Superar la nebulosa de la Moncloa… y de Europa

(Artículo publicado el 10 de Noviembre)

En su informe periódico sobre el análisis de la coyuntura internacional, Ian Bremmer (politólogo y consultor especializado en riesgos globales), destaca un posible punto compartido en las múltiples movilizaciones que se vienen sucediendo a lo largo del mundo, desde Hong Kong a Washington o Beirut pasando por las principales capitales latinoamericanas, París o Barcelona: la desigualdad percibida.

A una estimación genérica de la desigualdad, al margen de su intensidad objetiva medible, se añade la relatividad de la percepción entre diferentes personas o grupos sociales en contextos diferenciados. Así, sean causa o efecto, la desafección política, (aparente o real), la distante observancia de políticas resolutivas sobre demandas sociales de todo tipo y la inevitabilidad de una creciente ausencia de respuestas personalizadas a cada uno en contextos y momentos específicos, genera, en la población no atendida, alejamiento de sus respectivos gobiernos y de las consecuentes expectativas de solución, provocando, paso a paso, grandes déficits de credibilidad y liderazgo en los dirigentes. La percepción de estas demandas insatisfechas se propaga y mezcla con todo tipo de malestar y reivindicaciones, de estruendo generalizado retroalimentándose entre sí, reforzada por los medios de comunicación y, sobre todo, por la explosión de las redes sociales (de perfil, propiedad y responsable último desconocido). En este caldo de cultivo, la excesiva concentración de los beneficios esperables de la globalización y concentración de poder en determinadas empresas y mercados termina por facilitar la identificación de culpables, la externalización de responsabilidades y, por supuesto, la aceleración de frustraciones y malestar. Caldo de cultivo para cualquier queja, crítica, protesta o descalificación, justificables o no, a la búsqueda de alternativas (ya sea para el precio de un billete de metro, la modificación de tasas y matrículas universitarias, recordatorio del abandono en que secularmente se ha tenido a minorías indígenas, el cierre de una empresa en crisis, el traslado de todo problema al gobierno de turno, o la reivindicación de un derecho a decidir nuevas formas de gobierno o pertenencia a un Estado predefinido y dominante desde un estatus heredado). Este conjunto de factores configura un crudo escenario que, de una u otra forma, encuentra su aparente explicación homogeneizable en la desigualdad. Sin embargo, siendo esta realidad un ingrediente esencial en la ecuación para lo que un cada vez más potente movimiento hacia nuevas estrategias de desarrollo inclusivo cobre carta de naturaleza, parecería aconsejable una aproximación, también, singularizada a cada uno de los síntomas y problemas existentes, demandando soluciones específicas y distintas.

Así, en torno a lo que cada vez con mayor fuerza da lugar a los movimientos pro crecimiento y desarrollo inclusivo comentados, con unos u otros matices, mayor o menor intensidad y convicción, subyace una clara apuesta por retomar el rol esencial de la ideología, la democracia, el compromiso participativo y la cohesión social por encima de un rumbo o recetas atribuidas a la economía desde una visión reduccionista que pareciera interpretar el mercado y determinadas supuestas reglas exactas e inamovibles, cada vez menos aceptadas, que se habían instalado entre nosotros con escasa crítica, concebida otrora como sacrosanta panacea del pensamiento único al servicio de la proclamada globalización que se suponía imparable y generadora de grandes beneficios para todos, cuyos resultados no parecen avalados por el desarrollo e intensidad de las sucesivas crisis vividas. La rueda parece detenerse. El comercio mundial ha cambiado y ya son, nuevamente, mayores los intercambios y transacciones “domésticas” o intra regionales que las globales, los beneficios para todos muestran un reparto distorsionado y no homogéneo, desigualmente distribuidos. El “mercado” reclama su alma y de la actuación dirigente (y diligente) de los gobiernos, desde decisiones y controles democráticos. Son tiempos de cambio para transitar, con determinación y compromiso, desde la frustración y desilusión colectiva de partida hacia renovadas apuestas por liderar nuestras ilusiones y aspiraciones. Superar esta desilusión colectiva sería nuestra retadora respuesta a esta paralizante situación a la que sugerentes lecturas y pensadores parecen arrastrarnos, como las de Piketty, que prevé centrar su causalidad en un “Hipercapitalismo” dominante en los grandes déficits de igualdad e ideología propias del siglo XX reflejado, sobre todo, en la creciente capacidad económica y financiera que, dice, caracteriza el nuevo siglo XXI y, en su opinión, demandaría transformaciones radicales en los sistemas políticos y sociales imperantes (“Capital et Idéologie”).

Una vez más, sin duda alguna, es tiempo de la política y los gobiernos, de los liderazgos y compromisos empresariales, de las responsabilidades sociales e individuales, de la ideología y de supeditar los modelos económicos a los objetivos de prosperidad y bienestar. Estrategias de desarrollo inclusivo exigen precisamente la conjunción de políticas sociales y económicas convergentes, a la vez.

En este sentido, en los próximos días o semanas, habríamos de contar con nuevos gobiernos tanto en Madrid como en Bruselas. Visto lo visto, en los años perdidos del inexistente gobierno en funciones en la Moncloa y las escasas expectativas de mejora según reflejo de la campaña electoral que hoy se traduce en nuestro voto en el estado español, nuestras esperanzas de acompañamiento a las instituciones vascas, mira a Europa. Sin embargo, estas ilusiones responden más a sueños del pasado que a realidades observables hoy, ante una frágil y anómala estructura de gobierno europeo, que ante la falta de sintonía entre el Parlamento europeo y la Comisión, ésta sigue sin completar su renovación, pendiente, además, de incorporar Comisarios designados-negociados por cuota país, sin contar con el anómalo caso británico que ha de incluir un Comisario temporal hasta la salida del Reino Unido de la Unión Europea cuya fecha es desconocida (¿31 de enero de 2021?). Todo parece enturbiar la prometedora presidencia transformadora de Von der Leyen y “su gobierno pensado en soluciones de futuro y no mantenimiento del pasado”. (Por cierto, con un Comisario español –Borrell– sin agenda en Bruselas, como tampoco la tiene en el gobierno fantasma de Sánchez desde su entrada en funciones más allá de entrevistas y miniviajes y manifestaciones anti-Catalunya). Entre tanto, quien fuera rechazado por el Parlamento europeo para presidir la Comisión, es hoy de hecho, su presidente en funciones ante la baja quirúrgica del presidente saliente (Juncker). Europa profundiza en su propia crisis crónica de desgobierno y prácticas no democráticas, haciendo que el proyecto europeo viva la enorme paradoja de ser el espacio con mayor democracia y compromiso con el estado social y de bienestar del mundo, tener una máxima desafección ciudadana con sus políticas y prácticas de dirección y el mayor desprecio a una gobernanza acorde con los objetivos que pregona, administrada por un gran déficit democrático y de eficiencia, entregada a una burocracia ni elegida, ni controlada. Un trueque de intereses y cuotas de Estado perpetúa un paralizante y cada vez más distante desgobierno. Así las cosas, nuestras esperanzas en que alguien lo hará mejor que en Zarzuela-Moncloa, se traduce en un ilusorio optimismo desinformado.

En este marco, tensionado por una largamente anunciada desaceleración camino de recesión, la toma de posesión de la nueva presidenta del Banco Central Europeo (Christine Lagarde), coincide esta semana con la presencia de uno de sus vicepresidentes (Luis de Guindos) en la Universidad de Deusto impartiendo una conferencia en el Paraninfo de la Universidad (“Sede Sapientiae”, “trono de la sabiduría” reza su mensaje principal presidiendo tan significativa aula). De Guindos explicó la visión del BCE en el contexto económico internacional (desaceleración y bajo crecimiento económico en un horizonte de larguísima duración, impacto negativo inmediato por la guerra arancelaria, la novedosa, desconocida y generalizada situación de tasas negativas de interés sobre lo que no hay experiencia gestora en la política monetaria al uso, agravadas en el caso europeo por el Brexit -si bien suavizada por una salida con acuerdo-). Con estas premisas, De Guindos destacaba que tan solo el 5% de las recomendaciones de la Comisión y Consejo Europeos sobre reformas y políticas estructurales son implantadas por los gobiernos de los Estados Miembro, lo que hace absolutamente imposible el logro de los objetivos previstos en la Unión Europea y sus miembros. Bajo este ineficaz paraguas, aceptaba como insuficiente el encargo-objetivo que el Tratado de la Unión asigna al BCE, garante de la estabilidad de precios, controlando la inflación bajo el objetivo del 2% anual, para el conjunto de su ámbito competencial (recordemos que dicho mandato, lo es, en realidad para el sistema europeo de Bancos Centrales y del BCE y no solo para la eurozona, lo que supone, de entrada, un claro divorcio entre lo que se pretende y lo que pueden hacer). A partir de aquí, afirmaba que la política monetaria se ha demostrado insuficiente y es momento (una década después de la crisis) de apelar a los gobiernos para el uso inteligente y responsable de la política fiscal favoreciendo grandes proyectos de inversión, programas y políticas estructurales con el endeudamiento adecuado y, eso sí, “el apoyo a los mercados de bienes y servicios públicos”. Hoy, quien fuera secretario de Estado y ministro español de los gobiernos de Aznar y Rajoy, los más negacionistas del cambio climático, se ha reconvertido y además de proclamar la evidencia de la cuestión, anuncia la fijación de criterios obligatorios de economía e inversión verde en las políticas de apoyo del BCE. Cambio climático, empleo y cohesión social serían las claves de la financiación y políticas europeas. Adicionalmente, pone el acento en dos líneas de actuación estratégica: crear un mercado de capitales europeo que sustituya a la City Londinense post Brexit, si bien en una “plaza europea” desconcentrada en diferentes ciudades europeas, especializadas producto/servicio a producto/servicio y el impulso a la concentración y funciones bancarias cuyo modelo de negocio es insostenible (Lagarde ya anuncia que no apoyarán el traslado del pago de tasas negativas a los clientes por sus depósitos), la creación del ya tantas veces reclamado Fondo de Depósitos Unitario para toda la Unión Europea y la vigilancia de los bancos y entidades financieras. Nuevas “políticas e instrumentos”, además de objetivos para el mismo banco, financiación y mandatos de un banco creado para otra cosa, dejando la política económica, fiscal, social, presupuestaria… para el gobierno de la Europa en construcción y los Estados Miembro, cambiantes a lo largo del tiempo. Nos preguntamos, ¿por qué hoy sigue siendo una panacea el logro del 2% de inflación global?, ¿por qué ya no es adecuada la exigencia de un 3% en la convergencia económica de pertenencia a la Unión?, ¿por qué el nivel de endeudamiento exigido a los gobiernos era el adecuado para la salida de la crisis desde la mal llamada austeridad?, ¿por qué los 27 ministros de finanzas suponen la mejor idea global para un nuevo espacio de crecimiento y desarrollo inclusivo?, ¿por qué las mejores políticas y estrategias son las unitarias bajo decisión centralizada y no las adecuadas a diferentes espacios nacionales, regionales, locales y controlables desde ámbitos próximos?, ¿por qué es el BC y no un gobierno de dirección política no ha de ser quien diseñe y marque las prioridades y transformaciones necesarias para una Europa necesitada de un cambio radical acorde con la demanda de los europeos?

Bienvenidos, sin duda, nuevos instrumentos asociables a demandas y necesidades reales y diferenciales, y bienvenido un auténtico cambio en la política económica y presupuestaria europea, pero no basta con cambiar el discurso y la dirección desde los mismos responsables y capacidades. Nuevas estrategias, nuevos instrumentos, por lo general, aconsejan nuevas competencias, nuevos jugadores y nuevas actitudes.

Las sociedades demandantes de una mayor cohesión e inclusión, de nuevos resultados percibibles, de nuevos liderazgos compartibles y del suficiente gobierno y control participativos, requieren nuevos combustibles (credibilidad, confianza, resultados) para una afección democrática real. (Esta mañana, Ana Botín, desde el corazón financiero, decía: “reconozcamos que hemos perdido la confianza de la gente, necesitamos dar un vuelco a la ortodoxia reinante en los últimos años”).

Una nueva Comisión Europea, un nuevo BCE, un nuevo marco de relaciones entre el Reino Unido y la Unión europea, un nuevo Reino Unido desde el rol diferenciado de quienes hoy lo componen, un verdadero gobierno en la Moncloa, capaz de entender las demandas reales de un Estado plurinacional que se mueve hacia otros modelos y generador de confianza y no de protagonismo personal propagandístico… y una nueva savia enriquecedora y rejuvenecedora de la antigua Europa originaria y deseada. Una larguísima senda a recorrer desde el imprescindible optimismo para construir ese espacio en el que la ideología, la igualdad, la economía sean una verdadera realidad y práctica democrática, al servicio de las demandas y necesidades de la sociedad.

40 años de Estatuto… y la necesidad de un nuevo Estatus

(Artículo publicado el 27 de Octubre)

Cumplidos 40 años del Estatuto de autonomía para el País Vasco, cabe hacer una positiva valoración del mismo como instrumento posibilista, facilitador de una salida de la dolorosa y trágica dictadura del franquismo, de un tránsito hacia la reconstrucción democrática como vehículo de salida del aislamiento con miras a una Europa, entonces limitada a sus aspiraciones económicas mínimas integrables, aplazando sus sueños de un espacio comunitario de paz, libertad, bienestar y solidaridad desde la subsidiariedad que amparaba los anhelos de los pueblos y naciones que como la nuestra, veía en ella el marco adecuado de solución de un exigente proyecto de futuro. Suponía contar con un mecanismo suficientemente válido para recorrer una fase de crisis económica, social y política. Una apuesta por la imprescindible superación de un régimen dictatorial con su reforma inevitable y, a la vez, factible, en contraposición a una ruptura imposible en un contexto internacional que no podía o no quería avalarla, en un clima, además, de confrontación y terrorismo.

El Estatuto de Gernika permitió soñar con un futuro mejor, convencernos de nuestras capacidades para apropiarnos de nuestro futuro y comprometernos con un largo e inacabable proceso de construcción y transformación, partiendo de cero, generando y recreando instituciones, diseñando políticas innovadoras y retroalimentando una confianza mutua, pueblo-gobiernos, que, de una u otra forma, con muchísimas más luces que sombras, nos ha traído hasta aquí.

Para quienes el Estatuto de Autonomía era el instrumento del momento como medio para una etapa más y no un fin en sí mismo, ni, en ningún caso, el final del camino, lo leíamos como un verdadero pacto de Estado, soportado en dos máximas de apertura y cierre articuladas: sus tres primeros artículos por los que “el Pueblo Vasco o Euskal Herria, como expresión de su nacionalidad y para acceder a su autogobierno, se constituye en Comunidad Autónoma, dentro del Estado español bajo la denominación de Euskadi o País Vasco, de acuerdo con la Constitución y el Estatuto que es su norma institucional básica”; que “Álava, Guipuzcoa y Vizcaya, así como Navarra, tienen derecho a formar parte de la Comunidad Autónoma del País Vasco”; que “cada uno de los territorios que integran el País Vasco, podrán conservar, o en su caso, restablecer y actualizar su organización e instituciones privativas de autogobierno; la Ikurriña como su bandera, el euskera lengua propia…” y, como llave del futuro recorrido en etapas sucesivas, su disposición adicional: “la aceptación del régimen de autonomía que se establece en el presente Estatuto, no implica renuncia del Pueblo Vasco a los derechos que como tal le hubieran podido corresponder en virtud de su historia, que podrán ser actualizados de acuerdo con lo que establezca el ordenamiento jurídico”.

 

Con estos elementos esenciales y de la mano de la riqueza competencial y poderes cuya ejecución corresponde al Parlamento Vasco, al Lehendakari y al Gobierno, así como a los territorios históricos que conservan y organizan sus instituciones forales, nos sentíamos suficientemente armados para el trayecto inicial. Sin embargo, nunca creímos que un mero requisito técnico, en sus disposiciones transitorias, estableciendo la creación de una Comisión Mixta de transferencias, “en el plazo de un mes”, para fijar las condiciones de transferencia de las competencias que nos corresponden, habría de convertirse en cuarenta años de penalización unilateral (ilegal e inconstitucional), imponiendo un recorte, paralización y desprecio permanentes a la voluntad pactada. Este incumplimiento crónico se ha venido produciendo, gobierno tras gobierno, ya sea de la mano del PP o del PSOE, sin reparo alguno. Un desarrollo normalizado se ha convertido en un ejercicio de trueque, al albur del gobierno español de turno, en función de sus presiones, deseos o necesidades extra estatutarias en cada momento. Situación grave que no solamente ha generado incertidumbre en la planificación de servicios públicos, retrasos en decisiones críticas y esenciales para el País, duplicidades de recursos, ineficiencia de gestión, “favores” partidarios de la mano de funciones redundantes, uso abusivo, clientelar e ineficaz del sector público empresarial del Estado en Euskadi y, en definitiva, un sobrecoste evitable. Cuarenta años arrastrando una insatisfacción permanente, discurso recurrente, desafección galopante.

Así las cosas, Euskadi, hoy, parece seguir cautivo, en exclusiva, de la llave “constitucionalista” de Madrid y sus partidos y representantes “locales” que impiden cualquier avance y, por supuesto, todo deseo de actualización. Despreciaron el mandato del Parlamento Vasco para tramitar un nuevo estatuto (el único del Estado que no ha sido revisado o actualizado) y dilatan nuevos intentos como el que viene gestándose en el Parlamento, en el seno de una tortuosa ponencia de autogobierno. Legislatura tras legislatura, el Gobierno Vasco sigue remitiendo con escasas variantes el ya célebre “Informe Zubia”, más o menos similar al original, recordando la exigencia de cumplir el mandato estatutario y constitucional de traspaso. Mientras tanto, quienes reclamamos el cumplimiento íntegro del Estatuto, somos clasificados en el paquete estatal de los “no constitucionalistas” y se nos “anima” a no provocar cambios, aspiraciones o nuevos caminos que “rompan” la concordia de la supuesta transversalidad social, paralizante de proyectos y esperanzas diferenciadas de aquellas dictadas desde los universalistas de la España única y unitaria.

La búsqueda de un nuevo Estatus no es un capricho ni un sueño ajeno a la realidad o a los tiempos que corren. El mundo se mueve y la sociedad vasca también. Si bien parecemos una especie de oasis en el caótico estado español y los resultados avalan la apuesta emprendida hace ya cuarenta años, hemos de recordar que esto no es fruto de la casualidad, sino de apuestas específicas que se han basado no solamente en la literalidad competencial, sino en el compromiso con apuestas a riesgo en aquellas áreas que hemos considerado vitales para la generación de riqueza y bienestar, acompañadas siempre de la mayor cohesión social y territorial posibles, casi siempre a contracorriente. Hoy no se trata solamente de “llenar y completar el estatuto” sino, sobre todo, de dar un nuevo salto de etapa ante los desafíos a los que se encuentra nuestra sociedad. Ya en mayo del 2015, invitado por el Parlamento Vasco a comparecer ante la Ponencia de Autogobierno (esta que lleva más de cinco años elaborando una nueva propuesta para  “evaluar el estado actual del desarrollo estatutario y sus logros, así como abordar las bases para su actualización…”), aporté el documento “¿Por qué la Nueva economía y sociedades de bienestar aconsejarían un nuevo estatus político para Euskadi?”, como contribución a una mejor comprensión de la importancia de dotarnos, como país, de nuevos instrumentos y de un nuevo marco de auto gobierno, recordando que Euskadi, como toda sociedad, nación y/o región confronta su futuro ante nuevos jugadores en una cada vez más compleja e incierta internacionalización de la economía, a las voces que cuestionan los modelos económicos y empresariales y su culpabilización ante esta grave crisis, desde una generalizada desafección de la política y una infravaloración del relevante papel de los gobiernos en el desempeño de la economía, además del reclamo de un nuevo modelo de desarrollo económico incluyente. Resulta imprescindible dotarnos de nuevas herramientas. Además, más allá de retos específicos en el ámbito en apariencia más inmediato y material, no podemos olvidar el rol esencial de carácter político y social. La mal llamada cuestión territorial con la que parece simplificarse el procés catalán no es sino uno de los innumerables ejemplos que recorren el mundo, a la búsqueda de nuevas alternativas de relación entre las diferentes comunidades y naciones que conforman otrora estados acomodados a una situación heredada que guarda escasa identificación con las nuevas demandas sociales. El “derecho a decidir” (pese a que no exista conforme a las caricaturizadas expresiones del Presidente del Tribunal Supremo español, en su reciente sentencia “de novelado relato previo”, fiel al guion marcado por la convergente fuerza y poderes de un Estado español que no parece consciente de las múltiples voces que claman por nuevas formas de relación, convivencia y pertenencia en su “modelo único”), se extiende a lo largo del mundo, ya sea por una u otra causa. Desde el Brexit dejando la Unión Europea, Escocia desando elegir su propio camino y con el horizonte contrario integrable en la UE, Catalunya hacia la República catalana, Euskadi hacia un espacio diferenciado propio. Detrás están valores, emociones, necesidades y voluntades comprometidas con caminos propios que hacen inevitables comportamientos desiguales, diferentes políticas, la necesidad y/o deseo  de intervenir en la economía y en el mercado próximo desde instituciones propias y distintas, cuestionar la eficacia de planes y decisiones únicas dictadas desde burocracias lejanas y desacreditadas y, sobre todo, la crudeza de nuevos desafíos que han de ser confrontados desde nuevos objetivos, nuevos horizontes y nuevos instrumentos. Un nuevo estatus político al servicio de la economía y de las personas, que como toda estrategia (personal, empresarial, territorial, gobiernos), exige provocar un escenario diferenciado, deseable, compartible por nuestra sociedad. Un marco y escenario alcanzable, adecuado al desafío social de responder a las necesidades, bajo principios y modelos de desarrollo incluyente. Un largo y complejo proceso que exige de todos nosotros un verdadero cambio de actitud (individual, solidaria y colectiva, a la vez) trabajando en “diseñar nuestro propio nuevo Marco o Estatus en Comunidad” siempre cambiante, siempre alineado con nuevas demandas sociales, siempre exigente y solidario, siempre compartido.

Cuarenta años después, recordamos y celebramos el compromiso adquirido en la aprobación del estatuto vigente: su aceptación no implicaba nuestra renuncia a los derechos que hubieran podido corresponder en función de nuestra historia y que habrán de actualizarse conforme a los cambios y demandas de la sociedad vasca. Comprometernos en un nuevo ESTATUS, es la mejor manera de celebrar este aniversario.

Desafíos permanentes desde el podio de la competitividad

(Artículo publicado el 13 de Octubre)

A unos días de la cita periódica con la presentación del Informe de Competitividad de Orkestra, convertido en un clásico para tomar la temperatura a nuestra economía y sociedad y adentrarnos en desafíos de futuro, irrumpe el “Índice europeo de Competitividad” que la Unión Europea elabora para comparar el comportamiento de las diferentes regiones europeas.

El citado Índice europeo sitúa a Euskadi en la posición 125 de las 268 regiones que analiza, otorgando una puntuación mejor que la de hace tres años, si bien nos coloca ligeramente por debajo en términos relativos, con aparente mejoría de algunos “competidores”. Al margen de otras consideraciones, la comparativa por grupos de regiones “homologables”, provoca una primera distorsión al mezclar tamaños, capitalidad central o geo-periférica, modelo de tejido económico, capacidades reales de autogobierno y decisión/aplicación de políticas públicas, etc. Agravada, adicionalmente, por las estadísticas empleadas (las más de las veces limitadas a ámbitos globales por Estado), las encuestas valorativas y la selección de los opinadores y evaluadores, con la excesiva recurrencia a información macro de igual o muy similar aplicación a todas las regiones, generando una asimilación al Estado (y sus políticas) del que se forma parte y a la Ciudad-Región que contiene la capitalidad. Finalmente, el propio objetivo de este Índice, orientado al soporte del ejercicio presupuestario de la Comisión Europea buscando referencias en torno a su modelo de cohesión territorial, adecuado a sus propias políticas y estrategias con clara base subvencionadora, no permite grandes mecanismos de articulación de estrategias para la Competitividad (diferenciada y única, por definición).

Como hemos comentado en otras ocasiones, la sucesión de Índices (la mayoría sin la historia suficiente para el rigor exigible en los procesos de decisión), puede provocar reacciones inerciales y coyunturales que no resulten claves reales de evaluación, aprendizaje y motivación reorientada de caminos a seguir, llevando, en ocasiones, a la confortabilidad o al desánimo inhibidor. La competitividad no es un asunto limitado a un frio éxito económico de algunos contra el resto como suele mal entenderse, sino un motor generador de riqueza, empleo y bienestar sostenibles para la sociedad y todos sus miembros y agentes interrelacionados, en un espacio determinado. De allí su compleja a la vez que enorme importancia.

Ahora bien, con todas las limitaciones que se expliciten, conforme al mencionado Índice regional europeo, Euskadi ocupa la cabeza en el Estado español a escasa distancia de Madrid (tan solo superado por la variable “tamaño del mercado”), destacándose la salud (Sanidad, Servicios Sociales y otras políticas y determinantes socioeconómicos de la salud). A la vez, destaca tres apartados negativos al situarlos por debajo de la media europea, penalizando la calificación final: estabilidad macroeconómica, eficiencia del mercado laboral y sofisticación de negocios.

Así, acercarnos a estos tres apartados negativos podría “tranquilizarnos” al comprobar que el primer factor señalado, “estabilidad macroeconómica” nos penaliza en extremo dada nuestra asociación con el estado y sus estrategias (de planificación, inversión y gasto) arrastrándonos a la situación española (soportando una deuda de 1,2 billones de euros con una carga financiera anual de 40.000 millones, sin presupuestos, con un desempleo estructural que “lidera” el pelotón negro de la Unión Europea y una cuestionable gestión macro a las que se unen las “Leyes Básicas” de aplicación generalizada y obligada, impidiendo decisiones críticas diferenciadas), mientras que, uno a uno, dichos elementos son claramente mejores en el caso vasco: la menor tasa de desempleo del estado, mínima deuda con el mejor ratio del Estado, eficiencia de la Administración pública, etc.. En lo que se refiere al mercado laboral, de igual forma, la crítica y cuestionamiento general de las ineficientes reformas y pésimo comportamiento del mercado laboral español, denunciada de manera permanente, nos arrastrará a las peores posiciones del Índice. Ahora bien, más allá de dicha confortabilidad momentánea, hemos de profundizar y asumir algunos importantes “problemas y desafíos” propios.

Nuestro modelo de relaciones laborales ha sido valorado a lo largo del tiempo como un modelo diferenciado del Estado considerando que contamos con un espacio sociolaboral propio. Sin embargo, las vicisitudes parciales que dicho modelo contempla (organizaciones sindicales y empresariales o patronales singulares y distintas, la propia fuerza representativa de cada unos de ellos, el entramado económico-laboral y sus diferentes formas de negociación colectiva, la inclusión de cláusulas de previsión social complementaria en los acuerdos, la calidad y fortaleza de los beneficios en la Administración Pública al servicio de los trabajadores y los instrumentos de encuentro, como el Consejo de Relaciones Laborales, pionero en su momento, y la Red de Protección y Seguridad Social disponible…), no pueden ocultar indicadores negativos como el propio cuestionamiento o paralización de alguno de los instrumentos de encuentro, hoy desechados o despreciados, el elevadísimo absentismo permanente, a la cabeza del Estado, demasiadas jornadas perdidas fruto de la “conflictividad” como llave de soluciones, o incluso, pese a estar a la cabeza del desempleo, el para nosotros aún considerado paro crónico excesivo, en especial, en el mundo juvenil y en el de larga duración para mayores de 45 años.

De igual forma y tan o más preocupante, aún, el apartado de la “sofisticación de los negocios”. Tras este epígrafe encontramos la innovación, el emprendimiento, la tipología y la internacionalización de la empresa, así como el valor añadido generado y, sobre todo, el siempre denunciado espacio de menor relevancia en ámbitos de alta tecnología.

Si bien es verdad que siempre hemos cuestionado la calidad y validez de muchos indicadores utilizados, más allá de poner el acento en lo mejor o peor concebidos, sería responsable acercarnos a cada uno de ellos no solo para entenderlos o desecharlos, sino, sobre todo, para trabajar a fondo los puntos que incluyen. Euskadi destaca (desde luego en el marco del Estado español) y es referente en competitividad, innovación, bienestar en el seno, también, de la Unión Europea. Ahora bien, a partir de allí, se suele resaltar nuestra débil situación en las tecnologías avanzadas (casi siempre condicionadas por las patentes y propiedad intelectual), empezando por atribuir a nuestra Red de Centros Tecnológicos y empresas una escasa presencia y mínima generación de ingresos en estos apartados, lo que sugeriría una limitación a nuestro desarrollo en este espacio de innovación tecnológica. Innovación de la que se destaca la enorme labor realizada en Euskadi (empresas y gobiernos), si bien se entiende limitada a pocos “jugadores ganadores” y un uso excesivo de recursos en micro pymes con escasa “capacidad innovadora”, centrando, desgraciadamente, los indicadores en su asociación con la innovación productiva, de procesos, de gestión, societaria o social, las más de las veces, no solo de mayor valor, sino asociables al tejido empresarial y cultura socio-económica de nuestro país. En esta línea, el apartado “emprendimiento” resulta penalizado. Euskadi cuenta, sin duda, con uno de los más completos marcos emprendedores, políticas de apoyo público en todos los niveles, iniciativas público-privadas ad hoc, emprendedores “sociales” y algunas significativas empresas que promueven “el intraemprendimiento”. Ahora bien, los resultados obtenidos no vienen acompasados, en el plazo inmediato, a los éxitos empresariales deseables. La tasa de mortalidad de las nuevas aventuras emprendedoras es muy elevada, el grado y tiempo de crecimiento medio de las nuevas iniciativas es escaso para lo necesario y la confusión entre emprender y auto empleo está demasiado extendida.

Así mismo, siendo Euskadi una economía claramente abierta e internacionalizada, situada a la cabeza de su entorno en este capítulo, los evaluadores penalizan nuestra economía por la concentración de mercados, la inversión “productiva o con base permanente” en el exterior y la limitada “presencia tractora” en las “grandes cadenas globales de valor”. Aquí también, el Estado y sus decisiones tienen su carga negativa y penalizadora: la nefasta gestión castigo a la conectividad (Y vasca, aeropuertos, red de acción exterior, misiones parlamentarias, puestos en organizaciones internacionales, presencia en foros exteriores…)

Así, tal y como he comentado con anterioridad, no se trata de “enredarnos” en los diferentes índices que se generalizan a lo largo del mundo, ni de cuestionar los conceptos subyacentes, pero son, en todo caso, una excelente excusa y oportunidad para adentrarnos en los diferentes elementos que mantienen, de modo que nos preguntemos el qué y cómo actuamos en cada uno de ellos, cuál es nuestro estado real, qué resultados estamos logrando, a qué desafíos nos enfrentamos y, sobre todo, qué podríamos hacer para mejorar en todos y cada uno de ellos. La comparación es una buena primera aproximación, su contraste con nuestro propósito y futuro facilita una buena base para ir retocando, reorientando o construyendo una dinámica hoja de ruta.

El Índice aquí comentado, nos sitúa en un lugar cabecera del Estado y en un relativo tercio líder entre las regiones europeas supuestamente homologables. Esta misma semana, Bilbao ocupa uno de los “TOP 10” de las ciudades inteligentes, hace unos días, el Índice de Progreso Social nos volvía a destacar en una posición privilegiada y, de igual forma, podemos constatar significativos avances, liderazgos y referencias mundiales. Es, de esta forma, como podemos abordar, desde la satisfacción por lo logrado, los retos y desafíos del mañana y preguntarnos por aquellos espacios y retos a los que hemos de enfrentarnos.

En unos días, tendremos nuevas fotos del estado de nuestra competitividad. Por encima de la rigurosa información y acceso abierto y transparente a todo tipo de indicadores que su Observatorio de Competitividad aporta (y actualiza de forma permanente), Orkestra nos acercará a otros puntos de la realidad vasca, así como de los desafíos a los que hemos de enfrentarnos. A su Informe de Competitividad 2019, incorporará uno de los aspectos clave para transitar hacia el futuro esperable: “Las tendencias del empleo” y nuestro desafiante viaje más allá de las competencias y la formación asociables. Sin duda, “vitaminas esenciales” para un largo e inacabable viaje.

Euskadi, desde una posición destacada, afronta, día a día, nuevos desafíos. Más allá de Índices concretos, necesarios para medir nuestro grado de avance, sigamos una estrategia propia al servicio de nuestra Sociedad y bienestar.

Aires otoñales

(Artículo publicado el 29 de Septiembre)

La reciente disolución de las Cortes españolas con la consecuente convocatoria electoral tras un Congreso fallido y el cansancio generalizado de la población llamada nuevamente a las urnas, resucita el deterioro percibido en la ya crónica desafección con la política y el descrédito de los instrumentos institucionales encargados de los complejos desafíos de la Sociedad. Largos meses de desgobierno, incierta espera “política” de una sentencia sobre el Procés, la decisión y consecuencias finales sobre un BREXIT con o sin acuerdo, los más que evidentes anuncios recesivos en la locomotora económica europea, el tuiteo siempre sorpresivo y molesto del Trump de los aranceles, la competencia china y, sobre todo, la amenaza al boicot y embargo iraní bajo graves acusaciones no probadas con el temor a una respuesta bélica, son algunas de las preocupaciones que nos ocupan, siendo generadoras de emociones encontradas, debatiéndose entre sensaciones pesimistas u optimistas según el día y el interlocutor en cuestión. Asuntos que, de una u otra forma, están presentes en múltiples encuentros en la calle, conversaciones informales o foros de debate y análisis a la búsqueda de respuestas. ¿Es tan grave la situación como para una nueva crisis económica generalizada y global?, ¿habrá trabajo suficiente, digno y de calidad para las próximas generaciones?, ¿es sostenible nuestro modelo y estado de bienestar?, ¿vivimos tiempos prebélicos? Con mayor o menor incertidumbre real, una sucesión de dudas, preguntas y cuestiones similares pasan desde la inquietud natural inconsciente, hasta la obsesiva búsqueda de respuestas sin saber muy bien lo que haríamos con ellas en caso de confiar en el rigor de la respuesta recibida. Como siempre, afrontamos la cuestión en función del posicionamiento optimista y positivo o negativo y pesimista según el estado de ánimo en el que nos pille la interpelación.

Afortunadamente, disfrutar de un paseo otoñal como corresponde a la época y más si lo hacemos con relativa distancia física de nuestro entorno natural, sumidos en la melancolía, la bohemia y la caída de las hojas, propio de estos días, provoca un cruce de emociones las más de las veces encontradas. Así, en uno de estos paseos en el entorno privilegiado de Central Park, refugio en estos días del caótico impacto en el tráfico de Manhattan entorpecido más allá de lo habitual, por la concentración de delegaciones ante la Asamblea Anual de Naciones Unidas, con las calles tomadas literalmente por los cuerpos de seguridad, excesivos acompañantes familiares practicando turismo y shopping ajenos a los debates trascendentes, intentaba plantearme las preguntas mencionadas, acudiendo a los pensamientos de Søren Kierkegaard: “…Por eso prefiero el otoño a la primavera, porque en el otoño se mira al cielo, en la primavera a la tierra”. Un soplo de optimismo, de esperanza e ilusión que nos predisponga con espíritu positivo ante todo aquello que parecería hundirnos.

Así, si llegaba a Nueva York con la resaca de la disolución de las Cortes en España con el decepcionante fracaso -una vez más- del candidato Sánchez y su partido acumulando una nueva derrota de investidura, desaprovechando el “regalo” que le diera la mayoría, no parte del triunvirato de derechas, para censurar la labor del presidente Rajoy y su partido, con el encargo de convocar elecciones a la mayor brevedad posible y no el de reconstruir su partido a base de cargos de confianza, decretos ley no convalidables y compromisos, una y otra vez, incumplidos, para usarlos en nuevas y sucesivas “negociaciones”, no ha sido menor el impacto del clima político que invade Washington, de la mano de las revelaciones en torno a las relaciones del Presidente Trump y el presidente Zelinski de Ucrania, base de una clara intención de impeachment o destitución. Poder seguir en directo la comparecencia de testigos (nada menos que el Director en funciones de la Inteligencia Nacional de los Estados Unidos o del fiscal general) ante la Comisión de Inteligencia del Congreso y tener acceso a los documentos completos, desclasificados, que conforman la denuncia presentada desde funcionarios de la propia Casa Blanca, supone un contraste de gran magnitud, presentando dos enfoques de aproximación diferenciados sobre el valor de la democracia y transparencia aplicados para el control y, en su caso, juicio a un mandatario (en esta ocasión, el presidente de los Estados Unidos), y el polo contrario, observando la fragilidad que el intercambio de favores y el posible uso personal del poder ejecutivo pudiera suponer, en un país totalmente fragmentado en lo político desde hace ya demasiados años, en un elevado deterioro institucional, de credibilidad y a merced de la mayor o menor interpretación de las series televisivas que parecerían reflejar la realidad de un sistema de poder e intercambios claramente decadente y contrario a los intereses del servicio público. “We the People…”, (“Nosotros el pueblo…”) como recoge el preámbulo de su Constitución, son el poder real y depositarios de la verdadera soberanía y capacidad de elección y decisión. Delicadísimo asunto que nos ocupará e impactará en las próximas semanas y meses. A la vez, en el marco de la Asamblea de Naciones Unidas en Nueva York, como si viviera ajena a su país-sede acogida, su agenda ha incluido, entre otras muchas cosas, la evaluación de los objetivos de desarrollo sostenible, que ha pasado un tanto desapercibida. Si por un lado la Imperative Social Progress Initiative hacía público su ya conocido y relevante Índice Global de Progreso Social con la buena noticia de que el progreso social avanza, año a año, atendiendo a las mediciones comparadas por el citado Índice, a lo largo del mundo, observando actitudes, herramientas y políticas en curso, favorables al progreso e impulso de una gran apuesta, no solamente facilitadora de una mejor comprensión de la realidad y de las palancas y práctica en uso promoviendo mejores resultados al servicio de las personas en diferentes comunidades, orientando las soluciones hacia una mitigación de la desigualdad y a favor del desarrollo inclusivo. Desgraciadamente, esta buena perspectiva, de avance, paso a paso, venía acompañada de la mala noticia anunciada en el proceso de evaluación de Naciones Unidas respecto de sus propios objetivos fijados en su momento para el año 2030: Sus metas y resultados prefijados no se alcanzarían, actuando conforme a lo previsto, antes del año 2072. Buenos objetivos, cada vez más asumidos a lo largo de todo el mundo y que, sin embargo, no invitan a esperanza alguna con un horizonte como el que se ofrece. No es cuestión de esperar y/o continuar haciendo lo mismo, con los mismos recursos e instrumentos y políticas, y los mismos objetivos y medios.

Y, de esta manera, aunque pudieran parecer casos de escasa relación o interdependencia y de menor rango de prioridades y alcance, volvemos al otoño electoral próximo en donde contemplamos a los mismos protagonistas, los mismos no programas del pasado reciente y limitadas ofertas de escasa relevancia, menor interés y nula ilusión de futuro. Aquellos que no han sido capaces de cumplir con su trabajo mínimo tras las elecciones, concurren a las mismas sin novedad alguna, sin evaluación de su trabajo, confiando en que el azar traiga nuevos resultados y soluciones a la compleja demanda de la sociedad, ansiosa de contar con un proyecto compartible de futuro. Escenario de candidatos que prometen no hacer nada diferente a lo que han hecho hasta ahora, ni una sola idea creíble sobre un nuevo modelo de bienestar, nada sobre el viejo discurso de la economía productiva alternativo al monocultivo turístico, nada sobre una respuesta al mal llamado conflicto territorial y una negativa vuelta a la centralización, más jarabe de “155” para Catalunya y café para todos con independencia de las aspiraciones de la gente. ¿Condenados a la parálisis?

Siempre habrá alternativas a la realidad observada y a las decisiones propuestas y aplicadas. La complejidad, los nubarrones en el horizonte, han de dar paso a nuevas ideas, proyectos, compromisos y logros. El otoño no es sino como el arte de vivir, cambiar las hojas sin perder las raíces. No tenemos respuestas categóricas para un mundo incierto. Solamente la voluntad de recorrer el camino, cambiante, día a día, hacia nuevos sueños e inquietudes.

“Tenim pressa, molta pressa”

(Artículo publicado el 15 de Septiembre)

El President de la Generalitat de Catalunya, nos recuerda en su libro “Els últims 100 metres” (los últimos 100 metros hacia la independencia y república catalana), la frase utilizada por el dirigente de Esquerra Republicana de Catalunya, Heribert Barrera, en el Congreso de Diputados español, al defender su propuesta de autodeterminación de Catalunya haca ya casi 40 años.

Estos días, con ocasión de la Diada, esta frase ha estado presente en los diferentes eventos y acontecimientos conmemorativos, en una reclamación estruendosa no ya para poner su acento en la historia y derechos preexistentes sino, sobre todo, en la voluntad de futuro del pueblo catalán. Pasar de ser independentistas para ser independientes es el gran objetivo de este largo proceso histórico para el que la sociedad demandante tiene prisa y mucha prisa. Sobre todo, cuando los retrasos vienen impuestos y escapan de su control. El reclamo general ha consistido en el “objetivo independencia” y “absolución” como puntos de unión de una amplia y diversa sociedad movilizada tras diferentes iniciativas y opciones políticas y sociales en curso. La Diada, por encima de cifras y dificultades o de confrontación táctica interna, ha demostrado la fortaleza de un movimiento con prisa, paso a paso, avanzando desde la combinación de diálogo y confrontación democráticas, en un ejercicio continuo y comprometido, conscientes de las enormes dificultades que el propósito final conlleva.

A pocos kilómetros, también, el Reino Unido tiene mucha prisa. Decidió, por vía democrática directa, seguir un nuevo camino independiente de la Unión Europea. Y tiene prisa en abordar su propio camino pese a la complejidad e incertidumbre en que se encuentra, al proceloso y preocupante proceso conflictivo de salida en el que no parecen colaborar ninguna de las partes y sabedor de las largas y complejas tareas que les esperan, no solo en lo que a una nueva relación con la UE le supone, sino a una necesariamente innovadora recomposición de su configuración interna como Reino Unido con diferentes anhelos y aspiraciones irlandesas, escocesas, galesas e inglesa. Todo un nuevo camino por recorrer. Desoír la voluntad de un referéndum que algunos sugieren alejando en el tiempo las decisiones esenciales ya tomadas con el mandato popular, no parece la mejor forma de tomar decisiones incómodas. Ni la Unión Europea, ni el gobierno británico parecen haber asumido la decisión y mandato popular y el 31-O está encima. Sin duda, mucha prisa. Inevitable a fecha fija. Ucrania tiene mucha prisa en utilizar su libre decisión para escribir su propio camino, fuera del dominio y control de su antiguo “compañero” ruso y promueve la intermediación internacional (Europa y Estados Unidos) para facilitar un acuerdo de salida. Hong Kong lo mismo respecto de China, una vez probada la atadura dependiente de su gran coloso “centralizador-globalizador”. Ninguno pretende un futuro aislado, pero sí su propio futuro. Todos ellos son pequeños jugadores en relación con sus interlocutores “dominantes”. Todos ellos creen en un destino propio, interdependiente con sus vecinos y/o antiguos compañeros de viaje, pero, desde sus propias convicciones y decisiones, por vías pacíficas y democráticas. Todos confían en que el asumir las riendas de su propio proyecto generará mayor bienestar para sus ciudadanos. “Small is cute, sex and successful. Why Independence for Wales & other countries makes economic sense” (Con este título, el profesor Adam Price publicaba en la Harvard Kennedy School Review, su comprobación del mundo exitoso de los “pequeños jugadores” que obtenían mejores resultados en términos de valor -económico, social, institucional- que aquellos “grandes bloques dominantes”). “Lo pequeño es sexy, bonito y exitoso. ¿Por qué la Independencia para Gales y otros países tiene un gran sentido económico?”, se preguntaba. Como ellos, otros muchos, como Euskadi, gestionamos nuestros tiempos y realidades para lograr la independencia necesaria para decidir nuestros propios destinos, que en cada momento y circunstancia decidan nuestras sociedades, de manera libre, pacífica y democrática. Escocia, Flandes, Irlanda, por citar algunos otros destacados. Cada uno escribimos nuestra propia hoja de ruta, respetamos las de los demás, aprendemos de ellas y adecuamos el reclamo de nuestros pueblos a los tiempos y voluntades realizables.

La hoja de ruta hacia la República catalana ha incluido un modelo objetivo, esquematizado en Dinamarca, como imagen orientativa de un pequeño país (tamaño y población), nórdico, miembro de la Unión Europea, líder y referente entre los rankings internacionales de desarrollo económico, bienestar y progreso social, solidez estructural y calidad de vida. Ejemplariza el ya conocido reclamo global de los conceptos de Schumacher (“Lo pequeño es hermoso”), reforzado por Robien (“Lo pequeño es posible”), desde la experiencia comparada y las tendencias probadas ante los desafíos mundiales -solucionables, inclusivos-gestionables: “Lo pequeño es imprescindible”. Observa cómo hoy, “pequeños jugadores” ocupan destacadas posiciones en el gobierno de la Unión Europea. Para este largo recorrido, la Diada de esta semana ha movilizado a muchísima gente, consciente de las dificultades que entraña un anhelo de esta magnitud, pero sabedora que el siguiente paso, dotarse de “estructuras de Estado”, resulta imprescindible. Sabe, también, que no es cuestión de replicar aquellas que padecemos en un Estado español aferrado a un centralismo paralizante que se deteriora a pasos agigantados (todavía esta misma semana, estudios demoscópicos indican el deseo mayoritario de Comunidades Autónomas como Aragón, Madrid, Castilla-León o Castilla La Mancha y Valencia optarían por un Estado centralizado y renunciarían a su “modelo autonómico”, lo que aconseja revisar y diseñar “su propia hoja de ruta”, demostrando la imperiosa necesidad de revisar a fondo el futuro de una “España Unica” no deseada). Construir un nuevo modelo no se improvisa, requiere ingenio, innovación, compromiso y mucho aprendizaje. No es cuestión de mirar a modelos del pasado, ni a las infraestructuras radiales hacia y desde Madrid, o a una función pública del siglo XVIII, o a una financiación ahorcada por un centralismo incremental, año tras año. Catalunya sabe que el viaje solamente merecerá la pena si les lleva a un escenario distinto -por descubrir- al servicio del futuro. Y tienen prisa. El día a día, sin movimiento real hacia adelante, no vale para afrontar los retos a los que se enfrenta, no permite abrigar sueños y esperanzas, sino una tediosa espera en lo mismo, hacia ningún horizonte claro. Buscan dotarse de la savia aceleradora de un espacio mejor, por construir. De la misma manera que Ucrania no quiere volver a la Rusia que ya conoció y cuyo plan de futuro desconoce, ni el Reino Unido quiere aceptar una tutela de funcionarios en Bruselas, acomodaticios, en cada ola, a cualquier “nueva política” de supervivencia (de ellos, del aparato dominante, sea cual sea el tiempo, ideología o demanda social cambiante), ni Hong Kong quiere volver a un macro centralismo dirigido desde Pekín. Todos saben (sabemos) que han (hemos) de encontrar los mecanismos y estructuras adecuadas, en colaboración y apertura mundializados, pero desde la libre decisión (incluso con el derecho a equivocarse/equivocarnos). No buscan ni privilegios, ni confortabilidad en el camino. Pero sí persiguen un mundo diferente al que hoy tienen…

Mientras tanto, en Madrid parecen soplar otros tiempos. Ellos allí no tienen prisa. Se han acostumbrado a la resistencia desde “sus fortalezas”, enrocados en unas estructuras (también cloacas) de supervivencia del Estado. Se han adaptado a ellas y no ven necesidad alguna en transitar hacia un futuro que, en todo caso, les resulta incómodo y desconocido. ¿Se puede pretender presidir un gobierno que en 2019 no dé prioridad a encontrar soluciones a las demandas sociales e institucionales de Catalunya y de otros tantos que por activa y por pasiva les transmiten, día a día, su malestar y disconformidad con su Estado? ¿Cómo es posible que el señor candidato proponga un supuesto Programa de Gobierno o equivalente, con tanto desconocimiento del modelo autonómico existente (no ya de las aspiraciones de cambio que se vienen dando a lo largo y ancho del Estado, Europa y el mundo)? ¿Es esta la oferta de futuro que cabe esperar? Confían en el auto desgaste, desde el engañoso espejismo de una lucha de cifras clamando en sus propios medios y mensajes dirigidos a quienes comparten sus posiciones en un monocorde discurso diciéndoles lo que deben hacer: “aparcad vuestras reivindicaciones, volved a nuestro estatus quo y esperad un buen momento para repasar y avanzar en el Estatuto de la transición”. Creen que su propaganda de embajadas acallará las voces de lo que ahora llaman “territorio” (ni nación, ni país, ni pueblo). No. Ellos pueden esperar porque no tienen prisa, ni interés en avanzar o cambiar. Persisten en el error y no comprenden que la movilización de Catalunya no tiene marcha atrás. Ya no es cuestión de una u otra “transferencia” o de cheques desde la calle Alcalá. Es cuestión de Estado. Es un compromiso histórico con su propio futuro. Mientras se insiste en que se trata de un “conflicto catalán” o “revuelta de niños ricos, mimados, consentidos y de zona rica” que dijera Ucelay-De Cal (“Recomposición del Independentismo”) o un capricho de “revoltosos antisistema”, el movimiento, ralentizado o no, seguirá su hoja de ruta. Y, finalmente, aquellos que hoy no tienen prisa, no tendrán tiempo para recomponer un Estado unitario irreal del que “sus partes” se habrán distanciado sin remedio.

Mientras unos se enrocan en lo que creen que es una fortaleza unitaria e inamovible, protegida por sus “aparatos de Estado” y la inercia de “unos pocos cientos de años”, el liderazgo compartido, un proyecto común (aunque pareciera romperse en múltiples piezas) y la unidad de acción (en el largo plazo y en los elementos esenciales) orientan una hoja de ruta suficientemente articulada. Equipos, excelencia y diálogo (enraonar), hacen de sus 3-Es la grasa necesaria para mantener un movimiento en marcha, impulsando el largo camino que hace de cada Diada una estación renovadora.

Se vea o no, un camino sin vuelta atrás. Lo decían estos días sus camisetas: “objetivo independencia” y se escuchaban sus dos principales reclamos: Unidad y absolución. Se preparan para una nueva fase de movilización y compromiso social desde todo tipo de iniciativas, entidades, comportamientos personales, además de su voto y exigencia a sus representantes políticos e institucionales. Dos millones de catalanes europeos eligieron a sus eurodiputados que, de forma unilateral, están privados de su escaño. Sus líderes políticos están en prisión, en el exilio o inhabilitados. El Procés ha puesto en evidencia, también, errores y desencuentros, pero la Diada no ha sido un mensaje “de nostalgia hacia el pasado”, sino de compromiso renovado hacia nuevos caminos, protagonistas y espacios por compartir y a partir de la esperada sentencia que, soportada en un relato político ad hoc, marcará la intensidad, tiempo y dirección de este imparable movimiento. ¿Se moverán también quienes persisten en su distante “constitucionalismo español”? Ojo a otro Brexit (esta vez en el Sur de Europa) sin acuerdo, en perjuicio de todos.

Sí, tenen pressa, molta pressa.

Tras la resaca de Biarritz

(Artículo publicado el 1 de Septiembre)

Los últimos días de este agosto vacacional han llegado acompañados de una serie de malas noticias o indicios de un tiempo complejo y convulso como bienvenida a nuestras tareas ordinarias.

Si empezábamos la semana con las conclusiones del último G7 celebrado en nuestra querida Biarritz, envueltos en la percepción generalizada transmitida por los medios de comunicación calificándolo como un encuentro irrelevante, costoso, perturbador de la tranquilidad y el uso del espacio público ordinario en contraposición a los “amables movimientos antisistema”, la terminamos inmersos en diferentes señales de preocupación con impacto más o menos mundializado. Indicios o acontecimientos que parecerían obligarnos a una doble mirada en ese doble plano entre lo mundial, global o multilateral y supranacional o supraestatal, según se entienda, con las preocupaciones y demandas inmediatas y próximas en cada uno de los espacios micro de nuestro mundo, según intereses, prioridades y apuestas de unos u otros. Así, asistimos a las sombras negras de una potencial recesión (alemana, europea y quizás mundial), la incierta continuidad de la guerra arancelaria con una China denunciada y visibilizada como el gran desafío a superar (hundida, además en su siempre vivo conflicto de integridad territorial, hoy con Hong Kong), las verdades o fake news ya conocidas en relación con Irán, la nula respuesta convincente a la migración y su cruda e inaceptable cara deshumanizada del Mediterráneo o de las fronteras de los ríos Bravo y Suchiate, o las catástrofes naturales (ya sean incendios o nada menos que la creación de una nueva ciudad que albergue en Borneo la capital alternativa a una Yakarta superpoblada, foco de marginalidad y desigualdad, en peligro de hundimiento y tsunamis permanentes), el doloroso y triste anuncio de la vuelta a las armas de las FARC II en Colombia, o, en otro orden menor a la vez que importante, del desgobierno italiano, español, además de un Brexit con o sin reinvención del Reino Unido y de la Unión Europea, en un horizonte más o menos largo.

Sin duda, contemplar la ocupación de Biarritz y su amplio hinterland (resulta más que desagradable contemplar Hondarribia atravesada por flotas y maniobras militares en espacios peatonales) nos ha generado malestar, incomodidad, rechazo, además de un impacto económico negativo para determinadas personas, colectivos y negocios. Otra cosa será el potencial beneficio general que pudiera ofrecer en el medio y largo plazo. El siempre delicado encuentro entre el uso del espacio público, el interés individual y general (en especial cuando éste lo eligen otros), el límite seguridad-libertad, han acompañado toda referencia a la citada Cumbre que, adicionalmente, ha sido presentada por los medios, en general, sin matiz alguno, como “la reunión del capitalismo global”, protegida de la nunca criticada o calificada “movilización alternativa”.

Sin embargo, este doble plano de la gobernanza mundial multi objetivo y el diferenciado micro espacio exigente y demandante de soluciones ad hoc para distintas necesidades, prioridades, proyectos de futuro y voluntad y compromiso colectivos para orientar nuestro futuro deseado, requieren de prolongados y permanentes compromisos y esfuerzos de diálogo creativo, coherencia, debate de desde posiciones y visiones contrapuestas, soportadas en acciones solidarias de largo plazo. Esto hace que, más allá de expectativas ilusorias o de descalificaciones derrotistas, se propicien todo tipo de foros de diagnóstico y encuentros, en gran medida informales, sabedores de que las decisiones y acuerdos no serán necesariamente aplicables directamente, ya que son otros los foros en los que habrán de decidirse e implementarse desde la libertad, soberanía y responsabilidad de cada una de las partes.

Conviene recordar que el G7 fue creado en 1973 a raíz de una de las mayores crisis económicas de postguerra (con referencia inicial a la crisis del petróleo y la energía), con el compromiso de los seis países fundadores (un año más tarde se uniría Canadá) que representaban el 75 % de la economía mundial (en términos de PIB), con el objetivo de realizar un diagnóstico común y fijar soluciones convergentes que posibilitaran políticas alineadas al servicio de lo que entendían sería un nuevo mercado libre abierto al mundo al servicio de lo que creían sería la base del crecimiento económico (entendido hasta hace dos días como única vía de generar y garantizar  desarrollo y bienestar). El Grupo se inspiró en una serie de principios y valores de obligado cumplimiento (democracia, respeto a los derechos humanos y al derecho internacional y favorecer el libre intercambio de bienes y servicios), confiando en que esta puesta en común generaría largas cadenas de posicionamiento e influencia en los diferentes organismos internacionales y sus diferentes países, con independencia de quien gobernara en cada uno de ellos en cada momento. Tuvieron la visión, también, de estructura un modelo de trabajo estable, con coordinadores rotatorios encargados de fijar una agenda con los principales desafíos, establecer los equipos expertos necesarios para elaborar diagnósticos y propuestas, facilitar acuerdos y promover tomas de decisión (esta coordinación rotatoria es la que ha ejercido este año Macron, ni por su rol internacionalizador, ni por protagonismo reconocido alguno, ni por ideología, sino, simplemente por ser el presidente de turno). Francia ha propuesto la agenda, la ha trabajado en múltiples grupos, reuniones, informes, etc. y ha llegado a Biarritz con propuestas e invitados.

Hoy, con el paso del tiempo, el mundo ha cambiado y con estos cambios, el propio G7. Si en 1998 incorporó a Rusia pasando a ser el G8 e incorporando a los desafíos económico-financieros, los sociales, políticos, medio ambientales y de inclusividad siendo hoy sus principales espacios de preocupación. Fiel a sus principios, dejó en suspenso la participación de Rusia por su intervención en Crimea-Ucrania, contraria a los principios de auto determinación y derecho internacional acordados por el Grupo. Todos ellos, además, forman parte de otro Grupo, G20, que incorpora a otros estados miembro que hoy (y, sobre todo, mañana) son y serán de vital importancia en la generación y, esperemos que solución, de desafíos. Hoy son ya las 2/3 partes de la población mundial y suponen el 80% de su economía (socialista, de mercado, social de mercado…). Todos ellos se reparten en todo tipo de foros similares (G4, Mercosur, Asean, UE, G5, B-20, ALP, etc.), conocedores que son sus respectivos parlamentos y gobiernos quienes toman las decisiones y no el Grupo X de turno, si bien saben que, con su presencia en todo tipo de foro y organismo, marcan posiciones y pretenden facilitar soluciones convergentes y coherentes. Saben que, en el seno de sus diferentes grupos de trabajo, encuentro y debate existen enormes diferencias e intereses (legítimos o no) y que han de seguir un proceso de diálogo inacabable. De esta forma se ha llegado a Biarritz. Construyendo posiciones ante los desafíos mundiales (desigualdad, desarrollo inclusivo, sostenibilidad, cohesión territorial, nueva gobernanza, empelo-educación, la salud del futuro, la digitalización y los 17 objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas, el desarme nuclear o el arancelario, cambio climático…) y aquellos “asuntos coyunturales” que el tiempo y circunstancias han puesto en primea línea (Brexit-UE, China, Amazonía, Mediterráneo… desarrollo endógeno y cooperación en África y, un “pequeño” asunto administrativo y regional que puede ser un foco de reflexión y futuro mundializado: “demandas y preocupaciones de la Nueva Aquitania en el reordenamiento territorial y administrativo de Francia”).

Llegados a este punto, cabe preguntarse si no es un valor en sí mismo enfrentarse a estos desafíos, compartir información y reunir a líderes relevantes para su atención y debate.

¿Cabe esperar resultados concretos y tangibles de inmediato?

Sin duda, la llamada gobernanza mundial o global, para algunos, es una asignatura pendiente. Muchos pensamos que pretender un único gobierno con cesión previa de soberanía de un inmenso número de pueblos en torno a un grupo selecto, por importante que este sea, es un error condicionado por la falta de proximidad y legitimidad, además de control y seguimiento democrático directo, con el grave peligro de caer en manos del funcionariado y administración no electos. Parecería que el multilateralismo de corte confederal es un camino de mayor fiabilidad y combustible de legitimidad democrática, interacción con los desafíos específicos que se viven y con un mayor grado de compromiso y responsabilidad directa ante los mecanismos y sistemas de control. Una doble combinación de asociacionismo libre y configuración colaborativa de líneas estratégicas y políticas compartibles supone una aproximación más realista, creíble y asumida por una población demandante no solo de soluciones, sino de su protagonismo y capacidad de influencia, decisión y control, por complejo que parezca. La gobernanza de los desafíos a los que nos enfrentamos y la cantidad de jugadores que han de verse implicados, es necesariamente compleja. La innovación política y administrativa supone un auténtico reto. Es cuestión del futuro y no del pasado. No queremos soluciones mágicas desde un club de notables. Deseamos implicarnos en nuestro futuro y asumir el compromiso, obligaciones y responsabilidades que nos correspondan. Ahora bien, pasar de este deseo y compromiso a dar por inservible el esfuerzo común y el trabajo de representantes libremente elegidos por sus respectivos pueblos y proclamar las bondades acríticas de movimientos no electos, en procesos desconocidos y no transparentes, ni en sus contenidos, ni soporte, ni financiación, hay un largo trecho. Hoy no sabemos en qué se traducirán los trabajos y acuerdos de Biarritz. Si sabemos que anteriores Cumbres posibilitaron la reforma de la organización y control del espacio y políticas financieras que permitieron afrontar el desafió (político, social, económico y de empleo) de la crisis energética del 73, sabemos que Berlín posibilitó la creación del Banco europeo para la reconstrucción y el desarrollo que facilitó la expansión y entrada de la Europa del Este hacia un nuevo mundo tras la caída del muro de Berlín, o que Deauville permitió acordar los principios rectores de la llamada “primavera árabe”, o que el G7 facilitó, de la mano de la OMS, el  Fondo Mundial de lucha contra el paludismo, el Sida y la tuberculosis, o el programa Muskoka que permitió mitigar la mortalidad materno-infantil a lo largo del mundo, o las bases para el Acuerdo de París contra el Cambio Climático.

Sin duda, los grandes desafíos de nuestra Sociedad no los resolverá una Cumbre del Grupo X. No esperemos soluciones mágicas. Nuestro futuro lo construiremos entre muchos (ojalá todos), en nuestro diario esfuerzo y múltiples foros y escenarios en el marco de procesos inacabables. Los países que hoy ocupan los asientos directivos no serán los que los ocupen mañana. Diferentes espacios, diferentes formas de gobernanza, nuevos jugadores, nuevas ideas y estrategias abordarán las nuevas soluciones. Es en este contexto en el que quienes hoy somos claras minorías reclamando voz propia, desde nuestras diminutas naciones sin Estado, nos esforzamos en soñar y construir nuestro propio futuro. Atentos a los diagnósticos de todos y a sus líneas de trabajo, intentando desempeñar un co-protagonismo indispensable para afrontar los verdaderos desafíos.

 Atentos, también, a Biarritz.

¿Y si colaboraran con el enemigo?

(Artículo publicado el 18 de Agosto)

Mientras avanza nuestro descanso veraniego, lleno de incidencias relevantes que no entienden de períodos vacacionales, continuamos inmersos en un “tiempo muerto” decidido, en exclusiva, por el candidato a la presidencia del gobierno español, dejando transcurrir más de 100 días de las últimas elecciones que le dieron un triunfo minoritario con la inevitable consecuencia que supone responder al encargo de formar gobierno con el apoyo de terceros.

Hasta hace unos días, entre bromas y algunas observaciones supuestamente firmes y serias, de muchos, se instalaba el mensaje de lo bien que pueden ir las cosas sin Congreso, ni Gobierno, alimentando la desafección hacia la política, gobernanza, liderazgo institucional y funcionamiento de instituciones y agentes democráticos. Nada más lejos de la realidad. Los gobiernos y la política (la de verdad y con mayúsculas) resultan imprescindibles para el buen ordenamiento y desarrollo de la sociedad y de la economía. En estas semanas, los vaivenes de la guerra comercial declarada y suspendida o mitigada según el humor del gobernante de turno (Trump) entre Estados Unidos de América y China, con su consecuente cadena de efectos como la devaluación del yuan, la caída de las bolsas en un nuevo parón ya casi constante, las percepciones de los mercados ante los resultados de las primarias en Argentina, adelantando un posible nuevo gobierno a partir del próximo diciembre arrastrando el valor del peso argentino con las graves implicaciones sobrevenidas para las clases medias y bajas del país y sus consecuencias en algunas empresas relevantes del mundo (en nuestro caso BBVA, la banca y el IBEX35 en general), o la abandonada solución al complejo y dramático escenario inmigratorio con dolorosas y confusas acciones en el Mediterráneo, o las sucesivas configuraciones de gobiernos autonómicos (Nafarroa y Madrid, en especial), han hecho volver la mirada hacia el mundo de la política y el reclamo a diferentes niveles institucionales de gobierno para intervenir en uno u otro sentido a tenor del demandante.

Demasiados asuntos importantes como para frivolizar poniendo el acento en las largas vacaciones retribuidas de ministros y altos cargos del gobierno “en funciones”, senadores y diputados a la espera de una llamada “a Pleno” para apoyar un gobierno X o disolver las Cámaras. Paralización absoluta en tiempos de tormenta. Tan solo, por aquello de llenar de contenido los espacios mediáticos, algunos portavoces “de guardia” se turnan para dar la sensación de estar informados, trasladar una relativa actividad no publicable, interpretar lo que el señor candidato tiene en su cabeza o contestar a cualquier frase ingeniosa de “sus contrarios”.

En este marco, no cabe duda que el único que sabe lo que espera de su ya “crónica resistencia”, no es otro que el candidato Sánchez, confinado en Doñana, al parecer a la espera de un acontecimiento fortuito o milagroso que ya sea por el desgaste que provoque en Unidas-Podemos y, a partir de allí, en el resto de partidos que habrían de votarle porqué sí, o bien, por un determinado “espíritu de compromiso” de todos los demás, la siempre llamada y no explicada “razón de Estado”, le lleve a su presidencia “evitando la alternativa del caos” que él sugiere. Recordemos que el actual candidato, hoy es presidente en funciones no por haber ganado elección alguna, sino por una operación entre partidos, con sede parlamentaria, con el objetivo de suprimir la presidencia de Rajoy y su gobierno del Partido Popular condenado por corrupción.  El Sr. Sánchez no era miembro del Congreso y se le encargó, convocar elecciones lo antes posible, gobernar por vía urgente de la mano del decreto ley, sobre determinados compromisos, así como reconducir un catastrófico error histórico en el Procés catalán. Así, llegado a la presidencia, pareció entusiasmarse con su nuevo puesto, olvidar sus compromisos y confundir el legado recibido con un cheque en blanco que le permitía recomponer su decaído partido y débil liderazgo, ganar imagen y afrontar unas nuevas elecciones tras un nuevo fracaso, la no aprobación de su proyecto de presupuesto, empeñado en que los demás le aprobaran cualquier cosa sin consulta o negociación previos (ni plazos, ni contenidos), creyendo que su aval no era otro que el mensaje terminal “o yo, o el caos”. No cabe, por tanto, sorpresa alguna ante la exigencia de garantías o contrapoderes de quienes son llamados a investirle. Confiemos que su posición personal esté lo suficientemente fundada y razonada, en un contexto complejo, y no que haya incurrido en la “intoxicación del poder” que describiría Bertrand Russell, o, peor aún, en el comportamiento hubrístico que Lord David Owen pormenoriza en su libro “In sickness and in power” (En la enfermedad y el poder), relatando un amplísimo número de casos que han afectado a gobernantes y líderes mundiales en gobiernos, empresas y academia, responsables de trascendentes decisiones tomadas en su momento, sin el conocimiento o reconocimiento de sus “enfermedades” condicionantes o generadas por el poder.

Sea cual sea la razón, la percepción pre-vacacional no es otra que el abandono irresponsable de un proceso y decisión que no puede esperar a la caída del fruto maduro. La sesión de investidura representó el desencuentro, la desconfianza mutua, la improvisación de un proceso conversador o negociador de escasa calidad, esfuerzo y dedicación y una confrontación personal, ausente de compromisos o proyectos y programas compartibles. Ha maltratado y descalificado a su potencial aliado, le ha vetado y pretendido movilizar a sus militantes contra su líder, pretende jugar en el espectro nacionalista a la menos mala de las cartas posibles a la vez que transmite -en privado- miedos a la sentencia del Procés que sugiere ya redactada con reacciones impredecibles tanto en Catalunya, como fuera de ella y espera ganar tiempo a la espera de una Diada que pudiera resultarle incontrolable. Parecería reclamar un apoyo incondicional: ¿por qué? y, sobre todo, ¿para hacer qué?

Estos días, entre otras lecturas con motivos lejanos a lo comentado hasta aquí, he tenido la oportunidad de repasar la ya conocida trilogía de Adam Kahane que ha inspirado no solo el relevante trabajo de la Universidad de Berkeley en su departamento de economía, de importante orientación matemático-macroeconómica aportando algoritmos y modelos para predecir el comportamiento humano en la toma de decisiones sociales, políticas y económicas y que tanto soporte han dado a innumerables procesos de resolución de conflictos, a lo largo del mundo, incluido el espectro empresarial, identificando nuevos escenarios en la complejidad del mundo que habitamos. Kahane (y con él Peter Senge en diferentes trabajos conjuntos), nos recuerda cómo el ejercicio erróneo del poder tiende a sustentarse en la fuerza (bien sea en términos de más dinero, más armas, mejor posición jerárquica, control aparente o real de la decisión final…) para imponer una determinada respuesta a los problemas difíciles o complejos que se plantean. Esta práctica generalizada no es consciente de que la complejidad de las cosas hace que las partes las veamos de manera distinta, hablamos y lo verbalizamos de forma diferente, lo interpretamos de manera singular y actuamos de distinta forma, lo que en muchas ocasiones nos lleva a soluciones irreconciliables alejándonos de soluciones productivas y eficientes. Así las cosas, la verdadera cuestión estriba en responder al ¿cómo avanzar juntos en situaciones en que los conflictos, interpersonales o no, nos impiden construir una visión compartida de futuro?

Sánchez-Iglesias, PSOE-PODEMOS, parecerían haber roto desde la desconfianza y su consideración mutua de enemigos cara a formular proyectos país. Situación que, unida a la poca calidad del proceso negociador emprendido, aconsejaría recomendar la lectura de la primera pieza de la trilogía mencionada: “Colaborando con el enemigo. Cómo trabajar con gente que no está de acuerdo contigo, que no te gusta y en la que no crees”, que bien puede complementarse con la segunda pieza: “Poder y amor”, con una amplia aportación sobre los diferentes tipos de líderes y liderazgos para diferentes situaciones de discrepancia ante la construcción de escenarios desconocidos e impredecibles, y, finalmente, la tercera pieza: “Resolviendo asuntos complejos. Un camino abierto para escuchar, hablar, dialogar creando nuevas realidades”, abriendo no solamente nuestras mentes, sino nuestros corazones y voluntades.

Hoy, merecería la pena afrontar un “pequeño asunto complejo” pendiente de solución: investidura y gobierno. Mañana, en un mundo tan complejo, incierto y dinámico como el que vivimos, todo tipo de conflicto político, económico, social y empresarial. Y si los interlocutores no son capaces de modificar su línea argumental con posiciones únicas, o no están predispuestos a abrir sus emociones, mentes y sueños compartibles, siempre quedará un espacio para “el relator” que aporte calidad y rigor al proceso, claridad de ideas y objetivos, compromisos soñadores que pregunten el por qué y el para qué de los nuevos caminos por recorrer, de forma conjunta o, simplemente, acompañados.

¿Nuestro futuro globalizado?

(Artículo publicado el 4 de Agosto)

De la mano de David Dollar, investigador principal en el Centro John L. Thornton, especializado en China y su futuro económico, en el prestigioso centro de pensamiento, Brookings Institute, nos acercamos al debate sobre “los eslabones invisibles” con los que aborda la transformación de la globalización a través de las cadenas globales de valor, alimentando la discusión sobre el ya extendido cuestionamiento de la globalización como otrora valor absoluto y beneficio general para todos a lo largo del mundo. Dollar publica su estudio nada menos que en la revista Finanzas y Desarrollo del Fondo Monetario Internacional, paladín de la globalización.

No resulta anecdótico que sea en el seno del FMI en donde se de este tipo de debate, ya que si bien las orientaciones y políticas generales y oficiales del citado organismo internacional suponen una defensa a ultranza de la mal llamada globalización, sus diferentes miembros, investigadores y funcionarios en diferentes puestos de responsabilidad, aportan, con mucha frecuencia, interesantes y rigurosos trabajos e informes que ofrecen mucha luz sobre la realidad del comercio mundial, los beneficios riesgos y perjuicios que suponen en un entorno cada vez más desigual y lleno de comportamientos y decisiones que permiten deducir que ni el mundo es tan global como se dice, ni que las decisiones las tomen unos pocos en limitados foros internacionales en cadenas de mando rígidas y firmes de arriba a abajo con el seguidismo “militarizado” del “ordeno y mando”. Precisamente, una semana antes de ser elegida para presidir el Banco Central Europeo a partir del próximo 1 de noviembre, la actual directora general del Fondo, Christine Lagarde, publicaba una carta abierta recordando los objetivos del organismo “encomendados en su creación y cumplidos a la fecha”, a punto de cumplir sus 75 años de vida, pretendiendo promover la cooperación monetaria internacional, apoyar el crecimiento del comercio y la economía mundiales y desalentar políticas que perjudicaran la prosperidad. A la vez que se felicitaba por el éxito general conseguido, advertía que era el momento de “provocar una nueva era del ingenio”, para lo que se necesitaba el coraje de favorecer un nuevo “multilateralismo” focalizado en colaborar por y para el bien común, haciendo frente a los principales desafíos mundiales (salud, educación e infraestructuras), de calidad y de acceso universal, condiciones básicas para prosperar, adecuando arquitecturas fiscales y monetarias al servicio de quienes se han quedado atrás, jóvenes y mayores, mitigando o eliminando la “desigualdad excesiva”. Avanzaba que era el momento de redes de seguridad social “resistentes” a los cambios tecnológicos y la globalización desigual. Pedía a los bancos centrales prevenir la inflación (que, en su opinión, es el peor impuesto a los pobres) y llamaba a los reguladores a proteger al público de los excesos provocados por la tolerancia o apuesta por las medidas devastadoras tras la crisis financiera mundial. Recordaba que la apertura de fronteras no había beneficiado a todos, generando múltiples distorsiones y apuntaba a la inevitable necesidad de acometer una verdadera reforma del comercio mundial, reformar la tributación internacional repartiendo beneficios entre países implicados, y una lucha sin cuartel contra la corrupción (y, en especial, el cohecho). Con estos mensajes, Lagarde presidirá el Banco Central Europeo, con una Europa deseosa de reinventar políticas públicas, resituar su economía y reinventarse a sí misma para salir de la insignificancia y liderar un nuevo espacio de desarrollo inclusivo. A la vez, en estos días, se negocia el nombre de quien habrá de dirigir el Fondo Monetario Internacional ante su inminente salida, cargo para el que la UE ha elegido como candidata a la búlgara Kristalina Georgieva. Recordemos cómo, desgraciadamente, los tres últimos directores gerentes de este organismo han sido investigados y procesados. Dominique Strauss Kahn, Rodrigo Rato y la propia Lagarde. Distintas imputaciones y acusaciones y diferentes desenlaces en sus procesos: absuelto el primero, preso el segundo, desestimada la causa la tercera. Esperemos que, en esta ocasión, elijan mejor quienes asumen la responsabilidad de la decisión.

Nos quedamos con las reflexiones de la Señora Lagarde y sus recomendaciones de futuro, retomando “los eslabones invisibles”, que, en alusión a las cadenas globales de valor cuestionan tanto la propia estadística del comercio mundial como la atribución total de un producto o valor final a un determinado país en detrimento de la realidad multi protagonista que conlleva y, en consecuencia, la relevancia de la multi localización y de la realidad glokalizada de la economía. Recordemos que el concepto de “cadena de valor” fue utilizado y descrito por primera vez (1985) por el profesor Michael E. Porter, en su libro “Compeitive Advantage: Creativity and Sustaining superior performance” (Ventaja Competitiva: creatividad y rendimiento superior sostenible). Todo un tratado innovador sobre la generación de valor en las organizaciones, distinguiendo las tareas esenciales de la totalidad de actividades interrelacionadas hasta el propósito final de generación de valor, dando lugar a ofertas diferenciadas y únicas, esencia de la estrategia. La cadena de valor ha sido y sigue siendo una de las mayores aportaciones aplicables en todo tipo de organizaciones a lo largo del mundo y del tiempo. Hoy, la cadena de valor empresarial, reforzada con los trabajos de Hamel y Prahalad en su “Core Competences” (Competencias esenciales), las más tarde conocidas como “cadenas extendidas y redes”, las “cadenas globales de valor” en su consideración internacionalizable o “globalizada”, o la “constelación de cadenas glokales de valor” en su aplicación última a conceptos multi localización y multi industria o soluciones a lo largo del mundo, suponen un elemento imprescindible para entender, organizar y proponer estrategias, optar por productos, soluciones y mercados y racionalizar las decisiones a tomar por empresas y países en sus apuestas de negocio, asignación de recursos y estrategias de futuro.

En este contexto, un reciente trabajo del McKenzie Global Institute soportado en su renovada línea de análisis, “de lo micro a lo macro”, preguntándose de qué manera impacta la estrategia empresarial y su gestión, además de las políticas públicas, al desarrollo de los países, entronca con el trabajo ya mencionado de Dollar y con un amplísimo esfuerzo de investigación de la propia consultora (Enero 2019), que tras repasar el 98% del comercio mundial de 23 industrias distintas afectando a 43 países, formula seis modelos o arquetipos de cadenas globales de valor, constatando el estado de transición de la vieja “globalización” hacia un mundo cada vez más “regionalizado” y diferenciado rompiendo esquemas o intenciones únicas, con un relevante descenso en la intensidad del comercio de bienes y productos manufacturados, una creciente diversificación, extensión y generación de valor a lo largo de cadenas de valor locales o regionales y no globales, la ineficiente medición e identificación del valor real aportado por diferentes elementos de la cadena en la intensidad de servicios y conocimiento cada vez más al alcance “de todos” a lo largo del mundo, y una menos incidencia del llamado “arbitraje en el coste laboral” en las decisiones de traslado, inversión y adquisición en productos manufactureros. La realidad es que las economías emergentes desarrollan más y mejor sus propias cadenas de valor, acceden con más fuerza a su diversificación y el mundo se reorganiza en espacios regionales con una clara tendencia a completar sus cadenas de valor en la proximidad. Cada vez más, si cabe, la estrategia de diferenciación y unicidad, y la apuesta de nichos a la vez que procesos de clusterización y desarrollos colaborativos con terceros, juega un papel más relevante en la co-creación de valor.

Es decir, que ante los grandes desafíos de futuro ya señalados, en el diseño de las estrategias País y de empresas y nuestras apuestas en el complejo camino de la especialización inteligente de nuestro territorio, hemos de estar muy atentos a las cadenas de valor, en sus diferentes manifestaciones, composiciones y extensiones, poniendo el acento en nuestras verdaderas potencialidades diversificadoras, nuestros nichos de éxito y la capacidad de coopetir con terceros, a poder ser, en la construcción de espacios y redes con amplia presencia local y regional desde las que conectar con la vanguardia mundial. Cuando nos obsesionamos por el temor a un mundo unitario que no nos guste y pensamos que nuestras empresas, políticas y opciones propias no tienen sentido, conviene recordar la enorme importancia que lo micro tiene en el marco de los millones de decisiones que se toman día a día, conformando diferentes propuestas de valor. Es, como decía Lagarde, “la era del ingenio” y, sobre todo, “necesitamos el coraje de nuevas visiones, compromisos, actitud y cultura para transitar hacia el encuentro y superación de los nuevos desafíos”.