Euskadi 2016: Esperanza optimista ante el desafí­o del colapso productivo mundial

(Artí­culo publicado el 31 de diciembre en el Anuario Económico 2016 de Deia)

Terminamos el año 2016 con una sensación dual. Por un lado, un pesimismo endémico fruto de la objetividad percibida de la desigualdad de rentas y empleos, del diferente comportamiento entre las grandes empresas lí­deres y globales en algunas de nuestras industrias clave y la generalizada parálisis de una masa de empresas pequeñas y medianas lastradas en su crecimiento, de una ventaja comparada respecto de algunas economí­as del entorno (claramente con la española) a la vez que alejados de los lí­deres de referencia mundiales, entre la alta empleabilidad de nuestros mejores egresados cualificados versus la población no cualificada que, además, en gran medida, tampoco trabaja, ni se forma en nuevas competencias y capacidades, con un dispar nivel de empleabilidad y seguridad entre quienes disfrutan del cobijo de la función pública y su entorno cautivo con empleo de por vida, contra quienes han de ganarse la empleabilidad dí­a a dí­a a lo largo de toda su vida activa. Por otra parte, la esperanza en un optimismo creativo, basado en la fuerza de la innovación, en las fortalezas rejuvenecidas de nuestra cultura e historia empresarial que habrí­an de darnos la savia necesaria para remontar la situación y construir un nuevo espacio de riqueza, empleo y bienestar. Este pensamiento dual no es exclusivo de Euskadi, sino que se extiende con fuerza a lo largo del mundo ante lo que las principales Instituciones multilaterales y globales preconizan: el colapso de la productividad, el parón del crecimiento económico, el desarrollo excluyente y la inadecuación de competencias y capacidades con las habilidades demandadas por los empleos del futuro. Todo un desafí­o.

En Euskadi, hemos asistido a un 2016 suficientemente esperanzador como para inclinarnos hacia el bando de los optimistas: reforzando las fortalezas y ventajas competitivas de muchas de las empresas en nuestros clusters tractores (energí­a, automoción, aeroespacial, manufactura avanzada interrelacionada con servicios especializados orientados hacia nuevos modelos de negocio y mercados, incipiente impulso a las ciencias de la salud…), hemos retomado una discreta senda de crecimiento acompañada de una mayor presencia en nuestra cuota exterior, observamos creación (incipiente aún pero en sentido positivo) de empleo conteniendo y reduciendo el desempleo e incrementando afiliación a la Seguridad Social, disponemos de un sector público y endeudamiento suficientemente saneados pese a la demanda de cambios estructurales, con capacidad para asumir mayores riesgos de los hasta hoy recorridos y desde una infraestructura que si bien está necesitada de abordar nuevos desafí­os, cuenta con los mimbres mí­nimos necesarios para soportar las bases de nuestro desarrollo a corto plazo. Disponemos de una red de bienestar y cohesión social base de un potencial crecimiento incluyente y estamos instalados en la cultura de la colaboración interinstitucional, público-privada y actitudes y formas imprescindibles para avanzar a futuro. Todo esto en el marco de un autogobierno creciente desde el firme deseo de agrandarlo, consolidarlo y explorar nuevas cuotas de compromiso y desarrollo propios. Podrí­amos decir que las bases de futuro están asentadas.

Ahora bien, el horizonte mundial de futuro muestra escenarios complejos repletos de desafí­os que, como siempre, no da lugar a la complacencia. El constatado colapso de la productividad (fuente esencial del bienestar y la prosperidad) a nivel mundial también es observable en Euskadi. Tenemos una población cuya cualificación y empleabilidad no responde como quisiéramos a las demandas y capacidades requeridas para transitar al futuro. Al menos a ese futuro que decimos aspirar en el que habremos de ser capaces de competir en el exterior, de formar parte de cada vez más complejas y exigentes cadenas globales de valor, de atraer el mejor talento posible, de retener en condiciones de éxito compartible al mejor del talento en casa, de facilitar el crecimiento y desarrollo de nuestras empresas, de convencer a las nuevas generaciones la oportunidad de asumir el reto de la sucesión en la importante empresa familiar de la que nos nutrimos, necesidad de un modelo de relaciones laborales constructivo y de una Administración Pública que exige su renovación (también generacional pero, sobre todo, en el sentido y espacio de trabajo, en nuevas áreas y funciones, con nuevas y distintas dedicaciones y compromisos). Necesitamos asumir proyectos transformadores de nuestra economí­a no exentos de riesgos para lo que no sirven modelos burocráticos instalados en la sospecha de quien decide o ejecuta los mismos sino, dentro de una exquisita transparencia, la discriminación positiva de quienes en verdad pueden llevarlos a cabo y marcar la diferencia. Debemos acelerar nuestro acceso y uso de la tecnologí­a, innovar en nuestros modelos organizativos y la calidad de nuestra gestión, optimizar la coopetencia inter e intra-empresarial y cambiar nuestra Universidad (es tiempo, sin duda, de pensar y trabajar mucho más en los contenidos y ofertas educativas que en el marco administrativo, pensando en el «cliente» y el servicio a prestar más que en el propio prestador y servidor). No podemos mantener un conformismo mirando hacia el Sur alejándonos de la velocidad del Este o la firmeza del Norte. Nuestro modelo ha demostrado sus bondades y su fortaleza, pero asoman, también, sus deficiencias que claman por una solución. Euskadi ha querido y quiere un desarrollo incluyente, que no deje atrás a nadie. Y todo esto constituye, a la vez, nuestra fortaleza y nuestros desafí­os. Necesitamos adelantarnos al futuro y «distanciarnos» de la espera paralizante de un entorno excesivamente conservador y acomodado a la confortabilidad o falta de ideas-riesgo. No podemos permanecer en la homogeneidad.

Necesitamos un discurso y prácticas coherentes: si queremos construir nuestro propio destino y seguir un camino diferenciado, hemos de asumir el coste, el riesgo y las consecuencias que conlleva. Ni nos llegará por «generación espontánea», ni lo trabajará quien carece de un compromiso firme con nuestro Paí­s. No podemos confiar que quien dice querer la creación de riqueza y empleo, fustigue a la empresa y empresario. No es posible construir un nuevo modelo de la mano de quienes no están dispuestos a implicarse en el cambio. El mundo que nos rodea está lastrado por demasiadas carencias: de liderazgo, de compromiso, de iniciativas, proyectos y empresas transformadoras que deseen, en verdad, cambiar el mundo, y de obstáculos objetivos que hacen de la definición y gestión de cualquier proceso y modelo socio-económico todo un desafí­o. No hay varitas mágicas. No hay un paraí­so gratuito para todos. En ese mundo, Euskadi forma parte de un reducido pelotón en cabeza, pero el éxito del pasado no es garantí­a del éxito futuro y son, además, muchos nuestros problemas y debilidades. El ejercicio 2016 ya transcurrido ha puesto de manifiesto nuestras fortalezas. Construyamos, sobre éstas, nuevos avances, apostando con rigor y esfuerzo por un verdadero crecimiento y desarrollo inclusivo. El 2017 nos espera. Afortunadamente no nos coge ni desprevenidos, ni desprovistos de capacidades. Fijemos nuestros propios objetivos y seamos coherentes con ellos.

Con un ojo en América: polí­tica, economí­a y bienestar

(Artí­culo publicado el 26 de Diciembre)

Siendo múltiples los análisis realizados en torno al proceso electoral en los Estados Unidos y el punto culminante de la elección definitiva del futuro Presidente, Donald Trump, volver sobre el tema no parecerí­a ni de especial actualidad, ni lo suficientemente novedoso.

Sin embargo, la relativamente reciente publicación (septiembre 2016) del Informe «Problems unsolved and a nation divided. The state of U.S. Competitiveness» («Problemas sin resolver y una nación dividida. El estado de la competitividad de los Estados Unidos») bajo la dirección del Profesor Michael E. Porter y con la participación de los prestigiosos profesores Rivkin, Desai y Manjari incluyendo una amplí­sima encuesta cualificada que sobre la materia fue remitida a todos los ex alumnos de la Harvard Business School, resulta sugerente y no tanto por conocer en detalle sus análisis y conclusiones en relación con la economí­a y Sociedad de los Estados Unidos, sino por su enfoque y áreas de relevancia a considerar en otros Paí­ses.

Desde su propio í­ndice y tí­tulo de los diferentes capí­tulos, se observa un propósito de objetividad, académico-práctico, que desde el rigor de los datos cuestiona una sensación generalizada -a la vez que equivocada- en el sentido de que las cosas van relativamente bien, que el nubarrón de una crisis del 2008 empaña el estado de las cosas y provocó el hundimiento, pero que las polí­ticas y medidas tomadas han permitido retomar la senda positiva en la que se (nos) encontraban (encontrábamos). Así­, el citado Informe describe un escenario económico calificado como «La era de la Parálisis Polí­tica», caracterizada por largos años de desorientación e inacción ante los grandes desafí­os que si bien se acumulaban en un gran número de diagnósticos más o menos aceptados (más por cansancio y por reiteración mediática), no pasaban de la literatura a las verdaderas agendas polí­tico-económicas, constatando una cada vez mayor lejaní­a hacia la prosperidad ofrecida, generando altos y profundas desigualdades y un claro descenso del nivel de bienestar de los ciudadanos. Esta situación de deterioro, ni empezó en la «Gran Recesión del 2008″, ni apareció «de repente» como consecuencia del tan sonado «cambio de ciclo». Si en la España de esa era, el Presidente del gobierno español, José Luis Zapatero, insistí­a en «no ver la Crisis que algunos agoreros pregonan«, en el Informe estadounidense no solamente no se veí­a, sino que no querí­a verse. La abundante información disponible explicaba tasas evidentes de declive a lo largo del largo periodo 1950-2015 y un espejismo de crecimiento insuficiente (2,1%) entre el 2000 y el 2015. Un crecimiento más «atractivo» que una progresiva pérdida de productividad a lo largo de esos 60 años, con una intensa caí­da del empleo creado desde un «estable y ya bají­simo 1999″ y la consecuente pérdida de valor adquisitivo de los hogares.

Entre tanto, el «éxito» publicitado de los pocos (pero ruidosos) start ups tecnológicos, que se suponí­a nací­an en garajes improvisados en el fenómeno Silicon Valley y la creciente presencia global de grandes multinacionales norteamericanas, trasmití­a una fortaleza incomparable salvo por las propias pequeñas empresas estadounidenses que desaparecí­an con edades medias inferiores a 3 años de existencia. Y quizás el amplio mercado estadounidense, el efecto tractor de su poderí­o polí­tico-militar a lo largo de sus «mercados exteriores cautivos», le mantení­a en rankings internacionales en los primeros puestos, mientras sus determinantes de competitividad se erosionaban dí­a a dí­a, terminando, además, con cualquier vestigio de red social y de bienestar para la gran mayorí­a de la población. De esta forma, su sistema educativo (sobre todo el público y el del nivel K-12 de enseñanza primaria y secundaria obligatorios), el más que insuficiente acceso a la Sanidad, la no inversión en servicios y equipamientos públicos, la creciente marginación en las Inner Cities y regiones aisladas de los Centros de Vanguardia, lentas e inacabadas infraestructuras han hecho que hoy atendiendo a la prognosis de sus ex alumnos de la más prestigiosa Escuela de Negocios, no apuesta, de hecho, por un futuro próximo mejor (el 50% de los mismos, desde sus privilegiadas atalayas empresariales, pronostican un mayor deterioro de su competitividad), no  ven nuevas posibilidades para incrementar salarios o beneficios en sus empresas y no creen estar preparados para competir en la nueva economí­a en curso y/o por venir.

Esta «Era de Parálisis» deja la herencia de un erosionado contexto empresarial que hace que sus empresas «no puedan mantener el ritmo de sus competidores en la arena global, sujeta a enormes transformaciones y a los cambios esperables». A este penoso entorno se une un escenario de gasto público que se ha visto agravado por la «Gran Recesión», precisamente por «salvar» la quiebra de determinada banca privada. Gran Recesión que ha acentuado la disparidad entre Gasto e Inversión, pero cuyo verdadero declive viene del año 1972 y no ha terminado de divergir, muy lejos de redirigirse en favor de la inversión soporte de la inevitable transformación exigida.

En este análisis se plantea lo inevitable: la presión y urgencia de una Estrategia Económica Nacional y Estado a Estado. Estrategias convergentes bajo dos grandes ejes inseparables: la Prosperidad Compartida (por todos) y la Competitividad-Productividad (empresas, gobiernos, territorios). Bajo este doble eje, cientos de recomendaciones integrables en 8 vectores cuyo enunciado parecerí­a concitar el aplauso general y que, sin embargo, trasladado a las Agendas de Washington y de Wall Street, se convierten en una auténtica Torre de Babel («Esto está mucho peor de lo que parece»-It´s even worse than it looks– que publicaran Thomas Mann y Norman Ornstein hace ya unos años) en la que, al margen de etiquetas y discursos, describí­an «los sistemas» (polí­tico y financiero) como puntos rojos en el fondo del fracaso.  Así­, unos y otros autores, soportados en la evidencia, destacan la responsabilidad de un sistema constitucional y polí­tico inadecuado para abordar los retos y desafí­os reales de la población y un mundo financiero más orientado al servicio de sí­ mismo y su supervivencia, que al servicio intermediario de polí­ticas reales focalizadas hacia la demanda social.

Si nos fijamos en una pequeña muestra, recogida en el citado Informe,  el Congreso de Washington ha admitido a trámite un sin número de proyectos a lo largo de sus diferentes legislaturas, si bien el descenso vertiginoso de los aprobados lleva a constatar su inactividad creativa en un bipartidismo que ha generado su propia «esfera artificial» en la que convive «todo un cluster de intereses, lobbies y contra partidas negociadas al margen de las demandas, procesos, discursos y diagnósticos en curso». Así­, el grado de confianza de la población en «Washington» ha pasado del 80% en los noventa, al escaso 18% en el 2015.

Y es precisamente este aspecto el que destaca respecto de otros muchos Informes y Opiniones. «A failing political System» («El fallido sistema polí­tico») se señala como el principal causante de la erosionada economí­a estadounidense. Su NO acción-decisión, su confrontación confortable en su bipartidismo permanente con las compensaciones temporales entre ellos, su oposición conjunta a las verdaderas reformas exigibles, su permanente desidia alargando plazos y aplazando toma de decisiones, impide el desarrollo necesario del Paí­s, sus agentes económicos y sociales y sus ciudadanos.

Si los alumnos encuestados proponí­an cientos de medidas de reforma económica y empresarial, no son nuevas sus propuestas para la reforma polí­tica. La competitividad no es cuestión de lo público o lo privado, de los unos y de los otros, sino de todos y la capacidad de interacción y coopetencias desde sus propios roles distintivos. Dejar hacer, dejar estar, sin asumir responsabilidades y reformas, tarde o temprano, supone la peor de las decisiones: No decidir.

Pero lo verdaderamente relevante de este trabajo y conclusiones no es la «acusación» a un sistema polí­tico y sus gobiernos. Es precisamente la constatación del enorme impacto que, sobre la vida ordinaria de las personas, su empleo, su bienestar, tiene una buena o mala gobernanza, un buen o mal sistema polí­tico, la calidad, cualificación y compromiso de sus representantes, la relevancia de las polí­ticas públicas y su interacción con las empresas. Si no se puede ni debe dar por buenas las estrategias y comportamientos de toda la iniciativa privada, las empresas, las organizaciones sin ánimo de Lucro, los sindicatos, las Universidades… tampoco puede dejarse en el limbo al mundo polí­tico.

Esto parece evidente en Estados Unidos. En España, el bipartidismo tradicional (ampliamente generalizado en la estructura y polí­tica europea con sus nefastas consecuencias observables cada dí­a con mayor intensidad) se refuerza con el espejismo de un «tercer nuevo invitado» y pretenden acordar su propia permanencia en un sistema polí­tico del pasado, para una España del pasado, a espaldas de los desafí­os reales. El reciente sainete tras las penúltimas y repetidas últimas elecciones y los posteriores pactos de «permisividad» con un largo perí­odo sin gobierno y desgobierno ajeno al control democrático de la Sociedad, pudiera generar un espejismo de la irrelevancia de un gobierno. Viejos discursos vuelven a la palestra y dicen ocuparse de las preocupaciones reales de la ciudadaní­a para evitar enfrentarse a los verdaderos desafí­os de un Estado que, por mucho que se empeñe, no puede perpetuarse en el inmovilismo de un centralismo y establishment cada vez más cómodo bajo la bandera de una supuesta estabilidad, más parecida a la «era de la parálisis» que el ejemplo estadounidense señalara.

Resulta de gran importancia observar que en uno de los Centro de Negocios y formación empresarial de mayor prestigio en el mundo y en el que rara vez se interrelaciona con suficiente fuerza el doble rol empresa-Gobiernos como variable esencial en el determinante de una buena o mala cuenta de resultados, en una buena o mala competitividad, el estado del sistema democrático, de la polí­tica y el cuestionamiento de la bondad o no de un determinado marco constitucional, salte a primer plano. Es visto, claramente, como un problema no resuelto a la vez que una fuente clara de solución y explicación del estado de bienestar y rentabilidad productiva de las empresas. Empresa, Economí­a, Sociedad desde el ejercicio eficaz y eficiente de la polí­tica y mucho menos de un «mercado supuestamente neutro y asignador excelente de recursos». Esperemos que no tengamos que constatar eras de parálisis, reformas reales no acometidas, perpetuando un estatus quo que invalide respuestas para un futuro de progreso, acorde con los desafí­os observables.

¿Qué tan productiva es nuestra democracia en curso?

(Artí­culo publicado el 11 de Diciembre)

Una conversación dominante en cualquier lugar en el que nos encontremos es la sorpresa, explicación y preocupación que los últimos procesos electorales y/o plebiscitarios han tenido lugar a lo largo y ancho del mundo.

La mayorí­a de los medios de comunicación, los habituales analistas polí­ticos (hoy en boga como politólogos y tertulianos), las empresas demoscópicas y, sobre todo, los ciudadanos que no optaron por las opciones ganadoras (el Brexit y salida negociada del Reino Unido de la Unión Europea, la Presidencia de Trump en los Estados Unidos de América, el NO al refrendo de las reformas polí­ticas italianas de Renzi, la NO ratificación del Acuerdo de Paz en Colombia…) y el temor a una generalizada sensación o mensaje de negativas consecuencias de contagio hacia lo que se identifica como una vuelta a «determinados populismos», a la involución hacia dentro de casa en detrimento de una globalización que parecí­a haber llegado para instalarse en nuestras vidas sin matiz alguno, llevarí­an a preguntarnos ¿en qué hemos fallado quienes proponemos otras soluciones a las demandas y necesidades sociales?, ¿en qué medida está la responsabilidad en nosotros y no en quienes ofrecen «lo nuevo», explicitado o no, creí­ble o no, fundamentado o no, ayudarí­a a afrontar los problemas reales y a trabajar en la dirección correcta?

Esta semana he tenido la oportunidad de compartir con colegas de múltiples nacionalidades y actividades profesionales, diversos foros de trabajo, tanto académicos como empresariales y de elevada interacción público-privada. Más allá de ideologí­as y simpatí­as sobre los temas mencionados, existe una importante preocupación por la incierta y escasa predictibilidad de un futuro que se antoja cada vez más complejo, la necesidad de liderazgos reales y fiables y de pautas de comportamiento social y colectivo que ayuden a transitar el nuevo espacio de «normalidad» en el que al parecer nos encontramos. Y en esta variable mezcla de situaciones, he querido trazar un hilo conductor entre diferentes valores y conceptos que suponí­an una base compartible y que hoy son, precisamente, los factores clave de la discordia.

En Nueva York, en un ambiente artí­stico-educativo, mientras discutí­amos sobre el efecto Trump, observaba una fotografí­a del artista Josh Kline que parecí­a comisionada por los incrédulos para explicar este momento de inquietud. Titulada «Productivity Gains» (las Ganancias de la Productividad) refleja una persona con aspecto temeroso, abandonado hacia la indigencia, tumbado en el suelo, envuelto en una bolsa de polietileno. La fotografí­a, además incorpora el espacio de la innovación y la tecnologí­a avanzada, realizada con impresión 3D y se realiza sobre una mezcla de nuevos materiales incorporando espuma, plásticos y cianoacrilato. El artista pretende, con su obra de arte, denunciar lo que considera uno de los graves problemas del momento, en la supuesta justificación de las polí­ticas y decisiones económicas en base a la búsqueda de la productividad creciente en nuestras empresas y sociedades. Alegato silente incorporando tecnologí­a tractora de la nueva industria y elementos de potencial crecimiento de la productividad en su uso.

Horas más tarde, en mi cita anual en Harvard con amigos y colegas estudiosos y responsables del diseño y ejecución de estrategias y polí­ticas de competitividad, co-creación de valor empresa-sociedad y desarrollo económico y regional, participábamos de la enriquecedora experiencia de investigaciones, planes y polí­ticas que en el marco de nuestra red (ORKESTRA, desde Euskadi, es miembro activo y referente en la misma) se vienen desarrollando a lo largo del mundo (más de 100 paí­ses y regiones presentes). Y así­, al hilo de conceptos clave que acompañan estas materias, la productividad afloraba como un indicador significativo cuya correcta comprensión y mejor aplicación ha de ponerse al servicio del bienestar de los ciudadanos. Productividad empresarial y productividad socio económica, institucional y de capital social y humano al servicio de los paí­ses implicados. No podí­a menos que hilar las reflexiones de la obra de arte antes mencionada con la relevante aportación de la Competitividad al Desarrollo Humano. Y me preguntaba: ¿Qué tan productiva es nuestra democracia en curso?, ¿cuál es el rol que la Competitividad ha de jugar en la pedagogí­a y liderazgo en el escenario actual?

En Euskadi, apostamos por una estrategia de competitividad en solidaridad que nos ha venido acompañando desde el inicio de la recuperación y actualización de nuestro derecho al autogobierno tras la aprobación del Estatuto de Autonomí­a en 1980. Fruto de esta lí­nea de pensamiento, hemos construido modelos de desarrollo humano sostenible que han roto barreras del «pensamiento único», que apostaron por polí­ticas económicas (esencialmente industriales) y sociales convergentes y de aplicación conjunta e instantánea, facilitando una red de bienestar que hoy nos permite aportar una saludable y positiva ventaja comparativa y competitiva como Paí­s respecto de nuestro entorno y siendo objeto de análisis y referencia en el mundo. Nuestras industrias y empresas han mejorado considerablemente su productividad (no en base a recetas del pasado basadas en salarios y devaluaciones, sino en contribución y generación de valor añadido) y transitamos, de manera permanente, hacia modelos de colaboración innovadora, estrategias de co-creación de valor y, en definitiva, hacia el objetivo esencial de generar un desarrollo y crecimiento inclusivo, con un claro acento en modelos glokales (no globales) que permitan la conectividad de nuestro paí­s, empresas ,personas e instituciones con el talento, la creatividad y las oportunidades allí­ donde se encuentren a lo largo del mundo, a la vez que intentamos generar la mayor capacidad de magnetismo y atracción de flujos (capitales, personas, recursos de todo tipo) imprescindibles para un desarrollo y cohesión social que no margine a nadie, ni en su generación, ni en el disfrute del valor y beneficios que seamos capaces de aportar. Esta y no otra ha sido, es y deberí­a ser la esencia de una competitividad bien entendida. Estrategia que exige romper, además, ideas y actitudes del pasado, estancas, que perpetúan la separación entre lo público y lo privado en una confrontación permanente más allá de sus roles respectivos y diferenciados, lo académico y lo práctico, a la empresa de sus «componentes esenciales» (todos los «stake holders» implicados: accionistas, directivos, trabajadores -de cualquier responsabilidad y rango- y agentes interrelacionados a lo largo de las cadenas de valor de las que participe, así­ como de los agentes sociales y económicos), a la sociedad de sus instituciones, a la economí­a de la polí­tica y las ideologí­as y a la democracia de sus representados y verdaderos destinatarios de las polí­ticas a aplicar. En consecuencia, los vascos conocemos la fortaleza de estos conceptos e ideas, las vivimos dí­a a dí­a y constatamos los avances que aporta a nuestro desarrollo compartido. (Y cada vez más, el mundo observador reconoce el sabor y magia del proceso seguido en estos ya casi cuarenta años en entornos complejos y especialmente duros).

Por tanto, no resultarí­a extraño, aquí­, saber que si pretendemos que los resultados electorales esperables se parezcan a «nuestra racionalidad», hemos de actuar en consecuencia. Si quienes queremos sociedades justas, participativas, igualitarias, no somos capaces de demostrar que son objetivos y compromisos reales y no simples declaraciones temporales, difí­cilmente lograremos convencer que nos encontramos en «el menos malo de los sistemas», y dejaremos, no solo en manos de la demagogia, sino de la voluntad de experimentar nuevos caminos, a quienes no encuentran respuestas en el modelo propuesto.

Hemos hablado en estas páginas en repetidas ocasiones de Europa. No reacciona. Las mismas recetas, los mismos dirigentes alejados de la elección y control democráticos reales en una larga y sucesiva cadena de repartos bipartidistas bajo la ya manida alternancia que lejos de favorecer opciones diferenciadas y asumir riesgos de largo plazo con proyectos innovadores, se auto protege para proponer programas únicos con cambio de nombres. No es de extrañar ni el Brexit, ni el NO de Italia, ni la nueva ola francesa, ni la vergí¼enza migratoria. No es de extrañar, tampoco, que demasiadas voces estadounidenses apoyen la opción que han elegido. Por no hablar, hoy, de la renovada Presidencia española por quien fuera rechazado por toda la oposición y cuyas polí­ticas prometí­an desbaratar en los primeros 100 dí­as (que no sorprenda a nadie que mañana surjan nuevas corrientes de castigo). Acomodarse al estatus quo para garantizar la confortabilidad no elimina los verdaderos problemas. Los problemas y demandas sociales exigen afrontarse y ofrecer soluciones. Ni hay atajos, ni es cuestión de acomodarse al discurso mediático esperable.

Rompamos los espacios y mundos aislados, entendiendo los verdaderos conceptos que acompañan cada una de las muchas propuestas que a base de repetirlas parecerí­an decir lo mismo, sin matices, y hagamos un esfuerzo real por alinear las muchas herramientas de las que disponemos al servicio del verdadero objetivo: Generar valor -económico y social-, de forma sostenible, al servicio del bienestar de la sociedad, respondiendo a sus verdaderas demandas y necesidades sociales. Con este objetivo, si tiene sentido hablar de Productividad, serán evidentes sus «ganancias» y la democracia real y para todos se verá fortalecida. Como siempre, también en este sentido de los votos, las soluciones están en nosotros mismos.

Pero dicha «Democracia Productiva» exige credibilidad y legitimidad. «Combustible» que se gana con discursos firmes, compromisos reales, ejemplos constatables y, sobre todo, entender los conceptos y lo que, en verdad hay detrás de cada palabra y propuesta que se formula. Vivimos una nueva realidad, nuevas demandas, nueva complejidad. También, nuevas demandas y exigencias.

Y, al final, ha ganado Trump

(Artí­culo publicado el 13 de Noviembre)

Al parecer, Trump acertó en comprender que quien elegí­a al Presidente de Estados Unidos eran los votantes estadounidenses y no el resto del Mundo. Y de aquellos, precisamente, quienes se sienten amenazados por terceros, que han visto descender su nivel y expectativas de vida y que comparten una serie de valores y principios determinados. Esa población silenciosa para el observador foráneo que no se manifiesta en público, ni es objetivo directo de los encuestadores demoscópicos, que comparte determinadas ideas con lí­deres emergentes que llegan a sus preocupaciones básicas reales y que, ante todo, rechaza a un «establishment» (cada uno marca el perí­metro en función de sus vivencias, ya sean los dirigentes históricos de sus sindicatos de tiempos en que tení­an un determinado empleo, de los aparatos de la polí­tica representativa e Institucional en quienes ha confiado en otros momentos y que cree no resuelven sus problemas y demandas concretas, que le hace estar o percibirse marginado del correr de los tiempos, o del que, simplemente,  se considera distante). Los 50 millones de votos recibidos pueden responder a la pregunta que me hací­a hace meses en un artí­culo que publiqué en esta misma columna en DEIA en relación «al camino hacia la Casa Blanca… y otras Casas»: ¿Por qué elegirí­an los estadounidenses a Trump?, y respondí­a con algunas consideraciones y datos que hoy bien pueden resumir lo que, al parecer, de una u otra forma vemos reflejado en múltiples análisis de opinión tras el triunfo del presidente electo, Donald Trump. Decí­a entonces:

«Resulta evidente que una lógica a distancia, desde nuestro entorno, nos llevarí­a a simplificar el análisis y dar por buena la diferencia cultural, socioeconómica e incluso de origen racial, étnico y temporal de las poblaciones asentadas en las costas (Este y Oeste de los Estados Unidos, sus capitales) y el amplio espacio central entre ellas conformando no solo el «medio rural, local americano», sino una frontera inseparable de valores, cultura y actitudes ante la vida y de percepción de la identidad estadounidense, o la desigualdad creciente provocadora de una reacción antisistema, o la desafección a las clases dirigentes de los últimos años, o las poblaciones marginadas, o a Wall Street y su influencia asfixiante sobre un Washington lobista dominante, o incluso a una cierta antipatí­a sobre la candidata opuesta. Podrí­amos añadir que la sensación de pérdida de protagonismo lí­der de los Estados Unidos en el escenario mundial llevarí­a a abandonar el respaldo al mundo dirigente clásico. Nos seguirí­an faltando votos. Metamos en el puchero electoral la influencia de los medios de comunicación afines, e incluso los financiados por la millonaria campaña. Agreguemos al inmigrante de segunda o tercera generación que se ha ganado un puesto como estadounidense de pleno derecho y que ve en sus co-nacionales de origen un peligro ante su entrada en su paí­s. O, incluso, traslademos la explicación al peso fiscal que para el ciudadano trabajador ordinario supone el paí­s a construir financiando «ilegales» o «subsidiados», como te dirí­a un taxista latino con más de treinta años en Nueva York forjando su empresa y el futuro de sus hijos, hoy profesionales universitarios en Florida. Y, por supuesto, sumemos a los muchos que les gusta el candidato y comparten sus mensajes. ¿Siguen faltando votos? Podemos incursionar, también en el campo de la juventud, su empleabilidad y condiciones económicas con un estudiante medio que tras sus cuatro a seis años de Universidad acumula una deuda por préstamos de entre 30.000 y 100.000 dólares o la estimación de una brecha de pobreza en 178.000 dólares, o la alarmante cifra de 1,5 millones de estudiantes que dejan sus estudios de bachillerato al año, o que la mitad de estudiantes afroamericanos y latinos no finaliza su enseñanza secundaria, o los aún más de treinta millones de ciudadanos sin acceso a la salud, o el descontento en las aulas que lleva a 250.000 profesores/año a desistir y dejar sus empleos por no soportar el comportamiento de sus alumnos (y padres), o el que uno de cada 35 adultos esté en el sistema penitenciario (en la cárcel o en libertad provisional o condicional)… ¿Serí­a suficiente explicación trascender de una determinada imagen del paí­s, potencia mundial, a una fotografí­a de contraste como la señalada en algunas pinceladas para pensar en opciones distantes de nuestras primeras y razonadas impresiones? Trump juega el rol de un verso libre en el republicanismo, destacando que su adscripción partidaria es meramente instrumental para participar del proceso. No ofrece programa alguno, lo desprecia, y no pretende comprometerse con propuesta alguna. Su fuerza quiere asentarse en un mensaje de individualismo distante de ellos (los gobernantes, los de siempre…) jugando a venir de la nada, a construir su propia historia (se supone que de éxito) y a no depender de nadie, decir siempre la verdad o, al menos, lo que la gente de a pie piensa, quiere oí­r, y no escucha en una sociedad «polí­ticamente correcta». No acepta jerarquí­as orgánicas ni más disciplina que la suya. Deja claro que su único mandato aplicable es el que surja en el dí­a a dí­a conforme a su intuición y voluntad. No cabe sentirse engañado por cualquier decisión que tome. Es «su evangelio» y su oferta. Y la cambiará cuántas veces quiera. Vende su bondad de outsider como garantí­a de «la nueva polí­tica». Y así­, avanza, paso a paso, ante un asustado republicanismo…»

Hoy, la incertidumbre prima. Las Bolsas iniciaban un esperado descenso con una rápida recuperación en un tí­pico «pánico» desde la especulación y el tradicional «efecto descontado», confiando en su normalización progresiva. Lo que tardará en cambiar será el desasosiego y el miedo a lo que pudiera pasar.

A medio plazo, Trump suavizará el discurso (ya ha empezado desde su primera intervención valorando positivamente la contribución de su opositora Clinton, como servidora pública). La respuesta del sistema polí­tico de los Estados Unidos ha sido escrupulosamente democrática y le concede (con el dolor de tripas inevitable) un cierto espacio de observación para resituarse y explorar potenciales colaboraciones que permitan reconducir el discurso a un posibilismo compartible. Veremos qué equipos lleva a la Casa Blanca, de qué forma se recomponen sus relaciones con «su partido republicano» que le abandonó en plena campaña y que, hoy, disfruta de uno de los mayores triunfos de su historia reciente. Su aplastante mayorí­a en Washington, no supone absolutismo. Estados Unidos, afortunadamente, es mucho Estado Federal y la inmensa mayorí­a de polí­ticas hacia dentro, para los estadounidenses, pasan por las decisiones de sus gobiernos en los diferentes Estados. El comportamiento de sus ciudadanos es dual: han votado a un Presidente republicano a la vez que elegí­an un senador demócrata (y viceversa) y votaban, por ejemplo, el incremento del salario mí­nimo profesional y la legalización de la marihuana en determinadas circunstancias o el suicidio asistido. Será la hora de gobernar. Desgraciadamente, es más que probable que los mayores impactos negativos se padezcan fuera de los Estados Unidos. Sin duda es más que probable el sufrimiento de México (devaluación de su moneda y fuga de capitales e inversión, conflicto migratorio, ralentización de su crecimiento). Intentará situar a China en la mira animando a las multinacionales estadounidenses a «volver a casa» no con el mensaje de Obama en base a la competitividad real de las empresas en su territorio más allá de la falsa productividad asimilada a bajos salarios y costes, sino bajo el reclamo «proteccionista» de su mensaje. No obstante, esto no se produce de la noche a la mañana y Detroit no llena su fábricas abandonadas o reconvertidas a base de decretos y leyes de la noche a la mañana. Sin duda, la mayor preocupación reside en sus intentos de apostar por su anunciada polí­tica de migración y la expulsión inmediata de 11 millones de indocumentados o residentes irregulares, sus deseos de suprimir el Obamacare (que muy probablemente se vea modificado tanto en el acceso al seguro obligatorio en salud, en su cartera de prestaciones y alcance) pero que, muy probablemente, encuentre la resistencia en numerosos Estados y, sobre todo, en la población. Trump contempla, en teorí­a, favorecer algunas industrias (petrolera, farmacéutica, defensa), modificar Acuerdos de Libre Comercio (no tan fácil como dice), …pero todo esto no se hace de la noche a la mañana, finalmente, promoverá un (por importante y pedido a gritos por unos y por otros en los últimos años), plan de infraestructuras (para lo que necesitará trabajadores y muy posiblemente muchos inmigrantes que desea expulsar). Y, finalmente, habrá de gestionar sus relaciones con Wall Street (veremos si quienes «le echaron» son recibidos hoy con los brazos tan abiertos como pudiera parecer), si incrementa el salario mí­nimo como promete y qué reflejo tiene todo esto en sus polí­ticas fiscales, monetarias y endeudamiento que, en principio, no parecen estar debidamente alineadas.

…pero ¿vivimos un contexto de contagio mundial?

Por tanto, la preocupación, sorpresa e incertidumbre que el fenómeno Trump supone, parece llevar a un buen número de analistas y gobernantes a simplificarlo en una especie de «aparición nebulosa inexplicable» que se despacha con la apelación al «extremismo nacionalista, anti-globalización, anti-sistema», y por definición, xenófobo, egoí­sta y trasnochado. Así­, Trump en Estados Unidos, Marine Le Pen (Francia), Theresa May (Reino Unido), Austria, Hungrí­a, etc., serí­an una nueva «Coalición Universal» a la que pudieran unirse el apoyo ruso, el Amanecer Dorado griego, la Unión Atlántica de Gobernanza de Aznar o las uniones de derecha alemana, holandesa, etc., estarí­amos ante un nuevo movimiento populista («Apelar a los Excluidos»), articulado ante un contagio espontáneo, unido por un determinado «enemigo común».

Convendrí­a, si en verdad queremos convencer a nuestras respectivas sociedades de las bondades de la democracia, de la importancia de las instituciones y los gobiernos para la mejora permanente del bienestar y riqueza de los ciudadanos, de la sinceridad de los mensajes y propuestas electorales y programáticas, hacer un esfuerzo por profundizar, por separado, en muchos de los elementos que pretendemos minimizar descalificándolos en un «todo negro» e irracional que abandera el extremismo citado.

Si lejos de continuar encerrados en el «Ciclo Perverso» de un cierto pensamiento único que ha hecho de la globalización un mantra desconociendo la desigual distribución de los beneficios potenciales que genera, si persistimos en polí­ticas mal llamadas de austeridad constatando su fracaso (desempleo, empobrecimiento, pérdida de expectativas, deterioro de polí­ticas y servicios sociales…), si consolidamos estructuras de gobernanza sobre actividades y comportamientos propios de democracias orgánicas, si incumplimos programas y compromisos y mantenemos gobiernos, partidos y lí­deres corruptos en aros de «la estabilidad» (¿de quiénes y para qué?), si no reconocemos que vivimos rodeados de múltiples mensajes que por su uniformidad y difusión «global» parecerí­an responder a la preocupación y realidad de la gente cuando se quedan en una mesa de tertulia y si nos preguntamos el porqué de llenadas audiencias de programas televisivos y espectáculos que negamos presenciar en determinados cí­rculos por mantener un cierto status… quizás serí­amos capaces de entender el voto a Trump y, sobre todo, evitar que se produzcan y generalicen, a futuro, situaciones similares.

Cuando tomaba un café el pasado miércoles, en la televisión del bar en que estaba, se anunciaba el triunfo de Trump en el estado de Pennsylvania dando por prácticamente segura su elección a la Presidencia. El camarero que atendí­a detrás de la barra, exclamó: «Hemos ganado los albañiles». Unos minutos más tarde, participaba en un Consejo (globalizado, multi-paí­s) a través de una video conferencia desde Bilbao. El primer comentario de uno de los Consejeros fue muy expresivo: «Está claro que no se puede dejar votar a todos: Brexit, Plebiscito de Paz en Colombia, Congreso de los Diputados español… y ahora Trump». Elocuentes sentimientos y reacciones. Ante esto, queda claro lo que debemos hacer: Recuperemos el valor de los principios y la auténtica cultura democrática. Es el camino.

Hoy, la incertidumbre, la preocupación y el temor parecen centrase en Trump. Lo que haga o deje de hacer tendrá un gran impacto en «América» y, desde luego, en el mundo. A lo largo de los próximos meses, asistiremos a un buen número de procesos electorales, referendos y decisiones que vendrán del voto de los ciudadanos. No perdamos el tiempo y no dejemos que los árboles no nos dejen ver el bosque. Rompamos los cí­rculos perversos (crisis-depresión-desafección y pérdida de legitimidad democrática-desigualdad). Quizás por aquí­ vengan las sencillas respuestas al voto democrático de los ciudadanos.

VALONIA y la nueva Europa por venir

(Artí­culo publicado el 30 de Octubre)

Una de las noticias de mayor impacto e interés desde la óptica de Euskadi que hemos conocido a lo largo de la semana no es otra que la ruptura de negociaciones (y su posterior reconducción provisional) entre los gobiernos de Canadá y de la Unión Europea, en relación con el CETA (Acuerdo de Libre Comercio) entre Canadá y la Unión Europea.

Tras siete años de largas, complejas e intensas negociaciones, se llegaba a lo que se suponí­a era el punto final con un Acuerdo en una Cumbre bilateral, final, UE-Canadá, prevista con pomposa y protocolaria relevancia para celebrar la buena noticia, para apoyar futuras negociaciones (TTIP) y demostrar la fortaleza de la Unión en tiempos de desencanto y fragilidad. Un claro mensaje deseado: «unos nos dejan, otros quieren venir»; «seguimos creciendo y mejorando nuestra competitividad». Sin embargo, las partes se han visto sorprendidas por algo que o bien desconocí­an, o despreciaban, o no valoraban en su justa medida: la región de Valonia (Wallonne) vetaba el Acuerdo, ejerciendo sus competencias amparadas en el marco de la propia Confederación Belga (Miembro de pleno derecho de la UE), de los Tratados de la Unión y, sobre todo, de la voluntad de su Parlamento de Namur. Así­, el Ministro Presidente valón, Paul Magnet, trasladaba su decisión de veto al Primer Ministro belga, Claude Michel, quien en aplicación de sus obligaciones y en calidad de Miembro de la Unión Europea, no hací­a sino cumplir la Ley (en este caso, la ley federal especial de 1980). Valonia y Bélgica, en consecuencia, decí­an NO al «privilegio» de la última decisión unilateral o control de arbitraje de las empresas multinacionales en sus conflictos, disputas y relaciones comerciales con los Estados y NO a las condiciones «pactadas» en determinadas cuestiones agroindustriales que entendí­an perjudiciales para su Comunidad. De esta forma, si la Comisaria Europea, Cecilia Malmstrí¶m, entendí­a que el hecho de suprimir (atendiendo a sus estimaciones) el 98% de los aranceles con una reducción anual de cerca de 400 millones de dólares justifican el aplauso y apoyo unánime de los 28 Estados Miembro de la Unión, se encontraba con que «una pequeña región de poco más de 3,5 millones de habitantes» paralizaba el Acuerdo, defendiendo sus competencias que el Estado Miembro del que forma parte, respeta y ampara en el seno de la Unión. Las Delegaciones negociadoras, a casa.

Así­, la prensa al uso, los globalizacionistas, y quienes entienden una Europa única (o un Estado único), sin atender a la real y creciente fuerza glokal, a las voluntades democráticas de «las partes» que desean o aceptan compartir espacios y co-soberaní­a pero no la imposición unilateral, se llevaban las manos a la cabeza advirtiendo de la progresiva muerte del libre mercado y comercio, de sus tratados generalizables a lo largo del mundo con su falsa identidad o sinónimo de competitividad y bienestar equitativo, fuente de progreso para todos por igual, apresurándose a atacar y descalificar a una minorí­a localista «en perjuicio de la mayorí­a moderna».

Este hecho -pese a la renegociación que permite, finalmente, alargar el perí­odo de veto en manos de Valonia y su Parlamento un año más, promueve recursos ante los Tribunales de Justicia y Constitucionales (Bélgica, Alemania…) e incorpora mejoras en los aspectos agroindustriales que contiene- puede suponer importantes cambios en la Agenda europea, empezando por el cuestionamiento del proceso en vigor para la aprobación del TTIP (Tratado con Estados Unidos), así­ como una nueva generación de Acuerdos en camino. En otro orden de cosas, introduce alguna consideraciones y lecciones a tener en cuenta:

  1. Aunque algunos se empeñen en creerlo o proclamarlo cada vez que existen discrepancias, debates, opciones contrapuestas, Europa no es una unidad monolí­tica. Ni su origen, ni su historia, ni su supuesta vocación y razón de ser, ni la voluntad de sus pueblos, ni los modelos de desarrollo económico inclusivos y de progreso social que pretende promover, ni las polí­ticas económicas, sociales, competenciales o polí­tico-administrativas que los nuevos tiempos reclaman.
  2.  La globalización no es ni un mantra, ni una panacea, ni una caja de pandora con impacto y beneficios equitativos para todos. Sus bondades y sus impactos negativos y dificultades se distribuyen de forma desigual entre quienes participan de la misma. Ni es un fin en sí­ misma, ni es el objetivo progresivo al que todos debemos apuntarnos a cualquier precio y de cualquier manera.
  3. La continua y acelerada «cesión o apropiación» (según el caso), del papel representativo y ejecutivo del Gobierno de la Unión Europea y de sus diferentes «Consejos Temáticos» en manos de los gobiernos «nacionales» de los Estados Miembro (como se ve, no siempre estrictamente del Gobierno Central como parece transmitirse desde Madrid) o europeos «de fin de semana» en sus repetitivas Cumbres Fotográficas, olvida con frecuencia quien es quien, quien tiene el derecho y competencias reales sobre las materias objeto de discusión y aprobación (véase el ejemplo del Concierto Económico, el Convenio Navarro y la existencia de al menos cinco Autoridades Fiscales, cuatro de las cuáles no participan en la «representación fiscal y económico-financiera del Estado español en el Eco-Fin Europeo), la voluntad de decisión y poder polí­tico de aquellos a quienes representan. Parece de libro, damos por hecho que todo negociador se sienta sabiendo a quien tiene delante y hasta qué punto puede y debe decidir. La realidad y evidencia lo desmienten.
  4. La Unión Europea no parece haber entendido que sus principales ejecutivos no electos, sus sistemas de gobernanza, acumulan un importante número de «negociaciones fallidas», lo que obliga a repensar sus modelos, sus objetivos y sus verdaderos intereses. La desconexión pactada de un BREXIT que no se supo o pudo detener, el propio proceso del TTIP ya mencionado que se ve entorpecido por múltiples sospechas de no transparencia evitando el debate de sus contenidos, la sorpresa del CETA, y los múltiples desafí­os que observamos en el horizonte ante un panorama de manifestación permanente de inquietud y deseo de seguir caminos distintos por diferentes «regiones» no Estado que quieren, bien salir de sus respectivos espacios o receptáculos permaneciendo en Europa (Flandes, Catalunya, Euskadi…) o como Valonia, permaneciendo en ambos pero con voz propia (en ambos), también. O preparamos una gobernanza para las demandas de este siglo o perderemos el tren del futuro.

La histórica y «vieja Valonia» que ha transitado, en el tiempo, desde el corazón de Europa, alumbrando la revolución industrial desde su agotada cuenca hullera, minera y siderúrgica del Mouse, superadora de un doloroso proceso reconversor como otras regiones europeas, hundida en un pasado de crisis y cambio, renaciente en su renovada apuesta reindustrializadora (aeroespacial, aeronáutica, biotecnologí­a, industria farmacéutica, diseño, agro industria, gastronomí­a, arte…), abierta al mundo y que ejerce una intensa promoción internacional con su «WALLONIA. BE inspired», jugando con el dominio BE de su Paí­s en internet, transmitiendo un mensaje de apertura y modernidad, inspirador de una economí­a y Sociedad del siglo XXI NO ha dicho NO al progreso, Ni NO a Bélgica, ni NO a la apertura mundial, ni NO a su plurilingí¼ismo. Ha dicho SI al futuro, pero desde su identidad, su vocación de futuro, su voluntad democrática, desde su apuesta por una co-soberaní­a, compartida, libremente elegida, aprobada, respetada. Una Valonia que moviliza (Plan Marshall 2022) sus apuestas estratégicas bajo el hilo conductor de la educación, la investigación y la formación adecuadas a sus fortalezas y lí­neas de re creación de riqueza y bienestar transitando hacia y desde una economí­a y energí­a verdes. Una Valonia conocedora, mejor que otros muchos jugadores europeos, de sus ventajas competitivas de la mano aliada de su hermana francófona canadiense. Pero, por supuesto, es cuestión «de fuero y no de huevo».

Mientras esto sucede en Bruselas, mientras en Bruselas aprueban el presupuesto que ha de reenviar el Gobierno español en Madrid, el sainete «institucional español» inventa una supuesta proclama de estabilidad para dejar todo como estaba, en manos de quienes han tirado de Decretos Ley o de funcionamiento pasivo sobre el que la oposición en pleno hasta hace todaví­a pocos dí­as prometí­a una actuación conjunta para derogar sus decisiones y restaura nuevos caminos. Al parecer, la «lejí­a estabilizadora» limpiará el pasado y la suerte y el tiempo anunciarán nuevas soluciones. De esta forma, no habrá de sorprendernos que hoy haya sido el turno de Valonia. Mañana, paso a paso, otros muchos. Quizás sea momento de regresar a nuestros viejos cursos de francés en la aparente lejana Valonia de Les Ardennes y explorar esta «Valonia molesta» para aprender nuevos caminos.

Un Nobel de Economí­a anclado en nuestro dí­a a dí­a…

(Artí­culo publicado el 16 de Octubre)

Como no puede ser de otra manera cuando se otorga un premio de prestigio como el Nobel, la semana ha generado -como siempre- controversia. Si comenzaba con la noticia del Nobel de la Paz al Presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, por su esfuerzo, coraje, decisión y compromiso con la Paz, el imprevisto rechazo plebiscitario al Acuerdo promovido parecí­a «enturbiar» la decisión, juzgada por los resultados inmediatos. Morí­a dí­as antes Shimon Peres, otro galardonado por sus esfuerzos en favor de una PAZ, desgraciadamente, aún ausente en el conflicto Israel-Palestina y el Presidente Obama dejará su Presidencia muy lejos de la «apuesta por la Paz» que le llevará a otro Premio Nobel antes siquiera de tomar posesión en base a sus discursos e intervenciones y con la «mochila negativa» de mantener el limbo jurí­dico y de los derechos humanos de Guantánamo. Sea como sea, un premio Nobel supone mucho más que intenciones, trayectorias personales y circunstancias temporales y permite, entre otras cosas, apoyar e impulsar procesos y trabajos deseables desde las bien intencionadas apuestas del Jurado.

La semana termina con otro Nobel. En esta ocasión, el de Economí­a, otorgado a los profesores Oliver Hart y Bengt Holmstrom (inglés y finlandés, profesores de las Universidades de Harvard y MIT, respectivamente).

Así­, si el 2015 fuera Angus Deaton el galardonado por sus estudios relacionados con el consumo, la pobreza y el bienestar tan alineados con los debates de vigente actualidad en el entorno de la desigualdad y la necesaria orientación de los modelos del crecimiento hacia la inclusión social y la competitividad, así­ como los indicadores de salud percibida en boga en los entornos académicos y poco a poco en la agenda diaria de la polí­tica y la comunicación, ahora se premia el estudio estructurado de la Teorí­a de los Contratos. Parecerí­a, a primera vista, un salto hacia campos áridos, de dominio generalizado y escasamente generadores del valor meritorio de un Premio Nobel. Nada más alejado de la realidad.

Nuestra vida diaria (como individuos, empresa, gobiernos, o sociedad) está llena de Contratos (formales, informales…). En su mayorí­a -si no todos- imperfectos, incompletos y, por lo general, complejos, además de asimétricos en los que una de las partes tiene más y mejor información que la otra, una posición no equilibrada de poder y dominio, una «percepción o necesidad» diferente ante lo que contrata y, en muchas ocasiones, basados o generadores de conflictos de interés, reales o aparentes. Estas circunstancias «naturales» llevan a que, de forma inevitable, optimizar un contrato supone una difí­cil gestión de las ventajas competitivas de una de las partes. Este relevante «conflicto o dilema» les ha llevado a los economistas premiados a transitar con éxito 40 años de trabajo y contribución a una literatura del contrato de importante impacto en asuntos crí­ticos de enorme trascendencia en la economí­a de hoy, cada dí­a más multidisciplinar, integrable en redes, compartida, multi-negocio y multi-interés, en plena interacción público-público y público-privada, demandando no solamente «maximizar» el valor de las transacciones de forma equitativa por todas las partes implicadas, sino lo suficientemente incentivadoras para favorecer los Acuerdos, claramente asignadores de los mecanismos de capacidad de decisión y control, y de normalización de relaciones «amigables, duraderas y deseables».

Si, en este marco, Holmstrom destaca por su vinculación al mundo de la organización industrial y economí­a empresarial, con su intenso trabajo en el ámbito de la remuneración por resultados, la indexación salarial, la separación y condiciones de conceptos fijos y variables, además de sus incursiones en el terreno de la incentivación -disuasión no dañina- (desde el copago o la «deslealtad y no colaboración -escaqueo- en el trabajo en equipo»), Hart incide más, en paralelo, en el mundo de las Fusiones, las Concesiones Administrativas, las Privatizaciones de Servicios Públicos, contratos y subcontratos y el intento por ayudar a definir quién, cuándo y cómo ha de mantener la propiedad, el control y la decisión.

Todo un conjunto de aportaciones en el complejo diseño de polí­ticas públicas e instituciones, alianzas y partenariados público-privados, la co-creación de valor empresa-sociedad, las escalas retributivas y el abanico salarial intra-empresa, así­ como los propios contratos entre el ciudadano contribuyente y la Administración-Prestadora y redistributiva al servicio de la sociedad. Es decir, la Academia y Banco de Suecia han optado por premiar el trabajo al servicio de las aplicaciones y necesidades reales del dí­a a dí­a.

En este contexto de premios, la semana ha servido para aportar algunos ejemplos relevantes para los que los mencionados estudios de los flamantes Nobel (la Paz incluida) nos dan pistas para comprenderlos, y afrontarlos con mayor y mejor conocimiento. Si quienes cuestionan el Acuerdo de Paz en Colombia desde la «imperfección» de lo convenido más allá de las propuestas concretas de modificación y mejora realista en el contexto real de las partes implicadas en el Contrato polí­tico y social establecido, o quienes se apresuran a proclamar las maldades del Brexit desde una posición de «incumplimiento del mandato de las urnas» y se esfuerzan en su modificación unilateral, o quienes interpretan los espacios de las Administraciones Públicas y su interacción con terceros (en especial del sector privado), por ejemplo, tuvieran la paciencia de analizar lo que en verdad es objeto de un Contrato, su virtud y complejidad, desde la óptica del verdadero resultado y premisa del beneficio esperado para todas las partes implicadas en el mismo, muy probablemente acudirí­an a muchas de las aportaciones de nuestros nuevos Nobel mencionados.

Decí­a que esta semana hemos conocido diferentes noticias relacionadas con un BREXIT que habrá de acompañarnos, inundados en rí­os intermitentes de tinta, no ya en los meses que lleven al gobierno británico (o a los Tribunales a instancias de la iniciativa y denuncia popular) a comunicar a la Unión Europea su decisión de salir del club, sino los años que serán necesarios para una «desconexión pactada» y la anulación y firma de los viejos (aún vigentes) y futuros contratos a establecer entre las partes, encaminados hacia un nuevo escenario sobre el que se han manifestado los ciudadanos del Reino Unido (en principio, incluyendo a todos aquellos que han optado por una posición no mayoritaria como el caso de los escoceses). En este debate y proceso abierto, la Conferencia Conservadora nos ha permitido conocer no solamente sus iniciales posiciones respecto del Acuerdo Global, sino importantes denuncias sobre contratos «menores» vigentes. Un caso de impacto en nuestra prensa próxima es la puesta en solfa del rol que han venido jugando determinadas empresas en industrias reguladas y privatizadas como la Energí­a y las Telecomunicaciones, la Banca y su Plaza Financiera en la City londinense, calificadas por la Primera Ministra de asimétricos, injustos y dañinos para la población británica, causantes de una supuesta pérdida de valor de la fortaleza industrial y económica del Reino Unido, llamando a la revisión y modificación de las privatizaciones, de los sistemas de contratación pública, a la regulación y tarifas y a las condiciones que han de regir contratos equitativos o justos. También de la mano de los conservadores, se cuestionan los contratos empresariales que «conllevan las inequidades salariales desde la ventaja y superioridad de primeros ejecutivos y directivos más allá de su correspondiente peso en la propiedad y control legitimables por su aportación de valor», así­ como la respuesta a la reinvención de las Administraciones Públicas, analizando cuál debe ser el espacio del sector Público, en qué actividades ha de procederse a las alianzas público-privadas, el modelo de relación contractual a establecer y cuál deberí­a ser un contrato adecuado para el funcionario en un contexto laboral y social como el que vivimos. Por ejemplo. Preguntas de gran calado que lejos del Brexit y de los debates de los conservadores británicos en Brighton, podrí­amos extender a lo largo del mundo y, por supuesto, a nuestro entorno próximo, en un momento como el actual. Así­, en pleno «proceso pedagógico» para convencer a la ciudadaní­a sobre la imprescindible «estabilidad y necesidad de un Gobierno» como mal menor, sea el que sea, no parecerí­a despreciable el ejercicio honesto de preguntarse cuestiones básicas como el ¿para qué?, ¿el cómo?, ¿el cuándo? de las polí­ticas y las iniciativas inaplazables o si la amenazada inmediatez electoral no posibilitara poner en primer plano revisar los «contratos sociales imperfectos», con los que convivimos y que se demuestran insatisfactorios para una buena parte de la Sociedad. No cabe duda que necesitamos, hoy más que nunca, profundizar en la comprensión de los contratos asimétricos con los que convivimos dí­a a dí­a. Contratos asimétricos qué, aunque parezcan inexistentes en muchos casos, están allí­, condicionando decisiones, polí­ticas y comportamientos que, en algunos casos, hipotecan el desarrollo y objetivos que predicamos.

No cabe duda. El premio nobel de Economí­a 2016 tiene sentido. Es una buena noticia. Y si la economí­a se vuelve un poco más cercana a la ciudadaní­a en su percepción desde el Nobel y no terminamos de encontrar las respuestas y preguntas adecuadas, a partir de hoy podemos recurrir a otro galardonado: Bob Dylan, Premio Nobel de Literatura 2016. Porque, efectivamente, «the answer my friend is blowing in the wind» (La   respuesta está en el aire… pero debemos buscarla, tras formularnos las preguntas adecuadas). Trayectorias, realidades, y reconocimientos.

Amanecer en Colombia. 50 años después

(Artí­culo publicado el 2 de Octubre)

Con la firma del Acuerdo de Paz del pasado dí­a 26 de septiembre, la Comunidad Internacional manifestaba, de forma solemne, su apoyo al proceso de paz, trabajado, negociado, arrancado de una sociedad que ha sufrido 50 años el horror de la ausencia de paz.

Proceso largo, muchas veces interrumpido, que a falta del plebiscito que hoy mismo convoca a la sociedad colombiana a su ratificación en las urnas, solemniza la ausencia pactada de violencia, así­ como un amplio, complejo y largo proceso en el que el pueblo colombiano decidirá, en libertad, embarcarse, si como muchos deseamos, se da un clamoroso SI A LA PAZ.

Paz y cese de la violencia no son, en sí­ mismo, el punto final para la normalización ni la transformación inmediata de un paí­s que ha de acostumbrarse (bendito compromiso y responsabilidad) al nuevo escenario post conflicto. El Acuerdo merece un especial aplauso tanto por su resultado final, como por la gestión del siempre complejo, inmediato y, en algunos casos, controvertido, esfuerzo y episodios negociadores. Ví­ctimas, victimarios «colaterales», protagonistas y actores pasivos, cada una desde sus propias vivencias y experiencias, su grado de sufrimiento y participación, observa, celebra y padece un resultado final.

Con más de 220.000 muertos, 5 millones de desplazados, un paí­s dividido para muchos, reconciliado para otros, en la búsqueda de su propio relato y valoración personal e intransferible del resultado alcanzado y que ha sufrido sus graves consecuencias y su reflejo negativo dentro y fuera del paí­s. Miles de ilusiones frustradas y excesivas vidas destrozadas.

Hoy, contemplamos un nuevo faro de esperanza. Quienes desde la respetuosa distancia a quienes han de decidir sobre su pasado y futuro, con el cariño de una larga convivencia personal y profesional a lo largo de décadas, hacemos votos por el Sí a la PAZ.

En estos dí­as, las historias se repiten entre el drama, tragedia y emoción. Las anécdotas proliferan. Ví­ctimas y victimarios «comparten» aquellos recuerdos y momentos en que la tragedia los separó. Familias, amigos y pueblos se fragmentaron. Los caminos de unos y otros se separaron. La restauración, la reconciliación y la reparación, el relato hacia una nueva realidad y nuevos proyectos de vida pesan en las posiciones más o menos entusiastas, contrarias o totalmente favorables al Acuerdo y sus esperanzadas consecuencias. Con ellos, el «bono de la paz» destaca como referente de un futuro diferente, por construir, al servicio, sobre todo, de las nuevas generaciones. Más allá de los más de 300 folios que recogen el Acuerdo alcanzado, así­ como de innumerables medidas al servicio de su instrumentación, el reconocimiento del daño causado, la radicalidad introductoria sobre algunas claras raí­ces (desigualdad, pobreza, debilidad institucional) del conflicto, la petición de perdón de quienes actuaron en y desde el castigo violento a quien responsabilizaba de su situación, el nuevo relato consensuado pensando mucho más en el mañana que en el ayer, la nueva oportunidad histórica para que quienes optaron por la lucha armada, el terrorismo, la extorsión, abandonen las balas y enarbolen el diálogo, la negociación, la polí­tica. Facilidades pactadas para que la otrora guerrilla participe en la construcción de la Paz y en la construcción de un nuevo proyecto paí­s, desde la polí­tica. Un nuevo entorno estratégico para el desarrollo rural y territorial, garantí­as de protección y seguridad para desmovilizados y reinsertados y un complejo e imprescindible «sistema judicial transicional». Todo un entramado que acompañará al desarme, desmilitarización y recuperación de territorios. Estrategia post conflicto bajo la batuta de un Ministro-Responsable ad hoc y, sobre todo, toda una sociedad comprometida en hacerse corresponsable de su pacificación y normalización en marcha. Como ha afirmado el Presidente Santos: «es más fácil hacer la guerra y perpetuarla que construir la Paz».

Una bienvenida entusiasta (que no ingenua, ni plena de «sí­ndromes de Estocolmo» o similares) si no consecuente con la construcción de un mejor futuro (en especial para las nuevas generaciones).

Un clamoroso Sí a la Paz. Un sí­ plebiscitado con el que la mayorí­a del pueblo colombiano no pretende olvidar ni conceder beneficios o privilegios a quienes hicieron la guerra en décadas. Un sí­ a la esperanza, a trabajar para conseguirla, extenderla y mantenerla, llevando al paí­s a una nueva democracia y nuevos modelos de hacer polí­tica (todos), con el silencio de las armas (las palabras del presidente Santos son un ejemplo del enorme esfuerzo por recorrer: «En Colombia tenemos 1.100 municipios; 700 tienen minas antipersona en su territorio. Debemos identificarlas e inutilizarlas y la Comunidad Internacional ha dado un paso aportando los 80 Millones de dólares para iniciar este largo, complejo, peligroso e infernal trabajo»).

Una ventana para la Paz que, sin duda, aporta valiosas lecciones en la resolución de conflictos, en la construcción ilusionada de un nuevo futuro. También el contradictorio e hipócrita comportamiento de determinados lí­deres y dirigentes a lo largo del mundo que asisten como testigos a festejar el Acuerdo, ofrecen apoyo allí­ y, sin embargo, ponen todo tipo de dificultades a afrontar otros procesos inacabados (nunca hay dos «conflictos» iguales), en «su propia casa», en donde tienen responsabilidades por asumir. Pero hoy no es momento de enturbiar ni la PAZ, ni el esfuerzo, generosidad y compromiso de COLOMBIA. (Baste resaltar como en el discurso de la firma en Cartagena, el representante de las FARC apelaba al final negociado de otras guerras que recorren el mundo con un sonoro NO a la guerra ni en SIRIA, ni en COLOMBIA, ni en ninguna parte)

Así­, el pasado lunes, tuvimos la oportunidad de celebrar la Paz en un evento aleccionador en y con la «Cartagena Heroica» que resistió el asedio vencido por Blas de Lezo, terminó con la esclavitud en la región y alumbró «las mariposas amarillas» de Garcí­a Márquez, Gabo, para afrontar su tan ansiada «Segunda Oportunidad, en las zonas de dolor en que germina, ya, la Paz».

Una ceremonia aleccionadora con dos discursos claros y honestos. Si Rodrigo Londoño Echeverri, «Timochenko», abrazaba la construcción de una nueva patria «en la que no caben las balas, bombas o guerras, sino la democracia real», recordaba sus orí­genes guerrilleros en el Marquetala en el año 1.964 y explicaba cómo en los altibajos de largo proceso, su comandante, escribiera al entonces Ministro de Defensa, hoy Presidente Santos: «Así­ no es, Santos», pero el tiempo y el final permiten decir con fuerza «¡Así­ sí­ era, Presidente!». Timochenko pidió perdón a las ví­ctimas por el daño y dolor causados y desgranó las razones polí­ticas de su compromiso, repasando los contenidos del Acuerdo y su voluntad por recorrer el nuevo camino de la polí­tica que les espera. El Presidente Santos fue rotundo y enérgico en sus posiciones y Acuerdo. Recordó que fue implacable en su ataque contra la guerrilla subversiva mientras predominó la dinámica de la guerra a la vez que hoy, en el escenario de paz, protegerá y apoyará el derecho de todos a defender sus ideas en el juego abierto de la democracia e invitó a la sociedad colombiana a superar el sufrimiento del pasado, «lágrimas de dolor y pobreza por la esperanza de un futuro mejor y sabiendo que todos tenemos por quien llorar».

Un Acuerdo de Paz que en sus propias palabras «es un Acuerdo Imperfecto que pretende salvar vidas, lo que será mejor que cualquier guerra perfecta que destroce el futuro».

Un Acuerdo de Paz, en definitiva, que como el propio Secretario General de Naciones Unidas calificó de ejemplar y aleccionador tanto por su contenido, como su proceso negociador y los elementos externos de facilitación y soporte (con especial relevancia de Noruega y Cuba y los paí­ses acompañantes de Venezuela y Chile, así­ como la propia ONU y la Comunidad Internacional, además de la Iglesia Católica con su Papa Francisco en ella). (Hoy como en Colombia, la historia despide a Shimon Peres con elogio y agradecimiento por su diplomática lucha por la Paz mientras otros, en especial en la Jerusalén árabe le reprochan su relevancia como halcón en el terrorismo árabe-israelí­. Otras lecciones del tiempo).

En definitiva, desde el respeto a la voluntad del pueblo colombiano, con el cariño y esperanza que merecen, un Sí a la PAZ que permita no solamente «el silencio de los fusiles», sino como destacarí­a, también, el Presidente Santos, entonar con fuerza y orgullo el Himno Nacional de Colombia: «Cesó la horrible noche…de la violencia… y llega el dí­a con todas sus promesas…». «Abramos nuestros corazones al nuevo amanecer de la Paz y de la Vida…».

Innovación: el arte de la nueva acción exterior desde las Ciudades-Región y otros espacios polí­ticos y económicos

(Artí­culo publicado el 18 de Septiembre)

En un paralizante y perezoso contexto de ruido electoral contaminado por la situación de desgobierno en el Estado español (así­ como en otros muchos lugares del mundo), escuchamos a determinados representante incluir en sus discursos mediáticos, mensajes «simples a la vez que desfasados», dirigidos a desanimar a los votantes, con el traca-traca del «es momento de ocuparse de los problemas que preocupan a los ciudadanos y no por quimeras de autogobierno, soberaní­as o nuevos modelos de relación y decisión», como si se tratara de cuestiones contradictorias o no relacionadas.

Hoy que las palabras dominantes en el mundo de la economí­a (también doméstica y del dí­a a dí­a) nos recuerdan de manera constante la necesaria internacionalización (paí­ses, empresas, talento, conocimiento y personas), la interdependencia, los procesos facilitadores y colaborativos, la micro economí­a diferencial de aplicaciones de polí­ticas y asignación de recursos, de tipologí­as diferenciadas de regiones especializadas y tejidos económicos dispares. Un mundo que observamos con grandes diferencias en sus resultados en función de las polí­ticas emprendidas, las decisiones y opciones polí­ticas, sociales y económicas y las estrategias (capacidad de optar y elegir) de empresa y personas. Resultados diferentes que ponen de manifiesto la importancia de las organizaciones de que nos dotemos, por propia voluntad, para acometer el proyecto deseado. Esto también es innovación y creatividad.

Así­, celebrada la Diada catalana con las crí­ticas mediáticas y del gobierno español (en funciones) con especiales alusiones a la «ensoñación trasnochada de quienes se remontan a 1600 para reinventar sistemas inviables y derrochan presupuestos públicos abriendo embajadas» (en pobre crí­tica a oficinas de representación en el exterior, como si se tratara de un capricho y disparate solo permitido a la «inteligencia» de los Estados «mayores»), tolerando las intolerables y agresivas palabras de un Ministro de Asuntos Exteriores del gobierno de España (también en funciones y que solamente comparece en tertulias de su televisión subvencionada o en mí­tines electorales de su Partido viajando al exterior, es decir, a Euskadi) para asociar nacionalismo, independencia y terrorismo, (todo un insulto a la inteligencia, descalificándose a sí­ mismo desde su prepotencia), apelando a la sacrosanta unidad española (esta sí­ heredada por matrimonio o conquista en el siglo XIII), nos encontramos con la fresca publicación de un libro de verdadero rigor e interés: La Paradiplomacia: las ciudades, las regiones y los Estados como nuevos jugadores. (Editorial Oxford University Press).

Su autor, el Doctor Rodrigo Tavares, ex responsable de acción exterior del Gobierno subnacional de Sao Paulo, Brasil, miembro de prestigiosos centros académicos internacionales (Universidad de Naciones Unidas, Universidad de Harvard, Consejo asesor de la Competitividad en el World Economic Forum -en donde he tenido el privilegio de conocerle y compartir trabajo, como colega- y, en especial, en la publicación del Informe sobre la Competitividad de las Ciudades publicado en 2014…) ha dedicado sus últimos tres años a la preparación de este libro (por cierto, no como otro «superministro español en funciones» que ha tenido tiempo para compaginar sus funciones públicas -de supuesta dedicación plena y exclusiva- a escribir y publicar su libro para explicarnos «por qué España solamente ha perdido 20.000 millones de euros en un pseudo rescate de su banca gracias a sus competencias y habilidades»). Rodrigo Tavares aporta un gran instrumento para comprender el verdadero rol de la llamada acción exterior en un mundo como el que vivimos, en el que los nuevos jugadores polí­tico-administrativos han dejado de ser, en exclusiva, los gobiernos de los Estados del pasado. Acuña en su tí­tulo el término PARADIPLOMACIA (utilizado por primera vez por el autor Ivo Duchacek) para repasar las cientos de iniciativas de diferente contenido y rango que han tomado la práctica totalidad de Ciudades, ciudades-región, naciones sin Estado, asociaciones y/o nuevas unidades y espacio en cuyos ámbitos de competencia y responsabilidad se realiza la nueva diplomacia más allá de, en gran medida, ineficaces Ministerios de Exteriores y sus embajadas, distantes, en un gran número de casos, de la realidad polí­tica, económica y social de los paí­ses que representan.

Si el trepidante mundo «globalizado» en el que vivimos, se ve caracterizado por nuevos actores de especial relevancia como las Ciudades y las Regiones demandantes de un mayor protagonismo en la solución de las demandas de sus ciudadanos, la reconfiguración de Estados y Regiones, la conformación de nuevos espacios compartidos (economí­a, tecnologí­a, salud, turismo, desarrollo financiero, infraestructuras…) que han posibilitado no ya procesos imparables de mera descentralización administrativa, sino de verdadera reivindicación de un protagonismo polí­tico basado en el derecho y voluntad a decidir el diseño de su propio futuro, parecerí­a inevitable (como en la práctica lo es) la entrada en juego de nuevas figuras y formas de trabajo, nuevos representantes especializados, nuevos instrumentos que posibiliten el ejercicio pleno de las responsabilidades y competencias que le corresponden a las diferentes Administraciones.

Es precisamente, este amplio y nuevo entorno el que describe este libro que mencionamos, que se dota de innumerables casos a lo largo del mundo y que aborda la realidad y no el deseo proteccionista de determinados cuerpos de élite, empeñados en perpetuarse en un modelo superado. No es ya el simple caso de una Unión Europea que en su propia transformación traslada sus relaciones exteriores esenciales a estructuras supraestatales o regionales o sub nacionales dejando a los Estados Miembro una acción residual. No es que el acuerdo de un Ministro de exteriores en materia de cooperación, o de empleo o de bienestar social, o de educación o de infraestructuras, o de turismo, por citar algunos ámbitos de actuación, sea poco menos que una declaración retórica, sin contar con la voluntad y sin capacidad real de actuar, desde sus competencias, que, en realidad, corresponden a nuevos, considerados por ellos como ellos jugadores menores. Es la realidad económica. Las empresas no optan por invertir en un Paí­s concreto, sino en una región, estado-provincia o ciudad. Las desigualdades y diferencias territoriales no se dan sobre todo Estado a Estado sino, Ciudad a Ciudad. Es tiempo de entender otra manera de analizar la realidad.

Como muy bien recoge el mencionado autor, introduciendo las esencias de esta nueva o vieja Paradiplomacia, en palabras de la ex Presidenta de Letonia: Varia Vike-Freiberga, «no importa lo alejado que se esté o lo pequeño que se sea, no importan las limitaciones competenciales y no importa que tan rico o pobre lo sean, toda región tiene al menos una única y singular joya que podrá compartir con los demás», o por citar tan solo a una destacada voz del ámbito de la economí­a global, Ivo Daalder, presidente del Consejo de asuntos globales de Chicago: «las ciudades son cada vez más globales, y dirigen el mundo de los negocios y las relaciones-económicas, polí­ticas, sociales y culturales. Han dejado de ser simplemente lugares en los que vivir. Han emergido como lí­deres de la nueva fase global».

Pero esta Paradiplomacia, no se limita a ciudades-región o estados que solamente tienen vocación natural por gestionar aquellos asuntos domésticos que requieren interrelaciones con el exterior desarrollando sus propios instrumentos y estrategias, sino que es cada vez mayor el número de relevantes jugadores que tienen una voluntad polí­tica diferente, aspirando a la Paradiplomacia soberana. No es una causa, sino la consecuencia del status quo. Si bien no todos los que se dotan de estructuras para la internacionalización y las relaciones exteriores tienen ambiciones independentistas o deseos de configurar entes polí­ticos diferenciados. El término «protodiplomacia» se ha venido aplicando a aquellos que sí­ manifiestan un deseo de nuevos modelos de relación con otros estados, voluntad de soberaní­a o independencia. Los ya «clásicos» en esta literatura entre los que destacan, Quebec, Euskadi, Catalunya, Flandes, Baviera, Valonia, Escocia, Tatarstan, Transnistria, Puntlandia, Somalilandia… avanza a la cabeza de vanguardistas formas que suponen todo un proceso de innovación en este complejo y amplio espacio de las relaciones internacionales.

¿Qué lleva a condicionar el modelo y tipo de relaciones exteriores de nuevo cuño? La diáspora, la identidad y la lengua, una cultura diferenciada, la posición y entorno geoeconómico, el tipo de tejido económico, su nivel de desarrollo, el poder polí­tico institucional del que se dispone y, por supuesto, la respuesta que los Estados Miembro dan a los intentos de desarrollo de la propia paradiplomacia. Así­, como en otros muchos casos, los gobiernos «unionistas» que desprecian estos movimientos y se empeñan en «acaparar en solitario» todo aquello que huele a exterior, pese a sus supuestos éxitos temporales (judicializar la realidad, prohibir, controlar, vetar, etc., toda iniciativa de quienes no hacen acción exterior en abstracto, sino vinculada a su propia realidad y necesidades) terminan derrotados por la ineficiencia, la burocracia y la incongruencia. Se asemejan de esta forma a aquellas empresas y personas que siguen instaladas en discursos vací­os de la internacionalización, limitándose a fórmulas de manuales clásicos ya superados, en lugar de acometer los cambios que la realidad dinámica, región a región, espacio a espacio, demandan.

Estas derrotas temporales continúan amparadas en determinadas Instituciones Internacionales que siguen dominadas por los Estados Miembro que las financian pero que, paso a paso y como consecuencia de los hechos, se ven obligadas a introducir cambios coherentes con la rica variedad quiera o no se quiera, los verdaderos cambios globales se dan en las ciudades y regiones. Ya desde Naisbit y sus Megatrends aprendimos a identificar los hechos locales como la fuente de los previsibles cambios que las megatendencias anunciaban.

Qué duda cabe que lejos de desprestigiar planteamientos paradiplomáticos o protodiplomaticos, son muchas las tareas pendientes. Cambiar el modus operandi siempre genera resistencia y son muchas las dificultades que han de superarse. Es evidente que resulta incómodo, sin modificar mentalidades, actitudes y sistemas, abordar la irrupción de todo un mundo de nuevos jugadores en este ámbito y se tiende a lo fácil, a la vez que ineficiente, conflictivo y de escaso valor para quien se ve implicado en el asunto: CENTRALIZAR toda iniciativa, visita, salida al exterior de un alto cargo (desde concejal a Ministro o Presidente, todo alcalde), la diplomacia empresarial y económica va por delante y los lí­os entre los equipos interinstitucionales suelen ser lamentables. Pero existen y se dan en todos los ámbitos. La solución no pasa por «prohibir o eliminar» a los otros, sino por regular pautas colaborativas e informativas y, en su caso, dotarse de estrategias e infraestructuras compartidas. La imposición, como en prácticamente cualquier idea o polí­tica pública, resulta vana y termina, tras un gran deterioro, superada por la fuerza y realidad de los hechos.

En todo caso, bienvenido este extraordinario trabajo de Rodrigo Tavares, fuente recomendable para todo aquel que por una u otra razón se ve envuelto en este concepto de las relaciones exteriores, la diplomacia, protodiplomacia y/o paradiplomacia. En definitiva, quienes se relacionan con terceros fuera de sus fronteras.

Un mundo en continuo contacto y relación de interdependencia no ya multilateral y/o multisectorial, sino necesitado de aplicar sus recomendaciones de innovación e internacionalización, exige repensar sus instrumentos de relación, construir nuevos espacios de cooperación y nuevas actitudes y liderazgos. Elegir un modelo u otro es más relevante de lo que parece y el desarrollo y bienestar de regiones y personas, viene condicionado, también, por la polí­tica, el tipo de gobernanza e Instituciones de que se dote y, por supuesto, de su aspiración y vocación de futuro.

Para recorrer un mundo «globalizado e internacionalizado», necesitamos -más que nunca- innovar en nuestros instrumentos de internacionalización. Al igual que miles y miles de «entes menores», en nuestro caso, Euskadi y sus Instituciones, han de abordar, sin complejos, desde su legí­tima competencia, el amplio recorrido de la protodiplomacia comentada. Simplemente, innovación imprescindible.