A tan solo un par de días de las elecciones catalanas del próximo domingo, y recién constituído un nuevo Parlamento Vasco con mayoría absoluta soberanista, nadie podría dudar que la próxima legislatura en Catalunya y en Euskadi será, de una manera u otra, un claro avance en línea con un proceso irreversible hacia la reconfiguración de un nuevo modelo de Estado. Los desafíos que ambos gobiernos se han planteado en sus respectivos programas, cada uno con sus características diferenciales, pasan por la clara concepción de «una Nación en Europa», a construir en el marco de un proceso democrático y atendiendo a las exigencias que la legalidad (cambiante en cada momento) permita y desde la decisión de sus respectivos pueblos. Ante esta clara posición, los partidos políticos nacionalistas españoles (con los perores resultados y presencia histórica en ambas Comunidades, apoyados en el establishment conservador español del que forman parte, parecen atrincherarse en el discurso del miedo, del uso ilegal de los ministerios de Hacienda e Interior (cuyos Ministros no deberían permanecer un solo día más en sus puestos) y de la prensa «especializada en las turbias aguas fecales de las cloacas».
Adicionalmente, la prensa económica enarbola la bandera del miedo y, apoyada en estudios ad hoc sobre hipótesis claramente discutibles, pregona, sin rubor alguno que la banca catalana dejará sus sedes catalanas, el paro aumentará en 500.000 personas (ni uno más ni uno menos), supondrá un coste arancelario de 3000 millones de euros y se atreven a afirmar que «los mercados e inversores» se retiran de España ante el miedo a la secesión. Parecería que aún no se han dado cuenta de la realidad de la economía española, de la contradictoria «Marca España» presidida por una monarquía cuya torpeza (por no decir más) es observable por cualquier analista, su justicia es puesta en entredicho, su tejido económico inexistente en la mayoría de las Comunidades Autónomas con un paro superior al 30 %, con un territorio absolutamente desequilibrado, con un sector inmobiliario aún sin ordenar, con un sistema de Cajas y Bancos destrozado y cuya imagen se ha disuelto como un azucarillo en un charco de agua y con un clamor de las propias Comunidades Autónomas del «café para todos» para que el Gobierno Central se ocupe de la recuperación de competencias, demostrando su poco apego real a una cpacidadd de decisión propia.
En este contexto, lo que en verdad cabría pedir es un poco de «inteligencia de Estado«. Esa interligencia que ha estado ausente a lo largo de estos 30 años de autonomía, que no ha sabido entender al necesidad (y conveniencia) de favorecer la confortabilidad y no la obligatoriedad de convivencia en un marco compartido y que no ha sabido interpretar los cambios de los tiempos, tanto en la construcción de espacios de libertad y derechos individuales y colectivos, como de innovación, competitividad y bienestar que exigen instrumentos propios y diferenciados. Esa inteligencia debería repensar el modelo. Se quiera o no, es tiempo de explorar espacios asimétricos, confederales y/o a distintas velocidades. Será el camino a recorrer por el Estado español actual, por la Europa actual y por el mundo en su conjunto.
Ambos procesos, Catalunya y Euskadi seguirán su propio camino si bien su interdependencia será mutua y multidireccional (entre ellas, hacia/desde España, hacia/desde Europa).
Resulta ocioso resaltar que cada proceso es único y distinto. Si bien, todos tienen elementos compartibles y condicionantes del resultado final.
En el cortísimo plazo, la convocatoria electoral en Catalunya se verá condicionada por los resultados habidos en Euskadi y viceversa. Es de suponer, un Parlamento catalán más catalanista, nacionalista y soberanista que el actual, una mayoría de gobierno de CiU reforzada, una minoración del peso español-constitucionalista y un avance social de primer orden hacia un nuevo estatus político que habrá de negociarse y refrendarse en una consulta popular, con el formato que se pueda. Dicho escenario no se improvisará ni vendrá dado de manera sencilla y absolutamente compartida. Cabe pensar una reacción agresiva desde Madrid y el establishment con episodios alti-sonantes que no hará sino favorecer una desafección catalana respecto de España. De esta forma, las aspiraciones -vascas y catalanas- se verán reforzadas contra otra corriente que propugnará un elemento vertebrador de la Unidad de España desde los partidos mayoritarios del Estado, la implicación de la Judicatura y los medios de comunicación del Estado (como lo estamos viendo) además de una elevada e intensa campaña del servicio exterior español. Se intentará despertar el miedo en los centros de poder económico-empresarial.
No obstante, pese a todo este movimiento, la realidad de los hechos, el avance democrático y el deseo de un futuo distinto irá extendiéndose en ambos países y, tarde o temprano, España reaccionará buscando «un mal menor» hacia un modelo de relación, de corte confederal, que posibilite un nuevo marco que haga compatible la pervivencia del estado español con nuevas formas de organización político administrativa de Euskadi y Catalunya en Europa. Es probable que estos cuatro próximos años no culminen con un modelo final pero si se darán los pasos suficiente para acometer un escenario claramente distinto al actual.
De esa llamada «inteligencia de Estado» surgirá el resultado final: EUSKADI-CATALUNYA WITH/OUT SPAIN»