Empresas zombis, recursos tóxicos y política industrial

(Artículo publicado el 14 de Abril de 2019)

En el último Consejo Europeo celebrado el pasado 22 de marzo, junto con la importancia de los principales asuntos que conformaban el orden del día (Brexit, Ucrania, acuerdos Unión Europea-China), se incluyó “el fortalecimiento de la base económica de la Unión Europea”, considerando que su “solidez reviste esencial relevancia para la competitividad y prosperidad europea”.

La resolución del Consejo al respecto pretende focalizar los esfuerzos de la Comisión y de los Estados Miembro en tres apartados: la economía de los servicios en la configuración del mercado único, la inteligencia artificial conductora de su política industrial y la adecuación de la política digital a la economía de los datos. Bajo estas indicaciones, ha encomendado a la Comisión Europea un enésimo plan de largo plazo que, a finales de 2019, señale la visión de futuro de su política industrial. En paralelo, “anima” a los diferentes actores a aumentar la inversión y riesgos en investigación e innovación y el impulso al libre comercio articulados en convenios internacionales de comercio exterior, defensa comercial y nuevos instrumentos de contratación pública internacional.

Recordemos que, periódicamente, la Unión Europea resuelve recordar la importancia de la política industrial y elabora interesantes documentos de diagnóstico y análisis que suelen perderse en su recomendación voluntarista de aplicaciones parciales que, desgraciadamente, o no concretan su verdadera ejecución desde la exigible coherencia estratégica y focalización diferenciada por los diversos Estados, regiones y empresas europeas miembro, o quedan  en programas o piezas sueltas dominadas tanto por el amplio espacio de la “Innovación e Investigación” con limitada especificidad diferencial según variadas y distantes realidades y tejidos económicos, base industrial y, sobre todo, voluntad, capacidad y aspiración de futuro. Desgraciadamente, resultan de escaso valor transformador, dominados por un empeño teórico en determinadas orientaciones hacia  “una excesiva policía de la competencia” sobre un teórico mercado único o mercados empresariales globales o en la supuesta búsqueda e incentivación de “grandes campeones europeos”, bajo el paraguas de una ya superada teoría clásica de la competencia directa encaminada a superar/eliminar de los mercados a sus competidores estadounidenses y japoneses (en los años 80) o chinos (en la actualidad), en un marco mal entendido de la competitividad que procura la Coopetencia y alianzas a lo largo de las cadenas locales y globales de valor y no a la suma cero consecuencia de ganadores y perdedores. Así, “Libros Blancos para una política industrial para un mercado único”, “El renacimiento industrial” o la “Necesaria revolución industrial”  que alumbraran movimientos en otros momentos, pasan por convertirse en reclamos temporales para uso particular, ya sea por algunos gobiernos o por determinadas direcciones generales que incorporan, parcialmente, su teoría y guía (direcciones de innovación e investigación, política regional, competencia, empleo…), que suelen terminar sirviendo como marco actualizado para nuevos términos (que no conceptos esenciales) para el acceso a programas bajo el caramelo de la subvención, provocando un exceso de iniciativas y planes escasamente diferenciados y, por definición, estratégicos segmentando iniciativas, recursos y objetivos.

En este marco, Margrethe Vestager, Comisaria de la Competencia en la Unión Europea y candidata a presidir la futura Comisión, en el caso de que su grupo parlamentario (ALDE) obtenga el resultado necesario para jugar un papel bisagra entre los tradicionales Populares y Socialistas europeos, ha criticado la línea del debate sugerido, entendiendo que obedece a un intento encubierto de potenciar un eje franco-alemán en defensa de sus intereses de grupos empresariales propios en detrimento de afrontar los verdaderos “fallos de mercado”, cuya solución generaría, a su juicio, las bases reales de una nueva política industrial europea. La líder danesa considera que, “el término política industrial se ha vuelto tóxico, ya que sugiere la selección de ganadores en una economía a la vieja usanza”. Con el crédito de sus decisiones firmes en el largo contencioso UE-Google defendiendo que la corporación tecnológica no actúa en un mercado global, sino en múltiples mercados diferenciados ejerciendo un desmedido poder y control en cada uno de ellos, a través de sus múltiples alianzas y empresas participadas que copan e impactan la totalidad de espacios asociables con el uso de las tecnologías emergentes en su efecto transversal sobre todo tipo de empresa e industria necesitada de afrontar su digitalización creciente e inaplazable, o su oposición firme a una fusión Alstom-Siemens por entender que no favorece a la industria europea, sino que diluye los “n” mercados ferroviarios en su seno. Vestager aboga por “reinventar” las economías de plataformas, el Big Data y su impacto en la nueva revolución digital e industrial, interconectada con el efecto industrial derivable de una firme lucha contra/ante el cambio climático, propiciando “la reinvención de la industria energética” y “la reorientación de la Inteligencia Artificial hacia los usos y necesidades sociales”, advirtiendo que “la I.A. no será mejor que los datos con los que se programe”. Hace suya la bandera de una nueva “inteligencia industrial y competitividad empresarial”.

Bajo estas declaraciones subyace, sobre todo, el continuo debate entre los posicionamientos negativistas sobre la política industrial que para pensamientos de libre mercado puro (en caso de que esto exista), se escondería el intervencionismo público, la “nefasta” actuación de los gobiernos, “el elevado grado de error “tras la elección de “campeones” o de “empresas tractoras preferentes” o de “sectores prioritarios” o de su participación en el rescate, salvamento y/o reestructuración y reorientación de empresas en crisis ,y la “distorsión de la economía de mercado, supuestamente, ”asignador perfecto de recursos en el sistema”. Además, coincidiendo con este debate, la coyuntura ha hecho que vean la luz una serie de informes (por ejemplo, Orkestra: “Solvencia de la empresa vasca”; OCDE: “Recursos ociosos en empresas tóxicas”, “The Corps walking death”) que rescatan el ya viejo, conocido y siempre interesante cuestionamiento de las llamadas “empresas zombis” (aquellas empresas que tienen un bajo nivel de rentabilidad y cuya única manera de sobrevivir es la refinanciación permanente de sus deudas, apoyadas en quitas, benevolencia de sus acreedores y subsidios públicos). Este representativo término, acuñado en las crisis japonesas de algunas de sus grandes corporaciones líderes mundiales -en determinadas épocas- que en plena crisis e insolvencia coyuntural fueron sostenidas por el gobierno de Japón contra la opinión de los mercados. Hoy, se estima que este tipo de empresas suponen el 10% de los mercados en España, Francia, Italia, Alemania. Y, por supuesto, Japón sigue “reconvirtiendo” sus empresas y/o unidades clave, apostando por una reorientación estratégica hacia nuevos mercados y modelos de negocio confiando en sus capacidades (reales u ocultas) para transitar hacia nuevos espacios de éxito. Desgraciadamente, esta visión reduccionista tratando de asimilar política industrial a la inevitable reestructuración y rescate de empresas en dificultad o crisis, serviría a muchos para el descrédito de las estrategias industriales a lo largo del mundo, dando paso al simplismo de la globalidad y libre mercado cuyos resultados no parecen respaldados.

Este, sin duda, controvertido elemento clave en la política industrial de los gobiernos, ni supone la totalidad de una política, ni mucho menos resulta un blanco-negro. Los “pasivos tóxicos” que las empresas zombis representan para la OCDE en múltiples recomendaciones de sus sucesivos economistas jefe presuponen que toda ayuda pública en un momento determinado impide su uso alternativo en la promoción de emprendimiento creativo y rentable, la canalización del ahorro país, la reducción de su endeudamiento y la correcta asignación de sectores y áreas de actividad con “ventajas comparativas” para el ecosistema en que se desenvuelven. Es verdad que una empresa, por muy zombi que sea -en especial las de gran tamaño, elevado empleo, amplio espacio y red de subcontratación, histórica implantación en un territorio, cultura y economía concretos- puede sobrevivir casi eternamente y, por lo general, convive o provoca un ambiente de lucha desesperada que pasa por impactar de forma negativa a su competencia, impagos fiscales y de seguridad social, destrucción de precios y constante demanda de fondos públicos y deterioro social y laboral. De allí la inevitabilidad de actuar con medidas eutanásicas ayudando, de forma decidida a su cierre, previa atención especial sobre el conjunto de sus stakeholders (en especial, trabajadores) y la adecuada dotación de una red de bienestar que evite la marginación y desafección de un proyecto de futuro, empresarial, profesional y, sobre todo, personal. Ahora bien, la experiencia demuestra el valor generable por una inmensa mayoría de empresas “rescatadas y salvadas”, en el medio largo plazo, cuando sus fortalezas y ventajas reales son reorientadas y apalancadas hacia nuevas industrias, soluciones y servicios, desde sus capacidades diferenciales.

Japón, por no acudir a otros ejemplos, ha construido gran parte de su potencial tecnológico-industrial desde muchas de estas empresas, otrora líderes en sus industrias. En Euskadi, sin ir más lejos, programas de rescate, reestructuración y reorientación estratégica y laboral, en el marco de políticas industriales completas, han generado (si bien con un significativo número de empresas zombi o en crisis, debidamente sometidas a la eutanasia comentada) líderes empresariales y jugadores de primer nivel en el contexto internacional. La política industrial vasca, en general, es objeto de valoración y aprendizaje a lo largo del mundo (empezando por el reconcomiendo y recomendación de la propia Unión Europea).

Esta misma semana, en el marco de un seminario sobre política industrial, innovación y competitividad, tomando como base el “Caso Vasco” y su realidad empresarial e institucional observable, profesionales extranjeros destacaban, una vez más, la apuesta contracorriente que en materia de política industrial se ha implantado en Euskadi. Lamentaban lo que entienden se trata de una ausencia de sus respectivos gobiernos en actuar sobre los fallos del mercado, si bien desconfían del llamado “intervencionismo público” que han conocido en sus respectivos entornos. Valoran la construcción de una estrategia completa sobre una base y cultura real, a partir de sectores, industrias y empresas existentes reorientando sus soluciones, tecnologías, procesos y mercados, en lo que entienden ha supuesto no solamente superar, con éxito, la profundidad de una crisis que ha castigado, sobre todo, a aquellas economías con escasa base industrial, sino que las bondades de la industria han fortalecido la empleabilidad (de mayor calidad, niveles salariales, formalidad, estabilidad, condiciones socio-laborales e inversión en formación y capacitación), su capacidad generadora y fuente aceleradora de  tecnología, ahorro en inversión, desarrollo de capital humano y capacidad tractora de una economía clusterizada, generando un ecosistema de alto valor, riqueza y desarrollo compartible.

La continuidad creativa y renovada de una política industrial completa, especializada y tractora, es, sin duda, una apuesta segura. Con zombis inevitables que han de merecer, también, nuestra atención. Una economía no se da en su totalidad en etapas únicas y segmentadas de reestructuración, inversión o innovación. Para bien o para mal, todos ellos coexisten al tiempo y todos requieren la actuación decidida, también y en especial, de los gobiernos. Es precisamente esto lo que exige y justifica estrategias y políticas industriales para ganar el futuro. En esta línea, merece la pena observar a nuestro alrededor. La propia Alemania (cuyo intento en respaldar empresas históricas para liderar Europa que señalara Vestager) está inmersa en su “Nueva estrategia y políticas Industriales para el 2030” reivindicando la necesaria intervención decidida de sus gobiernos para garantizar el bienestar de sus ciudadanos, o Japón inmerso en su siempre renovada “Estrategia Industrial” con su particular (y exitosa) focalización en acuerdos bilaterales diferenciales como el caso de su especial acuerdo Arabia Saudí-Japón  soportada en el binomio de intercambio: energía saudí por tecnología, formación y desarrollo industrial aguas abajo para la Arabia post petróleo, o la no tan lejana política industrial emiratí que conduce a Dubai a una apuesta de industrialización desde su fortaleza logística en desarrollo y sus “empresas tractoras” hacia nuevos mercados e industrias clusterizadas (marítima, aeroespacial, plataformas de acogida de farma y metal mecánico-aluminio-operaciones manufactureras transitarias), o la envidiable estrategia y visión 2030 de Noruega, apuntalando sus clusters vanguardista evolucionando de sus capacidades offshore y energéticas hacia la economía azul y verde con el máximo desarrollo de su investigación bioquímica y, por supuesto, su potente “plaza financiera” de soporte y apoyo a su industria.

En definitiva, pese a las dificultades en su formulación e implementación, la política industrial goza de una muy buena salud y, pese apariencias coyunturales, requiere construirse desde fortalezas reales, desde la cultura propia de cada tejido económico en el que se diseñe y aplique y obliga a atender, a la vez, tres espacios convergentes: su economía de factores, su economía inversora y su economía innovadora. En el largo camino, encontrará zombis, empresas tractoras, líderes innovadores, campeones globales. Y, por supuesto, como en toda estrategia, gobiernos y empresas han de asumir riesgos (en ocasiones no saldrán bien) y pueden equivocarse.

Brexit: ¿Seremos capaces de convertirlo en el camino exitoso de una nueva Europa y de un nuevo Reino Unido?

(Artículo publicado el 17 de Marzo de 2019)

Pendientes aún de lo que la Unión Europea decida ante la solicitud de prórroga de fecha final de salida del Reino Unido de la Unión, formulada por el Parlamento y Gobierno británicos, así como del complejo proceso en curso en el Reino Unido y de la un tanto incierta decisión final, hoy podríamos confiar en una salida negociada, de mutuo acuerdo, suficientemente ordenada y garante de las máximas seguridades y derechos posibles, previamente convenidos a lo largo de esta semana, entre la primera ministra, Theresa May y el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker.

Siguiendo las ya “consolidadas” malas prácticas de la Unión Europea en sus procesos de toma de decisiones propias de los “negociadores o jugadores de póker de última partida”, o de mal estudiante que deja todo a la víspera del examen, o el mal opositor que se limita a preparar un solo tema apostando a la suerte para garantizarse un empleo fijo vitalicio, o el truculento juego de “parar los relojes” para simular el cumplimiento de plazos, in extremis, se ha llegado a un punto de acuerdo que permite un respiro. El Parlamento británico respeta la voluntad democrática de una sociedad que votó favorablemente salir de la Unión Europea, hace valer su reserva de poder soberano por encima de un ejecutivo y pretende, finalmente, una salida lo suficientemente ordenada. La Unión Europea, por su parte, mantiene su línea argumental del inicio del proceso, mantiene la literalidad del acuerdo previamente dado por definitivo y último, y añade el llamado “paquete de Estrasburgo” que pudiera parecer válido para posibilitar una solución al “backstop”, o salvaguarda de la frontera blanda con Irlanda del Norte.

El pasado día 13, Michel Barnier, negociador jefe de la Comisión Europea para la salida del Reino Unido, explicaba en el Parlamento de Estrasburgo la línea seguida: “Nos guiamos bajo la intención de construir un ambiente de amigos, aliados y socios una vez se consume el abandono voluntario del Reino Unido”. “Hemos intentado explicar, clarificar y garantizar el cumplimiento del acuerdo de salida ya pactado con la señora May, asegurando la temporalidad del backstop para facilitar el apoyo de la Cámara de los Comunes”. “Nuestro objetivo no es otro que apoyar la paz y la estabilidad en Irlanda, conforme al máximo respeto al acuerdo de Viernes Santo para Belfast. Pero, a la vez, hemos velado por preservar los elementos esenciales de la línea objetiva marcada como Unión Europea en defensa de nuestros intereses esenciales: a) garantizar y promover un mercado interior y único, b) mantener la calidad y seguridad alimentaria, c) priorizar los presupuestos nacionales de los Estados Miembro y de la Unión, d) hacer efectivo el control fiscal con la eficiente seguridad y respeto a las reglas del juego (Import-Export) para el consumidor y empresas europeas”.

Esta firme y coherente posición, de principio a fin de la Comisión Europea, merece nuestra cuidadosa y atenta reflexión. ¿Es esta la Europa que queremos construir? Llama la atención que, ante un hecho de tanta relevancia, la dirección ejecutiva de la Unión Europea ponga el acento, en exclusiva, en la importante, pero limitada, “cuenta de resultados”, como si la Europa de hoy -y, sobre todo, la de mañana- se tratara de un mercado, eficiente y potente, pero simplemente eso: un mercado. Parece seguir primando (¿o en exclusiva?) la eficacia administrativa y economicista y no el propósito perseguible por los europeos y la Unión, no como fin en sí mismo, sino como instrumento-paraguas de la visión buscada.

¿Amigos, aliados y socios? ¿Se pierde una gran oportunidad para alumbrar nuevos caminos hacia un futuro diferente desde los principios fundacionales de este “club especial”, como espacio de paz, democracia, libertad y bienestar solidarios?

Sin duda alguna, la salida democrática y voluntaria del Reino Unido, guste o no a la Comisión, a empresas, ciudadanos, gobiernos, medios de comunicación, en la Unión, no es solamente respetable, sino que parecería, merecer una aproximación constructiva pensando en la contribución a realizar en proyectos, pensando en todos y en el respeto a nuevas normas de comunicación.

El acuerdo de salida tiene aún un relevante camino por recorrer que, confiamos, cuente con una nueva posición facilitadora de un nuevo espacio de realidad y oportunidad para construir. Del cómo entendamos las dificultades u oportunidades para unos y otros dependerán no solo la propia economía de unos y otros sino, sobre todo, el desenlace político y social por venir en uno y otro espacio. ¿Cuál será este nuevo futuro?, ¿asistiremos a un escenario de perdedores de un Reino Unido disminuido (UK) y de una Unión Europea limitada, restringida, cuestionada internamente (UE) o se tratará de nuevos escenarios, ni peores, ni mejores, a priori, pero sí diferentes y cuyo resultante final dependerá de lo bien o mal que unos y otros reaccionemos ante las consecuencias que traerá consigo? En todo caso, pensemos en términos de UK? y UE? (diferentes, ni peores, y esperamos que sí, mejores).

Sin duda, la foto fija del punto cero del Brexit puede reflejar un UKencaminado a un periodo transitorio de nuevo recorrido legislativo, político, organizativo y de recomposición de mercados, socios y diseño de estrategia y políticas públicas y empresariales diferentes. A partir de esa foto fija, Reino Unido tiene un asunto geopolítico territorial de vital magnitud dentro de casa. Decíamos que el referéndum popular pidió la salida de una Unión Europea que consideraba inadecuada para sus aspiraciones. Ahora bien, cuatro relevantes regiones o espacios políticos con aspiraciones, necesidades, instituciones y voluntades políticas diferenciadoras manifestaron con claridad su deseo de continuar en la Unión Europea: Escocia, Irlanda del Norte, el gran Londres y Gibraltar.

Por simplificar, Escocia pide ya un nuevo referéndum de independencia que, además, le lleve a permanecer en la Unión Europea como estado miembro de pleno derecho. Irlanda del Norte no parece ocultar su voluntad, limitada por el posibilismo del momento, de su viaje hacia la integración, confederada o no, de una nueva Irlanda unificada, miembro de pleno derecho de la Unión Europea (en un proceso de vía rápida al estilo Alemania con la incorporación inmediata de la entonces República Oriental de Alemania). Gibraltar, a la búsqueda de un estatus especial más en la Unión Europea que fuera de ella. El gran Londres, como la tendencia mundial de las megaciudades, a conformar espacios completos propios, lo más diferenciados y autónomos posibles de los Estados Nación al uso, explorando y explotando su propia identidad, personalidad y estrategia “global” de futuro.

Sin duda, este panorama exige del Reino Unido “inteligencia de Estado” y visión de futuro. ¿Cometerá el Reino Unido el error de “obligar” a la permanencia inamovible de los últimos siglos de vida unitaria o afrontará con imaginación, creatividad y voluntad democrática una nueva manera de reinventarse y reconfigurarse pensando en el futuro y no en el pasado, propiciando una nueva estructura de estados? El Reino Unido post Brexit es ya un nuevo Reino Unido. En sus manos está la oportunidad no solo de recomponer su relación externa con terceros (empezando por su aliado y socio próximo, Unión Europea), sino hacia dentro. Esta es la verdadera apuesta que determinará su futuro.

Del mismo modo, la UEsería la foto fija del post Brexit. Se va una pieza esencial sobre la que resulta imprescindible generar un nuevo espacio de relación y convivencia. Pero, sobre todo, le queda por delante reinventarse. Si la Unión Europea cae en el inmovilismo burocrático dejando a sus órganos de dirección mantener prácticas conservadoras de obligado proteccionismo interno y auto defensa, seguirá cavando su propia tumba. Si, por el contrario, asume la necesidad de un ambicioso proceso transformador acorde a los cambios y voluntades demandadas en el interior de sus “Estados Miembro”, tendrá la enorme oportunidad de construir un nuevo mundo, alineado con las nuevas demandas sociales, políticas, económicas, culturales e institucionales. La “paralizada” ampliación creciendo con nuevos Estados exteriores ha de cambiar por una nueva ola de recomposición organizativa y expansión interna, reconfigurándose, con sus propios ciudadanos ya europeos y miembros de la Unión, que los somos bajo paraguas interpuestos, fruto de organizaciones geopolíticas del pasado, con aspiraciones de construir nuestros propios espacios nacionales, naturales o innovadores, dentro de una nueva y repensada Unión Europea movida no solo por mercados, sino sobre todo, por anhelos y compromisos con futuros espacios de paz, libertad, democracia y desarrollo inclusivo. Con nuevos modelos de gobernanza, con voz propia y roles reales en la toma de decisiones.

Hoy, estamos pendientes del Brexit y, sobre todo, del nuevo futuro a construir. En unos meses, nos espera una nueva cita electoral al Parlamento Europeo. Esperemos que no sea un simple formalismo para volver a dejar en manos de los bloques populares y socialistas su reparto “acordado” de medias legislaturas, para resituarse sin poner en riesgo su estatus heredado. Esperemos que no se caiga en la simple tentación de culpar a quienes no ven respuestas atractivas o posibles, ni mucho menos compartibles, en la actual Unión Europea, de abanderar localismos anti-tiempo enfrentando el discurso fácil de “ellos” (aquellos que no ven la relevancia global sin matices de la dirección vigente) y “nosotros” (quienes se autoproclaman objetivos, racionales y conocedores expertos del mundo y el progreso por venir). Confiemos en que el nuevo panorama observable posibilite nuevos caminos, nuevas voluntades, nuevos compromisos y, eso sí, una vuelta al recuerdo y práctica de los principios inspiradores que dieron origen a nuestra necesaria y querida Europa.

Isla del saber, envejecimiento inteligente y bienestar

(Artículo publicado el 3 de Marzo)

Esta semana, el Diputado General de Bizkaia y el alcalde de Bilbao junto con el Rector de la Universidad de Mondragón y el presidente de MCC (Mondragón Corporación Cooperativa), han dado un paso más para la ya varias veces anunciada doble apuesta: crear un centro de referencia sobre el envejecimiento activo y hacer de Bilbao “una ciudad universitaria”.

El primero de los objetivos tiene ya raíces históricas entre nosotros, consecuencia de las prospecciones demográficas que no hacen sino constatar una realidad: el envejecimiento de la población (desde luego a nivel global, pero de especial relevancia en Euskadi). Ya en 2017, Euskadi llegó a un máximo histórico de envejecimiento, con 145 personas mayores de 64 años por cada 100 menores de 16 años, por encima de la media del Estado español y próxima a países como Japón, donde ya el 25% de su población supera esa edad, situado en los niveles máximos a nivel mundial. Estos datos (Eustat) llevan a señalar entre sus principales recomendaciones el implementar mecanismos de participación en el empleo -empresarial y funcionarial- a personas mayores, fomentando cambios de actitud, cultura y normativas, hacia una población “senior”, de la que habría que esperar una positiva contribución, también, a la generación de riqueza para el país, en este tramo de su vida. La necesidad de aproximarse a un dato como éste desde una óptica no de problema, sino positivista en torno a las oportunidades de generación de riqueza, empleo y bienestar, apostando por políticas públicas agresivas e intensas en esta dirección y no la contemplación de un hecho inevitable asociable con la edad, las enfermedades crónicas, discapacidades y dependencia, además de la no renovación generacional. Digamos como, en sentido opuesto, ya hace años, los estudiosos del fenómeno acuñaron el término “silver economy” (economía plateada) con una visión inicial restringida, limitada al potencial negocio relacionado con el nivel de gasto, turismo y capacidad de compra de segmentos poblacionales de alto nivel de renta, en edades y estadios de jubilación o retiro. El paso del tiempo ha venido entendiendo dicho concepto contemplando la ruptura de fronteras “turísticas” hacia preguntarnos de qué manera se puede y debe atender a las poblaciones “mayores”, orientándolas al servicio de la sociedad, utilizando experiencias, capacidades, conocimiento, formación y capacidad de generación de riqueza, a la vez que se enriquece su propia longevidad esperable y deseable. Así, el envejecimiento “activo” habrá de concebirse como un elemento positivo, tractor de nuevos modelos de desarrollo y el “pasivo”, no ya como una carga o gasto a medida que avanza en ese esquema de no retorno hacia la mayor dependencia, menor autonomía y máxima demanda de servicios socio sanitarios, sino como fuente generadora de nuevos espacios de empleo, solución a la creciente demanda de cada vez nuevas pretensiones, adecuación de las tecnologías emergentes para resolver dichas necesidades sociales, y, en definitiva, generación de empleo y, por supuesto, garantizar la sostenibilidad de un sistema de protección y seguridad social en el marco de un pleno y cambiante, estado de bienestar.

En Euskadi, ya en los primeros años 90, surgieron múltiples iniciativas en torno a este envejecimiento activo o inteligente. Incipientes procesos de “clusterización en torno al envejecimiento” movilizaron múltiples proyecto e iniciativas que, de forma irremediable, superaban los perímetros de los servicios socio sanitarios, de nuevos hábitats y viviendas apropiadas, avances hacia una movilidad y transporte ad hoc, fiscalidad y arquitectura financiera para toda una larga esperanza de vida, tecnologías adecuadas a las nuevas necesidades y, por supuesto, formación y educación especializada para preparar nuevas generaciones al servicio del concepto y proceso, en entornos urbanos y territoriales apropiados.

En esta línea, la “Estrategia Vasca para el envejecimiento activo 2015-2020” del gobierno vasco, establece tres áreas temáticas sobre las que influir: adaptación de la sociedad y nuevos modelos de gobernanza, anticipación y prevención para envejecer mejor y amigabilidad y participación en la construcción de la sociedad de bienestar.

Japón, por su parte, y siendo un referente de vital importancia no ya por ser el primer país con la mayor población envejecida del mundo, aporta un salto significativo en su enfoque: “la revolución robótica” orientada a facilitar la vida longeva a la vez que cubrir la demanda de trabajadores en las actividades actuales. Sus previsiones estiman la ausencia o pérdida de  cerca de 18 millones de empleos en su economía del 2040, sobre una base tradicional y sin añadir transformaciones disruptivas, lo que les llevaría a una oferta global para una inmigración superior a los 20 millones de personas (en torno al 40% de su población), a la vez que incrementar su productividad, por lo que han diseñado una estrategia basada en la clusterización de la industria robótica y de tecnologías exponenciales emergentes para “reinventar nuevos espacios y oportunidades desde el envejecimiento inteligente”. Así, desde sus principales empresas tractoras (tres de ellas ocupan el 50% del mercado global de robótica) se proponen hacer de las demandas y necesidades sociales, sus fuentes de empleo, salud y bienestar.

Adicionalmente y en este marco, la segunda y doble apuesta mencionada, en este artículo, consiste en hacer de Bilbao, también, una ciudad universitaria, en línea con uno de los principales vectores que reorientan su nuevo Plan General de Ordenación, cuyos principios básicos han sido aprobados esta misma semana. Bilbao, inmersa en un ya largo y constatado reconocimiento internacional por sus estrategias revitalizadoras, hace de la recuperación de espacios de oportunidad, áreas integradas de desarrollo, vitalidad y fortalecimiento competitivo para un futuro cambiante en el que las ciudades y países han de ganarse, día a día, su anhelado éxito y atractividad, sobre todo, de las personas.  Es en esta línea, precisamente, en la que se inscribe, físicamente, el proyecto presentado, tratando de convertir Zorrotzaurre -Isla del Saber o del Conocimiento- en el gran espacio nuclear en el que interactúen nuevas viviendas, centros universitarios y tecnológicos, servicios conexos y transporte, un renovado urbanismo limpio, ensanchando sus límites geográficos con los próximos de Olabeaga-Basurto, Punta Zorrotza, Sarriko-Deusto… Así, nuevas facultades y ampliaciones de Sarriko, un potencial novedoso e imaginativo Parque Tecnológico urbano y discontinuo, “bajar” la Facultad de Medicina de la UPV desde el Campus de Leioa, la Universidad del Gaming (Digipen), la nueva Facultad de Medicina de la Universidad de Deusto y el cluster socio sanitario Basurto-Deusto, al que se habrían de unir nuevas empresas e incubadoras, además de residencias y colegios mayores, pisos de nueva dimensión y acordes con la población futura… harán de Bilbao no una ciudad de edificios universitarios, sino una ciudad de conocimiento, generación de riqueza, vivible en  el que la ciudad Universitaria” será un medio al servicio de la estrategia perseguida.

Este es el sentido y propósito del anuncio realizado por nuestras instituciones, destacando el acento en la educación e investigación superior (en principio de la mano de la Universidad de Mondragón y su potente grupo industrial como soporte) para explorar los campos temáticos del Data Analytics, la robótica, la inteligencia artificial, la digitalización de la economía y los servicios de bienestar (salud, educación, bienestar social…), así como el todavía hoy espacio, no del todo explorado ni mucho menos dominado, del infinito mundo de las Apps pensando en todo tipo de soluciones que aporten valor. Nuestra sociedad, nuestro país, nuestras ciudades y empresas (y, por supuesto, nuestras Universidades) están a merced de esta innovación permanente que ha de irrumpir en nuestras vidas. Hoy, son miles las diferentes iniciativas que salpican el mundo bajo el paraguas del talento digital. Apostar por formar parte de esta gran constelación no solo es una gran idea, sino una línea de trabajo imprescindible.

Por tanto, una propuesta como esta para Bilbao merece nuestro reconocimiento y apoyo. Una iniciativa abierta y llamada a unirse y coopetir con otras de parecidos objetivos, si bien con estrategias diferenciadas, como uno de los proyectos estrella de la Diputación de Gipuzkoa en torno a su nuevo “livinglab del envejecimiento”, las estrategias 4.0, la propia estrategia de salud o los múltiples programas y planes de las diputaciones forales y municipios en sus ámbitos competenciales en colaboración con empresas y organizaciones sin ánimo de lucro que vienen manteniendo a Euskadi a la vanguardia de los cuidados y servicios sociales, interrelacionados con una extraordinaria red vasca Ciencia y Tecnología, focalizando esfuerzos, explorando nuevos caminos que aporten el bienestar y desarrollo adecuados .

Sin duda, el desafío es incuestionable y su implementación compleja, pero es un gran estímulo para un nuevo futuro de la ciudad y el país, máxime cuando parecería dominante un determinado hartazgo y preocupación social que pudiera confundirnos y llevarnos a posiciones pesimistas y desalentadoras, inhibiendo la fuerza de la ilusión y esperanza en torno a proyectos ambiciosos, a la vez que reales, lejos de animarnos a esforzarnos en su logro.

Hoy, a lo largo del mundo, los gobiernos de todo tipo ponen su acento en nuevos proyectos de máximo relieve, alineados con necesidades sociales y competencias y capacidades diferenciales y una amplia literatura siembra sombras de alarma en torno a la tecnología. Euskadi, sin duda, cuenta con los mimbres adecuados para enfrentar tales necesidades. Acometerlos con fuerza y decisión, dando la mayor integración posible a aquellos elementos que combinen bienestar (solución a las necesidades demandadas), riqueza (empleo y actividad económica de valor) y territorio (espacios físicos reurbanizables), es una fortaleza diferencial.

Cuando termino este artículo recibo la noticia de la muerte de Xabier Arzallus. No es lugar ni momento para destacar su extraordinaria valía y mejor, aún, contribución al estado actual de nuestro País y su protagonismo esencial en el desarrollo de las capacidades que hoy nos permiten abordar con optimismo los grandes desafíos aquí descritos. Pero baste mi pequeñísimo homenaje recordando una de sus grandes ideas fuerza con la que pretendió, durante muchos años, convencer a la sociedad vasca y, en especial, a las jóvenes generaciones, de un compromiso continuo y permanente con el talento, el esfuerzo, el trabajo, estudio, formación al servicio de la Sociedad y país que pretendíamos (y pretendemos) construir: EUSKERA y TECNOLOGÍA. Dos palabras que resumían un poderos mensaje: fortalecer y desarrollar nuestro talento, desde nuestro orgulloso compromiso de pertenencia, al servicio de los demás.

En definitiva, un mensaje de futuro esperanzador e ilusionante, con el recuerdo y adiós (hasta siempre) a quienes nos han traído hasta aquí.

“Ofrecer un futuro que conquistar”

(Artículo publicado el 17 de Febrero de 2019)

La Agencia Vasca de la Innovación viene trabajando en el esfuerzo por identificar el impacto real de las principales megatendencias observables ante el futuro inmediato en las empresas vascas, con el objetivo de impulsar la ruta deseable hacia escenarios de éxito.

En esta línea, tras el cruce de múltiples estudios de observación y prospectiva se ha contrastado con 246 líderes empresariales sus diferentes propuestas estratégicas para recorrer el complejo e incierto camino. Este trabajo se entrelaza con múltiples iniciativas país que pretenden conjugar diversos procesos tanto en empresas globales líderes, como los diferentes programas transformadores promovidos por las Instituciones (Sociedad 5.0, Industria 4.0, Salud Digital, Energy 4 All , Circular Economy…), e iniciativas propias de la amplia y potente Red Vasca de Ciencia y Tecnología, siempre con la observación y antena crítica y referente internacional, en un inacabable proceso de aprendizaje y transformación. De este amplísimo proceso, resulta esperable un cambio y transformación de la economía y sociedad vasca, así como de los diferentes agentes económicos, sociales e institucionales, en respuesta a los desafíos globales a los que nos enfrentamos, empeñados en construir y conquistar nuestro propio futuro.

La iniciativa Innobasque ni es la única, ni mucho menos excluyente (empezando porque sus más de 1.000 socios lo somos de otras muchas empresas, organismos, think tank, empeñados en apuestas similares), incorporando todo tipo de contribuciones ad hoc (como el reciente Informe sobre Digitalización 4.0 de Euskadi en su comparativa europea, realizado y publicado por Orkestra). Esta misma semana, Mckinsey nos invita a participar en su panel permanente por la investigación y estrategia en el mundo de las tecnologías de la información en su exploración sobre “elementos clave para la transformación tecnológica a gran escala”, intentando facilitar el camino y decisiones a tomar por las empresas conforme a sus estrategias de futuro.

Así, múltiples procesos similares con especial preocupación en vincular el desafío digital con el crecimiento y desarrollo económico inclusivo, los futuribles modelos de salud, educación, bienestar y empleabilidad.

Sin duda, toda una larga y compleja transformación a lo largo del tiempo y el mundo, sin recetas mágicas. Lo relevante es recordar que la incertidumbre ante el futuro, la necesidad de nuevas actitudes y aptitudes no es cosa de hoy para alcanzar el mañana, sino que ha sido constante a lo largo de la vida, hayamos sido o no conscientes del esfuerzo exigido. Esta observación es pertinente para recordarnos que la pregunta continua en el mundo empresarial y de gobierno, además de académico, que nos hemos hecho siempre, no ha sido otra que aquella que nos llevaba a saber lo que debemos saber/aprender para lograr el éxito objetivo pretendido. De esta forma, somos conscientes que todo cambio (cuando en verdad lo es y no un simple continuismo con etiquetas, marketing y experiencias repetidas o atajos de escasa relevancia final) necesita, de al menos, dos características o condiciones esenciales: “persuasión efectiva y una clara comprensión del cambio conceptual, organizativo y demanda de recursos y capacidades para el medio y largo plazo en un proceso de múltiples fases interconectadas”. Sus principales obstáculos: las sensaciones de urgencia para saltar fases críticas, ruptura de esquemas y procesos colectivos y participativos emprendidos, hacer demasiado caso al silencio o ruido de quienes, desde la confortabilidad, el oportunismo o la incompetencia, jamás facilitarán un cambio verdadero. (“Master Change Management”, Harvard Business Review).

Desgraciadamente, atendiendo a la estadística empresarial, el 70% de las iniciativas de transformación radical fracasan (concretamente, en los procesos y transformación en el área de sistemas, se dice que hasta en un 90% de los proyectos, el fracaso se traduce en desviaciones sensibles en presupuestos, despido del líder o director del proyecto, infrautilización de lo nuevo, desafección de los potenciales usuarios y deterioro del clima laboral). ¿Por qué? Si, en principio resulta evidente el atractivo de un mejor futuro, se diría que la gente desea colaborar y participar en proyectos compartidos, está preocupada por el inquietante nuevo escenario que se ofrece, se trata de procesos promovidos por la alta dirección…, ¿Cómo es posible que se deterioren o fracasen? Uno de los grandes expertos en la gestión del cambio, John P. Kotter (“Leading Change”-“Liderando el cambio”) destaca cinco elementos críticos cuya buena práctica evita el fracaso y, que sin embargo, su no correcta ejecución provoca el fracaso y caos en la iniciativa: liderazgo real y permanente a lo largo del proceso; compartir, entender y cuidar el corazón del cambio; entender y gestionar los tiempos en el sentido de urgencia y acompasarlos al fin último buscado; acelerar los hitos esenciales sin olvidar el conjunto y no olvidar lo que el liderazgo supone en todo el proyecto.

Reflexiones a cuento ante la situación política del momento. El pasado viernes, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, daba por terminada (de momento) su aventura sietemesina de gobierno, convocando elecciones generales para el próximo 28 de abril. Razonaba su decisión en “la intima convicción de ofrecer un futuro por conquistar”, que le llevó a liderar la primera moción de censura en la España post franquista, no solamente para terminar con un gobierno “condenado por administración irregular y enriquecimiento ilícito”, que sumía el país en un entramado de corrupción, parálisis legislativa, deterioro institucional y profundización en la crisis del Estado de bienestar. Decía que su propuesta era constructiva y sumó, desde fuera del Parlamento, el apoyo de la mayoría de la Cámara, confiando en generan una alternativa para un futuro diferente, coraje y decisión firme en la inevitable reforma y transformación del estado, restaurar la confianza necesaria de las diferentes naciones de este complejo estado uninacional por imposición, encauzar un nuevo rumbo “anti austeridad” y recuperar las bases del estado social de bienestar que se ha venido construyendo en décadas.

Sin duda, un liderazgo mal entendido. Quienes le apoyaron no le querían dirigiendo los destinos del gobierno, ni tenían un proyecto común y compartido. Él, personalmente, “tampoco tenía partido”. Un hombre sin partido, por voluntad propia, nombró su propio gobierno (más mediático que real), descoordinado y bajo diferentes objetivos de principio a fin, mal interpretando el compromiso que habían asumido con quienes le apoyaron. Meses de “liderazgo unipersonal” y urgencias que le llevaban a proyectar hitos no logrados, abandonando a su suerte a quienes eran sus verdaderos apoyos en el proyecto compartido.

El presidente hace un balance irreal de sus logros, confundiendo resultados exógenos con su labor de gobierno (crecimiento de la economía, descenso de la tasa de desempleo, revitalización de la Ciencia, fortaleza institucional…). En el camino, unos presupuestos generales rechazados porque no eran el objeto del cambio y transformación que le llevaron a la presidencia. La agenda comprometida era otra. No lo entendió, creyó que cualquier alternativa a él sería peor para todos y que esa era su fortaleza. Hizo de su breve leyenda de “resistencia” un espejismo que le llevó a creer que podía sobrevivir por libre y, cuál Macron, podía prescindir de aparatos de partido, de compañeros circunstanciales de viaje, de resultados reales y que la apelación permanente a mensajes mediáticos tratando de llegar a todo segmento y espacio de demanda social sería suficiente. Nadie entendió su empecinamiento en presentar unos presupuestos, sin apoyo, en un momento concreto en el que era imposible que quienes quisieron confiar en un cambio de rumbo, real, no pueden no ya cambiar dinero por tribunales, sino nada por nada condenados a un relato novelado al servicio de unos poderes de estado manipulados. Sin duda, podrá sumar su proyecto fallido al 70% de los procesos de transformación y cambio antes mencionados. En el camino, sin embargo, la inmensa mayoría de estos ambiciosos procesos, sin lograr el objetivo último, dejan una significativa aportación de valor. En su balance, un buen número de leyes y decretos ley que mantendrán algunas líneas de cambio respecto del pasado. Confiemos que surjan nuevas iniciativas transformadoras de la mano de un liderazgo real y un compromiso firme y sostenible para llevarlo a buen fin y que, tarde o temprano, algún presidente que pretenda conquistar el futuro, asuma el riesgo de reinventar, de verdad, el Estado. Solamente así será una verdadera transformación.

Cuando los desafíos son reales, su propia complejidad, el desconocimiento previo ante la exploración requerida, la interminable acción generadora de alianzas, la permanencia en la relación con nuevos compañeros de viaje, el compromiso y complicidad permanentes por construir, exigen, por definición, luces largas y tiempo.

Conquistar nuestro futuro, en las sociedades y empresas de hoy, es todo un reto. Los procesos de cambio son, en sí mismos, todo un desafío. Ahora bien, resultan inevitables.

La inevitabilidad de la disrupción

(Artículo publicado el 3 de Febrero)

La no solución al conflicto del taxi y sus complementos o alternativas de transporte con conductor al servicio del ciudadano sitúan, de nuevo, el viejo debate en torno a los cambios y transformaciones sociales, económicas, políticas y tecnológicas en el punto de mira.

El inevitable inconformismo que la entrada de nuevos jugadores, las variantes y realidades o condiciones del empleo, las difíciles circunstancias y tiempos de adaptación de industrias hasta en su momento tradicionales, la disrupción generalizada que nos afecta a todos en mayor o menor medida, la diferente capacidad de presión de determinadas empresas, trabajadores, grupo políticos o de interés, influyen necesariamente en la percepción y toma de decisiones, no necesariamente acertadas u óptimas. El posibilismo, el momento, las alternativas, sus tiempos e impacto en terceros determinan opciones que pueden no ser las más adecuadas y/o coherentes para proyectos futuros.

Esta semana, observamos tres casos diferentes bajo el denominador común del impacto de las tecnologías, la innovación en el trabajo y en los modelos de negocio y el inevitable tránsito de una determinada industria o servicio hacia nuevos escenarios. Nuevos jugadores y competidores, nuevas maneras de hacer las cosas y ofrecer soluciones chocan con la base de partida. El conflicto, legítimo, está servido. Las posiciones y decisiones tomadas en uno y otro caso difieren y parecerían ir en caminos contrarios.

Así, con independencia del “tamaño” y peso relativo (empleos, implicación en la sociedad, riqueza generada, servicio ofrecido, costes en adaptación, interacción con el resto de la economía local) de cada caso, aporta un buen ejemplo para la reflexión.

Mientras el conflicto del taxi parece dejar, de momento, un ganador, llevando a los gobiernos competentes que han intervenido con decisiones concretas (caso Barcelona) a facilitar la permanencia de modelos tradicionales con el consecuente abandono de las empresas “innovadoras” (Uber, Cabify, etc.), que de la mano de la llamada “economía colaborativa” y la base tecnológica soporte de nuevos modelos de negocio, prestaban servicios y soluciones alternativas, en un sentido en apariencia inverso al que las llamadas “nuevas empresas emergentes” ganan adeptos y posiciones en las principales urbes del mundo. En Barcelona se ha optado por restringir su actividad con un ataque directo a la esencia del modelo de negocio propuesto, lo que, a juicio de las empresas afectadas, los lleva al cierre y abandono de la Ciudad iniciando, eso sí, pleitos en torno a indemnizaciones millonarias. Madrid, por su parte, desea mantener la “nueva competencia” pero negocia “limar al mínimo” el efecto Barcelona. La industria tradicional parece defendida por discursos y proclamas periodísticas de los responsables políticos, advirtiendo que no hay espacio en su ciudad o país para estos nuevos modelos transgresores. Y, en medio, un grave debate ante la confusión competencial entre diferentes niveles institucionales que, desgraciadamente, han llegado tarde al mundo de una nueva economía abanderada, sobre todo, por nuevos modelos de negocio. Hoy es el taxi, mañana la totalidad de las industrias y empresas ante un desafío digital que provoca nuevos espacios, empresas, modelos de negocio e industrias reinventadas. En este caso, el mundo del taxi tiene un camino, incierto, cuya ruta de transformación parece más que señalada.

En paralelo, la industria española del cine se prepara para su cita anual en su siempre controvertida “fiesta de los Goya” para premiar a sus protagonistas. El presidente de su Academia repasa la situación de la industria y se centra en el impacto de las “nuevas plataformas” (Netflix, Amazon Prime, Apple TV…) que han generado una gran polémica y que fueron consideradas como “intrusos indeseables” en una industria diferente (creativa pero tradicional). En pocos días, una película (Roma), hecha por y para una plataforma, en formato para móvil, tableta y televisión, compite como favorita por el OSCAR tras años de enfrentamiento y prohibición no considerándose “ni cine, ni película”. El Señor Barroso, presidente de la Academia española de cine explica que su industria ha tenido que adaptarse a la nueva realidad, que hoy la inmensa mayoría de directores, guionistas, artistas, trabajan en ambos contextos, cine y plataformas, películas y series, salas y “espacios personales” libremente elegibles por el espectador. Su industria se adapta a nuevas estructuras de coste y medios de producción, diferentes canales de distribución y nuevos mercados. Destaca la ruptura de barreras geográficas que permiten que series españolas lideren audiencias en Corea y Alemania, por ejemplo.

En las calles de Bilbao, un centenar de trabajadores de la Naval, afectados por un E.R.E., se manifiestan tras la liquidación concursal de la histórica compañía. El debate, más allá de la capacidad legal o no, permisible o no por la Unión Europea, para las ayudas públicas, “de Estado”, a una empresa y/o sector en crisis, pasa por cuestiones sobre su viabilidad ante una competencia internacional. ¿En dónde residen las ventajas o desventajas diferenciales?, ¿En los costes laborales unitarios o en su tecnología, o en el diseño e ingeniería, red de proveedores, ecosistema competitivo, modelo de negocio, capacidad gerencial, composición accionarial, tipología de buques?, ¿Cuáles son las claves de una industria naval competitiva y sostenible en un contexto de economía internacionalizable?

Sin duda, no hay respuestas ni únicas, ni ciertas en sí mismas. “Navegaremos en un mundo de disrupción”, publica el Mckinsey Global Institute al hilo del desafío global que la digitalización y materialización de la economía conlleva, además de la incierta recomposición de la geografía política y económica. La velocidad, intensidad, profundidad de los cambios observables y los que están por venir, obligan a repensar nuestros conceptos, mentalidades y actitudes. En especial, hemos de movernos hacia la exploración de la creación de valor existente tras las oportunidades de cambio (y no en las desgracias de sus amenazas), a la vez que la esencial naturaleza del trabajo ya no es lo que era, por lo que resulta indispensable recrear un “nuevo contrato social” o, lo que es lo mismo, unos nuevos sistemas de protección y seguridad social no estrictamente ligados a la empleabilidad formal de la gente. Acompañados en todo caso, de una necesaria apuesta por la recualificación y formación laboral de los trabajadores, actuales y futuros, en torno a las nuevas competencias demandables para el futuro esperable. Todo un esfuerzo que hemos de hacer todos: personas, empresas y gobiernos. Nuevas estrategias disruptivas resultan imprescindibles.

En esta línea, Trooper Sanders del Rockefeller Foundation Fellowship abordaba hace unos días el rol que la sociedad (de forma individual, personal, además de nuestros representantes políticos) hemos de jugar ante los cambios tecnológicos que nos vienen encima. En sí mismo positivos y llenos de oportunidades para una vida mejor, siempre que los veamos como herramientas al servicio de los principios y objetivos sociales que queremos y no como cualquier solución, gestionada de cualquier manera y en manos de unos pocos o de cualquiera. Centrado en la Inteligencia Artificial, se preguntaba si nos habríamos hecho las preguntas adecuadas, si colocábamos el bien común, el servicio público en el centro de las decisiones, regulaciones de uso, apuestas estratégicas o simplemente los dejábamos estar o promovíamos la generación de negocio y riqueza en unas pocas empresas de éxito. “Resolvamos la desigualdad sistémica”, decía, y pongamos la tecnología al servicio de un reclamo general “Cero GAP”: en el acceso universal a la salud, en la movilidad y el transporte (en especial de quienes vienen o trabajan en zonas marginales) en la educación de calidad, en institucionalización democrática…

En definitiva, si gobiernos, líderes empresariales y personas concentrábamos, durante décadas, nuestros esfuerzos en complejos asuntos que impactaban un determinado mundo, hoy no solamente éstos han cambiado profundizando en su impacto, sino que este nuevo invitado, la digitalización y desmaterialización de la economía, irrumpe con fuerza desencadenando nuevos escenarios, inciertos, claramente disruptivos. Su inevitabilidad obliga a nuestro reposicionamiento. No cabe duda, nuestras aspiraciones futuras pasan por nuevas actitudes, estrategias y acciones/decisiones disruptivas.

¿Cómo hacer del desafío global 4.0 un brillante futuro de progreso social y económico?

(Artículo publicado el 20 de Enero de 2019)

La celebración de la próxima Cumbre Anual del World Economic Forum, la próxima semana, en Davos, bajo el título genérico Globalización 4.0, puede llevar a engaño a quienes ven el encuentro como una reunión del capital, de las élites económicas, del neoliberalismo o de tantas otras etiquetas atribuidas como simplista aproximación a una de las citas socio-económicas de mayor impacto mediático a lo largo del mundo, resaltando, de forma inevitable, personajes populares y de renombre, así como líderes político-institucionales globales cuya presencia destacan, generalmente, medios locales más allá de su aportación e intervención real en el Foro.

En tiempos en los que resulta fácil (y, generalmente, sin riesgo) atribuir descalificaciones a todo aquello que o desconocemos, o nos resulta lejano, o constituye una buena excusa para culpabilizar a los demás de lo que sucede, para algunos, el Foro Económico Mundial “es un macro lobby desde el que se dictan las políticas e ideas que rigen un mundo perverso, diseñado para servir a la población mundial en la desigualdad, eliminar sus proyectos de futuro y provocar el desgobierno (empresarial, político) de cuanto nos rodea”. La realidad difiere sensiblemente de este novelado mensaje.

Hace unos días, por ejemplo, se publicaba el libro “Discreet Power” (“El poder discreto”), en el que Christina Garsten y Adrienne Sörbom, analizan el cómo de la generación de agendas de transformación desde el Foro Económico Mundial, preguntándose por su estructura “informal y soft” que contrasta con rígidos parlamentos, gobiernos, multinacionales, etc., en los que, normalmente, uno o pocos ejecutivos toman (o imponen) decisiones, amparados por una autoridad nominal dada (o heredada) no siempre acompañada del reconocimiento de “sus subordinados” o ciudadanos representados. En su experiencia de contraste en este mundo de “Red de Redes” cuya complejidad recomienda pertenecer al “Networking experto”, aprendiendo a su correcta gestión (no solamente formar parte de una red, sino cómo contribuir y valorizarla, cómo y cuándo “obtener réditos o beneficios compartibles”…), concluyen que la organización (en apariencia simple y soft) del Foro, fortalece el debate, “la autoridad y reconocimiento de sus recomendaciones” gracias a la “cesión de valor” del prestigio, conocimiento e independencia de quienes participan en el proceso, con la libertad de representarse a sí mismos. La realidad es que se trata, efectivamente, de un ente con gobernanza más que informal que pone en contacto a cientos de gobiernos, miles de académicos, miles de líderes empresariales, jóvenes innovadores y emprendedores, cientos de afamadas empresas consultoras y de centros de pensamiento de todos los colores e ideologías en torno a diferentes agentes con la pretensión de analizar el estado de las cosas y diseñar un futuro esperable, desde la convicción de que el dialogo comprometido y el trabajo riguroso y ordenado entre actores públicos y privados, posibilita construir un mundo de progreso e inclusión, vector guía de las agendas de transformación que constituyen los ejes de trabajo del Foro mundial.

La cita de Davos 2019, proclama un desafío: “La globalización 4.0 puede suponer un futuro brillante si rompemos con la injusticia del pasado”, expresado por Winnie Byanyima, una de las ponentes principales del encuentro, directora ejecutiva de Oxfam Internacional y miembro de uno de los Consejos Asesores del WEF (Future of Economic Progress). En el análisis del contexto que ha acompañado el pensamiento dominante en la economía de los últimos cuarenta años y la rápida fórmula de la globalización como erróneos sinónimos de comercio libre e internacional generando casi el 50% del PIB mundial, el propio PIB como indiscutible indicador de crecimiento asimilable a “bienestar objetivo” y políticas liberalizadoras y desregulación hacia la “bondad del mercado”, la reducción generalizada de impuestos, liberalización del mercado laboral y bajos salarios… se imponen nuevas formas de rediseñar un futuro inclusivo. Hoy, en Davos, como en cualquier rincón del mundo, el nuevo camino hacia el progreso social apunta al trabajo sobre nuevos elementos críticos que exigen novedosas y arriesgadas respuestas que han de venir incorporadas a ese sugerente reclamo del 4.0. Hoy, los cambios en la naturaleza del trabajo y los sistemas productivos no solo obligan al replanteamiento de “políticas neoliberales”, sino a repensar las políticas y actores asociables (mercado de trabajo, sindicatos, “negociación colectiva”, empleo tradicional, sistemas de protección, seguridad social, empleo temporal o indefinido o funcionarial de por vida). La idea del “puesto de trabajo o empleo de por vida” desaparece y, en consecuencia, hemos de reinventar modelos de prevención, protección, aseguramiento y financiación social a lo largo de nuestras vidas, escasamente asociables directamente con el puesto de trabajo. Precisamente estos días, Michal Rutkowski, director de protección social y empleo del Banco Mundial, publica un informe en relación con los cambios en el trabajo tradicional y sus beneficios, apuntando hacia la necesaria reconsideración del llamado “contrato social”.

Precisamente es momento clave para responder a nuevos desafíos del futuro y resulta inaplazable formular nuevas preguntas y proponer (y arriesgar) soluciones: ¿empleos generables y empleos en desaparición acompañados de una renta universal?, ¿Cómo generar y compartir mayor bienestar para todos?, ¿Cómo dotarnos de nuevos sistemas de gobernanza cooperativa con la participación de todos los agentes implicados?, ¿Cómo acceder a las tecnologías emergentes y, sobre todo, a su uso eficiente a la vez que no dependiente o marginable?, ¿de qué arquitecturas impositivas, fiscales y de gasto público hemos de dotarnos?, ¿Cómo reinventamos los servicios públicos básicos y esenciales (salud, educación, dependencia…), generando comunidades inclusivas?, ¿Cómo romper el silo paralizante del ascensor social que condena, en la práctica, el movimiento intergeneracional entre diferentes “estratos económicos y sociales”?, ¿Cómo reconducimos el movimiento y pensamiento global hacia un nuevo multilateralismo creativo y glokal?, ¿Cómo generamos liderazgos comprometidos creíbles y de verdadero respaldo de la sociedad de la que forman parte?, ¿Cómo navegar hacia ese futuro deseable desde la incertidumbre del mañana y las limitaciones del punto de partida, la complejidad creciente del viaje a realizar, sumidas en un malestar y desconfianza galopantes a la vez que estimuladas o desorientadas por un mundo dominado por las “fake news”?

Esta y no otras son las cuestiones clave que componen la agenda de Davos.

Se trata de esforzarse en repensar los modelos de crecimiento y desarrollo, el estado de bienestar, la totalidad de industrias y empresas y sus modelos de negocio, los sistemas y modelos de salud y de educación, la geo-estrategia y modelos de Estados y naciones y la estructura y gobernanza de instituciones y organismos internacionales… Agendas y preguntas inacabables que permitan avances progresivos aprendiendo unos de otros, sin imposición, ni de recetas, ni de pensamiento único. Nueva información al servicio de todos para que cada uno, desde su responsabilidad, aspiración y capacidad de decisión, trace su camino hacia el progreso social.

4.0 es un reclamo general que se asocia en demasía al estricto (esencial) ámbito de las tecnologías exponenciales emergentes que, sin duda, van más allá, de una relevante “digitalización y desmaterialización” de la economía. Es la puerta básica para la reinvención de los modelos de “negocio” y empresa, “modelos sociales” e institucionales y de gobernanza. Pero, más allá de traspasar esta puerta, nos esperan nuevos desafíos en sucesivas versiones de la mano de las demandas y logros sociales a lo largo del tiempo y del mundo.

Así, el trabajo sostenido, de años, entre estas decenas de miles de personas que conforman y alimentan al WEF-Foro Económico Mundial, se ven mínimamente reflejadas en miles de páginas de informes y documentos de análisis y recomendaciones para ayudar a transitar por este complejo, a la vez que apasionante, viaje. Bienvenida sea su aportación. Ahora bien, la responsabilidad de las decisiones de lo que hagamos con ellas serán solamente nuestras: “Cada uno hemos de apostar por nuestra propia estrategia y políticas a seguir, ya sea en el ámbito público o privado, personal o país”.

El atractivo encuentro nevado en Davos no es sino un encuentro que recuerda lo mucho que nos queda por hacer, permite compartir y debatir diferentes sensibilidades y opiniones y facilita marcos de actuación en el complejo e interrelacionado mundo de problemas y demandas globales. La apuesta por una agenda global del futuro hacia el progreso inclusivo tiene mil formas, si bien posibilita un reclamo que merece la pena perseguir.

Terminada la Cumbre toca volver a casa, retomar nuestros diferentes compromisos y responsabilidades diarias y es el turno, con o sin Davos, de definir un futuro propio. ¿Cuál sería la agenda para mi País, para mi empresa, para mi proyecto personal? Una buena oportunidad para abordar el nuevo año.

Innovación geopolítica: muros y contramuros en la frontera del Río Bravo

(Artículo publicado el 6 de Enero de 2019)

Uno de los llamativos, a la vez que preocupantes, reclamos electorales y del gobierno Trump ha sido y es la construcción de un muro a lo largo de la frontera entre Estados Unidos (de América) y los Estados Unidos Mexicanos, al punto en que hoy se convierte en el principal obstáculo para la aprobación del presupuesto de la Administración estadounidense paralizando el país con el cierre de ocho de sus ministerios con sus correspondientes trabajadores y agencias. Grave consecuencia administrativa que se une a los trágicos enfrentamientos de su ejército y policías de frontera con “la caravana de la dignidad”, que pretende entrar en “el paraíso norte americano” tras largo y penoso recorrido desde Honduras.

Trump se empeña en continuar (de forma acelerada y extrema) con la magna obra iniciada por presidentes anteriores (Bush, Clinton, Obama) levantando muros físicos a lo largo del Río Bravo, frontera natural entre ambos Estados haciendo de estados Unidos y México vecinos distantes. “Espacios de protección y seguridad” conformados por muros y fronteras físicas que han servido, históricamente, para guiar desde la geografía a los delineantes de mapas que “construyen” naciones y Estados a raíz de guerras, acuerdos geopolíticos o simples caprichos o pseudo refugios que terminan, de forma temporal, definiendo mapas. La mayoría de las veces, configuran espacios artificiales anti-natura, provocando conflictos entre las poblaciones separadas, prescindiendo de lenguas, culturas, sentido de identidad y/o pertenencia, lazos familiares, historia y relaciones económicas, que parecerían condenadas a desaparecer tras un decreto, leyes o pactos coyunturales generalmente entre vencedores (mayorías dominantes en un momento concreto) y vencidos (minorías en repliegue ante la fuerza del momento). Desgraciadamente, muros del material que sea (incluso aquellos invisibles o intangibles), se han generalizado a lo largo del mundo dando lugar a “flujos fronterizos”, a lo largo del tiempo, provocando o aumentando inevitables inconformismos que hacen de las fronteras, separaciones administrativas pocas veces asumidas por la naturalidad de las relaciones entre ambos lados. De esta forma, si una noche de precipitado insomnio se definió la nueva India de Mountbatten (“Esta noche la Libertad”), o sucesivos conflictos configuraron “las mil chinas”, que conforman una China rodeada por pueblos con poblaciones inmigradas mayores que las poblaciones originarias en los múltiples países que conforman su larga frontera, (destacando Mongolia, India, Pakistán, Nepal, Corea y Kazajistán o Rusia), o el trágico desenlace bélico terminó dando paso a la  recomposición de los espacios naturales y originarios de los Balcanes, pre-Yugoslavia, el muro estadounidense pretende erigirse en un aterrador mensaje para poblaciones vecinas llamadas a configurar un espacio común y/o compartible, desde sus propias identidades, aspiraciones y decisiones, en algún futuro post Trump. Afortunadamente, la inteligencia democrática y el desarrollo de espacios naturales termina generando, de vez en cuando, ideas innovadoras en lo que podríamos definir como una novedosa corriente de innovación territorial, geopolítica y socioeconómica, sustituyendo murallas físicas fijas por espacios cambiantes.

En esta confianza, contemplamos otros casos que por voluntad democrática pueden dar lugar a transformaciones innovadoras como la inevitable generación de “un espacio fronterizo blando”, irlandés, que posibilite un Brexit acordado o la deseada supresión de “fronteras político-administrativas que dividen a un pueblo y comunidad vasca en tres espacios diferenciados dentro de dos Estados diferentes en el seno de la Unión Europea”. En este marco, sin embargo, una de las mayores preocupaciones mundiales no es otra que la migración de las poblaciones. Generalmente, bien por razones de guerra o políticas provocadoras de exilios forzados, crecen los movimientos, “supuestamente voluntarios”, de quienes han de buscar oportunidades para una vida digna, la búsqueda de un proyecto de futuro para sus familias o el derecho a sobrevivir, huir de la pobreza o de situaciones insoportables de vida. Nuestra referencia próxima, Europa, es un doloroso ejemplo al que parece que nos estamos acostumbrando sin encontrar soluciones para quienes esperan una acogida humana.

En este contexto, al margen de otras consideraciones, una idea dominante (de escasa y compleja aplicación temporal) pasa por proclamar la necesidad de invertir en aquellos países o regiones, comparativamente empobrecidos, origen de los principales flujos de emigración, para “atacar y resolver el problema en origen” generando riqueza, empleo y desarrollo endógeno, evitando movimientos hacia los países y polos ricos de desarrollo (Norte-Sur) a los que pretenden y anhelan llegar quienes abandonan sus países o territorios de origen. De una u otra forma, el desarrollo rural impediría el desplazamiento hacia las ciudades, la descentralización evitaría la concentración metropolitana o en Mega Ciudades y, sobre todo, invertir en los polos origen limitaría la necesidad, real o percibida, de emigrar. Así, esta idea base, además de procesos naturales y/o provocados a lo largo del tiempo y el mundo, han podido mitigar desigualdades, favorecer espacios de inclusividad y desarrollo y favorecer la apuesta por unas Comunidades propias en las que desarrollar un proyecto de vida.

Bajo esta idea general, diferentes modelos de desarrollo se han experimentado trascendiendo de los límites administrativos y políticos vigentes. Un buen ejemplo es la isla de Batam en Indonesia. La limitación de territorio físico de Singapur, su diferencia económica favorable respecto de las zonas próximas de Indonesia y Malasia, así como sus necesidades de expansión manufacturera y, en consecuencia, mano de obra, generaban una demanda migratoria atractiva para población indonesia. Singapur quería contar con los beneficios de dicha población, pero evitando una masiva entrada de ciudadanos malasios e indonesios, por lo que codiseñó, junto con Indonesia y Malasia, una zona de libre comercio en la isla de Batam. Sus problemas migratorios, sus consecuencias en demanda de servicios sociales, vivienda, protección y seguridad social, integración e inclusión, así como asuntos culturales, lingüísticos, etc., podrían mitigarse. Hoy la Isla de Batam es uno de los principales hubs de desarrollo del triángulo Singapur-Tailandia-Malasia en el creciente sureste asiático.

En esta línea, volviendo al inicio de este artículo, el pasado 1 de diciembre, México estrenaba presidente: Andrés Manuel López Obrador. La fecha coincidía con la “caravana de la dignidad, supervivencia y empleo” que, desde Honduras y Guatemala, cruzaba el territorio mexicano hacia la frontera con un objetivo: entrar en Estados Unidos de América, aspiración máxima de su “tierra prometida”. El presidente Trump enviaba destacamentos militares (decenas de miles) a su frontera, dictaba decretos endureciendo las normas migratorias para impedir la entrada de inmigrantes, detenía y retenía a quienes pasaban ilegalmente su frontera, paralizaba autorizaciones en curso de miles de inmigrantes con años de residencia y trabajo (legal o ilegal, formal o informal) en los Estados Unidos y separaba a los niños de los adultos con los que viajaban. La caravana centroamericana llegaba a la frontera mexicana y Trump exigía al gobierno de México “intervenir y cerrar su frontera sur con Guatemala” para impedir su largo viaje y concentración en la frontera norteamericana. A la vez, recordaba a congresistas y representantes estadounidenses la necesidad de aprobar el multimillonario presupuesto solicitado para construir el muro fronterizo bajo la amenaza de “cerrar el gobierno y paralizar el País”.

López Obrador anunció en su toma de posesión su “contra muro”: “contra un muro físico que impide entrar en Estados Unidos, construiremos una zona especial de desarrollo a lo largo y ancho de la frontera. Los 3.180 kilómetros de longitud de la frontera y en una franja de 25 kilómetros de ancho, generaremos el mayor espacio de desarrollo económico del mundo. Más de 80.000 kilómetros cuadrados al servicio de la inversión mexicana y extranjera, con beneficios fiscales, salarios iguales a los estadounidenses, precios iguales de la energía a ambos lados de la frontera y el mayor plan de infraestructuras jamás visto. Trabajo ya con los presidentes centroamericanos y he iniciado conversaciones con Estados Unidos para lograrlo”. Esta semana, en una reunión con empresarios relevantes y políticos en la ciudad de Monterrey, ha presentado un decreto-ley que pone en marcha la iniciativa anunciada, vigente desde el 1 de enero. Se trata de una “zona franca” con una reducción de impuesto sobre la renta al 20% (menos de la mitad general), un IVA al 8% (el 50% ordinario en el resto del país), homologación de precios de energía con Estados Unidos, facilidades a la inversión empresarial, grandes proyectos de infraestructura (presas, recursos hidráulicos, carreteras, ferrocarril, logística). El impacto económico y social de este “espacio especial” supone actuar sobre una población residente, hoy, de casi 8 millones de mexicanos en 43 municipios en 6 Estados limítrofes con 4 estadounidenses. Por esta zona fronteriza cruza hacia Estados Unidos el 70% del comercio USA-México y el 85% de los mexicanos que atraviesan la frontera compartida. Estos 6 Estados mexicanos aportan el 23% del PIB del país.

De momento, su entrada en vigor supone una reducción estimada, en ingresos fiscales, de 120 mil millones de pesos mexicanos (6.000 millones de dólares) que ya dejan de pagar trabajadores y empresas establecidas en la franja. ¿Serán suficientes los buenos deseos, una zona franca con beneficios fiscales para provocar una exitosa estrategia de competitividad, inclusiva y sostenible que no solo retenga a la población y empresas existentes, sino a la emigración mexicana y centroamericana que tiene como máxima aspiración llegar a los Estados Unidos de América?

Al margen de las medidas aplicadas, el gobierno mexicano ha explicado que trabaja en el diseño de una estrategia completa que haga de la innovación, la inclusión social y la diversificación productiva los ejes de su desarrollo. Anuncia que transformará sus sistemas de salud, educativo y de bienestar. Como viene siendo tradicional en los gobiernos anteriores que el actual presidente califica de “neoliberales” culpables de políticas que ha endurecido y empobrecido al país, señala las mismas recetas en términos de etiqueta: potenciar a la microempresa, generar ecosistemas de innovación, generar cadenas de proveedores, revisar y potenciar los acuerdos de libre comercio de México con el exterior, oficinas de promoción de inversión extranjera y contemplar la apuesta como “piloto” para su aplicación en otras doce zonas metropolitanas en las que se concentran el 81% de las exportaciones del país. Además, decreta el traslado de la sede del Ministerio (Secretaría de Economía) desde Ciudad de México a Monterrey para propiciar vocaciones descentralizadoras. ¿Más allá de las palabras y referencias a programas y políticas, habrá una implantación real de una nueva estrategia? ¿Será el nuevo paraíso deseado en el ansiado eje Sur-Norte?

Ya hace años (2003), el entonces presidente de México, Vicente Fox (Partido Acción Nacional, conservador, que gobernaba por primera vez tras el final de la revolución de 1910, que dio paso al PRI a lo largo de todos estos años salvo dos periodos presidenciales), promovió junto con los gobiernos centroamericanos (Honduras, Salvador, Guatemala, Costa Rica, Panamá, Belice) el llamado “Plan Puebla-Panamá”. Su razonamiento era claro: “la inmensa mayoría de la población emigrante de nuestros países hacia Estados Unidos sale de este corredor deprimido entre el sureste mexicano (Puebla) y la totalidad de Centro América. La única manera de evitar esta dolorosa sangría es generar un eje de desarrollo económico”. Su plan se concentró en un eje que atraería la inversión: un macro plan de infraestructuras físicas con una carretera vertebradora, un ferrocarril moderno, un entramado logístico, energía barata y arquitectura fiscal favorable. El desarrollo de esta apuesta favorecería los niveles de bienestar deseables. Hoy, desgraciadamente, el Plan y su gobernanza inter-países y multi-región no existe, los proyectos previstos han sufrido cambios diversos y, en el mejor de los casos, alguno de ellos se “reinventa” en algún gabinete local a la espera de su oportunidad. La región sigue mirando a Estados Unidos y sus habitantes engrosan la caravana ya mencionada.

 ¿Prosperará la apuesta por este contra muro? ¿Estaremos a las puertas de un modelo de innovación geopolítica? ¿Provocará una reacción distinta en los Estados Unidos, sabedores de la importancia real que para su propia economía y sociedad representa la frontera, la emigración latinoamericana y, en definitiva, su futuro? Recordemos que las prospecciones definen un Estados Unidos de más de 60 millones de “hispanos” en el 2050, en el que México estará más cerca del llamado G-20 que España, mientras USA habrá confirmado perder posiciones en su ranking mundial de desarrollo, y que el espacio transfronterizo, con muro físico o sin él, será más parecido a lo que nuevos espacios reales, como el nuevo aeropuerto internacional San Diego-Tijuana compartan territorio transfronterizo USA-MEX y no que barreras aduaneras físicas entre el Laredo y Nuevo Laredo de hoy eviten los flujos deseados. Los espacios naturales, innovadores y disruptivos compartibles entre Estados Unidos y México configuran, ya, un amplio eje que atraviesa con normalidad vastos territorios de miles de kilómetros desde el Estado de México-Puebla-Hidalgo hasta los Grandes Lagos estadounidenses, uniendo, sin discontinuidad, un largo y amplio corredor económico con los 4 Estados americanos del espacio fronterizo mencionado. Industrias críticas e interrelacionadas: automoción, petróleo, energía, aeronáutica… no se entienden sin ese concepto territorial y actividades coopetitivas que lo refuerzan. Y, sobre todo, su población trabajadora y sus familias viven y conviven a lo largo del trayecto y, día a día, demandan la misma educación, salud y bienestar. Y, por supuesto, en 2050, conformarán un nuevo espacio sociológico y socio cultural, además de político, claramente distinto al escenario de hoy.

 Nuevos espacios de convivencia y desarrollo, bienestar e inclusión no son una quimera. La innovación, una vez más, no es solo cuestión de tecnología y la protección y seguridad fronteriza no es cuestión de muros. Con este 2019, un voto de confianza a arriesgar nuevos caminos de solución.

Competitividad, Prosperidad y Territorio

(Artículo publicado el 23 de Diciembre)

La publicación de un estudio comparado (Consejo General de Economistas de España) de la competitividad regional en el Estado español, irrumpe estos días en el debate “territorial” que al cobijo del “Procés catalán” y de los resultados electorales de Andalucía, viene ocupando los espacios mediáticos de fin de año en el marco de la incertidumbre generalizada en la economía mundial traducida en demoledores resultados bursátiles globales, que afectan al bolsillo y al ánimo de millones de inversores y ahorradores. Los grandes titulares del citado informe destacan que Madrid, País Vasco Navarra y Catalunya ocupan los primeros lugares (a la vez que el País Vasco sería el líder en productividad) con unos índices hasta 250% superiores a los de Extremadura, Canarias y Andalucía. Estos resultados, estructurales, no difieren respecto a años anteriores.

El informe merece algunas consideraciones.

La semana pasada, acudía a mi cita anual de la MOC Faculty en la Universidad de Harvard (Workshop anual de la red de profesores e investigadores de la Red de Microeconomía de la Competitividad que integra a 120 Institutos y Universidades en 65 países, bajo la dirección del profesor Michael E. Porter). Como es habitual, el repaso a los temas candentes sobre la competitividad y el repaso a las principales líneas de investigación y práctica que en materia de competitividad se vienen desarrollando, permitió, en esta ocasión, insistir en algunos elementos esenciales que suponen el concepto COMPETITIVIDAD y, sobre todo, su traducción en estrategias de las empresas, de los gobiernos y de los territorios (ciudades, regiones, naciones) a la búsqueda de la prosperidad y bienestar de las personas. Así, conviene recordar, con claridad, aquello de lo que estamos hablando cuando usamos el término competitividad: “Una nación o región es competitiva en la medida que las empresas y agentes socioeconómicos que operan en ella son capaces de competir, con éxito, en la economía regional y global, elevando salarios y estándares de vida, de forma sostenible, para sus ciudadanos medios”. Definición y resultados que implican prosperidad que no es sinónimo de crecimiento económico, integrar el desarrollo económico con el desarrollo social de manera inclusiva y simultánea, actuando sobre la totalidad de los verdaderos determinantes del valor esperable (con una verdadera propuesta única y estrategia diferenciada en cada empresa, en cada región y en los propios gobiernos en todos sus niveles institucionales),con una “estrategia de país” y no multicidad de programas, proyectos o planes sectoriales escasamente coordinados y orientados hacia un fin determinado, la calidad y eficiencia de sus instituciones, su entorno empresarial y de negocios alineado con el bienestar colectivo y la generación de riqueza y empleo, su capital humano tanto en “stock” conocimiento acumulado como interrelacionado entre los diferentes colectivos y agentes, el grado de clusterización interrelacionada y eficiente de su economía abarcando todo tipo de actividades e industrias conectables, un adecuado proceso de interacción público-privada y público-público ,y la “organización país” para la estrategia compartida. Actuar de forma correcta -y simultánea- en todos estos elementos es lo que permite, al final, explicar un resultado positivo y hablar de competitividad.

Dicho esto, conviene recordar la relatividad de los índices e indicadores que proliferan por el mundo. Son muchos los “índices de elaboración propia” que parecerían medir lo mismo y que, sin embargo, difieren de forma considerable. En este sentido, el marco de competitividad que utilizamos en el MOC de Harvard, con largo recorrido histórico, pone el acento en el Índice de Progreso Social y el Índice de Competitividad que distingue y compara según el peso de la economía y el desarrollo social y económico integrados y el peso determinante de la productividad. Conviene recordar la importancia de utilizar índices homologados a lo largo del mundo de modo que se facilite comparar peras con peras y no acumular informaciones dispares al servicio de intereses particulares y temporales. Baste señalar el ejemplo de Estados Unidos, liderando la Competitividad en términos PIB (por simplificar), cayendo al puesto 25 si de progreso social se trata. Sin embargo, los principales jugadores europeos, especialmente (Dinamarca, Noruega, Suecia, Suiza, Holanda) junto con Singapur, lideran ambos índices comparables. Destaquemos que de los 20 primeros lugares mundiales en términos de progreso social, 15 son países europeos. (Afortunadamente, Euskadi sí forma parte de ese grupo de cabeza, bajo el prisma comparado de país y no subnación conforme al marco administrativo y político en el que hoy se encuadra). Esta constatación entra de lleno en una de las mayores preocupaciones mundiales: la desigualdad creciente (generalmente mayor dentro de un mismo Estado o Mega Ciudad que entre diferentes países o ciudades), la consiguiente búsqueda de nuevas agendas sociales que dirijan los modelos de negocio empresariales, los nuevos roles a jugar por empresas (sobre todo) y gobiernos y el grado de implicación y participación de la sociedad. El modelo de competitividad y desarrollo inclusivo que hemos de perseguir obliga a un acelerado paso hacia el “cierre del loop” que entronque competitividad y creación de valor compartido empresa-sociedad. Todo un reto cuya insatisfactoria solución supone uno de los principales motivos de desafección y movilización antisistema que hoy recorre el mundo.

En esta línea, nuestro trabajo de estos días tuvo la gran oportunidad de compartir con Michael E. Porter y Mark R. Kramer (“padres” del Shared Value o Co-Creación de Valor) el ejercicio real que, a lo largo del mundo, se viene realizando “focalizando el cambio de los condicionantes sociales en el entorno socioeconómico y empresarial en que vivimos”. Toda una verdadera fuente de riqueza, empleo y bienestar. Descubrir las oportunidades y acometer su logro no hacen sino reforzar el rol de los conceptos y principios sociales del “Marco de Competitividad”, comprender sus justos términos y comprometerse en su logro.

Y es precisamente esto lo que subyace tras los índices publicados por el Consejo General de economistas españoles. Discursos vacíos e irrelevantes en torno a supuestas unidades de mercado o de España, propagadas desde mentalidades centralizadas del pasado, alejados de realidades sociales y económicas de un mundo que interactúa con mayor complejidad en múltiples direcciones y bajo inesperadas y cambiantes condiciones, o la simpleza culpabilizadora del “poder regional de los nacionalismos históricos de Catalunya y Euskadi” como focos del comportamiento de diferentes sociedades en su decisión de voto, no es sino errar el análisis. Recordemos como en plena explosión de la crisis financiera y económica mundial, ante el inevitable rescate por el que hubo de pasar España, los protagonistas de la transición y del modelo autonómico se apresuraron a culpabilizar precisamente al Estado de las autonomías de la desmadrada deuda pública, del descontrol de sus finanzas, de la inoperancia y pésima gestión (corrupta en muchos casos) de sus instituciones financieras territoriales (Cajas de Ahorros), llevando al ánimo de la ciudadanía la sensación de fracaso de modelos responsables de autogobierno, descentralización y voluntad de apropiación de sus propias decisiones y proyectos vitales de futuro, añorando, por el contrario, un centralizado “papá Estado” como si quienes, por suerte o por desgracia, pretenden dirigir desde la confortabilidad de su “no globalizable” Madrid.

España tiene un gran problema. No es un espacio único sobre el que aplicar un pensamiento único, o una única estrategia de desarrollo, ni un modelo único puede dirigirse desde el paseo de la Castellana. No puede supeditar el desarrollo, el progreso y las aspiraciones de las diferentes regiones y territorios a un permanente reparto partidario de cuotas de poder, posiciones funcionariales (en España y en los organismos internacionales), ni supeditar la empleabilidad a sus seguidores. El lejano extremo negativo de la competitividad y prosperidad de sus regiones remotas (en estos términos) apartados de espacios de desarrollo medio y elevado, no demanda los mismos tratamientos que otros jugadores ya situados en ese grupo de cabeza europea y mundial. Unos y otros tienen demasiados retos que superar, si bien difieren en áreas de actuación, intensidades, tiempos, recursos, estrategias, compromisos y, por supuesto aspiraciones y voluntades. Estrategias diferenciadas, modelos distintos para demandas, instituciones, voluntades, compromisos y aspiraciones distintas. “Jugar todos a lo mismo” y, además, bajo reglas unilateralmente fijadas, en cada momento, a capricho, ni lleva a la solución, ni facilita afección ni cohesión territorial. La imprescindible solidaridad interterritorial no pasa por igualar en la medianía, ni mucho menos en escenarios de mínimos y/o mediocridad, sino por potenciar el efecto tractor de una convivencia e interrelación compartida de co-creación de valor desde decisiones y compromisos propios. Esto no es solo política o solo economía, sino un paquete complejo, exigente y de largo aliento a partir de un elemento esencial: la aspiración y voluntad democrática de un futuro determinado propio.

También es la competitividad la que nos muestra el camino y señala el valor de la política con mayúsculas. El mandato democrático de las sociedades, la eficiencia y eficacia de las Instituciones y sus logros, constituyen el factor esencial y conductor de toda estrategia para la competitividad y el progreso social. Estos no son consecuencia del azar. Los gobiernos son demasiado importantes y determinantes del resultado final (del positivo y del negativo).

Extremadura, Andalucía, Canarias… ni pueden, ni deben confiar en la “política general unidireccional de Madrid” para romper sus déficits estructurales y diseñar e implementar nuevos modelos alternativos de desarrollo, ni mucho menos concluir que la organización territorial es un regalo para Catalunya o Euskadi solamente remediable con un centralismo unitario. Catalunya y Euskadi necesitan modelos propios que potencien su propia aspiración de desarrollo y progreso social. La competitividad global sí tiene mucho que ver con las “políticas, estrategias y relaciones de vecindad”, pero éstas han de construirse desde la realidad y voluntad diferenciada de cada vecino. Co-crear modelos interrelacionados de desarrollo es el verdadero reto. Hoy, la opinión pública fija su mirada en Catalunya y se auto justifica responsabilizando a sus legítimas aspiraciones y la gestión de su proceso en curso de las ineficiencias ajenas (desde el desgobierno, la corrupción, la insatisfacción propia…). No vendría nada mal concentrarse en la realidad interna de cada uno. Quizás de esta forma, las grandes diferencias ante dos relevantes logros como la competitividad y el progreso social tardarían menos en atenuarse.

Ojalá la lectura del mencionado informe sobre la competitividad regional lleve a comprender su verdadero significado y provoque nuevas y mejores decisiones que eviten repetir, año tras año, rankings y titulares similares.

Confiemos que la paz de la Navidad y los buenos propósitos de año nuevo posibiliten nuevos caminos hacia la tan ansiada prosperidad.