Co-Creación de Valor. ¿Cambiando el Mundo?

La sesión inaugural de la «Shared Value Leadership Summit 2016″ ha reunido en Nueva York a cientos de miembros de la Comunidad Mundial de la generación del Valor Compartido Empresa-Sociedad. Esta vez bajo el reclamo del «cambio del mundo desde las buenas empresas y modelos de negocios».

La conversación o diálogo inicial han corrido a cargo de Michael E. Porter (cofundador del movimiento del Shared Value junto con Mike Kramer) y de Jim Yong Kim, Presidente del Banco Mundial. Así­, al margen de otras muchas ideas y de la constatación del creciente éxito de este movimiento, conviene resaltar algunos conceptos puestos sobre la mesa:

1. Si bien en el momento de escribir y publicar en la HBR el artí­culo sobre la co-creación de valor, Mike Kramer dice no haber entendido del todo la importancia que Porter daba a la empresa y al empresario en este proceso, hoy comprende que no solo se trata de un movimiento transversal que importa en todos los stakeholders e industrias, empresas y paí­ses, sino que sin el mundo comprometido de la empresa, no hay posibilidad alguna de generar soluciones escalables al voluntarismo «inocente» del espacio NON PROFIT o a la resignada e insuficiente contribución, en solitario, de los gobiernos de buena fe con limitada capacidad de intervención global.

2. Jim Yong Kim resalta el valor de la empresa (privada) y de los Modelos de Negocio. Repasaba sus múltiples experiencias (sobre todo en el mundo de la Salud tras 30 años en Partners & Health analizando miles de proyectos e iniciativas que, basado en interesantes aplicaciones tecnológicas, no daban solución a la globalidad de las Cadenas de Valor en el Sistema de Salud, fracasando en el intento de generar valor real en salud, importar en la totalidad de los sistemas implicados, aportando soluciones de valor compartido, escalables y al menor coste posible. ¿Quién es capaz de pensar modelos de negocio innovadores al servicio del acceso real a la salud?

3. Hoy, Shared Value parte de una concepción más allá de las ideologí­as, situando en el centro de las soluciones a las necesidades sociales, opciones alternativas co-creadoras de valor, a la vez, medibles en términos de valor.

4. Michael Porter refuerza el propio Valor Compartido no como un modo o fase aislada, sino como elemento crucial en el largo camino hacia la competitividad y el bienestar. Las empresas que están cambiando el mundo son aquellas que han hecho de la solución a las demandas reales de la sociedad, la fuente de sus modelos de negocio.

Shared Value exige resultados medibles. Los resultados han de ser pre-diseñados y no fruto de la casualidad. Definirlo y lograrlo exige:

1) Repensar el producto, servicio, solución a ofrecer.

2) Repensar y redefinir la cadena de valor y apostar por el rol que habremos de jugar en ella.

3) Repensar el espacio y reglas de juego en el ámbito de la clusterización de las actividades económicas que nos afectan y jugar el rol diferenciado, desde nuestra proposición única de valor y modelo de negocio especí­fico que hemos de acometer.

En definitiva, un movimiento vivo, creciente, que valida la fuerza y poder de la empresa y que es entendible en el contexto de los sistemas globales. Ni es una nueva moda, ni un nuevo modo de «engrandecer» la filantropí­a o buena voluntad o poner el acento en la «buena ciudadaní­a empresarial». Es, por supuesto, una forma de generar negocio co-creando valor para la empresa y para la sociedad.

Nuevos modelos ante nuevos retos

(Artí­culo publicado el 1 de Mayo)

En una semana en la que he tenido la oportunidad de participar como ponente en dos conferencias, de diferente audiencia y en diferentes paí­ses, una en relación con la posibilidad o necesidad de construir un proyecto propio ante los desafí­os observables y otra sobre las necesarias apuestas colaborativas para construir un modelo industrial para el desarrollo regional, han resultado coincidentes algunas observaciones o preguntas de la audiencia en el debate-diálogo, enriquecedor y complementario, que les seguí­a. ¿Es posible diseñar e implementar una estrategia coherente y completa en un Paí­s con la participación de todos los agentes implicados? ¿En un contexto polí­tico como el que se vive y con periodos de gobierno limitados y cambiantes se puede mantener una dirección más o menos «estable» a lo largo del tiempo? ¿Qué pueden hacer la sociedad (y los ciudadanos) para influir en la dirección estratégica deseable?

La coincidencia de estos comentarios no es extraña ya que son parte esencial de todo proceso estratégico.

Por definición, la estrategia tiene que ver no solamente con las aspiraciones de un colectivo (personas, empresas, gobiernos…), con la dirección a tomar, objetivos, polí­ticas e instrumentos con la adecuada asignación de recursos para lograrlo, sino, sobre todo, las decisiones sobre lo que no se debe hacer o lo que debe dejar de hacerse. En este complejo proceso decisorio, esencial para dirigir nuestro camino hacia alguna parte deseada, el impacto de todo tipo de elementos (internos y externos) nos desviará de la lí­nea prevista siendo nuestra obligación esforzarnos en reconducirla hacia el camino crí­tico marcado.

Pero dicho esto: ¿Por qué necesitamos un nuevo compromiso para repensar nuestro futuro y los modelos existentes y quien (quienes) debe(n) hacerlo?

Sin duda, unas naciones o regiones lo necesitan más que otras y cada una ha de hacerlo desde un punto de partida diferente. Todas las sociedades y agentes socio-económicos individuales implicados (también unos mejor situados que otros en el pelotón de salida) participamos de la crisis imperante, somos objeto de las mega tendencias globales y de su impacto como consecuencia de los complejos desafí­os que nos rodean (y rodearán): tecnológicos (revolución 4.0), sociales (migración, demografí­a, desigualdad, enfermedades), fí­sicos (urbanización, catástrofes medio ambientales), polí­ticos (guerras, seguridad, gobernanza…) por citar algunos. Nada nuevo y todo distinto, a la vez, bien por su intensidad, por su interconexión, por su simultaneidad, por su acelerada y creciente complejidad…

Ahora bien, repensar el estado de partida y el escenario deseable no solamente no deberí­a asustarnos, sino que por el contrario, exige un compromiso «natural» con nuestra apuesta para provocar un futuro alcanzable. La «información de la crisis» nos ha traí­do mensajes y claves de gran fuerza para acometer un futuro diferente. Hemos aprendido que la globalización tiene múltiples caras y que no podemos renunciar a nuestras tareas y soluciones locales, y que si bien hay problemas que recomiendan soluciones con enfoque y acuerdos globales y coordinados, normalmente por nuevos entes supranacionales que se doten del combustible de la legitimidad democrática, existen otros muchos (casi siempre la totalidad de los llamados globales en ámbitos más próximos) cuyo mejor ámbito de aproximación y respuesta sigue siendo local; hemos comprendido como la internacionalización no es un mantra por el que todos seremos ciudadanos globales, sin raí­ces ni identidad diferenciada o que nuestras empresas puedan dirigirse a distancia sin entender el Paí­s destino, con directivos expatriados viviendo en burbujas aisladas ajenas a la demanda real de desarrollos endógenos, paí­s a paí­s, con sus propias y legí­timas necesidades, demandas y aspiraciones. Hemos aprendido, sobre todo, que el crecimiento por el crecimiento no nos lleva a ninguna parte. Sabemos hoy que el crecimiento ha de ser inclusivo, exigente de una clara equidad, igualdad de oportunidades reales y demandante de la absoluta integración de múltiples polí­ticas y lí­neas de acción que ni pueden ni deben abordarse por separado de manera inconexa. Sabemos que la interrelación e interdependencia necesaria exige incorporar, en una estrategia completa, la coherencia de los entornos macro-económicos, bajo una transparente gobernanza impregnada de innovación y emprendimiento social, potenciador del capital humano, construyendo las infraestructuras del futuro, con nuevos sistemas de protección y seguridad social y de empleo y la correspondiente financiación pública. Sabemos que el PIB no es la medida suficiente ni adecuada para hoy y sobre todo para mañana. (Precisamente estos dí­as, en un estupendo artí­culo de Stewart Wallis, Director Ejecutivo de la Fundación de la Nueva Economí­a, recurriendo a la comparación del PIB con el velocí­metro de un coche, nos hací­a ver que medir la velocidad es solamente eso: ni nos indica hacia dónde vamos, ni nos advierte en qué momento nos quedaremos sin gasolina o cuándo tendremos la siguiente averí­a…). Wallis y su Fundación proponen un modelo de factores e indicadores a medir, realizados en el Reino Unido, midiendo ópticas alternativas del empleo (no ocupados y desempleados, sino la calidad de los buenos empleos sostenibles), el bienestar (no como % del gasto de sanidad en el PIB, sino la satisfacción de las personas en su estilo, forma y nivel de vida), el medio amiente más allá del ecologismo tradicional, la equidad e igualdad por el impacto fiscal y la provisión de servicios públicos, o la salud (no la esperanza de vida, sino las muertes evitables por un buen sistema de salud). Es solamente uno más de los múltiples esfuerzos hoy existentes: índice de la Felicidad, índice de Desarrollo Humano (Naciones Unidas), índice de progreso social y co-creación de valor empresa-sociedad (Porter, Kramer y Green) etc. En definitiva, todo un mundo en marcha repensando el camino a seguir en el amplio abanico de la redefinición de modelos de desarrollo inclusivo que, con el paraguas de una estrategia plena, pretende responder a las necesidades sociales.

¿Y la sociedad? ¿Todo lo anterior es solamente cosa de la polí­tica y los Gobiernos? NO. Además de que la sociedad no es un ente ajeno o aislado del llamado «mundo de la polí­tica» (sino su propia esencia), como sociedad, las personas y colectivos tenemos mucho que hacer (no solamente votar y/o controlar a nuestros representantes o exigir polí­ticas concretas que nos afecten). La capacidad de iniciativa, conocimiento, organización… y compromiso, exigen una mayor implicación en la construcción de nuestro futuro.

Concluidas las sesiones comentadas, uno de los convocantes me preguntaba: ¿Y todo esto en el contexto polí­tico español es posible? ¿Hay esperanzas creí­bles en el nuevo periodo electoral? Esperemos que sí­: las primeras señales no invitan a demasiado optimismo: quienes no pudieron o supieron acordar la formación de un Gobierno, anuncian que no cambiarán a sus candidatos, no variarán sus mensajes, no modificarán sus programas electorales del pasado diciembre, no se fí­an de los otros, no creen haber cometido errores… La realidad es muy diferente. Desde diciembre hasta hoy (y hasta septiembre en que haya un nuevo Gobierno) habrán pasado muchas cosas nuevas (desde el casi agotamiento del presupuesto, el incumplimiento de los compromisos de déficit, el deterioro de la gobernanza, la recentralización sin control democrático, la corrupción extendida, la no solución a los problemas migratorios, el no cese de la crisis, el aumento del desempleo, el fracaso en el cumplimiento de compromisos que -desde la oposición- se conjuraban en aplicar para desmantelar «el mal hacer del gobierno Rajoy»,… y una Casa Real que pide a los polí­ticos que «no cansen a los ciudadanos» demostrando cuán lejos está de los modos y prácticas de la democracia y la voz directa de los ciudadanos). Todo un panorama que deberí­a ayudar a esa sociedad que parece desear participar con mayor implicación, si cabe, en los retos y soluciones de futuro.

Pese a todo, una bandera de optimismo y esperanza a favor de la Estrategia ocupada en repensar un nuevo futuro aprendiendo de los desafí­os y del camino recorrido, haciendo de los problemas una verdadera fuente de solución, empleo, riqueza y bienestar. Por supuesto, desde nuestro compromiso como sociedad, provocando un escenario deseable. La Sociedad ha de jugar su papel. Múltiples espacios de colaboración, de encuentro, de debate, de ideas, de compromiso y de respuesta, haciendo suya la fortaleza de la elección de sus representantes, asumiendo el co-protagonismo que ha de compartir con las Instituciones y sus Gobiernos.

Hemos aprendido la necesidad de nuevos modelos, conocemos algunos de los caminos por explorar y somos conscientes de los enormes desafí­os y retos que tenemos por delante. ¡Un paso más!

Lo que en verdad preocupa a falta de un gobierno legí­timo…

(Artí­culo publicado el 17 de Abril)

Cuando se publique este artí­culo, estaremos interpretando los resultados de la «consulta popular» de Podemos a sus «seguidores inscritos», posicionándose sobre el eje de preferencia para un gobierno de la mano de un acuerdo PSOE-Ciudadanos (según su pregunta, con «Pedro y con Alberto») o Podemos-PSOE, bajo «nuestro liderazgo». Sea la que sea la respuesta, resultará inoperante y de escasa viabilidad ya que el uso del voto se convertirá en argumento para la decisión que la dirección de Podemos haya tomado con carácter previo y, por supuesto, volverí­a al punto original de partida, dependiendo de las decisiones de terceros para formar o no un gobierno.

En paralelo, los movimiento de última hora fijarán (si no lo han hecho ya) otras alianzas alternativas conformando un gobierno, o por el contrario, la convocatoria automática de nuevas elecciones a celebrar el próximo 26 de junio.

Pase lo que pase antes del 2 de mayo próximo, gobiernen o no los potenciales aliados, lo más destacable de este periodo post electoral (desde el ya lejano 20 de diciembre), lo que en verdad ha resultado de interés, ha sido comprobar el comportamiento de los diferentes actores: desde la escasa o nula experiencia en la gestión de la complejidad y la formación de gobiernos a partir de acuerdos compartibles bien de gobernanza, legislatura o simple apoyo de investidura de los «lí­deres» de las diferentes formaciones; la teatralización y obsesión mediática obviando principios, contenidos y objetivos; el peso excesivo y prioritario de las posiciones personales y de partido respecto de los intereses generales; el divorcio entre los mensajes y proclamas electorales y los intereses por acordar casi cualquier cosa y con cualquiera; el tránsito desmemoriado del insulto y la descalificación hacia el abrazo «de lo posible» con el supuesto adversario polí­tico; hasta el objetivo centrado en la búsqueda de un culpable al que responsabilizar del «fracaso democrático» para dar paso a un nuevo ejercicio electoral. Todo un compendio de comportamientos desde un marco restringido que lejos de facilitar soluciones, se diseñaba para profundizar en la diabólica aritmética electoral resultante el pasado diciembre. Si la distribución de escaños llamaba a apuestas radicales de cambio, repletas de riesgos, para acometer los desafí­os reales y permanentes del Estado español (su tremendo deterioro Institucional, una crisis económica estructural con una España absolutamente desequilibrada y dispar con necesidades estratégicas diferenciadas, una reinvención del modelo de Estado con respuesta a las demandas «plurinacionales», el tránsito a nuevos modelos de desarrollo económico, la mitigación de las desigualdades, rehacer los pilares del Estado de Bienestar, recuperar la credibilidad y confianza en la polí­tica y afrontar la sangrante corrupción…), lejos de promover movimientos en esta dirección, el partido ganador (relativo) se atrincheraba en sus posiciones fracasadas en los últimos años y se apartaba a la espera del fracaso de los demás, el PSOE dejaba a su candidato (perdedor en las elecciones con uno de los perores resultados en su historia) intentar presidir un gobierno de adhesiones con el único recurso al miedo a seguir bajo el gobierno de «los malos», atándole respecto a los «peligrosos aliados» (en realidad todos) y encendiendo, a la vez, las alarmas para iniciar su destitución interna. Finalmente, «los embajadores de la Nueva Polí­tica» han demostrado escasa novedad y poca vocación y capacidad real de gobierno.

Pero si todo lo anterior habrí­a de ofrecer enseñanzas claves ante una nueva petición de confianza y voto, en el caso de una repetición electoral, hemos podido observar algo especialmente grave cara a futuros gobiernos en su periodo de actuación «en funciones». Lo observado aconsejarí­a un auténtico cambio, inmediato, en la Ley de Gobierno y Administración, en el Reglamento del Congreso de los Diputados y en el sistema de Gobernanza y toma de decisiones de la Unión Europea. Al menos estos tres importantes ámbitos de actuación, condicionantes de nuestra vida, deberí­an revisarse y adecuarse a potenciales periodos de desgobierno o interinidad.

Bien porque el gobierno Rajoy llegase a verse respaldado por el Tribunal Constitucional justificando su NO control por el Parlamento dado que «no les ha dado su confianza» o precisamente porque prime el sentido común que llevarí­a a pensar que todo gobierno -precisamente con más razón si está en funciones- ha de someterse al control legislativo y parlamentario, la relevancia de las decisiones y actuaciones de los gobiernos no pueden vivir en el limbo y facilitar el oscurantismo e irresponsabilidad demostrados. En este espacio sin control, el gobierno Rajoy ha hecho mucho más que obstaculizar la función del Parlamento y de las Comunidades Autónomas, mucho más que limitarse a «despachar asuntos ordinarios de la administración en curso». Este gobierno ha hecho y deshecho presupuestos, ha cambiado las reglas del juego (financiación, criterios de déficit público, incumplimiento de los Tratados de la Unión…), ha recurrido (con la interpretación irresponsable y benevolente del Tribunal Constitucional) todo tipo de normativa de gobiernos y Parlamentos autonómicos, ha regalado «medallas y honores» a su antojo, ha indultado sin control, ha viajado representando al Estado a todo tipo de Foros y Organismos Internacionales hipotecando decisiones de futuro, ha condenado créditos Paí­s, ha movilizado fuerzas de intervención… Es decir, la mejor manera de gobernar, sin legitimidad, ni competencias para hacerlo, sin control democrático.

 Polémicas aparte, la ley 50/1997 de Gobierno, regula las facultades de un Gobierno en funciones. Un gobierno que cesa, automáticamente, tras celebrarse elecciones generales y continúa en funciones hasta la toma de posesión del nuevo  gobierno, con una serie de limitaciones tasadas en la propia Ley. Está obligado a facilitar el proceso de formación del nuevo gobierno, garantizar el adecuado traspaso de poderes y responsabilidades, limitando su gestión (no dirección polí­tica) al despacho de los asuntos públicos ordinarios, «absteniéndose de adoptar, salvo casos de urgencia debidamente justificados y razonados, decisiones de interés general». No puede, expresamente, ejercer algunas facultades como la aprobación de los Presupuestos, la presentación de Proyectos de Ley o las delegaciones legislativas. ¿No aprobar los presupuestos es compatible con la modificación y enmienda sustancial de los mismos introduciendo por libre voluntad recortes de decenas de miles de millones por imposición de un coeficiente de Déficit y aplicarlo a las partidas y competencias correspondientes a otras Administraciones? ¿Es compatible con la condonación de miles de millones en créditos a paí­ses terceros? ¿Es una gestión ordinaria mantener e imponer determinados desarrollos legislativos modificados unilateralmente en su mandato cuando el propio nuevo Parlamento se pronuncia en contra de los mismos (LOMCE, dependencia, salud…)? Si además, el gobierno interpreta que su condición de cesado en funciones le exonera de cualquier tipo de control en una libre interpretación de la ya mencionada Ley de Gobierno que establece que «todos los actos y omisiones del Gobierno están sujetos al control polí­tico de las Cortes generales» (art.26), nos lleva al mayor de los obscurantismos, impunidad y nula legitimidad democrática.

Cabe preguntarse, en consecuencia, si los diferentes ministros no han quedado democráticamente inhabilitados para desempeñar cargos públicos a futuro (en las últimas horas, además, para reforzar el desatino, asistimos a la rocambolesca salida-renuncia del cesado Ministro en funciones Sr. Soria), si no deberí­a modificarse la legislación vigente para garantizar un perí­odo post electoral, transitorio, acorde con una gestión transparente y controlable, en la que el gobierno saliente (sus ministros, altos cargos y gabinetes de libre designación) ejerza sus compromisos de partido y facilite la formación del gobierno que legí­timamente le apetezca sin interferir en las funciones que le corresponde. O se limitan y acatan las decisiones susceptibles de tomarse en periodo interino, se fijan los mecanismos de pre-consulta y decisión, así­ como de control y/o se establece el cese automático de los Ministros, cargos de confianza, asesores y personal de libre designación para dejar las «cuestiones ordinarias» en manos del «alto funcionariado» bajo la responsabilidad (real y exigible) del Presidente y, por supuesto, se limitan determinadas decisiones esenciales en la Unión Europea cuando los gobiernos implicados están en funciones y no cuentan con el apoyo de sus Parlamentos respectivos, o ha llegado el momento de entrar a fondo en la verdadera reforma de la Administración Pública y, por tanto, también, de las Leyes de Gobierno .

En definitiva, el problema no está solamente en padecer tres o cuatro meses sin gobierno (o seis o siete si se celebran nuevas elecciones), sino en iniciar ese periodo sin control, con una sensación permanente de una auténtica tomadura de pelo cuya hipoteca será difí­cil de superar e imposible de traducirse en una legí­tima exigencia democrática de responsabilidad. Debemos convencernos que el Gobierno es sumamente importante y, más allá del mundo de la polí­tica, la sociedad (empresas, entidades, organizaciones, personas) se juega mucho con un buen gobierno o la desgracia de padecer el desgobierno o el despropósito como el que estamos viviendo.

Si adicionalmente, esta situación se da en el clima de corrupción, desgobierno, desafección y ausencia de propuestas claras sobre problemas reales, más allá de discursos y preocupaciones concretas e internas de los actores de la polí­tica público-institucional, como es el caso que nos ocupa, el resultado es, además de decepcionante y preocupante, absolutamente contrario a los intereses de la democracia, la sociedad y las propias instituciones.

¿Aprenderemos? ¿Se actuará en consecuencia o pasado el «bache post electoral» se seguirá como si no hubiera pasado nada, más allá de un juego teatral a la espera de nuevos protagonistas? Confiemos que en los próximos dí­as, ya sea por el «milagroso nuevo gobierno que se esté tejiendo en la sombra» o bien por una nueva convocatoria electoral, los partidos polí­ticos estén trabajando en el dí­a después y tengan a punto una amplia baterí­a de soluciones de aplicación inmediata que pase por derogar todo lo que han dicho que habrí­a que eliminar de la actuación de estos últimos cuatro años, todas las nuevas iniciativas y propuestas creativas que han prometido o acordado «parcialmente» en el terreno de los principios… de modo que estos meses no sean perdidos. Que no nos pase como en la novela china del sueño con la prosperidad en el que «nos hayan robado los meses de la explotación creativa y positiva de la crisis».

Orkestra: diez años al servicio de la Competitividad

(Artí­culo publicado el 3 de Abril)

El Instituto Vasco de Competitividad cumple sus primeros diez años de vida desde la satisfacción de haber liderado una experiencia pionera no solamente en nuestro Paí­s, sino a lo largo del mundo convirtiéndose en un referente cualificado entre los estudiosos y conocedores de los verdaderos pilares y secretos de la competitividad.

Siendo Euskadi un pionero en el diseño e implementación de una verdadera estrategia de competitividad, abrazando conceptos e ideas de lo que más tarde serí­a la estructura académico-intelectual de la famosa «Ventaja Competitiva de las Naciones» del profesor Michael E. Porter, resultaba fundamental dotarnos de instrumentos adicionales que facilitaran el encuentro de la práctica polí­tica, gubernativa y empresarial con el mundo de la Academia, capaz de conceptualizar y modelizar la realidad empí­rica aplicada, identificar las claves reales del éxito conseguido y, sobre todo, entender las claves que harí­an posible su consolidación y mejora, potenciando sus fortalezas y superando sus debilidades, generalizando su conocimiento, llevándolo a todos los ámbitos de liderazgo y al conjunto de los stakeholders que harí­an posible avanzar hacia un modelo propio de competitividad en/desde Euskadi para confrontar los retos y desafí­os esperables. Con estas ideas básicas de fondo, tras varios intentos en su promoción, hubo que empezar por iniciativas más modestas, dando los primeros pasos desde la formación, teniendo en mente una visión ambiciosa de largo plazo cubriendo las diferentes etapas y, quizás, adecuando las ideas y propósitos a los tiempos.

   De esta forma, Euskadi fue uno de los primeros ocho «cómplices» que acompañaron el entonces reciente nacimiento del Instituto de Estrategia y Competitividad de la Universidad de Harvard en el camino de prueba de un hoy exitoso programa educativo, el MOC (Microeconomics of Competitiveness – la Microeconomí­a de la Competitividad), con el que Michael E. Porter pretendí­a «formar formadores» con un método. Marco y rigor experto al servicio del bienestar y la generación de riqueza. Euskadi, con el apoyo del Gobierno Vasco y su acogida en la entonces ESTE  (Escuela de Estudios empresariales de la Universidad de Deusto en Donostia) y el esfuerzo de escasos -a la vez que entusiastas y extraordinarios- profesores y su Decano (los proyectos visionarios suelen contar con muy pocos atrevidos en su lanzamiento) y unos pocos osados alumnos, puso en marcha su primera edición. Hoy, diez años después, casi dos millares de personas lo han cursado en nuestro Paí­s contribuyendo con su trabajo, experiencia y conocimiento a hacer de este programa no solamente un curso de excelencia mundial, sino un auténtico vivero de nuestra competitividad real. Directivos de empresas, de las Asociaciones cluster, de las Universidades del Paí­s, de sus Centros Tecnológicos, altos cargos de nuestras Instituciones forales, locales y autonómicas, además del embrión de actuales estudios y programas doctorales. El Programa ha formado a nuestros dirigentes pero, además, ha extendido su contenido docente hacia la investigación, la elaboración de casos, propuestas cluster a incorporar a nuestras estrategias de Paí­s… y, por supuesto, ha sido el núcleo diferencial de una primera red internacional de excelencia (hoy el curso se imparte en 120 Universidades a lo largo de los cinco continentes), base de otras muchas redes con otros muchos Centros y Universidades y, por supuesto, ha dado lugar a una progresiva mejorí­a y enriquecimiento del talento y capital humano del Paí­s.

Así­, desde este núcleo, hoy hace diez años, nuevos impulsos, nuevos pioneros y jugadores relevantes lograron conformar el viejo anhelo y dieron lugar al Instituto cuyo décimo aniversario celebramos. Esta vez, el partenariado público-privado permitió generar el viejo sueño y una nueva visión. Nací­a el Instituto y hací­a suyos tres elementos esenciales que le han acompañado desde su nacimiento:

1. Su marca «de guerra», ORKESTRA, como recordatorio de su compromiso en orquestar a la totalidad de agentes implicados en la competitividad (empresas, gobiernos, academia, entes facilitadores), con una actitud Koopetitiva (compitiendo y cooperando desde sus propios intereses y estrategias legí­timas y diferenciadas), con una vocación glokal (en/desde Euskadi, raí­ces y alas, aquí­ y a lo largo del mundo), potenciando el Konocimiento y Kapital humano.

2. Desde el trabajo integral en torno a las 3 I’s: Investigación (de excelencia académica y aplicada a nuestra realidad al servicio de nuestra economí­a y Paí­s); Instrucción, educando y formando formadores para entender y aplicar los pilares de la competitividad; Impactando en nuestra Sociedad, más allá del espacio académico.

3. Desde un marco conceptual de los verdaderos determinantes de la Competitividad, desde el rigor y la evidencia demostrable, mejorarlo y transitar hacia nuevos espacios de solución y mejora. Así­, hoy, con nuevas redes, nuevos modelos, nuevos campos de estudio e investigación, nuevos retos y desafí­os que la sociedad plantea, las bases originales se ven reforzadas y permiten situarse en la vanguardia del conocimiento en la materia objeto de este Instituto.

Hoy, ORKESTRA y la familia que lo compone y lo hace posible (Consejeros, investigadores, profesores, colaboradores, patrocinadores, trabajadores, ex alumnos y directivos) pueden y deben celebrar con orgullo su éxito.

Cuando, dí­a a dí­a, ante un panorama de crisis mundial, de falta de referencias concretas, de incertidumbre sobre los nuevos caminos a recorrer, Euskadi recibe, continuamente, la mirada ansiosa de estrategas, polí­ticos, empresarios, Organismos Internacionales, Universidades… tratando de entender el llamado Modelo Vasco. Modelo de desarrollo humano y sostenible que no puede ni explicarse, ni mucho menos entenderse sin analizar, comprender y valorar positivamente el trabajo realizado por y desde este Instituto que representa en sí­ mismo el soporte de los llamados elementos deseables para el éxito del desarrollo regional o nacional de cualquier espacio en el mundo: una estrategia definida e implementada con la mayor participación real de todos los agentes implicados, sostenible con vocación de certidumbre, credibilidad y continuidad creativa, que conforma una auténtica colaboración público-privada y público-público, apoyo y contraste permanente de las diferentes polí­ticas e instrumentos al servicio del modelo, con un amplio grupo de profesionales de excelencia, a la vanguardia del conocimiento y de los nuevos movimientos y tendencias mundiales. Hoy, merece la pena recordar este décimo aniversario y ponerlo en valor.

ZORIONAK ORKESTRA!

Salud: de la desigualdad al desarrollo compartido

(Artí­culo publicado el 20 de Marzo)

En una reciente entrevista para una revista estadounidense próxima a publicar un reportaje sobre Euskadi como referente europeo en su historia diferencial de éxito, en el marco de una estrategia «contracorriente», focalizada en la industria, la competitividad desde la microeconomí­a, la práctica de su vocación de autogobierno y modelo conjunto económico-social, instrumentando partenariados público-privados, la reportera mostraba su sorpresa cuando a su pregunta sobre «el siguiente paso» que habrí­a de seguir nuestro Paí­s, contesté que deberí­amos transitar hacia la «Co-creación de Valor Empresa-Sociedad aprovechando las fortalezas de una economí­a clusterizada y la revolución digital en curso generando nuevos modelos de negocio a partir de las demandas sociales». Me pidió un ejemplo concreto y me limité a señalarle «el Valor de la Salud». Si bien no creo haberle convencido demasiado, horas más tarde recibí­a el último número de la gaceta académica de la Universidad de Harvard (Harvard Gazette) abordando, como tema principal, la desigualdad como consecuencia de la NO SALUD.

La revista viene dedicando gran parte de su espacio en los últimos números al especial análisis de la desigualdad, invitando a su claustro profesoral a contribuir, desde diferentes ópticas, a la reflexión sobre el asunto proponiendo recomendaciones o lí­neas de trabajo a seguir. Asunto de gran relevancia y actualidad, tanto derivado del intenso debate social a lo largo del mundo, como a la realidad observable en los Estados Unidos y, por supuesto, en el corazón de la campaña presidencial electoral en curso. Así­, las diferencias en ingresos, las dificultades de acceso de la mujer a puestos directivos, la decisiva concentración de riquezas en pocas manos, el impacto de la «historia educativa y académica», el origen y residencia en zonas marginales, etc. han venido focalizando sucesivas aportaciones.

Pero, esta semana, el trabajo publicado empieza con un tí­tulo llamativo: «El costo de la desigualdad: vidas rápidas, muertes prematuras». Un informe que centra, precisamente, en la salud, la principal causa de la desigualdad y, en especial, en las minorí­as (en este caso afroamericanos e hispanos) en las zonas de menor renta y marginación en los Estados Unidos. Contradicen, además, ese «mantra» popular (que tan demagógicamente utiliza el candidato republicano Donald Trump), que estigmatiza a las poblaciones débiles proclamando que «es su culpa no progresar ya que no han sabido aprovechar las puertas de oportunidad que se les ofrecen…», así­ como las crí­ticas al sistema de salud estadounidense y a la aplicación de la reforma Obama en el último ejercicio.

Así­, el profesor Daniel R. Williams (profesor de estudios Afroamericanos y de Salud Pública) concluye que «las desigualdades o ausencias de Salud son la suma total de todas las demás desigualdades de orden social y, en definitiva, es el área de salud el punto final de llegada de todas las desigualdades». En sus estudios al respecto, compara las poblaciones afroamericanas e hispanas con poblaciones blancas encontrando cómo son los primeros quienes contraen, con gran diferencia en tiempo, las principales enfermedades serias, que la esperanza de vida de estos exigirá un periodo de 30 años para igualarse con la media blanca, que, mientras más tiempo viven en los Estados Unidos, menos saludables son y que los trastornos sociales y psicológicos que les acompañan sobrepasan con creces a los que se dan en poblaciones blancas y de mayores niveles de renta.

Williams explora diez medidas estándar de salud (desde niveles de colesterol, tensión, presión sanguí­nea…) asociables con sus hipótesis del envejecimiento prematuro en las diferentes poblaciones, reforzando sus conclusiones diferenciadoras de las relaciones causa-efecto salud-esperanza de vida no dependiente y saludable.

A partir de aquí­, el análisis de sus condiciones de vida, empleo o ausencia del mismo, niveles de renta, capacidad o no de ahorro, vivienda, sociabilidad, educación y entorno social y vecindario, terminan traduciéndose en trastornos de la salud, ausencia o escasa calidad  en tratamientos preventivos, rara pro-actividad saludable, prolongada y deteriorada cronicidad, excesiva y pronta dependencia, y relevante deterioro en los siempre penosos procesos terminales. Estos estudios se complementan con el ya largo análisis de comportamiento en las llamadas «Inner Cities» (Centros infra urbanos de las Ciudades) en el antes y después de actuaciones especiales de rehabilitación y desarrollo, para apostar por programas e iniciativas para el empoderamiento local, acciones integrales en vecindarios, creación de empleo formal de carácter local y comunitario, atención primaria integral en salud, educación prenatal e infantil y escuelas primarias (el K-12 norteamericano).

Iniciativas que debidamente reorientadas hacia los conceptos de co-creación de valor pueden dar lugar a la esperanza, como vienen demostrando programas especí­ficos de colaboración público-privados, como el promovido en su momento por el Presidente Clinton (Promise  Neighborhoods).

Hoy, insertos en plena Revolución Digital y ante los desafí­os y oportunidades que ofrecen al mundo de la salud, desde el Big Data y su explotación masiva, a la vez que inteligente, una algoritmia predictiva como fuente inigualable de conocimiento para optimizar las demandas de salud de la población, la estimación de sus mapas de riesgo, los tiempos esperables de la ocurrencia de eventos y la capacidad de repensar los modelos organizativos y asistenciales y asistimos expectantes al emergente y apasionante mundo de las cuasi infinitas aplicaciones tecnológicas para la salud, sorprendidos por la proliferación de la robótica, la automatización, la digitalización, la «smartización» y la movilidad galopante, hemos de albergar grandes esperanzas de una positiva transformación radical. No obstante, si bien en permanente preocupación por los cambios deseables, no podemos menos que constatar la existencia de un mundo dual en el que conviven aún más de 2.000 millones de personas sin acceso real a la salud junto a las maravillosas soluciones «supersónicas», inimaginables hace tan solo escasas décadas.

Si por un lado observamos las proyecciones y tendencias de la «industria de la salud» que la sitúan en el tercer lugar de entre las industrias que «experimentarán la mayor transformación futura a consecuencia del impacto tecnológico», tan solo detrás de la propia industria tecnológica en sí­ misma o de los bienes de consumo personal, muy por delante de automoción, manufacturas, energí­as, telecomunicaciones y finanzas, entre otras, podrí­amos sentirnos optimistas ante los previsibles cambios que han de favorecer el acceso real a la salud, su tratamiento integrado y personalizado, la fortaleza preventiva y predictiva y su uso extendido a toda población a lo largo del mundo. Desgraciadamente, hoy, la otra cara de la moneda continua ofreciendo una realidad distante no mitigada ni por incrementos de la proporción del gasto sanitario, o del extenso incremento y dotación de infraestructuras de alto nivel y complejidad hospitalaria, ni por los amplios compromisos gubernativos en favor de sistemas en permanente evolución.

El mundo de la salud está en plena ebullición. El clamor por centrar esfuerzos en el verdadero Valor de la Salud, no en los instrumentos o actos médicos se generaliza y se abre paso en la búsqueda de mejores resultados.

En esta lí­nea, en uno de los innumerables foros que a lo largo del mundo (en esta ocasión convocados bajo la iniciativa de «Nuevas soluciones-la Salud del futuro» del WEF) analizan el impacto de las nuevas tecnologí­as y la revolución en curso, veinte expertos -médicos- usuarios de tecnologí­a de vanguardia, valoraron el grado de impacto y el tiempo por transcurrir en diversas aplicaciones en la práctica médica. Su conclusión apuntaba a un escenario esperanzador si bien desigual a lo largo del mundo y más lejano en el tiempo de lo que las apariencias pronostican, si bien son ya enormes las posibilidades reales de mejora ya en uso. Paradójicamente, en lo que la gran mayorí­a coincidí­a era en que «su mejor recomendación para aumentar el nivel y valor de la salud»  pasaba por tres elementos esenciales:

1. Llevar agua potable y sistemas de depuración, higiene y suelo firme a las poblaciones.

2. Volver al tradicional concepto integrado de la Atención Primaria y el médico general y de familia.

3. Para la población adulta, «una aspirina infantil al dí­a».

En todo caso, expertos debates al margen, recuperar la centralidad real del paciente, poner el conocimiento al servicio (sobre todo predictivo y preventivo) del sistema, acompañar a las personas (sanas o no) a lo largo de toda su vida asumiendo un protagonismo activo en su propio Plan de Salud y usar la tecnologí­a aplicada en el objetivo de Valor en Salud para la población, era, es y será el verdadero desafí­o del derecho fundamental a la salud. En su entorno, el desafiante reto de generar/optimizar los sistemas adecuados, garantizando un acceso real universal, interactuando con el ecosistema global de polí­ticas y soluciones más allá de la «sanidad segmentada» y limitada a un silo sectorial estrictamente de salud.

Que la salud deje de ser el foco de la desigualdad está en nuestras manos. Reinventar nuestros modelos de desarrollo económico, pensando también, en la gran fuente de riqueza que ofrece como industria, permitirá crear Valor en Salud, Valor Económico y mitigar desigualdades.

¿Tiempo de Ciudades?

(Artí­culo publicado el 21 de Febrero)

La lectura de la propuesta de un proyecto de gobierno de coalición de Podemos, PSOE e IU presentada esta semana, nos lleva entre otros muchas cosas, a la novedosa denominación de un futurible Ministerio de la Plurinacionalidad, de contenido desconocido, que sugiere incluir una Conferencia-Comisión de «Grandes Ciudades», complementando diferentes entes territoriales como los Municipios, las Comunidades Autónomas y las diferentes nacionalidades del Estado español.

Al margen de su viabilidad, del alcance y contenido real que pudiera incluir, llama la atención la referencia expresa a «Grandes Ciudades» (se supone que en base a su población, superficie, PIB/Cápita, capitalidad u otros indicadores que finalmente apliquen para su elección) y no al concepto Ciudad y/o espacio Ciudad-Región que viene a configurar aquellos «nuevos espacios y jugadores» protagonistas del nuevo mapa mundial en el que ya más del 50% de la población habita. Es verdad que la propuesta del texto hecho público no va más allá de mencionar a las Ciudades como quien no quiere dejar pasar la oportunidad de señalar un nuevo camino por explorar y recorrer, sin adelantar compromiso alguno.

Las ciudades, hoy, constituyen un agente de primera magnitud. En estos momentos, a lo largo del mundo, las Ciudades ocupan, paso a paso, la centralidad en todo foco de estudio, definición de desafí­os y nodos de estrategias. Como sucediera con otros conceptos de gran fuerza en la transformación global, cualquier referencia a las Ciudades, su estudio, clasificación, comparación o uso como espacio sobre el que intervenir, viene acompañado de adjetivos que pretenden, bien distinguir la esencia diferencial que los determina, o bien una oportunidad de reclamo de negocio, marketing o adecuación a un programa -generalmente público- de promoción y ordenación de su actividad. Así­, una simple mirada a la Agenda Mundial de Eventos sobre Ciudades nos muestra un significativo número de eventos previstos coincidentes en fechas.

Así­, si en estos dí­as, de la mano de la Feria de Barcelona y en colaboración con las Autoridades de México, la ciudad de Puebla acoge a representantes de 500 Ciudades en torno a la «Smartización» (Smart City Expo World Congress ), que si bien recoge todo tipo de sectores presentes en las Ciudades, otorga al uso de las TIC’s y la Digitalización de Servicios y economí­a local el carácter diferenciador, favoreciendo un Foro de interacción entre los regidores de las Ciudades y las empresas proveedoras; observamos Seminarios y Congresos internacionales (Seminario Internacional de Ciudades Inclusivas, organizado por la CAF-Banco de Desarrollo-en Latino América) preparatorios del Congreso Mundial de Ciudades, de Naciones Unidas cara a analizar su rol en la Nueva Agenda Global  del Desarrollo. De igual forma, esta misma semana, una alianza internacional de entes de Telecomunicaciones, Tecnologí­as de la Información y Electrónica, lanzan una nueva «Comunidad Virtual Online» como parte de la preparación de lo que llaman el primer Foro Mundial de Ciudades Inteligentes (World Smart City Forum) para el próximo Julio en coexistencia con la Cumbre Mundial de Ciudades y Semana Internacional del Agua, a celebrar en Singapur en su habitual cita con la entrega de los prestigiosos premios Lee Kuan Yew (Ciudades y Agua). Premio a la Mejor Ciudad del Mundo entregado a la Ciudad de Bilbao en 2010 y que hoy comparte con los ganadores de las siguientes ediciones: Nueva York (2012) y Suzhou (2014). Premio, modelos e iniciativas que refuerzan como «Smart City Labs» la estrategia 2030 de Singapur desde la transformación del Territorio y su economí­a en base a soluciones urbanas innovadoras.

En medio de tal concentración de foros, congresos, decenas de miles de publicaciones, organizaciones, informes y proyectos relacionados, resulta imprescindible que los propios Territorios, Ciudades-Región y Ciudades, piensen en lo que en verdad les convierte en «inteligentes» y les permita afrontar los desafí­os de manera sostenible, de modo que sean habitables y vivibles, centros de talento, espacios cohesionados, competitivos (no solamente base de algunas empresas que lo sean), interconectados (clave de la nueva Revolución 4.0) con las nuevas cadenas de valor globales, poniendo en valor, identidad, sentido de pertenencia, raí­ces y alas en/desde sus habitantes, ciudadanos y agentes económicos y sociales.

En esta lí­nea, el debate permanente que en el seno del Foro Económico Mundial se viene realizando desde diferentes ópticas cuyo foco es la Ciudad y el Espacio o Territorio, destaca una convergencia de puntos crí­ticos que han visto la luz a lo largo de los últimos dí­as tras los múltiples proyectos y documentos a debate en Davos. Así­, Robert Muggah (Cities and Urbanization) nos plantea una interesante pregunta más allá de los indicadores de éxito logrados hasta hoy: ¿Cómo de frágiles son nuestras Ciudades? No solo nos recuerda la diferente velocidad de movimiento en el proceso urbanizador a lo largo del mundo, región a región (China, India y Nigeria concentrarán el 40% del crecimiento poblacional  global en la próxima década), sino que nos alerta en torno a los imprevisibles riesgos asociables a las grandes oportunidades que conllevan. Toda ciudad es frágil -afortunadamente con distinta intensidad- por lo que es un error mantener pautas mentales que fijen los riesgos en Aleppo, Caracas o Mogadishu y no en Londres, ímsterdam, Tokio o Madrid (por ejemplo). Su reflexión recupera la atención en los necesarios contratos sociales a establecer en cada una de ellas, en el  debate sobre el propósito y estrategia de cada Ciudad, su gobernanza y su rol a jugar en el entramado mundial más allá de la moda que uno u otro programa subvencionador anime, por lo general, con carácter uniformador, las más de las veces centrado en indicadores no gestionables, ajenos a los verdaderos objetivos que cada una ha de perseguir, y escasamente transformadores. La fragilidad apuntada no reside tan solo en las potenciales emergencias y catástrofes inesperadas, en la resilencia de las ciudades ante los cambios que se avecinan, o a sus capacidades y competencias esenciales para garantizar posicionamientos relevantes de futuro en el contexto mundial, sino, también, a su viabilidad futura como referente glokal en este espacio cada vez más mundializado. Ya en el año 2005, en el marco del Congreso Mundial de ISOCARP (La Asociación Internacional de Planificadores de Ciudades) celebrado en Bilbao, se publicaba el informe sobre la creación de nuevos espacios para el desarrollo de la nueva economí­a que recogí­a diferentes casos sobre novedosas intervenciones en diferentes ciudades del mundo, trascendiendo del vector urbanista para dotar a las iniciativas de verdaderas estrategias completas.

Adicionalmente, abriéndose paso en esta identificación de elementos superadores o mitigadores del riesgo de fragilidad, el movimiento de la «Economí­a Circular» irrumpe con su extensión, más allá de la sostenibilidad medio ambiental, en el rediseño -desde su origen- de las actividades económicas industriales, infraestructurales y de consumo a desarrollar en el Territorio. Movimiento que pretende poner en valor el concepto de los «Activos Inteligentes» (reciclables y reutilizables, compartidos y no propietarios, esencialmente locales) y la centralidad del conocimiento de su localización, condiciones, disponibilidad, utilización, perdurabilidad y capacidad regenerativa. Todo un movimiento del que ya centenares de empresas y ciudades (muchas de ellas no serí­amos capaces de situarlas en el mapa) forman parte y están transformando el mundo.

  Y, finalmente, por supuesto la «Smartización de Ciudades» pero desde una comprensión y tratamiento integrados más allá de la mera tecnologí­a. Aquí­, también, podemos recurrir a la historia más que a los programas recientes. La formulación del concepto de «Territorio Inteligente» (Fundación Metrópoli 2000) no solo querí­a superar el calificativo de «Ciudades Listas» o contenedores de TICS y apuestas digitales, sino la concepción inteligente tanto de la configuración de un espacio fí­sico, como de su para qué y la manera de interactuar e interconectar la totalidad de los agentes, activos y sistemas de una ciudad, de un territorio por definir, con proyección activa al servicio del bienestar de las personas que lo habiten, visiten, o transiten.

En definitiva, bienvenida sea la buena voluntad para incluir en la Agenda Polí­tica el concepto de Ciudad, pero cuidado con el uso abusivo de etiquetas sin contenido. Más allá de reunir a 4, 8 o 17 Ciudades en una Mesa o Foro de encuentro, perdido en entramados ministeriales, bajo la tutela y veto de una Administración Central, esperemos que la energí­a y fortaleza diferencial de los nuevos jugadores (Ciudades, Ciudades Región, Territorios Inteligentes…) transcienda de las fórmulas y limitaciones del pasado, se reinventen a sí­ mismas y construyan un nuevo modelo de crecimiento y desarrollo.

 Las ciudades son (serán) los verdaderos protagonistas territoriales del futuro. Ni serán las mismas de hoy, ni mantendrán sus actuales formas de gobierno, ni seguirán -todas ellas- los mismos esquemas uniformadores. Será un nuevo espacio diferenciado, inteligente.

De Iowa a Washington: ¿Quién y para qué?

(Artí­culo publicado el 7 de Febrero)

La carrera presidencial en Estados Unidos ha dado su primer paso firme con la tradicional celebración del mediático Caucus de Iowa celebrado este pasado lunes. Los dos principales partidos, republicano y demócrata, se sometí­an por primera vez en este nuevo curso a la votación y elección de delegados ante sus respectivas convenciones para la nominación de un candidato de entre las diferentes opciones que se ofrecen para ocupar la Casa Blanca en 2017.

En el complejo proceso electoral estadounidense, Iowa tiene el «privilegio mediático y simbólico» de ser el primer Estado que pone en marcha el sistema. Elige 74 delegados (30 republicanos y 44 demócratas) que representan el escaso 1% del voto Delegado en los Estados Unidos. Desde el año 1972, su valor y acierto predictivo no ha sido excesivo (50% en el candidato republicano y 43% en el demócrata) si bien supone una primera señal que no solo orienta el apoyo (también financiero) hacia los ganadores, provoca alianzas que incorporan a los perdedores a las ofertas de los mejor situados y, por encima de todo, elimina a los perdedores y, por supuesto, pretende «marcar tendencia».

En esta ocasión, Iowa ha dado el primer impulso republicano a Ted Cruz (según la mayorí­a de la prensa el favorito conservador), por encima de Donald Trump (el temido por propios y extraños), y de Marco Rubio (el preferido del voto hispano). Todos ellos en torno a 24-28% y 8/7 delegados cada uno. Y, en el bando demócrata un ligero triunfo (si bien casi empate técnico) de Hillary Clinton sobre el «senador socialista», Bernie Sanders, con el 50% de votos y 22 y 21 delegados respectivamente. Clinton vence el «miedo escénico» de su derrota ante Obama en 2008 Y Sanders se concentra y gana el apoyo joven. A partir de aquí­, una rápida concentración de candidatos (a ajustarse según los resultados en los caucus de New Hampshire de mañana…) y un aún intenso y largo recorrido hasta el próximo junio en que concluyan «las primarias» y se nomine a los dos candidatos, republicano y demócrata, para las elecciones de noviembre. En enero 2017 habrá nuevo presidente en Washington.

De esta forma, los estadounidenses habrán resuelto, en su mecánica democrática, el QUIEN ha de dirigir y liderar su gobierno. Cosa relacionada pero no exacta es el ¿PARA QUí‰?

Programas electorales al margen (en juego de una u otra forma a lo largo de todo el proceso con posiciones y mensajes variables según el momento, medio y auditorio), un par de piezas publicadas esta misma semana en diferentes medios estadounidenses nos ayudan a aproximarnos al sentido de la cuestión y que no deberí­an ser ajenos a cualquier proceso de elección de gobernantes y, por supuesto, de formación de  gobiernos y sus respectivas polí­ticas. Así­, un reciente trabajo de análisis sociológico actualizando la valoración y opinión del Informe sobre la Competitividad de la Economí­a estadounidense que se realizó hace un par de años bajo la dirección de la Universidad de Harvard, recogiendo la participación y opinión de 4.000 egresados de dicha Universidad, en puestos relevantes de dirección tanto en el mundo empresarial como académico, social, cultural y de gobierno, concluye con la insistencia en una serie de factores que ponen el acento en «lo común en lo diferente» que establece un común denominador: «América (terminologí­a «propietaria» para mencionar a los Estados Unidos de América) se hunde y no solo por un deterioro continuo de su productividad sino, sobre todo, por la erosión de su clase media, el incremento galopante de la desigualdad, el desgaste de un modelo económico escasamente incluyente, el sucesivo peso de la manufactura con un limitado soporte de las infraestructuras inmersas en un grave déficit y el cada vez menor protagonismo internacional con insuficientes resultados diplomáticos, económicos y de seguridad». Esta descripción les lleva a demandar «una nueva estrategia para América« soportada en un esfuerzo por reinventar su modelo, reconstruir sus infraestructuras, reentrenar a sus personas adecuando su formación a los nuevos retos de una economí­a en cambio (manufactura, digitalización, innovación social, territorio inteligente) y redefinir y reforzar el Estado de bienestar. «Hacia una nueva América». El citado informe sostiene que, diferencias al margen, tanto republicanos como demócratas, gobierno como empresarios… comparten preocupaciones, diagnóstico y futuro incluyente, y, de una u otra forma, compromisos en este discurso para una agenda innovadora.

Ahora bien, ¿cómo y por dónde empezar? Niels Christiansen, ex director del Grupo Privado Nestlé, al frente durante 20 años de las áreas de responsabilidad social corporativa y de asuntos Gobierno-Empresa y profesor de Salud Pública en la Universidad de Harvard, desde su consultora en creación de valor, irrumpe con un artí­culo en el que se pregunta si la RSC ha muerto y si la intensidad de las nuevas iniciativas de progreso social, desarrollo incluyente y valor compartido empresa-sociedad pueden y deben hacer mucho más de lo que ya aportan en sus propias estrategias empresariales para asumir un protagonismo relevante en la reinvención de esta «Estrategia para América». Y su respuesta pasa por sugerir una combinación de lo que él entiende como valores esenciales o «común denominador» de todos ellos en lo que lleva «la creación TOTAL de valor incluyente compartida» y que viene a incorporar una serie de elementos relevantes en toda agenda, de empresa y de gobierno. Básicamente pretende poner el acento en el «COMPLIANCE» (la regulación, la obligatoriedad del cumplimiento de normas y reglas del juego, el verdadero buen gobierno corporativo, la adecuación de las normas a la realidad del espacio tecnológico en las nuevas industrias de futuro y la erradicación de la corrupción); en la reinvención y revalorización de las Instituciones, los gobiernos y partidos polí­ticos, asociaciones patronales y sindicales, organizaciones sin ánimo de lucro y no gubernamentales, y el modelo de participación real de la sociedad en las decisiones que les afectan desde el doble compromiso con el derecho y la obligación, así­ como la  transparencia y eficiencia; el crecimiento incluyente (económico, social y bienestar) en estrategias compartidas público-privadas; tras los objetivos últimos de las personas y su bienestar, de manera sostenible.

Todo un largo y ambicioso  recorrido. Recorrido que parecerí­a ser, en verdad, «lo común de lo diferente», como pilares sobre los que habrí­a que establecer e implementar una nueva Estrategia. Este serí­a el reto de esa «Nueva América», inspiradora del PARA QUí‰ de la larga carrera por el QUIí‰N, de Iowa hasta Washington.

Y visto a distancia, desde la evidencia del impacto que en el resto del mundo tiene lo que pase o deje de pasar en «América», no parecerí­a que puestos a buscar otros espacios comunes en lo diferente, no pudiera ser una base de partida en el diseño de procesos negociadores y hojas de ruta para quienes muy cerca de aquí­, inmersos en la búsqueda del QUIEN, trabajaran en su propia y necesaria «nueva R» (Rediseñar un nuevo modelo económico adecuado a las realidades diferenciadas región a región en la antesala de un futuro distinto; Reinventar un nuevo modelo de Estado en respuesta a las demandas reales de autogobierno y confortabilidad en el «continente» heredado; Regenerar Instituciones, democracia y agentes polí­ticos y sociales; Reconfigurar un territorio confortable, compartido y sostenible; Reorientar el sistema financiero y fiscal a las nuevas realidades y apuestas; Reconstruir y «re-infra estructurar» los canales soporte y promotores innovadores de nuestro desarrollo; Re-emplear como compromiso esencial de futuro; Re-educar para el empleo, Rememorar y reconciliar para la convivencia, normalización y la paz…)

  En fin. Quizás ni Iowa, ni Washington estén tan lejos como parece. Veremos las siguientes etapas (mañana New Hampshire, en un mes Madrid… y así­ dí­a a dí­a, semana a semana). QUIEN y PARA QUí‰, binomio inseparable.

Esperando al Gobierno…

(Artí­culo publicado el 24 de Enero)

Si la ausencia de mensajes claros en relación al por qué y para qué acordar algún tipo de gobierno alternativo al vivido en la ya concluida legislatura y/o la aparente complejidad negociadora esperable, lleva a la ciudadaní­a a creer que pudiera resultar irrelevante una u otra composición del mismo, bastarí­a echar un vistazo a una serie de cuestiones observables alrededor del mundo para reflexionar y darnos cuenta de lo mucho que nos jugamos según la orientación, sentido y uso de nuestros votos.

A lo largo de esta semana, una nutrida concentración de lí­deres empresariales, polí­ticos y académicos del mundo se reúnen en Davos, Suiza, en torno a una amplia agenda de preocupaciones, riesgos y oportunidades que afrontar cara a las imprescindibles actitudes y agendas de trasformación del mundo conforme a la convocatoria propuesta en el seno del Foro Económico Mundial. Más allá de discursos, imágenes y percepciones, se encuentran con un amplio dosier en el que más de 1.000 personas han venido trabajando a lo largo del año para focalizar su atención en el ya tradicional «Informe o Mapa de Riesgos» que, en esta ocasión, recoge 29 riesgos graves, con diferente grado de probabilidad de suceder de inmediato y su grado de intensidad e impacto en nuestras sociedades, economí­as y empresas. Riesgos que a juicio de 750 lí­deres entrevistados previamente habrí­an de ocupar nuestras preocupaciones, agendas y lí­neas de solución a futuro. Los diferentes riesgos (tecnológicos, polí­ticos, económicos, sociales y geo económicos o estratégicos…) exigen el trabajo convergente de diferentes grupos de interés, colaboración público-privada y soluciones locales y globales, indistintamente. Ninguna solución es mágica ni mucho menos unidireccional o asumida al 100% por todos. Toda posible solución, prioridad en la Agenda y grado de preocupación y ocupación dependerá, de la ideologí­a, la voluntad, la calidad del proceso de toma de decisiones y competencia de quien lidere las acciones del cambio, ya sea desde los gobiernos y las empresas, desde las organizaciones sociales, desde el mundo de la academia o desde el liderazgo religioso. Un Foro en el que se contrastan miles de opiniones, diferentes polí­ticas públicas, modos diferentes de dirigir y entender las empresas y diversas escuelas de pensamiento, desde las preocupaciones dispares a lo largo del mundo, región a región, paí­s a paí­s.

Es decir, que no basta constatar determinada información (ni siquiera compartible) sobre los diferentes grados de inequidad y desigualdad existente, o del acierto o desacierto en el impacto del cambio climático en el futuro económico y medio ambiental de nuestras sociedades, o de la intensidad de los conflictos armados, la economí­a ilí­cita, el caos y desgobierno en Estados fallidos, la presencia de la inmigración en un mundo de desmovilización, desplazados e inmigrantes, o en la capacidad de creación de empleo en diferentes economí­as según uno u otro modelo a seguir. Ni siquiera resultará indiferente la posición previa de unos y otros en su debate en el contexto de un nuevo escenario que centra la agenda citada en la «La 4ª Revolución Industrial» y su generalizado impacto transformador de todas las industrias, economí­as y sistemas de gobierno a lo largo del mundo. La información y el debate llevan a posiciones y decisiones diferentes según el observador, sus principios, actitudes e intereses.

En este sentido, parece evidente que un futuro gobierno español, en su parcela de responsabilidad, tiene una agenda compleja más allá del difí­cil trabajo de recuperar la confianza y credibilidad de la sociedad en la polí­tica, de recuperar o ganar respeto a las Instituciones, de favorecer la imprescindible consideración de un sistema judicial desprestigiado, alejado de la independencia requerida, de reconfigurar un Estado territorialmente inconexo bajo un modelo de insatisfacción y que reclama diferentes estadios de autogobierno, cosoberaní­a o, simplemente, una voz propia y participativa según diferentes grados de voluntad de un diverso mosaico de nacionalidades, regiones, percepciones, identidad y vocación de futuro. Un gobierno que ha de proponer y facilitar un nuevo tejido económico (necesariamente diferenciado región a región), establecer nuevos esquemas y una arquitectura financiera y fiscal alineada con los objetivos perseguibles y, sobre todo, aceptar el inevitable cambio radical de los sistemas de educación, formación, empleo y bienestar y reformularlos. Nueva agenda para un mundo en movimiento (mundo más rápido y cambiante, pleno de incertidumbre), sistémico e interdependiente, disruptivo, radicalmente novedoso en el que si bien cambia todo lo que nos rodea, quien más cambia somos nosotros mismos, las personas. Afrontar esta realidad no es cosa de manual. Dependerá de quien esté al frente (para entenderlo, para asumir el coraje y riesgo de fijar un camino, para conectar complicidades, para gestionar las decisiones, para llevarlas a cabo y para priorizar el reparto de sus beneficios y costes) y de su capacidad para liderar el cambio necesario.

Y, precisamente, en esta lí­nea, encontramos una serie de artí­culos y acontecimientos de  esta semana, que nos ayudan a entender cuan diferente puede ser la manera de actuar según quien lo vea y, en consecuencia, lo diferente que una decisión puede ser para nuestro futuro.

En un claro y valiente artí­culo de  Ian Goldin, profesor de Globalización y Desarrollo en la Universidad de Oxford, presentando en el ya citado Foro de Davos uno de los principales riesgos señalados (la migración involuntaria a larga escala), bajo el tí­tulo: «¿Cómo ha cambiado la inmigración el mundo… a mejor?», y tras preguntarse si la inmigración es «buena» o «mala» además de repasar los argumentos comunes que unos y otros esgrimen, de recurrir a cifras y análisis estadí­sticos, concluye con fuerza la clara evidencia de la significativa y beneficiosa aportación de la inmigración (y, en especial, en términos económicos), más allá de las dificultades y costes sociales y culturales que pudieran generar en el corto plazo. Con una estimación de 230 millones de personas migrantes a lo largo del mundo (un 3% de la población mundial), que supone un porcentaje más o menos estable a lo largo de los últimos 100 años en un mundo que ha cuatriplicado su población y que ha incrementado el número de paí­ses (de 50 a 200) con el considerable aumento de fronteras (con un consiguiente mayor número de desplazados y población inmigrante, por definición) y ante un cambio demográfico, sobre todo, caracterizado por el envejecimiento y que pese al impacto generado en Europa por el delicado incremento de refugiados a nuestras puertas, vive el drama añadido de concentrarse en paí­ses en desarrollo (o no desarrollados, en terminologí­a clásica). Así­, lejos del temor por la empleabilidad nativa provocable, parecerí­an deseables y recomendables polí­ticas activas pro-inmigración. Si el profesor Goldin sostiene que «la inmigración siempre ha sido uno de los mayores aceleradores del progreso y dinamismo humano» y, en consecuencia, apuesta por la promoción de polí­ticas favorables a su acogida y consideración positiva, no resulta extraño que otros enarbolen la bandera negativista y pongan el acento en su coste en el corto plazo, en la complejidad de gestión de los refugiados y desplazados que pasan una media de entre 3 y 20 años de sus paises de origen, en zonas de emergencia y acogida inicial por espacios medios de tres años en zonas temporales agravando su calidad y condiciones de vida, su capacidad de integración, su sentido de pertenencia, su identidad e integración. Unos y otros pueden recurrir a la misma información (como el ya mencionado Informe sobre Riesgos Globales) y, sin duda, unos actuarán de una forma y otros de otra. Recordemos a Donald Trump y su estrategia de «muros» anti inmigrantes y «aislamiento» islamista como proclama para su programa en Estados Unidos, por ejemplo, o la desunión europea ante la ya aceptada acogida de refugiados tras el conflicto en Siria. Una u otra lí­nea y sus consecuencias, dependen de la elección democrática.

Una segunda observación, en otro orden de cosas, nos llega de la mano del primer ministro irlandés, Enda Kenny. Para quienes se han creí­do en España las «recetas únicas» del hoy presidente en funciones, Mariano Rajoy, y su gobierno, clamando el apoyo a sus medidas argumentando que no existe ningún otro camino y que Europa teme cualquier alternativa, conviene tener la esperanza en un futuro diferente. Irlanda colapsó en 2010 y tuvo que recurrir al rescate de su banca y de su Gobierno de la mano de la Unión Europea y del Fondo Monetario Internacional. Hoy vuelve a crecer (6,2% en 2015), su desempleo ha vuelto a bajar (hasta el 9%) y su déficit público controlado por debajo de las exigencias de la Unión y con un significativo cambio en la composición de sus industrias clave dejando atrás la burbuja inmobiliaria. Kenny formula su renovado plan de futuro orientado a la creación de nuevas y más oportunidades de empleo hacia un desempleo en torno al 6%, con un plan extraordinario para «traer a casa» a los 70.000 irlandeses que debieron emigrar obligados por la recesión, así­ como un plan de vivienda y protección social para mitigar la situación de marginación de 200.000 desempleados más. Plan financiado por la venta de las participaciones del Rescate en la Banca «salvada» por la crisis, además de una polí­tica fiscal alineada con el potencial desarrollo de las empresas y sectores en los que quiere sentar su diversificación económica.

Será o no acertado el Plan de Kenny pero lo relevante, hoy y aquí­, es la existencia de propuestas alternativas. También en Europa, en la eurozona, hay espacios para otras opciones. Como el caso de Francia, con otra lí­nea y escuela de pensamiento, que, bajo la Presidencia de Hollande, ha presentado esta semana, bajo la declaración de «un estado de emergencia económica», un ambicioso Plan Extraordinario para la creación de empleo y erradicación del paro (la segunda lacra francesa tras el peligro y amenaza del terrorismo). Un Plan que pretende incorporar múltiples lí­neas de actuación bajo una y no «X» estrategias: el empleo. Formación  de los desempleados hacia nuevas habilidades y capacidades que la nueva revolución económica anuncia, contratación de mayores de 50 años y parados de larga duración, descentralización y reinvención de los sistemas públicos de empleo… reasignando el gasto presupuestario eliminando gastos «no esenciales». Hollande pretende trasladar a los franceses un doble mensaje: «Francia no puede permitirse cifras de desempleo estructural o duradero superior al 10% (3.600.000 desempleados) y la solución no puede llegar con medidas tí­midas o iguales a las que hemos aplicado hasta hoy». De esta forma, un contundente «ESTADO DE EMERGENCIA ECONí“MICA Y SOCIAL» ha de conducir la estrategia del Paí­s en los próximos años. Otros, el actual gobierno español, parece apostar por su «exitosa polí­tica» de su mandato monocolor y confí­a en el tiempo y en los factores exógenos para ir reduciendo, en el larguí­simo plazo, los niveles de desempleo.

 Así­ las cosas, cabe preguntarse si tendrán éxito en su empeño quienes sugieren nuevas lí­neas alternativas de actuación. No lo sabemos. Lo que sí­ conocemos son los resultados alcanzados hasta hoy.

Y esto es lo esperable de la polí­tica en su riqueza democrática. Afrontar el futuro, confrontar ideas y propuestas de solución y solicitar el apoyo de la sociedad para llevar a cabo determinadas polí­ticas y proyectos. No es lo mismo un simple juego de aritmética post electoral, que acordar proyectos de futuro compartibles. Los electores no hemos agotado nuestra responsabilidad y derecho con el voto del 20-D. El modelo de futuro que deseamos y por el que votamos sigue en juego. No hay recetas únicas. Cada uno ha de valorar el futuro al que aspira y el trayecto que está dispuesto a recorrer para lograrlo. Y en este recorrido, uno u otro gobierno resulta crí­tico.