(Artículo publicado el 26 de Junio)
La tan esperada fecha del 26 de junio por fin está aquí. Ciudadanos y ciudadanas con derecho a voto en el Estado español no lo recibimos con la ilusión, esperanza y compromiso que tan preciado bien democrático habría de suponer, sino, más bien, como el final de una larga e innecesaria etapa de un proceso inconcluso cuyo final debería haberse producido en el período post electoral del ya un tanto lejano 20 de diciembre del 2015. Ya seis meses después del momento en que las urnas evitaron provocar el automatismo de un gobierno predeterminado por la aritmética de escaños. Hoy, los mismos candidatos, los mismos proyectos, los mismos «negociadores» de un fallido intento de gobernar, así como un creciente cansancio adicional, desgraciadamente, incide en una progresiva y preocupante desafección por la política, agravada en las últimas horas por la evidencia de un permanente «Señor X» que «desde las cloacas del Estado controla y dirige la democracia», reviviendo los fantasmas del pasado si bien en esta ocasión personalizados en un Ministro concreto, con la permanente desidia de su presidente, alentando un malestar generalizado al comprobar la corrupta degradación institucional y el cuestionamiento de la democracia real en un Estado de derecho de baja intensidad, además de una aparente confrontación y exclusión múltiple entre candidatos y partidos, lo que de la mano de las encuestas sugeriría la reedición de un escenario de desgobierno con probada ausencia de políticas acordes con las demandas sociales.
La cita de hoy viene influida más por factores externos que por los «proyectos» de cuatro candidatos que se autoproclaman «presidentes» en un escenario ficticio, a la espera de las necesarias combinaciones parlamentarias. 350 señorías que, en su inmensa mayoría, parecieran tener la misma información y la misma capacidad de decisión sobre el resultado final que quienes ni concurrimos a las urnas, ni formaremos parte de las Cámaras. Desgraciadamente, algo muy parecido a lo que ha llevado a nuestros conciudadanos del Reino Unido a posicionarse, hace tan solo tres días, a favor de su salida de la Unión Europea, cansados de sus Instituciones, anhelos y proyectos compartidos. La sensación de no participar en las decisiones que te afectan, de ser controlado y auto dirigido por un corporativismo tecnócrata centralizado en el eufemismo «Bruselas-Estrasburgo-Luxemburgo», con una molesta sensación de quedar sometido a decisiones propias de un «comité no elegido Bruselas-Berlín», en un complejo sistema alejado de las demandas sociales, tan diversas, necesitadas de tan variadas políticas, distintas País a País, región a región, han pesado en la actitud e inconformismo observado. En la campaña electoral del Estado español, salvo las inevitables reacciones mediáticas ante el proceso BREXIT, tan solo tímidas apelaciones a un potencial desmarque de las «políticas de Berlín» parecerían fijar diferencias de enfoque entre los candidatos españoles que han huido del debate para evitar mayores contradicciones.
Así, a lo largo de estos últimos días hemos podido observar que mientras el debate del BREXIT (BREMAIN OR LEAVE, QUEDARSE o SALIR), ni era un asunto blanco o negro a resolverse el día 23 de junio con el Sí o el NO de las urnas, ni desencadenaba una decisión automática concreta, ni mucho menos un determinismo predefinido. Lo único conocido era el absoluto desconocimiento de lo que estaba por venir al día siguiente. Iniciar un proceso de «desconexión», pactado o enfrentado y/o renegociar el estatus quo británico en la Unión Europea y, por supuesto, mucho más que un aviso a navegantes: con o sin el Reino Unido dentro de la Unión Europea, Europa no puede ser la misma. El proyecto europeo que vio la luz hace ya 74 años, que dio paso -en gran medida- a las apuestas de Bretton Woods y la creación del Fondo Monetario Internacional y a la redefinición de roles económicos, industriales, administrativos y políticos para la superación de la segunda Guerra Mundial, ha puesto de manifiesto su insuficiencia, su desviación respecto del eje aspiracional de su proyecto original, enredado en una gobernanza inútil y distante. O de una vez por todas sabemos, de verdad, si «hay alguien allí»… con el liderazgo, la competencia, el compromiso y el apoyo y legitimidad democrática suficientes para reinventar la apuesta, reconducir el proyecto y rediseñar nuevos modelos de participación, colaboración y esperanza de un futuro deseable, o los sucesivos BREXITs se generalizarán a lo largo de toda Europa. En ese marco, el debate electoral español decidió omitir su impacto en la llamada «política local».
Lejos de entrar en el fondo de la cuestión, el intenso proceso vivido en el Reino Unido centraba el interés mediático español en ocultar las ineficiencias del proyecto europeo en curso, del modelo y de sus gestores, descalificando a quienes pudieran cuestionar su futuro en esta Unión Europea, acusándoles de xenófobos, localistas, insolidarios, «parroquianos» o incultos («no saben el costo de salir, ni conocen la realidad de la Unión, ni el peligro de las opciones, ni tienen un proyecto alternativo…») y en proyectar, desde el miedo y cálculos demagógicos y escasamente rigurosos, «el coste de la NO pertenencia a Europa». Así la «apuesta segura» no era otra que no moverse, aceptar cualquier decisión que tome un selecto club de gobernantes, sin control democrático real (basta como ejemplo próximo el periodo incontrolado del gobierno español en funciones y su qué hacer europeo). No cuestionar alternativas en Europa suponía no hacerlo, tampoco, dentro del Estado español.
Pero todos sabemos que la realidad es mucho más compleja que tanto eslogan, manifiesto o presión de grupos de interés. Las diferencias (económicas, sociales, de voluntad y aspiración tanto por su soberanía, como por el grado de apropiación de su propio futuro, la modalidad de sus Instituciones, el tipo de gobernanza…) entre Estados, regiones y ciudadanos miembros, son enormes y no valen recetas únicas o unitarias. O se aceptan las diferencias reales (de voluntad, de compromiso, de tejido económico existente, de madurez y viabilidad institucional…) o no será posible definir un mapa Europeo no ya de presente, sino, sobre todo, de futuro. Tampoco un mapa de la España que algunos (los candidatos actuales a la Presidencia) promueven desde principios simples de UNIDAD similares al TOGETHER británico.
Hoy conocemos el resultado en el Reino Unido. Con la mayor participación en las urnas desde 1.992 (71,8%), el 52% de los ciudadanos (17,5 millones de votos) han decidido iniciar la salida de la Unión Europea. El impacto inicial se traduce en un gran shock, en un batacazo bursátil generalizado, en una muy relevante depreciación de la libra, en un cierto riesgo en el mercado de divisas, en caídas importantes en las expectativas de valor en las principales empresas españolas con intereses comerciales en el Reino Unido, la caída adicional del precio del petróleo y paralización de algunas operaciones asociadas previstas para los próximos días y la subida espectacular del oro refugio o del yen. Ganadores y perdedores en un mundo macro, limitado al espacio de los «mercados», y, por supuesto, la dimisión -en diferido- del Primer Ministro David Cameron quien plantea su salida en Octubre al «no ser el capitán adecuado para llevar al Reino Unido a un destino en el que él no cree». Sin embrago, en sus primeras palabras, en contraposición a sus argumentos de campaña, se ha apresurado a destacar que el Reino Unido es una economía sólida, que su moneda goza de extraordinaria salud, que ningún ciudadano (que seguirá siendo británico a la vez que europeo) ve modificada ni su condición, ni sus derechos, ni sus vidas como consecuencia del resultado. Anuncia lo ya conocido pero deliberadamente disfrazado en campaña: la manifestación de salir pone en marcha un largo proceso de «desconexión» que exige la mejor de las disposiciones en beneficio de un espacio confortable para todos. Múltiples barajas en juego que han de ser consideradas. Nada baladí, por ejemplo, la distribución territorial e «interna» del voto: Escocia (62% a favor de seguir en Europa), Irlanda del Norte (56% a favor de seguir) e Inglaterra y Gales partidarios de salir. ¿Cabría incorporar al proceso de desconexión referendos previos en Escocia e Irlanda y su permanencia como Estados Miembro con el apoyo inglés, que a su vez, junto con Gales en el aún complejo recorrido negociador y legislativo (es Westminster quien habrá de ratificar cualquier Acuerdo de salida) encontrara un modo alternativo de permanencia-relación? No es ciencia ficción, sino piezas de un complejo rompecabezas por diseñar.
Así, desde aquí, lo más relevante del intenso debate vivido en el Reino Unido y el resultado conocido con sus implicaciones aún abiertas, son las lecciones que habrían de aplicarse en el Estado español. Más allá de la simplificación argumental esgrimida por unos u otros en las etapas previas, el resultado final muestra la realidad de fondo que no es otra que un divorcio progresivo desde una concepción centralista, burocratizada y excesivamente economicista (artificial) que desoye la realidad ante diferentes modelos socio-económicos y socio-políticos de pertenencia y dirección de futuro, la necesidad de ejercitar un gobierno y control democrático real y próximo, la adecuación de políticas a necesidades palpables y prioridades diferenciales y a la imperiosa voluntad de aceptar co-protagonismos y no una dirección de pensamiento único a lo largo de Europa. La continua y asfixiante sensación de vivir pendientes de decisiones unilaterales de quienes dominan el conjunto, provoca desafección y deseos de búsqueda de caminos alternativos. Cooperar en proyectos europeos y globales no solo es un atractivo generalmente aceptado, sino deseado pero en la medida en que dicha cooperación sea voluntaria, bajo los principios de ganar-ganar y bajo criterios de coparticipación. De lo contrario, como la crisis se ha encargado de acentuar, corren malos tiempos para las llamadas «estabilidades integradas» cuyos objetivos y proceso se desconocen y esta realidad no solo es aplicable a la pertenencia a un modelo de Unión Europea, sino en su aplicación Estado a Estado. Simplificar en un «Together» o «Juntos y Unidos» no basta sin la explicación del ¿para qué? No es casualidad que ante un hecho tan relevante como el mencionado BREXIT, la campaña electoral española haya «pasado literalmente del asunto». Salvo el escaso e interesado ruido por el frustrado mitin de Cameron en Gibraltar, los «presidenciables españoles» y sus partidos, o no consideraron el debate, desafío de interés, o creyeron que no afectaría ni a España, ni a sus gobiernos o, posiblemente, al igual que lo que pasaba con la mayoría de los ciudadanos sometidos a encuestas electorales, ante alguna pregunta sobre el BREXIT confesaban no saber qué era eso, no haberlo oído nunca o pensar que era «cosa de los ingleses». Mientras tanto, el proceso catalán no parecía despertar atención más allá de declaraciones altisonantes para el enfrentamiento de campaña entre los «4 líderes», Euskadi solo aparece en boca de Unidos-Podemos para ponernos como ejemplo de lo que ellos «quieren hacer en protección y bienestar social» mientras sus representantes en Euskadi, desde su desconocimiento, se limitan a criticar al partido promotor, EAJ-PNV, por sus «políticas de partido de derechas»… y tan frescos. En verdad, como en la Unión Europea, España carece de gobernanza, liderazgo y proyecto de futuro creíble y adecuado a los problemas y, sobre todo, soluciones. Es triste pensar que a partir de mañana pudiera reeditarse un gobierno que ni anima, ni convence siquiera a sus votantes, que no se vea castigado -en verdad- por su corrupción y años de banquillo judicial permanente, que un líder-partido perdedor y con los peores resultados en la historia democrática se considere «la única garantía seria y razonable para presidir el gobierno», o que el peor valorado de todos los candidatos termine, de rebote, presidiendo el futuro gobierno. Ni qué decir de quien se sitúa a la cola que se auto propone para mediar y ofrecerse como candidato-solución ante el bloqueo de los demás. Un despropósito generalizado al margen de los desafíos reales. Lecciones que, sobre todo, invitarían a confrontarlas con debates «españoles» como el aún vivo y sin afrontar «proceso catalán». Hemos podido comprobar, por fin, que «salir de Europa» no es una cuestión automática, ni cuestión de publicarla en el Boletín del Estado. Que manifestar la voluntad de salir supone abrir un intenso proceso de «Desconexión negociada» que supone continuar en el estatus quo previo y acordar, en periodos largos, un nuevo modelo de relación y convivencia, acordar el pago de deudas, pensiones, financiación de competencias, moneda, relaciones institucionales, comerciales y de gobernanza, ciudadanía, dobles nacionalidades, migración, defensa… etc. ¡Ojo! A la simplificación y «al frío amenazante» de quienes, a falta de una propuesta alternativa, advierten de la «soledad elegible». Hemos aprendido, también, de la manipulación estadística, del catastrofismo de las cifras y de la enorme brecha entre los «mercados», «indicadores bursátiles» y la economía real generalizada para el ciudadano medio. Más allá de discursos, el mundo es más real de lo que pudiera parecer y la psicología, emoción y voluntades humanas pesan más de lo que parece en toda decisión.
En definitiva, un 26 de junio en el que quienes creemos en la democracia y en la enorme trascendencia de un voto, acudiremos a ejercer nuestro derecho… y obligación, confiando en que aparezca algo o alguien que vuelva a situar lo imprescindible al frente de las preocupaciones y ocupaciones de quienes hayan de dirigir una nueva visión de futuro, comentada y alineada con el espíritu legítimo de una sociedad necesitada de un proyecto propio de futuro. En el Reino Unido, en la Unión Europea, en el Estado español, en…
Los ciudadanos del Reino Unido han hablado y han manifestado su voluntad, de momento. Las sociedades democráticas han de ser fieles a un principio esencial que, por ejemplo, los vascos hemos recogido en nuestro Estatuto de Gernika en su disposición adicional: «la aceptación del régimen de autonomía no implica renuncia del pueblo vasco a los derechos que como tal le hubiera podido corresponder en virtud de su historia, que podrán ser actualizados de acuerdo con lo que establezca el ordenamiento jurídico». Las sociedades tienen necesidades, deseos, aspiraciones y soluciones diferentes a lo largo de su historia y han de dotarse de los medios y modelos de gobernanza, pacíficos y democráticos, adecuados a cada momento. Es un derecho…y su obligación. Hoy lo ha aplicado la sociedad británica como lo hiciera cuando decidió incorporarse, en determinadas condiciones, a la Unión Europea. En cada momento, la voz democrática decide su camino.
Por encima de todo, el refrendo BREXIT y su resultado suponen un choque-revulsivo de elevada magnitud para una Europa que no puede permanecer impasible observando su deterioro respecto de los principios, objetivos y resultados previstos. Un nuevo camino, también, para quienes hoy resulten elegidos al Congreso de Madrid. Por supuesto que los reclamos generales (en especial los sociales y económicos) requieren nuevas actitudes y políticas pero, además, el propio modelo de Estado, su reconfiguración institucional, su modelo de gobernanza, necesitan una radical transformación que haga confortable la participación en el proyecto. No acometer esta reforma solamente aumentará la desafección, la desconfianza y la incertidumbre permanente.
Esperemos que un próximo referendo o contienda electoral no encuentre al gobernante de turno «desaparecido», sin propuestas para un plan alternativo, sin soluciones e inserto en un clima de desconfianza. Repensemos Europa, repensemos el Estado español. Ni uno ni otro responden a las necesidades y exigencias de hoy, de sus ciudadanos.
El Reino Unido se ha pronunciado por dejar la Unión Europea. Ambos gobiernos (UK + UE) han de iniciar un largo «proceso de desconexión» que ha de buscar tanto la mejor y amigable transición y convivencia, como la pronta y eficiente manera de responder al deseo de los ciudadanos europeos (aún hoy) británicos y, por supuesto, del conjunto de sus conciudadanos europeos.
Se abre así un proceso «multi-nación», multi-variable, multi-modelo» que obligará a repensar y reinventar Europa. ¿Continuará un inmovilismo europeo con parches mínimos sin la UK?, ¿afrontará una verdadera revolución en su composición (a una, dos, o más velocidades)?, ¿favorecerá la geometría variable en su representación y decisiones?, ¿se buscará un Estatus especial y único para el Reino Unido o se situará en los espacios ya existentes como el noruego o suizo?, ¿qué harán Escocia o las Irlandas?, ¿veremos potenciar una nueva Commonwealth?, ¿se habrá agotado el modelo Bretton Woods y, quizás, el euro en su estado actual?. Y finalmente, ¿nuevos espacios de relación con Europa y los actuales Estados Miembro, con una revisión del posicionamiento estratégico vasco, catalán, flamenco, por ejemplo; en este nuevo escenario?
Un tiempo nuevo. ¿Son los candidatos y partidos que hoy piden nuestro voto, en el Estado español, los más adecuados para impulsar estos procesos complejos? Esto es, también, lo que hoy votamos. Más allá de las apariencias y discursos de campaña.