La inevitabilidad de la disrupción

(Artículo publicado el 3 de Febrero)

La no solución al conflicto del taxi y sus complementos o alternativas de transporte con conductor al servicio del ciudadano sitúan, de nuevo, el viejo debate en torno a los cambios y transformaciones sociales, económicas, políticas y tecnológicas en el punto de mira.

El inevitable inconformismo que la entrada de nuevos jugadores, las variantes y realidades o condiciones del empleo, las difíciles circunstancias y tiempos de adaptación de industrias hasta en su momento tradicionales, la disrupción generalizada que nos afecta a todos en mayor o menor medida, la diferente capacidad de presión de determinadas empresas, trabajadores, grupo políticos o de interés, influyen necesariamente en la percepción y toma de decisiones, no necesariamente acertadas u óptimas. El posibilismo, el momento, las alternativas, sus tiempos e impacto en terceros determinan opciones que pueden no ser las más adecuadas y/o coherentes para proyectos futuros.

Esta semana, observamos tres casos diferentes bajo el denominador común del impacto de las tecnologías, la innovación en el trabajo y en los modelos de negocio y el inevitable tránsito de una determinada industria o servicio hacia nuevos escenarios. Nuevos jugadores y competidores, nuevas maneras de hacer las cosas y ofrecer soluciones chocan con la base de partida. El conflicto, legítimo, está servido. Las posiciones y decisiones tomadas en uno y otro caso difieren y parecerían ir en caminos contrarios.

Así, con independencia del “tamaño” y peso relativo (empleos, implicación en la sociedad, riqueza generada, servicio ofrecido, costes en adaptación, interacción con el resto de la economía local) de cada caso, aporta un buen ejemplo para la reflexión.

Mientras el conflicto del taxi parece dejar, de momento, un ganador, llevando a los gobiernos competentes que han intervenido con decisiones concretas (caso Barcelona) a facilitar la permanencia de modelos tradicionales con el consecuente abandono de las empresas “innovadoras” (Uber, Cabify, etc.), que de la mano de la llamada “economía colaborativa” y la base tecnológica soporte de nuevos modelos de negocio, prestaban servicios y soluciones alternativas, en un sentido en apariencia inverso al que las llamadas “nuevas empresas emergentes” ganan adeptos y posiciones en las principales urbes del mundo. En Barcelona se ha optado por restringir su actividad con un ataque directo a la esencia del modelo de negocio propuesto, lo que, a juicio de las empresas afectadas, los lleva al cierre y abandono de la Ciudad iniciando, eso sí, pleitos en torno a indemnizaciones millonarias. Madrid, por su parte, desea mantener la “nueva competencia” pero negocia “limar al mínimo” el efecto Barcelona. La industria tradicional parece defendida por discursos y proclamas periodísticas de los responsables políticos, advirtiendo que no hay espacio en su ciudad o país para estos nuevos modelos transgresores. Y, en medio, un grave debate ante la confusión competencial entre diferentes niveles institucionales que, desgraciadamente, han llegado tarde al mundo de una nueva economía abanderada, sobre todo, por nuevos modelos de negocio. Hoy es el taxi, mañana la totalidad de las industrias y empresas ante un desafío digital que provoca nuevos espacios, empresas, modelos de negocio e industrias reinventadas. En este caso, el mundo del taxi tiene un camino, incierto, cuya ruta de transformación parece más que señalada.

En paralelo, la industria española del cine se prepara para su cita anual en su siempre controvertida “fiesta de los Goya” para premiar a sus protagonistas. El presidente de su Academia repasa la situación de la industria y se centra en el impacto de las “nuevas plataformas” (Netflix, Amazon Prime, Apple TV…) que han generado una gran polémica y que fueron consideradas como “intrusos indeseables” en una industria diferente (creativa pero tradicional). En pocos días, una película (Roma), hecha por y para una plataforma, en formato para móvil, tableta y televisión, compite como favorita por el OSCAR tras años de enfrentamiento y prohibición no considerándose “ni cine, ni película”. El Señor Barroso, presidente de la Academia española de cine explica que su industria ha tenido que adaptarse a la nueva realidad, que hoy la inmensa mayoría de directores, guionistas, artistas, trabajan en ambos contextos, cine y plataformas, películas y series, salas y “espacios personales” libremente elegibles por el espectador. Su industria se adapta a nuevas estructuras de coste y medios de producción, diferentes canales de distribución y nuevos mercados. Destaca la ruptura de barreras geográficas que permiten que series españolas lideren audiencias en Corea y Alemania, por ejemplo.

En las calles de Bilbao, un centenar de trabajadores de la Naval, afectados por un E.R.E., se manifiestan tras la liquidación concursal de la histórica compañía. El debate, más allá de la capacidad legal o no, permisible o no por la Unión Europea, para las ayudas públicas, “de Estado”, a una empresa y/o sector en crisis, pasa por cuestiones sobre su viabilidad ante una competencia internacional. ¿En dónde residen las ventajas o desventajas diferenciales?, ¿En los costes laborales unitarios o en su tecnología, o en el diseño e ingeniería, red de proveedores, ecosistema competitivo, modelo de negocio, capacidad gerencial, composición accionarial, tipología de buques?, ¿Cuáles son las claves de una industria naval competitiva y sostenible en un contexto de economía internacionalizable?

Sin duda, no hay respuestas ni únicas, ni ciertas en sí mismas. “Navegaremos en un mundo de disrupción”, publica el Mckinsey Global Institute al hilo del desafío global que la digitalización y materialización de la economía conlleva, además de la incierta recomposición de la geografía política y económica. La velocidad, intensidad, profundidad de los cambios observables y los que están por venir, obligan a repensar nuestros conceptos, mentalidades y actitudes. En especial, hemos de movernos hacia la exploración de la creación de valor existente tras las oportunidades de cambio (y no en las desgracias de sus amenazas), a la vez que la esencial naturaleza del trabajo ya no es lo que era, por lo que resulta indispensable recrear un “nuevo contrato social” o, lo que es lo mismo, unos nuevos sistemas de protección y seguridad social no estrictamente ligados a la empleabilidad formal de la gente. Acompañados en todo caso, de una necesaria apuesta por la recualificación y formación laboral de los trabajadores, actuales y futuros, en torno a las nuevas competencias demandables para el futuro esperable. Todo un esfuerzo que hemos de hacer todos: personas, empresas y gobiernos. Nuevas estrategias disruptivas resultan imprescindibles.

En esta línea, Trooper Sanders del Rockefeller Foundation Fellowship abordaba hace unos días el rol que la sociedad (de forma individual, personal, además de nuestros representantes políticos) hemos de jugar ante los cambios tecnológicos que nos vienen encima. En sí mismo positivos y llenos de oportunidades para una vida mejor, siempre que los veamos como herramientas al servicio de los principios y objetivos sociales que queremos y no como cualquier solución, gestionada de cualquier manera y en manos de unos pocos o de cualquiera. Centrado en la Inteligencia Artificial, se preguntaba si nos habríamos hecho las preguntas adecuadas, si colocábamos el bien común, el servicio público en el centro de las decisiones, regulaciones de uso, apuestas estratégicas o simplemente los dejábamos estar o promovíamos la generación de negocio y riqueza en unas pocas empresas de éxito. “Resolvamos la desigualdad sistémica”, decía, y pongamos la tecnología al servicio de un reclamo general “Cero GAP”: en el acceso universal a la salud, en la movilidad y el transporte (en especial de quienes vienen o trabajan en zonas marginales) en la educación de calidad, en institucionalización democrática…

En definitiva, si gobiernos, líderes empresariales y personas concentrábamos, durante décadas, nuestros esfuerzos en complejos asuntos que impactaban un determinado mundo, hoy no solamente éstos han cambiado profundizando en su impacto, sino que este nuevo invitado, la digitalización y desmaterialización de la economía, irrumpe con fuerza desencadenando nuevos escenarios, inciertos, claramente disruptivos. Su inevitabilidad obliga a nuestro reposicionamiento. No cabe duda, nuestras aspiraciones futuras pasan por nuevas actitudes, estrategias y acciones/decisiones disruptivas.

¿Cómo hacer del desafío global 4.0 un brillante futuro de progreso social y económico?

(Artículo publicado el 20 de Enero de 2019)

La celebración de la próxima Cumbre Anual del World Economic Forum, la próxima semana, en Davos, bajo el título genérico Globalización 4.0, puede llevar a engaño a quienes ven el encuentro como una reunión del capital, de las élites económicas, del neoliberalismo o de tantas otras etiquetas atribuidas como simplista aproximación a una de las citas socio-económicas de mayor impacto mediático a lo largo del mundo, resaltando, de forma inevitable, personajes populares y de renombre, así como líderes político-institucionales globales cuya presencia destacan, generalmente, medios locales más allá de su aportación e intervención real en el Foro.

En tiempos en los que resulta fácil (y, generalmente, sin riesgo) atribuir descalificaciones a todo aquello que o desconocemos, o nos resulta lejano, o constituye una buena excusa para culpabilizar a los demás de lo que sucede, para algunos, el Foro Económico Mundial “es un macro lobby desde el que se dictan las políticas e ideas que rigen un mundo perverso, diseñado para servir a la población mundial en la desigualdad, eliminar sus proyectos de futuro y provocar el desgobierno (empresarial, político) de cuanto nos rodea”. La realidad difiere sensiblemente de este novelado mensaje.

Hace unos días, por ejemplo, se publicaba el libro “Discreet Power” (“El poder discreto”), en el que Christina Garsten y Adrienne Sörbom, analizan el cómo de la generación de agendas de transformación desde el Foro Económico Mundial, preguntándose por su estructura “informal y soft” que contrasta con rígidos parlamentos, gobiernos, multinacionales, etc., en los que, normalmente, uno o pocos ejecutivos toman (o imponen) decisiones, amparados por una autoridad nominal dada (o heredada) no siempre acompañada del reconocimiento de “sus subordinados” o ciudadanos representados. En su experiencia de contraste en este mundo de “Red de Redes” cuya complejidad recomienda pertenecer al “Networking experto”, aprendiendo a su correcta gestión (no solamente formar parte de una red, sino cómo contribuir y valorizarla, cómo y cuándo “obtener réditos o beneficios compartibles”…), concluyen que la organización (en apariencia simple y soft) del Foro, fortalece el debate, “la autoridad y reconocimiento de sus recomendaciones” gracias a la “cesión de valor” del prestigio, conocimiento e independencia de quienes participan en el proceso, con la libertad de representarse a sí mismos. La realidad es que se trata, efectivamente, de un ente con gobernanza más que informal que pone en contacto a cientos de gobiernos, miles de académicos, miles de líderes empresariales, jóvenes innovadores y emprendedores, cientos de afamadas empresas consultoras y de centros de pensamiento de todos los colores e ideologías en torno a diferentes agentes con la pretensión de analizar el estado de las cosas y diseñar un futuro esperable, desde la convicción de que el dialogo comprometido y el trabajo riguroso y ordenado entre actores públicos y privados, posibilita construir un mundo de progreso e inclusión, vector guía de las agendas de transformación que constituyen los ejes de trabajo del Foro mundial.

La cita de Davos 2019, proclama un desafío: “La globalización 4.0 puede suponer un futuro brillante si rompemos con la injusticia del pasado”, expresado por Winnie Byanyima, una de las ponentes principales del encuentro, directora ejecutiva de Oxfam Internacional y miembro de uno de los Consejos Asesores del WEF (Future of Economic Progress). En el análisis del contexto que ha acompañado el pensamiento dominante en la economía de los últimos cuarenta años y la rápida fórmula de la globalización como erróneos sinónimos de comercio libre e internacional generando casi el 50% del PIB mundial, el propio PIB como indiscutible indicador de crecimiento asimilable a “bienestar objetivo” y políticas liberalizadoras y desregulación hacia la “bondad del mercado”, la reducción generalizada de impuestos, liberalización del mercado laboral y bajos salarios… se imponen nuevas formas de rediseñar un futuro inclusivo. Hoy, en Davos, como en cualquier rincón del mundo, el nuevo camino hacia el progreso social apunta al trabajo sobre nuevos elementos críticos que exigen novedosas y arriesgadas respuestas que han de venir incorporadas a ese sugerente reclamo del 4.0. Hoy, los cambios en la naturaleza del trabajo y los sistemas productivos no solo obligan al replanteamiento de “políticas neoliberales”, sino a repensar las políticas y actores asociables (mercado de trabajo, sindicatos, “negociación colectiva”, empleo tradicional, sistemas de protección, seguridad social, empleo temporal o indefinido o funcionarial de por vida). La idea del “puesto de trabajo o empleo de por vida” desaparece y, en consecuencia, hemos de reinventar modelos de prevención, protección, aseguramiento y financiación social a lo largo de nuestras vidas, escasamente asociables directamente con el puesto de trabajo. Precisamente estos días, Michal Rutkowski, director de protección social y empleo del Banco Mundial, publica un informe en relación con los cambios en el trabajo tradicional y sus beneficios, apuntando hacia la necesaria reconsideración del llamado “contrato social”.

Precisamente es momento clave para responder a nuevos desafíos del futuro y resulta inaplazable formular nuevas preguntas y proponer (y arriesgar) soluciones: ¿empleos generables y empleos en desaparición acompañados de una renta universal?, ¿Cómo generar y compartir mayor bienestar para todos?, ¿Cómo dotarnos de nuevos sistemas de gobernanza cooperativa con la participación de todos los agentes implicados?, ¿Cómo acceder a las tecnologías emergentes y, sobre todo, a su uso eficiente a la vez que no dependiente o marginable?, ¿de qué arquitecturas impositivas, fiscales y de gasto público hemos de dotarnos?, ¿Cómo reinventamos los servicios públicos básicos y esenciales (salud, educación, dependencia…), generando comunidades inclusivas?, ¿Cómo romper el silo paralizante del ascensor social que condena, en la práctica, el movimiento intergeneracional entre diferentes “estratos económicos y sociales”?, ¿Cómo reconducimos el movimiento y pensamiento global hacia un nuevo multilateralismo creativo y glokal?, ¿Cómo generamos liderazgos comprometidos creíbles y de verdadero respaldo de la sociedad de la que forman parte?, ¿Cómo navegar hacia ese futuro deseable desde la incertidumbre del mañana y las limitaciones del punto de partida, la complejidad creciente del viaje a realizar, sumidas en un malestar y desconfianza galopantes a la vez que estimuladas o desorientadas por un mundo dominado por las “fake news”?

Esta y no otras son las cuestiones clave que componen la agenda de Davos.

Se trata de esforzarse en repensar los modelos de crecimiento y desarrollo, el estado de bienestar, la totalidad de industrias y empresas y sus modelos de negocio, los sistemas y modelos de salud y de educación, la geo-estrategia y modelos de Estados y naciones y la estructura y gobernanza de instituciones y organismos internacionales… Agendas y preguntas inacabables que permitan avances progresivos aprendiendo unos de otros, sin imposición, ni de recetas, ni de pensamiento único. Nueva información al servicio de todos para que cada uno, desde su responsabilidad, aspiración y capacidad de decisión, trace su camino hacia el progreso social.

4.0 es un reclamo general que se asocia en demasía al estricto (esencial) ámbito de las tecnologías exponenciales emergentes que, sin duda, van más allá, de una relevante “digitalización y desmaterialización” de la economía. Es la puerta básica para la reinvención de los modelos de “negocio” y empresa, “modelos sociales” e institucionales y de gobernanza. Pero, más allá de traspasar esta puerta, nos esperan nuevos desafíos en sucesivas versiones de la mano de las demandas y logros sociales a lo largo del tiempo y del mundo.

Así, el trabajo sostenido, de años, entre estas decenas de miles de personas que conforman y alimentan al WEF-Foro Económico Mundial, se ven mínimamente reflejadas en miles de páginas de informes y documentos de análisis y recomendaciones para ayudar a transitar por este complejo, a la vez que apasionante, viaje. Bienvenida sea su aportación. Ahora bien, la responsabilidad de las decisiones de lo que hagamos con ellas serán solamente nuestras: “Cada uno hemos de apostar por nuestra propia estrategia y políticas a seguir, ya sea en el ámbito público o privado, personal o país”.

El atractivo encuentro nevado en Davos no es sino un encuentro que recuerda lo mucho que nos queda por hacer, permite compartir y debatir diferentes sensibilidades y opiniones y facilita marcos de actuación en el complejo e interrelacionado mundo de problemas y demandas globales. La apuesta por una agenda global del futuro hacia el progreso inclusivo tiene mil formas, si bien posibilita un reclamo que merece la pena perseguir.

Terminada la Cumbre toca volver a casa, retomar nuestros diferentes compromisos y responsabilidades diarias y es el turno, con o sin Davos, de definir un futuro propio. ¿Cuál sería la agenda para mi País, para mi empresa, para mi proyecto personal? Una buena oportunidad para abordar el nuevo año.

Innovación geopolítica: muros y contramuros en la frontera del Río Bravo

(Artículo publicado el 6 de Enero de 2019)

Uno de los llamativos, a la vez que preocupantes, reclamos electorales y del gobierno Trump ha sido y es la construcción de un muro a lo largo de la frontera entre Estados Unidos (de América) y los Estados Unidos Mexicanos, al punto en que hoy se convierte en el principal obstáculo para la aprobación del presupuesto de la Administración estadounidense paralizando el país con el cierre de ocho de sus ministerios con sus correspondientes trabajadores y agencias. Grave consecuencia administrativa que se une a los trágicos enfrentamientos de su ejército y policías de frontera con “la caravana de la dignidad”, que pretende entrar en “el paraíso norte americano” tras largo y penoso recorrido desde Honduras.

Trump se empeña en continuar (de forma acelerada y extrema) con la magna obra iniciada por presidentes anteriores (Bush, Clinton, Obama) levantando muros físicos a lo largo del Río Bravo, frontera natural entre ambos Estados haciendo de estados Unidos y México vecinos distantes. “Espacios de protección y seguridad” conformados por muros y fronteras físicas que han servido, históricamente, para guiar desde la geografía a los delineantes de mapas que “construyen” naciones y Estados a raíz de guerras, acuerdos geopolíticos o simples caprichos o pseudo refugios que terminan, de forma temporal, definiendo mapas. La mayoría de las veces, configuran espacios artificiales anti-natura, provocando conflictos entre las poblaciones separadas, prescindiendo de lenguas, culturas, sentido de identidad y/o pertenencia, lazos familiares, historia y relaciones económicas, que parecerían condenadas a desaparecer tras un decreto, leyes o pactos coyunturales generalmente entre vencedores (mayorías dominantes en un momento concreto) y vencidos (minorías en repliegue ante la fuerza del momento). Desgraciadamente, muros del material que sea (incluso aquellos invisibles o intangibles), se han generalizado a lo largo del mundo dando lugar a “flujos fronterizos”, a lo largo del tiempo, provocando o aumentando inevitables inconformismos que hacen de las fronteras, separaciones administrativas pocas veces asumidas por la naturalidad de las relaciones entre ambos lados. De esta forma, si una noche de precipitado insomnio se definió la nueva India de Mountbatten (“Esta noche la Libertad”), o sucesivos conflictos configuraron “las mil chinas”, que conforman una China rodeada por pueblos con poblaciones inmigradas mayores que las poblaciones originarias en los múltiples países que conforman su larga frontera, (destacando Mongolia, India, Pakistán, Nepal, Corea y Kazajistán o Rusia), o el trágico desenlace bélico terminó dando paso a la  recomposición de los espacios naturales y originarios de los Balcanes, pre-Yugoslavia, el muro estadounidense pretende erigirse en un aterrador mensaje para poblaciones vecinas llamadas a configurar un espacio común y/o compartible, desde sus propias identidades, aspiraciones y decisiones, en algún futuro post Trump. Afortunadamente, la inteligencia democrática y el desarrollo de espacios naturales termina generando, de vez en cuando, ideas innovadoras en lo que podríamos definir como una novedosa corriente de innovación territorial, geopolítica y socioeconómica, sustituyendo murallas físicas fijas por espacios cambiantes.

En esta confianza, contemplamos otros casos que por voluntad democrática pueden dar lugar a transformaciones innovadoras como la inevitable generación de “un espacio fronterizo blando”, irlandés, que posibilite un Brexit acordado o la deseada supresión de “fronteras político-administrativas que dividen a un pueblo y comunidad vasca en tres espacios diferenciados dentro de dos Estados diferentes en el seno de la Unión Europea”. En este marco, sin embargo, una de las mayores preocupaciones mundiales no es otra que la migración de las poblaciones. Generalmente, bien por razones de guerra o políticas provocadoras de exilios forzados, crecen los movimientos, “supuestamente voluntarios”, de quienes han de buscar oportunidades para una vida digna, la búsqueda de un proyecto de futuro para sus familias o el derecho a sobrevivir, huir de la pobreza o de situaciones insoportables de vida. Nuestra referencia próxima, Europa, es un doloroso ejemplo al que parece que nos estamos acostumbrando sin encontrar soluciones para quienes esperan una acogida humana.

En este contexto, al margen de otras consideraciones, una idea dominante (de escasa y compleja aplicación temporal) pasa por proclamar la necesidad de invertir en aquellos países o regiones, comparativamente empobrecidos, origen de los principales flujos de emigración, para “atacar y resolver el problema en origen” generando riqueza, empleo y desarrollo endógeno, evitando movimientos hacia los países y polos ricos de desarrollo (Norte-Sur) a los que pretenden y anhelan llegar quienes abandonan sus países o territorios de origen. De una u otra forma, el desarrollo rural impediría el desplazamiento hacia las ciudades, la descentralización evitaría la concentración metropolitana o en Mega Ciudades y, sobre todo, invertir en los polos origen limitaría la necesidad, real o percibida, de emigrar. Así, esta idea base, además de procesos naturales y/o provocados a lo largo del tiempo y el mundo, han podido mitigar desigualdades, favorecer espacios de inclusividad y desarrollo y favorecer la apuesta por unas Comunidades propias en las que desarrollar un proyecto de vida.

Bajo esta idea general, diferentes modelos de desarrollo se han experimentado trascendiendo de los límites administrativos y políticos vigentes. Un buen ejemplo es la isla de Batam en Indonesia. La limitación de territorio físico de Singapur, su diferencia económica favorable respecto de las zonas próximas de Indonesia y Malasia, así como sus necesidades de expansión manufacturera y, en consecuencia, mano de obra, generaban una demanda migratoria atractiva para población indonesia. Singapur quería contar con los beneficios de dicha población, pero evitando una masiva entrada de ciudadanos malasios e indonesios, por lo que codiseñó, junto con Indonesia y Malasia, una zona de libre comercio en la isla de Batam. Sus problemas migratorios, sus consecuencias en demanda de servicios sociales, vivienda, protección y seguridad social, integración e inclusión, así como asuntos culturales, lingüísticos, etc., podrían mitigarse. Hoy la Isla de Batam es uno de los principales hubs de desarrollo del triángulo Singapur-Tailandia-Malasia en el creciente sureste asiático.

En esta línea, volviendo al inicio de este artículo, el pasado 1 de diciembre, México estrenaba presidente: Andrés Manuel López Obrador. La fecha coincidía con la “caravana de la dignidad, supervivencia y empleo” que, desde Honduras y Guatemala, cruzaba el territorio mexicano hacia la frontera con un objetivo: entrar en Estados Unidos de América, aspiración máxima de su “tierra prometida”. El presidente Trump enviaba destacamentos militares (decenas de miles) a su frontera, dictaba decretos endureciendo las normas migratorias para impedir la entrada de inmigrantes, detenía y retenía a quienes pasaban ilegalmente su frontera, paralizaba autorizaciones en curso de miles de inmigrantes con años de residencia y trabajo (legal o ilegal, formal o informal) en los Estados Unidos y separaba a los niños de los adultos con los que viajaban. La caravana centroamericana llegaba a la frontera mexicana y Trump exigía al gobierno de México “intervenir y cerrar su frontera sur con Guatemala” para impedir su largo viaje y concentración en la frontera norteamericana. A la vez, recordaba a congresistas y representantes estadounidenses la necesidad de aprobar el multimillonario presupuesto solicitado para construir el muro fronterizo bajo la amenaza de “cerrar el gobierno y paralizar el País”.

López Obrador anunció en su toma de posesión su “contra muro”: “contra un muro físico que impide entrar en Estados Unidos, construiremos una zona especial de desarrollo a lo largo y ancho de la frontera. Los 3.180 kilómetros de longitud de la frontera y en una franja de 25 kilómetros de ancho, generaremos el mayor espacio de desarrollo económico del mundo. Más de 80.000 kilómetros cuadrados al servicio de la inversión mexicana y extranjera, con beneficios fiscales, salarios iguales a los estadounidenses, precios iguales de la energía a ambos lados de la frontera y el mayor plan de infraestructuras jamás visto. Trabajo ya con los presidentes centroamericanos y he iniciado conversaciones con Estados Unidos para lograrlo”. Esta semana, en una reunión con empresarios relevantes y políticos en la ciudad de Monterrey, ha presentado un decreto-ley que pone en marcha la iniciativa anunciada, vigente desde el 1 de enero. Se trata de una “zona franca” con una reducción de impuesto sobre la renta al 20% (menos de la mitad general), un IVA al 8% (el 50% ordinario en el resto del país), homologación de precios de energía con Estados Unidos, facilidades a la inversión empresarial, grandes proyectos de infraestructura (presas, recursos hidráulicos, carreteras, ferrocarril, logística). El impacto económico y social de este “espacio especial” supone actuar sobre una población residente, hoy, de casi 8 millones de mexicanos en 43 municipios en 6 Estados limítrofes con 4 estadounidenses. Por esta zona fronteriza cruza hacia Estados Unidos el 70% del comercio USA-México y el 85% de los mexicanos que atraviesan la frontera compartida. Estos 6 Estados mexicanos aportan el 23% del PIB del país.

De momento, su entrada en vigor supone una reducción estimada, en ingresos fiscales, de 120 mil millones de pesos mexicanos (6.000 millones de dólares) que ya dejan de pagar trabajadores y empresas establecidas en la franja. ¿Serán suficientes los buenos deseos, una zona franca con beneficios fiscales para provocar una exitosa estrategia de competitividad, inclusiva y sostenible que no solo retenga a la población y empresas existentes, sino a la emigración mexicana y centroamericana que tiene como máxima aspiración llegar a los Estados Unidos de América?

Al margen de las medidas aplicadas, el gobierno mexicano ha explicado que trabaja en el diseño de una estrategia completa que haga de la innovación, la inclusión social y la diversificación productiva los ejes de su desarrollo. Anuncia que transformará sus sistemas de salud, educativo y de bienestar. Como viene siendo tradicional en los gobiernos anteriores que el actual presidente califica de “neoliberales” culpables de políticas que ha endurecido y empobrecido al país, señala las mismas recetas en términos de etiqueta: potenciar a la microempresa, generar ecosistemas de innovación, generar cadenas de proveedores, revisar y potenciar los acuerdos de libre comercio de México con el exterior, oficinas de promoción de inversión extranjera y contemplar la apuesta como “piloto” para su aplicación en otras doce zonas metropolitanas en las que se concentran el 81% de las exportaciones del país. Además, decreta el traslado de la sede del Ministerio (Secretaría de Economía) desde Ciudad de México a Monterrey para propiciar vocaciones descentralizadoras. ¿Más allá de las palabras y referencias a programas y políticas, habrá una implantación real de una nueva estrategia? ¿Será el nuevo paraíso deseado en el ansiado eje Sur-Norte?

Ya hace años (2003), el entonces presidente de México, Vicente Fox (Partido Acción Nacional, conservador, que gobernaba por primera vez tras el final de la revolución de 1910, que dio paso al PRI a lo largo de todos estos años salvo dos periodos presidenciales), promovió junto con los gobiernos centroamericanos (Honduras, Salvador, Guatemala, Costa Rica, Panamá, Belice) el llamado “Plan Puebla-Panamá”. Su razonamiento era claro: “la inmensa mayoría de la población emigrante de nuestros países hacia Estados Unidos sale de este corredor deprimido entre el sureste mexicano (Puebla) y la totalidad de Centro América. La única manera de evitar esta dolorosa sangría es generar un eje de desarrollo económico”. Su plan se concentró en un eje que atraería la inversión: un macro plan de infraestructuras físicas con una carretera vertebradora, un ferrocarril moderno, un entramado logístico, energía barata y arquitectura fiscal favorable. El desarrollo de esta apuesta favorecería los niveles de bienestar deseables. Hoy, desgraciadamente, el Plan y su gobernanza inter-países y multi-región no existe, los proyectos previstos han sufrido cambios diversos y, en el mejor de los casos, alguno de ellos se “reinventa” en algún gabinete local a la espera de su oportunidad. La región sigue mirando a Estados Unidos y sus habitantes engrosan la caravana ya mencionada.

 ¿Prosperará la apuesta por este contra muro? ¿Estaremos a las puertas de un modelo de innovación geopolítica? ¿Provocará una reacción distinta en los Estados Unidos, sabedores de la importancia real que para su propia economía y sociedad representa la frontera, la emigración latinoamericana y, en definitiva, su futuro? Recordemos que las prospecciones definen un Estados Unidos de más de 60 millones de “hispanos” en el 2050, en el que México estará más cerca del llamado G-20 que España, mientras USA habrá confirmado perder posiciones en su ranking mundial de desarrollo, y que el espacio transfronterizo, con muro físico o sin él, será más parecido a lo que nuevos espacios reales, como el nuevo aeropuerto internacional San Diego-Tijuana compartan territorio transfronterizo USA-MEX y no que barreras aduaneras físicas entre el Laredo y Nuevo Laredo de hoy eviten los flujos deseados. Los espacios naturales, innovadores y disruptivos compartibles entre Estados Unidos y México configuran, ya, un amplio eje que atraviesa con normalidad vastos territorios de miles de kilómetros desde el Estado de México-Puebla-Hidalgo hasta los Grandes Lagos estadounidenses, uniendo, sin discontinuidad, un largo y amplio corredor económico con los 4 Estados americanos del espacio fronterizo mencionado. Industrias críticas e interrelacionadas: automoción, petróleo, energía, aeronáutica… no se entienden sin ese concepto territorial y actividades coopetitivas que lo refuerzan. Y, sobre todo, su población trabajadora y sus familias viven y conviven a lo largo del trayecto y, día a día, demandan la misma educación, salud y bienestar. Y, por supuesto, en 2050, conformarán un nuevo espacio sociológico y socio cultural, además de político, claramente distinto al escenario de hoy.

 Nuevos espacios de convivencia y desarrollo, bienestar e inclusión no son una quimera. La innovación, una vez más, no es solo cuestión de tecnología y la protección y seguridad fronteriza no es cuestión de muros. Con este 2019, un voto de confianza a arriesgar nuevos caminos de solución.

Competitividad, Prosperidad y Territorio

(Artículo publicado el 23 de Diciembre)

La publicación de un estudio comparado (Consejo General de Economistas de España) de la competitividad regional en el Estado español, irrumpe estos días en el debate “territorial” que al cobijo del “Procés catalán” y de los resultados electorales de Andalucía, viene ocupando los espacios mediáticos de fin de año en el marco de la incertidumbre generalizada en la economía mundial traducida en demoledores resultados bursátiles globales, que afectan al bolsillo y al ánimo de millones de inversores y ahorradores. Los grandes titulares del citado informe destacan que Madrid, País Vasco Navarra y Catalunya ocupan los primeros lugares (a la vez que el País Vasco sería el líder en productividad) con unos índices hasta 250% superiores a los de Extremadura, Canarias y Andalucía. Estos resultados, estructurales, no difieren respecto a años anteriores.

El informe merece algunas consideraciones.

La semana pasada, acudía a mi cita anual de la MOC Faculty en la Universidad de Harvard (Workshop anual de la red de profesores e investigadores de la Red de Microeconomía de la Competitividad que integra a 120 Institutos y Universidades en 65 países, bajo la dirección del profesor Michael E. Porter). Como es habitual, el repaso a los temas candentes sobre la competitividad y el repaso a las principales líneas de investigación y práctica que en materia de competitividad se vienen desarrollando, permitió, en esta ocasión, insistir en algunos elementos esenciales que suponen el concepto COMPETITIVIDAD y, sobre todo, su traducción en estrategias de las empresas, de los gobiernos y de los territorios (ciudades, regiones, naciones) a la búsqueda de la prosperidad y bienestar de las personas. Así, conviene recordar, con claridad, aquello de lo que estamos hablando cuando usamos el término competitividad: “Una nación o región es competitiva en la medida que las empresas y agentes socioeconómicos que operan en ella son capaces de competir, con éxito, en la economía regional y global, elevando salarios y estándares de vida, de forma sostenible, para sus ciudadanos medios”. Definición y resultados que implican prosperidad que no es sinónimo de crecimiento económico, integrar el desarrollo económico con el desarrollo social de manera inclusiva y simultánea, actuando sobre la totalidad de los verdaderos determinantes del valor esperable (con una verdadera propuesta única y estrategia diferenciada en cada empresa, en cada región y en los propios gobiernos en todos sus niveles institucionales),con una “estrategia de país” y no multicidad de programas, proyectos o planes sectoriales escasamente coordinados y orientados hacia un fin determinado, la calidad y eficiencia de sus instituciones, su entorno empresarial y de negocios alineado con el bienestar colectivo y la generación de riqueza y empleo, su capital humano tanto en “stock” conocimiento acumulado como interrelacionado entre los diferentes colectivos y agentes, el grado de clusterización interrelacionada y eficiente de su economía abarcando todo tipo de actividades e industrias conectables, un adecuado proceso de interacción público-privada y público-público ,y la “organización país” para la estrategia compartida. Actuar de forma correcta -y simultánea- en todos estos elementos es lo que permite, al final, explicar un resultado positivo y hablar de competitividad.

Dicho esto, conviene recordar la relatividad de los índices e indicadores que proliferan por el mundo. Son muchos los “índices de elaboración propia” que parecerían medir lo mismo y que, sin embargo, difieren de forma considerable. En este sentido, el marco de competitividad que utilizamos en el MOC de Harvard, con largo recorrido histórico, pone el acento en el Índice de Progreso Social y el Índice de Competitividad que distingue y compara según el peso de la economía y el desarrollo social y económico integrados y el peso determinante de la productividad. Conviene recordar la importancia de utilizar índices homologados a lo largo del mundo de modo que se facilite comparar peras con peras y no acumular informaciones dispares al servicio de intereses particulares y temporales. Baste señalar el ejemplo de Estados Unidos, liderando la Competitividad en términos PIB (por simplificar), cayendo al puesto 25 si de progreso social se trata. Sin embargo, los principales jugadores europeos, especialmente (Dinamarca, Noruega, Suecia, Suiza, Holanda) junto con Singapur, lideran ambos índices comparables. Destaquemos que de los 20 primeros lugares mundiales en términos de progreso social, 15 son países europeos. (Afortunadamente, Euskadi sí forma parte de ese grupo de cabeza, bajo el prisma comparado de país y no subnación conforme al marco administrativo y político en el que hoy se encuadra). Esta constatación entra de lleno en una de las mayores preocupaciones mundiales: la desigualdad creciente (generalmente mayor dentro de un mismo Estado o Mega Ciudad que entre diferentes países o ciudades), la consiguiente búsqueda de nuevas agendas sociales que dirijan los modelos de negocio empresariales, los nuevos roles a jugar por empresas (sobre todo) y gobiernos y el grado de implicación y participación de la sociedad. El modelo de competitividad y desarrollo inclusivo que hemos de perseguir obliga a un acelerado paso hacia el “cierre del loop” que entronque competitividad y creación de valor compartido empresa-sociedad. Todo un reto cuya insatisfactoria solución supone uno de los principales motivos de desafección y movilización antisistema que hoy recorre el mundo.

En esta línea, nuestro trabajo de estos días tuvo la gran oportunidad de compartir con Michael E. Porter y Mark R. Kramer (“padres” del Shared Value o Co-Creación de Valor) el ejercicio real que, a lo largo del mundo, se viene realizando “focalizando el cambio de los condicionantes sociales en el entorno socioeconómico y empresarial en que vivimos”. Toda una verdadera fuente de riqueza, empleo y bienestar. Descubrir las oportunidades y acometer su logro no hacen sino reforzar el rol de los conceptos y principios sociales del “Marco de Competitividad”, comprender sus justos términos y comprometerse en su logro.

Y es precisamente esto lo que subyace tras los índices publicados por el Consejo General de economistas españoles. Discursos vacíos e irrelevantes en torno a supuestas unidades de mercado o de España, propagadas desde mentalidades centralizadas del pasado, alejados de realidades sociales y económicas de un mundo que interactúa con mayor complejidad en múltiples direcciones y bajo inesperadas y cambiantes condiciones, o la simpleza culpabilizadora del “poder regional de los nacionalismos históricos de Catalunya y Euskadi” como focos del comportamiento de diferentes sociedades en su decisión de voto, no es sino errar el análisis. Recordemos como en plena explosión de la crisis financiera y económica mundial, ante el inevitable rescate por el que hubo de pasar España, los protagonistas de la transición y del modelo autonómico se apresuraron a culpabilizar precisamente al Estado de las autonomías de la desmadrada deuda pública, del descontrol de sus finanzas, de la inoperancia y pésima gestión (corrupta en muchos casos) de sus instituciones financieras territoriales (Cajas de Ahorros), llevando al ánimo de la ciudadanía la sensación de fracaso de modelos responsables de autogobierno, descentralización y voluntad de apropiación de sus propias decisiones y proyectos vitales de futuro, añorando, por el contrario, un centralizado “papá Estado” como si quienes, por suerte o por desgracia, pretenden dirigir desde la confortabilidad de su “no globalizable” Madrid.

España tiene un gran problema. No es un espacio único sobre el que aplicar un pensamiento único, o una única estrategia de desarrollo, ni un modelo único puede dirigirse desde el paseo de la Castellana. No puede supeditar el desarrollo, el progreso y las aspiraciones de las diferentes regiones y territorios a un permanente reparto partidario de cuotas de poder, posiciones funcionariales (en España y en los organismos internacionales), ni supeditar la empleabilidad a sus seguidores. El lejano extremo negativo de la competitividad y prosperidad de sus regiones remotas (en estos términos) apartados de espacios de desarrollo medio y elevado, no demanda los mismos tratamientos que otros jugadores ya situados en ese grupo de cabeza europea y mundial. Unos y otros tienen demasiados retos que superar, si bien difieren en áreas de actuación, intensidades, tiempos, recursos, estrategias, compromisos y, por supuesto aspiraciones y voluntades. Estrategias diferenciadas, modelos distintos para demandas, instituciones, voluntades, compromisos y aspiraciones distintas. “Jugar todos a lo mismo” y, además, bajo reglas unilateralmente fijadas, en cada momento, a capricho, ni lleva a la solución, ni facilita afección ni cohesión territorial. La imprescindible solidaridad interterritorial no pasa por igualar en la medianía, ni mucho menos en escenarios de mínimos y/o mediocridad, sino por potenciar el efecto tractor de una convivencia e interrelación compartida de co-creación de valor desde decisiones y compromisos propios. Esto no es solo política o solo economía, sino un paquete complejo, exigente y de largo aliento a partir de un elemento esencial: la aspiración y voluntad democrática de un futuro determinado propio.

También es la competitividad la que nos muestra el camino y señala el valor de la política con mayúsculas. El mandato democrático de las sociedades, la eficiencia y eficacia de las Instituciones y sus logros, constituyen el factor esencial y conductor de toda estrategia para la competitividad y el progreso social. Estos no son consecuencia del azar. Los gobiernos son demasiado importantes y determinantes del resultado final (del positivo y del negativo).

Extremadura, Andalucía, Canarias… ni pueden, ni deben confiar en la “política general unidireccional de Madrid” para romper sus déficits estructurales y diseñar e implementar nuevos modelos alternativos de desarrollo, ni mucho menos concluir que la organización territorial es un regalo para Catalunya o Euskadi solamente remediable con un centralismo unitario. Catalunya y Euskadi necesitan modelos propios que potencien su propia aspiración de desarrollo y progreso social. La competitividad global sí tiene mucho que ver con las “políticas, estrategias y relaciones de vecindad”, pero éstas han de construirse desde la realidad y voluntad diferenciada de cada vecino. Co-crear modelos interrelacionados de desarrollo es el verdadero reto. Hoy, la opinión pública fija su mirada en Catalunya y se auto justifica responsabilizando a sus legítimas aspiraciones y la gestión de su proceso en curso de las ineficiencias ajenas (desde el desgobierno, la corrupción, la insatisfacción propia…). No vendría nada mal concentrarse en la realidad interna de cada uno. Quizás de esta forma, las grandes diferencias ante dos relevantes logros como la competitividad y el progreso social tardarían menos en atenuarse.

Ojalá la lectura del mencionado informe sobre la competitividad regional lleve a comprender su verdadero significado y provoque nuevas y mejores decisiones que eviten repetir, año tras año, rankings y titulares similares.

Confiemos que la paz de la Navidad y los buenos propósitos de año nuevo posibiliten nuevos caminos hacia la tan ansiada prosperidad.

Inseguridad, riesgo e incertidumbre. Leyendo los resultados electorales en Andalucía.

(Artículo publicado el 9 de Diciembre)

“A medida que el mundo parece asistir al crecimiento de populismos y nacionalismos, resulta evidente que la inseguridad económica se sitúa en el corazón del descontento, lo que obliga a repensar el contrato social, incluyendo la observación de una sociedad y sus actitudes y comportamientos reales ante sus mayores y el envejecimiento, la juventud y sus expectativas, los empleados -funcionarios, autónomos, por cuenta propia o ajena en sus dispares condiciones y seguridad- y aquellos que se han quedado atrás, han caído o están inmersos en graves dificultades y/o marginación. La única forma sensata de construir sentido de seguridad, credibilidad y confianza en un mundo en acelerado cambio y globalización no es otra que minimizar los riesgos de exclusión, generar expectativas reales y satisfactorias desde un irrenunciable nuevo compromiso y contrato social hacia un diferente estado de bienestar”.

Con estas palabras, la publicación esta misma semana del trabajo conjunto de F&D (Revista Finanzas y Desarrollo del Fondo Monetario Internacional) y la London School of Economics, “The Age of Insecurity. Rethinking the social contract” (La era de la inseguridad. Repensando el contrato social), introduce un amplio debate desde la profundidad de una crisis real y de expectativas con incidencia a lo largo del mundo y que, conforme a los principales elementos incluidos en este documento, exigirían reconsiderar lo que unos y otros (personas, empresas, gobiernos) hacemos en relación con los derechos y obligaciones ciudadanas ante los crecientes miedos y oportunidades de la irrupción de las tecnologías exponenciales en nuestras vidas, el cambio en la naturaleza del trabajo y el empleo y la inevitable reinvención de sus contratos y condiciones para todos, tanto en el funcionariado, como en la clase política, el asalariado y el cada vez más frecuente autónomo, freelance o slasher (multi-trabajo sujeto a multi-contratante variable); la reformulación de los sistemas de prevención, protección, seguridad social y bienestar; los dramáticos cambios en el trabajo, el empleo, la educación y las estructuras familiares y comunitarias. Elementos condicionantes, para bien y para mal, de un nuevo mundo en desarrollo que provoca, necesariamente, nuevos modos de gobernanza, nuevos instrumentos de participación, decisión, autogobierno y colaboración entre distintos jugadores (personas, colectivos, empresas, gobiernos, regiones e Instituciones de todo tipo).

En definitiva, riesgo ante el cambio acelerado (predecible, a la vez que difícilmente controlable en el impacto y trascendencia individual en el tiempo) e incertidumbre (desconocida, insegura, no controlable) en un escenario diferente al vivido en los últimos 40/50 años. Es decir, necesidad de actualizar principios y contenidos asociables al llamado y ansiado estado de bienestar.

Esta reflexión viene a cuento no por inédita, pero sí por su claridad como base para acercarnos al análisis de algo relativamente próximo como es el resultado electoral en Andalucía del pasado domingo, 3 de diciembre. El hecho de que tras cuarenta años de gobierno de la mano del Partido Socialista (PSOE), pese a ser el partido más votado y con más escaños, haya perdido la capacidad mayoritaria para seguir presidiendo un gobierno (en principio), ha generado todo tipo de análisis y valoraciones, destacando entre tertulianos y observadores mediáticos, que ha sido debido “al proceso catalán y, en definitiva, al cuestionamiento de la organización territorial del Estado español”. Desgraciadamente, como casi siempre, tras una noche electoral que no da las alegrías deseadas por unos y por otros, las causas del no éxito se buscan en los demás y no se mira hacia dentro, evitando asumir responsabilidades y obligarse, en consecuencia, a la toma de decisiones complejas y distintas respecto del estatus quo. El triunfo, a la vez que derrota del PSOE, viene acompañado de la derrota con apariencia de triunfo del Partido Popular (también, sus peores resultados históricos en Andalucía), la derrota sin paliativos de la coalición Adelante Andalucía (Podemos, IU, Anticapitalistas), el crecimiento de Ciudadanos (tercera fuerza con apariencia ganadora pese a su no triunfo) y de la nueva fuerza, VOX, calificada como ultraderecha, división extrema del Partido Popular o canal del descontento general, según quien lo observe. Es decir, un panorama complejo en el que la aritmética parlamentaria ofrece una serie de combinaciones para la formación de un gobierno alternativo a los sucesivos gobiernos socialistas, o de izquierdas, o socialdemócratas, etc., según sus verdaderas políticas implantadas de los últimos cuarenta años. La suma, peras y manzanas, parecería llevar a algún gobierno de la derecha a dos o tres bandos (Partido Popular, Ciudadanos, VOX).

Así las cosas, el debate parece centrarse en el viejo debate derecha vs. izquierda, exclusión o no de los “ultras” (al parecer solamente de aquellos en el ámbito de la derecha) …y en las guerras internas de la izquierda (PSOE y Podemos) en sus propios enfrentamientos tradicionales y disputas personales enmascaradas en un poder controlado de forma centralizada desde Madrid o desde la periferia (en este caso en Andalucía).

Pero, superado este “falso debate”, se ha pretendido extender una causa externa: Catalunya, el independentismo-nacionalismo y la organización territorial. Esta sería la causa de la desafección, de la elevada abstención en las urnas, del fracaso de los partidos “de izquierda” y “de la derecha tradicional” y, por supuesto, de la entrada en el Parlamento de una nueva fuerza descontenta con todos y con todo y que promete iniciar una “reconquista” (“valores”, España única, “calidad de vida” y “empleo” digno para todos…)

Sin embargo, merece la pena acercar la lupa y fijarnos, de momento, en Andalucía y los andaluces. Veamos lo que en verdad puede explicar los resultados.

¿Es que alguien esperaba que el ciudadano andaluz no se revelara ante tanto caso de corrupción, con dos ex presidentes socialistas de su Comunidad en el banquillo de los acusados acompañando a cientos de encausados beneficiados de múltiples, millonarios y “barriobajeros” usos de fondos públicos en favor personal, o que continuaran pasivos ante las guerras intestinas de “su propio partido” bajo fotografías “fake” de besos y abrazos de sus enfrentados dirigentes (Susana y Pedro), o que asumirían tanta danza de alianzas por etapas (hoy con IU, mañana con Podemos o Adelante Andalucía y más tarde con Ciudadanos) en un único intento de mantenerse en el gobierno al margen del para qué? ¿Alguien esperaba indiferencia ante la desigualdad, el desempleo, la crisis estructural y los alarmantes datos de la educación, la sanidad y el bienestar de su población? ¿Cabría esperar un apoyo entusiasta ante potenciales “modelos de cambio” en un hipotético acuerdo con Podemos + Izquierda Unida + Adelante Andalucía, que no solo no han ofrecido resultados en su gestión, sino que concurren, como casi siempre, enfrentados, generando escisión tras escisión? No. El problema no viene de Catalunya, sino de Andalucía.

Empecemos por recordar que el 50% de los andaluces con derecho a voto se quedaron en casa y que nada menos que 80.000 que sí acudieron a las urnas, votaron nulo (preferimos creer que son nulos voluntarios y no por dificultades de emisión). Quienes votaron, castigaron a los tres contendientes “clásicos”: el PSOE obtuvo su peor resultado (en votos y escaños de su historia), el Partido Popular perdió más de 300.000 votos y 7 escaños y Adelante Andalucía-Podemos no ganó ni en el feudo de sus líderes (Cádiz), Ciudadanos se convirtió en la tercera fuerza y entiende que es ya su momento para pasar de la crítica a asumir funciones de gobierno; VOX, de reciente creación, irrumpe con 390.000 votos a la sombra escorada y derechista de la derecha del Partido Popular y un buen número de descontentos. Recordemos, también, otro dato que parece olvidarse en los diferentes análisis: Almería. La “última provincia” que rechazó formar parte de la Comunidad Autónoma de Andalucía en el referéndum estatutario correspondiente y que fue incluida, desde los despachos, por acuerdos internos de los partidos “de gobierno” españoles, ha vuelto a desmarcarse y prefiere su relación directa con el centralismo del gobierno español (Madrid) que la de la lejana Sevilla (gobierno andaluz), dando sus votos al Partido Popular y a VOX y quienes defienden (ayer, hoy y, seguramente, mañana) una España única, grande… en su cruzada y reconquista imparables.( este si es un reclamo asociable a la organización territorial centralizada demandada desde regiones españolas no independentistas). Y, finalmente, una referencia al reclamo de los populismos. Si los machacones mensajes en alusión permanente a “los nacionalismos”, sin matices, basándose en una supuesta contraposición a lo que la “globalización” (siempre para los demás) exige, como panacea, son utilizados para descalificar la voluntad de pueblos, naciones, regiones que aspiran a auto responsabilizarse de su propio futuro, asumiendo riesgos y compromisos, confiando en sus capacidades para decidir, gobernar y cooperar con terceros, identificándolos con todo sentimiento y movimiento negativo, pasa algo similar con la apelación a “los populismos” que, en el caso español y andaluz, parecería limitarse a lo que podríamos llamar “populismos de derechas”. Al parecer, no habrían de percibirse “populismos de izquierda” y, en consecuencia, la sociedad andaluza, en este caso, debería ser inmune a discursos, principios y prácticas del populismo practicado por quienes han sido castigados en las urnas perdiendo las elecciones (PSOE, IU-Podemos).

En un escenario en el que se utilizan etiquetas mediáticas simplistas bajo referencias a “populismos” y “neoliberales” como supuesta expresión de un todo comprehensivo y culpable de todo lo que nos rodea, pareceríamos condenados a evitar el análisis riguroso de la realidad, los cambios que impactan en la sociedad, las preocupaciones de la gente y la evaluación de las políticas públicas, comportamientos privados y anhelos de las diferentes sociedades.

¿No sería el momento de cambiar el foco del análisis y volver la mirada hacia el inicio de este artículo? El acelerado y complejo cambio “globalizado” que vivimos (de mayor intensidad el que está por venir) supone sociedades diferentes, demandantes de soluciones distintas, distantes respecto de lo recibido y percibido hasta hoy y no parecen encontrar respuestas en las ofertas propuestas. Mientas la fotografía de Andalucía refleja un PIB per cápita del 70% del español medio, con una deuda del 25% sobre su PIB, con un desempleo de prácticamente el doble español con regiones que lo triplican y 900.000 parados registrados, con 14 de las 15 ciudades españolas de mayor tasa de paro, con un 31% de la población en riesgo de pobreza, Andalucía (2018) se sitúa como la Comunidad Autónoma número 17 en términos de PIB per Cápita, lo que la señala con un bajo nivel de vida en comparación con la media de España y el difícil trago de situarse entre las últimas de Europa.

¿Cabe, entonces, pensar que exista desafección con el gobierno y los partidos dirigentes y sus políticas y resultados en los últimos cuarenta años, cronificando una capa político-funcionarial dominante conviviendo en un Sociedad dual con tantas desigualdades?

Todo parece invitar a que, en este caso, en Andalucía (y en otras muchas regiones a lo largo del mundo, cada una con sus características propias y diferenciadas) asuman nuevas líneas de observación y reflexión, a la búsqueda de nuevas ofertas reales en torno a “nuevos contratos sociales” que propongan nuevas soluciones a las demandas de su población. Solamente de esta forma, Andalucía hoy, los demás mañana, construiremos espacios de inclusión mitigadores de riesgos y generadores de actitudes esperanzadas ante la incertidumbre. Será la mejor opción para recuperar la credibilidad y el compromiso para repensar e implementar un verdadero estado de bienestar en el que sentirse satisfechos.

Despedida a un amigo. Proyecto personal, empesarial y de vida. Un compromiso: Unai Arteche

La semana pasada nos dejó Unai Arteche Zubizarreta.

En unos tiempos en los que parecería más necesario que nunca reivindicar no ya el papel de los verdaderos empresarios, que también, y de los políticos y gobernantes, sino, sobre todo, el trinomio proyecto personal, proyecto profesional, proyecto de vida, no puedo sino recordar a Unai y compartir ese tipo de decisiones y compromisos que hacen que algunas personas marquen la diferencia.

En el ya lejano año 1991, sumidos en una grave crisis económica -sobre todo industrial- recibí la inesperada llamada del Lehendakari José Antonio Ardanza para incorporarme a su gobierno. Tan solo unos minutos después se sometería a la votación por la que el Parlamento Vasco le elegiría Lehendakari y formaría un gobierno tripartito nacionalista vasco acompañando a su partido, el EAJ-PNV, EA y Euskadiko Ezkerra (que tan solo unos meses después se escindiría dando lugar al Euskal Ezkerra, hoy desaparecido y a la integración de EE en el PSE). Cuatro días después, prometía mi cargo como Vicelehendakari, Consejero de Industria, Comercio y Energía.

En aquellos días, el escenario de crisis se veía deteriorado, más aún si cabe, por un generalizado clamor en la opinión pública abogando por “cambios en la política tradicional” y reclamando “profesionales no políticos” en los gobiernos e instituciones según insistían organizaciones patronales, medios de comunicación y encuestas sociométricas. Parecía simplificarse la ya recurrente clasificación entre buenos (quienes no están en política) y malos (quienes están en política), con el fallido y falso argumento de que los “profesionales” no tienen ideología, son objetivos y carecen de intereses particulares (sean o no legítimos).

En ese ambiente y ante la invitación del Lehendakari a incorporarme al gobierno, le hice ver mi reflexión anunciando una acentuada crisis por venir, aconsejándole nombrar a un hombre de industria, peso referente en la empresa, capaz de incorporar a su equipo un nutrido número de profesionales comprometidos con el país. El caso es que mi argumentación no debió convencerle y, finalmente, formé parte de su gabinete. Así las cosas, obviamente, me apliqué el cuento y decidí ir a la búsqueda de personas del perfil deseado.

Unai Arteche era el presidente de su empresa familiar (Grupo Arteche) y en esos días candidato (claro favorito) a presidir la Cámara de Comercio de Bilbao de cuyo grupo de empresa familiar era y ha sido responsable hasta el último momento. Desde el atrevimiento y la temeridad le llamé y le ofrecí ser el Viceconsejero de Industria. Unai no solamente no puso reparo alguno a la categoría del puesto, o sus condiciones retributivas o incluso a su “dependencia” del Consejero y Vicelehendakari, o a las dificultades del momento, la responsabilidad a asumir, sino que su preocupación era “su inexperiencia en la gestión pública”. Unai aceptó la propuesta. Era, lo ha sido toda su vida, un empresario, un profesional, un hombre comprometido con sus ideas y con su país. Un hombre fiel a sus convicciones y proyecto de vida, inseparables de su vida profesional o, mejor dicho, una vida profesional inseparable de su ideología, su familia, su país y su proyecto de vida.

La incorporación de Unai Arteche a ese equipo de Vicelehendakaritza e Industria vino a suponer, junto con otros muchos profesionales que se comprometieron con el proyecto país que intentamos afrontar, la fortaleza, la experiencia, la necesaria seguridad y confianza requeridas para abordar una apuesta de riesgo empeñadas en contribuir a la construcción de un futuro mejor. Siempre le he agradecido su generosidad y humildad tan útiles para abordar una trayectoria compleja y crítica como la que vivimos.

Al enterarme de su muerte no he podido sino hacer una nueva lectura emocionada de un breve documento de despedida que entregué a los miembros de aquel equipo que compartimos proyecto e ilusión durante esa ya lejana legislatura. “Un proyecto, un compromiso, un equipo, un agradecimiento”. En él decía: “…y llegó Unai: ¿sabrá la gente lo difícil que resulta pedir a una persona que abandone una posición cómoda, con reconocimiento y prestigio social, bien remunerada, siga a un hombre joven que solamente puede ofrecerle ilusión y trabajo, e inicie una nueva vida?”. Lo hizo. Y con él, vinieron otros.

Hoy que parecemos inmersos en caos y en el que las instituciones, la política, la entrega a compromisos e ideologías, parecerían no formar parte de los valores de una sociedad, merece la pena recordar estos hechos que forman parte de nuestra realidad e historia.

La semana pasada, en paralelo a las broncas, pseudo escupitajos, demagogia, conchabeos particulares y partidarios y desafección público-institucional en nuestra vecindad y con publicaciones como los trabajos a lo largo del mundo, como los recientes informes del World Economic Forum en el marco de la iniciativa “Futuro Exponencial” dedicados al Servicio Público y Gobierno. Trabajos que inciden en el Valor de los gobiernos y sus decisiones y con ellos su enorme impacto, para bien o para mal, en la marcha de las empresas (en especial aquellas reguladas), en la economía, en la salud, en el crecimiento y desarrollo, en nuestras vidas ordinarias. Sin duda, no podemos asistir impasibles a lo que nos rodea, asentados en una descalificación general.

En definitiva, proyectos personales, compromiso y proyecto de vida.

Con estos propósitos en mente, con mi despedida a Unai Arteche el pasado viernes en la iglesia de San Vicente en Bilbao, mi reconocimiento al amigo, al empresario, al político (todo cargo público lo es o debería serlo).

Hace unas semanas le vi por última vez. Mantenía una comida familiar (seguramente Consejo de familia y de empresa). Poco antes habíamos almorzado juntos y me insistía en la relevancia de la empresa familiar y su aportación de valor a la economía y sociedad. Preocupado por la sucesión empresarial, por la capitalización de las compañías, por los retos de nuestra empresa vasca, por los tumbos de una Europa que no parece caminar hacia aquella que sus fundadores y principios promovieron, por nuestra querida Euskadi y su futuro en una constelación internacionalizada o globalizada y por el “horroroso y esperpéntico espectáculo de la política en el Estado español”.

Agur Unai. Goian Bego!

Deterioro y espectáculo

(Artículo publicado el 25 de Noviembre)

Un buen número de lecturas acumuladas en los últimos días parecen converger, de manera más o menos fortuita, en el análisis de una tensa y preocupante realidad observable a nuestro alrededor.

A publicaciones como “La muerte de las democracias”, “Cuando los gobiernos y Estados fracasan”, “La política como industria propia”, se unen los artículos del World Economic Forum: “When Government fails, the Skates are much higher” (“Cuando los gobiernos fallan, los resultados son mucho peores para todos”) o el reclamo editorial de The Economist preguntándose por aquello más que nos espera tras el cada vez más confuso comportamiento del presidente Donald Trump, su gabinete en la Casa Blanca y sus relaciones/declaraciones relativas a China, Corea, Maduro o los “terroristas hondureños” en caravana semiparalizada en Tijuana. Ni qué decir de un desenlace abrupto de las negociaciones preacuerdo sobre el Brexit en un intenso y complejo debate “interior” en Reino Unido con una España que parece haber leído tarde los preacuerdos y “saca pecho soberano en Gibraltar”, o los pactos ocultos España-Kósovo enmascarados en una sutil disquisición en torno al COI y la presencia soberana de un Estado que España se niega a reconocer por temor a contagio en Catalunya y Euskadi, o la “luz propagandística” ante los conceptos  de cosoberanía cuando se va más allá del Peñón. Ni qué decir de la incierta entrada de López Obrador en el gobierno de México, con consultas y referendos sin control democrático ni censos previos, de los que parecen aprender múltiples procesos en curso (incluido, desgraciadamente, nuestro Gure Esku Dago, tan necesitado de su reorientación). En definitiva, una larga sucesión de situaciones enrarecidas que provocan un desencanto democrático.

Pero, todo lo anterior no dejaría de ser un determinado anecdotario temporal bajo la esperanza de soluciones positivas una vez superado el temporal y con la distancia de una tranquila lectura hogareña, si no fuera por la observación permanente del microclima que nos rodea. El escenario español es, desgraciadamente, un auténtico caos esperpéntico. Lo malo no es el espectáculo, sino el no atisbar la salida del túnel.

Si elegimos un eje rector, al solo efecto de acercarnos a ordenar una línea de observación, en torno a la justicia en España, el análisis resulta demoledor. Una larguísima historia desde el posfranquismo y la transición (recordemos que, salvo excepciones, jueces, fiscales, magistrados, abogados del Estado…, mayores de 60 años, accedieron a sus puestos jurando los principios del movimiento, comprometiéndose a defender un régimen anti-democrático, siendo difícil abandonar los tics y principios de su entusiasmo profesional inicial)  y como, en los últimos años, se ha agravado consolidando una mala (torpe, desigual, lenta, parcial) justicia, en un marco de nula separación de poderes, supeditada al ejecutivo y adaptada a la voluntad política del gobierno, medios de comunicación y poder económico dominantes. Cualquier duda al respecto ha quedado más que despejada esta semana, no ya por la asfixiante presencia de “fake news”, o por filtraciones de Villarejo y el uso intencionado y teledirigido de las cloacas del Estado o del uso inadecuado de los fondos renovados o la intervención amoral del Ministerio de Interior o la “construcción parcial y tergiversada” de un falso relato para justificar el encarcelamiento o expulsión de los dirigentes del Proceso catalán, la falsa interpretación de una supuesta malversación de un gobierno legítimo gestionando un presupuesto aprobado por su Parlamento, o el uso “especial” de Hacienda, policía y medios, además de empresas para modificar sus domicilios sociales o impedirles trabajar para la Generalitat. Situaciones extremas de altísima gravedad que se han visto desbordados por la insoportable negociación interesada del PSOE, PP y PODEMOS con ocasión de la renovación del Consejo del Poder Judicial. Vergonzosa descripción del Senador Ignacio Cosido y/o sus dirigentes, explicando a sus compañeros de partido los beneficios pactados, controlando los procesos en marcha, manipulando resultados y cambiando las reglas del juego democrático según sea necesario (para ellos). Bochorno generalizado que va más allá de errores, de personalismos o de acción tolerada de la política y los gobiernos (al menos en un sistema democrático). Sin duda, tanta gente que se ha quejado de Donald Trump y su manera de gobernar, de “dictaduras duras o blandas” en Venezuela, la Turquía de Erdogan, y de los “países en desarrollo o fallidos” etc.; debería, con un poco de vergüenza, aplicarse el caso en su casa. Un gravísimo y nuevo aviso para una España que ha perdido el norte. Empecinada en despreciar a quienes le rodean o son diferentes (incluidos Catalunya y Euskadi), pretende ignorar las señales de cambio y renuncia a salir de una posición de confort para dar el salto inevitable, transformándose como Estado plurinacional confederado, apostando por una realidad diferenciada.

Gobierno, PP, Ciudadanos, PSOE (e incluso Podemos llevando al límite su posición) no están dispuestos a constatar la realidad y carecen de la valentía y visión necesarias para transitar hacia nuevos modelos (de pertenencia, de convivencia, de práctica política, de sistema, de gobernanza… de democracia). Mantener sus privilegios, mantenerse en “un poder financiador y empleador de sus allegados” y conservador de sus políticas y beneficio, se convierte en el único objetivo, hoy del PSOE, ayer del PP y, seguramente, mañana de Ciudadanos o quien sea. Nada nuevo que esperar.

En este grave y deteriorado escenario, coincide la semana con un espectáculo grotesco en torno al marco mediático parlamentario jugando, de forma peligrosa, con los términos fascismo y golpismo como si de un juego de niños se tratara, para muchos irrelevante e intranscendente, viene a cuento remitirse al libro de Madeleine Albright, -hija de campos de concentración nazis y ex-Secretaria de Estado de los Estados Unidos- “Fascim: A Warning” (Fascismo. Una advertencia)- en el que nos recuerda y ,desde las palabras de Primo Levi, “cada época tiene su propio fascismo”, los peligros de nuevos fascismos “silenciosos”, la “dictadura de las democracias”, las “presidencias permanentes y sus estructuras perversas del Estado”, “sueños peligrosos”, “liderazgos artificiales” y los “fracasos institucionales y político-democráticos ante sociedades débiles y complacientes volcadas en sus intereses particulares, sin compromiso colectivo”, como antesala de aquel “fascismo” de turno.

En este escenario, la semana económica, vuelve a poner de manifiesto los déficits político-económicos de una España que no termina de aprender sus carencias, sus errores y sus graves consecuencias. A la desautorización por Bruselas de un trucado pseudo presupuesto que empieza y termina en reclamos demagógicos de un presidente (Pedro Sánchez) cuyo único objetivo es ganar tiempo para ganar, por primera vez, unas elecciones “manteniéndose” todo lo que pueda como dijera la portavoz de su gobierno, se une una clara advertencia del F.M.I. sobre sus expectativas de crecimiento y una OCDE que, al margen de sus recomendaciones y propuestas claramente discutibles -entre las que destaca su simplista alusión a la centralización, unidad de mercado y no “fragmentación” provocada por las Comunidades Autónomas, aporta datos significativos y preocupantes sobre la desigualdad, el desempleo, la deuda, el fracaso escolar y el desorden en las políticas de gasto social y ausencia de políticas generadoras de actividad económica, riqueza y empleo.

Así No. Sin una reinvención y reconducción de la política, dirección y liderazgo, sin una clara revolución de la Administración y su gobernanza, sin liderazgos reales y un verdadero control democrático, sin que la justicia emprenda su “transición” y sin asumir la necesidad de confrontar los problemas irresolutos y enquistados, vamos de anécdota en anécdota, de sobresalto en sobresalto, desde la desafección creciente hacia un dualismo irreconocible: una realidad social y otra político-mediática. Cada una, con sus propias reglas, sus propios espacios incomunicados, sus propios jugadores.

Ni son tiempos para la demagogia, ni para “mantenerse en el poder”, ni para entretener audiencias radiofónicas y televisivas con paneles de tertulianos profesionales centrados en la estridencia y el espectáculo, ni, sobre todo, de Instituciones y gobiernos débiles, dependientes y desacreditados.

El rol de la política, el de los gobiernos y la institucionalización positiva, real, transparente en todos los ámbitos mejora, sin duda, la calidad democrática y la vida de las sociedades a las que sirven. Recuperar y ganar la credibilidad perdida es una inmediata necesidad sobre la que abordar nuevas realidades y construir un futuro exigente.

Elecciones en Estados Unidos. Trump: ¿Éxito o Aviso?

(Artículo publicado el 11 de Noviembre)

Las recientes elecciones de “término medio o medio mandato” celebradas este pasado martes en los Estados Unidos, suponen un escenario digno de análisis más allá de cifras y posicionamientos actuales y su impacto en el plazo inmediato.

El presidente Trump se encuentra con una nueva Cámara de Representantes con mayoría demócrata tras perder 26 de sus congresistas (la menor pérdida de escaños en el “midterm” de cualquier presidente en la historia de Estados Unidos), con un Senado republicano reforzando su mayoría absoluta y un peso significativo en el marco de una   variada composición a lo largo de los 50 gobiernos de los Estados. Así, el nuevo escenario, más allá de múltiples situaciones en cada caso, le ofrece la posibilidad de afrontar dos nuevos años, con relativa confianza y comodidad en lo esencial y con expectativas más que favorables para su potencial reelección en 2020, con suficiente margen de maniobra para endurecer algunas de sus ideas clave, en apariencia mitigadas hasta ahora a la espera de superar la ya concluida contienda electoral. De esta forma, cabe pensar que se sentirá libre de actuar sin miramientos decisivos ante la “caravana migratoria centro americana”, como muestra de su política de “control” de la inmigración, mantener y extender  su mano dura en sus relaciones post tratado con México y Canadá y, por supuesto, su tolerada (y silenciada por la oposición) benevolencia saudí, insistir en su unilateral boicot y embargo anti-iraní, persistir en la  batalla comercial anti-china y exagerar  su lucha por el dominio de las fake news haciendo prevalecer en la opinión pública (al menos en sus votantes) la credibilidad de su palabra e información de presidente vs. La de los medios tradicionales de comunicación que pone en entredicho alegando “intereses extra periodísticos, económicos y de poder”. La mayoría en el Senado le ofrece un colchón de seguridad personal ante un potencial “impeachment”, suficientes garantías de control de las principales políticas y decisiones por acometer, y la más que relativa confianza respecto de su actitud y peculiar estilo de gobierno.

En este marco general, el contra poder se dará estado por estado, a medida que cada uno de los diferentes gobernadores y sus diferenciadas mayorías decidan actuar con políticas, presupuestos y decisiones propias dentro del margen que distintas competencias y materias les permitan. Mayor o menor atención y cuidados en salud, impulso al desarrollo económico regional, políticas fiscales locales y/o complementarios, educación “complementaria”, administración penitenciaria, etc. hasta la pena de muerte e indultos serán fuente de variaciones observables tanto en el debate como en las aplicaciones prácticas. A la vez, el contra poder desde la Cámara de Representantes parece que se reflejará más en los medios de comunicación, en el ruido y confrontación verbal, en los plazos de aprobación y en diferentes iniciativas en torno a comisiones de investigación que, finalmente, serán superadas por el comportamiento en el Senado.  Adicionalmente, como en cada elección estadounidense, junto con el voto por sus candidatos, diferentes Estados se han manifestado (en unos casos con carácter vinculante y en otros, tan solo consultivo) en relación con múltiples iniciativas que van desde la financiación pública de un estadio deportivo o una carretera, emisión o no de deuda estatal, autogobierno o incluso la “secesión” territorial o configuración de espacios político-administrativos diferentes a los previamente heredados, destacando solicitudes de ampliación de los beneficios en el sistema de atención y cuidados en salud y servicios sociales para los ciudadanos. Hasta 157 votaciones (consultas o referéndums) en 34 Estados.

Hemos asistido, de esta forma, a una semana electoral en la que se confrontaban dos grandes reclamos electorales como bandera argumental: “Enviemos un aviso a Trump para que sepa que así no…defendiendo el logro del Obamacare para garantizar acceso a servicios esenciales de salud de forma asequible y recuperando o salvando el carácter e identidad del país” (candidatos del partido demócrata bajo un liderazgo soportado en las caras de la legislatura anterior, Obama y su Vice Presidente Biden), o bien, “América para los americanos, no a la inmigración y sigamos creciendo…” (Trump y un muy secundario rol de los diferentes candidatos republicanos).

Hoy, conocidos los resultados, al igual que hace dos años, desde la distancia, mucha gente nos preguntamos cómo es posible que un presidente “peculiar”, tan contestado en nuestro entorno, escasamente asociable a los modos, estilos y expectativas europeas, puede renovar y reforzar su apoyo.

Ya el 13 de noviembre de 2016, bajo el título “Y, al final, ha ganado Trump” escribía en esta misma columna al respecto. Decía entonces: “Trump acertó en comprender que quien le elegía eran los votantes estadounidenses y no el resto del mundo” …aquellos que se sienten amenazados por terceros, que han visto descender su nivel y expectativas de vida y que comparten una serie de valores y principios determinados. Toda una población silenciosa para el observador foráneo y que no es objetivo de encuestadores demoscópicos, que está dispuesto a seguir a líderes emergentes, outsiders, rechazando el establishment (cada uno marca el perímetro en función de sus circunstancias)” …

Hoy, celebradas estas elecciones, a medio camino en su legislatura, los resultados le han permitido a Trump proclamar “todo un éxito”. Los Republicanos han perdido la mayoría de la Cámara de Representantes con menor peso del inicialmente esperable, han reforzado su mayoría en el Senado y han mantenido o sumado un importante número de gobernadores. Trump (campaña personal y no de partido), eligió en qué estados y distritos concentraba su campaña personal y ha triunfado en todos ellos coloreando un impresionante mapa rojo (color de los republicanos) a lo largo de todo el País con pequeñas manchas azules (demócratas) concentradas en las costas Noreste y Oeste y en unos pocos distritos fronterizos con México en Texas, Arizona, Nuevo México y California.

Vuelve a dirigir a sus votantes contra los medios de comunicación no afines, y señala y ataca a quienes no le apoyan. Aunque pudiera parecer extraño, cautiva al inmigrante de segunda o tercera generación que se ha ganado un puesto como estadounidense de pleno derecho y que ve en sus co-nacionales de origen un peligro ante su entrada en su país. Y, por supuesto, suma y conserva a los muchos que gusta y comparten sus mensajes.  Pese a casos concretos muy mediáticos en torno a unos pocos candidatos que “reflejan la diversidad no blanca del medio oeste americano” ha ganado peso en los nuevos votantes jóvenes, en las mujeres y en la clase y barrios trabajadores, tradicionalmente votantes del partido demócrata, felices de recuperar empleo expatriado a china en su día. Ha recuperado el voto del estudiante medio que tras sus cuatro o seis años de Universidad acumula una deuda por préstamos de entre 30.000 y 100.000 dólares y también a una amplia población de ciudadanos temerosos de perder los beneficios del Obamacare pero que han visto que, incluso con la insistencia presidencial en eliminarlo y con el apoyo de sus diferentes gobernadores interesados en mantener y extender los beneficios públicos, han superado cuotas de asistencia que les satisface, aunque sea en una mínima proporción. Trump profundiza su rol de un verso libre en el republicanismo, sin programa alguno y exprimiendo su juego provocador del mundo de las “fake news”, amparado en una mala prensa histórica y la proliferación de series y películas, con apariencia real, que permiten cuestionar todo. En un entorno en el que lo que mejor vende es el “anti-institucionalismo”, al que juega desde su autopromoción como “outsider”.

En los últimos días de campaña, personalidades como el ex alcalde de Nueva York, Michael R. Bloomberg, publicaba y emitía en las principales cadenas de televisión, radios y prensa un anuncio personal, pagado por él mismo. Se preguntaba: “¿No estamos cansados de alguien que saca el dedo y apunta de forma agresiva a los demás, amenazante, en lugar de ofrecer una mano abierta al diálogo para resolver problemas? Yo votaré a los demócratas. Démosle un aviso contundente para que cambie su forma de gobernar y tienda puentes entre los americanos y entre nosotros y el mundo”. Tras este anuncio, las encuestas previas a la cita electoral decían que el 52% darían ese aviso: “Así No”.

Un “así no” que quizás no llegó a comprender el mensaje líder de Obama: “Devolvamos el carácter de América”.

Ahora, dos años por delante. ¿Cambiará Trump o cambiará el voto estadounidense? ¿Cambiará la industria de la política de los Estados Unidos y su impacto negativo en la prosperidad de los ciudadanos como han planteado múltiples autores a la búsqueda de la revigorización de la democracia estadounidense? o, por el contrario, ¿se profundizará la confrontación partidaria y la erosión de los pilares de un sistema tenido por años como “la mejor democracia del mundo”, deslizándose hacia negros diagnósticos que hoy llenan las librerías americanas preguntándose si esta democracia sobrevivirá? Confiemos en que la sociedad americana permita que las dudas que Steven Levitsky y Daniel Ziblatt o E. J. Dionne, por ejemplo, plantean en sus libros “cómo mueren las democracias” y “¿una nación después de Trump? faciliten nuevas actitudes y comportamientos y, pronto, hablemos de las fortalezas democráticas reinventadas en torno a Instituciones y sistemas creíbles y sostenibles, inspiradores de nuevas políticas.

De momento, también nos vendría a los demás, tomar buena nota, aunque no seamos Estados Unidos.