(Artículo publicado el 7 de Agosto)
El otrora portavoz permanente del Partido Popular español, Hernández Pons, reaparecía hace unos días sorprendiéndonos en la Convención Demócrata de Philadelphia manifestando su apoyo (personal y de su partido) a la candidatura de Hillary Clinton (tanto como candidata interna contra Bernie Sanders como, sobre todo, a la Presidencia de los Estados Unidos).
Para quienes, desde la distancia, observamos un partido popular español con un Presidente de Honor y ex Presidente de Gobierno arrastrando sus pies sobre la mesa del rancho texano del ex Presidente Bush en plena complicidad «republicana», celebrando su encuentro de Las Azores tras lanzar la invasión de Irak, sobre argumentos falsos y tendenciosos, evitando el apoyo internacional en Naciones Unidas, o hemos padecido sus gobiernos centralistas e impositivos desde su absolutismo e inmovilismo (Rajoy), su manipulación de la Justicia suprimiendo la separación entre poderes (Ministro de Justicia e Interior, con un Fernández Díaz destacado negativamente por su habilidad telefónica y comportamientos detestables de persecución política), su desgobierno en funciones «no controlable» por un Congreso democrático (todo el gabinete sin excepción, merecedor de la inhabilitación democrática para todos y cada uno de sus ministros), sus discursos propagandísticos anti-inmigrantes (Maroto), su escapada ministerial ante mejores opciones de empleabilidad y supervivencia temporal (Pastor, Alonso) o su creciente y degradante tolerancia y/o connivencia con la corrupción organizada en su Partido, además de toda una amplia historia de políticas de baja calidad e intensidad democrática y de progreso (inmigración, salud, dependencia, por citar algunas), nos resulta incomprensible tal posicionamiento. La imagen cierta, imaginable, natural, esperable parecería el verlos alineados con el Partido Republicano y Donald Trump.
Pero si esta imagen descoloca, más lo hace aún observar a un candidato como Trump, indiscutible ganador en el seno de su Partido, contra el supuesto rechazo de su aparato y grupo dirigente, ampliamente seguido por la población estadounidense y con una alta probabilidad de convertirse en Presidente salvo que sus propios errores le derroten en su última etapa hasta la cita electoral de Noviembre. ¿Por qué elegirían los estadounidenses al candidato Trump?
Resulta evidente que desde una lógica, a distancia, desde nuestro entorno, nos llevaría a simplificar el análisis y dar por buena la diferencia cultural, socio-económica e incluso de origen racial, étnico y temporal de las poblaciones asentadas en las costas (Este y Oeste de los Estados Unidos, sus capitales) y el amplio espacio central entre ellas conformando no solo el «medio rural, local americano», sino una frontera inseparable de valores, cultura y actitudes ante la vida y su propia percepción de la identidad estadounidense, o la desigualdad creciente provocadora de una reacción anti sistema, o la desafección a las clases dirigentes de los últimos años, o las poblaciones marginadas, o a Wall Street y su influencia asfixiante sobre un Washington lobista dominante o incluso a una cierta antipatía sobre la candidata opuesta. Podríamos añadir que la sensación de pérdida de protagonismo líder de los Estados Unidos en el escenario mundial llevaría a abandonar el respaldo al mundo dirigente clásico. Nos seguirían faltando votos. Metamos en el puchero electoral la influencia de los medios de comunicación afines, e incluso los financiados por la millonaria campaña. Agreguemos al inmigrante de segunda o tercera generación que se ha ganado un puesto como estadounidense de pleno derecho y que ve en sus co-nacionales de origen un peligro ante su entrada en «su país». O, incluso, traslademos la explicación al peso fiscal que para el ciudadano trabajador ordinario le supone el país a construir «financiando ilegales» o «subsidiados» como te diría un taxista latino con más de 30 años en Nueva York forjando su empresa y futuro de sus hijos, hoy profesionales universitarios en Florida. Y, por supuesto, sumemos, a los muchos que les gusta el candidato y comparten sus mensajes. ¿Siguen faltando votos? Podemos incursionar, también en el campo de la juventud, su empleabilidad y condiciones económicas con un estudiante medio que tras sus cuatro a seis años de Universidad acumula una deuda por préstamos entre 30.000 y 100.000 dólares, o la estimación de una brecha de pobreza en 178.000 dólares, o la alarmante cifra de 1,5 millones de estudiantes que dejan sus estudios de bachillerato al año, o que la mitad de estudiantes afroamericanos y latinos no finaliza su enseñanza secundaria, o los aún más de 30 millones de ciudadanos sin acceso a la salud, o el descontento en las aulas que lleva a 250.000 profesores/año a desistir y dejar sus empleos por no soportar el comportamiento de sus alumnos (y padres), o el que uno de cada 35 adultos esté en el sistema penitenciario (en la cárcel o en libertad provisional o condicional)… ¿Sería suficiente explicación trascender de una determinada imagen del País Potencia Mundial a una fotografía de contraste como la señalada en algunas pinceladas para pensar en opciones distantes de nuestras primeras y razonadas impresiones?
Trump juega el rol de «un verso libre» en el Republicanismo destacando que su adscripción partidaria es meramente instrumental para participar del proceso. No ofrece programa alguno, lo desprecia, y no pretende comprometerse con propuesta alguna. Su fuerza quiere asentarse en un mensaje de individualismo distante de «ellos» (los gobernantes, los de siempre…) jugando a venir de la nada, a construir su propia historia (se supone que de éxito) y a no depender de nadie, decir «siempre la verdad o, al menos, lo que la gente de a pie piensa, quiere oír y no escucha en una sociedad «políticamente correcta». No acepta jerarquías orgánicas ni más disciplina que la suya. Deja claro que su único mandato aplicable es el que surja en el día a día conforme a su intuición y voluntad. No cabe sentirse engañado por cualquier decisión que tome. Es «su evangelio» y su oferta. Y la cambiará cuántas veces quiera. Vende su «bondad de outsider» como garantía de «la nueva política». Y así, avanza, paso a paso, ante un asustado republicanismo que busca desesperadamente la manera de convencerle para que renuncie voluntariamente a su candidatura y deje en manos de un pequeño comité su posible sustitución estatutaria. Algunos miembros destacados, anuncian su rechazo al candidato y piden el voto para Clinton ofreciendo, además, cuantiosas donaciones para financiar el último esfuerzo electoral.
Sin embargo, el proceso sigue su camino. La maquinaria institucional cumple -con mayor o menor entusiasmo- con las reglas del juego, pone a disposición de ambos candidatos los medios oficiales de la Casa Blanca (previstos en la Ley) y les da acceso a la «información reservada de Inteligencia del país» de modo que puedan ir preparando la configuración de sus equipos, disponer de un presupuesto inicial de «puesta a punto en los asuntos de Estado», organicen sus microsistemas funcionariales y el elevado número de altos cargos, funcionarios y asistentes y personal de confianza que habrían de incorporar a lo largo del próximo año (muchos de ellos tras aprobar el escrutinio de las Comisiones de Congreso y Senado considerándolos aptos para los cargos propuestos).
En este contexto, contrastar el comportamiento unipersonal de Trump con el del Partido Demócrata y su candidata Hillary Clinton resulta positivamente llamativo e ilustrativo. Aunque no lo parezca, los Partidos (también en Estados Unidos) sí importan y mucho. Condicionan, para bien y para mal, las políticas que han de implantar, en su nombre, sus representantes y son muchos -afortunadamente- los compromisos que han de cumplir a cambio del voto ciudadano. Así, en el caso de Hillary Clinton, la Convención de Philadelphia no solamente le eligió a ella, sino que aprobó la «Plataforma 2016″. Los representantes del Partido Demócrata han hecho sus deberes y hacen de la justicia económica, de la erradicación de la desigualdad, de la inclusión de los menos favorecidos, de la generación de un sistema de seguridad, protección y bienestar social, el eje de su mandato. Al servicio de dichos objetivos, compromete el establecimiento de una intensa y agresiva política de rentas, incrementando el salario de los trabajadores, reforzando el sistema de pensiones, facilitando el derecho y acceso a la vivienda y profundizando en la apuesta por la salud, accesible universal y de calidad para todos, yendo adelante con la llamada «Obama Care». Esta creación de espacios de bienestar, crecimiento y desarrollo inclusivo, viene soportada en la puesta en marcha de un Macro Plan para la Infraestructura del siglo XXI, «el renacimiento de la manufactura y economía productiva», la reorientación de una estrategia de economía verde bajo el paraguas de una revitalizada agenda de innovación (Ciencia, Educación y Tecnología) con un amplio abanico de planes de empleo focalizados y personalizados, con un amplio programa de descentralización clusterizada de la economía local, amparada en el impulso de la PYME y bajo el mandato coordinado de los Estados de la Unión.
Toda una agenda de compromisos en materia socio-económica, «filtrada» por la movilización de todos los agentes implicados tras su llamada «América Unida, por todos y para todos, removiendo barreras y alumbrando oportunidades», con una veintena de planes integrados, de manera convergente, en una única estrategia País, desde las acciones diferenciadas según distintos espacios de necesidad-demanda reivindicación (desde la superación de la integración racial, la inclusión de grupos marginados, las minorías -First Nations incluidas- los grupos desatendidos por la educación y la salud, la política de género, la América Rural). Además, una clara e intensa Hoja de Ruta hacia la calidad de la Educación (nueva reforma) y Salud para todos como vectores tractores de la transformación deseada. Y, como no podía ser de otra manera en la América de hoy, el apoyo a sus tropas y veteranos así como la confrontación con las amenazas globales: Terrorismo y, con nombres y apellidos, (Siria, Afganistán, Irán, Corea del Norte, Rusia, Ciberseguridad, no proliferación de armas nucleares, químicas y biológicas). Mención aparte merece su compromiso renovado para «liderar el mundo» con especial concreción en la reforma de las Instituciones Globales y el fortalecimiento institucional.
¿Se trata de una Plataforma y Programa electoral que nace sin ánimo de compromiso y cumplimiento? ¿Es un listado de buenas intenciones? No lo parece. Más bien, una hoja de ruta para la Presidenta y el resto de representantes de un Partido que aspira a acompañar/llevar a sus representados a un lugar deseado y esperable. No sorprendería, por tanto, el creciente aumento de expectativa de voto que le viene atribuyendo la demoscopia tras la Convención, una vez definidos los dos contrincantes, Trump tiene su público y Hillary Clinton, el suyo.
Visto desde aquí, contemplando el desolador panorama que venimos arrastrando, inmersos en un sainete PP-PSOE-Ciudadanos-Podemos, bajo pseudo liderazgos anclados en el discurso mediático dirigido más a sus tertulianos y voceros que a sus representados y/o contrincantes o potenciales aliados, parecería que los programas se limitan a titulares, corta y pega, que hoy se proponen como «la mejor gobernanza posible» desde un gobierno regeneracionista y de progreso (PSOE-CIUDADANOS), para mañana convertirse en «los puntos clave de la Constitucionalidad, Unidad de España y Crecimiento del empleo» o en su versión corregida del «gobierno de las Derechas PP-CDS» y quizás mañana, el «Compromiso de las Izquierdas» con PSOE-UE-PODEMOS»… La tertulia oficial, la generalidad de medios de comunicación y el establishment (en especial interno de los propios Partidos) parecen despreciar el sentido del voto ciudadano, los compromisos ofrecidos (y adquiridos) y sus líneas ideológicas. No parece importar ni lo que se debe o puede hacer, ni para que se quiere gobernar y, por supuesto, predican el olvido de la nefasta historia del gobierno saliente. Todo por la supuesta «estabilidad y razón de Estado». La voz de la democracia tras el voto es irrelevante.
Afortunadamente, al margen del camino unipersonal de Trump, de las derivas de algunos partidos y gobernantes que hacen del discurso y el mensaje un juego de tertulia, hay quienes sí hacen sus deberes y se ocupan del futuro cambiante al que pretenden llevar/acompañar a sus representados. Como leía en estos días de asueto, y en el ambiente Olímpico de Río, le preguntaban al jugador de hockey sobre hielo, Wayne Gretzky (mejor anotador de todos los tiempos) por su secreto para el éxito. Decía: «es muy simple; otros jugadores corren hacia el lugar donde está el disco. Yo corro en dirección al lugar donde va a estar».
Así de simple. Confiemos que los gobernantes y líderes en general, se adelanten a los desafíos y soluciones demandables por sus votantes o representados, de modo que lleguemos al sitio en el que habrá que estar en el futuro. Para estar en donde estamos, no hacen falta, ni programas, ni guías, ni candidatos. (Posiblemente, llevados a un extremo, ni elecciones). Apliquémonos el cuento (¡Ah! Y, por supuesto, esperemos que nuestra lógica de observación acompañe a la candidatura adecuada en Estados Unidos. Que el votante americano confíe en quien sí quiera llevarle a una mejor Sociedad con una guía y hoja de ruta comprometida y conocible. Por el bien de Estados Unidos y, un poco, de todos).