaga-Basurto, Punta Zorrotza, Sarriko-Deusto… Así, nuevas facultades y ampliaciones de Sarriko, un potencial novedoso e imaginativo Parque Tecnológico urbano y discontinuo, “bajar” la Facultad de Medicina de la UPV desde el Campus de Leioa, la Universidad del Gaming (Digipen), la nueva Facultad de Medicina de la Universidad de Deusto y el cluster socio sanitario Basurto-Deusto, al que se habrían de unir nuevas empresas e incubadoras, además de residencias y colegios mayores, pisos de nueva dimensión y acordes con la población futura… harán de Bilbao no una ciudad de edificios universitarios, sino una ciudad de conocimiento, generación de riqueza, vivible en  el que la ciudad Universitaria” será un medio al servicio de la estrategia perseguida.

Este es el sentido y propósito del anuncio realizado por nuestras instituciones, destacando el acento en la educación e investigación superior (en principio de la mano de la Universidad de Mondragón y su potente grupo industrial como soporte) para explorar los campos temáticos del Data Analytics, la robótica, la inteligencia artificial, la digitalización de la economía y los servicios de bienestar (salud, educación, bienestar social…), así como el todavía hoy espacio, no del todo explorado ni mucho menos dominado, del infinito mundo de las Apps pensando en todo tipo de soluciones que aporten valor. Nuestra sociedad, nuestro país, nuestras ciudades y empresas (y, por supuesto, nuestras Universidades) están a merced de esta innovación permanente que ha de irrumpir en nuestras vidas. Hoy, son miles las diferentes iniciativas que salpican el mundo bajo el paraguas del talento digital. Apostar por formar parte de esta gran constelación no solo es una gran idea, sino una línea de trabajo imprescindible.

Por tanto, una propuesta como esta para Bilbao merece nuestro reconocimiento y apoyo. Una iniciativa abierta y llamada a unirse y coopetir con otras de parecidos objetivos, si bien con estrategias diferenciadas, como uno de los proyectos estrella de la Diputación de Gipuzkoa en torno a su nuevo “livinglab del envejecimiento”, las estrategias 4.0, la propia estrategia de salud o los múltiples programas y planes de las diputaciones forales y municipios en sus ámbitos competenciales en colaboración con empresas y organizaciones sin ánimo de lucro que vienen manteniendo a Euskadi a la vanguardia de los cuidados y servicios sociales, interrelacionados con una extraordinaria red vasca Ciencia y Tecnología, focalizando esfuerzos, explorando nuevos caminos que aporten el bienestar y desarrollo adecuados .

Sin duda, el desafío es incuestionable y su implementación compleja, pero es un gran estímulo para un nuevo futuro de la ciudad y el país, máxime cuando parecería dominante un determinado hartazgo y preocupación social que pudiera confundirnos y llevarnos a posiciones pesimistas y desalentadoras, inhibiendo la fuerza de la ilusión y esperanza en torno a proyectos ambiciosos, a la vez que reales, lejos de animarnos a esforzarnos en su logro.

Hoy, a lo largo del mundo, los gobiernos de todo tipo ponen su acento en nuevos proyectos de máximo relieve, alineados con necesidades sociales y competencias y capacidades diferenciales y una amplia literatura siembra sombras de alarma en torno a la tecnología. Euskadi, sin duda, cuenta con los mimbres adecuados para enfrentar tales necesidades. Acometerlos con fuerza y decisión, dando la mayor integración posible a aquellos elementos que combinen bienestar (solución a las necesidades demandadas), riqueza (empleo y actividad económica de valor) y territorio (espacios físicos reurbanizables), es una fortaleza diferencial.

Cuando termino este artículo recibo la noticia de la muerte de Xabier Arzallus. No es lugar ni momento para destacar su extraordinaria valía y mejor, aún, contribución al estado actual de nuestro País y su protagonismo esencial en el desarrollo de las capacidades que hoy nos permiten abordar con optimismo los grandes desafíos aquí descritos. Pero baste mi pequeñísimo homenaje recordando una de sus grandes ideas fuerza con la que pretendió, durante muchos años, convencer a la sociedad vasca y, en especial, a las jóvenes generaciones, de un compromiso continuo y permanente con el talento, el esfuerzo, el trabajo, estudio, formación al servicio de la Sociedad y país que pretendíamos (y pretendemos) construir: EUSKERA y TECNOLOGÍA. Dos palabras que resumían un poderos mensaje: fortalecer y desarrollar nuestro talento, desde nuestro orgulloso compromiso de pertenencia, al servicio de los demás.

En definitiva, un mensaje de futuro esperanzador e ilusionante, con el recuerdo y adiós (hasta siempre) a quienes nos han traído hasta aquí.

“Ofrecer un futuro que conquistar”

(Artículo publicado el 17 de Febrero de 2019)

La Agencia Vasca de la Innovación viene trabajando en el esfuerzo por identificar el impacto real de las principales megatendencias observables ante el futuro inmediato en las empresas vascas, con el objetivo de impulsar la ruta deseable hacia escenarios de éxito.

En esta línea, tras el cruce de múltiples estudios de observación y prospectiva se ha contrastado con 246 líderes empresariales sus diferentes propuestas estratégicas para recorrer el complejo e incierto camino. Este trabajo se entrelaza con múltiples iniciativas país que pretenden conjugar diversos procesos tanto en empresas globales líderes, como los diferentes programas transformadores promovidos por las Instituciones (Sociedad 5.0, Industria 4.0, Salud Digital, Energy 4 All , Circular Economy…), e iniciativas propias de la amplia y potente Red Vasca de Ciencia y Tecnología, siempre con la observación y antena crítica y referente internacional, en un inacabable proceso de aprendizaje y transformación. De este amplísimo proceso, resulta esperable un cambio y transformación de la economía y sociedad vasca, así como de los diferentes agentes económicos, sociales e institucionales, en respuesta a los desafíos globales a los que nos enfrentamos, empeñados en construir y conquistar nuestro propio futuro.

La iniciativa Innobasque ni es la única, ni mucho menos excluyente (empezando porque sus más de 1.000 socios lo somos de otras muchas empresas, organismos, think tank, empeñados en apuestas similares), incorporando todo tipo de contribuciones ad hoc (como el reciente Informe sobre Digitalización 4.0 de Euskadi en su comparativa europea, realizado y publicado por Orkestra). Esta misma semana, Mckinsey nos invita a participar en su panel permanente por la investigación y estrategia en el mundo de las tecnologías de la información en su exploración sobre “elementos clave para la transformación tecnológica a gran escala”, intentando facilitar el camino y decisiones a tomar por las empresas conforme a sus estrategias de futuro.

Así, múltiples procesos similares con especial preocupación en vincular el desafío digital con el crecimiento y desarrollo económico inclusivo, los futuribles modelos de salud, educación, bienestar y empleabilidad.

Sin duda, toda una larga y compleja transformación a lo largo del tiempo y el mundo, sin recetas mágicas. Lo relevante es recordar que la incertidumbre ante el futuro, la necesidad de nuevas actitudes y aptitudes no es cosa de hoy para alcanzar el mañana, sino que ha sido constante a lo largo de la vida, hayamos sido o no conscientes del esfuerzo exigido. Esta observación es pertinente para recordarnos que la pregunta continua en el mundo empresarial y de gobierno, además de académico, que nos hemos hecho siempre, no ha sido otra que aquella que nos llevaba a saber lo que debemos saber/aprender para lograr el éxito objetivo pretendido. De esta forma, somos conscientes que todo cambio (cuando en verdad lo es y no un simple continuismo con etiquetas, marketing y experiencias repetidas o atajos de escasa relevancia final) necesita, de al menos, dos características o condiciones esenciales: “persuasión efectiva y una clara comprensión del cambio conceptual, organizativo y demanda de recursos y capacidades para el medio y largo plazo en un proceso de múltiples fases interconectadas”. Sus principales obstáculos: las sensaciones de urgencia para saltar fases críticas, ruptura de esquemas y procesos colectivos y participativos emprendidos, hacer demasiado caso al silencio o ruido de quienes, desde la confortabilidad, el oportunismo o la incompetencia, jamás facilitarán un cambio verdadero. (“Master Change Management”, Harvard Business Review).

Desgraciadamente, atendiendo a la estadística empresarial, el 70% de las iniciativas de transformación radical fracasan (concretamente, en los procesos y transformación en el área de sistemas, se dice que hasta en un 90% de los proyectos, el fracaso se traduce en desviaciones sensibles en presupuestos, despido del líder o director del proyecto, infrautilización de lo nuevo, desafección de los potenciales usuarios y deterioro del clima laboral). ¿Por qué? Si, en principio resulta evidente el atractivo de un mejor futuro, se diría que la gente desea colaborar y participar en proyectos compartidos, está preocupada por el inquietante nuevo escenario que se ofrece, se trata de procesos promovidos por la alta dirección…, ¿Cómo es posible que se deterioren o fracasen? Uno de los grandes expertos en la gestión del cambio, John P. Kotter (“Leading Change”-“Liderando el cambio”) destaca cinco elementos críticos cuya buena práctica evita el fracaso y, que sin embargo, su no correcta ejecución provoca el fracaso y caos en la iniciativa: liderazgo real y permanente a lo largo del proceso; compartir, entender y cuidar el corazón del cambio; entender y gestionar los tiempos en el sentido de urgencia y acompasarlos al fin último buscado; acelerar los hitos esenciales sin olvidar el conjunto y no olvidar lo que el liderazgo supone en todo el proyecto.

Reflexiones a cuento ante la situación política del momento. El pasado viernes, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, daba por terminada (de momento) su aventura sietemesina de gobierno, convocando elecciones generales para el próximo 28 de abril. Razonaba su decisión en “la intima convicción de ofrecer un futuro por conquistar”, que le llevó a liderar la primera moción de censura en la España post franquista, no solamente para terminar con un gobierno “condenado por administración irregular y enriquecimiento ilícito”, que sumía el país en un entramado de corrupción, parálisis legislativa, deterioro institucional y profundización en la crisis del Estado de bienestar. Decía que su propuesta era constructiva y sumó, desde fuera del Parlamento, el apoyo de la mayoría de la Cámara, confiando en generan una alternativa para un futuro diferente, coraje y decisión firme en la inevitable reforma y transformación del estado, restaurar la confianza necesaria de las diferentes naciones de este complejo estado uninacional por imposición, encauzar un nuevo rumbo “anti austeridad” y recuperar las bases del estado social de bienestar que se ha venido construyendo en décadas.

Sin duda, un liderazgo mal entendido. Quienes le apoyaron no le querían dirigiendo los destinos del gobierno, ni tenían un proyecto común y compartido. Él, personalmente, “tampoco tenía partido”. Un hombre sin partido, por voluntad propia, nombró su propio gobierno (más mediático que real), descoordinado y bajo diferentes objetivos de principio a fin, mal interpretando el compromiso que habían asumido con quienes le apoyaron. Meses de “liderazgo unipersonal” y urgencias que le llevaban a proyectar hitos no logrados, abandonando a su suerte a quienes eran sus verdaderos apoyos en el proyecto compartido.

El presidente hace un balance irreal de sus logros, confundiendo resultados exógenos con su labor de gobierno (crecimiento de la economía, descenso de la tasa de desempleo, revitalización de la Ciencia, fortaleza institucional…). En el camino, unos presupuestos generales rechazados porque no eran el objeto del cambio y transformación que le llevaron a la presidencia. La agenda comprometida era otra. No lo entendió, creyó que cualquier alternativa a él sería peor para todos y que esa era su fortaleza. Hizo de su breve leyenda de “resistencia” un espejismo que le llevó a creer que podía sobrevivir por libre y, cuál Macron, podía prescindir de aparatos de partido, de compañeros circunstanciales de viaje, de resultados reales y que la apelación permanente a mensajes mediáticos tratando de llegar a todo segmento y espacio de demanda social sería suficiente. Nadie entendió su empecinamiento en presentar unos presupuestos, sin apoyo, en un momento concreto en el que era imposible que quienes quisieron confiar en un cambio de rumbo, real, no pueden no ya cambiar dinero por tribunales, sino nada por nada condenados a un relato novelado al servicio de unos poderes de estado manipulados. Sin duda, podrá sumar su proyecto fallido al 70% de los procesos de transformación y cambio antes mencionados. En el camino, sin embargo, la inmensa mayoría de estos ambiciosos procesos, sin lograr el objetivo último, dejan una significativa aportación de valor. En su balance, un buen número de leyes y decretos ley que mantendrán algunas líneas de cambio respecto del pasado. Confiemos que surjan nuevas iniciativas transformadoras de la mano de un liderazgo real y un compromiso firme y sostenible para llevarlo a buen fin y que, tarde o temprano, algún presidente que pretenda conquistar el futuro, asuma el riesgo de reinventar, de verdad, el Estado. Solamente así será una verdadera transformación.

Cuando los desafíos son reales, su propia complejidad, el desconocimiento previo ante la exploración requerida, la interminable acción generadora de alianzas, la permanencia en la relación con nuevos compañeros de viaje, el compromiso y complicidad permanentes por construir, exigen, por definición, luces largas y tiempo.

Conquistar nuestro futuro, en las sociedades y empresas de hoy, es todo un reto. Los procesos de cambio son, en sí mismos, todo un desafío. Ahora bien, resultan inevitables.

La inevitabilidad de la disrupción

(Artículo publicado el 3 de Febrero)

La no solución al conflicto del taxi y sus complementos o alternativas de transporte con conductor al servicio del ciudadano sitúan, de nuevo, el viejo debate en torno a los cambios y transformaciones sociales, económicas, políticas y tecnológicas en el punto de mira.

El inevitable inconformismo que la entrada de nuevos jugadores, las variantes y realidades o condiciones del empleo, las difíciles circunstancias y tiempos de adaptación de industrias hasta en su momento tradicionales, la disrupción generalizada que nos afecta a todos en mayor o menor medida, la diferente capacidad de presión de determinadas empresas, trabajadores, grupo políticos o de interés, influyen necesariamente en la percepción y toma de decisiones, no necesariamente acertadas u óptimas. El posibilismo, el momento, las alternativas, sus tiempos e impacto en terceros determinan opciones que pueden no ser las más adecuadas y/o coherentes para proyectos futuros.

Esta semana, observamos tres casos diferentes bajo el denominador común del impacto de las tecnologías, la innovación en el trabajo y en los modelos de negocio y el inevitable tránsito de una determinada industria o servicio hacia nuevos escenarios. Nuevos jugadores y competidores, nuevas maneras de hacer las cosas y ofrecer soluciones chocan con la base de partida. El conflicto, legítimo, está servido. Las posiciones y decisiones tomadas en uno y otro caso difieren y parecerían ir en caminos contrarios.

Así, con independencia del “tamaño” y peso relativo (empleos, implicación en la sociedad, riqueza generada, servicio ofrecido, costes en adaptación, interacción con el resto de la economía local) de cada caso, aporta un buen ejemplo para la reflexión.

Mientras el conflicto del taxi parece dejar, de momento, un ganador, llevando a los gobiernos competentes que han intervenido con decisiones concretas (caso Barcelona) a facilitar la permanencia de modelos tradicionales con el consecuente abandono de las empresas “innovadoras” (Uber, Cabify, etc.), que de la mano de la llamada “economía colaborativa” y la base tecnológica soporte de nuevos modelos de negocio, prestaban servicios y soluciones alternativas, en un sentido en apariencia inverso al que las llamadas “nuevas empresas emergentes” ganan adeptos y posiciones en las principales urbes del mundo. En Barcelona se ha optado por restringir su actividad con un ataque directo a la esencia del modelo de negocio propuesto, lo que, a juicio de las empresas afectadas, los lleva al cierre y abandono de la Ciudad iniciando, eso sí, pleitos en torno a indemnizaciones millonarias. Madrid, por su parte, desea mantener la “nueva competencia” pero negocia “limar al mínimo” el efecto Barcelona. La industria tradicional parece defendida por discursos y proclamas periodísticas de los responsables políticos, advirtiendo que no hay espacio en su ciudad o país para estos nuevos modelos transgresores. Y, en medio, un grave debate ante la confusión competencial entre diferentes niveles institucionales que, desgraciadamente, han llegado tarde al mundo de una nueva economía abanderada, sobre todo, por nuevos modelos de negocio. Hoy es el taxi, mañana la totalidad de las industrias y empresas ante un desafío digital que provoca nuevos espacios, empresas, modelos de negocio e industrias reinventadas. En este caso, el mundo del taxi tiene un camino, incierto, cuya ruta de transformación parece más que señalada.

En paralelo, la industria española del cine se prepara para su cita anual en su siempre controvertida “fiesta de los Goya” para premiar a sus protagonistas. El presidente de su Academia repasa la situación de la industria y se centra en el impacto de las “nuevas plataformas” (Netflix, Amazon Prime, Apple TV…) que han generado una gran polémica y que fueron consideradas como “intrusos indeseables” en una industria diferente (creativa pero tradicional). En pocos días, una película (Roma), hecha por y para una plataforma, en formato para móvil, tableta y televisión, compite como favorita por el OSCAR tras años de enfrentamiento y prohibición no considerándose “ni cine, ni película”. El Señor Barroso, presidente de la Academia española de cine explica que su industria ha tenido que adaptarse a la nueva realidad, que hoy la inmensa mayoría de directores, guionistas, artistas, trabajan en ambos contextos, cine y plataformas, películas y series, salas y “espacios personales” libremente elegibles por el espectador. Su industria se adapta a nuevas estructuras de coste y medios de producción, diferentes canales de distribución y nuevos mercados. Destaca la ruptura de barreras geográficas que permiten que series españolas lideren audiencias en Corea y Alemania, por ejemplo.

En las calles de Bilbao, un centenar de trabajadores de la Naval, afectados por un E.R.E., se manifiestan tras la liquidación concursal de la histórica compañía. El debate, más allá de la capacidad legal o no, permisible o no por la Unión Europea, para las ayudas públicas, “de Estado”, a una empresa y/o sector en crisis, pasa por cuestiones sobre su viabilidad ante una competencia internacional. ¿En dónde residen las ventajas o desventajas diferenciales?, ¿En los costes laborales unitarios o en su tecnología, o en el diseño e ingeniería, red de proveedores, ecosistema competitivo, modelo de negocio, capacidad gerencial, composición accionarial, tipología de buques?, ¿Cuáles son las claves de una industria naval competitiva y sostenible en un contexto de economía internacionalizable?

Sin duda, no hay respuestas ni únicas, ni ciertas en sí mismas. “Navegaremos en un mundo de disrupción”, publica el Mckinsey Global Institute al hilo del desafío global que la digitalización y materialización de la economía conlleva, además de la incierta recomposición de la geografía política y económica. La velocidad, intensidad, profundidad de los cambios observables y los que están por venir, obligan a repensar nuestros conceptos, mentalidades y actitudes. En especial, hemos de movernos hacia la exploración de la creación de valor existente tras las oportunidades de cambio (y no en las desgracias de sus amenazas), a la vez que la esencial naturaleza del trabajo ya no es lo que era, por lo que resulta indispensable recrear un “nuevo contrato social” o, lo que es lo mismo, unos nuevos sistemas de protección y seguridad social no estrictamente ligados a la empleabilidad formal de la gente. Acompañados en todo caso, de una necesaria apuesta por la recualificación y formación laboral de los trabajadores, actuales y futuros, en torno a las nuevas competencias demandables para el futuro esperable. Todo un esfuerzo que hemos de hacer todos: personas, empresas y gobiernos. Nuevas estrategias disruptivas resultan imprescindibles.

En esta línea, Trooper Sanders del Rockefeller Foundation Fellowship abordaba hace unos días el rol que la sociedad (de forma individual, personal, además de nuestros representantes políticos) hemos de jugar ante los cambios tecnológicos que nos vienen encima. En sí mismo positivos y llenos de oportunidades para una vida mejor, siempre que los veamos como herramientas al servicio de los principios y objetivos sociales que queremos y no como cualquier solución, gestionada de cualquier manera y en manos de unos pocos o de cualquiera. Centrado en la Inteligencia Artificial, se preguntaba si nos habríamos hecho las preguntas adecuadas, si colocábamos el bien común, el servicio público en el centro de las decisiones, regulaciones de uso, apuestas estratégicas o simplemente los dejábamos estar o promovíamos la generación de negocio y riqueza en unas pocas empresas de éxito. “Resolvamos la desigualdad sistémica”, decía, y pongamos la tecnología al servicio de un reclamo general “Cero GAP”: en el acceso universal a la salud, en la movilidad y el transporte (en especial de quienes vienen o trabajan en zonas marginales) en la educación de calidad, en institucionalización democrática…

En definitiva, si gobiernos, líderes empresariales y personas concentrábamos, durante décadas, nuestros esfuerzos en complejos asuntos que impactaban un determinado mundo, hoy no solamente éstos han cambiado profundizando en su impacto, sino que este nuevo invitado, la digitalización y desmaterialización de la economía, irrumpe con fuerza desencadenando nuevos escenarios, inciertos, claramente disruptivos. Su inevitabilidad obliga a nuestro reposicionamiento. No cabe duda, nuestras aspiraciones futuras pasan por nuevas actitudes, estrategias y acciones/decisiones disruptivas.

¿Cómo hacer del desafío global 4.0 un brillante futuro de progreso social y económico?

(Artículo publicado el 20 de Enero de 2019)

La celebración de la próxima Cumbre Anual del World Economic Forum, la próxima semana, en Davos, bajo el título genérico Globalización 4.0, puede llevar a engaño a quienes ven el encuentro como una reunión del capital, de las élites económicas, del neoliberalismo o de tantas otras etiquetas atribuidas como simplista aproximación a una de las citas socio-económicas de mayor impacto mediático a lo largo del mundo, resaltando, de forma inevitable, personajes populares y de renombre, así como líderes político-institucionales globales cuya presencia destacan, generalmente, medios locales más allá de su aportación e intervención real en el Foro.

En tiempos en los que resulta fácil (y, generalmente, sin riesgo) atribuir descalificaciones a todo aquello que o desconocemos, o nos resulta lejano, o constituye una buena excusa para culpabilizar a los demás de lo que sucede, para algunos, el Foro Económico Mundial “es un macro lobby desde el que se dictan las políticas e ideas que rigen un mundo perverso, diseñado para servir a la población mundial en la desigualdad, eliminar sus proyectos de futuro y provocar el desgobierno (empresarial, político) de cuanto nos rodea”. La realidad difiere sensiblemente de este novelado mensaje.

Hace unos días, por ejemplo, se publicaba el libro “Discreet Power” (“El poder discreto”), en el que Christina Garsten y Adrienne Sörbom, analizan el cómo de la generación de agendas de transformación desde el Foro Económico Mundial, preguntándose por su estructura “informal y soft” que contrasta con rígidos parlamentos, gobiernos, multinacionales, etc., en los que, normalmente, uno o pocos ejecutivos toman (o imponen) decisiones, amparados por una autoridad nominal dada (o heredada) no siempre acompañada del reconocimiento de “sus subordinados” o ciudadanos representados. En su experiencia de contraste en este mundo de “Red de Redes” cuya complejidad recomienda pertenecer al “Networking experto”, aprendiendo a su correcta gestión (no solamente formar parte de una red, sino cómo contribuir y valorizarla, cómo y cuándo “obtener réditos o beneficios compartibles”…), concluyen que la organización (en apariencia simple y soft) del Foro, fortalece el debate, “la autoridad y reconocimiento de sus recomendaciones” gracias a la “cesión de valor” del prestigio, conocimiento e independencia de quienes participan en el proceso, con la libertad de representarse a sí mismos. La realidad es que se trata, efectivamente, de un ente con gobernanza más que informal que pone en contacto a cientos de gobiernos, miles de académicos, miles de líderes empresariales, jóvenes innovadores y emprendedores, cientos de afamadas empresas consultoras y de centros de pensamiento de todos los colores e ideologías en torno a diferentes agentes con la pretensión de analizar el estado de las cosas y diseñar un futuro esperable, desde la convicción de que el dialogo comprometido y el trabajo riguroso y ordenado entre actores públicos y privados, posibilita construir un mundo de progreso e inclusión, vector guía de las agendas de transformación que constituyen los ejes de trabajo del Foro mundial.

La cita de Davos 2019, proclama un desafío: “La globalización 4.0 puede suponer un futuro brillante si rompemos con la injusticia del pasado”, expresado por Winnie Byanyima, una de las ponentes principales del encuentro, directora ejecutiva de Oxfam Internacional y miembro de uno de los Consejos Asesores del WEF (Future of Economic Progress). En el análisis del contexto que ha acompañado el pensamiento dominante en la economía de los últimos cuarenta años y la rápida fórmula de la globalización como erróneos sinónimos de comercio libre e internacional generando casi el 50% del PIB mundial, el propio PIB como indiscutible indicador de crecimiento asimilable a “bienestar objetivo” y políticas liberalizadoras y desregulación hacia la “bondad del mercado”, la reducción generalizada de impuestos, liberalización del mercado laboral y bajos salarios… se imponen nuevas formas de rediseñar un futuro inclusivo. Hoy, en Davos, como en cualquier rincón del mundo, el nuevo camino hacia el progreso social apunta al trabajo sobre nuevos elementos críticos que exigen novedosas y arriesgadas respuestas que han de venir incorporadas a ese sugerente reclamo del 4.0. Hoy, los cambios en la naturaleza del trabajo y los sistemas productivos no solo obligan al replanteamiento de “políticas neoliberales”, sino a repensar las políticas y actores asociables (mercado de trabajo, sindicatos, “negociación colectiva”, empleo tradicional, sistemas de protección, seguridad social, empleo temporal o indefinido o funcionarial de por vida). La idea del “puesto de trabajo o empleo de por vida” desaparece y, en consecuencia, hemos de reinventar modelos de prevención, protección, aseguramiento y financiación social a lo largo de nuestras vidas, escasamente asociables directamente con el puesto de trabajo. Precisamente estos días, Michal Rutkowski, director de protección social y empleo del Banco Mundial, publica un informe en relación con los cambios en el trabajo tradicional y sus beneficios, apuntando hacia la necesaria reconsideración del llamado “contrato social”.

Precisamente es momento clave para responder a nuevos desafíos del futuro y resulta inaplazable formular nuevas preguntas y proponer (y arriesgar) soluciones: ¿empleos generables y empleos en desaparición acompañados de una renta universal?, ¿Cómo generar y compartir mayor bienestar para todos?, ¿Cómo dotarnos de nuevos sistemas de gobernanza cooperativa con la participación de todos los agentes implicados?, ¿Cómo acceder a las tecnologías emergentes y, sobre todo, a su uso eficiente a la vez que no dependiente o marginable?, ¿de qué arquitecturas impositivas, fiscales y de gasto público hemos de dotarnos?, ¿Cómo reinventamos los servicios públicos básicos y esenciales (salud, educación, dependencia…), generando comunidades inclusivas?, ¿Cómo romper el silo paralizante del ascensor social que condena, en la práctica, el movimiento intergeneracional entre diferentes “estratos económicos y sociales”?, ¿Cómo reconducimos el movimiento y pensamiento global hacia un nuevo multilateralismo creativo y glokal?, ¿Cómo generamos liderazgos comprometidos creíbles y de verdadero respaldo de la sociedad de la que forman parte?, ¿Cómo navegar hacia ese futuro deseable desde la incertidumbre del mañana y las limitaciones del punto de partida, la complejidad creciente del viaje a realizar, sumidas en un malestar y desconfianza galopantes a la vez que estimuladas o desorientadas por un mundo dominado por las “fake news”?

Esta y no otras son las cuestiones clave que componen la agenda de Davos.

Se trata de esforzarse en repensar los modelos de crecimiento y desarrollo, el estado de bienestar, la totalidad de industrias y empresas y sus modelos de negocio, los sistemas y modelos de salud y de educación, la geo-estrategia y modelos de Estados y naciones y la estructura y gobernanza de instituciones y organismos internacionales… Agendas y preguntas inacabables que permitan avances progresivos aprendiendo unos de otros, sin imposición, ni de recetas, ni de pensamiento único. Nueva información al servicio de todos para que cada uno, desde su responsabilidad, aspiración y capacidad de decisión, trace su camino hacia el progreso social.

4.0 es un reclamo general que se asocia en demasía al estricto (esencial) ámbito de las tecnologías exponenciales emergentes que, sin duda, van más allá, de una relevante “digitalización y desmaterialización” de la economía. Es la puerta básica para la reinvención de los modelos de “negocio” y empresa, “modelos sociales” e institucionales y de gobernanza. Pero, más allá de traspasar esta puerta, nos esperan nuevos desafíos en sucesivas versiones de la mano de las demandas y logros sociales a lo largo del tiempo y del mundo.

Así, el trabajo sostenido, de años, entre estas decenas de miles de personas que conforman y alimentan al WEF-Foro Económico Mundial, se ven mínimamente reflejadas en miles de páginas de informes y documentos de análisis y recomendaciones para ayudar a transitar por este complejo, a la vez que apasionante, viaje. Bienvenida sea su aportación. Ahora bien, la responsabilidad de las decisiones de lo que hagamos con ellas serán solamente nuestras: “Cada uno hemos de apostar por nuestra propia estrategia y políticas a seguir, ya sea en el ámbito público o privado, personal o país”.

El atractivo encuentro nevado en Davos no es sino un encuentro que recuerda lo mucho que nos queda por hacer, permite compartir y debatir diferentes sensibilidades y opiniones y facilita marcos de actuación en el complejo e interrelacionado mundo de problemas y demandas globales. La apuesta por una agenda global del futuro hacia el progreso inclusivo tiene mil formas, si bien posibilita un reclamo que merece la pena perseguir.

Terminada la Cumbre toca volver a casa, retomar nuestros diferentes compromisos y responsabilidades diarias y es el turno, con o sin Davos, de definir un futuro propio. ¿Cuál sería la agenda para mi País, para mi empresa, para mi proyecto personal? Una buena oportunidad para abordar el nuevo año.

Innovación geopolítica: muros y contramuros en la frontera del Río Bravo

(Artículo publicado el 6 de Enero de 2019)

Uno de los llamativos, a la vez que preocupantes, reclamos electorales y del gobierno Trump ha sido y es la construcción de un muro a lo largo de la frontera entre Estados Unidos (de América) y los Estados Unidos Mexicanos, al punto en que hoy se convierte en el principal obstáculo para la aprobación del presupuesto de la Administración estadounidense paralizando el país con el cierre de ocho de sus ministerios con sus correspondientes trabajadores y agencias. Grave consecuencia administrativa que se une a los trágicos enfrentamientos de su ejército y policías de frontera con “la caravana de la dignidad”, que pretende entrar en “el paraíso norte americano” tras largo y penoso recorrido desde Honduras.

Trump se empeña en continuar (de forma acelerada y extrema) con la magna obra iniciada por presidentes anteriores (Bush, Clinton, Obama) levantando muros físicos a lo largo del Río Bravo, frontera natural entre ambos Estados haciendo de estados Unidos y México vecinos distantes. “Espacios de protección y seguridad” conformados por muros y fronteras físicas que han servido, históricamente, para guiar desde la geografía a los delineantes de mapas que “construyen” naciones y Estados a raíz de guerras, acuerdos geopolíticos o simples caprichos o pseudo refugios que terminan, de forma temporal, definiendo mapas. La mayoría de las veces, configuran espacios artificiales anti-natura, provocando conflictos entre las poblaciones separadas, prescindiendo de lenguas, culturas, sentido de identidad y/o pertenencia, lazos familiares, historia y relaciones económicas, que parecerían condenadas a desaparecer tras un decreto, leyes o pactos coyunturales generalmente entre vencedores (mayorías dominantes en un momento concreto) y vencidos (minorías en repliegue ante la fuerza del momento). Desgraciadamente, muros del material que sea (incluso aquellos invisibles o intangibles), se han generalizado a lo largo del mundo dando lugar a “flujos fronterizos”, a lo largo del tiempo, provocando o aumentando inevitables inconformismos que hacen de las fronteras, separaciones administrativas pocas veces asumidas por la naturalidad de las relaciones entre ambos lados. De esta forma, si una noche de precipitado insomnio se definió la nueva India de Mountbatten (“Esta noche la Libertad”), o sucesivos conflictos configuraron “las mil chinas”, que conforman una China rodeada por pueblos con poblaciones inmigradas mayores que las poblaciones originarias en los múltiples países que conforman su larga frontera, (destacando Mongolia, India, Pakistán, Nepal, Corea y Kazajistán o Rusia), o el trágico desenlace bélico terminó dando paso a la  recomposición de los espacios naturales y originarios de los Balcanes, pre-Yugoslavia, el muro estadounidense pretende erigirse en un aterrador mensaje para poblaciones vecinas llamadas a configurar un espacio común y/o compartible, desde sus propias identidades, aspiraciones y decisiones, en algún futuro post Trump. Afortunadamente, la inteligencia democrática y el desarrollo de espacios naturales termina generando, de vez en cuando, ideas innovadoras en lo que podríamos definir como una novedosa corriente de innovación territorial, geopolítica y socioeconómica, sustituyendo murallas físicas fijas por espacios cambiantes.

En esta confianza, contemplamos otros casos que por voluntad democrática pueden dar lugar a transformaciones innovadoras como la inevitable generación de “un espacio fronterizo blando”, irlandés, que posibilite un Brexit acordado o la deseada supresión de “fronteras político-administrativas que dividen a un pueblo y comunidad vasca en tres espacios diferenciados dentro de dos Estados diferentes en el seno de la Unión Europea”. En este marco, sin embargo, una de las mayores preocupaciones mundiales no es otra que la migración de las poblaciones. Generalmente, bien por razones de guerra o políticas provocadoras de exilios forzados, crecen los movimientos, “supuestamente voluntarios”, de quienes han de buscar oportunidades para una vida digna, la búsqueda de un proyecto de futuro para sus familias o el derecho a sobrevivir, huir de la pobreza o de situaciones insoportables de vida. Nuestra referencia próxima, Europa, es un doloroso ejemplo al que parece que nos estamos acostumbrando sin encontrar soluciones para quienes esperan una acogida humana.

En este contexto, al margen de otras consideraciones, una idea dominante (de escasa y compleja aplicación temporal) pasa por proclamar la necesidad de invertir en aquellos países o regiones, comparativamente empobrecidos, origen de los principales flujos de emigración, para “atacar y resolver el problema en origen” generando riqueza, empleo y desarrollo endógeno, evitando movimientos hacia los países y polos ricos de desarrollo (Norte-Sur) a los que pretenden y anhelan llegar quienes abandonan sus países o territorios de origen. De una u otra forma, el desarrollo rural impediría el desplazamiento hacia las ciudades, la descentralización evitaría la concentración metropolitana o en Mega Ciudades y, sobre todo, invertir en los polos origen limitaría la necesidad, real o percibida, de emigrar. Así, esta idea base, además de procesos naturales y/o provocados a lo largo del tiempo y el mundo, han podido mitigar desigualdades, favorecer espacios de inclusividad y desarrollo y favorecer la apuesta por unas Comunidades propias en las que desarrollar un proyecto de vida.

Bajo esta idea general, diferentes modelos de desarrollo se han experimentado trascendiendo de los límites administrativos y políticos vigentes. Un buen ejemplo es la isla de Batam en Indonesia. La limitación de territorio físico de Singapur, su diferencia económica favorable respecto de las zonas próximas de Indonesia y Malasia, así como sus necesidades de expansión manufacturera y, en consecuencia, mano de obra, generaban una demanda migratoria atractiva para población indonesia. Singapur quería contar con los beneficios de dicha población, pero evitando una masiva entrada de ciudadanos malasios e indonesios, por lo que codiseñó, junto con Indonesia y Malasia, una zona de libre comercio en la isla de Batam. Sus problemas migratorios, sus consecuencias en demanda de servicios sociales, vivienda, protección y seguridad social, integración e inclusión, así como asuntos culturales, lingüísticos, etc., podrían mitigarse. Hoy la Isla de Batam es uno de los principales hubs de desarrollo del triángulo Singapur-Tailandia-Malasia en el creciente sureste asiático.

En esta línea, volviendo al inicio de este artículo, el pasado 1 de diciembre, México estrenaba presidente: Andrés Manuel López Obrador. La fecha coincidía con la “caravana de la dignidad, supervivencia y empleo” que, desde Honduras y Guatemala, cruzaba el territorio mexicano hacia la frontera con un objetivo: entrar en Estados Unidos de América, aspiración máxima de su “tierra prometida”. El presidente Trump enviaba destacamentos militares (decenas de miles) a su frontera, dictaba decretos endureciendo las normas migratorias para impedir la entrada de inmigrantes, detenía y retenía a quienes pasaban ilegalmente su frontera, paralizaba autorizaciones en curso de miles de inmigrantes con años de residencia y trabajo (legal o ilegal, formal o informal) en los Estados Unidos y separaba a los niños de los adultos con los que viajaban. La caravana centroamericana llegaba a la frontera mexicana y Trump exigía al gobierno de México “intervenir y cerrar su frontera sur con Guatemala” para impedir su largo viaje y concentración en la frontera norteamericana. A la vez, recordaba a congresistas y representantes estadounidenses la necesidad de aprobar el multimillonario presupuesto solicitado para construir el muro fronterizo bajo la amenaza de “cerrar el gobierno y paralizar el País”.

López Obrador anunció en su toma de posesión su “contra muro”: “contra un muro físico que impide entrar en Estados Unidos, construiremos una zona especial de desarrollo a lo largo y ancho de la frontera. Los 3.180 kilómetros de longitud de la frontera y en una franja de 25 kilómetros de ancho, generaremos el mayor espacio de desarrollo económico del mundo. Más de 80.000 kilómetros cuadrados al servicio de la inversión mexicana y extranjera, con beneficios fiscales, salarios iguales a los estadounidenses, precios iguales de la energía a ambos lados de la frontera y el mayor plan de infraestructuras jamás visto. Trabajo ya con los presidentes centroamericanos y he iniciado conversaciones con Estados Unidos para lograrlo”. Esta semana, en una reunión con empresarios relevantes y políticos en la ciudad de Monterrey, ha presentado un decreto-ley que pone en marcha la iniciativa anunciada, vigente desde el 1 de enero. Se trata de una “zona franca” con una reducción de impuesto sobre la renta al 20% (menos de la mitad general), un IVA al 8% (el 50% ordinario en el resto del país), homologación de precios de energía con Estados Unidos, facilidades a la inversión empresarial, grandes proyectos de infraestructura (presas, recursos hidráulicos, carreteras, ferrocarril, logística). El impacto económico y social de este “espacio especial” supone actuar sobre una población residente, hoy, de casi 8 millones de mexicanos en 43 municipios en 6 Estados limítrofes con 4 estadounidenses. Por esta zona fronteriza cruza hacia Estados Unidos el 70% del comercio USA-México y el 85% de los mexicanos que atraviesan la frontera compartida. Estos 6 Estados mexicanos aportan el 23% del PIB del país.

De momento, su entrada en vigor supone una reducción estimada, en ingresos fiscales, de 120 mil millones de pesos mexicanos (6.000 millones de dólares) que ya dejan de pagar trabajadores y empresas establecidas en la franja. ¿Serán suficientes los buenos deseos, una zona franca con beneficios fiscales para provocar una exitosa estrategia de competitividad, inclusiva y sostenible que no solo retenga a la población y empresas existentes, sino a la emigración mexicana y centroamericana que tiene como máxima aspiración llegar a los Estados Unidos de América?

Al margen de las medidas aplicadas, el gobierno mexicano ha explicado que trabaja en el diseño de una estrategia completa que haga de la innovación, la inclusión social y la diversificación productiva los ejes de su desarrollo. Anuncia que transformará sus sistemas de salud, educativo y de bienestar. Como viene siendo tradicional en los gobiernos anteriores que el actual presidente califica de “neoliberales” culpables de políticas que ha endurecido y empobrecido al país, señala las mismas recetas en términos de etiqueta: potenciar a la microempresa, generar ecosistemas de innovación, generar cadenas de proveedores, revisar y potenciar los acuerdos de libre comercio de México con el exterior, oficinas de promoción de inversión extranjera y contemplar la apuesta como “piloto” para su aplicación en otras doce zonas metropolitanas en las que se concentran el 81% de las exportaciones del país. Además, decreta el traslado de la sede del Ministerio (Secretaría de Economía) desde Ciudad de México a Monterrey para propiciar vocaciones descentralizadoras. ¿Más allá de las palabras y referencias a programas y políticas, habrá una implantación real de una nueva estrategia? ¿Será el nuevo paraíso deseado en el ansiado eje Sur-Norte?

Ya hace años (2003), el entonces presidente de México, Vicente Fox (Partido Acción Nacional, conservador, que gobernaba por primera vez tras el final de la revolución de 1910, que dio paso al PRI a lo largo de todos estos años salvo dos periodos presidenciales), promovió junto con los gobiernos centroamericanos (Honduras, Salvador, Guatemala, Costa Rica, Panamá, Belice) el llamado “Plan Puebla-Panamá”. Su razonamiento era claro: “la inmensa mayoría de la población emigrante de nuestros países hacia Estados Unidos sale de este corredor deprimido entre el sureste mexicano (Puebla) y la totalidad de Centro América. La única manera de evitar esta dolorosa sangría es generar un eje de desarrollo económico”. Su plan se concentró en un eje que atraería la inversión: un macro plan de infraestructuras físicas con una carretera vertebradora, un ferrocarril moderno, un entramado logístico, energía barata y arquitectura fiscal favorable. El desarrollo de esta apuesta favorecería los niveles de bienestar deseables. Hoy, desgraciadamente, el Plan y su gobernanza inter-países y multi-región no existe, los proyectos previstos han sufrido cambios diversos y, en el mejor de los casos, alguno de ellos se “reinventa” en algún gabinete local a la espera de su oportunidad. La región sigue mirando a Estados Unidos y sus habitantes engrosan la caravana ya mencionada.

 ¿Prosperará la apuesta por este contra muro? ¿Estaremos a las puertas de un modelo de innovación geopolítica? ¿Provocará una reacción distinta en los Estados Unidos, sabedores de la importancia real que para su propia economía y sociedad representa la frontera, la emigración latinoamericana y, en definitiva, su futuro? Recordemos que las prospecciones definen un Estados Unidos de más de 60 millones de “hispanos” en el 2050, en el que México estará más cerca del llamado G-20 que España, mientras USA habrá confirmado perder posiciones en su ranking mundial de desarrollo, y que el espacio transfronterizo, con muro físico o sin él, será más parecido a lo que nuevos espacios reales, como el nuevo aeropuerto internacional San Diego-Tijuana compartan territorio transfronterizo USA-MEX y no que barreras aduaneras físicas entre el Laredo y Nuevo Laredo de hoy eviten los flujos deseados. Los espacios naturales, innovadores y disruptivos compartibles entre Estados Unidos y México configuran, ya, un amplio eje que atraviesa con normalidad vastos territorios de miles de kilómetros desde el Estado de México-Puebla-Hidalgo hasta los Grandes Lagos estadounidenses, uniendo, sin discontinuidad, un largo y amplio corredor económico con los 4 Estados americanos del espacio fronterizo mencionado. Industrias críticas e interrelacionadas: automoción, petróleo, energía, aeronáutica… no se entienden sin ese concepto territorial y actividades coopetitivas que lo refuerzan. Y, sobre todo, su población trabajadora y sus familias viven y conviven a lo largo del trayecto y, día a día, demandan la misma educación, salud y bienestar. Y, por supuesto, en 2050, conformarán un nuevo espacio sociológico y socio cultural, además de político, claramente distinto al escenario de hoy.

 Nuevos espacios de convivencia y desarrollo, bienestar e inclusión no son una quimera. La innovación, una vez más, no es solo cuestión de tecnología y la protección y seguridad fronteriza no es cuestión de muros. Con este 2019, un voto de confianza a arriesgar nuevos caminos de solución.

Competitividad, Prosperidad y Territorio

(Artículo publicado el 23 de Diciembre)

La publicación de un estudio comparado (Consejo General de Economistas de España) de la competitividad regional en el Estado español, irrumpe estos días en el debate “territorial” que al cobijo del “Procés catalán” y de los resultados electorales de Andalucía, viene ocupando los espacios mediáticos de fin de año en el marco de la incertidumbre generalizada en la economía mundial traducida en demoledores resultados bursátiles globales, que afectan al bolsillo y al ánimo de millones de inversores y ahorradores. Los grandes titulares del citado informe destacan que Madrid, País Vasco Navarra y Catalunya ocupan los primeros lugares (a la vez que el País Vasco sería el líder en productividad) con unos índices hasta 250% superiores a los de Extremadura, Canarias y Andalucía. Estos resultados, estructurales, no difieren respecto a años anteriores.

El informe merece algunas consideraciones.

La semana pasada, acudía a mi cita anual de la MOC Faculty en la Universidad de Harvard (Workshop anual de la red de profesores e investigadores de la Red de Microeconomía de la Competitividad que integra a 120 Institutos y Universidades en 65 países, bajo la dirección del profesor Michael E. Porter). Como es habitual, el repaso a los temas candentes sobre la competitividad y el repaso a las principales líneas de investigación y práctica que en materia de competitividad se vienen desarrollando, permitió, en esta ocasión, insistir en algunos elementos esenciales que suponen el concepto COMPETITIVIDAD y, sobre todo, su traducción en estrategias de las empresas, de los gobiernos y de los territorios (ciudades, regiones, naciones) a la búsqueda de la prosperidad y bienestar de las personas. Así, conviene recordar, con claridad, aquello de lo que estamos hablando cuando usamos el término competitividad: “Una nación o región es competitiva en la medida que las empresas y agentes socioeconómicos que operan en ella son capaces de competir, con éxito, en la economía regional y global, elevando salarios y estándares de vida, de forma sostenible, para sus ciudadanos medios”. Definición y resultados que implican prosperidad que no es sinónimo de crecimiento económico, integrar el desarrollo económico con el desarrollo social de manera inclusiva y simultánea, actuando sobre la totalidad de los verdaderos determinantes del valor esperable (con una verdadera propuesta única y estrategia diferenciada en cada empresa, en cada región y en los propios gobiernos en todos sus niveles institucionales),con una “estrategia de país” y no multicidad de programas, proyectos o planes sectoriales escasamente coordinados y orientados hacia un fin determinado, la calidad y eficiencia de sus instituciones, su entorno empresarial y de negocios alineado con el bienestar colectivo y la generación de riqueza y empleo, su capital humano tanto en “stock” conocimiento acumulado como interrelacionado entre los diferentes colectivos y agentes, el grado de clusterización interrelacionada y eficiente de su economía abarcando todo tipo de actividades e industrias conectables, un adecuado proceso de interacción público-privada y público-público ,y la “organización país” para la estrategia compartida. Actuar de forma correcta -y simultánea- en todos estos elementos es lo que permite, al final, explicar un resultado positivo y hablar de competitividad.

Dicho esto, conviene recordar la relatividad de los índices e indicadores que proliferan por el mundo. Son muchos los “índices de elaboración propia” que parecerían medir lo mismo y que, sin embargo, difieren de forma considerable. En este sentido, el marco de competitividad que utilizamos en el MOC de Harvard, con largo recorrido histórico, pone el acento en el Índice de Progreso Social y el Índice de Competitividad que distingue y compara según el peso de la economía y el desarrollo social y económico integrados y el peso determinante de la productividad. Conviene recordar la importancia de utilizar índices homologados a lo largo del mundo de modo que se facilite comparar peras con peras y no acumular informaciones dispares al servicio de intereses particulares y temporales. Baste señalar el ejemplo de Estados Unidos, liderando la Competitividad en términos PIB (por simplificar), cayendo al puesto 25 si de progreso social se trata. Sin embargo, los principales jugadores europeos, especialmente (Dinamarca, Noruega, Suecia, Suiza, Holanda) junto con Singapur, lideran ambos índices comparables. Destaquemos que de los 20 primeros lugares mundiales en términos de progreso social, 15 son países europeos. (Afortunadamente, Euskadi sí forma parte de ese grupo de cabeza, bajo el prisma comparado de país y no subnación conforme al marco administrativo y político en el que hoy se encuadra). Esta constatación entra de lleno en una de las mayores preocupaciones mundiales: la desigualdad creciente (generalmente mayor dentro de un mismo Estado o Mega Ciudad que entre diferentes países o ciudades), la consiguiente búsqueda de nuevas agendas sociales que dirijan los modelos de negocio empresariales, los nuevos roles a jugar por empresas (sobre todo) y gobiernos y el grado de implicación y participación de la sociedad. El modelo de competitividad y desarrollo inclusivo que hemos de perseguir obliga a un acelerado paso hacia el “cierre del loop” que entronque competitividad y creación de valor compartido empresa-sociedad. Todo un reto cuya insatisfactoria solución supone uno de los principales motivos de desafección y movilización antisistema que hoy recorre el mundo.

En esta línea, nuestro trabajo de estos días tuvo la gran oportunidad de compartir con Michael E. Porter y Mark R. Kramer (“padres” del Shared Value o Co-Creación de Valor) el ejercicio real que, a lo largo del mundo, se viene realizando “focalizando el cambio de los condicionantes sociales en el entorno socioeconómico y empresarial en que vivimos”. Toda una verdadera fuente de riqueza, empleo y bienestar. Descubrir las oportunidades y acometer su logro no hacen sino reforzar el rol de los conceptos y principios sociales del “Marco de Competitividad”, comprender sus justos términos y comprometerse en su logro.

Y es precisamente esto lo que subyace tras los índices publicados por el Consejo General de economistas españoles. Discursos vacíos e irrelevantes en torno a supuestas unidades de mercado o de España, propagadas desde mentalidades centralizadas del pasado, alejados de realidades sociales y económicas de un mundo que interactúa con mayor complejidad en múltiples direcciones y bajo inesperadas y cambiantes condiciones, o la simpleza culpabilizadora del “poder regional de los nacionalismos históricos de Catalunya y Euskadi” como focos del comportamiento de diferentes sociedades en su decisión de voto, no es sino errar el análisis. Recordemos como en plena explosión de la crisis financiera y económica mundial, ante el inevitable rescate por el que hubo de pasar España, los protagonistas de la transición y del modelo autonómico se apresuraron a culpabilizar precisamente al Estado de las autonomías de la desmadrada deuda pública, del descontrol de sus finanzas, de la inoperancia y pésima gestión (corrupta en muchos casos) de sus instituciones financieras territoriales (Cajas de Ahorros), llevando al ánimo de la ciudadanía la sensación de fracaso de modelos responsables de autogobierno, descentralización y voluntad de apropiación de sus propias decisiones y proyectos vitales de futuro, añorando, por el contrario, un centralizado “papá Estado” como si quienes, por suerte o por desgracia, pretenden dirigir desde la confortabilidad de su “no globalizable” Madrid.

España tiene un gran problema. No es un espacio único sobre el que aplicar un pensamiento único, o una única estrategia de desarrollo, ni un modelo único puede dirigirse desde el paseo de la Castellana. No puede supeditar el desarrollo, el progreso y las aspiraciones de las diferentes regiones y territorios a un permanente reparto partidario de cuotas de poder, posiciones funcionariales (en España y en los organismos internacionales), ni supeditar la empleabilidad a sus seguidores. El lejano extremo negativo de la competitividad y prosperidad de sus regiones remotas (en estos términos) apartados de espacios de desarrollo medio y elevado, no demanda los mismos tratamientos que otros jugadores ya situados en ese grupo de cabeza europea y mundial. Unos y otros tienen demasiados retos que superar, si bien difieren en áreas de actuación, intensidades, tiempos, recursos, estrategias, compromisos y, por supuesto aspiraciones y voluntades. Estrategias diferenciadas, modelos distintos para demandas, instituciones, voluntades, compromisos y aspiraciones distintas. “Jugar todos a lo mismo” y, además, bajo reglas unilateralmente fijadas, en cada momento, a capricho, ni lleva a la solución, ni facilita afección ni cohesión territorial. La imprescindible solidaridad interterritorial no pasa por igualar en la medianía, ni mucho menos en escenarios de mínimos y/o mediocridad, sino por potenciar el efecto tractor de una convivencia e interrelación compartida de co-creación de valor desde decisiones y compromisos propios. Esto no es solo política o solo economía, sino un paquete complejo, exigente y de largo aliento a partir de un elemento esencial: la aspiración y voluntad democrática de un futuro determinado propio.

También es la competitividad la que nos muestra el camino y señala el valor de la política con mayúsculas. El mandato democrático de las sociedades, la eficiencia y eficacia de las Instituciones y sus logros, constituyen el factor esencial y conductor de toda estrategia para la competitividad y el progreso social. Estos no son consecuencia del azar. Los gobiernos son demasiado importantes y determinantes del resultado final (del positivo y del negativo).

Extremadura, Andalucía, Canarias… ni pueden, ni deben confiar en la “política general unidireccional de Madrid” para romper sus déficits estructurales y diseñar e implementar nuevos modelos alternativos de desarrollo, ni mucho menos concluir que la organización territorial es un regalo para Catalunya o Euskadi solamente remediable con un centralismo unitario. Catalunya y Euskadi necesitan modelos propios que potencien su propia aspiración de desarrollo y progreso social. La competitividad global sí tiene mucho que ver con las “políticas, estrategias y relaciones de vecindad”, pero éstas han de construirse desde la realidad y voluntad diferenciada de cada vecino. Co-crear modelos interrelacionados de desarrollo es el verdadero reto. Hoy, la opinión pública fija su mirada en Catalunya y se auto justifica responsabilizando a sus legítimas aspiraciones y la gestión de su proceso en curso de las ineficiencias ajenas (desde el desgobierno, la corrupción, la insatisfacción propia…). No vendría nada mal concentrarse en la realidad interna de cada uno. Quizás de esta forma, las grandes diferencias ante dos relevantes logros como la competitividad y el progreso social tardarían menos en atenuarse.

Ojalá la lectura del mencionado informe sobre la competitividad regional lleve a comprender su verdadero significado y provoque nuevas y mejores decisiones que eviten repetir, año tras año, rankings y titulares similares.

Confiemos que la paz de la Navidad y los buenos propósitos de año nuevo posibiliten nuevos caminos hacia la tan ansiada prosperidad.

Inseguridad, riesgo e incertidumbre. Leyendo los resultados electorales en Andalucía.

(Artículo publicado el 9 de Diciembre)

“A medida que el mundo parece asistir al crecimiento de populismos y nacionalismos, resulta evidente que la inseguridad económica se sitúa en el corazón del descontento, lo que obliga a repensar el contrato social, incluyendo la observación de una sociedad y sus actitudes y comportamientos reales ante sus mayores y el envejecimiento, la juventud y sus expectativas, los empleados -funcionarios, autónomos, por cuenta propia o ajena en sus dispares condiciones y seguridad- y aquellos que se han quedado atrás, han caído o están inmersos en graves dificultades y/o marginación. La única forma sensata de construir sentido de seguridad, credibilidad y confianza en un mundo en acelerado cambio y globalización no es otra que minimizar los riesgos de exclusión, generar expectativas reales y satisfactorias desde un irrenunciable nuevo compromiso y contrato social hacia un diferente estado de bienestar”.

Con estas palabras, la publicación esta misma semana del trabajo conjunto de F&D (Revista Finanzas y Desarrollo del Fondo Monetario Internacional) y la London School of Economics, “The Age of Insecurity. Rethinking the social contract” (La era de la inseguridad. Repensando el contrato social), introduce un amplio debate desde la profundidad de una crisis real y de expectativas con incidencia a lo largo del mundo y que, conforme a los principales elementos incluidos en este documento, exigirían reconsiderar lo que unos y otros (personas, empresas, gobiernos) hacemos en relación con los derechos y obligaciones ciudadanas ante los crecientes miedos y oportunidades de la irrupción de las tecnologías exponenciales en nuestras vidas, el cambio en la naturaleza del trabajo y el empleo y la inevitable reinvención de sus contratos y condiciones para todos, tanto en el funcionariado, como en la clase política, el asalariado y el cada vez más frecuente autónomo, freelance o slasher (multi-trabajo sujeto a multi-contratante variable); la reformulación de los sistemas de prevención, protección, seguridad social y bienestar; los dramáticos cambios en el trabajo, el empleo, la educación y las estructuras familiares y comunitarias. Elementos condicionantes, para bien y para mal, de un nuevo mundo en desarrollo que provoca, necesariamente, nuevos modos de gobernanza, nuevos instrumentos de participación, decisión, autogobierno y colaboración entre distintos jugadores (personas, colectivos, empresas, gobiernos, regiones e Instituciones de todo tipo).

En definitiva, riesgo ante el cambio acelerado (predecible, a la vez que difícilmente controlable en el impacto y trascendencia individual en el tiempo) e incertidumbre (desconocida, insegura, no controlable) en un escenario diferente al vivido en los últimos 40/50 años. Es decir, necesidad de actualizar principios y contenidos asociables al llamado y ansiado estado de bienestar.

Esta reflexión viene a cuento no por inédita, pero sí por su claridad como base para acercarnos al análisis de algo relativamente próximo como es el resultado electoral en Andalucía del pasado domingo, 3 de diciembre. El hecho de que tras cuarenta años de gobierno de la mano del Partido Socialista (PSOE), pese a ser el partido más votado y con más escaños, haya perdido la capacidad mayoritaria para seguir presidiendo un gobierno (en principio), ha generado todo tipo de análisis y valoraciones, destacando entre tertulianos y observadores mediáticos, que ha sido debido “al proceso catalán y, en definitiva, al cuestionamiento de la organización territorial del Estado español”. Desgraciadamente, como casi siempre, tras una noche electoral que no da las alegrías deseadas por unos y por otros, las causas del no éxito se buscan en los demás y no se mira hacia dentro, evitando asumir responsabilidades y obligarse, en consecuencia, a la toma de decisiones complejas y distintas respecto del estatus quo. El triunfo, a la vez que derrota del PSOE, viene acompañado de la derrota con apariencia de triunfo del Partido Popular (también, sus peores resultados históricos en Andalucía), la derrota sin paliativos de la coalición Adelante Andalucía (Podemos, IU, Anticapitalistas), el crecimiento de Ciudadanos (tercera fuerza con apariencia ganadora pese a su no triunfo) y de la nueva fuerza, VOX, calificada como ultraderecha, división extrema del Partido Popular o canal del descontento general, según quien lo observe. Es decir, un panorama complejo en el que la aritmética parlamentaria ofrece una serie de combinaciones para la formación de un gobierno alternativo a los sucesivos gobiernos socialistas, o de izquierdas, o socialdemócratas, etc., según sus verdaderas políticas implantadas de los últimos cuarenta años. La suma, peras y manzanas, parecería llevar a algún gobierno de la derecha a dos o tres bandos (Partido Popular, Ciudadanos, VOX).

Así las cosas, el debate parece centrarse en el viejo debate derecha vs. izquierda, exclusión o no de los “ultras” (al parecer solamente de aquellos en el ámbito de la derecha) …y en las guerras internas de la izquierda (PSOE y Podemos) en sus propios enfrentamientos tradicionales y disputas personales enmascaradas en un poder controlado de forma centralizada desde Madrid o desde la periferia (en este caso en Andalucía).

Pero, superado este “falso debate”, se ha pretendido extender una causa externa: Catalunya, el independentismo-nacionalismo y la organización territorial. Esta sería la causa de la desafección, de la elevada abstención en las urnas, del fracaso de los partidos “de izquierda” y “de la derecha tradicional” y, por supuesto, de la entrada en el Parlamento de una nueva fuerza descontenta con todos y con todo y que promete iniciar una “reconquista” (“valores”, España única, “calidad de vida” y “empleo” digno para todos…)

Sin embargo, merece la pena acercar la lupa y fijarnos, de momento, en Andalucía y los andaluces. Veamos lo que en verdad puede explicar los resultados.

¿Es que alguien esperaba que el ciudadano andaluz no se revelara ante tanto caso de corrupción, con dos ex presidentes socialistas de su Comunidad en el banquillo de los acusados acompañando a cientos de encausados beneficiados de múltiples, millonarios y “barriobajeros” usos de fondos públicos en favor personal, o que continuaran pasivos ante las guerras intestinas de “su propio partido” bajo fotografías “fake” de besos y abrazos de sus enfrentados dirigentes (Susana y Pedro), o que asumirían tanta danza de alianzas por etapas (hoy con IU, mañana con Podemos o Adelante Andalucía y más tarde con Ciudadanos) en un único intento de mantenerse en el gobierno al margen del para qué? ¿Alguien esperaba indiferencia ante la desigualdad, el desempleo, la crisis estructural y los alarmantes datos de la educación, la sanidad y el bienestar de su población? ¿Cabría esperar un apoyo entusiasta ante potenciales “modelos de cambio” en un hipotético acuerdo con Podemos + Izquierda Unida + Adelante Andalucía, que no solo no han ofrecido resultados en su gestión, sino que concurren, como casi siempre, enfrentados, generando escisión tras escisión? No. El problema no viene de Catalunya, sino de Andalucía.

Empecemos por recordar que el 50% de los andaluces con derecho a voto se quedaron en casa y que nada menos que 80.000 que sí acudieron a las urnas, votaron nulo (preferimos creer que son nulos voluntarios y no por dificultades de emisión). Quienes votaron, castigaron a los tres contendientes “clásicos”: el PSOE obtuvo su peor resultado (en votos y escaños de su historia), el Partido Popular perdió más de 300.000 votos y 7 escaños y Adelante Andalucía-Podemos no ganó ni en el feudo de sus líderes (Cádiz), Ciudadanos se convirtió en la tercera fuerza y entiende que es ya su momento para pasar de la crítica a asumir funciones de gobierno; VOX, de reciente creación, irrumpe con 390.000 votos a la sombra escorada y derechista de la derecha del Partido Popular y un buen número de descontentos. Recordemos, también, otro dato que parece olvidarse en los diferentes análisis: Almería. La “última provincia” que rechazó formar parte de la Comunidad Autónoma de Andalucía en el referéndum estatutario correspondiente y que fue incluida, desde los despachos, por acuerdos internos de los partidos “de gobierno” españoles, ha vuelto a desmarcarse y prefiere su relación directa con el centralismo del gobierno español (Madrid) que la de la lejana Sevilla (gobierno andaluz), dando sus votos al Partido Popular y a VOX y quienes defienden (ayer, hoy y, seguramente, mañana) una España única, grande… en su cruzada y reconquista imparables.( este si es un reclamo asociable a la organización territorial centralizada demandada desde regiones españolas no independentistas). Y, finalmente, una referencia al reclamo de los populismos. Si los machacones mensajes en alusión permanente a “los nacionalismos”, sin matices, basándose en una supuesta contraposición a lo que la “globalización” (siempre para los demás) exige, como panacea, son utilizados para descalificar la voluntad de pueblos, naciones, regiones que aspiran a auto responsabilizarse de su propio futuro, asumiendo riesgos y compromisos, confiando en sus capacidades para decidir, gobernar y cooperar con terceros, identificándolos con todo sentimiento y movimiento negativo, pasa algo similar con la apelación a “los populismos” que, en el caso español y andaluz, parecería limitarse a lo que podríamos llamar “populismos de derechas”. Al parecer, no habrían de percibirse “populismos de izquierda” y, en consecuencia, la sociedad andaluza, en este caso, debería ser inmune a discursos, principios y prácticas del populismo practicado por quienes han sido castigados en las urnas perdiendo las elecciones (PSOE, IU-Podemos).

En un escenario en el que se utilizan etiquetas mediáticas simplistas bajo referencias a “populismos” y “neoliberales” como supuesta expresión de un todo comprehensivo y culpable de todo lo que nos rodea, pareceríamos condenados a evitar el análisis riguroso de la realidad, los cambios que impactan en la sociedad, las preocupaciones de la gente y la evaluación de las políticas públicas, comportamientos privados y anhelos de las diferentes sociedades.

¿No sería el momento de cambiar el foco del análisis y volver la mirada hacia el inicio de este artículo? El acelerado y complejo cambio “globalizado” que vivimos (de mayor intensidad el que está por venir) supone sociedades diferentes, demandantes de soluciones distintas, distantes respecto de lo recibido y percibido hasta hoy y no parecen encontrar respuestas en las ofertas propuestas. Mientas la fotografía de Andalucía refleja un PIB per cápita del 70% del español medio, con una deuda del 25% sobre su PIB, con un desempleo de prácticamente el doble español con regiones que lo triplican y 900.000 parados registrados, con 14 de las 15 ciudades españolas de mayor tasa de paro, con un 31% de la población en riesgo de pobreza, Andalucía (2018) se sitúa como la Comunidad Autónoma número 17 en términos de PIB per Cápita, lo que la señala con un bajo nivel de vida en comparación con la media de España y el difícil trago de situarse entre las últimas de Europa.

¿Cabe, entonces, pensar que exista desafección con el gobierno y los partidos dirigentes y sus políticas y resultados en los últimos cuarenta años, cronificando una capa político-funcionarial dominante conviviendo en un Sociedad dual con tantas desigualdades?

Todo parece invitar a que, en este caso, en Andalucía (y en otras muchas regiones a lo largo del mundo, cada una con sus características propias y diferenciadas) asuman nuevas líneas de observación y reflexión, a la búsqueda de nuevas ofertas reales en torno a “nuevos contratos sociales” que propongan nuevas soluciones a las demandas de su población. Solamente de esta forma, Andalucía hoy, los demás mañana, construiremos espacios de inclusión mitigadores de riesgos y generadores de actitudes esperanzadas ante la incertidumbre. Será la mejor opción para recuperar la credibilidad y el compromiso para repensar e implementar un verdadero estado de bienestar en el que sentirse satisfechos.

Despedida a un amigo. Proyecto personal, empesarial y de vida. Un compromiso: Unai Arteche

La semana pasada nos dejó Unai Arteche Zubizarreta.

En unos tiempos en los que parecería más necesario que nunca reivindicar no ya el papel de los verdaderos empresarios, que también, y de los políticos y gobernantes, sino, sobre todo, el trinomio proyecto personal, proyecto profesional, proyecto de vida, no puedo sino recordar a Unai y compartir ese tipo de decisiones y compromisos que hacen que algunas personas marquen la diferencia.

En el ya lejano año 1991, sumidos en una grave crisis económica -sobre todo industrial- recibí la inesperada llamada del Lehendakari José Antonio Ardanza para incorporarme a su gobierno. Tan solo unos minutos después se sometería a la votación por la que el Parlamento Vasco le elegiría Lehendakari y formaría un gobierno tripartito nacionalista vasco acompañando a su partido, el EAJ-PNV, EA y Euskadiko Ezkerra (que tan solo unos meses después se escindiría dando lugar al Euskal Ezkerra, hoy desaparecido y a la integración de EE en el PSE). Cuatro días después, prometía mi cargo como Vicelehendakari, Consejero de Industria, Comercio y Energía.

En aquellos días, el escenario de crisis se veía deteriorado, más aún si cabe, por un generalizado clamor en la opinión pública abogando por “cambios en la política tradicional” y reclamando “profesionales no políticos” en los gobiernos e instituciones según insistían organizaciones patronales, medios de comunicación y encuestas sociométricas. Parecía simplificarse la ya recurrente clasificación entre buenos (quienes no están en política) y malos (quienes están en política), con el fallido y falso argumento de que los “profesionales” no tienen ideología, son objetivos y carecen de intereses particulares (sean o no legítimos).

En ese ambiente y ante la invitación del Lehendakari a incorporarme al gobierno, le hice ver mi reflexión anunciando una acentuada crisis por venir, aconsejándole nombrar a un hombre de industria, peso referente en la empresa, capaz de incorporar a su equipo un nutrido número de profesionales comprometidos con el país. El caso es que mi argumentación no debió convencerle y, finalmente, formé parte de su gabinete. Así las cosas, obviamente, me apliqué el cuento y decidí ir a la búsqueda de personas del perfil deseado.

Unai Arteche era el presidente de su empresa familiar (Grupo Arteche) y en esos días candidato (claro favorito) a presidir la Cámara de Comercio de Bilbao de cuyo grupo de empresa familiar era y ha sido responsable hasta el último momento. Desde el atrevimiento y la temeridad le llamé y le ofrecí ser el Viceconsejero de Industria. Unai no solamente no puso reparo alguno a la categoría del puesto, o sus condiciones retributivas o incluso a su “dependencia” del Consejero y Vicelehendakari, o a las dificultades del momento, la responsabilidad a asumir, sino que su preocupación era “su inexperiencia en la gestión pública”. Unai aceptó la propuesta. Era, lo ha sido toda su vida, un empresario, un profesional, un hombre comprometido con sus ideas y con su país. Un hombre fiel a sus convicciones y proyecto de vida, inseparables de su vida profesional o, mejor dicho, una vida profesional inseparable de su ideología, su familia, su país y su proyecto de vida.

La incorporación de Unai Arteche a ese equipo de Vicelehendakaritza e Industria vino a suponer, junto con otros muchos profesionales que se comprometieron con el proyecto país que intentamos afrontar, la fortaleza, la experiencia, la necesaria seguridad y confianza requeridas para abordar una apuesta de riesgo empeñadas en contribuir a la construcción de un futuro mejor. Siempre le he agradecido su generosidad y humildad tan útiles para abordar una trayectoria compleja y crítica como la que vivimos.

Al enterarme de su muerte no he podido sino hacer una nueva lectura emocionada de un breve documento de despedida que entregué a los miembros de aquel equipo que compartimos proyecto e ilusión durante esa ya lejana legislatura. “Un proyecto, un compromiso, un equipo, un agradecimiento”. En él decía: “…y llegó Unai: ¿sabrá la gente lo difícil que resulta pedir a una persona que abandone una posición cómoda, con reconocimiento y prestigio social, bien remunerada, siga a un hombre joven que solamente puede ofrecerle ilusión y trabajo, e inicie una nueva vida?”. Lo hizo. Y con él, vinieron otros.

Hoy que parecemos inmersos en caos y en el que las instituciones, la política, la entrega a compromisos e ideologías, parecerían no formar parte de los valores de una sociedad, merece la pena recordar estos hechos que forman parte de nuestra realidad e historia.

La semana pasada, en paralelo a las broncas, pseudo escupitajos, demagogia, conchabeos particulares y partidarios y desafección público-institucional en nuestra vecindad y con publicaciones como los trabajos a lo largo del mundo, como los recientes informes del World Economic Forum en el marco de la iniciativa “Futuro Exponencial” dedicados al Servicio Público y Gobierno. Trabajos que inciden en el Valor de los gobiernos y sus decisiones y con ellos su enorme impacto, para bien o para mal, en la marcha de las empresas (en especial aquellas reguladas), en la economía, en la salud, en el crecimiento y desarrollo, en nuestras vidas ordinarias. Sin duda, no podemos asistir impasibles a lo que nos rodea, asentados en una descalificación general.

En definitiva, proyectos personales, compromiso y proyecto de vida.

Con estos propósitos en mente, con mi despedida a Unai Arteche el pasado viernes en la iglesia de San Vicente en Bilbao, mi reconocimiento al amigo, al empresario, al político (todo cargo público lo es o debería serlo).

Hace unas semanas le vi por última vez. Mantenía una comida familiar (seguramente Consejo de familia y de empresa). Poco antes habíamos almorzado juntos y me insistía en la relevancia de la empresa familiar y su aportación de valor a la economía y sociedad. Preocupado por la sucesión empresarial, por la capitalización de las compañías, por los retos de nuestra empresa vasca, por los tumbos de una Europa que no parece caminar hacia aquella que sus fundadores y principios promovieron, por nuestra querida Euskadi y su futuro en una constelación internacionalizada o globalizada y por el “horroroso y esperpéntico espectáculo de la política en el Estado español”.

Agur Unai. Goian Bego!