(Artículo publicado el 7 de junio)
El asesinato de George Floyd en Minneapolis, televisado de forma masiva a lo largo del mundo, ha desatado una ola de protestas y movilizaciones bajo el reclamo y denuncia de la “importancia de la vida de los afroamericanos estadounidenses” (Black lives matters) con la solidaridad universal en la denuncia de la discriminación, la violencia, la criminalización del diferente y la impunidad de los dominantes abusando de las atribuciones y poderes cometidos por una sociedad democrática.
Arden más de 80 ciudades sometidas a toques de queda, intervención policial y militar, y, también, actos vandálicos y saqueos minoritarios. Observamos, a distancia, no solamente un reflejo de las desigualdades existentes en los Estados Unidos (“descubrimos barrios con menos producto interior que la mejor zona de Botsuana”, diría la profesora de Harvard, Rebecca M. Henderson) y recordamos, impactados, que el 56% de los estadounidenses creen que el sistema en que viven les margina y que el 70% precisa que su democracia es de “baja intensidad, desigual y no les ayuda a resolver sus problemas”.
Angela Glover Blackwell, activista de reconocido compromiso (y resultados eficaces), desde la dirección de Founder in Residence en el Instituto de investigación y acción positiva en favor de las poblaciones vulnerables afroamericanas a lo largo de los Estados Unidos, PolicyLink, recordaba hace unos días que Estados Unidos no es una isla y que, “hoy más que nunca, las poblaciones marginadas y vulnerables de América, necesitamos de la presión política democrática global”. Esta mañana, Angela Merkel, desde Alemania, se dirigía al presidente Trump, “desde el recuerdo de la desoladora experiencia de mi pueblo”, pidiéndole afrontar y canalizar el movimiento en las calles hacia el diálogo en busca de soluciones a los profundos problemas observables, más allá de la insoportable actuación policial cuyas penas son solicitadas por la fiscalía general y, en principio, sentenciadas, con elevadas penas, como no cabía esperar de otra manera. “Black lives matter, Democracy matter, international support matter, people’s pacific demonstrations matter” (la vida de los “negros” importa, la democracia importa, el apoyo y presión internacional importan, las manifestaciones pacíficas importan…), acompañan las numerosas concentraciones (diversas, multi raciales, multi ideológicas, multi generacionales) en torno a memoriales y honras fúnebres extendidas a lo largo de los Estados Unidos, bajo el símbolo involuntario que ya hoy representa George Floyd.
El ya célebre mensaje que dio título a su discurso en la singular concentración del no tan lejano 28 de agosto de 1963 en Washington ,“Yo tengo un sueño…I have a dream” , de Martin Luther King, no ha conseguido su plena materialización y estos días pudiera verse como una pesadilla. Ni los avances progresivos y generalizados en la sociedad norteamericana, ni el amplio recorrido de la tecnología al servicio de necesidades sociales, ni la creciente consecuencia y mitigación de las mayores discriminaciones raciales de entonces, ni el relevante acceso a oportunidades favorecedoras del lento elevador social intergeneracional, ni las mejores políticas redistributivas de riqueza, ni el mayoritario acceso a una educación (paso a paso de mayor calidad) con medidas especiales facilitadoras de su oferta abierta a todos con especial preferencia a minorías de todo tipo, ni significativos servicios sociales y comunitarios que se abren camino paso a paso, son aún suficientes para el logro de este sueño, “también americano” . Sueño vivo, “de color”, que ni la relevancia de “los suyos” en primera fila del éxito económico, político, deportivo, artístico, académico…, ni el esfuerzo de generaciones se traduce en la necesaria percepción de igualdad.
Volviendo a Angela Glover y a su trabajo, podemos utilizar sus principales líneas de pensamiento y acción, que parecerían estar en la base de ese puente que hiciera posible el tránsito del sueño a la realidad. PolicyLink entiende que las soluciones a los desafíos de las naciones y sus pueblos se dan cuando el conocimiento, la sabiduría, la voz y la experiencia de quienes, tradicionalmente, están ausentes de los procesos de diseño, compromiso y aplicación de las políticas y procesos de transformación, son escuchados, se ven implicados, protagonistas de su propia transformación, atendidos y corresponsables de sus actos y resultados.
“Lifting Up What Works” (Escalando lo que funciona, juntos) es el combustible en la innovación local, en un esfuerzo por construir una “economía de la equidad, comunidades saludables y de oportunidades, y una sociedad justa”. Constituye la esencia de su proyecto, extendido a lo largo de todo el país, en alianza con todo tipo de iniciativas, instituciones, empresas comprometidas con el valor compartido generable en su desarrollo social.
La “América” real está cambiando. Su población es cada vez más diversa y la “gente de color” avanza hacia ocupar la mayoría. Ya hoy, algo más de la mitad de los niños menores de cinco años son de color y las proyecciones a 2044 serán la mayoría de la población estadounidense. El Atlas de Equidad Nacional en Estados Unidos, aporta todo tipo de información desagregada para las 100 mayores ciudades del país, las 150 regiones más extensas y los 50 Estados. Un nuevo mundo multi racial y multicultural está emergiendo. En 1980 el 80% de su población era “blanca”. La composición racial-étnica compuesta por blancos, negros, latinos, asiáticos, nativos americanos y mixtos u otros, van conformando un escenario cambiante hacia la nueva sociedad futura en la que lo “políticamente correcto”, afroamericanos, latinos y asiáticos ya hoy suponen el 38% de su población. ¿Cómo revertir la desigualdad existente incorporando la nueva realidad en una emergente inclusión y prosperidad esenciales para construir esta nueva nación por venir?
Hoy, los ojos del mundo fijan su mirada en los incidentes violentos observados, en las masivas manifestaciones (mayoritariamente pacíficas), en la “intencionalidad electoral partidaria” del presidente Trump y la “oportunidad opositora” ante el próximo noviembre, o en la variada complejidad de “razones del malestar y reivindicaciones particulares” de cada grupo, localidad o persona en la calle. De manera adicional, el impacto del COVID-19, los fallecidos, el confinamiento, el debatido proceso desigual de reapertura de la economía, el impacto destructor en el empleo sumado a la pérdida del seguro en salud, el propio sistema sanitario… y los determinantes sociales y económicos de la salud que impactan de mayor manera que el propio sistema sanitario en sí mismo en las poblaciones más vulnerables, no hacen sino reforzar la dureza de la visión particular atribuible a la percepción global. La complejidad multivariable hace que la raíz del diagnóstico trascienda del acto criminal presenciado, denunciable, evitable, condenable. Triste y excesiva alerta para revisar el foco de la desigualdad, la vulnerabilidad y la necesaria propuesta de nuevas estrategias para el desarrollo y bienestar inclusivos.
Este y no otro es el reto americano. Un desafío de valores y prosperidad compartidos, de generación de impacto real en la comunidad escalando aquellas iniciativas y soluciones sistémicas que transformen la base de partida, minorando la angustia financiera de las familias, movilizando inversión pública y privada en apoyo a la sociedad, sobre todo en sus capas más vulnerables, y, por supuesto, reforzando y reorientando la democracia y justicia social interviniendo en el sistema existente.
No parece que dispongamos de recetas mágicas, ni de caminos novedosos o de reinvenciones de ruedas, sino de la capacidad y voluntad de comprometer actitudes y comportamientos coherentes y comprehensivos, con objetivos pensando más en el 2040 mencionado que en el estatus quo. Este y no otro es el desafío y el sueño americano. Hoy, Estados Unidos atrae nuestra atención y exige nuestro apoyo desde la denuncia de la injusticia observada a la vez que con la esperanza en las capacidades de su sociedad para superarlo. Pero, más allá de la particularidad diferenciada de cada país, asumamos que ni ellos son una isla, ni los demás tampoco. La pesadilla en contraste con aquel “tengo un sueño…”, movilizador e ilusionante, no es solamente americano. Ojalá, los demás también lo tengamos y nos empreñemos en hacerlo realidad.