Crash pandémico: agenda para revisitar nuevos modelos de crecimiento y desarrollo

(Artículo publicado el 15 de Marzo)

La ya calificada como pandemia por la Organización Mundial de la salud, la extendida infección viral por el Coronavirus o COVID19, ocupa y preocupa a lo largo del mundo y exige medidas especiales que trastocan nuestras vidas y sitúa como eje vector de las tomas de decisiones al mundo de la salud. El objetivo esencial no es otro que preservar la salud, prevenir, tratar y contener la propagación infecciosa de este nuevo ataque viral y posibilitar su tratamiento acompasado a la no saturación y colapso de los diferentes sistemas y modelos de salud disponibles. El escenario de contención reforzado en el que se encuentran un elevado número de países y regiones obliga a implantar medidas drásticas y restrictivas a la libre circulación de las personas y mercancías, provoca cierres de fronteras, altera la vida ordinaria de la gente, supone cambios acelerados en nuestra vida laboral, educativa y social y genera un aislamiento extremo. Las autoridades de salud cobran especial relevancia y los gobiernos, instituciones globales de gobernanza, empresas, supeditamos toda decisión o actividad al bien máximo de la salud, adaptando, con mayor o menor voluntad, las recomendaciones y lineamientos que la salud demanda.

Hoy, sin ningún tipo de duda, lo prioritario es centrase en el ámbito de la salud y actuar en consecuencia. Para preservarla, mitigar las consecuencias negativas, protegerla y restaurarla, se derivan múltiples iniciativas, más allá de la salud, que han de aplicarse. El estado generalizado de alerta-alarma social se confunde con la gravedad-mortandad del contagio y la proliferación de la desinformación (inocente o interesada) genera un problema adicional. Como no podía ser de otra forma, de una u otra manera, todos accedemos a todo tipo de información al respecto y deberíamos dar nuestro voto de confianza y credibilidad a las autoridades, expertos y responsables en cada ámbito de actuación, lejos de respaldar la mercadería barata que circula incidiendo en un desconocimiento y temor creciente de la población, desencadenando un estado de alerta y todo tipo de comportamientos diferentes en las poblaciones.

Ahora bien, más allá de la salud, esencial y prioritaria, asistimos, además, a un nuevo escenario socio económico que supone una auténtica mutación no solamente en la gestión compleja y acelerada de una coyuntura inesperada, sino, sobre todo, en lo que podríamos considerar un auténtico cambio de paradigma. Si en el corto e inmediato plazo, de la forma que sea, asistimos a una significativa caída de la demanda y el consumo global, a una preocupante caída o crash en los mercaos de capitales, a un no cuantificable pero cierto descenso en el crecimiento, la inevitable reducción de expectativas de desarrollo, un progresivo parón en la actividad de las empresas, una sucesión de impactos negativos en diferentes industrias (manufactureras, de servicios, financieras… y del propio ámbito de la salud) y nos vemos obligados a repensar nuestros modelos de gestión, procesos de trabajo y toma de decisiones, nuestros hábitos naturales de actuación, en muchos casos, la sustitución de responsables atendiendo a su no disponibilidad o deslocalización impuesta, aceleración de una digitalización impuesta para la que en muchos casos o no estamos suficientemente preparados, o su uso dista mucho de la realidad del modelo de negocio o tipología industrial y/o de relación con terceros, o nos veremos encaminados a situaciones de falta de liquidez, endeudamiento impagable en el plazo comprometido, o ajustes laborales no deseados, parecería que la situación de emergencia sobrevenida llevara a los gobiernos e instituciones varias a concertar políticas de apoyo que vengan a paliar sus efectos negativos e imprevistos. Desde las primeras y más evidentes rupturas de stocks, parón en la cadena de suministros (en especial las que tienen una fuerte dependencia o interacción con Asia, como el automóvil y la industria manufacturera) que si bien se iniciaron en Japón, Corea del Sur y China, hoy se van extendiendo a los principales centros manufactureros de Estados Unidos y Europa: la aviación comercial, turismo, eventos, exposiciones, etc. y las propias empresas de salud,  no solo por sus insumos, sino por la gestión de su personal y su sustitución cara al control y atención al paciente, recursos no previstos y su propia organización laboral y logística, hostelería, educación, etc., se irán sucediendo en una larga e intensa cadena sucesiva de problema-solución. Ahora bien, una vez superada la coyuntura (esperemos y deseamos que no supere unos pocos meses), el problema de fondo emergerá como la base del iceberg y nos hará preguntarnos por las “Paradojas de la Internacionalización” que esta crisis de salud ha puesto de manifiesto. Será el momento de repensar las claves y fortalezas de éxito sobre las que hemos construido los modelos de crecimiento y desarrollado a lo largo de la tan deseada y presente globalización.

En los últimos años emprendimos un profundo cambio en la concepción y configuración de nuestro modelo empresarial y de gobierno. Asumimos que la complejidad de la llamada “nueva economía” exigía nuevos modelos de interdependencia en red, tejiendo alianzas multidisciplinares y multi país, incorporar tecnologías disruptivas que normalmente requería terceros jugadores. Aprendimos que la empresa se externalizaba y buscaba “ventajas comparativas” en un largo y extenso mundo deslocalizado en otras geografías, que la internacionalización resultaba no solamente obligada, sino imprescindible, bien porque la buscábamos en mercados de mayor interés o porque nos invadían en casa, parecíamos necesitados de “ejecutivos globales”, ciudadanos del mundo con irrelevante apego a las raíces e identidades culturales forjadas en el seno de nuestras empresas, ya que el mundo exterior demandaría practicidad y gestión eficiente sin alma o con otra savia diferente a la que nos había llevado hasta allí. Nos propusimos formar parte de cadenas globales de valor en las que el territorio base perdía significado, y, en muchos casos, se prescindía de clusters locales, ya que “las decisiones se toman a miles de kilómetros” y la diferenciación de mercados parecía un tanto irrelevante, asimilables, omitiendo el valor local requerido. A la vez, la gobernanza internacional o globalizada ha ido perdiendo fuerza a lo largo del tiempo, resulta poco fiable y creíble para la sociedad en general, su propia complejidad lo ha convertido en mesas de encuentro y consensos falsos, soportados en acuerdos, declaraciones o políticas en gran medida de corta y pega, con la pretendida ilusión de simplificar decisiones burocratizadas, evitar disputas y facilitar el aplazamiento de decisiones, minando el liderazgo (tan necesario, en especial, cuando la emergencia y situaciones adversas lo exige).

Mañana, cuando concluya la etapa coyuntural, habremos de revisitar nuestros modelos y reconsiderar muchas de las ideas fuerza cuestionadas por la crisis aprendida y consideraremos diversas lecciones de lo sucedido. Seguramente, revisaremos nuestros obligados “Planes de Contingencia” que hoy no solo hemos desempolvado, sino actualizado a toda velocidad adecuándolos a las necesidades inmediatas, elaborando/actualizando/adecuando políticas  de emergencia que han de adaptarse a la intensidad y daños observables y sobrevenidos en el momento, siempre condicionados por la propia situación de la empresa, sus políticas de personal y desarrollo humano, su política y recursos de comunicación (interna y externa, con especial atención a los proveedores, clientes y partners) y, sobre todo, los gobiernos implicados (centrales, regionales y locales) que son los primeros responsables de la protección civil, políticas sanitarias (de especial relevancia en nuestro caso), así como de Organizaciones Internacionales (OMS), por ejemplo, y de terceros (líneas aéreas, autoridades regulando el acceso a otros países, aduana y logística, etc.). Incorporaremos a nuestros diseños de modelos de futuro, la colaboración con terceros (comunidades en que operamos y en las que se dan los hechos extraordinarios, el acompañamiento a gobiernos y familias de nuestras organizaciones que pudieran verse afectados). Y en este nuevo ejercicio, pasaremos revista a una serie de factores críticos:

1.La globalización en sí misma, qué habiendo supuesto enormes bondades globales, sin embargo, además de su desigual reparto de beneficios, ha llevado a potenciar los modelos de externalización a lo largo de las cadenas de valor, apostando, en la mayoría de las industrias, por participar en Cadenas Globales. La búsqueda del valor, la selección de proveedores y acompañantes, exigen una reconsideración, y, en todo caso, alternativas complementarias, redefiniendo los modelos de negocio propios.

2. La estrategia de internacionalización requiere clarificar los espacios de codecisión en diferentes países, atemperada por situaciones diferenciadas y, posibilita también, un modelo de cooperación más amplio con nuevas bases que pueden incidir en políticas de compras, personal, transportes, etc. que impactan la totalidad de funciones y responsabilidades transversales.

3. Sistemas de Información y Nuevas Tecnologías, no solo como elementos soporte, sino como piezas esenciales del desarrollo de nuevos modelos de negocio y actividad.  Acelerar determinadas medidas parciales hacia la aplicación del internet de las cosas y robótica o automatización, así como la telemedicina en los sistemas de salud, por ejemplo, para el diagnóstico, atención y consulta, manipulación, etc. que evite el contacto cara a cara de los profesionales con el paciente.

4. Reforzar nuestros mapas de riesgos, considerando imprevistos claros (catastróficos) de diferente carácter, que pueden impactarnos.

5. Revisión de la normativa laboral y, en especial de contratación y empleabilidad, con ciclos de largo plazo, contemplando etapas potenciales de limitada actividad que favorezcan una relación estable evitando procesos intermedios de cese o regulaciones no deseadas.

6. Gobernanza y políticas públicas, su concertación internacional, acelerada y anticíclica, que habilite medidas de financiación, promoción y soporte de la actividad económica en etapas de crisis provocada por el entorno.

7. Arquitectura fiscal y presupuestaria, además de monetaria, al servicio de la economía real demandante de soluciones temporales compartidas…

8. Una nueva gobernanza “Glokal”, capaz de abordar la complejidad desde la realidad observable y no desde los viejos modelos creados para una época diferente, con jugadores distintos, adecuadas a un modelo que hoy no parece contar con la credibilidad, confianza y liderazgo necesarios.

En definitiva, atendiendo a la definición china de la crisis, una vez superado el problema de salud y sus consecuencias, estaremos en la posibilidad de hacer del gran problema una fuente de oportunidades. Como no podía ser de otra forma, habrá ganadores y perdedores. En todo caso, se trata de pensar y actuar con la visión en el largo plazo y no en el aprovechamiento de las condiciones inmediatas (precios, presión a proveedores y terceros, negocio extraordinario, etc.). Se tratará de evaluar nuestras actuaciones en crisis, pensando en sus consecuencias en el largo plazo. Retomaremos nuestra vida ordinaria, con mejor preparación y fortalezas desde las lecciones aprendidas y la respuesta dada a todos nuestros stakeholders o grupos de interés, en un nuevo camino hacia la “nueva normalidad”. La crisis tiene un final, incierto, pero final, y esa perspectiva de futuro ha de acompañarnos, también, en nuestras actuaciones de hoy, en plena situación de emergencia y crisis.

Sin pretender distraer a nadie de lo esencial, urgente e inmediato, la salud, no dejemos sin señalar una pequeña luz para un nuevo debate que habrá de venir. Nuestro largo e intenso camino hacia la prosperidad en el marco de un desarrollo inclusivo, aconseja revisitar nuestros modelos de crecimiento, bienestar y co-creación de valor, empresa-gobierno-Sociedad.

También hoy, en plena emergencia, como siempre, observar el mundo que nos rodea, definir nuestro propio futuro y fijar nuestra estrategia.

Armas de distracción masiva

(Artículo publicado el 1 de Marzo)

El uso de esta frase por Joseph McCormack como introducción a su último libro, “Noise” (Ruido), resulta todo un acierto para provocar la alineación y debate sobre el contexto en el que nos movemos, en su llamada nueva “sociedad infobesity”, caracterizada por un sobrepeso innecesario, enfermizo y de alto riesgo ante una desmesurada exposición a la información o desinformación a la que nos vemos sometidos en esta locura tecnológica que nos invade.

Ante cualquier acontecimiento, accedemos, por lo general, con mayor velocidad y antelación a la desinformación o “fake news” a través de las redes sociales (por lo general anónimas y carentes de contraste) o más informales y asumimos una actitud de incredulidad y desconfianza hacia mecanismos formales de comunicación, instituciones o canales acreditados. La tendencia mayoritaria pasa por otorgar la confianza al origen desconocido, no cualificado, que, asumimos “experto” ante todo. La enfermedad del tertuliano, las horas pagadas de exposición mediática, ocupan el espacio “objetivo” del que nos nutrimos y que guía nuestro comportamiento y decisiones, desde la inmediatez del “infinito ruido” que no sabemos o podemos gestionar.

Hoy mismo, el precandidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Bernie Sanders (liderando las encuestas), en su discurso ganador del último encuentro en el Estado de Nevada, aseguraba ser “el legítimo ganador que desean los estadounidenses y que solamente Rusia y sus servicios secretos podrían impedirle llegar a la Casa Blanca”. La aceptación “viral” de esta declaración da por buena la cita y, al parecer, nadie se pregunta si liderar las encuestas y ganar un puñado de delegados en Nevada es suficiente aval para ganar unas elecciones, ni si Rusia tiene algo que ver, de verdad, con el resultado electoral estadounidense, o si Rusia prefiere un presidente “capitalista” de confrontación (Trump) en la Casa Blanca o el auto calificado “socialista” Sanders. Esta “pequeña anécdota” sirve para ilustrar la complejidad añadida a un contexto de transformación como el que vivimos a lo largo del mundo, necesitado, más que nunca, de ideas y mensajes claros, honestos y veraces que lejos de desinformar o generar confusión e incertidumbre, deberían facilitar el liderazgo y comunicación acertados.

Estos días, coinciden un par de iniciativas, de distintas fuentes y con intereses diversos, pero convergentes en la preocupación por la comunicación y liderazgo en diferentes ámbitos. Por un lado, la promoción de un Seminario Ejecutivo en IESE (Instituto de Estudios Superiores de la empresa. Barcelona) sobre “Estrategia, presencia pública y activismo del Consejero Delegado de las empresas” y, por otro, el Seminario “The Economist: Meet the new boss” (“Encuentre el nuevo jefe”), abordando su espacio editorial. En ambos casos se destaca la necesidad de contar con líderes empresariales versados en los grandes problemas sociales y de largo plazo y no solamente en los productos y servicios que ofrecen sus empresas. Líderes máximos en sus organizaciones, a quienes ha de exigirse compromiso público con un propósito relevante y compartido, generador de impacto social. En ambos casos se avanza la necesidad de nuevos perfiles de liderazgo, más allá del conocimiento gestor y “especializado” en el seno empresarial y de negocio, reforzando su formación, valores y contribución esperables, para asumir la máxima responsabilidad en los Organismos. Se definen nuevos perfiles para la dirección del futuro más allá de las competencias adquiridas, ya sea en la experiencia práctica o en las escuelas de management y de negocios.

En una sociedad que reclama, cada vez más, nuevos roles y compromisos sociales para la “nueva empresa en transformación”, la exigencia general llega (o debería llegar) a todo tipo de organizaciones, a la propia sociedad civil y a todo liderazgo responsable. Así, en esta línea, pero en un contexto amplio y global, nos encontramos a diario todo tipo de señales en torno a un mundo cada vez más disruptivo que anuncia un nuevo orden mundial, cuestionando las organizaciones internacionales, los esquemas de cooperación (más occidentales que otra cosa), la irrupción futura de nuevos jugadores emergentes y la inevitabilidad de un creciente multilateralismo coopetitivo que habrá de alumbrar nuevos espacios de relación y de gobernanza y que, sin lugar a dudas, reclama nuevos liderazgos y consiguientes nuevos perfiles dirigentes, nuevos canales y mensajes de comunicación, nuevos mecanismos de control de la veracidad y objetividad y, a la vez, debería ser más exigente tanto con las líneas editoriales de los medios de comunicación y sus comunicadores, como de lo publicado en todo tipo de redes sociales, en principio autónomas y libres. “Shaping multiconceptual World” (Modelando un mundo multiconceptual) es un Informe de reciente publicación por el World Economic Forum que tiene el enorme interés y acierto de contar con la participación de prestigiosos think tanks y expertos internacionales, diversos en origen, cultura y presencia regionalizada, que se han enfrentado a una nueva concepción del contexto geopolítico, al “desacople” entre China y Estados Unidos, a la disrupción en el orden internacional dominante tras la segunda guerra mundial, al impacto ni entendido, ni resuelto entre identidad, cultura y evolución observables en el marco de las nuevas dinámicas de la digitalización, al futuro del empleo, al comercio internacional y a la “nueva economía” por reinventar.

En esta complejísima interdependencia, resulta imprescindible restaurar la confianza necesaria no solo entre los diferentes agentes políticos, institucionales, económicos y sociales, sino, en especial, entre los ciudadanos, sus representantes y dirigentes. Recomponer afección y confianza en los liderazgos dados y, sobre todo, aprender a desprendernos de la “obesidad informativa” para desproveerla del ruido pernicioso (y/o malintencionado) para concentrarnos en la realidad dinamizadora de las transformaciones necesarias. Solamente así se generarán las imprescindibles “coaliciones de intereses” para resolver problemas reales. Son momentos en los que necesitamos de la confianza y veracidad, sinceridad y honestidad necesarios para construir espacios de encuentro y no discursos falsos que ocultan objetivos particulares, generadores de confrontación.

Es precisamente en este marco como seríamos capaces de abordar con racionalidad y no con ventajismo impuesto asuntos de tanta trascendencia como el aparente conflicto comercial Estados Unidos-China en su posicionamiento por el mundo de la tecnología 5G, que para muchos se limita a una opción tecnológica o de mercado, para otros en el “inevitable dominio” de un gigante, para determinados gobiernos en una injerencia en su soberanía y para los más, anécdotas o locuras de un personaje. Las amenazas de Estados Unidos a la Unión Europea, Reino Unido y a “todos sus aliados” de no compartir información de seguridad, inteligencia de Estado, etc. si se “compra” tecnología asiática, y se construyen relatos amañados de inculpación sobre prácticas empresariales, confiando en que la fuerza del bombardeo mediático llevará a la gente a terminar creyendo que hay un defensor bueno contra un peligroso invasor de nuestra cultura, nuestro dominio histórico y nuestros espacios de libertad. De una u otra forma, nos instalamos en posiciones de incredulidad y cualquier relato repetido nos parece auténtico, en función de nuestra adelantada simpatía o ideología próxima a uno u otro bando, sin la necesaria reflexión y validación. Actitud que no supone otra cosa sino cavar una tumba de imprevisibles consecuencias. El corto plazo puede ofrecer resultados ganadores para alguna de las partes, pero el largo plazo, permanente, no hace sino provocar grandes brechas insoldables. Si contemplamos la manipulación de la información, o fomentamos su monopolio, o somos incapaces de gestionar más tecnologías y plataformas de la información en beneficio real de la sociedad, estaremos ahondando una batalla de consecuencias imprevisibles. Hoy serán la excusa para ganar unas elecciones, o para destruir una empresa, o ganar el tiempo perdido en el dominio de una tecnología concreta o generar una epidemia… Mañana, habremos creado verdaderas “armas de destrucción masiva”, incontrolables y en perjuicio de todos.

Hace ya muchos años aprendimos que una pequeña señal en un pequeño lugar apartado, con el paso del tiempo, termina generando una mega tendencia que sucederá, con o sin nuestra intervención, en todo caso. Lo relevante no es ni predecirlo con acierto, ni evitarlo. Lo inteligente es medir su impacto, mitigar sus efectos negativos y focalizarnos en las soluciones desde la óptica del beneficio compartido.

En nuestras manos está el limitar el ruido, controlar los mensajes y emisores implicados y concentrar nuestros esfuerzos en soluciones y liderazgos creíbles. Tenemos por delante un enorme desafío repleto de transformaciones sociales, económicas, políticas, culturales y tecnológicas. Un nuevo orden mundial está por construir. Nuevas gobernanzas (locales y mundiales) sustituirán las conocidas y viviremos un mundo abierto a la vez que expuesto. En 2030, 7,5 billones de personas estaremos utilizando internet, conectados por 500 billones de dispositivos por los que circularán 4,500 exabytes de forma simultánea, impulsados de una u otra forma por 20 millones de robots (BOFAML Global Research). Las bondades que esta maravillosa sociedad de la información y digital nos ofrece necesitarán de matices, control, gestión, evaluación, más allá de su recepción pasiva o deseada por nuestra parte. Y, entonces, como hoy (y más aún si cabe), han de estar al servicio de las personas y hemos de ser, precisamente nosotros, quienes interpretemos su uso y demos la correcta aplicación al servicio de las necesidades sociales y soporte de las grandes transformaciones que habremos de promover. Y este largo y complejo esfuerzo requiere credibilidad e interacción entre interlocutores en quienes hayamos delegado nuestra representación democrática.

Empecemos por restaurar la confianza y aprender a discernir la realidad. Asumamos nuestra responsabilidad y hagamos el esfuerzo por no caer en la distracción masiva.

¿Hacia un sistema propio de prevención, protección y seguridad social en/para Euskadi?

(Artículo publicado el 16 de Febrero)

El anuncio de las negociaciones para el cumplimiento del desarrollo estatutario pendiente, entre el Gobierno Vasco y el Gobierno Español, con el incuestionable rol facilitador del PNV, cuyos votos resultan esenciales para el funcionamiento y sostenimiento del actual Gobierno de coalición en Madrid, ha provocado todo un nerviosismo en los medios de comunicación y en buen número de “generadores de opinión” en el Estado. En especial, al parecer, la inclusión de “la seguridad social y las pensiones” en el calendario de traspasos provoca descalificaciones y una artificial alarma política.

Conviene recordar, una y otra vez, una serie de elementos clave a tener en cuenta: 1) Ni el PNV, ni el Gobierno Vasco, ni el Parlamento Vasco reclaman nada exnovo sino, simplemente, el cumplimiento, 40 años después de su aprobación de la Constitución española, del Estatuto de Autonomía para la Comunidad Autónoma Vasca, de los mandatos y recomendaciones en sentencias y resoluciones del Tribunal Constitucional, sumir competencias que le corresponden a la Comunidad Autónoma vasca; 2) Nadie ha pedido, ni pide la “transferencia de la Seguridad Social y de las pensiones”, sino la concreción de un Convenio Bilateral para la gestión del régimen económico de la Seguridad Social tal y como lo establecen las leyes mencionadas; 3) Quienes enarbolan su autodenominada etiqueta de “constitucionalistas”, excluyendo a quienes no conforman partidos políticos de obediencia centralista del Estado, empiezan por incumplir la Carta Magna y de manera unilateral utilizan sus poderes de Estado para ligar, a cuenta gotas, el desarrollo íntegro del Estatuto de Autonomía, a sus necesidades coyunturales (ya sea una investidura de gobierno, presidir una comisión conflictiva, o superar un problema concreto). Ni el PSOE, ni el PP, cuando han gobernado, se han ocupado y preocupado en completar el “Modelo Autonómico”, sin contraprestaciones particulares, acordado en origen para posibilitar una transición desde la dictadura hacía una reforma democrática.

La comprensible sensibilidad en torno a la Seguridad Social y su traducción generalizada en términos de pensiones, en un contexto de generalizada reclamación de su reconsideración, su cuantía, plazos de cotización o no, además de condiciones y periodos de jubilación laboral, levantan especulaciones. Contexto razonable que, sin embargo, viene distorsionado por mensajes falsos que deforman la normalidad en un traspaso competencial y de gestión que, como en múltiples áreas de la Administración Pública y la política, el tiempo ha demostrado una mayor eficiencia y mejores resultados en manos de una Administración Autonómica próxima, en este caso, en Euskadi.

Las voces centralistas (políticas, sindicales y mediáticas) sacan a pasear el “viejo y falso mantra” de la llamada “Caja Única” y el peligro de su ruptura. Dan a entender la existencia de un fondo, caja o depósito intocable, guardado con escrupulosa diligencia, seguridad y rendimiento, en algún “bunker secreto”, garante de un reparto equitativo, igualitario, infinito, a la vez que solidario (entre generaciones, entre todos los ciudadanos del Estado) y cuya reconsideración, multi gestión o descentralización pondría en peligro. Adicionalmente, se esgrime un supuesto “déficit estructural” que haría inviable su sostenibilidad en manos ajenas a la “excelente administración” desde Madrid en base a un sacrosanto “Pacto de Toledo” al que habría que suponer una transparencia, eficacia y perpetuidad bondadosa, inamovible.

Así las cosas, se ha de insistir en que el reclamo de estas competencias no es un capricho coyuntural, ni un intento por aprovechar una situación y momento político determinado. Por el contrario, es tiempo de propiciar un doble efecto positivo de interés mutuo: a) contar con las herramientas e instrumentos necesarios para, más allá de recomendaciones político-administrativas, contar con un sistema integrado de protección sostenible, universal, suficiente en su cuantía de protección, público, irregresivo y gestionado por nuestras instituciones ejerciendo el autogobierno, y b) reforzar los compromisos de Estado que faciliten la afección armónica de las diferentes naciones y regiones del Estado en un modelo que o se fortalece y respeta o se desligará, día a día, a la máxima desconexión e inconformidad. Beneficio para la ciudadanía, sujeto receptor del sistema.

Son, precisamente, estos principios los que han regido el reclamo permanente desde el PNV e Instituciones vascas. En 1980, el Gobierno Vasco que surge del Estatuto de Autonomía, crea una dirección de Seguridad Social, en el Departamento de Sanidad y Seguridad Social, que ha prevalecido estos 40 años, reclamando y negociando un convenio de gestión entre ambas administraciones, a la vez que observando y aprendiendo de terceros, desde una vigilancia permanente del funcionamiento de la Seguridad Social española y de los sistemas de Seguridad Social a lo largo del mundo.

Y es precisamente ahora, en una larga y dolorosa salida de una crisis que acentúa los problemas de desigualdad, de transformaciones laborales y del empleo, cuando con mayor urgencia, se han de acelerar las demandas de alternativas para avanzar hacia nuevas formas de prestación y protección en el marco de tendencias hacia rentas disociadas de la empleabilidad, redoblando el compromiso por reinventar un sistema pleno de prevención, protección y seguridad en Euskadi y para Euskadi.

Se trata de una petición y propuesta responsable y realista, a la vez que exigente y viable, justa y equitativa. Responde a una visión contrastada con las perspectivas de sostenibilidad financiera del sistema, alineada con las perspectivas y escenarios demográficos, dotándose no solamente de nuevos instrumentos de gestión bajo una serie de premisas rectoras, formulados por el PNV en sus sucesivas ponencias en la materia, que obligan a sus afiliados y representantes en las instituciones:

a) Generar un sistema completo de bienestar y protección social, universal, público y de calidad.

b) Un sistema viable, sostenible y de compromiso intergeneracional e intrageneracional.

c) Con un modelo explícito, garantista de todas las prestaciones, derecho y obligaciones.

d) Un modelo soportado en un doble campo instrumental convergente: 1) desde un órgano de planificación, financiación, aseguramiento y de control. 2) desde la implantación y gestión por una Agencia Pública gestora de la totalidad de las prestaciones, contratante de los servicios y sistemas prestadores.

e) Desde la imprescindible trasparencia, control e independencia a través del análisis, observación y prospectivas garantes de su cualidad.

f) Cooperación interinstitucional e interdepartamental al objeto de lograr la coordinación y convergencia de todos los agentes implicados en el amplio mundo de la prestación, protección, aseguramiento, financiación, ejecución y control del sistema vasco de Protección, Bienestar y seguridad Social.

Nuestras Instituciones son plenamente conocedores de la situación patrimonial y situación económico-financiera de la Seguridad Social, son conscientes de su déficit contable (y de la deuda del Estado con la propia Tesorería de la Seguridad Social, fruto del uso inadecuado de su caja, al servicio del gasto no presupuestado o ingresado por diferentes gobiernos a lo largo del tiempo), conocen su fondo de reserva y las necesidades adicionales exigibles y, también, de las deficiencias de gestión existentes (cualquiera puede conocerlas accediendo a las Actas oficiales del Pacto de Toledo). Saben, también, de la insuficiencia en la atención del demandante estado de bienestar, además del confuso entramado legal que se ha venido tejiendo y que exige una eficaz transformación. Aún, así, no solamente entienden que es su obligación asumir todas las competencias y responsabilidades que le corresponden, basadas en su marco estatutario, sino que el abordar un objetivo prioritario como es el facilitar un desarrollo inclusivo para la población, fortaleciendo el estado de bienestar, exige nuevos instrumentos capaces de conformar un sistema integrado en el que encajan las diferentes iniciativas que se han venido implantando a lo largo de estos 40 años de autogobierno.

Ni capricho, ni oportunismo. Responsabilidad y compromiso con uno de los pilares esenciales de un nuevo y necesario estado social de bienestar. Construyendo espacios de futuro al servicio de la Sociedad.

 

 

Viejos amigos, nuevos comienzos

(Artículo publicado el 2 de Febrero)

Este viernes, 31 de enero, se ha producido la salida definitiva del Reino Unido de la Unión Europea. Tras 47 años como miembro relevante de este proyecto, la decisión democrática expresada en un referéndum en junio de 2016 se ha materializado tras un largo y complejo proceso de salida, tras la correspondiente aprobación, por mayorías absolutas, tanto en Westminster como en el Parlamento europeo.

Así, la llamada “ley del Brexit” traspone la legislación comunitaria al marco británico, ampara la etapa transitoria, hace suyo el acuerdo de salida UE-UK, facilita el escenario de trabajo al gobierno y da paso a un nuevo intenso proceso negociador que habría de terminar el próximo 31 de diciembre. Termina así una complejísima etapa, en un contexto controvertido y mediáticamente dominado por más voces y ruido externo que el de los propios ciudadanos británicos, largas e intensas negociaciones por fases en las que la propia Unión Europea empezó por provocar el desistimiento británico y un pretendido “escarmiento ejemplar” en otros miembros tentados a seguir el camino de salida, aireando la falsa bandera argumental del populismo, la desinformación y el egoísmo de “viejos escasamente preparados, nacionalistas excluyentes y nada solidarios con el futuro de las nuevas generaciones”. Finalmente, constatada la firme voluntad democrática de salida del Reino Unido, pasó a facilitar la inevitable decisión, mientras el propio Reino Unido ha debido transitar por un proceloso camino de controversia, confrontación e “innovación jurídica, política y parlamentaria” para llegar al punto final acordado.

De esta forma, la salida acordada nos lleva a una nueva etapa de “retirada ordenada”. Un nuevo y distinto proceso que habrá de definir las relaciones futuras entre el Reino Unido y la Unión Europea, pero también y, sobre todo, el nuevo futuro de cada uno de ellos: hacia dentro y hacia fuera. El Reino Unido no solo tiene por delante optar por la mayor o menor vinculación con Europa (en la Unión) y el resto europeo no miembro, o sus “socios terceros preferentes” (empezando por Estados Unidos y una reconstruible Commonwealth), sino, sobre todo, con especial relevancia y finura, su recomposición interna con Irlanda, Escocia y Gales, deseosos tanto de permanecer (o reincorporarse) en la Unión Europea, como de ir adelante hacia nuevos espacios de cosoberanía. A la vez, la Unión Europea no solo debe reordenar su futura relación con Londres, sino que ha de asumir la oportunidad que el complejo tablero “interno” británico ofrece a las naciones europeas “británicas” que no quieren que sus ciudadanos abandonen “su condición en la Unión Europea”, por un lado, a la vez que repensar el propio modelo desafectivo que ha venido generando a lo largo de su tan burocratizados y distante cohesión interna, desde una más que paralizada Europa de Estados, alejada de demandas y realidades ajenas a los despachos y cuotas bruselenses, perdiendo peso relativo en el contexto mundial entre los dos “gigantes desacoplados” (estados Unidos y China).

El periodo transitorio, aunque corto, debe resultar más que suficiente para provocar una verdadera catarsis que lleve a unos y a otros a apostar por verdaderas transformaciones, trascendiendo de conceptos del pasado para construir nuevos espacios de futuro.

Más allá de los cantos, lágrimas (algunas sentidas y emocionadas y otras de contagio de masas) del último pleno en el Parlamento europeo, con independencia de lo que unos u otros hubieran esperado como desenlace, se trata de afrontar el futuro a partir de un escenario cierto: Una Unión Europea a 27 y un Reino Unido por recomponer, desandando el camino de cinco décadas y reaprendiendo a vivir de otra manera. Un nuevo proceso que exige la sinceridad y valentía de una mínima autocrítica para una Europa que ha contribuido a la inconfortabilidad de un miembro tan relevante como es Reino Unido que, consciente de las enormes dificultades e incertidumbres que conlleva su decisión, ha optado por seguir su propio camino. Es un tiempo nuevo en el que alguien en la propia Unión Europea ha de asumir el inevitable riesgo de repensar Europa y la Unión Europea y afrontar la complejidad al servicio real de los ciudadanos europeos, sus naciones y sus voluntades -diferenciadas- de futuro, apropiándose de sus destinos y no “países obedientes” de la supuesta “intelectualidad vanguardista-burocrática” instalada en “Bruselas”, como estación refugio de sus aparatos y de los estados miembro, amparados en la “unidad vaciada” como pregón verbalizado de una supuesta bondad aspiracional sobre la que se trabaja poco, se cree y entiende menos y se ataca desde ideas y conceptos del pasado y no desde retos innovadores pensando en el mañana y no en el ayer.

Hoy que ya tenemos un horizonte temporal para la transición (pese a que pudiera ampliarse hasta un año más), que el Reino Unido paga una factura de salida de 50.000 millones de euros (algo así como el “coste de la no España”, por ejemplo, en la literatura argumental de Euskadi o Catalunya en los últimos tiempos, y referente para otros miembros que pudieran optar por explorar nuevos mundos y compañeros de viaje), que garantiza “el asentamiento” de los residentes ex comunitarios en el Reino Unido, que Irlanda del Norte continuará, hasta que no haya otra opción validada conjuntamente, bajo el paraguas aduanero de la Unión Europea evitando fronteras hard y que ni uno ni otro de los negociadores pueden seguir mirando al pasado o denunciando “las mentiras y votos de los viejos”, manipulando el Brexit, ni unos “europeístas” amparados en las esencias estructurales de Bruselas pueden o deben instalarse en un cómodo inmovilismo, es momento de una inteligencia innovadora y constructiva. Como decía hace unas semanas la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von der Leyen, en su discurso en la London School of Economics and Politic Sciences: (Viejos amigos, nuevos comienzos: construyendo otro futuro para un partenariado Reino Unido–Unión Europea) “No podemos olvidar la enorme contribución, del Reino Unido, desde dentro y fuera de la Unión, que diría Churchill, desde las cenizas de la segunda Guerra Mundial, en Zúrich (1946), ni el camino recorrido a lo largo del tiempo y hemos de rendir tributo a quienes lo han hecho posible. Pero quien hace política y ha de decidir es el pueblo y el pueblo británico habló con claridad en junio de 2016 y nos dio un mandato claro. La Unión Europea y el Reino Unido han de reforzar sus relaciones y colaboración desde una nueva realidad. Hagamos posible que este camino desde espacios diferenciados converja en soluciones compartibles en beneficio de todos”. “El 31 de enero será triste para muchos, pero cuando salga el sol el 1 de febrero, el Reino Unido y la Unión Europea continuarán siendo los mejores amigos y socios, seguiremos aprendiendo y trabajando juntos, compartiendo desafíos, formaremos parte de relevantes entidades compartidas como la OTAN, Naciones Unidas y múltiples organismos internacionales. Sobre todo, compartiremos valores y la misma fe y confianza democráticas. Nuestras historias y geografías son las mismas y nuestro continente compartirá el mismo destino. Se cerrará una puerta, pero se abrirán nuevas. Será el tiempo de mirar hacia delante, de otra forma”.

Sin duda, los buenos deseos no evitarán espacios de desencuentro y disputas. No obstante, lo relevante será abordarlos desde el respeto a la voluntad y libre decisión de cada una de las partes, asumiendo la realidad. Socios, aliados desde su propia voluntad y no desde imposiciones unilaterales. Serán (deberán ser) nuevas reglas del juego.

En esta línea, Bruegel (Think Tank experto en economía y políticas públicas con sede en Bruselas) y el Wellcome Trust (Organización benéfica de Investigación. Londres) han celebrado, esta misma semana, un encuentro bilateral entre expertos y políticos, británicos y “europeos”, para realizar un interesante ejercicio de prospectiva cara a una hipotética negociación y acuerdo a lograr, en este periodo transitorio, en materia de investigación e innovación (“A post agreement for research and innovation. Outcomes”). Una nueva relación post Brexit en tan delicada área de interés común que con tanta fuerza han venido promoviendo ambos jugadores en las últimas décadas en el desarrollo del ERA (Espacio Europeo de Investigación), considerado hoy como uno de los hubs líderes en el mundo investigador (seis de las veinte universidades del top mundial; un tercio de las publicaciones científicas mundiales). El objetivo no es otro que el de promover y fomentar el valioso beneficio que supone este partenariado y soporte esencial de la competitividad, bienestar y desarrollo económico y social de las naciones, empresas y ciudadanos europeos, más allá de su adscripción formal a la Unión, conscientes de que un acuerdo en esta materia, así como cualquier otro tema crítico, solamente será posible desde la actitud, voluntad e implementación global política y técnica.

Algunas claves de interés se deducen de este ejercicio, más allá del asunto concreto. En primer lugar, una vez acordada la “deuda de salida”, la “contribución obligada”, en términos del PIB correspondiente, deja de “contaminar” desequilibrios y mecanismos de ajuste de modo que es el valor de las iniciativas y proyectos y su contribución a la sociedad lo que determina la financiación-coste-beneficio de cada programa o iniciativa acordable. Se sugiere recrear “espacios nuevos” sobre aquellos programas que han tenido éxito, reformulados en función de “la independencia y nuevo rol” de cada una de las partes. Así, el HORIZON 2020 vigente ya no será el esquema apropiado, si bien un nuevo HORIZON bilateral, exnovo, facilitaría las relaciones y fortalecería equipos y líneas de investigación, estableciendo nuevos acuerdos bilaterales de intercambio de empresas, universidades, centros tecnológicos, investigadores y trabajadores (así como sus familiares) en un sistema colaborativo de beneficio mutuo. El ejercicio realizado, más allá de la relevancia de la investigación y la innovación, como no podía ser de otra manera, destaca la importancia del uso del lenguaje en el proceso, elaborar relatos de futuro y no del pasado, sensibilidad y aceptación del bilateralismo y cosoberanías reales, la formalidad de instrumentos igualitarios compartibles para la cogestión de cuántas iniciativas y proyectos se emprendan. Finalmente, evitar la paralización y discontinuidad de programas y proyectos en curso, si bien, desde nuevos roles, condiciones, codirección y cofinanciación. Un ejemplo a considerar.

En definitiva, la obligada necesidad de facilitar el periodo transitorio y de encontrar el espacio de futuro de asociación, de “socios preferentes”, de espacios europeos compartibles, de libre comercio y “mercado interior”, etc. no solamente ha de servir para garantizar la mejor de las relaciones posibles, sino que, sobre todo, ha de ser contemplada como una gran oportunidad para reinventar “el espacio interior” de cada una de las partes, un nuevo “Reino Unido” promotor de una renovada e innovadora geografía política institucional acogedora de las aspiraciones mayoritarias de Escocia, Irlanda del Norte-Irlanda, Gales…; y una innovadora Unión Europea construida desde sus naciones -hoy con o sin Estados del pasado- fortaleciendo valores y principios de libertad, democracia, solidaridad, subsidiariedad que marcaran su creación y asumiendo la inevitable transformación organizativa y administrativa del servicio de los objetivos y no, viceversa, “encasillando proyectos y soluciones” en estructuras del pasado incrustadas en una burocracia y actores fijos inmutables.

Este 1 de febrero, el Reino Unido abre todo un proceso de cambio, incierto y complejo reescribiendo su nuevo destino. Confiemos que lo que ha entendido como esencia democrática atendiendo “la voluntad del pueblo”, lo extienda y aplique a la voluntad de otros pueblos “en su seno”. La Unión Europea vuelve a ser de 27 y recompone la composición de su gobernanza. Pero, sobre todo, inicia un camino insospechado obligado a mirar hacia dentro para escuchar las voces del cambio. Sin duda, mucho más que un Brexit. Hacia una nueva Europa más allá de la Unión Europea vigente.

A las puertas de Davos, reflexiones de futuro

(Artículo publicado el 19 de Enero)

Uno de los debates esenciales que recorren el mundo, es el de la desigualdad y su espacio de solución a la búsqueda de nuevas estrategias y políticas al servicio de la prosperidad y el desarrollo inclusivo sostenible, alcanzable tan solo desde un esfuerzo y compromiso con el valor compartido empresa-sociedad y procesos colaborativos público-privados.

La complejidad creciente de los desafíos a los que nos enfrentamos exige soluciones, igualmente complejas, huyendo de respuestas simples o recetas del pasado cuyos resultados no permiten valorarlos como suficientes para el logro de los objetivos que se suponía perseguían. La reciente y profunda crisis de la última década, ha acentuado el malestar generalizado y los modelos de crecimiento económico que han arrastrado determinadas políticas públicas de aplicación indiscriminada, dando lugar a su amplio cuestionamiento. Hoy, sin duda, en el fondo subyace un gran debate ideológico que más allá de las palabras y las posiciones desde las que se aborde, ha de confluir en un buen número de conceptos compartibles que habrán de guiar los caminos y estrategias de futuro. Así, el mundo de hoy parecería buscar nuevos caminos de confluencia entre quienes se aproximan a él desde el fracasado extremo estatalizador puro del socialismo/comunismo en una necesaria reinvención de la social democracia, que ha pretendido su adecuación a los desafíos socioeconómicos de las últimas décadas, y desde el otro extremo, partiendo del capitalismo cuya reinvención exige ir mucho más allá de las políticas de economía social de mercado que la postguerra europea, principalmente, ha transitado. Esta interconexión ha aportado, en términos “globales”, beneficios considerables, extrayendo grandes poblaciones de la pobreza extrema, incrementando niveles de salud y bienestar de amplio espectro, generando riqueza y empleo y, una apertura considerable en la interdependencia global alcanzando profundos cambios, tecnología e innovación al servicio general. Ahora bien, dichos beneficios han resultado desiguales en su reparto, no han favorecido la movilidad social intergeneracional deseada y se han anclado en una percepción de incredulidad y desapego a la gran mayoría de los principales actores del sistema: gobiernos y agentes políticos, sindicales, económicos y sociales. Escasa credibilidad que se ve amparada en un “confortable” autoaislamiento justificativo en el que nos situamos como individuos al amparo de una frase que parecería exculparnos de compromiso y responsabilidad personal alguna: “Nos han engañado y nos han robado nuestro futuro”.

Hoy, a lo largo del mundo, se dan por ciertos, matices, modelos y, posicionamientos previos aparte, una serie de puntos críticos: la globalización como mantra incuestionable no ha sido gratuita y ha dejado en el camino a demasiada gente, países y regiones, empresas, empleo y proyectos de vida, a la vez que ha concentrado beneficios en un reducido número de ganadores, mientras aquellas soñadas “cadenas globales” que se convertían en único referente, se transforman en nuevas cadenas regionalizadas a medida que el impacto local es cada vez más relevante en nuestras interdependientes y compartibles vidas (sean empresariales, de gobierno, comunitarias o personales). El sustrato del nuevo paradigma del tránsito del crecimiento como objetivo conductor hacia un desarrollo inclusivo, progreso social y sostenible, provoca todo tipo de movimientos en torno al doble impulso de la reinvención, ya sea del nuevo capitalismo, de una nueva economía social de mercado o de un nuevo modelo de social democracia, con más o menos peso de la economía “de mercado”, o “del intervencionismo público” en función del rol y compromiso que asuman las empresas, los gobiernos, los agentes sociales y la sociedad civil, siempre bajo los objetivos prioritarios de la solución a las demandas y necesidades sociales, desde la óptica del progreso social y la erradicación de la desigualdad. Los ejes conductores cambian y las apuestas estratégicas van mucho más allá de meras referencias lingüísticas o etiquetas propagandistas con vocación descalificadora conforme a reclamos particulares.

De esta forma, sea cual sea el espectro de partida, estamos inmersos en un apasionante (e inevitable) proceso de transformación desde un “nuevo mapa para la prosperidad y el desarrollo inclusivo” que persigue estrategias integrales e integradas orientadas a las personas, sus demandas, necesidades y aspiraciones, con la reformulación de ejes de glokalización (y no de globalización uniforme), de competitividad y progreso social (y no de competencia excluyente con prioridad en el EBITDA), de generación de riqueza (pre, durante y post distribución) a cuyo servicio juegue una renovada arquitectura fiscal y financiera (identificando con claridad personas y sus condiciones, nuevas clases fiscales con diferentes fuentes reales de ingresos) y una realista transición hacia las llamadas “nuevas economías” verde (ecológica y cambio climático), azul (océanos y agua), digital (revolución 5.0), y, sobre todo, desde un verdadero ejercicio para repensar el futuro del empleo y la, de una u otra forma, Renta Universal (independiente de contar o no con un puesto de trabajo). Esta transformación en curso solo será posible con un claro ejercicio de corresponsabilidad y compromiso, reforzando y reinventando instituciones democráticas, dotándonos de nuevas estructuras de gobierno y gobernanza en todos los niveles de gobierno y administración. Reinventar dichas estructuras al servicio de la estrategia y no “n estrategias parciales e incompletas” con las viejas estructuras decimonónicas previstas para otros tiempos, objetivos y roles. (“Hacia un nuevo mapa para la prosperidad y el desarrollo inclusivo” – Enovatinglab).

Proceso complejo en un contexto geopolítico más que incierto y turbulento con un mundo descontento, desorientado, rodeado de riesgos y con pesimismo respecto de la autoridad, credibilidad y liderazgo que llevan a más de uno a preguntarse, según el lugar en que se encuentre y el asunto que le afecte, ¿quién nos gobierna?

Precisamente en este contexto, la próxima semana (21-24 enero), el World Economic Forum (Foro Económico Mundial) celebrará su conocida cita anual en Davos-Klosters (Suiza). Se trata de su 50 edición. Klaus Schwab, fundador y director durante estas cinco décadas, presenta esta edición como propia de “un estado de emergencia” en el que la sociedad exige de líderes y plataformas como ésta, respuestas transformadoras, desde su potencia demostrada como espacio de diálogo y conversaciones multilaterales entre su variadísima y cualificada representación reuniendo al mayor número de presidentes y gobiernos (175 países), organismos internacionales (40 con la ONU incluida), “jóvenes transformadores” en los 5 continentes, empresarios y directivos de las empresas líderes mundiales, “agitadores sociales” de reconocido impacto, etc. en torno a agendas relevantes y trabajadas con rigor desde múltiples ópticas, intereses, responsabilidades y espacios de conocimiento y ocupación. WEF-Davos, plataforma think Tank “para mejorar el mundo”, facilita el contexto y el espacio neutro para el diálogo, conocimiento y contraste, de ese nuevo mundo demandante (empresas, gobiernos, sociedad) que permita recorrer nuevos caminos. A Davos llega el esfuerzo de miles de personas que, desde diferentes grupos de trabajo, han analizado los principales retos y riesgos globales que nos aquejan, la necesidad de abordar un nuevo “espacio y modelo de desarrollo inclusivo desde y para todos los implicados (stakeholders)”, los principales líderes de los llamados “nuevos futuros” (futuros saludables, salvar el planeta, nuevas empresas y nuevas respuestas sociales, nuevas actitudes ante una geopolítica compleja, una economía diferente y justa, la tecnología para el bien común, el futuro del trabajo digno, decente, formal). Ni recetas mágicas, ni pensamiento único, ni imposición alguna. Plataforma de información, conocimiento abierto y compartido, preocupaciones diversas en busca de respuestas, rigor de análisis y prospectiva y mensajes de compromiso (individual y colectivo). Un esfuerzo colaborativo que pretende, en esta ocasión, aportar un enfoque de síntesis en los roles a desempeñar por los diferentes agentes: “Stakeholders Responsibility (la Responsabilidad de todos los implicados y grupos de interés ), que hacen suyo el Manifesto 2020 con una especial llamada y al mundo de la empresa (entendiendo que es quien cuenta con los mayores activos y capacidad transformadora desde el reenfoque de sus modelos de negocio a satisfacer las demandas sociales), a los diferentes gobiernos para profundizar en su liderazgo largo placista, más allá de su papel de estricta administración, asumiendo los riesgos y compromisos necesarios para afrontar conflictos reales, fortalecer la democracia, afrontar con decisión firme los desafíos reales a los que nos enfrentamos.

En esta línea, estos días, precisamente esta semana, como aperitivo introduciendo el debate, se ha hecho público su Informe “Global Risk 2020”: An unsettled World”, recogiendo los resultados de su encuesta anual (1500 lideres a lo largo del mundo) sobre los riesgos globales, su percepción de impacto en la sociedad, su sentido de urgencia y expectativa de respuesta adecuada y el rol esperable de cada uno de los distintos agentes implicables, así como de cada uno de los entrevistados y sus organizaciones. El Informe es particularmente tajante con la “imposibilidad” de esperar a que se despejen incógnitas o sean “otros” quienes ofrezcan soluciones, o se deje que el tiempo y los “ciclos” permitan volver a la “normalidad” ya conocida. El mundo no puede esperar y hemos de asumir la compleja y turbulenta “nueva normalidad” en este mundo inestable que nos toca vivir, condicionada por el contexto geopolítico y geoeconómico en el que estamos insertos. Economía, demografía, medio ambiente, tecnología, salud, educación, aspiraciones personales y colectivas, así como situaciones de conflicto y bloqueo, obligan hacer nuestra la acción colaborativa de todos los “stakeholders” (implicados y grupos de interés, todos) focalizados en un propósito compartible, adaptable al contexto real observable. Un nuevo mundo de turbulencias, en continua agitación y cambio, en constante modificación de fronteras político-administrativas del pasado, necesitando de nuevas alianzas y estructuras o sistemas de multilateralidad, necesitado de entender, medir y programar las consecuencias e impacto reales del cambio climático, la nueva no frontera entre industrias y empresas acentuada por la revolución de la digitalización. En este Informe, destacan el peso geopolítico y la “reinvención económica”, interconectados con las consecuencias, preocupaciones e impactos ecológico-climáticos, así como los sistemas de salud y el trabajo del futuro como vectores conductores de igualdad y bienestar.

Cincuenta años después del nacimiento del World Economic Forum, iniciativa compartida público-privada, su director, Klaus Schwab, afirmaba cómo, echando la vista atrás, constata que muchos pueden pensar que de una u otra forma, los retos de hoy son asimilables a los del pasado, si bien hoy, incertidumbre y complejidad, son excesivamente mayores. Esto es, a su juicio, lo que da mayor valor, si cabe, a un lugar de encuentro desde el análisis y prospectiva rigurosa, compartida entre todos los actores que han de condicionar los resultados. Hace 20 años, surgió “en paralelo” un “contra Davos” como “Foro Social” alternativo. Algunos entendían que economía y sociedad eran líneas separadas y separables. Afortunadamente, el tiempo y la realidad han venido a demostrar lo obvio: políticas económicas y políticas sociales; Empresa, Gobierno y Sociedad, son inseparables. El mundo es demasiado complejo y nuestras aspiraciones ilimitadas como para pretender soluciones mágicas por generación espontánea, o desde actuaciones individuales, o limitadas a los intereses de unos u otros, aprender con y de los demás, compartir valor entre todos y avanzar afrontando retos como oportunidades y fuentes de solución, exige compromiso responsable convergente.   Las respuestas no son simples, pero nuestras preguntas iniciales sí: ¿Qué podemos aportar cada uno de nosotros al logro de los desafíos de nuestra sociedad?, ¿cuál es el impacto de nuestras actitudes, actuaciones y contribución al esfuerzo comunitario y colectivo?

Sector público empresarial e inversión exterior

(Artículo publicado el 5 de Enero)

Distraídos entre el desenlace final de un futurible gobierno de coalición PSOE-UP para el estado español, acceder al verdadero alcance de las apuestas y compromisos que sugieren los Acuerdos “filtrados o publicados”, la estructura y responsables de los diferentes espacios de gobierno (con la anómala originalidad de una pareja sujeta a jerarquía entre ellos formen parte del mismo gabinete) y, empañado por el ya crónico y uso de los poderes del Estado, incluido su sistema judicial o la “policía política” al servicio del gobierno de turno y de los relatos novelados a gusto del momento e intereses particulares, y a la espera de una posible “destitución” del Presidente de la Generalitat de Catalunya al margen de urnas y parlamento desde una inusual actuación de una Junta Electoral o sucesivas maniobras con la sospecha de un potencial próximo tripartito en la Generalitat con PSE, ERC, Podemos, y en medio de la “magia navideña y esperanza de este nuevo año”, nos encontramos con un tema complejo pero de gran actualidad e importancia que, en principio, habría de ser tenido en cuenta en el próximo gabinete y pactos complementarios, y que, sin embargo, pudiera pasar desapercibido: el rol y control de las empresas públicas del Estado.

Estos días, algunas empresas públicas españolas han anunciado sus estrategias de internacionalización e inversión en el exterior. Red Eléctrica Española, Enagás, AENA (Aeropuertos “nacionales”), Renfe y Correos, invertirán 3.000 millones de euros en 2020 en el exterior. Al mismo tiempo, en los medios que publicitan estas noticias se recogen los mapas de necesidades inversoras a lo largo y ancho del territorio del Estado, cifrando en torno a los 180.000 millones de euros para los próximos 10 años, la demanda concreta de proyectos “imprescindibles” en las áreas de actividad de las empresas mencionadas.

El papel que han de jugar las empresas públicas es siempre controvertido. Sin duda, por encima de todo, la creación de una empresa pública ha de justificarse bien por ser la fórmula óptima para la prestación de un servicio público, por su capacidad promotora de la actividad y desarrollo endógeno o por su adecuada instrumentación de un deseable proceso colaborativo público-privado al servicio del interés general. En todo caso, su razón de ser debe acompañarse de planes específicos de viabilidad sostenible y debe estar sometida a un riguroso sistema de control democrático y parlamentario. Sus estrategias y acciones realizadas suelen relegarse y el interés mediático limitarse al conocimiento de algunos nombramientos o cargos de libre designación.

Con el paso del tiempo, el contexto y las condiciones económicas, empresariales y de entorno, además de las cambiantes demandas sociales y orientaciones políticas (así como la lógica de las diferentes políticas y presupuestos de gobierno), de la propia gestión y resultados obtenidos, o del comportamiento externo que termina por generar competidores u ofertas equivalentes, puede aconsejar la refundación o extensión de la empresa creada, buscando la mayor aportación de valor para la sociedad (como siempre traducible en ingresos para el gobierno promotor y, en muchas ocasiones, pérdidas a absorber para el citado presupuesto público). Todo ello sin olvidar los posicionamientos sindicales y funcionariales que inciden en los modos y usos de las Administraciones Públicas y la aceptación o no de estas figuras societarias. Sin embargo, la realidad viene demostrando que muchísimas empresas e iniciativas del sector público empresarial tienden a sobrevivir más allá de sus objetivos fundacionales (bien porque ya los han cumplido con éxito, por su fracaso en su logro o por demostrarse ineficientes o redundantes respecto de la “oferta competidora existente”, o porque, simplemente, sus objetivos iniciales han dejado de tener sentido).

En determinados momentos, muchas de estas empresas han desarrollado competencias diferenciales que las llevan a disponer de músculo financiero, de ideas y gestor, así como el desarrollo de ventajas diferenciales para competir en “otros mercados” alejados de su territorio base al que se deben. Bien en solitario o bien acompañadas por alguna empresa privada, abordan su salida al exterior aprovechando oportunidades concretas, ventajas comparadas o tan solo comodidad o interés de sus gestores. La “internacionalización” se convierte en una bandera de modernidad, prestigio, asimilación al mercado privado, remuneración especial, etc., si bien raras veces es objeto de análisis en profundidad preguntándose que es lo que hay detrás de este movimiento y si es el objetivo de una empresa pública creada para fines concretos que, o bien se han logrado o, por el contrario, resultan inalcanzables con las capacidades reales del citado instrumento. Por lo general, además, supone un primer paso hacia la privatización directa o indirecta, con mayor o menor transparencia, debate público y control. No es irrelevante el mayor o menor peso ofrecido a sus compañeros de viaje, la forma de elegirlo y la gobernanza asociable al acuerdo colaborativo.

En el caso de las empresas aquí mencionadas, al margen de la valoración que puedan merecer cada una de ellas y su gestión, merece la pena detenerse para constatar el escaso control parlamentario (democrático) del que son objeto, limitado por lo general a simples informes de la SEPI que integra las participaciones públicas existentes. Problema añadido a su centralización que deja fuera de la proximidad de participaciones y control a las Comunidades Autónomas en que opera. ¿Tiene sentido la diversificación e inversión en el exterior de estas empresas cuando las necesidades a lo largo y ancho del Estado son esenciales y están desatendidas, en régimen de “monopolio competencial” para las mismas?, ¿es razonable descalificar su posible transferencia a los gobiernos autonómicos, competentes, en la materia, mientras se comparte su dirección y aportación con empresas privadas, generalmente con entrada de gobiernos en el exterior? Recordemos que se trata de empresas reguladas y cuyos servicios (ingresos) obedecen a tarifas tasadas, pagadas por los ciudadanos/perceptores del servicio que se presta, que sus dirigentes (ejecutivos y Consejos de Administración) son nombrados por el Gobierno bajo libre designación y que son el instrumento ejecutor de las políticas públicas que Gobierno y Congreso fijan. Según fuentes de los Ministerios asociados, por ejemplo, los ferrocarriles del Estado dependientes de Renfe (en cercanías y sin contar actuaciones “especiales” como la supresión de pasos a nivel y puntos negros en materia de seguridad), demandarán 3.500 millones/año hasta el 2030; en el caso de los aeropuertos, AENA deberá destinar 2.000 millones de euros/año en estos próximos 10 años; el AVE se va de viaje a construir en la MECA y a concurrir en proyectos ambiciosos y de largo plazo (TEXAS y California), alejados de las competencias y capacidades de sus gestores y desde el desconocimiento real de los territorios en los que habrán de intervenir, haciendo aún más remota la capacidad de control a la que habrán de someterse, mientras su rol en el Estado sigue sin terminarse, incumpliendo sus compromisos históricos que solo parecen reactivarse cuando se necesitan votos de investidura, como el caso de la Y vasca; o CORREOS reconvirtiéndose en un “HUB de paquetería” en Portugal, mientras se proclama su carácter esencial para la “integración y unidad del Estado”, aumentando los brazos centralistas del gobierno desde la desconfianza y escasa lealtad con los otros poderes, también del Estado, asumidos por las diferentes Comunidades Autónomas.

Si estas empresas han terminado con su tarea en el territorio base al que se deben, bien harían en extinguirse, dando paso a nuevas iniciativas al servicio del interés general, aportando recursos, financiación y conocimiento a nuevas áreas de actividad, diversificación de forma inteligente en convergencia con los ciudadanos y empresas locales, y facilitando el desarrollo del modelo de estado autonómico que se supone impera conforme a mandato constitucional respecto de la organización territorial, tan en boga en estos momentos. Jugar a los beneficios de una hibridación con el amparo de un paraguas público para garantizar tu cuenta de resultados es una mala apuesta de país. Conviene recordar que ni toda internacionalización es buena en sí misma, ni todas las empresas deben invertir en el exterior, ni toda empresa pública es un fin en sí misma, sino tan solo un instrumento al servicio de objetivos de interés general.

En los próximos días habrá un nuevo Gobierno. Se supone que, de una u otra forma, destinará energía relevante al sector público empresarial y que la conjunción PSOE-UP harán un esfuerzo por fortalecerlo, incorporando nuevas áreas de actividad a este amplio espacio público o público-privado, salvo que ambos renuncien a aquello que se supone son parte de su reclamo “ideológico” y preelectoral. Adicionalmente, habrá que recordarles que formarán gobierno gracias al apoyo de otros siete partidos políticos con implantación singular en diferentes territorios demandantes de compromisos reales, incumplidos, de desarrollo económico endógeno. No estaría de más confiar en que, esta vez, cumplan sus compromisos no solo de inversión, sino de coparticipación en la dirección y control de un sector público empresarial que no está pensado para dar servicio en “diferentes mercados de oportunidades”, sino a los ciudadanos y territorios del Estado.

Un sector público empresarial eficiente y generador de valor es altamente deseable y necesario (yo diría, imprescindible). Pero ni cualquier sector público, ni cualquier empresa, ni con cualquier objetivo o servicio. Si se decide salir e invertir en el exterior, serían razones “país” las que lo justificaran. No se trata de cuentas de resultados particulares. La presencia exterior de un país y sus gobiernos resulta imprescindible (conocimiento, redes, acompañamiento a terceros, observatorio, relaciones institucionales, apoyo a nuestras empresas y organismos facilitadores, cooperación al desarrollo…), pero los objetivos y compromisos de las agencias y sociedades públicas reguladas son otra cosa. Si una empresa pública ha de incorporar en su estrategia su internacionalización, dicha estrategia debe ser debidamente explicada, controlada y autorizada de forma democrática a través de órganos de decisión política y no delegada en las decisiones ejecutivas o empresariales concretas. En todo caso, contrastadas con el objeto e interés fundacional y de servicio que la originó y, sobre todo, recordando que el Estado no se limita a la Moncloa o a los supuestos “funcionarios de elite” en Madrid.

Estamos necesitados de un redoblado esfuerzo inversor y dotación de infraestructuras y servicios públicos ante los desafíos futuros. Las empresas mencionadas tienen legado y base más que suficiente para refocalizar su compromiso al servicio de dichas necesidades. A la vez, es un buen momento para su financiación a largo plazo dada la situación financiera actual y la relativa accesibilidad a los mercados de capitales globales, lo que posibilita acelerar su ejecución facilitando el desarrollo y bienestar internos (qué, dicho sea de paso, posibilitaría un esfuerzo real de reindustrialización y avance en un modelo de desarrollo económico alternativo). Se supone que las capacidades de estas empresas, reorientando sus objetivos y recursos, modificando su gobernanza (y extendiendo la presencia de jugadores reales en sus órganos de decisión y control) y asumiendo sus compromisos con la Sociedad a la que se deben, constituyen instrumentos de primer nivel para impulsar la consecución de tan significativos retos. Es un momento idóneo para abordar, también en este ámbito, una transformación del Estado, sus poderes públicos y de gobierno, y su interacción con el tejido empresarial y social.

Esperemos no dejarnos llevar por “etiquetas globales y oportunistas” y acertar en las prioridades y responsabilidades que a cada uno corresponden. Seguramente, otra manera de empezar el nuevo año… y el nuevo gobierno.

Política y Competitividad para la prosperidad

(Artículo publicado el 22 de Diciembre)

El pasado 2017, haciéndome eco de un informe publicado por el profesor Michael E. Porter sobre la “Industria de la política en los Estados Unidos”, publiqué en esta columna una reflexión respecto del carácter local estadounidense del mismo o su potencial replica “adaptada” a lo largo del mundo. Entonces hacía referencia al funcionamiento observado en la política del Estado español, deteriorada por la falta de gobernanza efectiva y la no solución a la más que imperfecta articulación territorial, en la del Reino Unido en su particular tiempo de referendos (Escocia y el UK, el Brexit y el UK?) y de la Unión Europea en su parálisis de gobernanza acordada por la política de un consenso de confort, que no de proyectos compartibles.

Hace unos días, tuve la oportunidad de reunirme con Porter en su despacho de la Universidad de Harvard. Acaba de terminar su último libro actualizando el estado de la “Competitividad para la prosperidad” en los Estados Unidos de América, en el que además de poner el acento en el propósito o el para qué de la competitividad del país, la de sus diferentes Estados federales y, sobre todo, de sus empresas y agentes económicos y sociales, focalizable en resolver las necesidades y demandas sociales como máximo orientador de los diferentes modelos de negocio empresariales y de las políticas de prosperidad, inclusión e igualdad requeridas. En esta ocasión dedica un amplio y relevante papel a esa “industria de la política” estadounidense que se aleja cada vez más de la sociedad que representa y del valor de la institucionalización garante de los compromisos en el largo plazo, minando la esencia de los determinantes de la competitividad que vienen distanciando a Estados Unidos del primer lugar que en el contexto mundial le otorgaron en el pasado los Índices de Competitividad (WEF, IMEDE, OCDE) empeorados, aún más, si se trata de medir su grado de progreso social. Esta “incursión” en el ámbito político no es sino un paso más, esencial, para avanzar en la comprensión de un marco completo de la competitividad a la búsqueda de respuestas a una pregunta clave: ¿Cómo generar prosperidad sostenible e inclusiva a lo largo del mundo, mejorando de forma permanente el nivel de calidad de vida de los ciudadanos, co creando valor compartido entre las empresas y la sociedad, atendiendo, a la vez, la búsqueda de beneficios económicos y sociales para la comunidad?

Pregunta que responde a los objetivos de la extensa red M.O.C. (Microeconomía de la Competitividad) que desde el año 2002 nos une a poco más de 300 investigadores y profesores de más de 130 Universidades e Institutos en los cinco continentes, en un compromiso colaborativo académico-empresarial a la búsqueda del mayor impacto positivo posible en nuestras sociedades. En el encuentro anual que hemos celebrado en Boston, ha resultado relevante la cantidad de iniciativas y proyectos debatidos desde diferentes ópticas geográficas, pero con una serie de elementos comunes, o al menos, asociables, que han puesto el foco en la calidad de las democracias, las razones de sus fallos, la debilitada credibilidad observada en un buen número de liderazgos esperables, la desconfianza en un futuro incierto y los escenarios que se proponen, así como la inevitable revitalización institucional y política, además del renovado y “reinventado” rol empresarial para la propuesta de soluciones motivadoras. Espacio que debe ocupar, también, una nueva universidad que devuelva al mundo académico su compromiso firme con la aplicabilidad de sus capacidades expertas a las necesidades reales de la sociedad en que se insertan y asumiendo un protagonismo cada vez mayor en la generación de impacto en la sociedad.

En un foro internacional como este, el debate del estado de las cosas no solo no podía evitarse, sino que enriquecía el trabajo. Analizar y comparar el escenario estadounidense con una visión dividida ante el impeachment presidencial en plena discusión, las “marchas” latinoamericanas desde Chile a México pasando por graves situaciones (casi endémicas y/o estructurales) que se dan en Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, o en la crisis argentina, encontraban su marco comparable con el análisis estadounidense comentado. A ellos se unían estrategias de “Federalismo Competitivo” en la India, en el marco de estrategias que trasladan el peso del progreso y bienestar futuro a los 22 Estados subnacionales que lo componen, reescribiendo una nueva historia de crecimiento y bienestar inclusivos para una India joven (la edad media de su población son 29 años) que tan solo supone un 34% poblacional en zonas urbanas, liderando el crecimiento mundial en los últimos 15 años, llevando la biométrica, inteligencia artificial y otras tecnologías exponenciales a 1.200 millones de ciudadanos afrontando un desafío de gobernanza e institucionalización por construir, en sustitución del viejo mapa unitario impuesto desde los despachos del antiguo imperio británico. Una India sorprendente por su fortaleza y expectativas a la vez que, por sus raíces, historia y desigualdad, conviviendo con un potencial tecnológico y de futuro aún incierto. A la vez, la oportunidad de observar la transformación radical a través de una estrategia de desarrollo que lleva a Jerusalén a potenciar la periferia como necesidad crítica no solo por el bien del futuro de la ciudad y su población multicultural, sino para evitar las migraciones y efectos demográficos que pudieran impactar de forma negativa su desarrollo. Potenciar y provocar la clusterización de diferentes actividades de valor en zonas rurales y periféricas favoreciendo su implantación, llevando la tecnología al desierto en espacios compartibles con Palestina y con una clara intencionalidad política que pudiera parecer oculta tras discursos y objetivos económicos y de empleo.

En todo caso, estrategias diferenciadas demandantes de las alianzas coopetitivas de ciudades y regiones, de empresas con gobiernos y territorios, necesitados de la política y sus gobiernos y capaces de lograr la adhesión creíble y confiable de la sociedad. Devolver a las instituciones, gobiernos y política el rol esencial que nunca debieron o han de perder y que constituyen determinantes de la competitividad y progreso social en la agenda transformadora. Mensaje en contraste con el panorama observable en el Estado español. ¿Habrá gobierno en los próximos meses?, ¿qué pasará con Catalunya?, ¿y ustedes, los vascos, van claramente a la independencia? Preguntas repetidas con insistencia por nuestros colegas, a las que se unía una interesante cuestión planteada: ¿Cómo se sostiene una situación de ausencia de gobierno de casi un año en aparente normalidad salvo en el caso “del conflicto catalán”?

Sin duda, la “distribución del poder político y las competencias reales de los diferentes niveles de gobierno” lo explican en gran medida. Las materias esenciales (salud, economía, bienestar social, empleo y el funcionamiento ordinario de la ciudadanía), están “en manos” de las Comunidades Autónomas y los Municipios, y la actividad económica en las empresas, lo que mitiga la ausencia del todo poderoso centralismo oficial desde Moncloa y sus ministerios. Los diferentes gobiernos tienen distintas responsabilidades, tiempos, credibilidad y adhesión. Por el contrario, la Administración Central ocupa a cientos de miles de funcionarios ocupados en sus tareas ordinarias y sus directivos están libres de control alguno. El día a día, sobre excepciones, sigue su curso. Grave espejismo. La ausencia de gobierno (y Parlamento que lo impulse y controle) impide afrontar los desafíos de futuro (enormes) y su aplazamiento no hace sino aumentar distancias respecto de un futuro deseable.

Sería bueno aprovechar la evidencia para encarar no ya una investidura presidencial coyuntural (que en ningún caso será operativa, sin presupuestos, antes de abril del 2020) para repensar un futuro distinto, abordando, de una vez por todas, la inevitable reconfiguración del Estado, afrontando no solamente el “conflicto” catalán, sino el verdadero encaje de un nuevo Estado, desde el reconocimiento de una pluralidad de naciones y de regiones de distinta vocación institucional, de autogobierno y/o de pertenencia. Solamente alineando las demandas reales de sociedades distintas con instituciones sentidas como propias, asumiendo el compromiso de construir tu propio futuro, desde tu estrategia única, se podrá afrontar un nuevo futuro.

Son tiempos de cambio y de transformación radical. El continuismo y confort pueden alargar algunos logros y tendencias del pasado, pero no responden a los desafíos del mañana. Los liderazgos exigibles no son los que produce una “industria de la política”, como oligopolio que se dota de sus propios jugadores y reglas del juego intrínsecas. Lo veremos en el nuevo escenario del ya antiguo Reino Unido (UK?). El triunfo electoral en las elecciones recientes no solo da lugar a la investidura de un gobierno o a la “deseada mayoritariamente” salida de la Unión Europea, sino a la reconfiguración de unas nuevas Irlanda y Escocia dentro de la Unión Europea, independientes, una Gales reforzada con sus competencias respecto del Gran Londres y una Inglaterra distinta. Seguramente, todas ellas, piezas interconectadas abiertas en nuevos espacios coopetitivos tejiendo diferentes alianzas entre sí y con la Unión Europea, así como con otros terceros a lo largo del mundo. Sus gobiernos, sus políticas habrán de trascender de su propio marco habitual para diseñar y acordar las estrategias transformadoras que demandan sus distintas sociedades. Solo así, las democracias no serán esquemas fallidos y la confianza y credibilidad en gobiernos, políticas y liderazgos, constituirán la savia necesaria para conseguir el desafiante futuro deseable.

Procesos de cambio, provocadores de verdaderos espacios de prosperidad y desarrollo inclusivos. Hoy más que nunca, empresas, gobiernos y comunidad constituyen alianzas coopetitivas, inseparables, para construir el futuro.

Resulta refrescante encontrar la configuración de un marco cada vez más completo e integrador de diferentes áreas de actuación, que permiten avanzar en las respuestas a demandas crecientes en las diferentes sociedades a lo largo del mundo. El reclamo continuo de nuevos horizontes, que exigen estrategias propias y únicas movidas por propósitos aspiracionales al servicio del bien común. La inclusividad, la lucha contra la desigualdad, la bandera del progreso social, la adherencia y afección a las propuestas compartibles, dan sentido pleno a una apuesta por la competitividad en solidaridad, indisociable de la política, sus gobiernos y la institucionalización eficiente y democrática que los haga sostenibles.

¿Y si hacemos las cosas correctamente? Visiones para 2030

(Artículo publicado el 24 de Noviembre)

Un reciente ejercicio realizado en el seno del World Economic Forum, reunió a diferentes miembros de sus Consejos Globales sobre el Futuro, proponiendo “imaginar un mundo mejor para el 2030”. La idea sugiere que la única forma de plantear medidas y políticas adecuadas para lograr un objetivo como este, es pensar lo que nos gustaría encontrar en la fecha señalada.

Ejercicios como éste son comunes a cualquier proceso de prospectiva, nuevos escenarios o pensamiento estratégico, ya sea en el mundo de la empresa, de los gobiernos o de las personas en nuestra propia apuesta de futuro. Desgraciadamente, no son muchos quienes, en verdad, practican este tipo de esfuerzos comprometiendo sus aspiraciones en agendas específicas, les dotan de las estructuras y recursos necesarios para lograrlo y se empeñan en “construir su propia visión”. El ejercicio mencionado en el caso del World Economic Forum, ofrece 20 visiones concretas que pasan por la utópica conquista de vencer los impactos negativos del cambio climático, reducir la criminalidad y economía ilícita global a la mitad actual, generar soluciones tecnológicas de tele psiquiatría en la lucha contra enfermedades mentales, organizar y dinamizar un foro permanente de resolución de conflictos en el Oriente Medio con la participación activa de todos los líderes de los agentes implicados, un escenario de economía verde y circular, un pasaporte universal de salud con acceso global en un nuevo sistema de prevención, protección y seguridad social a cuyo servicio todas las tecnologías exponenciales (robótica, realidad virtual, inteligencia artificial, genómica…) convergen con un objetivo compartido, o una “nueva economía” alternativa a los extremos del pasado (capitalismo-comunismo), más allá de políticas a la búsqueda de objetivos e indicadores en torno a riqueza tradicional (para algunos) y producto interior bruto, o una reconversión plena de las estructuras de administración pública funcionarial hacia nuevos modos y ofertas de servicios para la sociedad. Diferentes escenarios y visiones simuladas tras las que han de formularse, a continuación, planes de acción concretos para su logro, identificando y superando barreras, minorando las brechas existentes entre el hoy y el mañana deseado, y “negociando” las correspondientes hojas de ruta que movilicen a todos los implicados en su logro.

Cuando ejercicios como este se realizan por los responsables directos de llevarlos a cabo, superan todo tipo de “juegos o aproximaciones soñadoras” para traducirse en verdaderas visiones y estrategias. En este caso, empresas y gobiernos se implicarían y, sin duda, los resultados no serían los estrictamente definidos a priori, sino respuestas mejoradas, la mayoría de las veces, por la multiplicidad de ideas e iniciativas que los diferentes participantes aportan, la evolución sistémica de dinámicas globales y el proceso de aprendizaje en sí mismo. Como en todo proceso estratégico, más allá del punto final de llegada, la enorme riqueza preparatoria para nuevas iniciativas reside en la propia “magia del proceso”, explorando y descubriendo nuevos horizontes, proponiendo nuevas preguntas y actores y provocando actitudes mentales diferentes.

Con este marco de fondo, en un reciente encuentro en Barcelona, comentábamos a pocos metros de la acampada universitaria, un potencial escenario de la Catalunya que hoy se encuentra en la encrucijada entre el “camino imaginario a ninguna parte”, que diría el expresidente Rodríguez Zapatero, la República Independiente de la mayoría legítima expresada en el Parlament, la reconducción hacia la convivencia del estatus quo del Madrid desde su inamovible poder de Estado y definición “constitucional” de la unidad de España, o hacia caminos inexplorados que puedan llevar a otros puntos de llegada. ¿Y si nos proponemos una visión para 2030 conforme a la voluntad democráticamente mayoritaria de Catalunya? ¿Y si en verdad el nuevo Congreso y posible gobierno español repensaran una nueva visión de Estado, incluyente de las realidades plurinacionales existentes, lejos de instalarse en el escenario fijo y unilateral de un tracto histórico que no parece hablar de futuro? ¿Y si cabría una nueva configuración de Estado en una, a su vez, reinventable Europa en un mundo cambiante con demandas sociales, económicas e institucionales diferentes a las actuales? ¿Qué mundo deseamos para el 2030? Sin duda un escenario y visiones muy distantes y diferentes al conflicto actual (con señales externas en Catalunya, si bien existentes en todo el Estado. El llamado “conflicto o cuestión territorial” que parece sorprender y molestar a quienes, legítimamente, no sienten o tienen aspiraciones de cambio, ni voluntad de nuevos instrumentos de autogobierno, ni se plantean otras formas de gobernanza o de Estado, tan legítimas como las de quienes sienten la necesidad de explorar nuevos caminos y redefinir un modelo de relación con terceros desde su propia apuesta de futuro y voluntad de libre decisión, ni empieza, ni termina en las deliberaciones o decisiones del Parlament).

¿Y si, además, aprovechamos el caótico y confuso estado de la política española, el desmedido rechazo mediático coyuntural a cualquier combinación de gobierno que pudiera orquestarse, ya sea populista, neoliberal, derechista o “Frankenstein” a juicio de algunos, para visionar otro 2030 en lo económico, social, judicial e institucional? Si lejos de limitar la apuesta a un decálogo generalista que valga para todo, nos preguntáramos por un estadio mejor dentro de 10 o 20 años, seguramente abordaríamos asuntos cruciales que exigen transformaciones radicales (un sistema educativo para el siglo XXI y no el continuismo estructural heredado, modelos socioeconómicos de desarrollo inclusivo, integrados, junto con estrategias territoriales clave, afrontando una digitalización imparable) superadores de viejos clichés extremos. Estos días leía a Niall Ferguson comentando una reciente conferencia con el incitante título: “La nueva ilustración: redefiniendo el capitalismo y el orden global neomercantilista en el mundo”, invitándonos (a personas, empresas y gobiernos) a “no ser el villano del momento”, recordando que el descontento de hoy, la búsqueda incómoda de nuevas soluciones y la inequidad o desigualdad -real o percibida- extendida por todo tipo de medios y redes sociales, con o sin control, “hace de toda persona, empresa o institución prominente un objetivo atacable”. A la vez, la literatura política y socioeconómica del momento refleja los cambios inevitables en curso, ya sea desde quienes piensan que el nuevo orden saldrá de una reinvención del capitalismo, a quienes concentran sus fuerzas en la nueva social democracia de la clase media del siglo XXI o la reafirmación de una economía social de mercado desde el refuerzo de sus raíces humanistas, solidarias y progresistas. En medio de todo tipo de aproximaciones con el objetivo económico y social, indivisible, hacia la prosperidad e inclusión. Más allá de filantropía, responsabilidad social corporativa, valor compartido empresa-sociedad, participación y auto gestión, mayor o menor implicación y peso del sector público… observamos todo un movimiento, imparable, hacia nuevas soluciones, ni dogmáticas, ni de receta y pensamiento único. ¿Y si imaginásemos un nuevo futuro, mejor, en el que podamos sentirnos confortables (que no acomodados)?

Ojalá nos demos la oportunidad de soñar un futuro distinto y nos empeñemos en hacerlo posible. Hace 44 años, en el Estado español, moría en la cama un dictador que no la dictadura. Entonces soñamos un futuro imperfecto que, pese a todo, propició un enorme cambio y transformación inacabados. Hoy, necesitamos volver a soñar desde lo aprendido y a partir de nuevas realidades, múltiples expectativas y desafíos por venir, conscientes de nuevas demandas y diferentes voluntades deseosas de asumir un protagonismo diferenciado. A la espera de la posible formación de un nuevo gobierno que parece tan solo soportado en el temor a que vengan los otros y desmonten lo conseguido, exigiendo adhesión incondicional a la nada, parecería razonable provocar sueños y apuestas de futuro para una sociedad demandante de un futuro mejor.

¿Y si hacemos algo distinto y mejor para el 2030? “Tengo un plan” como diría la precandidata demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Elizabeth Warren. ¿Y tú?